el blog de reseñas de Andrés Accorsi
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lunes, 21 de octubre de 2024

KUZURYU

Tardé una semana entera en liquidar este tremendo masacote de 670 páginas, que cualquier editorial lógica habría publicado en tres tomos (porque la obra tiene tres partes claramente marcadas) y los zarpados de Kana sacaron en uno solo, muy cómodo para leer, transportar y guardar, pero que obviamente lleva muchísimo tiempo de lectura. Kuzuryu es un manga del maestro Shotaro Ishinomori que vio la luz allá por 1974 en la fundamental revista Big Comic. Planteado como una serie episódica, ya para el segundo tramo de la misma empezamos a detectar una trama por encima de la trama, que va a servir como faro para guiar las aventuras de este taciturno boticario ambulante, que recorre (a pata) ciudades, pueblos y aldeas del Japón feudal vendiendo medicamentos. Nuestro protagonista, además de vender remedios, sabe recetarlos y suministrarlos, lo que le otorga una cierta posición de poder, similar a la de un médico. Pero además, tras su apariencia ordinaria se esconde un crack de la espada, que a la hora de los combates se mueve como un relámpago y mutila a sus oponentes con precisión de cirujano. El primer tramo de la obra me hizo acordar mucho a una serie de Columba. El boticario llega a un lugar, se encuentra con una injusticia (o varias), o con alguien que lo trata de cagar, o con una mujer que intenta seducirlo con fines poco nobles, y cuando la cosa se pone heavy, saca la espada y liquida a los villanos, para luego continuar su camino, solo y en silencio. Incluso en cada episodio pasa más o menos la misma cantidad de cosas que pasaba en un episodio normal de una serie de Columba (aunque, claro, Ishinomori se toma más páginas para contar lo mismo). Pero después la cosa levanta y mucho: empieza a cobrar peso el misterio de la masacre que terminó con toda la gente de la aldea en la que nació el boticario. ¿Quién fue, y por qué lo hizo? Las pistas empiezan a aparecer y el único sobreviviente de esa tragedia sale en busca de las respuestas. Para completar la data que le falta, necesita reunir varios objetos (figurines) iguales, pero son nueve y él tiene uno solo. Así que durante buena parte de la serie, lo veremos rodearse de aliados y esbirros que lo ayudarán a localizar a los otros figurines, y confrontar con quienes los poseen. También habrá otros depredadores que quieren completar la colección de los nueve figurines, dispuestos a hacer boleta al boticario, sobre todo cuando se enteran de que ya tiene varios en su poder. Todo esto sin romper casi nunca el formato episódico. De los 25 relatos que componen la obra, Ishinomori recurre al cliffhanger una sola vez, en el episodio más jodido de todos. Y en el final, todo cierra perfecto, en medio de un dilema moral potente, atrapante. No todos los episodios son igual de buenos: algunos son un toque aburridos (porque Shotaro se excede con los diálogos protocolares) y otros se vuelven un poco predecibles, porque el autor abusa del recurso del crimen pasional, donde un tipo decide matar a su esposa porque le es infiel, o al tipo que se coge a su esposa. Fuera de eso, la serie está muy bien planteada. Cuando Ishinomori se decide a darle fuerza y protagonismo a un villano lo hace de manera magistral, hay buenos conflictos desparramados por toda la serie (incluso en el seno del bando del protagonista) y la resolución es exquisita. Y dejo para el final lo mejor de todo: el dibujo. Acá es donde Shotaro no falla nunca. Hasta en las escenas más aburridas de señores conversando te aplasta con su dinámica, con la forma de acomodar las viñetas en la página, con ese vértigo que explota ni bien la acción empieza a asomar en la trama. Las escenas de peleas son electrizantes, verdaderos tsunamis de violencia, graficadas por Ishinomori con una categoría apabullante. Los personajes son expresivos, las secuencias mudas son elocuentes y los paisajes son conmovedores. Cuando se propone ilustrar en plan realista los fondos, los edificios o los paisajes, saca una chapa descomunal. Y por ahí lo único que se me ocurre criticarle es que las mujeres se parecen mucho entre sí. Tenés que prestarle atención al diseño de los kimonos para darte cuenta cuál es cuál, porque de cara, parecen todas gemelas. Creo que, fuera de esta edición francesa, Kuzuryu solo existe en Japón. Pero vale la pena el esfuerzo de leerla en el idioma de Goscinny, para disfrutar de un manga realmente notable, fundamental para el fan de la aventura con ambientación histórica e irresistible para el que no se copa con los mangas llenos de chistes, elementos fantásticos y protagonistas de escuela secundaria. Tengo otro libro de Shotaro en la pila de los pendientes, pero creo que le voy a entrar el año que viene. Como siempre, ni bien tenga leídos un par de libros más, los reseño acá en el blog. Será hasta pronto (creo).

miércoles, 19 de junio de 2024

SARUTOBI

No tenía idea de la existencia de este manga de Osamu Tezuka, hasta que lo vi barato en una comiquería de París. Obviamente, me tiré de cabeza. Ahora, a la hora de encarar la lectura, me encuentro con que Sarutobi es una obra apuntada al público infanto-juvenil que el Dios del Manga serializó entre principios de 1960 y principios de 1961 en la revista Manga King. O sea que no solo la estética recuerda mucho a la de AstroBoy, sino que además las fechas coinciden totalmente con la publicación del clásico más famoso de Tezuka. Como ya vimos en varias de sus obras, en Sarutobi el maestro toma un hecho histórico (en este caso una guerra civil que transcurre a fines del Siglo XVI y principios del XVII) y la cuenta a su manera, con personajes ficticios, elementos fantásticos, guiños anacrónicos, humor metatextual... Acá dos de los protagonistas (Sasuke y Sai, los chicos que posan en la portada en plan canchero) son ninjas que manejan (con distintos grados de habilidad) la magia más zarpada que te puedas imaginar: se transforman en distintas criaturas, generan ilusiones en la mente de sus contrincantes, mueven objetos con telekinesis, se hacen invisibles, transmutan la materia, vuelan... Cada uno de ellos es casi una Justice League en sí mismo. Sai es una ninja sumamente eficaz y aplicada, mientras que Sasuke es poco inepto, y bastante irresponsable en el uso de sus poderes. Una vez que se involucren en el conflicto entre samurais, nobles, daimios y demás caudillos, se van a hacer amigos de Daisuke, el tercer protagonista de la obra, que es un espadachín implacable. Con estos elementos, Tezuka construye una epopeya de casi 330 páginas donde casi no se percibe una improvisación por parte del autor. No hay volantazos bizarros, la narración nunca pierde el rumbo. Y si bien es un manga de aventuras para chicos, tiene momentos bastante fuertes, incluso trágicos, como la muerte (bastante truculenta) de los padres de Sasuke. Por ahí lo que sobran son algunos villanos: puestos a meterle ficción a los sucesos históricos, quizás hubiese estado bueno "unificar" a distintos personajes que entran en conflicto con los protagonistas para generar a un único villano (o por ahí dos) un poco más potente. De todos modos los combates son peliagudos, nunca vemos a "los buenos" derrotar a "los malos" de taquito, sin despeinarse. Mi devoción absoluta por Tezuka no para nunca de crecer, pero sigo sin engancharme con el humor del maestro. Me molesta cuando se dibuja a sí mismo para meter chistes, me molesta cuando en un manga histórico tiran chascarrillos anacrónicos tipo "esto parece un dibujo animado", me molesta que trate de generar gags a partir de personajes que se pegan golpes o tropiezan con objetos contundentes... Si me vas a narrar una guerra, con sangre, torturas y masacres, dejate de joder y no me pongas chistes sacados de los cortos de los Looney Tunes. Pero bueno, entiendo que esto está pensado para chicos de 10-11 años de 1960, no para mí. Me quedo entonces con lo más hermoso que tiene Sarutobi que es el dibujo. Y dentro del dibujo, dos cosas: primero, el diseño de los personajes, que es glorioso, tanto en héroes como en villanos, como en las criaturas bizarras en las que se transforman. Segundo, esas escenas en las que decenas de guerreros a caballo cargan sobre fortalezas, pueblos, o sobre ejércitos enemigos. Lo que dibuja Tezuka en esas viñetas es descomunal, no se puede creer. La puesta en página, en cambio, tiene mucho que ver con la de los mangas de AstroBoy y casi nada que ver con la de las obras más adultas de la etapa posterior: el Manga no Kamisama divide las páginas en cuatro tiras, con viñetas cuadraditas, prolijas, de formas regulares, y conserva cierta versatilidad para que algunas de estas viñetas ocupen más espacio (de pronto, en vez de cuatro tiras hay tres, una de ellas doble) y hasta tenemos páginas con un solo cuadro, todas ellas apoteóticas. Es un dibujo amistoso, aniñado (de hecho, en un momento del relato pasan 10 años pero Tezuka aclara que no quiere que los personajes se vean 10 años más viejos y los sigue dibujando como nenes), muy influenciado por los dibujos animados de EEUU, muy prolijo. Y puesto al servicio de un relato de gran dinamismo, intenso, y en el que (a diferencia de trabajos anteriores) el maestro ya entendió que no hace falta dibujar TODO, y que hay algo que se llama elipsis y que en la historieta funciona bárbaro. Tarde pero seguro descubrí que Sarutobi está vinculada a otra obra del ídolo, El Castillo del Alba, que es un poquito anterior y que también me compré en Francia. Cuando la lea me voy a enterar si es una secuela, una precuela, un spin-off, una remake, otra aventura con los mismos personajes, o qué corno es. Con Tezuka, nunca se sabe. Y es parte de lo que lo hace tan atractivo. Ni bien tenga un rato para leer algo más, lo comentamos acá en el blog. Gracias y hasta entonces.

viernes, 14 de junio de 2024

AX Vol.1

Esta brutal antología de casi 400 páginas se publicó en 2010, se agotó rápido y se convirtió en una especie de Santo Grial muy buscado y muy escaso. Acá nos encontramos con 33 historietas cortas elegidas por Sean Michael Wilson entre la vasta oferta de material originalmente publicado por la revista japonesa AX, que fue la que en 1998 tomó la posta del manga experimental, transgresor o de vanguardia una vez que decayó la legendaria revista Garo. El libro sin dudas cumple con la consigna de mostrar un panorama amplio y diverso de lo que era el manga alternativo en Japón entre el '98 y el 2010, porque entre esas 33 historietas hay material realmente atípico, donde no se ve una corriente principal, ni se repiten las fórmulas. Podríamos definirlo como "manga para los que en los ´80 leían El Víbora". El problema es que en el mix entraron algunos autores decididamente chotos, que no solo nunca podrían haber publicado en El Víbora, sino que no hubiesen tenido cabida ni en el Óxido de Fierro ni en los fanzines mínimamente ambiciosos de aquella época. Acompáñenme a recorrer los contenidos. La primera historieta, a cargo de Osamu Kanno, me dio vergüenza ajena. Dije "si este es el standard del libro, no llego ni en pedo a la página 390". Por suerte al toque aparece el mito, la leyenda, el ícono: Yoshihiro Tatsumi y una historieta con un twist muy bizarro, que le permite al ídolo rematar un relato obvio de una manera totalmente imprevisible. Y con unos dibujos gloriosos. Después viene Imiri Sakabashira, con una historia incomprensible, larga al pedo, con unos dibujos más raros que buenos. Takao Kawasaki sorprende con una estética atractiva, pero el impacto inicial la trama se disuelve en diálogos excesivos. Ayuko Akiyama, bastante limitada como dibujante, se las ingenia para ponerle tensión y poesía a un relato de realismo mágico que cierra por todos lados. La de Shigehiro Okada, en cambio, debió haberme gustado, porque tiene garches, vómitos y groserías varias de esas que a mí me suelen seducir, pero entre que el dibujo es choto, los diálogos son chotos, la tipografía es chota y la trama pierde el rumbo ni bien pasa la mitad, me terminó por parecer una cagada. Katsuo Kawai te demuestra que podés ser muy queso dibujando, pero si tenés una buena idea y encontrás el tempo narrativo exacto para desarrollarla, podés lograr una excelente historieta. Nishioka Brosis, por el contrario, tiene un estilo hermoso y lo maneja a la perfección... estética, porque a nivel narrativo es un desastre y lo que cuenta no me pudo interesar menos. Una sorpresa poderosísima fue descubrir a Takato Yamamoto, otro autor que a nivel narrativo se enrosca al pedo, pero que tiene un nivel de dibujo devastador, un virtuoso al nivel de Suehiro Maruo, o incluso mejor. Perfección gráfica absoluta, para contar la nada misma. La siguiente historia está a cargo de Toranosuke Shimada, un demente con un estilo humorístico, que cuenta en clave de joda una historia real que incluye motos, futbol y nazis escondidos en Sudamérica. Una bizarreada bastante atractiva. Después vienen varias historias seguidas, una más fea que la otra: hay slice of life, perritos, transformaciones bizarras, porongas, pero todo muy mal dibujado y/o con argumentos insostenibles. A todos esos chicos y chicas El Víbora les queda muy, muy lejos... y no solo en términos geográficos. Bien Mitsuhiko Yoshida con su recreación de la fábula de la tortuga y la liebre, a la que le pega un giro muy ingenioso. Kotobuki Shiriagari tiene un estilo gráfico que no me atrae para nada, pero no puedo decir que sea malo, o que no logra llevar adelante lo que tiene para narrar. Mientras que Shinbo Minami me cautivó con su trazo naïf, ideal para una tira de humor gráfico, pero lo que cuenta no me interesó en absoluto. Muy bueno tambien el trabajo de Shinya Komatsu, bien equilibrado, original, gráficamente precioso. Otro que se queda en el impacto visual de su dibujo pero no cuenta nada es Einosuke. Una pena, porque técnicamente es un monstruo. Paso por alto otras tres historietas muy flojitas, con poco o nada para rescatar, y me encuentro con un relato de Akino Kondo tranqui, sin pretensiones, pero muy logrado, un slice of life sumamente agradable. Después vienen otros dos bodrios infumables. Shigeyuki Fukumitsu me llamó la atención con su trazo, muy en la línea del comic alternativo yanki, prolijo, claro, con muchos recursos gráficos... y un guion que se estira más de lo necesario hasta hacerse casi aburrido. Otro con una estética muy de indie norteamericano es Kataoka Toyo, muy cercano también a un Rodrigo Terranova, ponele. Los guiones no están mal, son comedias groseras y truculentas. Dejo de lado otra historia sin pies ni cabeza y -ya cerca del final- descubro a Keizo Miyanishi, una autora ya veterana que pela un virtuosismo gráfico alucinante, con un estilo muy original, muy impactante, para una historia de terror que funcionaría mejor con menos texto y una narrativa más tradicional. Me quedan los trabajo de Hiroji Tani (con una estética que no tiene nada que ver con el manga, 100% occidental) y una bestia desencadenada llamada Otoya Mitsuhashi. Este sí es un crack, un Juan Carlos Víbora, hermano estiístico del mejor Guillem Cifré, o del Montesol más ido al carajo. Encima el guion es muy gracioso. Y cierra otro prócer, Kazuichi Hanawa (autor de la famosa novela En la Prisión, reseñada el 03/05/18), con un dibujo extraordinario, puesto al servicio de una idea muy loca, un tanto perturbadora, que se nota que le costó comprimir en 26 páginas. Es la más larga del tomo, pero por la ambición de lo que plantea Hanawa, necesitaba unas 15 ó 20 páginas más, como para meter menos viñetas por página y que todo se viera mejor y más claro. Pero al lado de algunos de los sapos que me tuve que morfar, esto es la gloria máxima. Y bueno, nada más, por hoy. Prometo más antologías con material alternativo y extraño para la próxima. Gracias y hasta entonces.

domingo, 17 de septiembre de 2023

DOMINGO MONSTRUO

Después de un Vol.3 de Monster que me había dejado muy conforme y muy optimista de cara al futuro (ver reseña del 18/07/23), me zambullí muy cebado en el Vol.4. ¿Para qué? Son 400 y pico de páginas en las que pasa tan pero tan poco, que al toque tuve que agarrar el Vol.5, como para poder sentir que la historia había avanzado algo, aunque sea. Pero ya que tengo espacio, empiezo por otro lugar: las portadas. Son horribles. Ese color marrón/ terracota es lo menos atractivo del mundo. El juego de las fotos enmarcadas, que arman una especie de galería de personajes, o de imágenes con alguna relevancia en el argumento, se hace insostenible después de las... dos o tres primeras veces. Y los textos de la contratapa, con los que deberías cebar al lector ocasional que levanta un tomo de una mesa de la librería para ver qué onda... ¡están en inglés!. Posta, pareciera que las tapas están diseñadas a propósito para que los libros no se vendan. Encima, si tirás a la mierda estas sobrecubiertas pecho frío, abajo te encontrás con una portada toda negra, con menos onda incluso que la galería de cuadritos con fondo marrón. Como decía al principio, el Vol.4 es una falta de respeto por parte de Naoki Urasawa. A lo largo de unas secuencias groseramente estirada, el autor desarrolla un poco más al personaje del detective Richard Brown, para después matarlo sin piedad. Ahí cobra relevancia el Doctor Reichwein, al que también Urasawa desarrolla muchísimo y trata de hacerlo encajar lo más posible en la trama, al cruzarlo con Roberto (cuyo rol en este tomo es menor) y sobre todo con la pista que (una vez más) conduce a Johan como posible asesino de Richard. Lógicamente, Reichwein terminará por interesarse por el entorno del excéntrico millonario Schuwald, donde Johan está muy metido. Pero ¿esa punta no la íbamos a explorar a través del personaje de Nina? Sí, bueno, se superpone un poco todo. Nina aparece poco en el Vol.4, y Tenma (el supuesto protagonista) aún menos. El tomo termina con decenas de páginas centradas en Schuwald y su relación con Johan, con el pibe que resulta ser su hijo, con la mujer con la que lo concibió, con la biblioteca a la que le va a donar los libros... Lo único mínimamente relevante en todo ese tramo es la aparición de ese misterioso libro de cuentos para chicos (escrito en checo) que le produce a Johan una reacción por lo menos inesperada. ¿Se resuelve en este tomo el misterio del libro? No. ¿Y en el Vol.5? Tampoco.
El Vol.5 tiene un poco más de sentido, pero también es choreo. Tras larguísimas secuencias en las que casi todos los personajes confluyen en la biblioteca de Bayern a la que Schuwald va a donar sus libros, llegamos a un momento clave, donde la historia debería haber terminado: tanto Tenma como Nina, ambos armados, quedan frente a frente con Johan y los dos tienen la oportunidad de cagarlo bien a tiros. Ninguno lo hace. Listo, me están cagando. Es obvio que Urasawa no quiere terminar la historia, quiere seguir estirándola hasta el infinito, porque faltan siglos para que se vuelva a dar una situación tan clara como la que vemos en este quinto tomo. Después, el detalle de que el libro infantil esté escrito en checo lleva a Tenma a la ciudad de Praga, en busca de la verdadera madre de Johan: otro calvario, con secuencias larguísimas en las que Urasawa introduce nuevos personajes secundarios (Grimmer, el detective Suk) y nuevos villanos (Petrov) y de nuevo se arma una trama compleja y atractiva, en la que ni Tenma ni Johan parecen tener el menor peso. Es como si a Urasawa se le ocurrieran plots para una nueva novela gráfica y los metiera a presión adentro de Monster, con la excusa de explorar las consecuencias de las consecuencias de las consecuencias de una punta argumental que quedó abierta de pedo en los tomos anteriores y que andá a saber si tiene alguna relevancia en la resolución de la trama central. Esta narrativa laberíntica, que convierte a la premisa original en una especie de jardín de los senderos que se bifurcan, este truco ya muy repetido de dedicarle cientos de páginas al desarrollo de personajes que luego morirán o desaparecerán sin aportar mucho más que pistas mínimas (y a veces confusas) acerca de Johan, su pasado, sus motivaciones, etc., me secó los huevos. No quiero leer más tomos en los que Urasawa nos vende espejitos de colores, amagues y gambetas. El dibujo es glorioso, cada personaje está perfectamente construido, los diálogos (ya lo dije la vez pasada) son buenísimos, pero el guion de Monster es una trampa. El subtexto interesante del primer tomo en el que Urasawa hablaba de la medicina como negocio y no como servicio quedó muy abandonado, la acción es escasa, Rungen (que pintaba para antagonista grosso) ya está condenado a un rol tan periférico que no constituye una amenaza real para Tenma... Tengo cada vez más cosas que criticarle a los guiones, realmente. No sé si voy a comprar los cuatro tomos que faltan para llegar al final de la obra, pero sí sé que, si los compro, no los voy a conservar, porque nunca voy a releer Monster. ¿Me intriga saber cómo va a terminar? La verdad que cada vez menos, porque me doy cuenta de que para llegar a la resolución me voy a tener que comer casi 1700 páginas más de peripecias menores, secuencias de escasa relevancia estiradas más allá de cualquier límite y humo en cantidades industriales. Y sí, hay momentos en los que ser fan de Urasawa requiere comerse garrones importantes... Buena semana y nos reencontramos pronto, con nuevas reseñas acá en el blog.

martes, 7 de febrero de 2023

CLOCKWORK APPLE

Bueno, al final este libro no era tan voluminoso. Apenas 240 páginas que, como en todo manga, se leen rápido, gracias a la narrativa ágil, muy basada en la acción, en contraposición con el Showcase de los Challengers donde estuve días luchando contra esas viñetas repletas de diálogos y bloques de texto que te explicaban absolutamente todo, por las dudas de que no entendieras lo que estaba sucediendo. Este libro es un sueño húmedo: tapa blanda, historias cortas, material escrito y dibujado por el glorioso Osamu Tezuka entre 1968 y 1973, en ese período alucinante en el que pasa de ser "el mangaka que dibuja divertidas aventuras para chicos de todas las edades" a ser el amo y señor del gekiga más oscuro y más retorcido. Parece mentira que en castellano no esté editado y que en EEUU haya salido gracias a un crowdfunding, porque la editorial no se quería arriesgar. Pero veamos que nos ofrece el Manga no Kamisama en estos ocho relatos. En el primero, el protagonista es un jerarca nazi que tiene a su cargo un campo de concentración, donde tortura, viola y asesina sin piedad a sus prisioneros, en busca de una droga que finalmente encuentra... demasiado tarde. Tezuka es tan cruel, que hasta la última página te hace creer que este hijo de mil putas se va a salir con la suya. Es una historia tan siniestra, con tanta mala leche, que el dibujo exagerado, caricaturesco, casi humorístico del Dios del Manga hace un poco de ruido. Probablemente el argumento funcionaría mejor con un dibujante más realista, un Takao Saito, ponele... La segunda es una historia que mezcla romance y ciencia ficción (y también hay asesinatos y sexo, ¿por qué no?), donde se toca un tema que muchos años después va a reaparecer en los comics de Marvel: la posibilidad de que una mujer androide dé a luz a un hijo, fruto de su amor con un hombre de carne y hueso. Salvo el final, que es medio frutero, el resto es excelente. La tercera historia es la más extensa y la que da título al libro. La trama es brillante, es de esos guiones de Tezuka que parecen mecanismos de relojería, en donde todo encaja, hay explicaciones hasta para los sucesos más bizarros y cada detalle que se menciona al pasar resulta importante en algún momento del desarrollo. A Clockwork Apple te pone muy nervioso, te hace sentir la opresión, el enrosque y en un punto me hizo acordar a Dead Air, la opera prima de Michael Allred que vimos el 11/05/15. También se cae un poquito al final, probablemente porque Tezuka no quería continuar la historia más allá de las 60 páginas. Pero daba para un poquito más. Después viene la historia más floja, la del taxista y el pasajero, dos personajes uno más turbio que el otro que se psicopatean el uno al otro a lo largo de 17 páginas. La consigna de la historia es buena, los personajes son atractivos, pero le falta fuerza al conflicto y onda a la resolución. La quinta historia es una de romance y misterio, muy bien llevada, donde Tezuka vuelca su pasión por la medicina. En la resolución es muy importante un quiste, parecidísimo al que me extrajeron a mí a los 18 años, así que me sentí muy identificado con la protagonista. Los médicos que me atendieron en aquel entonces me dijeron que mi caso era de uno en un millón, y Tezuka juega esa misma carta en la historia, para sorpresa de la inmensa mayoría de los lectores, que deben creer que lo que cuenta el ídolo es algo 100% fantástico, que se le ocurrió a él y no existe en la realidad. Pero yo doy fe de que existe. El sexto relato es otra oda a la crueldad y la truculencia. Acá vemos morir acribillados a niños, niñas y adultos, hay drogas, torturas y violaciones y un nivel de violencia y sordidez que me imagino que habrá causado escozor allá por 1972. El ritmo es tremendo, la forma en que Tezuka crea tensión y te manipula para que creas que los malos van a ganar también, es impresionante. Y encima el final es redondísimo. Nos queda la otra historia que compite con la sexta a ver cuál es la mejor. Esta es una de intriga política, sin elementos fantásticos, en la que básicamente se planifica y se ejecuta un atentado contra la vida del Primer Ministro, en otro relato tenso, narrado como solo el Dios del Manga podía hacerlo, en este caso con dibujo más serio, más adusto, menos estridente, pero de una efectividad apabullante. Y cerramos con una historia de codicia, venganza y sexo, ambientada en el futuro y repleta de mala leche. Acá también hay traiciones abyectas, muertes escabrosas, garches enroscados y un clima de desolación digno de mejor gekiga. No la pongo al nivel de las dos anteriores porque el final es un poco más predecible, pero sin dudas es una excelente historieta, que en apenas 38 páginas desarrolla un conflicto muy espeso y le da carnadura a cinco o seis personajes importantes. No hay nada que hacer: cuanto más exploro esta etapa en la producción de Tezuka, más me asombra su transformación, su maduración, sus ganas de subirse la apuesta a sí mismo una y otra vez, de pintarle el culo a los que lo habían catalogado de "autor de aventuras para chicos", un poco para bajarle el precio. En los ratitos libres que le dejaron algunas de sus obras más impactantes y más laureadas, el Dios del Manga reservó un poquito de su magia para estas historias cortas, que resultan un deleite incluso leídas 50 ó 55 años tarde. Capo absoluto. Y ahora sí, tengo para encarar un libro bastante más extenso, así que me voy a tomar unos días para saborearlo. Nos reencontramos pronto con esa reseña, acá en el blog.

domingo, 25 de septiembre de 2022

MÁS AKIRA

Terminada la seguidilla de reseñas dedicadas a los tomos individuales, me queda pendiente una reseña más global del célebre manga de Katsuhiro Otomo, con algunas puntas que no tienen que ver con un tomo en particular, cositas que me quedaron colgadas de las reseñas anteriores, etc. Akira es un manga que se empezó a serializar a fines de 1982 y terminó a mediados de 1990. O sea que más que ochentoso es hiper-archi-ultra-mega ochentoso, quizás más ochentoso que Dragon Ball, Saint Seiya o Banana Fish. Pero la gran ventaja es que no se le nota, para nada. Leído hoy, en 2022, no te lleva de nuevo a esa época. No estás todo el tiempo pensando "y bueno, es una obra de los ´80". El dibujo es tan moderno, tan de avanzada, que no quedó anclado a la forma en que normalmente se dibujaban los mangas en los ´80. Si te dicen que Otomo lo dibujó en... 2015, no te parece un disparate, ni mucho menos. Esto tiene que ver en parte con la inmensa influencia que ejerció Otomo en los mangakas que vinieron atrás suyo. No solo en Satoshi Kon, su asistente, luego amigo y socio, sino en muchos autores (incluso de Occidente) que estudiaron Fireball, Akira, Domu y el resto de los mangas de Katsuhiro y descubrieron una nueva forma de plasmar sus historias en imágenes, tan distinta de la forma clásica (la de Osamu Tezuka, digamos) como en su momento fue la de Yoshihiro Tatsumi o los otros pioneros del gekiga. Entonces la estética "akiresca" trascendió totalmente a Akira, a su época, y a su contexto geográfico, al punto que hoy la asociamos con tiempos mucho más cercanos. Eso es un mérito enorme del sensei Otomo, que compensa el hecho de que -una vez terminada la serialización de Akira- prácticamente no volvió a dibujar manga. No me quiero meter con la película de 1988, pero sí señalar que el combo entre el manga y la película animada fue lo que le permitió a Akira convertirse en esa punta de lanza en la invasión del manga al resto del mundo. Era una obra relativamente corta para el mercado japonés, dibujada como la San Puta por un tipo que obviamente había leído comic europeo, y encima venía con un largometraje animado que te partía el ojete en 18.564 pedacitos. ¿Cómo resistirse a una cosa así, tan intensa, tan moderna, tan distinta? Otomo capitalizó a full su rol de "embajador del manga en el resto del mundo". Rosqueó con Marvel para que Epic publicara Akira en inglés, en tomitos de 48 páginas, en sentido de lectura occidental... ¡y a todo color! Creo que si Archie Goodwin le pedía incluir en cada librito una foto de su vieja en bolas, Otomo decía que sí. Una vez que puso el piecito en Francia y EEUU, Otomo se dedicó a hacerse amigo de Moebius, de Jodorowsky y demás próceres del comic occidental y hasta dibujó un comic de Batman para una antología de DC. Así es como tanto el autor como su obra quedaron rápidamente integrados al canon del comic mundial, ya no confinados a los lectores/fans del manga, sino a un mercado infinitamente más grande, justo cuando empezaba a pegar fuerte la idea de la globalización. Para millones de lectores no japoneses, Akira fue el primer manga al que tuvimos acceso, y eso también contribuyó a darle a la obra ese status legendario. Y bueno, qué pena las horas perdidas, como dice la canción de Zambayonny. Cómo me hubiera gustado Akira si toda la obra estuviera escrita como el Vol.1, o si fuera más corta. O si hubiera terminado en el Vol.3, incluso sin cerrar todas las puntas argumentales. Leo por ahí que más de uno rotula a Akira como una obra de género cyberpunk, y me cago de risa. Akira es una obra que empieza como una especie de thriller político con elementos futuristas, en el medio pasa a ser una de aventuras y superpoderes bien clásica (tipo Mai the Psychic Girl) ambientada en un futuro post-apocalíptico, y al final es un delirio casi metafísico, mezclado con aventuras extremas tipo Die Hard, y terror físico y deforme tipo película de David Cronenberg. Obviamente hay que reconocer que en los ´80 no había muchas historietas así, que abordaran esos géneros de esta manera, y mucho menos que generaran semejante impacto. Pero lo de "cyberpunk" parece una joda o un engaña-pichanga. Con todas sus falencias en materia argumental, a 40 años de su aparición Akira sigue siendo un clásico importantísimo, y una obra que sin dudas hay que leer, aunque sea una vez. Por la calidad del dibujo, al que le queda chico el calificativo de "majestuoso", por lo vibrante de la narrativa, por la onda de los personajes, por lo extremo de las situaciones vinculadas a los superpoderes (si leíste muchos comics de mutantes por ahí te preguntás por qué en el Universo Marvel nunca hubo una aventura como esta) y porque cuando el muerto es tan famoso, ningún forense se quiere perder la posibilidad de estudiar el fiambre y tirar su propia teoría de por qué palmó. Mil gracias a tod@s l@s que se engancharon con este experimento y pronto vuelven las reseñas habituales, con la típica mescolanza de material de distintas épocas y distintos países, acá al blog. A l@s amig@s de Tucumán, l@s espero el martes 4 en Legión Comics para la presentación de ¿Quién quiere ser superhéroe? y a l@s de Santiago del Estero, el miércoles 5 en la librería Utopía, donde también vamos a estar presentando el libro. Aguante todo.

sábado, 24 de septiembre de 2022

AKIRA Vol.6

Bueno, otro desafío cumplido. Seis días, seis tomos de Akira, tres de ellos de más de 400 páginas. Este la verdad que es medio trampa. Son unas 430 páginas de historieta, pero narradas a un ritmo mucho más descomprimido que el del manga promedio. Cada acción, hasta la más mínima, se despliega en una cantidad de viñetas (o páginas) también muy por encima del promedio. El dibujo de Katsuhiro Otomo está a estratóferas de distancia del promedio, así que se disfruta mucho todo el aspecto visual. Pero a nivel narrativo, se nota demasiado la voluntad del autor por estirar el desenlace hasta los límites más bizarros. En este tomo, lo único que le queda a Akira es la machaca. No hay más adorno, no hay más barniz, no encuentro nada que aparezca entre los pliegues de la trama ahí, subyacente, como para que el lector atento diga "ah, claro, ESTO es lo que Otomo quería transmitir". Pero claro, hay tantos personajes, que la machaca se puede llegar a empantanar, y por eso en el primer tercio del tomo, el autor se limpia a varios personajes menores. Obviamente al pobre Eggman, que nunca pasa de ser un chiste, al Comandante, a casi todos los monjes, al primer infiltrado de la invasión extranjera que se había hecho "amigo" de Ryu, a la pobre Kaori... Después, en el segundo tercio, morderá el polvo un personaje de bastante más peso en la trama, pero para ese entonces ya la machaca habrá cobrado proporciones casi cósmicas. Lo que empezó con toques de conspiración, intriga política y cierta pátina de sofisticación digna de un gekiga de Osamu Tezuka, ahora es body horror pasado de rosca, con seres informes de un nivel de poder que le pondría los pelos de punta a todos los Avengers, todos los X-Men y todos los Eternals. Y de nuevo, todo pasa por la destrucción. Los milicos de las grandes potencias quieren destruir a Tetsuo, pero este los hace crosta. Kei, ahora depositaria del poder de varios personajes psiónicos, se convierte en una especie de Superman, y usa sus poderes... para tratar de destruir a Tetsuo. Y así. En el medio siguen pululando personajes normales, sin poderes, como la "rambesca" Chiyoko, el estoico Coronel (que a medida que pierde sentido y peso en la trama, gana heroísmo y dignidad), el enigmático Ryu (que al final es el único que se anima a pelar un chumbo y dispararle a Akira), Keisuke y Joker (estos ya ascendidos de pandilleros en moto a comandos re-pesuttis con armas cada vez más tremendas), y por supuesto Kaneda, al que -de nuevo- le pasan cosas que serían letales para cualquier ser humano en cualquier contexto lógico, pero zafa milagrosamente de todo, con total impunidad. Nada parece cambiar el curso de la acción (o sea, Tetsuo descontrolado, con poder suficiente para obliterar a quien se le cante) hasta que los niños-ancianos-freaks-psiónicos trascienden el plano físico y se conectan con Akira. Ahí, de un modo que Otomo no explica demasiado, el pibito que causara la destrucción de Neo-Tokyo decide dejar de ser testigo de las atrocidades de su "amigo" Tetsuo, y confronta su inconmensurable poder con el del ex-pandillero, ex-falopero Número 41. Una vez que pasamos la página 300, esto ya es un festival 100% visual, donde las cosas pasan mitad en el plano "real", y mitad en un plano espiritual (por eso me parece lógico eso que comentaba un lector del blog acerca de que fue Alejandro Jodorowsky quien le sugirió a Otomo cómo resolver el final), con escenas que pasan también en la mente de los personajes. Los flashbacks y el relato en tiempo presente intersectan, se enfiestan unos con otros, la realidad se distorsiona para incluir cosas imposibles que los personajes alucinan o viven en otro plano; y no, Akira no termina por desinflarse, sino que termina con (otro) big bang, otra secuencia cataclísmica que cambia todo para siempre, aunque esta ya totalmente despojada de cualquier pretensión de realismo o verosímil. Las últimas... 45 páginas son un epílogo en el que Otomo deja en claro quiénes quedaron vivos y cómo se perfila el nuevo statu quo. Y acá ya vemos a un Kaneda más maduro, un poco menos bardero, más consciente de su rol de líder, aunque todavía picante y cocorito. Es un lindo final, emotivo, esperanzador, donde los más valientes y los más leales se llevan las mejores recompensas. Lástima la cantidad de páginas que le tomó al autor llegar hasta ahí. Y nada más, por hoy. Mañana, si no pasa nada raro, cerramos la SemanAkira con una última reseña no centrada en un tomo particular sino en la obra en general. Gracias y hasta entonces.

viernes, 23 de septiembre de 2022

AKIRA Vol.5

Otro tomo larguísimo (más de 400 páginas) y muy estirado, en el que cada vez se nota más que Katsuhiro Otomo llena cientos de páginas con peripecias que no le aportan casi nada a la trama global de la obra. Esta entrega empieza con la reaparición de Kaneda (por ahora no se explicó cómo sobrevivió al cataclismo, ni dónde estuvo durante el tomo en el que no lo vimos). Kaneda pronto se va a reencontrar con el resto del elenco y, si bien va a cumplir una misión para Lady Miyako, no se va a encolumnar de manera férrea detrás de esta poderosa líder. Hablando de cumplir misiones, la de llevar a Kiyoko al templo de Lady Miyako no la va a cumplir Chiyoko (que llegó al final del Vol.4 gravemente herida) sino el Coronel, que ahora juega para el bando de los buenos. Después de muchas páginas repletas de acción y de peligros no muy importantes, en el templo van a estar prácticamente todos los jugadores que pueden ponerle un freno a Tetsuo: Lady Miyako, Kei, Chiyoko, el Coronel, los monjes y los dos nenes-ancianos-freaks-psiónicos. Por fuera de esa alianza, Kaneda se va a juntar con los motoqueros que fueron sus amigos y hasta sus enemigos, y también van a ir contra Tetsuo, pero en otros términos. Ryu sigue por su lado, en un rol medio lamentable: el de ser testigo de cómo las fuerzas armadas extranjeras tratan de hacer pie en esta Neo-Tokyo devastada. Otomo le dedica muchas páginas a los diálogos entre científicos y militares de EEUU, Rusia, China y demás potencias que se unen para intentar reducir a Tetsuo, y son los momentos más intrascendentes del tomo, porque es obvio que el "Número 41" los va a destruir de taquito, casi sin transpirar la camiseta. Otro recurso para rellenar es dedicarle largas secuencias a mostrarnos cómo se expandieron los poderes de Tetsuo ahora que largó las drogas. Son los momentos en los que más brilla el dibujo, pero la trama sigue sin avanzar. Finalmente, y de manera bastante caprichosa, pareciera que la batalla final va a ser la de Tetsuo contra Kei: un pibe infinitamente poderoso, casi un Dr. Manhattan, contra una piba normal, a la que se le van a meter adentro los otros personajes con habilidades paranormales (Lady Miyako y los nenes-freaks) para tratar de robarle el poder a Tetsuo y lanzarlo contra Akira, que -sin hacer un carajo- sigue siendo el que más miedo mete a propios y ajenos. Entre las escenas más lindas del tomo están esas en las que avanza un poquito el romance entre Kei y Kaneda, y entre las más inquietantes, más sombrías y más retorcidas, esas en las que Otomo nos muestra el estado calamitoso en el que le quedaron el cuerpo y el bocho a Tetsuo. Cada vez que lo ves en la misma viñeta que la pobre Kaori, te da un "cringe" importante. Para complicarla un toque más, a un solo tomo del final aparece otro pibe con poderes, el gordito apodado "Eggman", que no tengo idea de qué rol cumplirá en el desenlace. Por ahora es un WTF?!? (otro WTF?!?, en realidad). La segunda mitad del Vol.4 y buena parte del Vol.5 me requirieron un ejercicio de paciencia importante. Se me hizo muy obvio que la gran mayoría de lo que pasa no es relevante en términos de la trama global de la obra. Está todo dibujado como los dioses, la narrativa es intensa, electrizante, pero cosas que deberían generarme tensión me generaron tedio. Tantas vueltas, tanta franela, tanto combate al pedo contra soldaditos de mierda que sabés que no tienen chapa para hacerle frente a ninguno de los personajes más o menos protagónicos... No hacía falta, realmente. Por ahí el final me aclara algunas dudas, como por ejemplo por qué tipos como Ryu o el Coronel, que sobrevivieron de milagro pero quedaron aislados de las organizaciones que los respaldaban, siguen ahí, jugándose la vida una y otra vez en medio de este hiper-kilombo entre seres de infinito poder. Kaneda... nada, ya me resigné. Me quedó claro que es un pendejo bardero, totalmente inconsciente de los peligros que corre, adicto a la adrenalina de la aventura extrema, que encuentra en esta situación límite la excusa perfecta para hacer lo que más le gusta: subirse a la moto y contribuir a la violencia y al descontrol generalizados, a fuerza de tiros, líos y cocha golda. Quedan por delante unas 430 páginas, en las que Otomo podrá seguir destruyendo más cosas. El verosímil ya lo destruyó hace rato. El mecanismo de relojería que armó en el primer tomo, también. Le quedan un puñado de personajes muy carismáticos, algún que otro enigma para resolver y en una de esas, algún otro mensaje fuerte, socialmente relevante, como los que aparecen de vez en cuando en esta saga, cuando el ritmo frenético de los combates y las persecuciones lo permite. No me acuerdo prácticamente nada del argumento, con lo cual estoy leyendo Akira casi por primera vez. Pero sí, me acuerdo que cuando leía los libritos a color de Epic/ Marvel llegué a un punto en que la historia se me hizo larga y densa al pedo, y de ahí hasta el final seguí leyendo casi por ósmosis. Estoy de nuevo en ese punto. Mañana, cuando descubra cómo termina la saga, me enteraré si Akira sigue cuesta abajo hacia el embole, o si pega un volantazo y termina arriba, con un big bang comiquero a la altura de la mitología que se construyó en torno a esta obra. Gracias y nos reencontramos mañana para reseñar el final de Akira, acá en el blog.

jueves, 22 de septiembre de 2022

AKIRA Vol.4

Cuarto tomo de la obra magna de Katsuhiro Otomo, y acá se rompe un poco la fórmula de los dos tomos anteriores. Como lógica consecuencia de lo que sucede al final de Vol.3, el Vol.4 no arranca con la típica acción al recontra-palo, sino todo lo contrario. Las primeras 130 páginas no tienen prácticamente acción, son más bien descriptivas. Es el tiempo que se toma el autor para recorrer este nuevo escenario en el que se va a desarrollar la trama, contarnos qué queda y qué desapareció de lo que habíamos visto hasta ahora, y cómo se reacomodó lo que queda. Después de un tomo fuera de escena, Tetsuo vuelve con todo y va a ser el hilo conductor de este tramo. Akira va a cobrar protagonismo de a poco. Y Lady Miyako dejará de ser un misterio: ya desde el arranque Otomo la plantea como una fuerza potencialmente opuesta a la de Tetsuo, que reconvierte su santuario en un refugio donde brinda atención médica y comida a la gente que lo perdió todo. Y para la mitad del tomo, Miyako le contará en detalle su origen y todos sus secretos nada menos que al propio Tetsuo, que es precisamente quien más interesado está en eliminarla. ¿Cuál es la lógica de esto? No lo entendí. Pero básicamente estos personajes ocuparán los roles decisivos, en la lucha por el poder en las ruinas de Neo Tokyo. Pasaditas las 130 páginas, Otomo pone en marcha otro conflicto, que va a intersectar con el del clivaje entre los seguidores de Miyako y los que tienen como mesías a Akira y como líder a Tetsuo: por algún motivo que no se explica del todo, Chiyoko convence a Kei de que tienen que llevar a los chicos-freaks que parecen ancianos y tienen poderes psiónicos (ahora hay solo dos) al templo de Lady Miyako. Ahí aparece una misión, que por supuesto estará plagada de innumerables obstáculos y que nos mostrará a estas dos mujeres empoderadas a niveles casi sobrehumanos. Chiyoko y Kei son más o menos Stallone y Schwarzenegger: vencen a tropas enteras de soldados, patotas, ratas, lo que sea con tal de cumplir con su cometido. Y no voy a revelar acá si lo cumplen o no. Por las márgenes de la trama, avanza otro plot protagonizado por Ryu, que ahora tiene un nuevo aliado, pero ninguno de los dos hace nada demasiado relevante. Y el que parece estar a un costadito, haciendo ejercicios precompetitivos del otro lado de la línea de cal, es el Coronel, que ya para la página 200 (que vendría a ser el Ecuador de este tomo de 400 páginas) se suma a uno de los ejes argumentales principales, en un rol bastante distinto al que lo habíamos visto desempeñar hasta ahora. Entre una cosa y otra, el que no da señales de vida es Kaneda. Es el mismo truco que había hecho Otomo en el tomo anterior con Tetsuo, pero llama más la atención, porque hasta ahora Kaneda era el protagonista indiscutido de la obra. Acá lo vemos apenas en un flashback al pasado de Tetsuo. La segunda mitad del tomo es realmente cruenta. Muere gente a rolete y hay un despliegue de violencia y mala leche muy extremo. De nuevo, es casi inexplicable que una chica normal como Kei sobreviva a todo eso. Pero por otro lado, este clima de guerra sin cuartel entre sobrevivientes muertos de hambre, acuciados por todo tipo de carencias, trae de nuevo a la luz cierto discurso por parte de Otomo vinculado a la naturaleza predatoria del ser humano. El autor nos invita a pensar cómo mientras quede un atisbo de organización social, habrá siempre grieta, bandos, "ellos o nosotros" (como diría un diputado fascista), y demás rupturas que a la primera de cambio pueden detonar combates de todos contra todos. Y a mayor precariedad, más fácil resulta manipular a las masas, como queda muy claro en este tomo cuando un súbdito de Tetsuo conocido solo como "el Comandante" moviliza a una legión de sobrevivientes crotos y hechos mierda, para que se jueguen la vida en una embestida casi suicida contra el templo de Lady Miyako. Vamos a ver qué pasa en el próximo tomo, a ver si vuelve Kaneda, o si Otomo nos cuenta qué pasó con él. Mientras tanto, y desde una óptica más global, estas 400 páginas son claramente de transición: acá no pasa nada que marque un antes y un después. Es lógico, por cómo terminó el Vol.3. No se puede pretender que al toque Otomo suba la apuesta una vez más después de semejante momento. Pero también espero que el plan para el Vol.5 no sea seguir estirando hasta el infinito conflictos que, en el contexto general de la obra, no parecen ser tan relevantes. Esta vez, ni un renglón para el dibujo. Simplemente señalar que en el ejemplar que tengo yo, hay varias páginas donde los negros no se ven negros, sino medio grises, como si hubiese un problema con la tinta, o con la imprenta. Me imagino que no será algo que sucedió en toda la edición yanki del Vol.4, sino que lo tengo que atribuir a mi mala suerte. Igual, me chupa un huevo, porque el dibujo es glorioso y no pierde impacto ni siquiera cuando el negro no se imprime con la intensidad que debería tener. Mañana, la reseña del Vol.5. Gracias y hasta entonces.

miércoles, 21 de septiembre de 2022

AKIRA Vol.3

Sigo la recorrida por la icónica obra de Katsuhiro Otomo que no había releído nunca en... 30 años, y me toca hablar un poco del tercer tramo. De nuevo me pasó lo mismo que con el tomo anterior: un libro de 280 páginas, y 230 páginas en las que prácticamente no pasa nada, y que se pueden resumir con la frase "tres grupos tratan de capturar o controlar a Akira antes de que se despierten sus tremendos poderes". Con esto, Otomo te llena -repito- 230 páginas. De nuevo, todo narrado a un ritmo tremendo, con una acción que te parte la cabeza y peligros zarpadísimos a los que ningún mortal común y corriente debería sobrevivir. Con Tetsuo fuera de escena, cobra protagonismo Nezu, un político rosquero que juega a dos (o más) puntas y que también controla a un puñado de adolescentes con habilidades paranormales. El grupito de Nezu, que en principio responde a Lady Miyako, será una de las tres facciones que se lancen a la búsqueda frenética de Akira. Otra es la del Coronel, que tiene a su servicio a los chicos-freaks-cautivos-psiónicos, al ejército y a unos ultra-robots armados hasta los dientes, preparados para reprimir el crimen y las protestas en las calles de Neo-Tokyo. Y la tercera es la improbable, la ilógica, conformada por Kaneda, Kei y Chiyoko, una señora grandota, pulentosa, una especie de Rambo fanática de las armas y dura de matar. Pero además en el camino se va a cruzar Ryu, casi por casualidad, y va a ser importante en algún momento de este gigantesco maremagnum de violencia y destrucción que son las primeras 230 páginas de este tomo. Después de mil vueltas, en las que Akira pasa de mano en mano como el Guantelete del Infinito en Avengers: Endgame (de un modo que casi causa gracia por lo exagerado y lo inverosímil), de nuevo hay una "hora de la verdad". En un punto, todas las facciones confluyen alrededor del pibe de poderes infinitos, aparentemente responsable de la destrucción de la antigua Tokyo, y por supuesto la idea de capturarlo antes de que despierten esos poderes va a tener menos éxito que Coca-Cola cuando lanzó la gaseosa con gusto a mate. Y ahí es donde este tomo se pone apasionante: Akira, al que zarandearon como un muñeco de trapo de acá para allá durante 230 páginas, está despierto y tiene que decidir qué hace, con quién se va, en quién confía. De nuevo, Otomo eleva la tensión a niveles inhumanos, al punto que sentís la mano del autor en tu garganta, apretando hasta asfixiarte. Y cuando hay que resolver, resuelve el conflicto de manera que pierden todos. Es un final totalmente sorpresivo, que nadie imaginaba, y que podría incluso marcar el punto final de la obra. De acá en más, en esa segunda mitad (o más, porque los tres tomos finales son más gorditos), van a pasar cosas que -me juego la chota- el autor no tenía pensadas cuando empezó a publicar la serie. Ya veremos con qué me encuentro mañana cuando le entre al Vol.4. Mientras tanto, destaco algo que ya me había llamado mucho la atención en el Vol.3. ¿Qué carajo hacen dos adolescentes normales sin poderes como Kaneda y Kei en medio de ese bardo entre seres ultra-poderosos y armamentos militares hiper-sofisticados? No se entiende por qué se juegan la vida de esa manera y menos todavía se entiende cómo no la perdieron. Pongámosle que Chiyoko se la banca porque (como ya dije) es una Rambo con cuerpo de mujer y una contextura física privilegiada. Con muuuucha generosidad, supongamos también que Kei está entrenada para manejar armas y sobrevivir en situaciones de combate por Ryu, o por otros miembros del grupito de resistencia. ¿Y Kaneda? ¿Un pibe de 15 años que en el primer tomo lo único que hace es drogarse y andar en moto, de pronto es el Capitán América? Nada, me parece que el personaje funciona mejor cuando Otomo lo usa como comic relief que cuando lo pone en situaciones extremas de acción y violencia. Ya cuando él solo caga a trompadas a un soldado armado hasta la pija y se hace con el control de un tanque (¿dónde aprendió a manejar tanques? ¿En segundo año de la secundaria?) el verosímil se cae a pedazos como en esas historias de Tintin en las que el aventurero del jopito vence a piñas a un león y maneja lanchas, helicópteros, aviones y cohetes espaciales... a los 16 años. Del dibujo ya ni hace falta hablar, porque sigue en ese nivel monumental que ya vimos en los tomos anteriores. La secuencia final (no la voy a describir, por si alguno no leyó Akira y no sabe lo que pasa) es impresionante, no hay palabras que le hagan justicia. Ni con movimiento y sonido podría ser más impactante ni más pregnante. La verdad que cada vez que vea un comic donde hay que destruir muchas cosas, voy a pensar en cómo hubiese dibujado Otomo esa escena. Realmente acá está el canon, la referencia ineludible para este tipo de situaciones. Mañana les cuento qué me encontré removiendo entre los escombros. Gracias y hasta entonces.

martes, 20 de septiembre de 2022

AKIRA Vol.2

Ay, Katsuhiro, querido... ¿por qué me hacés esto? Después de un primer tomo magnífico, el Vol.2 derrapa feo, por lo menos a nivel argumental. En un tomo de 300 páginas, las primeras 240 se pueden resumir en esta frase: "Tetsuo descubre que existe Akira, se encapricha con que lo quiere conocer, averigua dónde lo tienen guardado y elimina todos los obstáculos que se le ponen enfrente hasta quedar cara a cara con él". Ya desde la segunda mitad del tomo anterior, Otomo nos dejó en claro que Tetsuo es un wild card formidable, totalmente impredecible, pero sobre todo imparable. O sea que por más que el Coronel y sus tropas traten de detenerlo, sabés de antemano que va a cumplir con su deseo de conocer y liberar a Akira. Con lo cual estas primeras 240 páginas no revisten prácticamente ninguna sorpresa. Para que parezca que pasa algo mínimamente emocionante, Otomo las decora con una infinita sucesión de peripecias protagonizadas por Kaneda y Kei, siempre al límite de peligros muy extremos, de los que zafan milagrosamente. Y también con escenas que exploran los poderes (y el predicamento) de los niños-freaks-cautivos-psiónicos, escenas que nos muestran cómo las cosas se le van de las manos al Coronel, y escenas que revelan la existencia de un personaje enigmático, Lady Miyako, de la que por ahora no sabemos casi nada. Sin mucha conexión con todo el resto de estos "aderezos", avanza un poco el plan de Ryu, que recién va a quedar más o menos claro sobre el final del tomo. Y además tenemos (por primera vez) la irrupción de un personaje que no está ni bien presentado, ni bien explicado, ni bien desarrollado: el flaco de anteojos y corbata que en un momento ayuda a Kei y Kaneda y más tarde confronta con el amigo de Ryu. ¿Por qué está ahí ese tipo? No se entiende. Lamentablemente, si bien todo este relleno está narrado de manera trepidante, con muchísima acción, violencia al palo y un despliegue visual devastador, no le aporta casi nada a la trama. El resultado de la ecuación es que en esas 240 páginas Tetsuo gana una chapa infinita, y que el Coronel, que se perfilaba como un antagonista grosso, se convierte en un perdedor que no pega una, una especie de Wile E. Coyote o Dick Dastardly, cuyos planes fracasan uno atrás de otro. Si no fuera un personaje repulsivamente autoritario, te diría que me dio lástima, el pobre gil. Menos mal que están las 60 páginas finales, para las que Otomo se reserva las sorpresas más zarpadas del tomo. Ahí sí, no hay relleno: es lo más parecido a "la hora de la verdad", en la que las cartas están sobre la mesa y el conflicto (por lo menos UN conflicto) se tiene que resolver sí o sí. Son 60 páginas tensas, vibrantes, en las que realmente no tenés la menor idea de qué puede llegar a pasar (a diferencia de la larguísima previa que desemboca en este final). Y pasan cosas grossas. Entre ellas, se explica de manera diáfana el misterio de Akira, que nos había generado intriga en el tomo anterior. A lo largo de todo el tomo, presenciamos una escalada de poder hiper-recontra-zarpada. Los personajes con habilidades psiónicas son cada vez más grossos y usan estos poderes de maneras más extremas, mientras que el Coronel activa armas cada vez más bestiales para tratar de contrarrestar el kilombo que le están armando Tetsuo por un lado y la resistencia de Ryu por el otro. Ya esas super-motos de Kaneda y sus amigos que en el Vol.1 nos parecían "wow!", ahora nos parecen "bleh", porque todo escaló a un nivel mil veces más jodido. Y en esa escalada, se desdibujan gradualmente Kaneda y Kei, porque son básicamente adolescentes normales, muy ágiles, muy despiertos, pero que en este contexto de violencia extrema, mega-arsenales militares y superpoderes al palo, deberían ser boleta en la página 50, como mucho. Otomo pisotea bastante el verosímil al mantener el foco en estos personajes que, por lógica, no tienen un choto que hacer en un conflicto de esta magnitud. El dibujo, aunque parezca imposible, es mejor que en el Vol.1. Sobre todo la aplicación de los grises, que acá es maravillosa, perfecta, crucial para ponerle iluminación y texturas a todas esas secuencias que transcurren en la base subterránea de los milicos. Todos los fondos son impactantes, las armas y vehículos son alucinantes, los personajes parecen estar vivos, la acción está contada como los fuckin´dioses y el trazo de Otomo, técnicamente prodigioso, tiene momentos de esa magia inexplicable y fascinante típica de Moebius. Este Vol.2 y los posteriores los conseguí en la edición de Kodansha, que es 10 años posterior a la de Dark Horse, y que toma aspectos técnicos y gráficos de varias ediciones anteriores: la traducción de la de Epic/Marvel, efectos y onomatopeyas de la de Glénat, tipografías y retoques digitales de la de Dark Horse, etc.. Esto, sumado a un papel mucho mejor que el que usó Dark Horse, resulta en un producto de una calidad realmente superlativa. Lástima todas esas páginas en las que pasa tan poco... Mañana les cuento cómo me fue con el Vol.3. Gracias y hasta entonces.

lunes, 19 de septiembre de 2022

AKIRA Vol.1

Los memoriosos recordarán que allá por fines de 2015, acá en el blog hice el experimento de leer todos los TPBs de Sandman, uno atrás de otro, en una seguidilla de 10 reseñas y un epílogo, a lo largo de 11 días consecutivos. Ahora que volví a completar Akira en la edición que yo quería tener, y para festejar los 40 años del inicio de la mítica saga de Katsuhiro Otomo, la idea es hacer lo mismo: reseñar los seis tomos en seis días consecutivos y cerrar la SemanAkira con un artículo más general a modo de epílogo. Son seis masacotes poderosos (creo que ninguno baja de las 350 páginas) pero trataremos de llegar con las lecturas y las reseñas con periodicidad diaria, de acá al domingo. Felizmente lo primero que me queda claro luego de leer el Vol.1 es que no me acordaba casi nada del argumento. O sea que buena parte de lo que leí me sorprendió tanto como aquella primera vez, cuando descubrí a Akira a fines de los ´80 en los libritos a todo color que publicaba Epic/ Marvel. Y rápidamente eso quedó opacado por otra conclusión obvia y contundente: Akira arranca en un nivel tremendo. El dibujo, ni hace falta decirlo, es glorioso. Otomo deja la vida en cada viñeta y encima tiene asistentes de la talla del inmortal Satoshi Kon, que se lucen en los fondos y en las líneas cinéticas. La historia canónica del manga moderno nos cuenta que la revolución, el quiebre, se produce a principios de 1979 cuando Otomo publica Fireball, esa historia de 50 páginas que le detona la cabeza a toda una generación de lectores (y de mangakas). Pero evidentemente entre 1979 y 1982 el ídolo no detuvo su aprendizaje, su curva ascendente hacia la gloria gráfica, porque en Akira todo se ve aún mejor, más impactante y más sólido que en Fireball. Las masas negras y los espacios blancos están mejor compensados, los personajes son más expresivos... Por ahí la narración está un poco más descomprimida, porque Akira es una serie extensa (para Occidente, no? En Japón 2000 páginas no son nada), pero la verdad es que -por lo menos en este primer tramo- no se siente para nada que Otomo esté estirando, o que opte deliberadamente por un ritmo narrativo más lento. Y esto conecta con lo más importante (por lo menos para mi gusto): el guion. No recordaba que el guion fuera tan bueno, tan compacto, que todo estuviera tan bien explicado, que no hubiese ni medio cabo suelto, que todo fluyera de modo tan orgánico, que las actitudes y decisiones de cada personaje estuvieran tan bien justificadas. Esto que parece un descontrol de acción al palo, violencia, estridencia, gente con hiper-poderes que hace que tiemblen los edificios, que mueve el agua con la mente o le hace estallar la cabeza a sus enemigos con solo mirarlos, en realidad es un relojito, un mecanismo narrativo perfecto, sin nada librado al azar. Ningún personaje está al pedo, ninguna secuencia pasa de largo sin aportarle algo interesante al relato, la machaca no está de adorno ni como "engaña-pichanga" para que uno crea que están pasando muchas cosas cuando en realidad no pasa nada... Realmente estamos ante un manga de una calidad superior, una especie de upgrade para los ´80 de las grandes obras de los autores clásicos de los ´60 y ´70, obviamente con Osamu Tezuka a la cabeza. Incluso bien leída, Akira es una historieta que habla de temas sociales ásperos, de preocupante vigencia. Hay una conspiración en las sombras que mueve millones y millones, y que destina parte de estos recursos a eliminar de manera violenta a gente que se interpone en sus planes, o que averigua más de lo que a ellos les conviene que se sepa. Hay adolescentes olvidados por la sociedad, que no tienen contención por parte de sus familias, que reciben una educación autoritaria carente de toda empatía, y que se decantan por una vida marginal, de violencia, escabio y drogas. Hay chicos en cautiverio, prisioneros de su condición de freaks pero con unos poderes psiónicos devastadores, constantemente monitoreados por las autoridades militares (que juegan para la conspiración ya citada). Y en el medio hay rebeldía juvenil, hay amistades inquebrantables, traiciones, puntitas de posible romance, manipulación y escamoteo de información, y un misterio ominoso, que va a crecer en los tomos posteriores, vinculado precisamente a Akira. ¿Qué o quién es Akira? En las primeras 350 páginas Otomo no nos da casi pistas de por qué la serie lleva ese nombre y no el de Kaneda, que es a todas luces el personaje central. Pero se intuye algo grosso, potencialmente cataclísmico, que se develará más adelante. Mañana les cuento cómo sigue esto, pero empezó muy arriba. No recuerdo que aquella primera lectura en la cuasi-infancia me haya generado el entusiasmo y las ganas de tirarme de cabeza sobre el tomo siguiente que me generó Akira ahora que la estoy leyendo en la cuasi-vejez. Acá sí que no hay humo: este es un manga que, 40 años atrás, arrancaba poniendo arriba de la mesa una calidad más que suficiente para aspirar al status de Obra Maestra del que goza en la actualidad. Gracias por leer y nos reencontramos mañana con la reseña del Vol.2, acá en el blog.

sábado, 23 de enero de 2021

17 al 23 de ENERO

Llegó ese momento del finde en el que me siento a reseñar los libros que leí durante la semana. Arranqué tranqui, con un masacote de 560 páginas. El Essential X-Men Vol.7, con altas papongas de los años 1986-88. En materia de dibujantes, esta etapa de Uncanny X-Men muestra cómo de a poco Marc Silvestri evoluciona de clon apenitas más moderno de John Buscema hacia un dibujante más personal, más influenciado por Arthur Adams. Se ve que Dan Green (el entintador titular de esta serie) entendía perfectamente a dónde quería ir Silvestri, porque lo complementa muy bien. Y también se ve que la coordinadora (Ann Nocenti, genia y figura) no dejaba que el dibujante se jugara todo a la espectacularidad y dejara en segundo plano la claridad y la fluidez del relato. Además, hay varios números con suplentes de muy buen nivel, como Kerry Gammil, Bret Blevins. Rick Leonardi o Jackson Guice, y un par realmente de lujo, como Alan Davis y Barry Windsor-Smith. El tomo también incluye dos Annuals, uno dibujado por Davis (que se luce infintamente más en blanco y negro) y otro por el ya citado Art Adams, también infernal, con un entintado preciosista de Terry Austin. Y además tenemos los cuatro números de la miniserie Fantastic Four vs. X-Men, donde Austin entinta a Jon Bogdanove. No es un mal combo, pero en el contexto del resto de los dibujantes, queda un poco atrás. Los guiones de Chris Claremont están muy bien, llevan hacia adelante la serie de modo muy armónico, con una dirección clara, en la que no se notan volantazos bizarros. El gran defecto es que, al igual que en el tomo anterior, Claremont ya no cuenta la historia de los X-Men, sino la de Storm, Wolverine y sus amiguitos. Esta es la etapa en la que, tras las bajas sufridas en la Mutant Massacre, el grupo salea buscar refuerzos, y entran casi de golpe cuatro personajes nuevos. Ninguno llega a opacar en lo más mínimo a Logan y Ororo, incluso cuando esta última se aleja del equipo para vivir una extensa aventura que va a terminar con la recuperación de sus poderes, justo a tiempo para Fall of the Mutants. Claremont narra la historia de Storm a modo de un sub-plot de largo aliento, y me da la sensación de que se disfrutaría más si fuera una novela gráfica o un one-shot por afuera de la serie, en vez de diluída, cortada en fetas entre tantos números. Fall of the Mutants es lo más flojo del tomo. El villano no tiene mucha explicación, la resolución es medio frutera (como cada vez que Claremont recurre al personaje de Roma), y por ahí lo más atractivo es ver a Colossus de nuevo en acción. Ah, no, pará: el guión del Annual 11 (el que dibuja Alan Davis) es groseramente peor que el de Fall of the Mutants. Un verdadero delito a mano armada. El resto está muy bien, con algunos momentos sobresalientes. Varios de ellos están en la miniserie con los Fantastic Four, que me volvió a impactar como la primera vez, primero porque casi no hay machaca, y segundo por lo bien que escribe Claremont a los FF, sobre todo a Reed, Sue, Ben y Franklin. Estuvo muy bueno el reencuentro con todo este material, que había leído numerito a numerito en mi ya lejana adolescencia, cuando era un adicto a los títulos mutantes que todos los años se clavaba 15 o 16 dosis de Uncanny X-Men. Este año le entro seguro al Vol.8.
Y también leí el Vol.3 de Ryuko, el manga de Eldo Yoshimizu que acá publica Buen Gusto. De nuevo, me masacró con el dibujo, con la cantidad de técnicas que emplea sin salir nunca del blanco y negro, cómo cambia de estilo según la secuencia, cómo te va del dibujo despojado y lineal a una sobrecarga de rayitas, rayones, manchas y texturas totalmente barroca, y de un poder expresivo devastador. Yoshimizu es un virtuoso del dibujo que no para de sorprenderme, desde la puesta en página y los ángulos que elige, hasta cómo dibuja las onomatopeyas. Todo es cada vez más extremo, más personal, más genial. El guion… creo que se enroscó demasiado, que le sobran personajes, que está mucho más pensado como novela gráfica que como serie, con lo cual se debe disfrutar mil veces más leído todo de un saque que cortado en cachos y con las largas pausas que estoy clavando yo entre tomo y tomo. Hay personajes realmente atractivos, pero la runfla se espesó demasiado, me parece. Y ya desde la primera vez que los enemigos de Ryuko la rodearon con varios chumbos y en vez de matarla se pusieron a conversar, perdí un poco el interés. De todos modos, hasta prestándole poca atención, el manga te scaude con algunos momentos de acción de tremenda potencia y con algunos momentos intimistas (como el de Ryuko y su mamá cuando caminan bajo la nevada) resueltos con gran destreza narrativa. Eldo Yoshimizu es uno de los tantos mangakas a los que les vendría bárbaro trabajar con guionistas, pero su labor en la faz gráfica es tan hipnótica, salta al vacío tantas veces, que creo que le compro cualquier garcha que le editen. Nada más, por hoy. La semana que viene, nuevas reseñas. Gracias y hasta entonces.

miércoles, 30 de diciembre de 2020

ESTRELLA MALIGNA REMINA

Ultima reseña del año, y debo decir que me ensarté bastante. El de Estrella Maligna Remina es, definitivamente, el peor guion de Junji Ito que leí en estos años de seguir fielmente al maestro del terror japonés. El libro se salva de ir a la basura por el dibujo, que es realmente magistral, y por la historia corta (tiene 40 páginas, o sea, es corta sólo en el contexto del comic ponja) que complementa a la principal. Millones Solitarios tiene un final más impactante que bueno, pero la consigna es genial, el desarrollo es hipnótico, el dibujo está perfecto y es –en una palabra- el momento del libro en el que Ito realmente pela su merecida chapa de capo del terror. Te pone nervioso, te asusta, te hace barajar varias hipótesis de qué carajo puede estar pasando, te lleva hasta la última viñeta agarrado de la garganta en un clima que no deja nunca de tensarse y enroscarse… Hay tantos aciertos en 40 páginas que la verdad que si el final era muy lógico o medio frutero, ya me chupaba un huevo. Sólo quería que la historieta terminara para poder respirar. En cambio, durante la lectura de Estrella Maligna Remina me agarraba la cabeza y me preguntaba “¿falta mucho?”. Acá tenemos una consigna que ya es bizarra desde el arranque: un astrónomo descubre una estrella, la bautiza con el nombre de su hija (Remina), al toque se descubre que se trata de una especie de planeta caníbal, que se devora a otros planetas, y cuando empieza a acercarse a la Tierra, la gente le echa la culpa de la inminente catástrofe a la pobre hija del astrónomo, sólo porque tiene el mismo nombre que la estrella. Una pelotudez de dimensiones cósmicas, comparable al “momento Martha” de aquella peli de Batman y Superman. Esto que conté yo, Ito lo cuenta en 30 páginas, que son las más decentes del manga. Después de ahí, la debacle. Páginas y páginas en las que una turba enardecida busca al profesor Oguro y a su hija para matarlos, acusados de haber invocado a Remina (la estrella) para que venga a fagocitarse la Tierra. Persecuciones ridículas, peripecias extremas de las que Remina (la chica) zafa de maneras inexplicables, un infinito in crescendo de situaciones forzadas, una más inverosímil que la otra, donde Ito no logra ni siquiera generar tensión, de lo largo y reiterativo que se hace todo. Para la segunda vez que crucifican a Remina, ya decís “bueno, flaco, ¿cuántas veces más la van a capturar en vez de matarla?”. Y se supone que nos tenemos que poner de la nuca porque el planeta maligno se viene con todo, pero también, Ito lo resuelve de un modo tan bizarro que me causó más risa que otra cosa. Hay un subplot bastante bien llevado, que es el de Daisuke Mineishi, el hijo de un potentado que desapareció misteriosamente hace años y que va a reaparecer en algún momento de la historia, de un modo que yo, por lo menos, no me imaginé. Ese subplot y el dibujo, que es inexplicablemente genial, fuera de toda escala, son los puntos rescatables de una historia que empieza rara, rápidamente se vuelve absurda y finalmente, después de muchas páginas de un periplo larguísimo y enroscado al pedo, llega a un final casi abrupto, sin onda, sin sorpresa y sin la menor lógica. Posta, no me imaginaba que Ito podía escribir un guion tan pobre, tan decepcionante. Menos mal que a nivel visual Estrella Maligna Remina es una cátedra absoluta, en la que el autor deslumbra en todas las páginas con unas imágenes, unas texturas y un dinamismo descomunales. ¿Recomiendo este libro? Y, qué sé yo… si te hiciste militante de Junji Ito lo más probable es que lo quieras tener, aunque sea para alucinar con esos dibujos, y para disfrutar de la historia complementaria. Si nunca le entraste a la obra de este autor, por supuesto que te recomiendo probar por otro lado, por alguno de los mangas que –además de dibujos fabulosos- tienen guiones que no te faltan el respeto. Yo todavía no sé si quedármelo o no. Y bueno, así, como quien no quiere la cosa, se termina este extraño y complicado 2020. La semana que viene inauguramos la duodécima temporada del blog, y les cuento más o menos qué tengo pensado para seguir posteando en este espacio que compartimos hace ya once años. Gracias por otros 365 días de aguante y que empiecen muy bien el 2021.

miércoles, 2 de diciembre de 2020

HEROES

Terminado el mes temático dedicado a la historieta argentina, volvemos a la senda del eclecticismo y la mescolanza para este último mes del año. Héroes es un manga autoconclusivo del maestro Inio Asano, doblemente atípico. Por un lado, no se parece en nada a las otras obras de este ídolo fundamental para entender el manga del Siglo XXI. Esto va totalmente para otro lado, no tiene nada que ver con Oyasumi PunPun, ni con Solanin, ni con ningún otro manga de los muchos que reseñamos previamente en este blog. La única similitud que le encuentro con las obras anteriores de Asano es que, entre los pliegues de la trama, el autor deja traslucir un mensaje, tiene una línea consistente para bajar. De modo vago, si se quiere, desde un lugar más irónico que militante, pero Asano nos propone cierto grado de reflexión, cierto meta-comentario que trasciende la innegable gracia que tiene la historia. Por el otro lado, Héroes es una marcianada en comparación con lo que se ve habitualmente en los otros mangas, sean los clásicos hitazos comerciales o las obras más raras, más idiosincráticas. No se me ocurre con qué otros títulos vincularla, es como una categoría en sí misma. La estructura episódica de la obra está utilizada como un recurso discursivo, y es por ahí donde se filtra la pésima leche con la que Asano aborda el género en el que –supuestamente- se encuadra Héroes. El autor reitera una fórmula, una y otra vez, con lo cual logra que le prestemos atención a los detalles que no se repiten de un episodio al otro, a la vez que nos subraya el mecanismo que está poniendo en práctica. Yo escuchaba la voz de Asano diciéndome “mirá lo que voy a hacer ahora”. No sé si esto funcionará igual leyendo Héroes de a capítulos, en distintos números de una revista. Pero leído así, en libro, todo de un saque, el efecto es hipnótico. Después está el factor bizarro. Si la gracia está en satirizar al género de las gestas heroicas, en las que enormes paladines se embarcan en misiones a todo o nada de las que no siempre salen indemnes, Asano le suma una cuota de delirio al armar el equipo (el once inicial, digamos) con unos personajes extrañísimos, que rompen todos los moldes. En un punto me resistí a seguir avanzando en la lectura, porque entendí que en cada capítulo iban a ser menos (no más) las posibilidades de indagar más a fondo en este elenco disparatado, lleno de ideas geniales. Me quedé con las ganas de disfrutar de más diálogos e incluso de ver más de las aventuras de estos personajes increíblemente limados. Pero me divertí mucho, me atrapó la idea, esto de moner en marcha un mecanismo y sostenerlo capítulo a capítulo, en una progresión que nunca imaginé dónde (ni cómo) podía llegar a terminar. Por el lado del dibujo, también me encontré con un montón de sorpresas: las ilustraciones de doble página a todo color que separan a los capítulos son obras maestras, con un trabajo alucinante de color y de composición. En las historietas en sí, Asano incorpora tonos de rojo y rosa que no vemos en sus otras obras y les saca un jugo riquísimo. El dibujo es suelto, dinámico, con una vitalidad y una frescura cautivantes. Y además, al estar todo ambientado en un mundo fantástico, con personajes que en su mayoría no parecen humanos, Asano manda al freezer por un rato la referencia fotográfica (que en los últimos tiempos se habí convertido en su marca de fábrica) y se larga a inventar prácticamente todo lo que vemos. Del reflejo minucioso de una realidad urbana agobiante, nos vamos a un despliegue de imaginación sin límites, con bosques, monstruos, criaturas raras, caballeros medievales con armaduras tipo Saint Seiya y vórtices místicos de oscuridad primal. Todo dibujado en un plan más cercano a la joda que a esa intención casi documental que tienen los otros mangas del ídolo. Repito: esto es rarísimo, es Asano probando otras cosas (otras drogas), incluso a riesgo de dejar de garpe a sus seguidores de siempre, porque acá hace todas cosas que no había hecho nunca. No quiere que te identifiques con los personajes, no quiere que sientas que es una historia que podría estar pasando en tu barrio, no quiere hacerte reflexionar acerca de tu vida cotidiana. Se quiere escapar, irse a la mierda y buscarle el costado absurdo a la epopeya, a elementos fantásticos propios de los relatos que (hasta ahora) no le habían interesado en lo más mínimo. Si no te molesta esa desconexión brutal con el resto de la bibliografía del mangaka, Héroes seguramente te va a atrapar y a robarte más de una risa y más de un “nah, no podésss”. No estamos hablando de una Obra Maestra del Noveno Arte, sino de un momento extraño en la carrera de un genio, que un día decidió mostrarnos que, si se lo propone, puede encarar historietas muy distintas a las que nos viene ofreciendo en los últimos años. Ojalá todos los autores consagrados tuvieran los huevos para (de vez en cuando) salir de su zona de confort y aventurarse con ideas más locas, a años luz de lo que sus lectores más fieles esperan de ellos. Asano lo hizo, y le salió muy bien. Demostró que podemos ser Héroes, por una vez… Nada más por hoy. Nos reencontramos pronto, con nuevas reseñas, acá en el blog.

domingo, 18 de octubre de 2020

LA MUSICA DE MARIE

Vuelvo al maravilloso mundo de Usamaru Furuya, para internarme en una de sus obras más antiguas. La Música de Marie se publicó en Japón entre los años 2000 y 2001, o sea que es justo anterior a El Club del Suicidio (ver reseña del 12/03/20). Y bastante anterior a las otras obras de este gran mangaka que pasaron por este blog. Los próceres de Milky Way editaron La Música de Marie en un único tomo espectacular, con más de 500 páginas, algunas de ellas a todo color. La Música de Marie es un manga que te va llevando por distintos lugares a lo largo de su extensión. En las primeras 200 páginas, lo que prima es el world-building. Acá Furuya se dedica minuciosamente a presentarnos a los personajes y al mundo en el que viven: sus costumbres, su religión, su comercio, los vínculos y sobre todo su desarrollo tecnológico, que parece estar frenado en un nivel que nuestro mundo alcanzó allá por 1850, más o menos. Llama la atención que no cobre relieve ningún conflicto, pero parte de las sorpresas de la trama van por ese lado. Los personajes centrales son Pippi (una minita copada, divina, inteligente, con la mejor onda) y Kai, un chico más introspectivo, más taciturno, al que cuando tenía 10 años le pasó algo que le cambió la vida para siempre y lo hizo distinto a todos los demás habitantes de la Tierra de Pirito. Kai provee el elemento de misterio a este mundo fantástico en el que reinan la concordia y la armonía entre todos los seres, biológicos y mecánicos. Las siguientes 100 páginas introducen un conflicto, no muy enfatizado por Furuya: un triángulo de amor bizarro entre Pippi, Kai y una diosa inmensa, omnipresente, inalcanzable. ¿A dónde va esto?, te preguntás. Ahí el autor nos clava casi 40 páginas en las que le da un poco más de relieve al aspecto religioso de la obra. Y ahí, en la página 340, cuando ya te tiene a punto caramelo, Furuya pone tercera y arranca un tramo entre aventurero y filosófico, que le hubiese encantado imaginar (y dibujar, y animar) al maestro Hayao Miyazaki. Este tramo se centra en Kai y la diosa Marie, cara a cara, cuerpo a cuerpo, corazón a corazón, para desentrañar todos los secretos de este mundo, de lo que le pasó al pibe cuando tenía 10 años, de lo que pasó ese día en que la música de Marie sonó desafinada y la rutina de los amables habitantes de Pirito se alteró. ¿La buena onda de la gente tiene que ver con la diosa? ¿El desarrollo (o en realidad el estancamiento) tecnológico está conectado a la omnipotente Marie? ¿Hay que sacrificar una cosa para obtener a otra? Kai se ve atrapado en un dilema moral brillante, que Furuya despliega a lo largo de 100 páginas memorables. Y cuando ya te estabas levantando de la butaca para aplaudir de pie, vienen dos epílogos, de 30 páginas cada uno. El primero cierra la historia de Pippi y Kai, también con nuevas e impactantes revelaciones acerca del enigmático muchacho. ¿Ya está? No, en el segundo epílogo (ambientado 50 años más tarde, cuando los chicos ya son viejos), Furuya patea el tablero y te tira casi al pasar una data clave, que resignifica todo lo que leíste hasta ese momento. Lo que realmente le pasó a Kai cuando tenía 10 años no es lo que parecía, y esa revelación cambia todo el juego de una manera drástica y genial. Y le agrega poesía, profundidad, misterio y onda a todas esas páginas por las que transitamos junto a los personajes. Un final maravilloso, sumamente conmovedor. ¿Podría ser mejor La Música de Marie? Sí, porque gráficamente Furuya evolucionó un montón y hoy dibuja mucho mejor que hace 20 años. En esta obra hay momentos gloriosos a nivel dibujo, sobre todo cuando dibuja paisajes y engranajes mecánicos. Texturas, líneas cinéticas, aplicación de grises, todo eso está perfecto. El armado de las secuencias, la organización de la información visual dentro de cada cuadro, también, inobjetables. Pero a la hora de dibujar a los personajes y su gestualidad (que es algo importante en la trama) vemos a un Furuya un poco precario, se nota que lo que termina en la página no es lo que él visualizaba en su mente. Me lo imaginaba todo el tiempo pensando “la puta madre, ¿por qué no podré dibujar como Masakazu Katsura, o como Satoshi Kon?”. Y por más que se rompa el culo, Usamaru no logra romper ese techo, esa limitación que lo deja ahí, a mitad de tabla, rodeado de dibujantes de shonen entre correctos y medio pelo. Por supuesto que los pulveriza a nivel imaginación, pero en la tarea específica de darle rostros y expresiones a los personajes, todavía estaba lejos de lo que va a mostrar años después. Recomiendo enfáticamente La Música de Marie a todos los amantes de la fantasía, de las pelis de Miyazaki, obviamente de Usamaru Furuya y a quienes queran explorar un manga lleno de ideas preciosas, desafiantes, provocativas, bien desarrolladas, resueltas con maestría y encarnadas en personajes entrañables, de los que cuesta despedirse a la hora de cerrar el libro. Nada más, por hoy. Gracias por el aguante y nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.

miércoles, 9 de septiembre de 2020

SOLANIN

Me compré este manga en 2009, cuando se editó en EEUU, sin saber con qué me iba a encontrar, ni tener la menor idea de quién era Inio Asano. No había muchas referencias en ese momento, porque no tenía otros mangas publicados fuera de Japón. Pero algo me interesó como para timbearle los mangos que valía la edición de Viz. Lo leí ni bien me llegó y el resultado está a la vista: llevo once años predicando la palabra de Asano, comprando todas las obras que le publican en Occidente y recomendándolo a full a los lectores que quieren leer otro tipo de manga. Hace un par de años dejé de hinchar las bolas para que se empezara a publicar en Argentina, porque felizmente alguien en Ivrea se enamoró como me enamoré yo de las obras de este monstruo, y empezaron a salir ediciones nacionales de las obras del ídolo con bastante regularidad. Cuando se anunció la edición de Solanin con extras que en 2009 no existían, no dudé en hacer guita el libro de Viz y comprarme el de Ivrea. Y con la excusa de tener en la mano una nueva edición y algunos contenidos que nunca había visto, me lancé a releer este clásico contemporáneo que tan feliz me había hecho años atrás. Sí, no tengo problema en admitirlo: ese nivel de dibujo que en 2009 me había impactado y parecido glorioso, hoy lo comparo con los trabajos más recientes de Asano y me resulta bastante precario. Comparado con comics de otra gente, sigue siendo genial, pero los saltos que pegó este autor de Solanin para acá son tantos y tan brutales, que hoy a nivel gráfico esta obra quedó muy atrás de las más actuales. La brecha se nota grosso en este capítulo extra que incluye la edición argentina, donde vemos dibujos de Asano unos 10 años posteriores a los del grueso del tomo, y ahí está todo dicho. El libro te permite ver esa evolución tremenda con sólo pasar de una página a la siguiente. Te imaginás como se vería todo este librazo dibujado así, con la calidad del Asano más actual, y lo empapás todo con baba. El guion me volvió a parecer excelente, pero esta vez me quedó más claro que antes que Asano empezó el manga sin saber cómo iba a terminar. La historia fluye de modo muy natural, muy parecido a como pasan las cosas en el mundo real, y todo me hace sospechar que no había un plan muy definido, sino que el autor dejó que los personajes se desarrollaran e impulsaran la trama hacia adelante sin demasiado rigor, sin demasiado cálculo. Digo yo, eh? No se me ocurren motivos para darle al personaje de Taneda el protagonismo que le da Asano en la primera mitad de la obra, si ya estaba decidido lo que le va a pasar a Taneda y cuál va a ser su función en el argumento durante la segunda mitad. De todos modos, esto queda opacado por el desarrollo de Meiko, sin dudas el personaje principal, al que Asano le asigna el rol de llevar adelante el grueso de la trama, de ponerse al hombro la historia y de convertir a sus sentimientos en el eje sobre el cual van a girar casi todas las situaciones que tendrán lugar en Solanin. Y de nuevo lo que más me gustó fue la onda, la forma en que Asano recorre el fértil terreno del costumbrismo. Este es un manga que saca materias primas para construir su relato de cosas tan palpables, tan cotidianas como son los sueños de los jóvenes, sus inseguridades, sus pasiones, sus boludeces de todos los días, las cosas que dejan atrás cuando (sienten que) maduran, las reglas impuestas por la sociedad que aceptan, las que se pasan por el orto… En 2009 yo nunca había leído un manga así, quizás por eso este me llegó con tanta fuerza. Aún hoy, es difícil igualar a Solanin en este rubro, el del abordaje del slice of life sin caer en lo autorreferencial, ni en el drama por el drama mismo, ni en el grotesco, ni en el panfleto con pretensiones. Aprovecho que ahora hay edición nacional fácil de encontrar para volver a recomendar enfáticamente Solanin. Mangas como este le hacen mucho bien a la industria, generan mejores lectores y mejores personas. Nada más, por hoy. Aguante Inio Asano y la seguimos pronto, con nuevas reseñas acá en el blog.

miércoles, 29 de julio de 2020

HIDEOUT

Pronto vuelvo a leer obras de los mangakas fetiches de este blog (Inio Asano, Shintaro Kago, Usamaru Furuya, esos muchachos), pero antes, una disgresión, un paréntesis para reseñar un tomo autoconclusivo a cargo de Masasumi Kakizaki, un autor cuyo nombre es imposible de recordar, y que Ivrea publicó en nuestro país a fines de 2019.
Hideout arranca como un manga de misterio, incluso con un argumento que parece tomado de una historia corta de House of Mystery o House of Secrets, y recién en la segunda mitad, cuando ya estás totalmente sumergido en la historia, la cosa se pone bien espesa en materia de terror. Lo bueno que tiene el guion de Kakizaki es que combina terror “de asustarse” con terror psicológico. Hay personajes monstruosos, pero también hay personajes de apariencia normal que meten miedo por lo garcas, inescrupulosos y soretes que son. De nuevo aparece el tema tan explorado por Hideshi Hino del seno familiar como el ámbito en el que el terror crece, se desarrolla y se apodera de la gente. Acá, un hecho fatídico se convierte en un trauma para una pareja cuyo dolor, en vez de cicatrizar con el tiempo, los va a pudrir, a corromper hasta convertirlos en algo más pesadillesco que los horrores que se van a encontrar en esa cueva en la islita perdida en la Loma del Orto.
Kakizaki acierta al no contar la historia de manera lineal, de modo que cada vez que la situación del presente alcanza un punto jodido de tensión, frena el relato para introducir un flashback y revelar algo importante del pasado de Seiichi y Miki. Y está muy bien, porque cada vez que suponés que estos personajes ya no se pueden hundir más en la fosa de la depravación, sucede algo más tremendo, más sórdido, que hace que los consideres todavía más hijos de puta. Después, la peripecia en sí, los peligros que corren, las amenazas a las que se enfrentan, son un complemento que está bien, porque agrega tensión, impacto, violencia y todas esas cosas que un buen thriller no puede no tener. No me volvió loco esa parte, me parece que –mirada fríamente- le resta un poco al verosímil de la historia. Funciona, porque uno ya está nervioso por la acumulación de cosas turbias que el autor encara desde que van apenas 24 páginas. Pero también hace un poco de ruido, porque no se termina de precisar (los propios personajes lo subrayan) cuánto tiempo pasan ahí adentro, sin comer, sin tomar agua, sin curarse las heridas, sin cagar… Ahí es como que lo turbio se hace medio borroso, como que Kakizaki, en busca de ese shock bien salvaje, tira más humo que solidez argumental.  
Y lo mejor, lejos, está en el aspecto visual de la obra. Gracias a Hideout descubrí a un dibujante realmente increíble, dotado como pocos para dibujar terror, truculencia, asco. Salvando las distancias, Masasumi Kakizaki es una especie de Berni Wrightson del Siglo XXI, un dibujante con un manejo formidable de los climas, sobre todo de los oscuros, y además dueño de un trazo firme, potente, de un virtuosismo arrollador. Como a todos los mangakas de estilo más o menos realista, se le nota muchísimo el trabajo con fotos, pero Kakizaki además mete mucho de su propia cosecha en esos rostros desfigurados, o no, pero que estallan de expresividad, y en esos efectos gráficos que le agregan unas texturas alucinantes a la línea, que ya de por sí es espectacular. Y esos raspados sobre las masas negras, que le quedan tan bien, sobre todo en las escenas de lluvia… Además en las secuencias ambientadas en el pasado, cambia totalmente de registro, de iluminación y hasta de técnicas para incorporar los grises, como para dejar bien en claro que lo suyo no es repetir hasta el infinito el truco que le sale bien.
Obviamente quiero leer más material de Masasumi Kakizaki, a ver cómo se desenvuelve en otro tipo de historias. Acá lo vi muy, muy bien, compenetrado con la narrativa, con mucha variedad de enfoques, mucho ritmo. Una excelente sorpresa que ojalá haya encontrado buena respuesta por parte del público local. Mientras Ivrea siga apostando por este tipo de material (tomos autoconclusivos con temáticas que se alejan de los pibitos con superpoderes y las chicas que se enamoran), acá tienen un goma dispuesto a comprarles prácticamente cualquier cosa. Hideout me dejó en claro que criterio para elegir buen material no les falta. Esto no está al nivel de un Bakuman, o de un Oyasumi Punpun, pero no está lejos de un buen manga de Junji Ito. Al lado de la mayoría de los mangas que se publican en Occidente, es una obra maestra del Noveno Arte.
Bueno, nada más por hoy. Creo que nos reencontramos el mes que viene, con nuevas reseñas acá en el blog.