el blog de reseñas de Andrés Accorsi
Mostrando entradas con la etiqueta Robin Wood. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Robin Wood. Mostrar todas las entradas

jueves, 17 de marzo de 2022

DOS HALLAZGOS EXTRAÑOS

Lamentablemente existe un volumen de información muy escaso acerca de la primera editorial que se llamó Image, y que funcionaba allá por 1984 con la banca de capitales neozelandeses y oficinas en Auckland y Los Angeles. No sé cuántas novelas gráficas llegaron a publicar, pero a mí me interesó Seven Samuroid, porque era una obra realizada íntegramente por Frank Brunner, el glorioso dibujante de Doctor Strange de los ´70, que llevaba un tiempo alejado de la producción periódica de historietas. La verdad que Brunner le pone empeño: en 64 páginas presenta todo un universo, lo puebla de héroes y villanos y hasta logra rematar un conflicto a gran escala. Faltaría que el universo fuera un poco más original, que los personajes tuvieran más onda y que el conflicto no fuera el enésimo choreo a Star Wars, pero eso es un detalle menor ;). No tengo dudas de que Seven Samuroid podría haber aspirado a algo mejor que el más absoluto de los olvidos si hubiese contado con un guionista, por lo menos para insuflarle un poco más de onda y agilidad a los diálogos, que por momentos son muy extensos y muy aburridos. Y seguramente también la obra se habría beneficiado si este mismo argumento se hubiese desarrollado en cuatro comic books de 24 páginas, por tirar una cantidad standard. Así, todo comprimido, con tanta dependencia del texto para explicar tantas cosas, la novela gráfica cae varias veces en unos pozos de embole difíciles de remontar. Pero dibuja un monstruo como Brunner, y eso siempre suma. Hay viñetas en las que el autor parece haberse enamorado de Enki Bilal y Philippe Druillet, y mete rayitas a lo bestia, arruguitas locas en las caras de los humanos, unos crosshatchings demenciales en los fondos… pero no es algo que se sostenga todo el tiempo. Por momentos vemos un entintado mucho más tradicional, varios cambios abajo. También por momentos la puesta en página estalla en una supernova de creatividad y riesgo, mientras que en otras secuencias tenemos puestas que van más a lo seguro. La acción es dinámica, hay grandes explosiones, plasmadas de modo muy impactante, y lo más loco que tiene Seven Samuroid (la historia de amor entre una humana y un robot) termina en la última viñeta de manera totalmente imprevista: con un garche sumamente explícito, al filo de lo publicable en magazines como Epic o Heavy Metal, pero mostrado de modo muy poético y nada pornográfico. El personaje femenino (Zeta) no es precisamente lo que mejor dibuja Brunner (sospecho que esas Cleas bellísimas que veíamos en Dr. Strange eran fruto del esfuerzo de los entintadores), pero por lo menos no es una boluda que está ahí para que los héroes la rescaten y es ella la que va al frente para consumar el romance con el imbatible Ultek. En algún momento, los villanos la violan, pero Brunner no nos muestra la escena, nos enteramos por los diálogos. En fin, una bizarreada de los ´80, solo para fanáticos de ese glorioso dibujante que fue Frank Brunner.
Otra obra oscura de la que rara vez se habla es de la única colaboración de Robin Wood con la editorial Sergio Bonelli. Durante muchos años, el editor de Tex cortejó al guionista estrella de la editorial Eura/ Aurea para que cambiara de bando, pero lo único que consiguió fue que en 1995 Robin entregara un guion de 236 páginas para un álbum especial de Dylan Dog, que fue dibujado por Giovanni Freghieri. Freghieri es un dibujante sin alma, correcto, pero frío, inerte. Se luce solo cuando afana: esas caras que copia alevosamente de John Bolton, Ricardo Villagrán o Jorge Zaffino, y esos trucos de entintado que “aprendió” de Milo Manara. Esos son los momentos en los que el dibujo hace algo más que cumplir con lo justo. Uno entiende el embole atroz que debe conllevar el dibujo de un guion de 236 páginas en las que la trama avanza con una lentitud exasperante, pero eso no justifica la notoria falta de onda en todo el aspecto visual de la obra. El guion podría haber funcionado… en 90 páginas, no mucho más. Para que abarque 236, Wood lo estira y lo licúa a niveles insostenibles. Dos veces sentí que, si el libro empezaba ahí, se entendía todo: en la página 55 se establece el conflicto de tal manera que las primeras 54 podrían no estar. Y lo mismo me pasó 100 paginas después, en la 155. La cantidad de escenas totalmente al pedo, que no aportan nada, es alarmante. Lo lento que se narran las escenas que sí tienen algún peso, hace que su potencia dramática se diluya en diálogos y silencios innecesarios, que están ahí solo para llenar páginas. La resolución es tan simplista que acentúa todavía más la sensación de haber leído algo estirado al ultra-pedo. Los diálogos están bien, Robin sintoniza de una con la caracterización de Dylan y Groucho, siempre es lindo ver al guionista paraguayo escribir escenas de sexo, de las que en Columba jamás tendrán cabida, y el álbum arranca con unos bloques de texto en los que Wood tira la chapa arriba de la mesa, como para avisarnos que él no es el enésimo clon de Tiziano Sclavi, sino un autor grosso, con una voz y una prosa propias. Después, por motivos que desconozco, elige narrar sin bloques de texto y no brillar. Una pena. Este material tiene ínfimas chances de publicarse alguna vez en Argentina, el mercado (después de Italia, obvio) donde más fans cosechó Robin Wood, por eso me parecía importante que existiera aunque sea una reseña en castellano de L´Esercito del Male, que así se llama este noveno álbum gigante de Dylan Dog. Nada más, por hoy. El jueves 24 abrimos un paréntesis de varios días sin reseñas porque me toca viajar a Chile y Estados Unidos, pero seguramente antes de esa fecha habrá nuevas reseñas, acá en el blog.

sábado, 8 de mayo de 2021

3 al 9 de MAYO

Esta semana le dediqué bastante tiempo a luchar contra un comic que a priori me interesaba, pero con el que me aburrí mucho. No lo voy a reseñar, pero igual tengo otras cosas leídas que quiero comentar acá. Empiezo en EEUU, en los inicios de este milenio, cuando Eric Powell desactiva el sello Albatross y las historietas de The Goon pasan a editarse a través Dark Horse. Este Vol.2 (vimos el 0 y el 1 en las reseñas del 25/06/10 y 29/01/20, respectivamente) coincide con la mudanza de The Goon de un sello chiquito, autogestivo, y una editorial ya recontra-afianzada en el mercado. En estos primeros números en Dark Horse, Powell ofrece un recuento de la historia previa del personaje para quienes no conocían lo anterior, y enseguida se lanza a contar nuevas historias ambientadas en este mundo ominoso, crepuscular… pero 100% proclive a las aventuras en joda. The Goon es, básicamente, una comedia de humor negro. Y el recurso que utiliza Powell para hacernos reir es la naturalización de la violencia desmedida, la mala leche, la grosería y la sordidez extrema. Acá todos los personajes son seres deleznables, cuyo aspecto monstruoso es apenas la cáscara de verdaderos cúmulos de maldad. Todos mienten, todos estafan, todos roban, todos se tratan de llevar lo que no les corresponde y de voltearse a quien no les corresponde, es una jungla despiadada y voraz donde sólo los más fuertes y los más garcas sobreviven. ¿Eso es gracioso? Sí, Powell logra que sea MUY gracioso. Y además lo usa como disparador para las aventuras, que tienen (casi siempre) muchísima acción. Lo único que me dejó un sabor agridulce en este tomo es que el mejor guion que escribe Powell (las 11 páginas de “The Abomnibale Boggy”) no las dibuja él, sino Kyle Hotz… que no es malo, pero es un clon muy alevoso del mejor Kelley Jones, que a su vez asaltaba a mano armada a Berni Wrightson. Por suerte, de las historias que dibuja el propio Powell (a un nivel apabullante) no hay ninguna chota: todas van de lo simpático a lo recontra-power. Tengo otro tomo de The Goon sin leer, así que pronto volveremos al extraño mundo de Eric a machacarnos con zombies, fascinerosos y zombies, fascinerosos.
Sigo con monstruos y criaturas bizarras que se cagan a palos, y salto a Argentina, año 2020, cuando se publica Bestias Alteradas, una revista de apenas 36 páginas en blanco y negro, con dos historietas completas del capo marplatense Julián Mono. La segunda está escrita por Watkins, y si bien no es mala, tampoco es gloriosa. Pero la primera historieta, esas 15 páginas que Mono escribe y dibuja, es una bomba atómica. El dibujo es alucinante, la puesta en página está muy cuidada, y por si esto fuera poco, el guion es buenísimo, y los diálogos son geniales. Me reí mucho, me encariñé fuerte con el personaje de Loberto (ojalá vuelva en otras aventuras), me copó ese mundo bizarro y extremo en el que transcurre la historia y sin dudas, me dejó muy cebado, pidiendo más. La revista tiene unas publicidades en joda que no desentonan para nada con la onda bizarra y revulsiva de las historietas y que sirven para redondear un paquete muy, muy atractivo para aquellos que disfrutamos de las deformidades que salen de la mente de Mono.
Y para compensar la breve extensión de estos textos, le hago copy-paste a una reseña que escribí hace más de 15 años, perdida en las brumas del tiempo, con la que extrañamente sigo estando bastante de acuerdo. Me guardé para el final una joyita argentina, poco conocida, pero sencillamente magistral. Cuando a uno le dicen “Robin Wood y Mandrafina”, enseguida se babea y responde “Savarese! El mejor policial de bla, bla, bla...” y el resto no se entiende, por la baba. Sin embargo, esta ilustre dupla tiene en su haber otra creación, una serie bastante más breve, iniciada a fines de los ‘80 y titulada Morgan. Morgan cuenta la historia de un detective duro en el año 2050, un tipo anclado en una gigantesca e inhóspita mega-urbe, casi deshabitada, ya que todos los terrestres que pudieron se mudaron a las colonias en otros planetas. En la Tierra queda la lacra, los criminales, los mutantes y los vivos que hacen negocio con la desgracia ajena. De todos modos, Wood aprovecha las posibilidades de esta peculiar ambientación sólo en algunos casos, y pareciera sentirse más cómodo con las convenciones del típico hard boiled, o policial oscuro. En ese rubro, los hallazgos son muchísimos: los casos son complejos, los clientes están perfectamente definidos con un par de pinceladas maestras, y Morgan tiene la actitud perfecta (y unos diálogos geniales) para este tipo de relato. Lo más impactante de Morgan (por lo menos para mi gusto) es su clima sórdido y su “filo” que lo acerca muchísimo a la historieta más adulta, esa que uno no suele identificar con Columba, sino más bien con Fierro, o Skorpio. De hecho, todas las historietas que integran el primer (y lamentablemente único) tomo recopilatorio de Morgan se podrían haber publicado tranquilamente en Fierro o en Skorpio, siempre y cuando les agregáramos la obligatoria escena de tetas al aire. Morgan tiene esa ironía, esa amargura y ese nihilismo típico del comic para adultos de los ‘80 y eso la convierte en una rara gema en la corona de Robin Wood. El dibujo de Mandrafina es excelente, como siempre, pero aquí adolesce de un cierto abuso de los primeros planos. Seguramente, Cacho producía muchísimas páginas por semana y eso exige, entre otras cosas, más cabezas enormes y menos paisajes llenos de detallitos. Pero el fuerte es (como en Savarese, como siempre) la narrativa, la forma en que Mandrafina interpreta a Wood, cómo enfoca, cómo complementa a la perfección los textos del guionista, cómo nos mete en ese futuro espantosamente cercano. Del color y las letras, ya está todo dicho (y es todo horrendo). El resto, un lujo, sin duda. Y ahora sí, no hay más. Pueden pasar por el sitio web de Comiqueando a leer más notas, bajar revistas viejas sin poner un sope en el sector de descargas gratuitas de comiqueandoshop.blogspot.com, comprar la descarga de la Comiqueando Digital nº1 ($ 290, una bicoca), o esperar unos días a que yo lea más material y lo reseñe, acá en el blog.

sábado, 20 de febrero de 2021

14 al 20 de FEBRERO

Nueva tanda de reseñas, y esta vez se me juntaron historietas de tres personajes icónicos del Noveno Arte. Me regalaron el Vol.30 del coleccionable de Nippur, ese que yo leía de prestado, gracias a mi hermano que había comprado hasta el Vol.28. Con un mínimo saltito en el medio, retomé la lectura de este clásico de Robin Wood, ahora con episodios del año 1980, todos muy tristes, muy bajoneros, en los que Nippur pierde hasta cuando gana. Los guiones transmiten una sensación de derrota, de desolación, de gran oscuridad. Y eso se refleja muy bien en la prosa de Wood que, como siempre, cobra vuelo en los bloques de texto. Al respecto de esto, dos curiosidades: la sexta aventura empieza con bloques narrados en off por Netpaht, por supuesto en primera persona, pero para la última página, el texto pasa a manos de un narrador omnisciente que relata en tercera persona. Y en la séptima historia, pasa algo similar, pero al revés: en las primeras dos páginas leemos textos a cargo de un narrador omnisciente, y de golpe empieza a narrar el propio Nippur en primera persona. Nada, me llamó mucho la atención, por eso lo comento. En cuanto a las tramas, creo que las mejores son la cuarta, la quinta y la séptima, la historia con la que cierra el tomo, en la que Robin parece urdir el inicio de una saga ambiciosa. La cuarta recordaba haberla leído de pibe, y me había impactado el mensaje, pero sobre todo el nivel de violencia. Es la única historieta de este tomo dibujada por Jorge Zaffino, y acá ya se ve un poquito más de lo que años más tarde va a ser el estilo definitivo de este monstruo sagrado, acá todavía muy pegado a la línea de Ricardo Villagrán. El propio Villagrán dibuja los seis episodios restantes, con su trazo elegante, con la influencia siempre presente de Harold Foster y una generosa variedad de enfoques. Por supuesto, tanto Villagrán como Zaffino se fuman muchas páginas de nueve y diez viñetas, a veces muy cargadas de texto, pero las pilotean con bastante decoro y además el color no les clava ninguna puñalada trapera. En ese rubro, este tomo es bastante mejor que los anteriores. No estoy como para retomar en serio la colección de Nippur donde la dejó mi hermano, pero si aparece el Vol.29 por ahí, seguro lo compro para completar el huequito que quedó.
Me voy a EEUU, a leer un voluminoso TPB de 320 páginas, que recopila unos cuantos números (y un Annual) de Shadow of the Bat, todo escrito por Alan Grant. Algo de esto había leído en su momento, y me acuerdo lo mucho que odié toda esa etapa de KnightQuest y demás secuelas de KnightFall, con Azrael disfrazado de Batman, en esas historias ultraviolentas y amargas al extremo del vómito. Esta vez las volví a padecer, pero algo pude rescatar. El episodio autoconclusivo que dibuja Vince Giarrano, en el que la Bruja Grant se mete con el tema recontra-áspero de la compra-venta de bebés, me pareció muy logrado. Hasta me gustó el dibujo de Giarrano, que habitualmente me resulta detestable. Los dos numeritos con la historia de los Clayface que forman una familia tienen un pibe, giran en torno a una idea interesante, pero el conflicto, lo que inventa Grant para que haya acción y peleas, es medio pelotudo. El número que engancha con Zero Hour es un bochorno, el número cero sólo zafa por algunos apuntes copados que tira Grant en los flashbacks, y el tomo cierra con una obra maestra, el Annual de Elseworlds. No te digo que esas 56 páginas rediman todo el dolor y la desolación que te inglige el resto del libro, pero The Tyrant es de esas historias definitivas de Alan Grant, repleta de bajada ideológica, ideas osadas, la posibilidad que dan los Elseworlds de llevar la trama hacia un final para nada obvio, y además la cuota habitual de machaca y buenos diálogos. El dibujo es desparejo, pero todo el tramo dibujado por Joe Staton y entintado por nuestro compatriota Horacio Ottolini se ve realmente MUY bien. El dibujante de casi todo el tomo es Bret Blevins, acá bastante alejado de ese trazo sutil (y por momentos incluso emotivo) que nos mostrara en sus primeros años en Marvel. Este es un Blevins que no resigna su plasticidad ni su dinamismo, pero que exagera al punto del grotesco la violencia, la acción y cualquier recurso que le sirva para sugerir que los personajes son todos muy heavies, muy jodidos y están muy enojados. No puedo decir que esté mal dibujado, ni mucho menos, pero obviamente me gusta mil veces más el Blevins de New Mutants, o de la graphic novel de los Inhumans. En síntesis, me parece que Alan Grant es, fue y será un gran guionista para Batman, pero justo esta etapa, lastrada por sagas grandilocuentes como las secuelas de KnightFall y Zero Hour, no es el mejor momento para disfrutar del talento del otro gran guionista escocés. Me guardo el Annual (tengo la revistita desde 1994) y el TPB lo regalo.
Finalmente, le di otra oportunidad a Astérix y los Pictos, un álbum que leí en digital en 2013, ni bien se publicó, y nunca reseñé acá en el blog, porque en el blog no hablo de las cosas que leo en digital. En aquel momento, este primer intento de Jean-Yves Ferri y Didier Conrad por recuperar la magia de esta serie emblemática me había parecido un fracaso, mucho más cercano a los álbumes chotos de Albert Uderzo como solista que a la época dorada de René Goscinny. Esta vez me pareció lo mismo. Por ahí valoré un poco más el esfuerzo de Ferri por remar desde el guion las falencias del argumento. Chistes, guiños, juegos de palabras, todas esas sutiles referencias al rock & roll de las islas británicas… Eso me causó una cierta gracia, en medio del embole soso y predecible que me resultó la trama. Por suerte Ferri se iba a reivindicar con su segundo álbum, que hasta ahora es el mejor de los creados por esta nueva dupla autoral. Del dibujo de Conrad no voy a hablar, porque no tengo nada para agregar a lo ya expresado en la reseña de El Papiro del César (publicada acá el 22/08/17). La conclusión es que se tacha a Astérix y los Pictos de la lista de álbumes del héroe galo que cada tanto ameritan una relectura. Y así se termina este encuentro semanal. Retomamos el finde que viene, con nuevas reseñas, acá en el blog. Gracias por el aguante y a estar atent@s, que se vienen novedades grossas.

viernes, 20 de noviembre de 2020

NIPPUR DE LAGASH Vol.28

Hora de despedirme de esta serie, que me acompañó durante unos cuantos meses de este año bizarro e irrepetible. El coleccionable de Planeta-DeAgostini sigue un montón de tomos más, la serie escrita por Robin Wood también, pero yo me bajo acá, con esta tanda de episodios de mediados de 1979. Lo que viene después es la etapa en la revista Nippur Magnum, creo que con Ricardo Villagrán de nuevo a cargo de los dibujos, y no sé si algún día lo leeré completo. Algunos episodios leí en mi infancia, otros ya de grande, y –como me pasó con estos tomos- no todo me pareció glorioso, ni mucho menos. Así que hasta acá llego. Para la despedida me acompaña también el maestro Carlos Leopardi, dibujante de los seis episodios incluídos en este tomo. Un tomo narrado en estilo “moderno”, con pocas páginas de más de 9 viñetas y pocas secuencias sepultadas por infinitos masacotes de texto. En la mayoría de las páginas, el dibujo de Leopardi encuentra espacio para lucirse, si bien no son tantos los momentos en los que el dibujo se hace cargo de llevar adelante la narración. Leopardi llega a este último tramo de su paso por la serie pisando muy firme, muy afianzado en un estilo bien expresionista, por momentos brecciano, por momentos bien grotesco, y en algunos pasajes más tributario del de Lucho Olivera. Lo más notable es cómo lo masacran los coloristas (juicio y castigo a esos hijos de un tren cargado con siete millones de putas) y cómo Leopardi explota cuando tiene la posibilidad de dibujar escenas de acción y violencia. Este es, lejos, el Nippur más violento de todos. Ninguno de los dibujantes que pasó o pasará por esta serie grafica las peleas como lo hace Leopardi, con esa sensación de vértigo y de peligro extremo tan atípica en las historietas de Columba. Por motivos que desconozco, Leopardi no tiene muchas más producción en historieta fuera de su etapa en Nippur. Una pena, porque lo que mostró acá alcanza para aspirar a la consagración y sumarse al Olimpo de los grandes dibujantes de aventuras que dio este país. En cuanto a las historias que componen el tomo, no hay demasiado para destacar. La primera es un disparate, liso y llano, en la que pasan un montón de cosas impactantes que no tienen ninguna explicación racional. Se podría escribir una saga de 12 capítulos explorando y tratando de responder todas las preguntas que dispara Wood en estas 14 páginas, pero nunca nadie se tomó el trabajo de hacerlo. En la segunda, Robin hace algo que a mí me gusta, que es traer de vuelta a prersonajes que ya aparecieron en episodios anteriores. En todo caso, el que sobra en esta aventura es Nippur, cuyo aporte a la trama es ínfimo. La tercera es rarísima… Si no entendí mal, es una historia de amor entre un adulto grandote y un nene de unos 10 u 11 años. Por ahí en 1979 esto no hacía mucho ruido, pero hoy es muy turbio. La cuarta historia es fórmula pura, 14 páginas en las que pasan millones de cosas y Robin crea a personajes muy grossos para liquidarlos sin ningún miramiento. Y la quinta y la sexta son las historias más interesantes, las que ofrecen los giros argumentales menos predecibles. También con personajes secundarios alucinantes a los que jamás volveremos a ver, pero con tramas intensas, dramáticas, que dan pie de modo muy natural a combates grossos y moralejas conmovedoras, de esas que Wood escribe mejor que nadie. En fin, podría haber sido bastante peor. No sé si voy a extrañar a Nippur, pero a Leopardi seguro que sí. Y hasta acá llegamos. Nos reencontramos pronto, con nuevas reseñas de historieta argentina acá en el blog.

domingo, 8 de noviembre de 2020

NIPPUR DE LAGASH Vol.27

Y no, no podía ser. Ya era muchísimo pedir que este tomo mantuviera el nivel del anterior en materia de guiones. En estos seis episodios vamos a ver a Robin Wood volver a la fórmula clásica de la serie, es decir, a generar aventuras autoconclusivas que no construyen ni para arriba ni para los costados, en las que todo vuleve prolijamente al punto de partida sin afectar en lo más mínimo a Nippur. No pretendo que en todos los tomos tengamos un sacudón como el que vimos en el Vol.26, pero tampoco esta forma tan gastada de patearla siempre a la tribuna. La que más me sulfuró fue la tercera historia, La Furia de las Mujeres. No es una mala aventura, pero en esta serie está más desubicada que chupete en el orto. El relato empieza y termina con Nippur viviendo en pareja con una chica llamada Darana, dedicado a labrar la tierra para los cultivos. Los bloques de texto nos permiten suponer que Nippur lleva muchos meses de esa vida sedentaria, a la que regresará en la última página, una vez vencidos los villanos. ¿Por qué el errante decide abandonar los caminos y la aventura para vivir esa vida? ¿Cómo conoció a Darana? ¿Cómo y por qué se separa de ella para retomar la senda de la aventura en el episodio siguiente? ¿Por qué nunca más se vuelven a mencionar los meses (o años) que pasó junto a Darana? Nada, Robin no nos da la más mínima pista de qué pasó. Lo cual –lamento decirlo así, de modo tan tajante- ESTA MAL. Es una traición al lector que sigue la serie. Esto mismo, narrado en el marco de las aventuras de Juan Carlos el Labriego, o de Darana la Campesina, estaba perfecto. Pero esto es Nippur de Lagash, un tipo que se dedica a vagar por el mundo antiguo y a impartir justicia sin quedarse nunca en ningún lugar. Los guiones de las otras cinco historias son normales, ni brillantes ni catastróficos. Pero con el ominoso regreso de las páginas de 11 y 12 viñetas microscópicas superpobladas de textos kilométricos. En algunas Nippur tiene un poco más de peso, en otras está de adorno, o de mero testigo de situaciones que se desenvuelven a su alrededor, pero ninguna transmite esa sensación de saga, de que están pasando cosas importantes a largo plazo. Siempre hay alguna frase demoledora, alguna descripción fascinante en algún bloque de texto, siempre está esa línea de rebelarse contra la opresión, de bancar hasta la muerte ideales de dignidad y lealtad para con los compañeros… En eso también Wood es coherente, digamos todo. Pero este último tramo de 1978 no ofrece ni por asomo las situaciones extremas y las emociones que ofrecía el tramo inmediatamente anterior. Los dibujos de Carlos Leopardi están muy bien. Lo que pierden en sofisticación lo ganan en fuerza expresiva, en salvajismo. Por momentos, se le va la mano en el grotesco (me imagino cómo lo putearían los fanáticos de la línea más académica, más identificados con la estética más clásica de un Ricardo Villagrán, por ejemplo), pero le pone a la serie esa impronta más dramática y te hace sentir que cuando pinta la violencia se pudre todo, de verdad. En el último episodio del tomo, a Leopardi se le ocurre cambiar la forma en que le dibuja la nariz a Nippur, un detalle pavote, pero que me llamó la atención. Y al igual que Lucho Olivera, dibuja a todas las mujeres con la misma cara. Esta vez me pareció que los coloristas trataron un poquito mejor a los dibujos de Leopardi. Sigue habiendo viñetas todas pintadas de rosa, o todas de celeste, o secuencias en las que el cielo pasa de verde a rojo de un cuadrito al siguiente. Pero noto un cierto cuidado, un leve esfuerzo por no arruinar el trabajo del dibujante. Y bueno, no se pudo. La gloria duró un tomo, que fue el anterior. Me queda sin leer uno solo, que prometo reseñar antes de fin de mes. La colección sigue hasta el sesenta y pico, pero mi hermano tomó la decisión bastante sensata de dejar de comprarla cuando algún delirante decretó que pasara a salir todas las semanas. Veremos con qué me encuentro cuando me toque despedirme (probablemente para siempre) de Nippur de Lagash. Nos reencontramos pronto con nuevas reseñas en este mes temático dedicado a la historieta argentina, acá en el blog.

sábado, 24 de octubre de 2020

NIPPUR DE LAGASH Vol.26

Ah, bueno… Ahora sí. Por fin, después de tanto padecer, tengo en mis manos un tomo con seis historietas de Nippur que me animo a recomendar plenamente. Esto parece historieta moderna (o lo que considerábamos historieta moderna en 1978): un solo guionista, un solo dibujante, historia que se hacen cargo 100% de lo que pasó en la anterior, y –sobre 87 páginas de historieta- apenas dos superpobladas por 14 viñetas microscópicas. Las otras 85 ¡tienen todas menos de ocho cuadros! Como las historietas que se publicaban en esa época en el resto de América. Por supuesto, Robin Wood mete más texto que en una historieta promedio de aquel entonces, pero al haber menos viñetas de mayor tamaño, el equilibrio entre los masacotes de texto (o los diálogos extensos) y la narración visual está mucho mejor logrado. En estos seis episodios vamos a volver a ver cómo los coloristas (criminales de lesa humanidad que merecen el más atroz de los castigos) se esfuerzan por estropear los dibujos de Carlos Leopardi, pero quizás porque el ídolo está mucho más afianzado en el dibujo, el daño que le hacen no es tan letal como en tomos anteriores. De todos modos, me encantaría tener este material en blanco y negro, para disfrutar del trazo salvaje, violento, expresivo al límite del grotesco de un Leopardi que atravesaba un momento de inspiración absoluta. En cuanto a los guiones, en el primero vemos a Nippur engañar y matar a sus enemigos sin el menor reparo, en una historia con muchos de los elementos típicos de esta serie bastante bien combinados. El segundo episodio está narrado en primera persona por un antagonista al que Robin le da mucha profundidad. Por supuesto, sabemos desde el primer cuadrito que no va a lograr su cometido (matar a Nippur), pero la historia es atractiva y está bien llevada. La tercera aventura es definitiva: “Laris, sobre el espejo del desierto”, 15 páginas inolvidables en las que Nippur se enamora de una chica ciega y sobre el final… ¡pierde un ojo! Un enemigo al que nunca antes habíamos visto (y creo que nunca reaparecerá) se da el lujo de dejar tuerto al justiciero de un certero flechazo y encima de matar a su novia. Muy impactante todo. Y en los tres episodios restantes, vemos algo así como el Daredevil: Born Again de Nippur. El héroe toca fondo, perdió todo y no quiere seguir. No más combates, no más romances, no más aventuras. Nippur es ahora un indigente zaparrastroso, un ermitaño que escapa de la gente y de los peligros, al que asiste un niño, Mohar, de unos 10 u 11 años. Y ese statu quo dura varios episodios, no es un argumento que se le ocurrió a Robin para zafar una vez. Por el contrario, se exploran a fondo las consecuencias de lo que pasó en “Laris, sobre el espejo del desierto”, como para que ningún desprevenido se olvide lo importante que es esa entrega. Ver a Nippur vencido, hecho un trapo de piso, es algo que nadie se esperaba, y resulta realmente conmovedor, especialmente en “Los Cazadores y el Miedo”, un capítulo narrado en tercera persona con unos bloques de texto exquisitos y una humanidad escalofriante. Finalmente, en “La Ultima Galería” (también con bloques de texto a cargo de un narrador omnisciente) vamos a ver la escabrosa muerte de Mohar, un Nippur forzado a volver a blandir la espada y volver al combate (esta vez contra una jauría de lobos liderada por un macho muy astuto, como en aquel manga de Jiro Taniguchi que vimos el 22/07/12) y al final, encontrar a una minita que lo va a ayudar a ser el de siempre. Bah, creo. Habrá que ver qué pasa en el próximo tomo… Esto es aventura clásica a un gran nivel. Un dibujo vigoroso, osado, con mucha impronta autoral, argumentos jugados, en los que el héroe la pasa realmente mal, textos hermosos, bajada de línea siempre para el lado correcto… Ya estamos en una época en la que el nivel de las revistas de Columba alcanzaban un pico (1977-82 es, para mí, el período dorado de esa editorial) y era momento de que Nippur se sacudiera un poco las telarañas para volver a pelar la chapa de clásico y a justificar su longevidad y su popularidad entre los lectores. Y hasta acá llegamos, por hoy. Nos reencontramos en unos días con nuevas reseñas, acá en el blog.

jueves, 15 de octubre de 2020

NIPPUR DE LAGASH Vol.25

Otro tomo del coleccionable de
Nippur con unas cuantas sorpresas para compartir con ustedes… Primero, repasando la lista de episodios y sus fechas de publicación descubro que entre Junio y Diciembre de 1977… ¡no se editaron nuevos episodios de Nippur! La serie más popular de la editorial Columba, que atravesaba una época de esplendor a nivel comercial acompañada por un nivel artístico bastante aceptable, desapareció de las páginas de la revista D´Artagnan durante SEIS MESES. No tengo idea qué pasó, si Robin Wood dejó de mandar guiones, si no conseguían buenos dibujantes… pero hubo seis meses, justo en el año en que Nippur festejaba su décimo aniversario, en que no aparecieron nuevos episodios de esta serie. El tomo arranca con “La Columna de los Buitres”, una historieta muy notable por varios motivos: por un lado, marca el final de la colaboración entre Wood y Ricardo Ferrari. En segundo término, se trata del pico más alto de Jorge Zaffino como dibujante de Nippur. Todavía muy lejos del estilo con el que se va a consagrar mundialmente, acá un Zaffino todavía muy joven (apenas 18 añitos) se comía crudo a su maestro, Ricardo Villagrán, y empezaba a avanzar a paso firme hacia los terrenos de un Burne Hogarth, ponele. El dibujo académico-realista en su máxima expresión, con gran fuerza icónica, y con varias páginas con pocos cuadros (en Columba “pocos cuadros” signfica “menos de 10”) que hacen que, por primera vez en mucho tiempo, aunque sea un pasaje de una historieta de Nippur se vea parecida a otras historietas de las que aparecían en otras editoriales. Y también hay páginas de 700 viñetitas microscópicas en las que el dibujo de Zaffino no se luce casi en absoluto. En tercer lugar, esta es la historieta en la que Zaffino le pone a los aliados de Nippur los rostros de Robin, de Villagrán, el suyo propio y hasta el de empleados de distintas áreas de la editorial Columba. Y entre los enemigos (a los que Nippur y su tropa hacen pedazos) hay guerreros con los rasgos de Horacio Altuna y Alberto Breccia, dos próceres de la historieta argentina que ya en los ´70 hablaban pestes de la editorial de la palomita y sus abyectas prácticas en materia de reconocimiento de los derechos de autor a los dibujantes y guionistas. La segunda historia del tomo marca la despedida de Zaffino, y tiene un guion mucho más livianito, casi en joda, que no está mal. Después viene ese bache de seis meses y al regreso, tenemos un equipo (equipazo) integrado por Robin Wood como único guionista y Carlos Leopardi como único dibujante. Desde la primera página de “Llegar a Akad” hasta el final del tomo, Leopardi sale a matar, con el cuchillo entre los dientes. Su dibujo agreste, desangelado, por momentos brutal, combina cosas de Lucho Olivera, Carlos Casalla y hasta el propio Alberto Breccia, pero además tiene una narrativa más estridente, más ampulosa, más cercana al comic de superhéroes de EEUU. En las páginas en las que Leopardi puede dibujar menos de 10 viñetas, aparece un ritmo narrativo, una intensidad, que hasta acá no habíamos visto en las aventuras de Nippur. Lástima que los coloristas (que se esforzaban bastante por no estropear los virtuosos trazos de Zaffino) le entran a las páginas de Leopardi con odio, con saña, como si el dibujante hubiese abusado sexualmente de sus madres, hijas y mascotas. Juro que por momentos me costó leer las historietas de lo espantoso que es el color, sentía que me estaba lastimando los ojos. Hijos de mil putas, ojalá mueran en cana. Y ojalá alguna vez toda esta etapa de Nippur dibujado por Leopardi se reedite en blanco y negro. En cuanto a estos cuatro guiones que ofrece Robin en su regreso tras el parate, el primero es previsible pero muy lindo, muy emotivo. El segundo está absolutamente virado al terror sobrenatural, algo que ya vimos que no funciona muy bien en el contexto de Nippur. El tercero es la enésima vuelta de tuerca al tema de los abusos de los poderosos y cómo un cuatro de copas se puede convertir en as de espadas con solo juntar los huevos para plantarse frente a la injusticia y la arbitraredad. Nippur está de adorno, pero bue. Y el cuarto y último va para el mismo lado: Nippur pintado al óleo en medio de una trama de lucha, dignidad, códigos, respeto, letaltad y amor. El balance general de estas seis historietas es muy decoroso. Muy por encima de lo que veníamos padeciendo en entregas anteriores. Ojalá sigamos así en los tres o cuatro tomos que me quedan por delante. Y nada más, por hoy. Ya estoy leyendo un libro extra-large, para reseñarlo ni bien lo termine, acá en el blog.

miércoles, 30 de septiembre de 2020

NIPPUR DE LAGASH Vol.24

Me tocó un tomo raro de Nippur, porque tiene siete historietas a cargo de un mismo equipo creativo, algo que hacía mucho que no pasaba. Es todo material de 1976 y 1977, cuando Nippur aparecía una sola vez por mes, siempre en la revista D´Artagnan, a veces a todo color y a veces en blanco y negro. Todos los guiones están a cargo de Robin Wood y Ricardo Ferrari, mientras que el único dibujante es Jorge Zaffino, a quien vemos crecer enormemente a lo largo del tomo. Ya vimos que en sus inicios Jorge era una especie de versión agreste, desangelada, cruda de Ricardo Villagrán. Acá sigue en esa tónica, todavía muy lejos del Zaffino icónico, de ese estilo personal, reconocible, tan imitado por las hordas de dibujantes a las que influenció esta bestia del claroscuro. En estas historias se da una constante rara: las que son a todo color tienen menos viñetas por página que las que son en blanco y negro. La última historia a color (La Serpiente de la Vida y la Muerte) es la que menos cuadros tiene, y donde el trazo de Zaffino más se acerca al de Villagrán, donde mejor le sale la mímesis de la impronta gráfica de su maestro. Y última historia en blanco y negro (La Puerta) tiene una página de 13 cuadros, seguida de una de 16 y seguida de una de ¡17 cuadros! Bah, más estampillas que cuadros. Son viñetas microscópicas, repletas de texto, en las que Zaffino apenas logra meter un mínimo dibujito para rellenar los milímetros que no ocupan las letras. Un disparate absoluto, luego compensado por un par de páginas de acción, con muchos menos cuadros y menos texto, en las que Zaffino hace gala de un dinamismo, una fuerza y un nivel de salvajada que el elegante trazo de Villagrán nunca tuvo. Esas dos páginas de La Puerta son las mejor dibujadas de todo un tomo donde el nivel es alto y asciende mucho entre la primera página y la última. ¿Y qué onda los guiones? El primero es predecible, pero no está mal. Tiene su ingenio. El segundo es un embole, sin el menor atractivo. El tercero es la clásica fórmula de Nippur, respetada a rajatabla: o sea, una aventura correcta, sin sobresaltos, por momentos excedida en cantidad de texto. El cuarto también es bien tradicional, la enésima confrontación entre el errante y un monarca soberbio, despiadado y demasiado confiado en su propia chapa. Y para cerrar el tomo, tenemos tres aventuras en las que entran en juego elementos sobrenaturales. Wood y Ferrari dejan de lado el realismo y el cuidado por la ambientación histórica para meter a Nippur en historias en las que tendría más sentido un personaje de perfil ocultista, tipo Martin Hel. En la primera aparece un guerrero inmortal, que busca infructuosamente la muerte. En la segunda el sumerio se mete en un templo prohibido donde los esqueletos cobran vida y pasan todo tipo de cosas inexplicables. Y finalmente en La Puerta los guionistas narran una especie de thriller psicológico en el que una violencia sobrenatural enloquece a los personajes. O no, es ese episodio de las tres páginas llenas de cuadritos ínfimos que explotan de texto, así que en un punto fui expulsado de la lectura y por ahí hay otra explicación para lo que sucede, en alguna de las viñetas a las que no pude entrar. A todo esto, en estas siete entregas no se menciona nada de la misión original de Nippur, ni a su Lagash natal, ni a ninguno de los personajes aparecidos en las historias anteriores. Son simplemente aventuras autoconclusivas que aparecieron en este orden como podrían haber aparecido en cualquier otro. No horribles ni infumables, pero sí bastante intrascendentes. Ojalá en el próximo tomo me encuentre con mejores guiones. Nada más, por hoy. Cerramos otro mes de reseñas y nos reencontramos pronto, acá en el blog.

sábado, 12 de septiembre de 2020

NIPPUR DE LAGASH Vol.23

Otro tomo del coleccionable de Nippur, esta vez con sólo seis historietas y con bastantes novedades en materia del elenco de autores. Vamos a ver con qué nos encontramos. La primera historieta, con dibujos de Sergio Milko en blanco y negro, es bien de fórmula, bien inscripta en el “más de lo mismo”. Millones de viñetas por página, textos kilométricos y un argumento que no suma ni resta. En la segunda historia, Robin Wood trae de regreso a Aneleh y Oiram, para una aventura flojita, muy predecible, a la que le falta fuerza, a tal punto que Nippur podría tranquilamente no estar y la trama sería prácticamente la misma. Dibuja una vez más Mulko, de nuevo con pocas ganas, ahora masacrado por unos coloristas que merecen morir en un penal de máxima seguridad. La tercera historia es rara: tarda en arrancar, pero una vez que lo hace se pone MUY buena. Acá Robin presenta una nueva locación, repleta de posibilidades para un montón de nuevas aventuras, y a todo un grupo de personajes secundarios con muchísimo potencial. Te imaginarás qué pasó con todo ese potencial: jamás nadie lo aprovechó. Acá pasan un montón de cosas que para el siguiente episodio (y todos los que vendrán después) no se vuelven a nombrar, como si nunca hubieran sucedido. Un disparate. Esta aventura tiene el atractivo de estar muy bien dibujada por Ricardo Villagrán, que regresa después de un paréntesis en el que su estilo se soltó un poco más de la referencia fotográfica y ganó en plasticidad y dinamismo. Las splash pages son alucinantes, ricas en detalles y con unas composiciones magníficas.Y el resto de la historieta está muy bien, no padece la pandemia de páginas con 12 ó 13 viñetas microscópicas. Una pena que la serie no haya continuado en esta línea. El siguiente episodio tampoco tiene páginas llenas de cuadritos ínfimos en los que los textos sepultan a los dibujos, pero ya no está Ricardo Villagrán, sino su hermano Enrique, que firmaba como “Gómez Sierra”. Obviamente está muy lejos del nivel de Ricardo, aunque sin errores groseros. El guión de Wood, de nuevo muy predecible, sin ninguna sorpresa ni giros interesantes. Seguimos con “Gómez Sierra” también en la cuarta historia, que presenta otra novedad: Ricardo Ferrari (quien compartía estudio con los hermanos Villagrán) aparece como co-guionista. ¿Qué supongo yo que sucedió? Que Robin no llegaba a mandar guiones completos y le dictaba a Ferrari (sospecho que por teléfono) un argumento muy básico para que el hoy encumbrado profesor de zoología lo desarrollara y le diera forma de guion. La verdad que la primera colaboración entre estos dos grossos no arroja resultados demasiado convincentes, y el dibujo tampoco ayuda. Y en la sexta y última historia, también tenemos una novedad: el guion de Ferrari y Wood no lo dibuja ninguno de los hermanos Villagrán, sino un adolescente que los asistía en el estudio. Un pibe muy jovencito destinado a ser un capo: nada menos que Jorge Zaffino, en su debut como profesional que firmaba con su nombre. No es un gran debut, porque Zaffino tiene muchos problemas con la narrativa, arma las secuencias de un modo medio confuso, repite mucho algunos enfoques y dibuja tratando de imitar al Ricardo Villagrán de principios de los ´70, lo cual consigue sólo parcialmente. La historieta está en blanco y negro, y no, acá no se ve ninguna de las técnicas con las que Zaffino se va a convertir (años más tarde) en un monstruo sagrado del blanco y negro. La trama no es tan obvia como otras, pero tampoco es nada del otro mundo. Una vez más, hay que conformarse con la altísima calidad de la prosa que aparece en los bloques de texto, porque desarrollo de personajes, subtextos interesantes o construcción de plots a futuro sigue sin haber. Muchas novedades en apenas seis historietas, pero sin un correlato real a nivel artístico. Veremos con qué me encuentro en el siguiente tomo. Mientras tanto, a seguir atentos, que en cualquier momento nos reencontramos con nuevas reseñas, acá en el blog. Gracias totales.

lunes, 31 de agosto de 2020

NIPPUR DE LAGASH Vol.22

Hoy muy cortito, porque no me quiero amargar la vida yo, ni amargársela a ustedes. Este es, por afano, el tomo de Nippur más flojo de todos los que leí hasta ahora. No sólo los guiones son intrascendentes: también están llenos de ideas (y creo que hasta de diálogos) que ya leí en episodios anteriores. Parecieran ser refritos de historias viejas, a las que alguien (no sé si el propio Robin Wood o algún sicario) les cambió un par de nombres y alguna boludez más para venderlas como episodios inéditos. El tomo trae sólo seis historietas y no hay una sola para rescatar. Realmente, si te salteás este libro hacés mierda el dibujo que se forma con los lomos, pero te hacés un favor, porque esto sólo te puede aportar desgracias. Cuatro de los seis episodios están dibujados por Sergio Mulko, así nomás, sin demasiado entusiasmo, como si se quisiera sacar el trabajo de encima lo más rápido posible. En algunos episodios lo colorean los criminales de lesa humanidad a los que Columba empleaba para que destruyeran la labor de los dibujantes, y en otros lo vemos en ese blanco y negro siempre igual, sin nuevas ideas hace ya varios tomos. En los episodios a color aparecen varias splash-pages, que parecen viñetas comunes ampliadas. No se nota (como se notaba en las splash-pages de Lucho Olivera o de Ricardo Villagrán) la intención de aprovechar para meterle a esa única imagen un grado mayor de detalles, de cuidado en la composición, o de equilibrio entre masas negras y espacios blancos. Yo creo que Mulko se dio cuenta de que esos dibujos iban a ocupar una página entera recién cuando los vio publicados. Y quizás ni le llamó la atención, porque el color de la primera página lo dejó ciego y ya no pudo ver las siguientes. Los dos episodios que dibuja Carlos Leopardi aparecen publicados a color, y con mucho menos abuso de la splash-page. Cuando le dan a Leopardi la posibilidad de romperse el alma para que esa única imagen sea memorable, no la desaprovecha. De hecho, en la aventura que cierra el tomo (Primero el Vuelo del Pinzón) tiene apenas tres páginas con más de nueve cuadros (algo infrecuente para esta época de Nippur) y en la mayoría de las páginas de nueve viñetas o menos, vemos un equilibrio muy logrado entre texto e imagen. Más allá del guion formulaico y aburrido, la forma en que Leopardi plantea las secuencias hace que ese último episodio se pueda leer sin sufrir. Y los malignos coloristas lo tratan un poco mejor que a Mulko. Por lo menos no colorean a Nippur con todo el cuerpo violeta y las pupilas rojo sangre, lo cual es un avance. Nada más. No me quiero seguir flagelando a mí mismo con un comic de tan improbable redención. Ojalá haya más suerte en el próximo tomo. Tampoco me quedan tantos por delante porque –creo que ya lo conté- mi hermano los dejó de comprar cuando pasaron de quincenales a semanales. Es lo que hay. Gracias y hasta el mes que viene.

domingo, 16 de agosto de 2020

NIPPUR DE LAGASH Vol.21

Sigo adelante con mi descubrimiento de una época de las aventuras de Nippur que nunca había leído, porque se publicaron en la revista D´Artagnan en 1975 (cuando yo era muy chico) y nunca se habían reeditado hasta que salió este coleccionable. Una vez más, el tomo ofrece siete episodios, que procedo a recorrer. El primero es el único dibujado por Lucho Olivera, en un muy buen nivel, siempre con ese desequilibrio extraño entre páginas con 12 ó 13 viñetas microscópicas, mezcladas con seis splash-pages, que para una historieta de 15 páginas son un montón. Por ahí sacrificando tres o cuatro splash-pages, se podrían evitar las páginas de 12 cuadritos minúsculos y lograr un resultado más parejo. El guión de esta primera aventura es bastante bueno, empieza con un repaso muy agudo (aunque excesivamente verborrágico) por todos los personajes a los que conoció Nippur y ostentan una corona, y después deriva hacia un canto a la amistad, a la joda, a la falta de ataduras y responsabilidades que el permite al errante ir de acá para allá a su antojo sin pedir permiso ni darle explicaciones a nadie. Es un discurso bastante coherente con lo que era la vida de Robin Wood en esta primera mitad de los ´70, plasmado en textos de hermoso vuelo literario. En este tomo tenemos cuatro episodios dibujados por Sergio Mulko y, si bien no aparecen los cuatro seguidos, los voy a reseñar en ese orden. El primero es una aventura muy menor, con un rol mínimo para Nippur, que podría tranquilamente no estar. El dibujo, muy desparejo, con alguna secuencia muda en la que Mulko trata de sacar chapa de buen narrador, pero en general muy opacado por la sobredosis de textos. La segunda nos muestra por primera vez a Mulko a todo color, pero le tocan unos coloristas criminales que lo masacran, de modo que el resultado se ve opaco, tosco, precario. Hay un par de viñetas muy bien logradas, pero en general es poco lo que se puede rescatar. El guion es realmente muy bueno, con un buen giro en el final y –de nuevo- un rol muy chiquito para Nippur, que es más testigo que héroe. En su segunda historieta a color, Mulko sufre aún más el flagelo de estos malvivientes que se hacían pasar por coloristas y el dibujo se ve aún peor que en el capítulo anterior. De nuevo la faz gráfica le baja el precio a un buen guion de Robin, que habla de modo explícito (y muy interesante) sobre la grieta entre ricos y pobres y lo que les pasa a los pobres cuando empiezan a pensar con mentalidad de ricos. Acá también, Nippur está prácticamente como figura decorativa. Y queda un cuarto y último episodio dibujado por Mulko, de nuevo sin participación de Nippur en la trama (se limita a narrar una historia vivida por su amigo Teseo), pero esta vez con un argumento endeble, poco atractivo. La clásica verborragia de Wood se impone por sobre los dibujos de Mulko (acá de regreso al blanco y negro) que no aportan nada que no hayamos visto ya en otros episodios dibujados por este artista. Y me quedan dos historietas, en las que aparece un nuevo dibujante, el glorioso Carlos Leopardi. En su primera historieta (en blanco y negro) Leopardi parece un correcto imitador de Lucho Olivera, más parejo, sin tanto péndulo brutal entre las viñetas en las que se dibuja todo y las viñetas resueltas en tiempo record, sin el menor esfuerzo. Es un muy buen debut, acompañado por un guion atractivo, también con un gran giro final, con bastante protagonismo para Nippur. Y en la historia que cierra el tomo, vemos a Leopardi por primera vez a todo color, y descubrimos que su trazo agreste, oscuro, áspero, soporta mejor que el de Mulko y el de Lucho el constante sabotaje por parte de los coloristas. Acá la influencia de Olivera sobre Leopardi se hace menos evidente, excepto en las caras del personaje femenino que protagoniza la historieta (sí, de nuevo Nippur tiene un rol mínimo en la trama). Es una buena historia, un toque predecible pero con buenos momentos de tensión y violencia. Me encantó ver a Leopardi desembarcar en la antigua Mesopotamia y dejar desde temprano su marca en esta serie, que es ideal para un dibujante de su estilo y de sus condiciones. Además me encontré con varios guiones de Robin realmente satisfactorios, así que me voy contento. Veremos con qué me encuentro en el próximo tomo. Spoiler alert: ya me quedan pocos sin leer. Y ya está. Nada más por hoy, gracias por el aguante y será hasta la próxima.

sábado, 1 de agosto de 2020

NIPPUR DE LAGASH Vol.20

Sigo inclaudicable en mi gesta, sin sucumbir a la tentación de mandar a la mierda a Nippur y a estas historias supuestamente clásicas que se repiten muchísimo y ya no me emocionan en lo más mínimo. Este tomo ofrece otros siete episodios publicados en 1975 en la revista D´Artagnan, y además una cantidad bastante indignante de páginas en blanco. Entiendo que no puedan publicar tomos con más páginas o menos páginas porque se trata de una colección con el formato estandarizado, pero poneme algo. Portadas de Alfredo De la María, textos sobre la Mesopotamia en la antigüedad, entrevistas a los autores, un texto de alguien que sepa grosso sobre la serie… algo. Vamos con lo que hay. La primera historieta es –lejos- la mejor del tomo. El planteo es lógico, el desarrollo crea intriga, la resolución no es la obvia, el recurso de que esté todo narrado en primera persona por alguien que no es Nippur también garpa muchísimo… La verdad que me re-gustó. Ojalá en las seis historietas restantes viéramos a Robin Wood en este mismo nivel. El dibujo de Lucho Olivera también está buenísimo, excepto por las caras de las mujeres que (como suele suceder) son todas idénticas. Se ve que en aquella época garchaban entre primos o incluso entre hermanos, y había poca variedad de rasgos faciales. Después tenemos dos aventuras flojísimas, donde no llegás a sentir el peligro, ni a merte dentro de la trama. Son boludeces, peripecias muy menores, una de corte más sobrenatural, la otra de corte más clásico. Obviamente con páginas de 12 y 13 viñetas en las que la acción nunca se luce y con cantidades de texto grotescas. En ambos casos dibuja Sergio Mulko que trata de meter por lo menos dos buenas imágenes en cada episodio, a pesar de todo. Y sí, el resto de los dibujos se ven apurados, sin ganas, a veces con una mezcla de técnicas de entintado rara, y con algunas viñetas entintadas a lo bestia, con tres pincelazos. En la cuarta historia vuelve Lucho y el guion de Robin levanta un poquito. También, una cantidad de texto bestial, y chicas idénticas entresí. Pero el argumento es un toque mejor. Hay una chica con los mismos poderes de Dream Girl (de la Legion of Super-Heroes) y hay un peligro grosso, tan grosso que no resulta demasiado verosímil la forma en que Nippur escapa de una muerte más que cantada. Después tenemos la historieta peor dibujada del tomo, con Mulko ya definitivamente sin ganas, con páginas repletas de viñetas microscópicas y sin esas dos o tres imágenes memorables que el dibujante trataba de meter en cada episodio. El guion va más para el lado de la ética y la filosofía, con lo cual cuando Wood le agrega un par de escenas de violencia (como para que Nippur haga algo) se desvirtúa un poco la escencia de lo que quería contar. La sexta historia es casi buena, tiene ritmo, tiene páginas sin bloques de texto innecesarios y hay un argumento que no es genial ni mucho menos, pero por lo menos no es igual al que ya leímos 50 veces. Lo raro es que empieza narrando en primera persona un personaje secundario y para la quinta página es Nippur quien se hace cargo del relato en off. Lucho le pone bastante onda al dibujo, excepto en esa página funesta, con QUINCE viñetas y muchísimo diálogo, donde –lógicamente- dibuja lo menos posiible. Y en la séptima y última vuelve Hattusil, para otra aventura con onda sobrenatural, en la que el dibujo de Mulko ya es cualquier cosa. Líneas y manchas en estado salvaje, como si estuviera trabajando directo en tinta, sin un plantado previo a lápiz. El resultado es sumamente olvidable. Otra cosa que me hizo ruido es que el hijito de Hattusil llamado Nippur, al que vimos nacer hará unos… tres años, cuatro a lo sumo, acá ya parece un pibe de 9 ó 10 años. Por supuesto los adultos están siempre igual, ninguno parece haber envejecido 9 ó 10 años. En fin, seguimos lejos de la calidad que uno espera en una serie considerada un clásico, un pico de la gloriosa historieta argentina. Podría ser peor (supongo), pero también podría ser infinitamente mejor, sobre todo si pensamos que era la serie más popular de la editorial que dominaba por amplísimo margen un mercado inmenso, y a la que evidentemente no le faltaban recursos para cuidar un poco más los guiones, los dibujos y el color. Ni hablar del rotulado, pero ese flagelo por suerte fue eliminado en la edición de Planeta que estamos recorriendo. Gracias por tanto, perdón por tan poco, y vamos que ya estamos en Agosto y falta menos para que se termine este año de mierda.

lunes, 20 de julio de 2020

NIPPUR DE LAGASH Vol.19

¿Hoy es lunes, no? ya ni me acuerdo en qué día estamos.
Bueno, tengo para comentar otro tomo del coleccionable de Nippur de Lagash, con otras siete historietas de fines de 1974 y principios de 1975. A ver qué hay ahí adentro.
La primera historieta tiene un guión aceptable, porque en algún momento genera algo así como una tensión. No es uno de esos conflictos light que Nippur va a resolver de taquito. Una vez más, Robin Wood comete su pecado favorito: presentarnos a un personaje secundario de inmenso potencial y no usarlo nunca más. El dibujo de Sergio Mulko no sólo no brilla, sino que además se mete solito en unos bretes narrativos complicadísimos, que requieren a veces de flechitas y a veces de una cuota de imaginación por parte del lector para deducir en qué orden hay que leer las viñetas. Imperdonable por completo.
La segunda historia tiene un guión choto, predecible, con menos emoción que esos torneos de España en los que Barcelona o Real Madrid le llevan 14 puntos al que va segundo. El dibujo de Ricardo Villagrán no está mal, tiene momentos muy buenos, pero entre tantas páginas de 12 viñetas iguales y chiquititas, parece que uno está leyendo un álbum de estampillas.
La tercera es una aventura decididamente liviana, incluso con varios momentos en los que la comedia le gana al tono solemne que prevalece en la serie. El argumento es uno más del montón, no se destaca demasiado. Y el dibujo de Mulko es flojo, muy eclipsado por las montañas de texto y por el hecho de tener que armar páginas con 13 viñetas microscópicas.
La cuarta historia es rara. El guión es clásico pero correcto, también con algún momento en el que sentís algo así como un peligro real para Nippur. El villano es interesante (aunque, por supuesto) no llega vivo al final del episodio, y en todo caso lo más problemático es cómo está plasmada la narración gráfica. Sobre quince páginas, tres tienen una sóla viñeta, dos tienen una viñeta que ocupa casi toda la página con un cuadrito microscópico en uno de los vértices y claro, casi todas las páginas restantes están hasta las pelotas de cuadritos minúsculos y masacotes de texto interminables. Esto mismo, mejor equilibrado, seguramente quedaba mejor. En las páginas con una o dos viñetas, explota como pocas veces el virtuosismo de un Lucho Olivera muy comprometido. En las páginas de 12 viñetas chiquitas, lógicamente no. Cerca del final, encontré una página alucinante, por lo bien dibujada y por lo infrecuente que era esto en la producción de Columba: cuatro viñetas widescreen, sin bloques de texto y con apenas cinco globos de diálogo, todos muy escuetos. Me hubiese encantado leer una historieta toda así, en vez de pendular entre las splash-pages y las páginas de 12 micro-cuadritos.
La quinta historia es, lejos, la peor. El argumento es choto, la cantidad de texto es grotesca, el dibujo de Mulko es flojísimo, los bloques de texto empiezan relatados por una anciana (personaje secundario con bastante peso en la trama) y a las pocas páginas pasan a ser relatados por un narrador omnisciente que habla de la anciana en tercera persona… Nada para rescatar.
La sexta levanta apenitas la puntería, dento de un nivel de mediocridad ya preocupante. Por lo menos hay menos bloques de texto, están todos muy bien escritos, y hay un sólo narrador en off (Nippur). El dibujo de Mulko, muy desparejo, con algunas viñetas realmente inadmisibles.
Y el tomo cierra con otra aventura menor, en la que Nippur se limita a relatar sucesos que protagoniza otro personaje (bien desarrollado y mejor aniquilado por Robin Wood), y que –lógicamente- nos importan menos que las cosas que le pasan al sumerio. Dentro de todo, es una historia llevadera, que incorpora un recurso no muy logrado, pero que por lo menos rompe con lo habitual: el relato de Nippur es leído en el presente por un sumerólogo a cuyas manos llegan tablillas antiquísimas, escritas por el propio héroe de Lagash muchos siglos atrás. Así, Lucho Olivera demuestra que además de dibujar bien la antigüedad clásica, puede dibujar bien el último tercio del Siglo XX, aunque no sean más que un par de secuencias sin acción y sin mucha variedad de locaciones o personajes. Acá hay otra página con poco texto resuelta en cinco viñetas widescreen (dibujadas como los dioses) y una página de 14 viñetas que explotan de texto y reducen al dibujo de Lucho a su mínima expresión.

Bueno, es lo que hay. “Ya vendrán tiempos mejores”, decía una vieja zurciendo un forro… Gracias por el aguante y nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.

sábado, 11 de julio de 2020

NIPPUR DE LAGASH Vol.18

Sigo adelante con la lectura del coleccionable de Nippur de Lagash y esta vez me toca abordar el vol.18, donde por primera vez en mucho tiempo volvemos a tener siete historietas en vez de seis y unas ilustraciones de relleno. No es que las historietas sean muy buenas, pero siempre es mejor que haya más páginas de historieta y menos de pelotudeces varias. Vamos a repasar, a ver qué se puede rescatar.
La primera es la nada misma, un argumento poco interesante, una resolución blandita, y por supuesto unos bloques de texto hermosos. La segunda es de esas que te dan bronca: Robin Wood presenta un nuevo personaje, ambiguo, complejo, con matices interesantes, que podría ser un enemigo recurrente para Nippur, o incluso el protagonista de otra serie ambientada en este mismo universo. ¿Y qué sucede? Lo que te imaginás: muere en la anteúltima página. Una garcha. La tercera aventura también, sumamente olvidable, no tiene ningún mérito. Y la cuarta, que es la última aventura a todo color, tiene la novedad de que aparecen dos personajes secundarios (Aneleh, o sea Helena, y Oiram, o sea Mario) que no mueren, sino que van a reaparecer poco después. El rol de Aneleh en la historia es muy interesante, más allá de que el argumento en sí no sea brillante.
La quinta historia es muy rara, porque está narrada en primera persona (con unos textos preciosos) no por Nippur, sino por una chica que está de novia con el Errante. ¿Quién es? ¿De dónde salió? No se explica. Al final terminan juntos, abrazados, pero a ella nunca la volvimos a ver. Me parece que era una aventura que Robin escribió para otro personaje y a último momento alguien la modificó para que fuera una de Nippur, porque no encaja para nada con lo que veníamos leyendo hasta acá. La sexta historia tampoco tiene sorpresas, ni elementos novedosos, ni una trama emocionante, pero por lo menos está narrada por Nippur y tiene un tono más afín a la onda de la serie. Y la séptima y última del tomo es la mejor de esta tanda, con los regresos de Aneleh, Oiram y, por si faltara algo, Karien, la amazona, lo más parecido a una novia posta que tiene el héroe sumerio, por lo menos en esta etapa. Esta es una historia que no descolla por el lado del argumento, pero en la que Robin trabaja muy bien la dinámica entre los personajes. Ojalá hubiera más de este tipo de guiones a lo largo de la serie.
En cuanto a los dibujos, en la segunda historia me encuentro con algo que no quería ver: páginas firmadas por Ricardo Villagrán en las que no se ve ni por asomo la calidad habitual del maestro. Hasta la mitad del episodio el dibujo es excelente; pero en la segunda mitad decae muchísimo, como si Villagrán se hubiera sacado las páginas de encima muy rápido, o como si las hubiese puesto en manos de asistentes menos capaces. Las cinco historietas en blanco y negro están dibujadas (como ya es costumbre) por Sergio Mulko, también en un nivel bastante precario. Pobre tipo, cuando puede trata de meter poses dinámicas, busca enfoques que puedan impactar, tira de vez en cuando un primer plano copado, o un efecto medio brecciano en un fondo… Pero se nota la incomodidad, se nota que es un dibujante con recursos limitados, una especie de Herb Trimpe, o de Sal Buscema, encima muy encorsteado en esas páginas que casi siempre tienen 12 viñetas muy chiquitas, donde el dibujo no se luce, sino que está ahí para rellenar el pedacito que está ocupado por los masacotes de texto.
Y en la cuarta aventura, segunda y última a todo color, tenemos el regreso del maestro Lucho Olivera, el primer dibujante de Nippur. Este es un Lucho muy superior al de los primeros episodios, más sólido, más suelto, más salvaje, que además tiene a su disposición 16 páginas de las cuales cuatro tienen una sola viñeta. Lucho arrastra el problema de que le cambia la cara a las mujeres de una viñeta a la otra, pero todo lo demás es sumamente atractivo. El dinamismo de los cuerpos, los enfoques para las escenas de acción, los detalles en armas, vestimenta y fondos, algunas expresiones faciales… Lástima esas páginas en las que sólo vemos cabecitas hablando. Ahí el texto opaca mucho al dibujo y Lucho se calienta poco y nada por ponerle un poco de onda a esas escenas desde lo visual. Pero está buenísimo tenerlo de vuelta, no sé si sólo por esta vez, o de forma habitual a partir de los próximos tomos. Ah, el color columbero (y generalmente horroroso) se sufre más en la historieta de Lucho que en la de Villagrán. No sabría explicar bien por qué, pero eso fue lo que me pasó al leerlas.
Nada más por hoy, sepan disculpar. Gracias por el aguante y la seguimos pronto.


domingo, 5 de julio de 2020

ABURRIDOMINGO

Otro domingo eterno, sin futbol, sin nada mínimamente interesante para entretenerse que no sea leer comics. Aprovecho para ponerme al día con las reseñas (escritas así nomás, sin demasiado entusiasmo) de un par de libritos que tengo leídos.
Ya vot por el Vol.17 del coleccionable de Nippur y estoy en una meseta que se estira hasta el infinito, como la cuareterna. Otra vez un montón de episodios autoconclusivos en los que la saga del personaje no avanza hacia ningún lado, con Robin Wood clavando unos bloques de texto hermosos en aventuras muy cercanas a la Nada Misma, siempre con Sergio Mulko a cargo de las historietas en blanco y negro, y Ricardo Villagrán a cargo de las historietas a todo color.
Entre los seis episodios de este tomo, encontré un sólo guion brillante, con un planteo y un desarrollo realmente gancheros, con sorpresa (de hecho Robin tira el as de espadas en la última frase del último bloque de texto), con un cierto vuelo, con una ironía fina, resuelta con mucha clase. El resto, más de lo mismo. Hay una que es básicamente un paso de comedia, un relato que se podría haber publicado en la serie Mi Novia y Yo, cuyo efecto humorístico se disuelve cuando Wood y Mulko se proponen contarla en diez páginas en vez de... cuatro. Y después está “El Gran Torneo”, una historia muy bien dibujada por Villagrán, que arranca muy arriba, sigue muy arriba y al final termina por defraudar, porque el argumento resulta ser apenas una excusa para contarnos por enésima vez lo grosso que es Nippur, y lo imposible que es vencerlo en combate, sea contra quien sea, y aunque vengan de a cuatro. Las otras tres historias no tienen mérito ni para justificar una mención, más allá de mi constante admiración por la elegancia y la jerarquía que le pone Villagrán a la faz gráfica. Te querés matar cuando lo vez dibujar esas páginas con 12 viñetas microscópicas, pero cada tanto te clava una de esas splash-pages realmente fastuosas, como para ponerles un marquito y exhibirlas en cualquier museo como las altas obras de arte que son.
Sigo adelante, a ver si la cosa en algún momento cambia y si Wood encuentra la forma de volver a engancharme con una serie que –como ya dije alguna vez- tenía todo para ser gloriosa y en la práctica resulta entre predecible y embolante.
Salto a EEUU, año 2016, cuando Becky Cloonan, la gran dibujante italiana, se pone la pilcha de guionista para escribir nada menos que una nueva serie del inagotable Punisher, un personaje que acumula números 1 como Brasil acumula enfermos de coronavirus. En este primer TPB, Cloonan se toma seis episodios para contar una historia que en los ´80 era una novela gráfica de 60 páginas (como mucho) y que, sin ser brillante, tiene algunos puntos a favor. Por un lado, la intención de desarrollar nuevos enemigos para Punisher (en general, le han durado muy poco), por el otro el énfasis en un personaje secundario bastante interesante (la agente Ortiz), y por el otro la posibilidad de encarar la aventura desde una óptica “adulta”, en el sentido de que las puteadas son muchas y están mínimamente camufladas y la violencia es MUCHISIMA y está absolutamente enfatizada, a niveles muy escabrosos, sin nada que envidiarle a las sagas de Punisher en el sello MAX (que creo que no existe max). Mucha acción, muchos tiros, muchos cuchillazos, muchas explosiones, mutilaciones, sangre, drogas, que no alcanzan para ocultar que la trama se podría haber contado en muchas menos páginas. Y ese último flashback a una operación militar yanki en Medio Oriente está totalmente de más.
Lo lindo es que todo el tomo está dibujado por un mismo artista, en este caso a cargo de lápices y tintas, como era su costumbre. Me refiero al recordado maestro Steve Dillon, que va a tener la mala idea de morirse muy poco después, sin completar el segundo arco argumental de esta serie. Si leíste Preacher, o el Punisher de Garth Ennis, ya sabés que a Dillon le gusta la violencia a quemarropa, bien extrema, con gente que explota en mil pedazos, tiros en la jeta, estallidos de sangre y esas cosas tan hermosas, tan agradables de ver. Su Punisher es un tipo jodido de verdad, que mete temor sólo con verle la cara, y la acción por ahí no es lo que mejor le sale, pero en general la resuelve con oficio, sin pifias. Acá además se lo ve muy compenetrado con el tema fondos, armas y vehículos, sin hacer copy-paste de fotos. El color en general se acopla bastante bien a los trazos de este prolífico dibujante británico que –sin saberlo- nos estaba obsequiando las últimas páginas de su ilustre carrera. 
No la pasé mal, para nada, me entretuve un lindo rato, pero esperaba una vuelta de tuerca más. Otro enfoque, otra sensibilidad, algún giro menos obvio, menos tradicional. Me encontré con una más de tiros, mala leche, sangre y machaca, como tantas otras aventuras de Punisher, que pierden impacto y emoción a medida que te vas convenciendo de que siempre, corra los riesgos que corra, se enfrente a lo que se enfrente, Frank Castle va a salir entero y va a volver a embestir contra el crimen organizado sin importar los costos. El hecho de que queden para el Vol.2 muy pocas páginas de Dillon tampoco me da mucho estímulo para leer los dos TPBs que le siguen a este, y que no tengo.

Suficiente por hoy. Buena semana y nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.

jueves, 25 de junio de 2020

JUEVES GÉLIDO

Primer día de frío posta, acá en Buenos Aires. Y bueno, además de cagarme de frío leí historietas, como para tener qué corno reseñar en este espacio.
Como ya es costumbre, me clavé un tomito del coleccionable de Nippur, con otras seis historietas escritas por Robin Wood y publicadas entre fines de 1973 y principios de 1974. Acá está la resolución de la búsqueda de Teseo, esa saga que amagaba con ser muy extensa y termina por durar… siete u ocho episodios, no mucho más. El final está muy bien y el epílogo quizás sea lo mejor del tomo. Las peripecias del camino (las dos primeras historias de este tomo son apenas eso), la verdad que no, que me aburrieron bastante. Y lo más bizarro: como Columba había publicado episodios de esta saga tanto en la revista D´Artagnan (donde aparecían las aventuras de Nippur dibujadas por Sergio Milko) como en el comic-book del personaje (donde dibujaba Ricardo Villagrán), se les ocurrió la brillante idea de que AMBAS publicaciones mostraran el final de la saga de Teseo EL MISMO MES. Alucinante, no? Incluso hay dos o tres páginas de cada historieta en las que los textos COINCIDEN MILIMETRICAMENTE. Las palabras de Robin son LAS MISMAS, en dos historietas dibujadas en estilos totalmente distintos, y en las que –luego de esas páginas de convergencia- los argumentos siguen en direcciones distintas.
De pronto pareciera que alguien en Columba se esforzó por coordinar los contenidos de dos publicaciones distintas… hasta que ves los dibujos. Mulko dibuja a Teseo y a Pylenor en su estilo, Villagrán en el suyo -lo cual es lógico-pero además... cada uno les pone los rasgos que se les canta la chota. Teseo tiene barba y pelo corto cuando lo dibuja Mulko, y pelo largo sin barba cuando lo dibuja Villagrán. Lo cual es muy raro cuando lo vemos decir (como ya subrayé) exactamente los mismo textos. O sea que el esfuerzo de coordinar las dos publicaciones se hizo a medias, porque nadie se calentó por mostrarle a Villagrán cómo dibujaba Mulko a los personajes, o viceversa. Pero bueno, estamos hablando de personajes secundarios en una serie donde normalmente los personajes secundarios duraban 10 o 12 páginas. Ah, otra cosa que no se entiende de la saga de Teseo: ¿para qué lo llevan a Ur-El? El gigante no hace NADA, no tiene peso en ninguna de las tramas y prácticamente no habla.
Terminada la saga, con Nippur y sus amigos todavía en Atenas, Robin y Mulko nos ofrecen la historia más floja del tomo, como siempre salvada –apenas- por la jerarquía que demuestra el guionista a la hora de redactar bloques de texto. En cuanto a los dibujos, lo de siempre: poco para rescatar por el lado de Mulko (que empezó siendo una versión caricaturesca de Lucho Olivera y ahora es una versión caricaturesca del Mulko de cuatro o cinco tomos atrás) y varias imágenes realmente maravillosas en las historietas de un Ricardo Villagrán muy pegado a Hal Foster, al que uno quisiera ver dibujar menos viñetas por páginas y soltarse un poco más a la hora de dibujar cuerpos en acción. Por momentos el trazo de Villagrán es tan perfecto, tan cautivante, que hasta te olvidás de que las páginas están coloreadas para el infra-ojete por un criminal de lesa humanidad que merece morir en cana. De todos modos, hay un laburo notable por parte de la edición de Planeta para que el color no se sufra a los niveles que se sufría cuando esto lo publicaba Columba. No lo hace bueno, pero sí menos dañino.
Y me fui al carajo hablando del errante, Teseo, sus amigos y el cuasi-crossover entre D´Artagnan y la revistita de Nippur, con lo cual si intento meter acá la reseña del otro libro que leí, la tengo que comprimir en un párrafo y moneditas. Eso sería muy injusto, porque es un comic muy interesante, con bastantes páginas y unas cuantas aristas para explorar. Así que nada, lo guardo para reseñarlo muy pronto, junto a alguna otra cosa que lea en los próximos días.

Gracias por el aguante y la seguimos pronto.

viernes, 19 de junio de 2020

LECTURAS DE VIERNES

Otra vez es viernes, y otra vez tengo un par de libritos leídos como para reseñar en este espacio.
Empiezo con el Vol.15 del coleccionable de Nippur de Lagash, que nos lleva una vez más a 1973 para leer “nuevas” aventuras del héroe creado por Robin Wood y Lucho Olivera, en la época en que aparecía tanto en la revista D´Artagnan como en su propio comic-book a todo color. La primera mitad de este tomo es absolutamente olvidable: historias bien de fórmula, en las que Wood no transpira para nada la camiseta y si tira algún caño para ganarse el aplauso de la tribuna, es en los bloques de texto. Pero en la segunda mitad del tomo, pasa lo que yo quería que pasara: arranca una saga, que le da dirección a la serie y al incesante vagabundeo de Nippur por el mundo antiguo. Una saga que avanza muy lentamente, para la cual Wood hace lo que yo estaba esperando que hiciera: reúne a varios personajes secundarios que juntaron chapa en los episodios anteriores y tuvieron el infrecuente ojete como para no morir, los nuclea a todos (mediante un deus ex machina inexplicable, pero bueno…), y de pronto convierte a Nippur en un héroe grupal, al estilo del que pregonaba Héctor G. Oesterheld.
Nunca había leído la saga de la búsqueda de Teseo, no sé cuánto la va a estirar Robin, no sé si el final va a estar a la altura de las expectativas que generan estos primeros tres episodios, pero el hecho de que exista, de que el guionista se haya animado a romper la rutina de los episodios autoconclusivos sin ninguna consecuencia, me parece alucinante. Incluso acá por primera vez se ve una coordinación entre los episodios en blanco y negro (dibujados por Sergio Mulko) y los episodios a todo color (dibujados por  Ricardo Villagrán), porque ahora sí, es importante leerlos en un orden predeterminado para que la saga tenga sentido.
Los dos episodios dibujados por Villagrán tienen momentos visualmente muy impactantes, resueltos con belleza y elegancia por el prócer nacido en Corrientes, y los cuatro dibujados por Mulko te hacen mirar la hora y preguntar “che, ¿falta mucho para que venga otro dibujante?”. Fuera de las poco frecuentes secuencias donde el texto “se calla la boca” y deja narrar al dibujo, los hallazgos de Mulko son muy, muy pocos. Y con tantos episodios a cuestas ya se complica digerir ese nivel tan chato. Pero espero con altísima manija el próximo tomo, para ver cómo sigue el arco argumental de Nippur y su grupete en busca de Teseo.
Salto a Francia, año 2017, cuando se publica Gérard, un álbum en el que el historietista Mathieu Sapin cuenta los mejores momentos de los cinco años en los que mantuvo un vínculo muy estrecho nada menos que con Gérard Depardieu, el actor francés más famoso de los últimos… 35 años. Depardieu es una leyenda viviente, un monstruo del cine con más de 250 películas filmadas en todo el mundo, y además –me entero leyendo este libro- una personalidad de un magnetismo casi digno de Diego Maradona.
Imaginate un tanque de 140 kilos, que morfa como una bestia, eructa, gruñe y emite todo tipo de sonidos extraños, con un carácter histriónico, que pendula entre reflexiones profundas y rabietas totalmente irracionales, un hiper-millonario amante del arte, de la política, de la filosofía, que vive solo, pero necesita estar siempre acompañado, siempre involucrado con otros en negocios y proyectos artísticos que a veces salen muy mal. Así es como Sapin me pintó a Depardieu, a mí, que hace… 30 años que no veo una película en la que participe este ícono del Séptimo Arte. Me resultó una mirada honesta, no es una hagiografía, no son 150 páginas de chuparle las medias al ídolo. Lo único que me extrañó es que no hay una sola situación que hable de la vida sexual de Depardieu: no lo vemos emprender ninguna aventura de índole sexual ni con mujeres ni con varones, y ni siquiera se habla del tema. Si comparte escenas íntimas con mujeres, es siempre en el contexto de una filmación donde ambos están actuando. Y también falta la pata escatológica. Si bien Sapin enfatiza la relación desmesurada que tiene el astro con la comida, no explora sus consecuencias, no hay flatulencias letales, ni holocaustos fecales en los que Depardieu pose su gigantesca humanidad sobre inodoros a los que reduce a escombros.
Sapin le busca el costado humorístico a casi todas estas secuencias, se regodea con las rispideces entre Depardieu y el presidente de Francia (en este momento era François Hollande) y cuestiona la amistad del ídolo con presidentes como Vladimir Putin o Ramzán Kadyrov, polémico jefe de estado de Chechenia. Pero sale mejor parado cuando trata de entender a Gérard que cuando trata de confrontarlo.
El trazo de Sapin tiene carisma, soltura y chispa para retratar la comedia cuasi-autobiográfica (porque él se convierte en inseparable compañero de su “objeto de estudio”) y el rigor documental para plasmar con jerarquía escenarios y paisajes majestuosos. Lo que le falta es un poco de originalidad, como para que uno sienta que está leyendo a un autor con un sello único, y no al enésimo “Joann Sfar de la B”. Sólo le puedo criticar ese detalle y quizás el hecho de que esto mismo se podría contar en menos de 150 páginas, en una de esas con más potencia. Si sos fan de Gérard Depardieu, o si alguna vez soñaste cómo sería convivir semanas enteras con uno de los tipos más famosos del mundo, este libro te va a enganchar, a full. Y si no, igual es entretenido, tiene secuencias muy bien narradas, diálogos muy copados y dibujos no muy originales, pero sí muy lindos de apreciar.

Gracias por todo, buen finde y hasta la próxima.