el blog de reseñas de Andrés Accorsi
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martes, 30 de enero de 2018

COMPLETAMOS EL 11 INICIAL

Termina el primer mes de la novena temporada del blog con 11 entradas. Buen primer paso para llegar a la meta de las 120 durante los 365 días de 2018.
Arranco con The Shadow: Midnight in Moscow, una saga del famoso justiciero de los pulps publicada en 2015, que tiene como principal atractivo contar con guión y dibujos del maestro Howard Chaykin, autor de aquella miniserie del crucial 1986, que reimaginara al personaje para aquellos tiempos post-modernos. Ambientada sobre el final de 1949 y los primeros días de 1950, Midnight in Moscow no contradice nada de lo que vimos en la mini del ´86, pero tampoco es una precuela directa, ni tiene demasiada vinculación con aquel hitazo vanguardista y rupturista.
En la comparación, Midnight in Moscow pierde por goleada. Es una aventura mucho más lineal, menos compleja, sin sexo, ni drogas, ni groserías, con las muertes más escabrosas confinadas al “fuera de cuadro”, con una subtrama política demasiado light, sin la intención de revolucionar nada. La historia va para adelante con prolijidad, explicando todo perfectamente, y al final The Shadow desactiva con excesiva facilidad el plan de los villanos, que también adolesce de cierta falta de sutileza.
Lo más interesante son los bloques de texto que emplea Chaykin para describirnos cómo se vive esta época de pos-guerra (casi prólogo de la Guerra Fría) en las distintas ciudades por las que transitan los personajes: New York, Londres, París, Berlín y Moscú. Ahí el maestro enseña, baja línea y te genera interés como para que quieras saber más sobre cómo se transformaban las urbes y las sociedades en este período histórico puntual. También hay un personaje muy bien construído (la peligrosísima Dixie Teagarden) y no mucho más para rescatar…
Bueno, sí, el dibujo de Chaykin, que es majestuoso. Y la narrativa. Y el gran trabajo del colorista Jesus Aburtov y el letrista Ken Bruzenak (también campeón en el ´86). Esto hay que tenerlo para maravillarse con un trabajo de un equipo que en la faz gráfica te sale a matar en la primera viñeta y no hace más que mejorar a lo largo de los seis episodios. Visualmente, Midnight in Moscow es una joya de altísimo impacto, una cátedra de comic. Lástima el guión que se queda ahí, a medio camino, cuando todos sabemos que Chaykin puede aspirar a mucho más.
Notas al Pie, la primera novela gráfica de Nacha Vollenweider como artista integral, tiene un dibujo exquisito, de engañosa simplicidad, que despliega un notable poder de observación y una gran destreza técnica, ambas virtudes presentes en las obras anteriores de esta argentina hoy radicada en Alemania. Además introduce un recurso narrativo muy interesante, tan conspicuo que le da nombre al libro: Nacha narra con notas al pie, con numeritos que aparecen cuando un personaje (generalmente ella misma) menciona algo al pasar en medio de un diálogo ambientado en el presente, para luego abrir un capítulo aparte, un mini-relato que se desprende del troncal para explorar en detalle eso que originalmente se mencionó al pasar. Así, la trama central se va rodeando de estas acotaciones, a veces más descriptivas o explicativas que narrativas, con una técnica que le permite a la autora saltar del presente al pasado y de Alemania a Argentina de un modo sumamente dinámico y diáfano.
El problema principal de Notas al Pie es que la trama central pasa por una no-historia: un viaje en tren en el que Nacha y su esposa van conversando (de ahí las disgresiones que ameritan las distintas notas al pie) hasta llegar a Hamburgo, la ciudad donde viven, donde se ofrecen hospedar en su casa a una pareja de refugiados sirios, que llegaron a Alemania huyendo de la guerra. Fin. No hay una indagación en esta situación, no vemos a Nacha y Carina interactuar con sus huéspedes, no hay un conflicto para desarrollar ni nada que se le parezca.
Esto -que para algunos quizás no sea un problema pero para mí lo es- sucede también en las mini-historias que Nacha desarrolla en el formato de notas al pie. De estos breves relatos accesorios, el único que cuenta una historia fuerte, el único que me atrapó, es el de la abuela de Nacha, a quien la dictadura cívico-militar le secuestra un hijo y termina convertida en una de las primeras Madres de Plaza de Mayo. El resto son anécdotas muy menores, flashbacks a la época en que Nacha y Carina todavía eran novias, detalles superficiales de la vida en Córdoba o en Alemania, o al revés: la complejísima explicación de una red de parentescos que enlaza a Nacha con hombres y mujeres de origen suizo, algunos de los cuales vivieron también en Argentina.
En varios pasajes de estas mini-historias, Nacha prescinde de los diálogos y narra todo con su propia voz en off. Son casi siempre textos cortos, que podrían ocupar muchísimas menos páginas de las que ocupan, pero la autora decide darle mucho espacio a cada escena. Para esto opta por una grilla de dos viñetas por página, que es la que más se repite a lo largo de todo el libro. Como siempre digo, es la grilla que menos me gusta, la que menos transmite la sensación de estar asistiendo a una secuencia de imágenes, donde más le cuesta al lector hilvanar una viñeta con la siguiente. Mis páginas favoritas del libro son –claramente- las de tres o más cuadros.
Bueno, se hizo larguísimo. La seguimos pronto, con nuevas reseñas.

lunes, 14 de agosto de 2017

LUNES POST-PASO

Bueno, mientras el gobierno nos secuestra los resultados de la elección en Provincia de Buenos Aires y mira para otro lado mientras Gendarmería desaparece a Santiago Maldonado, yo tengo secuestradas y desaparecidas las reseñas de los últimos dos libros que leí, por falta de tiempo para sentarme a redactarlas. El tema de no tener tiempo para redactar reseñas hace que no me den ganas de leer más libros y eso es una garrrrcha, mal. Por suerte me siguen dando de ganas de invertir esos viajes en bondi en leer literatura. Si no, me convertiría en un helecho menteplana capaz de votar a Cambiemos. Pero vamos a las reseñas, que finalmente están disponibles.
Arranco con un libro (¿qué digo “libro”? ¡Recontralibrazo!) de 2016 que se me había traspapelado: la esperadísima edición argentina de El Patito Saubón, en la versión que Carlos Nine realizó para Francia en 2009, a todo color y con muchos cambios respecto de la publicación original de los ´80. Las cuatro primeras historias son magníficas. Los textos en off, narrados por el propio Saubón, parecen una sátira a los clásicos del hard boiled norteamericano, en contraste con la estética surreal de los fondos, mientras que la violencia y la sordidez de los argumentos contrasta con la elegancia la plasticidad con la que Nine dibuja a los personajes. Esos episodios (sobre todo el cuarto, el más extenso) funcionan como un relojito, a pura belleza.
Después la serie pierde un poquito el rumbo y se reitera la fórmula “Saubón se entrevera sexualmente con la mina incorrecta y todo termina mal”, por supuesto con mucha gracia, pero sin la sorpresa ni la sofisticada ironía del primer tramo. Pero dentro de esta segunda mitad hay un episodio fundamental: Suite Pepona, una historia bizarra, inquietante y magistral, en la que Nine homenajea sin tapujos al universo de Krazy Kat y (ya que estamos) a El Eternauta. La última historieta, Viaje Sentimental, es larguísima al recontra-pedo (38 páginas, una eternidad), pero está tan bien dibujada que no querés que se termine nunca.
Como para cerrar, este es un comic totalmente único, irrepetible e idiosincrático. Es Carlos Nine desaforado, pasado de rosca, dispuesto a todo. Si te gusta Nine, lo tenés que tener sí o sí. Y si no te gusta Nine, lo tenés que leer para tratar de entender por qué no te gusta Nine, y por qué a tantos nos resulta fascinante.
Me faltaba un tomito para terminar Satellite Sam, la obra de Matt Fraction y Howard Chaykin, y la verdad que termina muy bien. Visto en perspectiva, el… 60% de lo que pasa no aporta nada a la trama central. Son personajes y situaciones que tranquilamente podrían no estar sin modificar casi en lo más mínimo el desarrollo del argumento. Pero… sabemos que tanto a Fraction como a Chaykin les gusta el protagonismo coral, las tramas accesorias, los conflictos secundarios que a veces aportan confusión (para el lector, no para ellos), tensión, humor, realismo, o simplemente excusas para que Chaykin dibuje a más minas con escasa vestimenta.
El trabajo de Chaykin acá es formidable, tanto en la narrativa como en el dibujo, rubro en el que se reencuentra con el blanco y negro para desplegar una variedad de recursos gráficos realmente pasmosa. Efectos, texturas, grisados, claroscuros… Chaykin apuesta fuerte en todo, hasta en la colita de los globos. Visualmente, no descarto que este sea el mejor Chaykin de Black Kiss para acá, mirá lo que te digo. Pero el trabajo más difícil es el que le tocó a Fraction, que se propuso escribirle a Chaykin un guión que parece de Chaykin. Como comentábamos en la reseña del Vol.1, si alguien te edita Satellite Sam omitiendo el nombre de Fraction, vos te creés SIN DUDAR UN INSTANTE que Chaykin es el autor del guión, no
Los propios autores reconocen que, con el correr de los episodios, el misterio “policial” se fue alejando del centro de la escena y Satellite Sam pasó a ser un comic acerca de los procesos internos que vive un tipo, Michael White, inmerso en una situación que no puede controlar, y acerca de esa industria naciente que era la de la televisión. Fraction le saca un enorme provecho a ese viraje: escaparle al mero “whodunnit” le abre posibilidades, lo libera, y el guionista responde con jerarquía.
Erotismo, muerte, televisión en vivo (y en blanco y negro), racismo, negocios espurios, amor, política, sexualidades alternativas, lealtades mafiosas y de las otras y un dibujo majestuoso son apenas algunos de elementos que hicieron memorable (y sumamente recomendable) a Satellite Sam. Sintonizalo.
Espero volver a postear esta semana, y si no, nos vemos el 20 y 21 en Dibujados. Gracias por el aguante.

martes, 1 de diciembre de 2015

01/12: ANGEL AND THE APE

En 2001 y por enésima vez, los coordinadores de Vertigo se pusieron a revolver entre los cajones herrumbrosos donde DC dejaba languidecer a personajes de los ´60 y ´70 que nunca habían pegado demasiado entre los fans del mainstream superheroico. Esta vez lo que encontraron fue Angel and the Ape, un concepto de los ´60 que DC había intentado reflotar allá por 1991 en una miniserie que estaba bien, pero que no compraron ni los autores. Diez años después, Angel O´Dare y Sam Simeon regresaron, esta vez de la mano de Howard Chaykin, David Tischman y Philip Bond, en una nueva miniserie que jamás se reeditó en TPB.
Incluso leída en revistitas del orto llenas de avisos, esta saga me pareció brillante. Chaykin y Tischman (otrora culo y calzón, hoy distanciados) aprovechan al máximo las posibilidades que les da el hecho de poder apuntar la obra al público adulto y re-orientan a Angel and the Ape hacia la comedia subida de tono, muy al límite de lo publicable. Hay chistes de culos, de tetas, de porongas, de pajas y de garches de todo tipo, sumados a chistes políticamente incorrectos, de judíos, de negros, de enanos, de lesbianas, de curas y rabinos, y hasta chistes meta-comiqueros, que tienen sentido porque Sam (el gorila) además de detective es dibujante de historietas y labura para DC.
La inmensa mayoría de esos chistes están puestos en los diálogos, por lo cual hay MUCHO diálogo, mucho más que en un típico comic de Vertigo. Se tarda bastante en leer cada uno de estos cuatro episodios, pero la verdad es que se justifica totalmente el tiempo invertido, porque los chistes (además de ser zarpadísimos) son casi siempre muy eficaces. Lo mejor, me parece, es que a pesar de esta catarata de diálogos desopilantes y afiladísimos, Chaykin y Tischman no se tiran a chantas a la hora de que la trama (una investigación para descubrir al asesino de una modelo) tenga sentido y coherencia. Por supuesto se podría resolver en un tercio de las páginas que utilizan, pero la gracia pasa por sumar personajes, que a su vez permiten sumar conflictos, confusión (para que la resolución del misterio no sea tan obvia) y chistes.
El dibujo de Philip Bond es excelente, al nivel de los mejores trabajos de su carrera. El inglés hace magia con su línea clara y fuerte, y por momentos parece una especia de Ty Templeton que dibuja minitas más lindas. Bond no mezquina nada en los fondos y nos transporta a una New York muy creíble; además cuida muchísimo detalles en la ropa y los peinados de las mujeres, detalles no menores cuando el crimen lleva a Angel y Sam a meterse en el mundo de las modelos, las bailarinas “exóticas” y demás chicas coquetas que trabajan de estar buenas. El armado de las secuencias es impecable, con un relato que fluye a la perfección y con el detalle entre bizarro y simpático de las viñetas redonditas para los primeros planos.
Lamentablemente, esta versión de Angel and the Ape no fue más allá de estos cuatro episodios. Hubiese sido genial tener todos los meses una comedia a este nivel de humor, delirio, desarrollo de personajes y mala leche. Hay esto, que está muy bien y que –tarde pero seguro- tuve la suerte de descubrir. Ah, el guiño de poner como portadista a Arthur Adams (que en los ´90 había intentado algo parecido a Angel and the Ape con Monkeyman & O´Brien) es genial. Y las cuatro portadas son majestuosas, a pesar de que la cuarta fue estropeada por el subnormal que hizo pasar el logo por encima de la cabeza de Angel.

sábado, 6 de junio de 2015

06/ 06: SATELLITE SAM Vol.1

En esta serie lanzada por Image el año pasado, Matt Fraction cumple uno de sus mayores sueños: trabajar codo a codo con su ídolo de siempre, el maestro Howard Chaykin. Y es increíble, pero si no te dicen que Satellite Sam tiene un guionista, te podés creer tranquilamente que es una obra 100% creada por Chaykin. De alguna manera, Fraction logra hacerse invisible, logra reproducir de un modo tan perfecto la estética y la forma de urdir de las historias de Chaykin que convierte a Satellite Sam en un típico producto del veterano autor newyorkino.
Fraction adopta para la serie la ambientación que a Chaykin más le gusta: la Nueva York de los años ´50. Y hace que la trama gire en torno a una de las grandes obsesiones del maestro: la televisión. Si a esto le sumamos un elenco numeroso, poblado de cínicos, garcas, borrachos, femme fatales, gays encubiertos, empresarios inescrupulosos y políticos corruptos, ya está todo puesto en su lugar para que Chaykin brille acá como en las obras escritas por él mismo.
Satellite Sam nos sumerge desde la primera página en un mundo del que yo conocía poco: la televisión de principios de los ´50, cuando todo era nuevo, cuando todos los programas se hacían en vivo, cuando la gente recién se estaba acostumbrando a este fenómeno y las empresas empezaban a entender el brutal negocio que podía brotar de adentro de esas pantallas. La victoria de los Aliados en la Segunda Guerra Mundial todavía estaba fresquita y la amenaza comunista recién se empezaba a olfatear. Fraction le saca un jugo atractivo a este contexto y además tira mucha data acerca del “secret origin” de la tele en los EEUU. Por supuesto, como milita en el ala dura del chaykinismo, hace el típico truco de empezar los diálogos en cualquier parte, como si los personajes ya estuvieran conversando desde antes que “los tomara la cámara” y eso hace que la información esté menos expuesta, menos digerida, y el lector tenga que poner más de sí para armar el rompecabezas.
Y felizmente el esfuerzo garpa muchísimo. Hay un misterio bien llevado, grandes diálogos, personajes interesantísimos, vínculos entre ellos que van tomando formas impredecibles y otra característica de los comics de Chaykin: un tono sumamente irónico, una pátina de comedia malalechística con respuestas fulminantes, puteadas afiladísimas y garches al rojo vivo. O sea que, aunque la trama avance lento, o a veces parezca que Fraction tiene que hacer magia para que los dos o tres principales hilos argumentales avancen parejo y a buen ritmo, sin confundir al lector con tanta data, tenés ese gancho irresistible que son los diálogos y el trabajo fino en la caracterización y en el retrato de la época y el particular medio en el que se mueven los personajes.
A todo esto, no dije ni media palabra acerca del misterio, qué lo activa, quiénes y por qué intentan resolverlo. No importa. Bah, a los efectos de la trama sí importa. No importa tanto a los efectos de la reseña, porque encontré unos cuantos elementos más de los que agarrarme a la hora de recomendar enfáticamente esta serie.
Y bueno, entre esos elementos uno importantísimo es el dibujo de Howard Chaykin que, como en Black Kiss 2, deslumbra en un glorioso blanco y negro. En los más de 65 meses que lleva este blog ya reseñé muchas obras de Chaykin dibujadas por él mismo, así que es casi imposible no reiterar conceptos. Es más fácil hablar sólo lo indispensable acerca de la faz gráfica de este trabajo y destacar que, en líneas generales, se asemeja mucho a lo que vimos en Black Kiss 2 (reseñada el 06/10/14). Lo más notable es el trabajo en los decorados: cada alfombra, cada cortina, cada empapelado, cada tapizado de cada sillón tiene un peso gráfico alucinante. Y los efectos que pela Chaykin sin salir del blanco, el negro y algún grisado para lograr climas y atmósferas tan distintas entre sí como la del estudio de TV donde se hace un programa tipo Star Trek o la del cabarulo bien noctámbulo donde el humo y el jazz se enredan en una danza tan procaz como ominosa.
Chaykin en su salsa, Fraction decidido a volcar sobre el ídolo toneladas de fan service, una temática atractiva… la verdad que no se puede pedir mucho más. Y encima Satellite Sam efectivamente TE DA mucho más. No veo la hora de entrarle al Vol.2.

lunes, 6 de octubre de 2014

06/ 10: BLACK KISS Vol.2

Casi 25 años después del primer y revolucionario Black Kiss, el maestro Howard Chaykin se embarcó en una segunda serie, que no es exactamente una secuela de la primera historia, sino que la incluye.
La verdad que no me acuerdo mucho de la primera Black Kiss y no tengo tiempo para releerla. Digo esto porque no recuerdo si en esa primera saga Chaykin explicaba quién carajo era Beverly y de dónde sacaba esos “poderes”. Lo cierto es que acá esa explicación está detalladísima y es muy, muy ganchera. De hecho, la premisa de la obra pasa por ahí: por seguir la vida de esta mujer virtualmente inmortal desde 1906 al presente, un periplo marcado por el sexo, las masacres, las traiciones, los coqueteos con la fama y los cambios de identidad.
En un punto, la trama llega a 1984 y esa secuencia funciona como prólogo a la saga del ´88. Y la secuencia siguiente, la de 1991 hace las veces de epílogo a la historia original. En ambas secuencias hay muchas referencias a lo que sucede en la primera Black Kiss, que me refrescaron (de modo para nada obvio, como suele hacer Chaykin) algunos de los hechos más relevantes de aquel comic. Pero hay muchísima historia previa y bastante historia posterior, que se disfruta sin tener la más puta idea de que alguna vez hubo un Vol.1 de Black Kiss.
Ahora bien, ¿está buena esta “secuela”? Yo creo que es demasiado larga. Quizás sin proponérselo, Chaykin genera una fórmula y la repite demasiadas veces. En un punto ya sabés lo que va a pasar: va a aparecer un travesti que va a asumir la identidad de Dagmar, mientras Beverly se garcha, traiciona y mata a una o varias personas. Eso pasa muchas veces en las 120 páginas que dura la obra y llega a hacerse un poco previsible. Por supuesto está la magia de Chaykin para contar de modo impactante estas escenas, decorarlas con diálogos magníficos (los más groseros y explícitos de su carrera) y shockearnos con penetraciones, felaciones, tríos, orgías, violaciones, decapitaciones, porongas arrancadas a dentelladas, sangre, sudor y semen en cantidades industriales. Cuando uno ya cree que vio todo y que es poco probable que alguna secuencia nos pegue fuerte o nos perturbe, Chaykin pela esa escena en Las Vegas en 1991, en la que un trava se traga los restos de Beverly para luego… implotar (no exactamente, pero no quiero spoilear) y de nuevo bajás el libro al grito de “¡Pará, hijo de puta! ¡No te podés ir TAN a la mierda!”. Posta, entre el sexo y la sangre, Black Kiss exige un estómago entrenado por años de ero-guro.
Lo mejor de todo es que Chaykin se esfuerza por contarnos algo más que un thriller con garches. Acá vemos una vez más la obsesión del maestro por retratar el siglo americano desde una óptica distinta, en este caso la óptica del sexo, la pornografía y las perversiones. Pero en escencia, está hablando de lo mismo que en American Century, que es a su vez parecido a lo que trató de hacer en Century West: de cómo el Siglo XX moldeó a EEUU y viceversa. El capitalismo, la inmigración, el jazz, el cine, la tele, las guerras “por la democracia y la libertad”, los conflictos raciales, las drogas, el conservadurismo religioso… todas esas cosas quintaesencialmente yankis y quintaesencialmente del Siglo XX son elementos que en este Black Kiss reciben tanta atención como las chupadas de pija.
Como si eso fuera poco, el compromiso de dibujar una historia que abarca más de 100 años lo obliga a Chaykin a dar cátedra en una materia en la que siempre le fue bien: la documentación. El maestro pela trajes, vehículos, interiores y exteriores perfectamente tomados de 10 u 11 décadas distintas y además el propio argumento lo lleva a cambiar de locaciones cada 10 ó 20 páginas, de modo que la saga recorre unas 10 ciudades de EEUU, sin contar los muchos suburbios de Los Angeles en los que transcurren los últimos episodios. Como sabe que acá no va a venir ningún colorista a meterle efectos y texturas a sus dibujos, Chaykin deja la vida en el lápiz, la tinta y las tramas mecánicas. Esto está mucho mejor dibujado que las historias pensadas para publicarse a todo color, lo cual nos permite hablar de un nivel al que pocos autores pueden aspirar. La narrativa está llena de los yeites clásicos del maestro, y además de riesgos, de enfoques y puestas en las que se lo ve a Chaykin experimentar con cosas nuevas.
No sé si este segundo Black Kiss era imprescindible y dudo que cause el impacto que causó el original allá por el ´88. Pero me intrigó, me hizo pasar un buen rato, por momentos me shockeó y todo el tiempo me fascinó con la calidad del dibujo y el voltaje pasado de rosca de los diálogos y los garches. Si sos fan del ídolo, no te lo pierdas. Y si querés ver como se hace un comic erótico bien hot pero con un argumento sólido (largo y duro, diría el chiste fácil) ponete en cuatro que Howard Chaykin te lo explica en dos pijazos.

martes, 9 de septiembre de 2014

09/09: CENTURY WEST

Este es un álbum que el maestro Howard Chaykin realizó para la Disney italiana allá por 2006, y que estuvo inédito en EEUU hasta el año pasado, cuando lo publicó Image. En el medio, ni lerdo ni perezoso, Chaykin lo paseó por varias productoras de Hollywood y consiguió interesar a alguna para desarrollar Century West como una serie de TV, que por ahora no se concretó.
La idea del autor es contar una historia casi chiquita, ambientada en los albores del Siglo XX en un pueblo medio pelo de Texas, en la que vamos a ver varios de los elementos que van a marcar ese siglo: los automóviles, el feminismo, el antisemitismo, el cine, los avances tecnológicos cada vez más acelerados, etc. El tono es el típico de Chaykin: una aventura con comedia, piñas, persecuciones, diálogos muy afilados, algún chiste políticamente incorrecto y un cierto margen para bajar línea, para invitar al lector a algún tipo de reflexión. Faltan los garches, acá mucho más sugeridos que en otras obras del maestro, supongo que por imposición de la editorial.
Como tantas obras de Chaykin, Century West empieza desde la primera página a acumular personajes e intrigas, y llega un punto en el que uno dice “Flaco, empezá a resolver algo, que son 64 páginas y ya van más de 40”. Y Chaykin en vez de simplificar sigue sumando complejidad, conflictos y más personajes. Finalmente todo se resuelve satisfactoriamente, pero no tengo dudas de que todo podría haber sido mejor, más fluído y más contundente con un elenco menos numeroso. Tengo la sensación de que Chaykin pensó esta historia como la primera de una serie de novelas gráficas y se cebó mal con la idea de presentar acá a los personajes que iba a explorar en las entregas siguientes. Vista en perspectiva, y sin nuevos álbumes de Century West en carpeta, no parece una buena decisión.
El dibujo transita los carriles habituales del Chaykin de este milenio: muchos primeros planos, con gran atención a las expresiones faciales, una sola “zanja” por página y el resto de las viñetas apiladas, sin división marcada entre una y otra, fondos muy bien laburados a partir de referencias fotográficas y un color potente, vistoso, con mucho efecto, aunque sin llegar a la estridencia, cortesía de Michelle Madsen.
No me quiero extender mucho más. Me gustó mucho la ambientación de la historia, hay momentos en los que agarra un ritmo muy ganchero, muy lindo, los diálogos son buenísimos y los dibujos, si bien no suman nada a lo ya visto en otras obras de Chaykin, están a un gran nivel. Falta profundizar en los personajes y en los conflictos, porque hay muchos personajes y muchos conflictos en sólo 64 páginas. Pero para pasar un buen rato, o para ver al maestro dibujando caballos, cowboys y otras cosas que hacía mil años que no dibujaba, está muy bien. Si (como yo) sos de los talibanes de Howard Chaykin que le compran todo lo que hace, no dejes escapar Century West.

domingo, 2 de febrero de 2014

02/ 02: EMPIRE

Este es un Santo Grial perdido en el tiempo. Una novela gráfica de 1978, cuando todavía el término “novela gráfica” era algo raro, una novedad. De hecho, la editorial nos trata de vender esta historieta con el rótulo de “visual novel”. Lo cierto es que para Empire se combinaron los talentos de Samuel Delany y Howard Chaykin. Y no se trata de una adaptación al comic de una obra del famoso escritor, sino de un material 100% nuevo, pensado para darse a conocer en este soporte, como esa otra novela gráfica de Chaykin y Michael Moorcock que vimos el 04/06/13. Para que te des una idea, en términos de hoy, es como que saliera una nueva novela de J.K. Rowling y en vez de prosa fuera un comic ilustrado por Alex Ross. Así de grosso, aunque con menos impacto, porque en los ´70 no había el aparato promocional que hay hoy para apoyar un lanzamiento de esta magnitud.
Es muy loco la cantidad de fichas que Empire le juega al formato, a subrayar desde ahí que esta no es una historieta más. Si los comics normales teían 32 páginas, este tiene 112. Si aquellos eran de 25 x 17, este es de 23 x 30. Ningún ganchito, este tiene lomo. Las tapas son gruesas, de cartulina, no de papel. Contra el rotulado manual de las revistitas, acá tenemos tipografías mecánicas. Y si en el comic normal se trabajaba con coloristas que armaban esas cuatricromías medio chotas, con una (limitada) combinación de cyan, magenta, amarillo y negro, acá Chaykin puede limar y levantar un vuelo formidable trabajando con color directo. Claramente, esto era algo revolucionario.
¿Y la historia, qué onda? Básicamente es la historia de una mina que se propone derrocar a un imperio. Y le sale todo muy bien. Paso a paso (en la ilustre tradición de Mostaza Merlo) el plan de Qrelon se desarrolla sin fisuras, no sin peligros, no sin peripecias que exigirán mucho coraje por parte de la rebelde y sus aliados (y pésima puntería por parte de sus enemigos), y no sin momentos donde parece que se pudre todo. Pero no. El imperio va siempre dos pasos atrás de Qrelon y casi no lo vemos como una amenaza, sino como un obstáculo de relativa envergadura. Al final, Delaney pegará un giro interesante y revelará que Qrelon no lucha por la gloria ni por el poder, sino para liberar a la galaxia del control de la información, que era lo que hacía realmente imbatible al imperio. De pronto, la información se hace de todos, se empieza a compartir de otra manera y florecen mágicamente nuevas ideas donde antes había miedo y opresión.
No es el re-guión y tiene un problema importante, que es que está muy pensado en términos literarios. Visualmente, las locaciones y las aventuras que imagina Delaney dan mucho jugo. La cagada es que el relato en sí se empantana un poco en textos muy bien escritos, pero que no terminan de encajar con el ritmo que requiere una epopeya narrada en un lenguaje como el de la historieta. Y repito que los textos están muy bien y son muy útiles para darle más sustancia a los personajes (buenos y malos) y para compensar un uso de los globos de diálogo bastante minimalista.
El laburo de Chaykin es monumental, sin dudas al nivel de lo mejor de su carrera. A pesar de que tiene las técnicas y el formato idóneo para hacerlo, Chaykin nunca se convierte en ilustrador. Te detona la mente con esas imágenes gloriosas, pero siempre todo está en función de la narrativa. Casi todas las páginas tienen menos de cuatro viñetas, con lo cual el ídolo le puede poner TODO a cada una y hacerlas memorables. Las grillas (widescreens y anti-widescreens, con los cuadros en vertical) son zarpadas y las páginas “libres”, donde las viñetas no tienen marcos son verdaderas orgías.
Si sos fan de Samuel Delaney, por ahí esto te parece menor dentro de su bibliografía. Ahora, si sos fan de Howard Chaykin, te aseguro que tu forma de ver, leer y disfrutar las historietas del maestro va a cambiar radicalmente cuando te encuentres con Empire. Aguante la información libre, de todos y para todos.

martes, 25 de junio de 2013

25/ 06: CITY OF TOMORROW

Howard Chaykin lo hizo de nuevo. Acá está todo lo mejor del maestro, todos los rasgos típicos de su estilo, condensados en menos de 150 páginas. Acá están la ciencia-ficción distópica, la comedia, la corrupción, la lujuria, la acción, la violencia, los chistes subidos de tono, las ideas zarpadas, la bajada de línea socio-política... todo lo que Chaykin mejor hizo en su carrera, en una sóla obra, que por cierto pasó bastante desapercibida cuando la editó WildStorm allá por 2005.
Habitualmente, en los ´80 y ´90, el maestro planteaba este tipo de historias en 88-96 páginas, y terminaba por resolver todo sobre la hora; miles de incógnitas se despejaban, una atrás de otra, en el último tramo de las obras. Esta vez la planteó para seis entregas de 22 páginas, lo cual le permite, por un lado, resolver todo con más aire, con más naturalidad; y por el otro, meter mucha splash-page y no pocas páginas de tres viñetas. Obviamente esto repercute en un notable lucimiento del dibujo, que lo deja a Chaykin muy bien parado. Es bastante evidente que acá metieron mano varios asistentes y también queda clarísimo la importancia de la labor de la colorista Michelle Madsen (que entiende a la perfección al Chaykin del Tercer Milenio) y de los letristas de ComiCraft, que detonan un asombroso arsenal de tipografías en diálogos, carteles, pantallas y onomatopeyas. Por supuesto, no faltan los clásicos truquitos del maestro a la hora de resolver la puesta en página, esas típicas viñetas con primeros planos o planos detalle, con marquitos bien finitos y metidas adentro de viñetas más grandes. De esas hay muchas, todas muy bien dibujadas y puestas donde tienen que ir.
Lo bueno es que la mayor decompresión del relato no le da pie a Chaykin para despilfarrar páginas en secuencias intrascendentes. El guión de City of Tomorrow tiene la complejidad suficiente para que cada página tenga su escena importante, su pieza fundamental para armar este rompecabezas. La complejidad a la que hacía mención está garantizada, por un lado, por el elenco: tenemos a un protagonista excluyente, Tucker Foyle, a otros cuatro personajes muy importantes, con casi tanto peso como él, a los que Chaykin desarrolla muchísimo (el padre de Tucker, Ash, Fabian y Adam), tres o cuatro personajes secundarios que hacen su aporte, más un par que aparecen, intentan cobrar protagonismo, pero terminan por durar muy poco. Tucker es un personaje 100% Chaykin: soberbio, pendenciero, ganador, decidido a hacer justicia aunque nadie se lo pida. Y los otros personajes importantes son todos cajas de sorpresas, siempre listos para habilitarle al guión nuevos giros impredecibles.
Lo otro que garantiza la complejidad de la trama es el mundo: Chaykin crea una sociedad que no existe, Columbia, la idílica isla del mañana donde los androides le brindan a los humanos toda clase de servicios. Sin aburrir con el background y las explicaciones, el autor le saca un jugo enorme al contrapunto entre los personajes de carne y hueso y los generados de modo artificial. Por supuesto, donde hay humanos hay corrupción y pronto el tecno-paraíso de Eli Foyle se convertirá en un nido de gangsters, prostitutas, narcos y garcas varios, una runfla espesa y violenta, bien condimentada con traiciones y cuernos, que le resulta atractiva a la propia presidenta de los EEUU para sus propios intereses, que tampoco son demasiado transparentes.
Con todo eso, Chaykin arma un thriller vibrante, en el que abundan la machaca (incluso sobra un poquito), los peligros y los diálogos ingeniosos, en esos incesantes duelos de esgrima verbal entre cínicos, nihilistas y meros hijos de puta. Ah, y entre toda la mala leche y la podredumbre moral, crece una historia de amor, bizarra e impredecible, pero con todo el romanticismo que puede caber en una saga de este tipo. “Después de todo, todo esto es por amor”, dice Chaykin en un bloque de texto que revela los pensamientos de Tucker cerca del final. Y no es así, es un jueguito que hace el maestro para la tribuna. Pero así como no escasea el sexo (picantito, casi al límite), el amor también tiene su quintita en este atractivo tapiz.
City of Tomorrow no aspira al rótulo de “historieta perfecta”, pero es un trabajo de enorme solidez, dinámico, entretenido, con puntas para pensar, nacido de la pluma de uno de los íconos, de los referentes que dio el comic yanki en los últimos 40 años. Un creador siempre vigente, siempre dispuesto a timbear por lo nuevo, acostumbrado a imponer su sello personal en todos los proyectos que encara. Cada nuevo trabajo de Howard Chaykin promete más que todos los candidatos de todos los partidos políticos. City of Tomorrow, además, cumple.

martes, 4 de junio de 2013

04/ 06: THE SWORDS OF HEAVEN, THE FLOWERS OF HELL

Esto es una verdadera rareza, una especie de Santo Grial. Se editó una sóla vez, en 1979, a través de Heavy Metal, que por primera vez lanzaba -por afuera de la revista- una novela gráfica, cuando ese término casi no se conocía. Yo estaba convencido de que Howard Chaykin había adaptado un cuento o una novela de Michael Moorcock, pero no. Resulta que Moorcock descubrió los trabajos de Chaykin y le gustaron tanto, que escribió un texto inédito pensado para que el dibujante lo convirtiera en el guión de una historieta. Para hacerlo aún más atractivo, es un relato integrado a la saga del Eternal Champion, la más famosa del mítico escritor inglés.
The Swords of Heaven... tiene la intención de ser una buena historieta. O incluso más: de ser una historieta fundamental, seminal, de esas que redefinen el género que abordan. Para mi gusto, no llega ni lejos a alcanzar sus pretensiones. Por ahí si conociera el universo literario de Moorcock, si supiera quién es Urlik Skarsol, o Erekose, o John Daker, por ahí me emocionaría más. Por suerte, para la cuarta página el tema de la identidad del héroe deja de ser relevante, porque empieza la machaca. De a poco, a este personaje (que supuestamente es muchos a la vez) le empieza a caer la ficha de que en esta realidad es Lord Clen, un noble guerrero de las Marcas del Sueño, un territorio amenazado por la guerra entre el Cielo y el Infierno. No entendí por qué las facciones en guerra se llaman Cielo e Infierno. No hay demonios, ni querubines, ni ningún otro elemento de la mitología católica, en ninguno de los dos reinos. Hay unos bichos voladores, como mantarrayas, a los que llaman “ángeles” y eso es todo. De hecho, los dos reinos se parecen: no hay uno oscuro y prendido fuego y otro luminoso y con nubecitas, donde la gente está vestida con túnicas blancas, alitas y aureolas. Se llaman Cielo e Infierno como se podrían llamar José León Suárez y González Catán.
Sin hacerse demasiadas preguntas, el héroe asumirá la identidad de Lord Clen y luchará con valentía (y con una espada muy pulenta) contra los enemigos de su reino. Lo más parecido a una duda, a un atisbo de dilema moral, llegará cuando –para avanzar en su misión- deberá transarse a una veterana que está más buena que comer con la mano. Acá recordará a la mujer que ama (en otro plano de realidad) y finalmente se acostará con la apetitosa MILF. Los buenos ganarán 9 páginas antes del final y vendrá un epílogo con despedidas varias y con el campeón abordando un barco que lo llevará a “su destino final”. No sé... me pareció que le faltó profundidad a la trama. Los bloques de texto están muy buenos, escritos en una prosa florida, muy sofisticada y con mucho vuelo, pero la historia en sí me pareció más de lo mismo, un tour de force por varios lugares comunes (al héroe lo capturan y no le sacan la espada, por ejemplo) que por ahí resultan más atractivos si uno tiene mucho Moorcock leído.
Por suerte está el dibujo de Chaykin, que acá pela uno de los trabajos más monumentales de su ilustre carrera. En aquel entonces, el ídolo tenía como asistente al hoy grossísimo Peter Kuper, y entre los dos conjuran 64 páginas repletas de imágenes majestuosas. Lo único mínimamente criticable es que, en busca de un mayor realismo, Chaykin les pone a sus personajes caras de actores, y en el caso del protagonista se nota que son actores distintos, porque los rasgos faciales de Clen cambian bastante de una viñeta a la otra.
Como en la increíble The Stars My Destination, no son demasiadas las ocasiones que tiene Chaykin para trabajar en secuencias, para hilar desde el dibujo largas seguidillas de viñetas. Cuando lo puede hacer, obviamente la rompe. Y cuando no puede, cuando el texto le pide que ilustre, que mande splash pages a lo pavote, o complejas composiciones para ensamblar varias imágenes que –si no fuera por los textos- no tendrían mucha relación entre sí, Chaykin se va al carajo y más allá y demuestra que, además de uno de los mejores historietistas del mundo, es un virtuoso de la ilustración. Hay muchísimas páginas memorables, pero me quedo con esas en las que Chaykin hace la anti-widescreen, al armar la secuencia con viñetas verticales, que van de extremo a extremo de la página. De todos modos en todas las páginas hay un trabajo increíble en los fondos, las texturas, los rostros y en el color, en la época en la que Chaykin era su propio colorista y además no existía la computadora. Esto está todo hecho a mano, en un nivel que hoy es definitivamente impensable.
The Swords of Heaven... ofrece acción, algo de runfla política, bastante sangre, un poquito de sexo y mucho de epopeya fantástica. Y todo lo remanido que parece el argumento está compensado por textos de gran calidad y por unos dibujos que te detonan las retinas y te recuerdan por qué, en los poquitos años que van de 1975 a 1980, Howard Chaykin pasó de ser el sidekick kilombero de Neal Adams a ser uno de los nombres fundamentales de la historieta norteamericana de todos los tiempos. Ojalá esto se reedite, alguna vez. Los fans de Chaykin se lo merecen.

martes, 4 de diciembre de 2012

04/ 12: WOLVERINE/ NICK FURY: SCORPIO

Este libro reúne dos novelas gráficas y un prestige, originalmente publicados entre 1989 y 1994 y con un elemento en común: en las tres historias se cruzan el mutante canadiense y el capo de SHIELD. Y realmente, eso es lo UNICO que tienen en común. Veamos:
Arrancamos con Wolverine/ Nick Fury: The Scorpio Connection, la graphic novel en la que debuta el nuevo Scorpio, Mikel Fury, quien parece ser sobrino del viejo Nick, pero en realidad... no te lo puedo contar. El guión de Archie Goodwin es potente, con muchos momentos de alto impacto, una vuelta de tuerca muy grossa sobre el final, muchos diálogos de gran nivel y unos bloques de texto de lujo, de los que no abundan en los comics de tiros, trompadas y garras de adamantium. Sin ser una joya imprescindible, es definitivamente un muy buen guión.
Que empalidece por completo frente a la faz gráfica, en la que nos encontramos con el maestro Howard Chaykin prendido fuego, en el que seguramente debe ser su mejor trabajo para Marvel. En equipo con el glorioso colorista Richard Ory, Chaykin detona su mejor arsenal a la hora de darle imágenes a los textos de Goodwin. Se nota un cachito que no le gusta tanto dibujar a Wolverine (sobre todo enmascarado), pero ese Fury es quintaesencial, casi tan definitivo como el de Jim Steranko. Sólo por lo que dibuja Chaykin en esas 62 páginas, se justifica todo el libro.
Después tenemos Bloody Choices, otra graphic novel, pero del ´91, escrita por Tom DeFalco y dibujada por otro grande, John Buscema. Lamentablemente, este prócer tiene menos suerte con los coloristas: le toca Gregory Wright, quien se vuelca hacia una paleta sombría, llena de marrones y grises, que a veces se empastan y deslucen el dibujo. No sé si es uno de los mejores trabajos de Buscema. Por ahí no. Pero seguro que en blanco y negro se vería mucho mejor.
El guión de DeFalco no tiene nada que ver con la saga de Scorpio. Están Wolvie y Fury y de hecho se cruzan más feo que en las otras historias, pero la cosa va por otro lado. Este es el típico guión sórdido, oscuro, repleto de desesperanza y de excusas para que los héroes se saquen y empiecen a actuar como los villanos. No es ni bueno ni malo, es simplemente producto de una época muy marcada en la que se confundía a la madurez con la sangre, la violencia y la crueldad.
Y hablando de épocas, Wolverine/ Nick Fury: Scorpio Rising es de 1994, una de las peores épocas de la historia de Marvel, en la que –salvo honrosas excepciones, como el Hulk de Peter David- toda la línea editorial despedía hedores nauseabundos, dignos de una cripta lovecraftiana. En ese contexto aparece este guión de Howard Chaykin simplón, por momentos burdo, en el que Wolverine podría tranquilamente no estar, ya que con un héroe sobraba y todo lo importante que pasa, le pasa a Scorpio. Está claro que esto iba a vender mejor si se lo mostraba como una secuela a The Scorpio Connection y por eso está ahí Logan, esta vez con su traje amarillo con las hombreras de metal, esa cosa asquerosa cuyo diseñador merece morir en cana.
El dibujo cayó en manos de Shawn McManus, en el peor momento, en ese breve período en que este excelente dibujante se había pasado al lado oscuro de la Fuerza y se zarpaba dibujando esos cuerpos deformes, pasados de esteroides, con músculos imposibles, y esas caras aún más deformes, llenas de rayitas espantosas al estilo Rob Liefeld, dientitos apretados, crosshatchings innecesarios en los pómulos... una abominación, una cosa realmente desagradable. Lo único redimible es que, a diferencia de Liefeld y sus simios amaestrados, McManus no falla en la narrativa. Y si Buscema tuvo mala suerte con el colorista, pobre McManus, fue sumergido en una pileta con meo de todas las especies caninas del planeta. Lo que hace Gloria Vazquez en estas páginas no tiene ninguna explicación racional excepto “tuve que colorear las 46 páginas en un fin de semana en el que me la pasé borracha, drogada y enfiestada con tres chongos del Golden, dos travas, un burro y un enano”. Posta, la cantidad de errores y tiradas a chanta que se ven en el color de este comic es realmente un bochorno.
En fin, te recomiendo esto si sos muy fan de Wolverine, o de Fury, o (como yo) de Chaykin. O si querés ver cómo el grim´n gritty de fines de los ´80 y principios de los ´90 a veces funciona bárbaro y a veces se cae a pedazos.

jueves, 4 de octubre de 2012

04/ 10: BARNUM!

Bienvenidos a otro mundo alternativo en el que Phineas Barnum, el capo del circo más famoso del Siglo XIX es además un agente secreto al servicio de Grover Cleveland, uno de los presidentes copados que tuvo EEUU allá lejos y hace tiempo. Además de llevar emoción, diversión y freakeadas por las pujantes ciudades del inmenso país, Barnum y sus extraños amigos combaten al perverso científico Nikola Tesla (que vuelve a aparecer en un comic, esta vez –como en SHIELD- en el rol del villano), quien quiere destruir a los EEUU en venganza por... algo.
En este contexto, el maesto Howard Chaykin y su fiel esbirro David Tischman desarrollan una historia con muy buen ritmo, un clima de festiva bizarreada y mucho énfasis en la aventura. No esperes una obra adulta, jugada, dennnnnsa... ni siquiera entiendo bien por qué esto lo editó Vertigo, porque la verdad que no tiene nada demasiado zarpado a nivel contenidos. Y así, con poquitas pretensiones y con muchos logros, que arrancan con la ambientación histórica y terminan con un gran trabajo en la elaboración de los personajes, Chaykin y Tischman redondean un comic muy entretenido, al que casi no se le nota que está estirado, y que logra formar un elenco tan variado e interesante que uno termina el libro y corre a ver si salió una secuela.
No, nunca salió. Pero no estaría mal. Estas páginas generan un cariño hacia estos personajes que recontra-justifican ir a buscar un segundo tomo. Repito, sin ser una obra maestra. Porque el tono es muy liviano, hay giros argumentales predecibles, algunas peripecias que no sirven más que para estirar un poco la trama y un par de puntas importantes que se cierran demasiado rápido, a poquísimas páginas del final.
El dibujo está a cargo del ídolo canadiense Niko Henrichon, en un estilo totalmente distinto al de la obra que lo consagró (la gloriosa Pride of Baghdad) y del de la otra obra que le vimos en este blog (aquella de Spider-Man: Fairy Tales). Acá Henrichon pela truquitos de narrativa típicos de Chaykin, pero dibuja en otra onda, una mezcla rara entre Jack Davis y Philip Bond. El elefante, por ejemplo, está dibujado super-realista y algunos primeros planos, en cambio, están dibujados recontra-expresionistas. Lo cierto es que en este estilo casi inclasificable, Henrichon también se luce y muestra solvencia y versatilidad para dibujar drama, comedia, acción, romance y una ambientación histórica para la que parece haberse documentado a full. Por supuesto, comparado con su trabajo en Pride of Baghdad, todo lo demás parece de la B Metropolitana, pero sinceramente no me imagino a Barnum! dibujada en el estilo de Pride of Baghdad. La prefiero dibujada así. Y puesto a fantasear, me la imagino dibujada por Chaykin (y corro a cambiarme la ropa interior, obvio).
Bueno, no mucho más. Si le juraste lealtad eterna a Chaykin, no te la pierdas. Si querés descubrir a un Henrichon distinto, tampoco. Y si te interesa el tema de los grandes circos del Siglo XIX y el fenómeno popular y masivo que giraba en torno a ellos, tampoco.
Y sí, tengo todos los números para comerme otro “Cero Comentarios”, pero me la banco. Esto es Vertigo, un sentimiento inexplicable.

miércoles, 5 de octubre de 2011

05/ 10: DC COMICS PRESENTS SON OF SUPERMAN


Son of Superman fue una novela gráfica editada a todo culo en 1999. En su momento me asustó el precio, por eso no la compré. Pero ahora, reeditada en la colección de “TPBs para pobres”, el combo Howard Chaykin + su habitual esbirro David Tischman + J.H. Williams III se hizo absolutamente irresistible y, algunos años tarde, descubrí un muy buen Elseworlds, con varias semejanzas con otra obra de Chaykin y Tischman, Secret Society of Super Heroes (la reseñamos el 10 de Enero de este año), que es justo posterior.
Acá ya aparece el tema de los superhéroes que se corrompen por guita y los que tienen una doble agenda y aprovechan los poderes para operar en la clandestinidad. Como en JLA: The Nail, la no participación de Superman en la Liga abre las puertas para situaciones confusas, en las que una mano negra manipula a los superhéroes. Eso es lo más interesante de Son of Superman: la conspiración política-mediática-empresarial orquestada por Lex Luthor para su propio provecho. En paralelo –y también en las sombras- un personaje habitualmente enrolado en las filas de “los buenos” lleva adelante otra runfla bastante jodida, con atentados terroristas y todo, que contribuye a agregarle controversia a la aparición del hijo de Superman. Que al final tiene chapa, pero es casi lo menos relevante. Lo que hace atractiva a la historia es la dinámica conspirativa, los momentos en que la novela parece una de espionaje. Y por supuesto, la faceta humana de la historia, la relación entre Jon Kent, su madre (Lois) y su padre, desaparecido hace muchos años.
Como en todos los comics donde los héroes son tipos ya maduros (por no decir viejos chotos), la machaca no resulta tan preponderante. Acá hay una sóla pelea grossa y se resuelve en 9 de las 94 páginas que dura la novela. ¿Y ganan los buenos? Hasta ahí. Chaykin y Tischman saben escaparle a las obviedades y, ya que se calentaron en darle espesor a los matices, a los dilemas morales y a las movidas de keruza de los “héroes”, se guardan para el final algunas cartas bravas, que dan vuelta la historia en el aire, y si bien Luthor no se sale con la suya, los finales que les reservan a cada uno de los major players no son para nada los que uno puede preveer, excepto el de Superman Jr., que se ve venir a ocho cuadras.
De todos modos, por si el guión no te interesa, o no te cierra, te recuerdo que esto lo dibujó J.H. Williams III, justo antes de empezar con Promethea. Acá, el monstruo termina de redondear lo que había insinuado en Chase, y en otros trabajos anteriores: sus dotes para el realismo, la influencia –cada vez menos obvia- de Tony Harris y Paul Gulacy, su compulsión a meter viñetas redondas, y su asombrosa capacidad para que estas mejoren -en vez de entorpecer- la narrativa, su versatilidad para lucirse tanto en las escenas icónicas y grandilocuentes como en las secuencias más intimistas, su enorme imaginación para crear armas, vehículos, locaciones y trajes… Visualmente, Son of Superman no está al nivel de Promethea, pero se le acerca muchísimo.
Un detalle boludo: Jon Kent aparece con su traje de Superman apenas en 20 páginas, o sea que poca gente recordará ese traje hoy, 12 años después. Pero posta, es increíblemente parecido al traje que tiene HOY el Hombre de Acero en la Justice League de Jim Lee, sin el calzoncillo rojo, con la capa prendida por atrás de los hombros, el cuellito alto... No sé si el Chino se lo habrá afanado conscientemente a Williams, pero las similitudes son muy, muy notorias.
En fin, otro motivo para añorar las épocas en las que DC le habilitaba el sellito Elseworlds a los creadores grossos que tenían ganas de jugar al “dale que…” y explorar alguna faceta extraña o poco convencional de los héroes más conocidos. Y una excelente inversión, porque por sólo u$ 8, te llevás 94 páginas dibujadas por J.H. Williams III prendido fuego, comprometido a full con una historia más que interesante.

lunes, 10 de enero de 2011

10/ 01: JLA: SECRET SOCIETY OF SUPER-HEROES


Me estoy poniendo al día con varias cosas de DC que ya tienen unos cuantos años, pero que no había leído nunca. En este caso, me toca una miniserie de dos libritos prestige aparecidos en 2000 y con el recordado sello Elseworlds, el de las realidades alternativas en las que los personajes clásicos aparecían reversionados en historias que jamás podrían encajar en la continuidad habitual (si es que ese concepto se le puede aplicar al Universo DC).
Acá, el maestro Howard Chaykin y su eficiente esbirro David Tischman nos proponen un mundo en el que los superhéroes jamás salieron a la luz. Existen desde fines de los ´30, pero siempre operaron de keruza, como una secta clandestina dedicada a impartir justicia desde las sombras. Por supuesto, si sos poderoso y nadie te ve, tenés garantizado un altísimo grado de impunidad hagas lo que hagas, y ahí está lo más interesante del planteo: una facción de los héroes (liderada por Kyle Rayner) aprovecha los poderes para ganar fortunas a espaldas de la otra facción (liderada por Clark Kent) y en algún momento estalla una Civil War, pero por guita. En el medio, se desarrollan dos tramas paralelas, cada una impulsada por uno de los dos protagonistas de la obra: por un lado Bruce Wayne, agente del FBI, investiga la desaparición de más de 300 criminales que se evaporaron entre 1939 y 2000 y la pista lo lleva, obviamente, a la sociedad secreta. Por otro lado, conocemos a Bart Allen, un chico con superpoderes, que es detectado por los héroes e invitado a unirse al grupo. Bruce y Bart son –por afano- los personajes mejor trabajados, cuyos entornos y motivaciones más exploran los guionistas.
Las tres puntas confluyen en el climax de la saga: Bart entra al grupo, Bruce descubre todos los secretos de la logia (y algunos más, que tienen que ver con su padre) y los héroes que responden a Superman (Metamorpho, Wonder Woman y Hawkgirl) se terminan cagando a trompadas con los que lidera Green Lantern (Flash, Atom y Plastic Man) en un combate bastante sangriento donde el mundo finalmente se entera de la existencia de estos tipos. No está mal, es un trámite entretenido, con algunos momentos copados (la relación entre Bruce y Lois Lane, por ejemplo), frases mortales (Bruce tira un “¿Cómo puede ser que cuando desenmascarás a un villano en el mundo real NUNCA te encontrás con una cara conocida?”) y usos muy ingeniosos de los poderes (Atom intefiere conexiones entre computadoras para alterar los números de la bolsa). Pero también hay varias secuencias al pedo, básicamente todas las de la Zona Fantasma, y ese epílogo de Catwoman que no va a ningún lado. Lo bueno es que cada secuencia suele durar una sóla página, entonces te tienen casi 100 páginas a los saltos: de Gotham a la Zona Fantasma, de ahí a la casa de Bart en Keystone, de ahí a la redacción del Planet, de ahí a la guarida de la logia, a la bolsa de Hong Kong, a Washington D.C., o al Arkham Asylum. Recién sobre el final hay secuencias de más de seis páginas.
A cargo del dibujo lo tenemos a Mike McKone, todavía lejos de sus mejores laburos (Exiles y Teen Titans), pero en un nivel bastante digno. Las tintas de Jimmy Palmiotti lo deforman un poco (así vemos un par de caras de Diana verdaderamente pesadillescas) pero no opacan la principal virtud de McKone, que es la solvencia narrativa. Los colores del glorioso Dave Stewart, por supuesto, le dan un plus valiosísimo a toda la faz gráfica.
Secret Society of Super-Heroes no entra ni por accidente al panteón de los Elseworlds fundamentales, pero se deja leer gracias a su gran ritmo y a un par de ideas osadas y novedosas, de esas que Chaykin suele desperdigar con generosidad en casi todos los guiones en los que mete mano. Interesante.

sábado, 23 de octubre de 2010

23/ 10: GUY GARDNER: COLLATERAL DAMAGE



Bueno, una de cal y una de arena… En esta mini de dos libritos prestige, el siempre vigente Howard Chaykin recupera al Guy Gardner que a mí más me gusta: el tipo jodido, egocéntrico, pajero, violento y absolutamente irrespetuoso. Este es el Guy de los primeros números de la Justice League de Giffen y DeMatteis, un zarpado con la peor onda, que se caga en todo y en todos. No sólo en G’Nort (como todo el mundo), sino también en los Guardianes, en los otros Green Lanterns, y hasta en la paz del cosmos.
Una paz que se ve amenazada por las profundas consecuencias que genera la larga guerra entre Rann y Thanagar (excusa con la cual DC nos infligió una serie cuasi-infinita de sagas espaciales, una más chota que la otra), y que tienen como primeras víctimas a los habitantes de Gnewt, el planeta de G’Nort, que son virtualmente exterminados por una raza tremendamente maligna y poderosa, los Tormocks. Y acá el argumento se enreda al pedo. Por un lado, a alguien se le ocurre la disparatada idea de que Guy haga las veces de mediador entre Rann y Thanagar para tratar de acercar posiciones y evitar otra masacre. Guy acepta sólo porque se quiere enfiestar con las dos emisarias de ambos planetas. Hasta ahí, la trama no tiene mayor sentido, pero por lo menos cierra. Hasta que aparece una segunda línea argumental: los Tormocks que devastaron Gnewt se proponen ahora un nuevo genocidio, esta vez para aniquilar a los últimos vuldarianos. ¿Sigue habiendo vuldarianos? Para mí, cuando a Guy le dieron los poderes de Warrior, él era el último… pero por ahí me equivoco. Lo cierto es que Guy DETESTA a los vuldarianos, porque invadieron su cuerpo con sus genes. ¿Por qué va a ayudarlos? Porque los Tormocks le rompen una pared de su bar temático, Warriors.
A ese nivel de sencillez, rayano en la pavada, llegan los razonamientos que guían esta trama. Y si no es un desastre, es porque Chaykin escribe al Gardner que más me gusta leer y llena los diálogos con chistes zarpados y groseros, muy, muy graciosos. Son 96 páginas y podrían ser 64, pero la estiradita es lo que menos jode. Otra cosa que tira para atrás es la caracterización de G’Nort. Okey, su planeta acaba de ser devastado por unos genocidas cósmicos, pero ¿eso lo hizo inteligente de golpe? ¿Eso le da la capacidad de responder a las agresiones de Guy con ironías, o de discutir con el pelirrojo de igual a igual? Nah, no jodamos. G’Nort sólo funciona como alivio cómico, como el subnormal que se manda cagadas y genera situaciones desopilantes. Chayin mete una o dos, pero más que situaciones son diálogos, secuencias mínimas. Y además en un momento se cansa de dibujarlo con rasgos perrunos y le pone una cara de murciélago, medio monstruosa, que no tiene un carajo que ver con nada.
El dibujo del ídolo, por suerte, está en su excelente nivel habitual. La narrativa perfectamente cuidada, la acción bien plasmada y en los momentos justos, grossos diseños de naves y uniformes militares de las distintas razas y el fan service para geeks que cualquier autor debe brindar cuando le toca dibujar muchas escenas en un bar temático dedicado a los superhéroes. La colorista Michelle Madsen, sin entrar ni por casualidad en el panteón de los grandes coloristas de Chaykin, cumple muy decorosamente con una tarea muy complicada, por los constantes cambios de locación, de clima, de tono y –por supuesto- el tema de los rayitos de colores, donde muchas veces los coloristas resbalan.
Si te subiste a la onda verde con todas las movidas recientes centradas en los Green Lantern, esto no te va a interesar. Si venías cebado con la guerra Rann-Thanagar, en una de esas sí, pero acá no se resuelve nada. Ahora, si sos fan de Chaykin, o del Guy Gardner intratable y desagradable, esto seguro te va a hacer pasar un lindo rato.

jueves, 15 de julio de 2010

15/ 07: MIGHTY LOVE


Llegó la hora de encontrarme una vez más con el maestro Howard Chaykin y no, Mighty Love tampoco entra en el Olimpo de las obras decisivas o fundamentales del prócer. Está muy bien, realmente la disfruté. Pero seguimos lejos de aquel puñado de obras con las que Chaykin nos volatilizó las neuronas en los ´80.
Mighty Love está editada por DC, pero no es un comic de DC, sino un comic de Chaykin. Empieza y termina, y contiene altas dosis de violencia, sexo y puteadas. Con lo que habitualmente publica la editorial de Superman y Batman, hay un sólo elemento en común: los protagonistas son justicieros enmascarados. Y hasta ahí llegamos. La forma en que Chaykin aborda el género (género al que logró gambetear con éxito durante muchos años) se parece poco a lo de siempre: son un tipo y una mina sin poderes, que se divierten bastante haciendo lo que hacen, pero que se toman la pausa necesaria para preguntarse qué sentido tiene disfrazarse para salir a jugarse la vida y a machacar delincuentes. Los dos personajes, un juego de opuestos riquísimo al que Chaykin le hace sacar chispas, están a años luz del justiciero pesutti y conflictuado, pero tampoco son dos yosapas marca Giffen/DeMatteis. Skylark y Iron Angel son héroes absolutamente humanos y creíbles, falibles, cuerdos, ingeniosos, nobles y hasta en un punto humildes.
Todo lo contrario de lo que son de día, cuando trabajan en sus identidades civiles, ella como policía de mano dura al servicio de un gobierno corrupto, y él como abogado especializado en que los criminales paguen barato por sus fechorías. Así, Chaykin arma el doble juego: de día chocan constantemente, se detestan, se obstaculizan. De noche y con la máscara puesta se complementan, se entienden, se enamoran. El tema de la doble identidad es fundamental: si cualquiera de los dos héroes viera al otro sin máscara, la historia se precipitaría a un abismo más difícil de remontar que las finanzas de Grecia.
Entre paralelismos, moorismos y demás yeites narrativos que Chaykin maneja con una destreza maradoniana, se construye un relato ágil, dinámico, muy hollywoodense, con la extensión exacta para que se convierta en película. De hecho, los rasgos faciales de Iron Angel tienen bastante de Tom Cruise. Hay que sacarle algunos desnudos, porque en Hollywood todavía no se muestran pijas en las pelis no-porno, y por ahí bajarle el tono a algún garche. Pero Mighty Love tiene todo para ser un hitazo de taquilla. Diálogos, personajes secundarios, puntos de tensión, todo encaja en el molde del blockbuster hollywoodero sin mayor inconveniente.
Y claro, si algún día esto se filma, los pobres giles que vayan al cine se van a perder el inmenso placer de ver esta historia dibujada por un genio del lápiz y la tinta, y encima coloreada por Dave Stewart, el mago del color. Por más actor taquillero que contraten, por más que respeten las escenas de sexo y aparezcan en bolas Jessica Alba y Megan Fox, no hay efectos especiales que logren plasmar en la pantalla la sutileza, la complejidad y el talento que pone Chaykin en cada fondo, en cada montaje, en el armado de cada página, en el diseño de cada vestuario, en las expresiones faciales, los climas y hasta en las onomatopeyas.
Mighty Love es un comic de superhéroes de inusual inteligencia, pensado para ser disfrutado por el público que habitualmente no los consume. Por eso es más real, más sensual, más zarpado y en algún punto más coherente que la clásica hiper-epopeya en la que el Bien y el Mal dirimen los tantos a las trompadas entre chicas y muchachos disfrazados con spandex. Howard Chaykin demostró que la alternativa también funciona y que también es terreno fértil para buenas historias. Pero claro, no hay muchos autores dispuestos a seguir la senda que inaugura Chaykin con Mighty Love simplemente porque los hallazgos de esta están sostenidos en un nivel de talento que no abunda, ni dentro ni fuera del mainstream.

martes, 29 de junio de 2010

29/ 06: DOMINIC FORTUNE


Hoy dice presente otro de los autores que hace añares están allá arriba, uno de esos a los que les compro cualquier garcha que hagan, el glorioso Howard Chaykin. Este tomo recopila su reciente miniserie para el sello Max (de Marvel), más algunas papitas extra, a saber: la historia corta de 1975 en la que aparece por primera vez el personaje (y donde vemos a Chaykin dominar el blanco y negro y las aguadas, mientras busca su estilo definitivo), una de 1980 en la que Dominic interactúa con el Universo Marvel y Chaykin entrega tenues bocetos a los que Terry Austin les dará su look personal (más cerca de John Byrne o Paul Smith que de Chaykin) y una saga hecha para el sitio web de Marvel, escrita por Dean Motter y dibujada por Greg Scott, que integra de modo férreo a Fortune con el Universo Marvel y que está lleno de referencias a Iron Man, Black Panther, el Dr. Doom, Red Skull y Ka-Zar, entre otros coñemus cuyos padres eran adultos a fines de la década del ´30. Esta historia se pasa un poquito de geek (quiere ser Starman de James Robinson, pero se va de mambo) y está dibujada por un clon defectuoso de Charlie Adlard o Michael Gaydos. No es espantosa, pero no aporta mucho más que esos toques de retro-continuidad que los guionistas posteriores se esforzarán por olvidar.
Y como el libro presenta las historias en orden temporal (no en el que fueron creadas ni publicadas), abre con la más reciente, que es esta saga de casi 90 páginas escrita y dibujada por Howard Chaykin. Al lucir el sellito Max, está la posibilidad de sumar sangre, desnudos y puteadas… o sea, de que esto se convierta en un verdadero comic de Chaykin. El ídolo ambienta la historia en su década favorita, más precisamente en 1936. Como en aquel Elseworlds de Batman, la Segunda Guerra Mundial se está cocinando a fuego lento y, de a poco, los poderosos del mundo empiezan a tomar partido en una trama que por ahora es casi una partida de ajedrez y que se va a poner heavy unos años después. Chaykin maneja a la perfección la época, y además es un maestro para la sutileza: en sus historias siempre hay poderosos que rosquean, especulan, se traicionan y se empoman (en sentidos figurado Y literal) los unos a los otros.
En este contexto se inserta Dominic Fortune, el típico héroe chaykinesco: el atlético, seductor y poco altruista muchacho judío, que mitad para sobrevivir y mitad por mala suerte va a terminar liderando una revolución, o salvando al mundo de una masacre, o algo así. Ya lo vimos mil veces, pero Chaykin lo hace tan bien, que da gusto. Además de la machaca (que es poca, muy bien dosificada) y la intriga palaciega, la Ecuación Chaykin incluye también un misterio (muy logrado y bien resuelto) y la comedia, acá con mucho protagonismo, gracias a un trío de actores ya maduros de la época esplendorosa de Hollywood, a los que Fortune lleva a pasear por medio mundo y que se meten (y lo meten) en los despelotes y los excesos más escandalosos. Entre las bromas de los borrachines regadas de sexo y alcohol y el ajustado retrato de la época, Chaykin se las arregla para hablar en serio sobre el fascismo y el anti-semitismo y de cómo eso va más allá de los nazis (que por supuesto están del lado de los malos) y –como el lector sabe del holocausto que se está por venir- el tema resuena con mucha fuerza.
¿Qué diferencia a esto de una saguita de American Century? Sólo el hecho de que dibuja el propio Chaykin, obviamente con su personalísima narrativa (los primeros planos metidos dentro de cuadros grandes, etc.), sus femmes fatales y sus muchachos cachetones, de cejas irregulares. Pero claro, esa diferencia alcanza y sobra para convertir a un comic del montón en un comic imprescindible, porque Chaykin dibuja cada vez mejor. Encima acá lo complementa a la perfección el colorista Edgar Delgado, que no será Richard Ory ni Steve Oliff, pero entiende como pocos lo que Chaykin está planteando desde el dibujo y acierta no sólo en cada personaje, cada vestido y cada fondo, sino incluso en el clima general que engloba a toda la saga. Visualmente esta es una golosina irresistible, un alfajor Cachafaz de papel y tinta. Y como el guión se la re-banca, ¿para qué te vas a resistir?