Bueno, me devoré ese libro gordísimo en tiempo record. Era el Vol.5 de Lucifer, con el tramo final de la serie de Mike Carey y Peter Gross que empezó como un tímido spin-off de Sandman y terminó como una serie realmente grossa, con un lugar sobradamente ganado entre las grandes historietas que publicó Vertigo en sus primeros 20 años de existencia.
En este último libro, Carey resuelve todas las tramas pendientes sin descuidar en lo más mínimo lo más importante que tiene Lucifer, que es el constante desarrollo de personajes. Más allá de los giros argumentales imprevistos (que siguen apareciendo, incluso cuando faltan uno o dos episodios para el final), Carey conserva hasta último momento esa capacidad asombrosa para hacer que el lector se identifique con los personajes y los entienda y los quiera, aunque se trate de dioses, demonios, ángeles o inmortales de cualquier grupo o factor. Por si alguno no lo entendió, el guionista reitera de modo aún más explícito el concepto central de la serie (por supuesto tributario de ideas que ya esbozara Neil Gaiman en Sandman): ser Dios no está tan bueno, porque no tenés la libertad de hacer lo que se te canten las pelotas. Lucifer Morningstar sube la apuesta todo el tiempo en ese sentido: el no se siente el más poronga si gobierna al resto. Se siente el más poronga si nadie le rompe las pelotas. Y hacia ahí va el arco final, a un ritmo muy tranqui, con muchas secuencias intimistas y -lógicamente- con mucha exploración de las consecuencias de la movida más… drástica de Carey, que es la de unificar todos los mundos conocidos, más el Cielo y el Infierno, bajo la conducción de una sóla deidad, un personaje (no lo nombro para no cagar a nadie que no haya leído la serie) al que a lo largo de estos cinco tomos vimos evolucionar muchísimo hasta merecerse ampliamente el rol que el guionista le reservaba para el final.
El dibujo de Peter Gross se me hizo muy llevadero y por momentos hasta me gustó. Y de los tres “fill-ineros” invitados (Michael Kaluta, Zander Cannon y Dean Ormston) me quedo –adivinaste- con este último. El siempre alucinante Ormston la destroza en uno de esos unitarios que Carey dedica a darles chapa a los personajes secundarios y que son parte fundamental de la magia de esta gran serie, que termino de leer 11 años después de que dejó de salir, y que no me cansaré nunca de recomendar.
Me vengo a Argentina, al 2016, para hablar un poquito de Hounds, una antología con seis historias de misterio sobrenatural escritas por Rodolfo Santullo. No me enganché mucho, la verdad… Me gustó la idea de tomar investigadores que ya existían en cuentos y novelas de grandes escritores y vincularlos al estilo League of Extraordinary Gentlemen, pero las historias en sí no me llegaron demasiado. Les falta sorpresa, desarrollo de personajes, esos diálogos filosos tan típicos de Santullo… En una historia, el villano pierde porque se tropieza, otras se resuelven de modo muy sencillo, muy lineal, a veces con un par de trompadas. Creo que el argumento que más me intrigó fue el de la última historia (la de Jules De Grandin), pero el interés se fue desvanesciendo a medida que mis ojos chocaban con globos y bloques de texto cada vez más grandes, más profusos, más superpoblados de palabras.
Lo que eleva a este libro muy por encima de la media es la labor de los dibujantes. Santullo reunió a un verdadero All-Star Squadron y los seis dejaron la vida, cada uno en su estilo. Matías Bergara abre la lista con un trabajo en el que mezcla influencias de Alberto Breccia y Alfonso Font con una elegancia descomunal. Lisandro Estherren te pone los pelos de punta con unas páginas en las que parece invocar al espíritu de Oswal, pero en clave dark. Sebastián Cabrol me conmovió con su manejo de los grises para acentuar los climas, fundamentales en una historia donde en el 80% de las viñetas sólo vemos gente quieta. Facundo Percio remó contra el guión más flojo de la antología y logró lucirse con su dibujo rico en dinamismo y en técnicas de iluminación. Oscar Capristo también hace magia con el blanco, el negro y las tramas de gris, y logra que su trazo sintético y potente le gane la pulseada a dos o tres páginas en las que los globos de diálogo parecen devorarse a la narrativa. Y el maestro Horacio Lalia, claramente el más jaqueado por la cantidad de texto que tiene que incluir en cada viñeta, responde con un trabajo sobrio, sin estridencias, y con algunos hallazgos técnicos en el manejo de la témpera blanca sobre tinta negra, texturas, cepillados y demás yeites heredados del inmortal Viejo Breccia.
Esto leyendo otro libro de Facundo Percio y en cualquier momento me meto en otro de Rodolfo Santullo, así que volveremos a visitar pronto a varios de estos autores. ¡Buen finde y hasta luego!
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viernes, 17 de febrero de 2017
jueves, 24 de noviembre de 2016
HOY, DOS MAS
Sigo avanzando con las reseñas, a ver hasta dónde llegamos este mes, en el que le estoy poniendo bastantes pilas al blog.
Arranco con el Vol.10 de The Unwritten, ya a un pasito del final de la saga creada por Mike Carey y Peter Gross. El próximo tomo es el último, pero no lo tengo, así que andá a saber cuando lo consigo, cuándo lo leo o cuándo lo reseño.
A tan poquitos episodios del final, Carey opta por una movida con la que no termino de coincidir: de alguna manera bastante coherente y para nada traída de los pelos, la trama se simplifica mucho. Desde el regreso de Wilson Taylor, los misterios que nos mantuvieron en vilo durante cientos de páginas ya no importan tanto y todo se va centrando cada vez más en la machaca final de los buenos contra los malos, en la que está en juego nada menos que la ficción, así, como concepto abstracto. No va a ser la típica machaca, obviamente, pero hacia ahí va la cosa. A esta altura de la saga, Carey se da el lujo de empezar a estirar un poco la resolución y hay largos tramos en los que lo más atractivo son los diálogos y la dinámica entre Tom, Wilson, Lizzie, Richie y los nenes que hablan en francés. Y por supuesto la presencia de Pauly Bruckner, sin dudas el personaje más raro, el as de espadas que Carey todavía no jugó y que tiene todo para precipitar el final de The Unwritten hacia las profundidades de lo inesperado.
El dibujo de Peter Gross está muy bien, hábilmente acomodado a la tonalidad más oscura que va cobrando este último tramo de la serie. Y en el último episodio del libro está como invitado Al Davison, uno de los monstruos injustamente desconocidos de la historieta británica, que aporta versatilidad, sofisticación y cuando hace falta, oscuridad y visceralidad. Un grosso.
Me voy a Chile, donde me espera Isla de los Muertos, un extraño trabajo de Cristóbal Florín y Rodolfo Aedo, que pretende echar luz acerca de un episodio transcurrido en la patagonia chilena en 1906. Dice la historia que en este lugar murieron 120 hombres, empleados de una gran empresa abocada a la explotación forestal, pero aparentemente hay dos versiones contradictorias que explican la tragedia: según la primera, nunca llegó el barco con las provisiones y los trabajadores murieron de hambre. Según la segunda, las provisiones y los medicamentos llegaron, pero contaminados con arsénico, lo cual envenenó a los trabajadores.
A lo largo de las primeras 50 páginas, los autores exploran la primera versión, tomando como base un cuento de Félix Elías Pérez. Es un relato desgarrador, más triste que este año de neoliberalismo y ajuste, excesivamente jugado a los textos literarios, que el guionista toma directamente del cuento. Mucho vuelo, mucha metáfora, mucha prosa florida, pero se nota que el argumento no daba para 50 páginas. En las siguientes 50 páginas, se explora la segunda versión… pero ya sabés TODO lo que va a pasar. El accidente del arsénico sucede en la página 15 y de ahí en más, se repite la muerte lenta y dolorosa de los 120 laburantes (que ya vimos) sólo que ahora la causa es otra. No me quedó claro si esta segunda parte también está tomada de un texto literario, pero de todos modos el guión mantiene esa tónica, repleto de bloques de texto cargados, frondosos, de un logrado vuelo lírico… que no logra ocultar lo poco que nos están narrando.
Me parece que la clave pasa porque Florín y Aedo eligieron una historia que está buenísima para una investigación periodística, pero no para una historieta. No logran (como diría el maestro Sasturain) hacer “aventurable” la tragedia de los trabajadores muertos en la isla. Lo que está realmente buenísimo es la línea que bajan, los palos que pegan y sobre todo el dibujo, que es excelente. Los climas, el trazo, la expresividad, los momentos en los que se rompe la grilla tradicional para experimentar con la puesta en página, las texturas, los sutiles toques de color… Un trabajo realmente notable de Rodolfo Aedo (a quien nunca había oído nombrar) al frente de la faz gráfica del libro.
Y hasta acá llegamos, por hoy. Estoy muy cebado leyendo una novela larguísima, por eso esta semana leí muy poca historieta. Pero la que viene seguro habrá nuevas reseñas. Y hoy subí un nuevo video a YouTube, para los que siempre piden más.
Arranco con el Vol.10 de The Unwritten, ya a un pasito del final de la saga creada por Mike Carey y Peter Gross. El próximo tomo es el último, pero no lo tengo, así que andá a saber cuando lo consigo, cuándo lo leo o cuándo lo reseño.
A tan poquitos episodios del final, Carey opta por una movida con la que no termino de coincidir: de alguna manera bastante coherente y para nada traída de los pelos, la trama se simplifica mucho. Desde el regreso de Wilson Taylor, los misterios que nos mantuvieron en vilo durante cientos de páginas ya no importan tanto y todo se va centrando cada vez más en la machaca final de los buenos contra los malos, en la que está en juego nada menos que la ficción, así, como concepto abstracto. No va a ser la típica machaca, obviamente, pero hacia ahí va la cosa. A esta altura de la saga, Carey se da el lujo de empezar a estirar un poco la resolución y hay largos tramos en los que lo más atractivo son los diálogos y la dinámica entre Tom, Wilson, Lizzie, Richie y los nenes que hablan en francés. Y por supuesto la presencia de Pauly Bruckner, sin dudas el personaje más raro, el as de espadas que Carey todavía no jugó y que tiene todo para precipitar el final de The Unwritten hacia las profundidades de lo inesperado.
El dibujo de Peter Gross está muy bien, hábilmente acomodado a la tonalidad más oscura que va cobrando este último tramo de la serie. Y en el último episodio del libro está como invitado Al Davison, uno de los monstruos injustamente desconocidos de la historieta británica, que aporta versatilidad, sofisticación y cuando hace falta, oscuridad y visceralidad. Un grosso.
Me voy a Chile, donde me espera Isla de los Muertos, un extraño trabajo de Cristóbal Florín y Rodolfo Aedo, que pretende echar luz acerca de un episodio transcurrido en la patagonia chilena en 1906. Dice la historia que en este lugar murieron 120 hombres, empleados de una gran empresa abocada a la explotación forestal, pero aparentemente hay dos versiones contradictorias que explican la tragedia: según la primera, nunca llegó el barco con las provisiones y los trabajadores murieron de hambre. Según la segunda, las provisiones y los medicamentos llegaron, pero contaminados con arsénico, lo cual envenenó a los trabajadores.
A lo largo de las primeras 50 páginas, los autores exploran la primera versión, tomando como base un cuento de Félix Elías Pérez. Es un relato desgarrador, más triste que este año de neoliberalismo y ajuste, excesivamente jugado a los textos literarios, que el guionista toma directamente del cuento. Mucho vuelo, mucha metáfora, mucha prosa florida, pero se nota que el argumento no daba para 50 páginas. En las siguientes 50 páginas, se explora la segunda versión… pero ya sabés TODO lo que va a pasar. El accidente del arsénico sucede en la página 15 y de ahí en más, se repite la muerte lenta y dolorosa de los 120 laburantes (que ya vimos) sólo que ahora la causa es otra. No me quedó claro si esta segunda parte también está tomada de un texto literario, pero de todos modos el guión mantiene esa tónica, repleto de bloques de texto cargados, frondosos, de un logrado vuelo lírico… que no logra ocultar lo poco que nos están narrando.
Me parece que la clave pasa porque Florín y Aedo eligieron una historia que está buenísima para una investigación periodística, pero no para una historieta. No logran (como diría el maestro Sasturain) hacer “aventurable” la tragedia de los trabajadores muertos en la isla. Lo que está realmente buenísimo es la línea que bajan, los palos que pegan y sobre todo el dibujo, que es excelente. Los climas, el trazo, la expresividad, los momentos en los que se rompe la grilla tradicional para experimentar con la puesta en página, las texturas, los sutiles toques de color… Un trabajo realmente notable de Rodolfo Aedo (a quien nunca había oído nombrar) al frente de la faz gráfica del libro.
Y hasta acá llegamos, por hoy. Estoy muy cebado leyendo una novela larguísima, por eso esta semana leí muy poca historieta. Pero la que viene seguro habrá nuevas reseñas. Y hoy subí un nuevo video a YouTube, para los que siempre piden más.
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jueves, 27 de octubre de 2016
DOS DE JUEVES
Hace 10 años, cuando Mike Carey estaba al frente de una de la series de X-Men y las series de X-Men todavía vendían fortunas, a los muchachos de Image se les ocurrió desempolvar viejas historietas que el guionista británico había realizado para la editorial Caliber en los inicios de su carrera en los EEUU. Así es como en Mike Carey´s One-Sided Bargains nos encontramos con un relato breve en forma de prosa, con una historieta corta medio vendehumo que había salido en un número de la antología Negative Burn (con dibujos medio precarios del ignoto Paul Holden) y con las 44 magníficas páginas de Dr. Faustus, originalmente publicadas en el one-shot homónimo de 1997.
Si tenías dudas de por qué Neil Gaiman se cebó con Carey, lo manijeó todo lo que pudo, lo llevó a jugar al universo de Sandman y lo puso a cargo nada menos que de Lucifer, Dr. Faustus te las despeja por completo. Sin ser un choreo de Sandman ni mucho menos, Dr. Faustus recrea esa onda de historieta culta, sofisticada, con espacio para la aventura, para elementos cercanos al terror, pero sobre todo con el sustento que dan las grandes estructuras dramáticas de los clásicos de la literatura. En este caso, Carey parte del célebre relato Faust, de Johann Wolfgang von Goethe y le cambia muchísimos elementos y le añade otros. El resultado es una versión conmovedora, profunda, capaz de sorprender incluso al que se sabe de memoria la historia clásica.
El dibujo está a cargo de otro británico, Mike Perkins, que nunca le puso tantas pilas a una historieta. Acá lo vemos intentado jugar en un registro entre Bryan Talbot y John Bolton (más algún derrape hacia el lado de Kelley Jones), muy prolijo, con mucho respeto por la ambientación histórica y un gran trabajo en la puesta en página. Con estas 44 páginas le perdoné las tiradas a chanta en sus números de Captain America, cuando era suplente de Steve Epting.
En 2007 empezó a salir en Francia una serie llamada Janitor, de la que se publicaron cuatro álbumes hasta 2011. El guionista era el maestro Yves Sente, garantía de calidad, y el dibujante nada menos que François Boucq, un genio infalible. Norma lo empezó a publicar en España en 2008, pero sacó un sólo tomo y la discontinuó. Yo igual me compré ese Vol.1, a ver qué onda, y la verdad es que la historia es muy atractiva. Estas 46 páginas funcionan como presentación del personaje (Vincent, un cura joven, atlético y valiente, que trabaja para el Vaticano en misiones de espionaje que se suelen poner picantes) y de un conflicto que se va a resolver en el Vol.2. Lógicamente, este es el tramo con más chamuyo y menos acción, pero en ningún momento se hace aburrido.
Buena parte del mérito le corresponde al dibujo de Boucq, que no tiene el vuelo surrealista de Jerónimo Puchero ni los homenajes a Jean Giraud de Bouncer, y sin embargo no defrauda en lo más mínimo. Como cuando dibujó XIII, el maestro la rompe en un thriller contemporáneo (una de James Bond sin gadgets fantásticos), donde el realismo es fundamental. Obviamente me hice fan de Janitor e intentaré conseguir las continuaciones, aunque sea en francés.
Tengo leídos un par de libros más, así que casi seguro clavo otra reseña antes de fin de mes. Hoy cerramos acá.
Si tenías dudas de por qué Neil Gaiman se cebó con Carey, lo manijeó todo lo que pudo, lo llevó a jugar al universo de Sandman y lo puso a cargo nada menos que de Lucifer, Dr. Faustus te las despeja por completo. Sin ser un choreo de Sandman ni mucho menos, Dr. Faustus recrea esa onda de historieta culta, sofisticada, con espacio para la aventura, para elementos cercanos al terror, pero sobre todo con el sustento que dan las grandes estructuras dramáticas de los clásicos de la literatura. En este caso, Carey parte del célebre relato Faust, de Johann Wolfgang von Goethe y le cambia muchísimos elementos y le añade otros. El resultado es una versión conmovedora, profunda, capaz de sorprender incluso al que se sabe de memoria la historia clásica.
El dibujo está a cargo de otro británico, Mike Perkins, que nunca le puso tantas pilas a una historieta. Acá lo vemos intentado jugar en un registro entre Bryan Talbot y John Bolton (más algún derrape hacia el lado de Kelley Jones), muy prolijo, con mucho respeto por la ambientación histórica y un gran trabajo en la puesta en página. Con estas 44 páginas le perdoné las tiradas a chanta en sus números de Captain America, cuando era suplente de Steve Epting.
En 2007 empezó a salir en Francia una serie llamada Janitor, de la que se publicaron cuatro álbumes hasta 2011. El guionista era el maestro Yves Sente, garantía de calidad, y el dibujante nada menos que François Boucq, un genio infalible. Norma lo empezó a publicar en España en 2008, pero sacó un sólo tomo y la discontinuó. Yo igual me compré ese Vol.1, a ver qué onda, y la verdad es que la historia es muy atractiva. Estas 46 páginas funcionan como presentación del personaje (Vincent, un cura joven, atlético y valiente, que trabaja para el Vaticano en misiones de espionaje que se suelen poner picantes) y de un conflicto que se va a resolver en el Vol.2. Lógicamente, este es el tramo con más chamuyo y menos acción, pero en ningún momento se hace aburrido.
Buena parte del mérito le corresponde al dibujo de Boucq, que no tiene el vuelo surrealista de Jerónimo Puchero ni los homenajes a Jean Giraud de Bouncer, y sin embargo no defrauda en lo más mínimo. Como cuando dibujó XIII, el maestro la rompe en un thriller contemporáneo (una de James Bond sin gadgets fantásticos), donde el realismo es fundamental. Obviamente me hice fan de Janitor e intentaré conseguir las continuaciones, aunque sea en francés.
Tengo leídos un par de libros más, así que casi seguro clavo otra reseña antes de fin de mes. Hoy cerramos acá.
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domingo, 23 de octubre de 2016
TRIPLETE DOMINGUERO
Después de un largo tiempo de cuelgue, retomé The Unwritten, la gran serie de Mike Carey y Peter Gross. Me tocaba leer el tomo que a priori parecía más raro, más bizarro: el crossover con Fables. O en realidad, una saga de The Unwritten en la que los personajes de esta serie pasan al mundo de Fables e interactúan con los personajes creados por Bill Willingham y Mark Buckingham. La verdad que no funcionó. La historia no me aportó prácticamente nada al desarrollo de Tom Taylor y sus personajes secundarios, y hasta el villano está metido a presión. No terminé de entender en qué momento de la saga de Fables empalma el crossover (por ahí porque hace mucho que no leo Fables y estoy más atrasado con esa serie que con The Unwritten) y todo me pareció superficial, prescindible, un mero engaña-pichanga para tratar de que algunos lectores de Fables le dieran una posibilidad a The Unwritten, que (lógicamente) vendía menos. Si eso lo hace DC con –ponele- Batman y The Question, o Green Lantern y Omega Men, me lo fumo mansito. ¿Pero en Vertigo, te parece? ¿Da para ensuciar así la cancha? Me parece que no.
Rescato los dibujos: hay muchas secuencias muy bien dibujadas, por Peter Gross, por Buckingham y por el nunca bien ponderado Dean Ormston. Y buenos diálogos, porque si bien la trama está urdida por Carey, Willingham mete mano en los diálogos para asegurarse de que sus personajes hablen como tienen que hablar, como lo hacen normalmente en Fables. En fin, un experimento que salió mal. No te digo que si venís coleccionando The Unwritten saltes del Vol.8 al Vol.10, pero sí te digo que si sos fan de Fables y estás mirando con un cierto cariño este crossover porque creés que le va a sumar algo a esa saga, mejor seguí de largo.
Como suele suceder, cada vez que Pablo De Santis incursiona en la historieta nos deja una obra maestra. Justicia Poética (originalmente serializada en Fierro) es un comic fascinante, complejo, con elementos bien “de género” presentados de un modo original, atrapante, con un personaje central perfectamente construído y con una estructura similar a la de El Hipnotizador: arranca como una serie de episodios autoconclusivos, apenas hilvanados por un plot secundario, y cuando te querés dar cuenta, estás enredado en una novela gráfica ambiciosa y cautivante, que va para adelante como una locomotora, y que no podés soltar hasta llegar al final. Diálogos, bloques de texto y silencios se combinan de manera magistral para crear climas, indagar en las motivaciones de los personajes y hasta para tirar pinceladas del virtuosismo literario (o lírico, incluso) del que De Santis hace gala en sus novelas.
Justicia Poética, además, es de esas historietas que le podés dar a alguien que no lee historietas y casi seguro la va a disfrutar. Tiene esa sutileza y esa profundidad que no tiene la mayoría de los thrillers y una forma muy atractiva de tomar distancia de los tópicos del género en el que incursiona. El dibujo está a cargo del maestro Frank Arbelo, notable narrador gráfico que combina ese toque fino, ese expresionismo que uno asocia a autores como José Muñoz, Oscar Zárate o Igort, con una impronta más simple, más accesible al lector poco curtido en estas lides, que por momentos lo acerca a autores de la línea clara, o a los trabajos que publicaba Sanyú en la Fierro a principios de los ´90. Gran labor del cubano radicado en Bolivia. Si todavía no te compraste este libro, hacé justicia con vos mismo y sumalo a tu biblioteca. No te vas a arrepentir.
Y cierro con el Vol.15 de Bakuman, la joya en la corona de Tsugumi Ohba y Takeshi Obata, grossos entre los grossos. Este tomo trae la resolución del arco argumental iniciado en el Vol.14 (con Nanamine como protagonista), una especie de coda a ese arco en el que el protagonismo se lo roba Nakai (el gordo pajero, pero virtuoso dibujante, que viene apareciendo intermitentemente casi desde el principio) y un segundo arco más breve, que Ohba y Obata resuelven con jerarquía, en la cantidad de páginas justas y que devuelve a los Muto Ashirogi al centro de la escena.
Entre el final del plot de Nakai y el inicio del segundo arco, hay un unitario brillante, en el que los autores paran la bocha para pensar en algo que hasta ahora se había soslayado: hasta dónde la vida de un pibe de 20 años que es mangaka desde los 15 deja de parecerse a la de los típicos pibes de 20 años. Es un episodio de reflexión, de introspección, de acomodar ideas en la cabeza de los personajes y que además termina funcionando como un perfecto recordatorio de cuál es el tema central de Bakuman: nada menos que el amor al manga. Maravilloso es poco.
Volvemos pronto con más reseñas.
Rescato los dibujos: hay muchas secuencias muy bien dibujadas, por Peter Gross, por Buckingham y por el nunca bien ponderado Dean Ormston. Y buenos diálogos, porque si bien la trama está urdida por Carey, Willingham mete mano en los diálogos para asegurarse de que sus personajes hablen como tienen que hablar, como lo hacen normalmente en Fables. En fin, un experimento que salió mal. No te digo que si venís coleccionando The Unwritten saltes del Vol.8 al Vol.10, pero sí te digo que si sos fan de Fables y estás mirando con un cierto cariño este crossover porque creés que le va a sumar algo a esa saga, mejor seguí de largo.
Como suele suceder, cada vez que Pablo De Santis incursiona en la historieta nos deja una obra maestra. Justicia Poética (originalmente serializada en Fierro) es un comic fascinante, complejo, con elementos bien “de género” presentados de un modo original, atrapante, con un personaje central perfectamente construído y con una estructura similar a la de El Hipnotizador: arranca como una serie de episodios autoconclusivos, apenas hilvanados por un plot secundario, y cuando te querés dar cuenta, estás enredado en una novela gráfica ambiciosa y cautivante, que va para adelante como una locomotora, y que no podés soltar hasta llegar al final. Diálogos, bloques de texto y silencios se combinan de manera magistral para crear climas, indagar en las motivaciones de los personajes y hasta para tirar pinceladas del virtuosismo literario (o lírico, incluso) del que De Santis hace gala en sus novelas.
Justicia Poética, además, es de esas historietas que le podés dar a alguien que no lee historietas y casi seguro la va a disfrutar. Tiene esa sutileza y esa profundidad que no tiene la mayoría de los thrillers y una forma muy atractiva de tomar distancia de los tópicos del género en el que incursiona. El dibujo está a cargo del maestro Frank Arbelo, notable narrador gráfico que combina ese toque fino, ese expresionismo que uno asocia a autores como José Muñoz, Oscar Zárate o Igort, con una impronta más simple, más accesible al lector poco curtido en estas lides, que por momentos lo acerca a autores de la línea clara, o a los trabajos que publicaba Sanyú en la Fierro a principios de los ´90. Gran labor del cubano radicado en Bolivia. Si todavía no te compraste este libro, hacé justicia con vos mismo y sumalo a tu biblioteca. No te vas a arrepentir.
Y cierro con el Vol.15 de Bakuman, la joya en la corona de Tsugumi Ohba y Takeshi Obata, grossos entre los grossos. Este tomo trae la resolución del arco argumental iniciado en el Vol.14 (con Nanamine como protagonista), una especie de coda a ese arco en el que el protagonismo se lo roba Nakai (el gordo pajero, pero virtuoso dibujante, que viene apareciendo intermitentemente casi desde el principio) y un segundo arco más breve, que Ohba y Obata resuelven con jerarquía, en la cantidad de páginas justas y que devuelve a los Muto Ashirogi al centro de la escena.
Entre el final del plot de Nakai y el inicio del segundo arco, hay un unitario brillante, en el que los autores paran la bocha para pensar en algo que hasta ahora se había soslayado: hasta dónde la vida de un pibe de 20 años que es mangaka desde los 15 deja de parecerse a la de los típicos pibes de 20 años. Es un episodio de reflexión, de introspección, de acomodar ideas en la cabeza de los personajes y que además termina funcionando como un perfecto recordatorio de cuál es el tema central de Bakuman: nada menos que el amor al manga. Maravilloso es poco.
Volvemos pronto con más reseñas.
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miércoles, 4 de noviembre de 2015
04/11: LUCIFER Vol.4
Ahora sí, pude terminar este masacote de casi 400 con el que ya nos empezamos a arrimar al final de esta cautivante epopeya imaginada por Mike Carey y Peter Gross.
Al igual que los tomos anteriores, este nos presenta 16 episodios de Lucifer, en los que Carey ofrece un relato muy complejo, con conceptos muy jugados y crossovers permanentes con el Antiguo Testamento de la Biblia. Todo esto desarrollado a un ritmo muy lento, que le permite a Carey trabajar muchísimo a los personajes secundarios y prepararlos para cargarse al hombro la serie en los tramos en los que Lucifer no aparece en el centro de la escena, que en este tomo son muchos. Posta, esto es poco frecuente en el mainstream yanki: el protagonista, que debería estar siempre ahí, generando movidas o corriendo peligros que hagan que los lectores quieran volver mes a mes, en esta serie se repliega a las márgenes de la acción durante muchos episodios. Lo bueno es que, incluso cuando Lucifer renuncia al protagonismo y pasa a ser algo así como un hilo conductor entre unitarios y arcos argumentales más extensos, el interés no decae.
Este tomo arranca con una saga de cuatro episodios en los que Elaine y Mazikeen tienen la misión de expulsar a los inmortales que todavía habitan la creación de Samael (o Lucifer Morningstar). Acá Carey nos presenta a personajes conmovedores, interesantísimos, a los que sospecho que más adelante volveremos a ver. El n°50 es un número extra-large que revela toda la historia de Lilith, madre de Mazikeen y de todos los Lilim, y su relación con los ángeles. Esto en un punto parece relleno, pero Lilith será un personaje importantísimo en la segunda mitad de este tomo.
Después arranca la tetralogía contra Fenris, el lobo de la mitología nórdica, que terminará con la muerte de un personaje central en esta serie. Es una saga estiradísima, pero cuyo final garpa a pleno. Un nuevo unitario nos trae de vuelta a Christopher Rudd, Lady Lys, Duma y Remiel para una excelente historia que sacude el status quo del Infierno que alguna vez gobernó Lucifer. Le siguen dos episodios en los que el protagonismo recae en Lilith, en los que la historia casi no avanza, pero Carey sigue sumando personajes interesantes. Y ya sobre el tramo final, un unitario en el que Elaine juega a ser Dios, en el que vemos los pro y los contras de crear mundos; y un último arco argumental de tres partes con dos historias en paralelo: en una, Lilith vuelve a ponerse al frente de los Lilim para iniciar su ataque a la ciudad de los ángeles (no de Los Angeles), y en la otra reaparece Jill Presto para terminar de resolver un viejo problema, deerivado de una saga que vimos hace ya varios tomos. El plot de Jill es el menos interesante de estos 16 episodios, al que menos chances le veo de integrarse a la trama central.
En materia de dibujo, tenemos como siempre a Peter Gross, a quien ayudan bastante las tintas de Ryan Kelly. Como siempre digo, Gross no es malo pero uno no puede evitar imaginarse estas mismas historias dibujadas por alguien mejor y decir “puta, ¿qué necesidad de darle estos guiones a un tipo que zafaba con lo justo?”. Pero bueno, con el correr de las sagas uno se acostumbra. Y también como siempre, en los episodios unitarios Gross descansaba y la serie se engalanaba con invitados ilustres. El n°50 lo dibuja con muchísimas pilas el siempre elegante P. Craig Russell, el unitario de Elaine sirve para ver qué onda un desconocido Ronald Wimberly (que es bastante bueno, con cositas de Dean Ormston, Vince Locke y Jill Thompson) y dejo para el final la gema insuperable: el unitario del Infierno con Christopher Rudd está dibujado por un Marc Hempel inspiradísimo, que se caga en el realismo para dejar jugar a la imaginación y sobre todo a la emoción, a darle expresiones extremas a estos personajes y romper desde lo visual con el clima a veces frío, casi siempre solemne que tiene esta serie. Glorioso lo de Hempel, a quien el mainstream yanki extraña horrores.
Me falta un sólo tomo para terminar con Lucifer y ya está ahí en el aguante. Veremos con qué me sorprende Carey en el final.
Al igual que los tomos anteriores, este nos presenta 16 episodios de Lucifer, en los que Carey ofrece un relato muy complejo, con conceptos muy jugados y crossovers permanentes con el Antiguo Testamento de la Biblia. Todo esto desarrollado a un ritmo muy lento, que le permite a Carey trabajar muchísimo a los personajes secundarios y prepararlos para cargarse al hombro la serie en los tramos en los que Lucifer no aparece en el centro de la escena, que en este tomo son muchos. Posta, esto es poco frecuente en el mainstream yanki: el protagonista, que debería estar siempre ahí, generando movidas o corriendo peligros que hagan que los lectores quieran volver mes a mes, en esta serie se repliega a las márgenes de la acción durante muchos episodios. Lo bueno es que, incluso cuando Lucifer renuncia al protagonismo y pasa a ser algo así como un hilo conductor entre unitarios y arcos argumentales más extensos, el interés no decae.
Este tomo arranca con una saga de cuatro episodios en los que Elaine y Mazikeen tienen la misión de expulsar a los inmortales que todavía habitan la creación de Samael (o Lucifer Morningstar). Acá Carey nos presenta a personajes conmovedores, interesantísimos, a los que sospecho que más adelante volveremos a ver. El n°50 es un número extra-large que revela toda la historia de Lilith, madre de Mazikeen y de todos los Lilim, y su relación con los ángeles. Esto en un punto parece relleno, pero Lilith será un personaje importantísimo en la segunda mitad de este tomo.
Después arranca la tetralogía contra Fenris, el lobo de la mitología nórdica, que terminará con la muerte de un personaje central en esta serie. Es una saga estiradísima, pero cuyo final garpa a pleno. Un nuevo unitario nos trae de vuelta a Christopher Rudd, Lady Lys, Duma y Remiel para una excelente historia que sacude el status quo del Infierno que alguna vez gobernó Lucifer. Le siguen dos episodios en los que el protagonismo recae en Lilith, en los que la historia casi no avanza, pero Carey sigue sumando personajes interesantes. Y ya sobre el tramo final, un unitario en el que Elaine juega a ser Dios, en el que vemos los pro y los contras de crear mundos; y un último arco argumental de tres partes con dos historias en paralelo: en una, Lilith vuelve a ponerse al frente de los Lilim para iniciar su ataque a la ciudad de los ángeles (no de Los Angeles), y en la otra reaparece Jill Presto para terminar de resolver un viejo problema, deerivado de una saga que vimos hace ya varios tomos. El plot de Jill es el menos interesante de estos 16 episodios, al que menos chances le veo de integrarse a la trama central.
En materia de dibujo, tenemos como siempre a Peter Gross, a quien ayudan bastante las tintas de Ryan Kelly. Como siempre digo, Gross no es malo pero uno no puede evitar imaginarse estas mismas historias dibujadas por alguien mejor y decir “puta, ¿qué necesidad de darle estos guiones a un tipo que zafaba con lo justo?”. Pero bueno, con el correr de las sagas uno se acostumbra. Y también como siempre, en los episodios unitarios Gross descansaba y la serie se engalanaba con invitados ilustres. El n°50 lo dibuja con muchísimas pilas el siempre elegante P. Craig Russell, el unitario de Elaine sirve para ver qué onda un desconocido Ronald Wimberly (que es bastante bueno, con cositas de Dean Ormston, Vince Locke y Jill Thompson) y dejo para el final la gema insuperable: el unitario del Infierno con Christopher Rudd está dibujado por un Marc Hempel inspiradísimo, que se caga en el realismo para dejar jugar a la imaginación y sobre todo a la emoción, a darle expresiones extremas a estos personajes y romper desde lo visual con el clima a veces frío, casi siempre solemne que tiene esta serie. Glorioso lo de Hempel, a quien el mainstream yanki extraña horrores.
Me falta un sólo tomo para terminar con Lucifer y ya está ahí en el aguante. Veremos con qué me sorprende Carey en el final.
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martes, 18 de agosto de 2015
18/ 08: THE UNWRITTEN Vol.8
Uh, cuánto hacía que no me clavaba un TPB de esta serie… Desde el 05/03/14. Decí que en el medio me leí la graphic novel, si no estaría en hiper-bolas, casi para empezar de cero…
Bueno, este tomo no tiene nada que ver con la graphic novel. Es la continuación directa del Vol.7 y va para donde aquel tomo proponía ir. La acción centrada en Australia, Danny Armitage y la oficial de policía Didge Patterson en roles muy destacados, historias protagonizadas por Richie Savoy que transcurren al margen, en paralelo a la saga principal, y ahora sí, mucho desarrollo para Tom Taylor, porque se empieza a avizorar el final y hay muchísimas cosas para explicar. Madame Rausch vuelve al banco de suplentes y Lizzie Hexam tiene un papel tirando a chiquito. Mike Carey necesita empezar a cerrar puntas de las que vienen colgadas desde los primeros tomos de la serie y eso requiere espacio. Imposible repartir el que hay entre más de cinco o seis personajes.
Acá nos enteramos finalmente dónde estaba Wilson Taylor, el papá de Tom (y Tommy), y se termina de explicar y de cerrar el longevo subplot de Pauly Bruckner, a quien Carey le da un enorme protagonismo en estas páginas. Si hasta ahora Pauly era un personaje interesante, acá se hace tan grosso que querés que le den su propia serie mensual. También tenemos la muerte de un personaje que venía ganando impulso, y el regreso (muy cambiado) de uno de los que ya dábamos por muerto y re-muerto.
No quiero extenderme en el chamuyo porque no tengo tiempo. Esto está buenísimo. Carey encontró la forma de que, ya con muchos episodios encima, la serie sea difícil de predecir y esté siempre en un status quo inquietante, raro, donde los volantazos más bizarros (como el del final de este tomo) parezcan totalmente coherentes.
Y el dibujo… bueno, el dibujo sigue lejos de la genialidad. Peter Gross pone huevo, se esfuerza, pero sigue mostrando claramente sus limitaciones, que no son pocas. Por suerte, en el arquito argumental protagonizado por Savoy, llega un viejo conocido de Carey y Gross, el gran Dean Ormston y –como en tantos unitarios de Lucifer- caza los bocetos de Gross y los eleva a un nivel de oscuridad, de expresionismo y de belleza que lo ponen muy por encima de la media de lo que se ve normalmente en los comics de Vertigo.
Todavía no tengo comprado el Vol.9, así que no sé cuando retomo The Unwritten. Pero seguro banco hasta el infinito y más allá este viaje hipnótico hacia el interior del relato.
Bueno, este tomo no tiene nada que ver con la graphic novel. Es la continuación directa del Vol.7 y va para donde aquel tomo proponía ir. La acción centrada en Australia, Danny Armitage y la oficial de policía Didge Patterson en roles muy destacados, historias protagonizadas por Richie Savoy que transcurren al margen, en paralelo a la saga principal, y ahora sí, mucho desarrollo para Tom Taylor, porque se empieza a avizorar el final y hay muchísimas cosas para explicar. Madame Rausch vuelve al banco de suplentes y Lizzie Hexam tiene un papel tirando a chiquito. Mike Carey necesita empezar a cerrar puntas de las que vienen colgadas desde los primeros tomos de la serie y eso requiere espacio. Imposible repartir el que hay entre más de cinco o seis personajes.
Acá nos enteramos finalmente dónde estaba Wilson Taylor, el papá de Tom (y Tommy), y se termina de explicar y de cerrar el longevo subplot de Pauly Bruckner, a quien Carey le da un enorme protagonismo en estas páginas. Si hasta ahora Pauly era un personaje interesante, acá se hace tan grosso que querés que le den su propia serie mensual. También tenemos la muerte de un personaje que venía ganando impulso, y el regreso (muy cambiado) de uno de los que ya dábamos por muerto y re-muerto.
No quiero extenderme en el chamuyo porque no tengo tiempo. Esto está buenísimo. Carey encontró la forma de que, ya con muchos episodios encima, la serie sea difícil de predecir y esté siempre en un status quo inquietante, raro, donde los volantazos más bizarros (como el del final de este tomo) parezcan totalmente coherentes.
Y el dibujo… bueno, el dibujo sigue lejos de la genialidad. Peter Gross pone huevo, se esfuerza, pero sigue mostrando claramente sus limitaciones, que no son pocas. Por suerte, en el arquito argumental protagonizado por Savoy, llega un viejo conocido de Carey y Gross, el gran Dean Ormston y –como en tantos unitarios de Lucifer- caza los bocetos de Gross y los eleva a un nivel de oscuridad, de expresionismo y de belleza que lo ponen muy por encima de la media de lo que se ve normalmente en los comics de Vertigo.
Todavía no tengo comprado el Vol.9, así que no sé cuando retomo The Unwritten. Pero seguro banco hasta el infinito y más allá este viaje hipnótico hacia el interior del relato.
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miércoles, 3 de junio de 2015
03/ 06: LUCIFER Vol.3
Tercer masacote de Lucifer, con 400 páginas y 16 episodios de la serie regular a cargo de Mike Carey, Peter Gross y amigos.
Repaso algunos conceptos vertidos en la reseña del Vol.1 (30/07/14) y me veo en la obligación de reiterar esta frase: “La sensación es que estos 16 episodios podrían haber sido ocho o nueve, aunque eso requeriría depurar a full el elenco y privarnos de muchas secuencias muy bien escritas, con una exploración minuciosa de las consecuencias de cada cosa que se hace o dice, con magníficos diálogos y bloques de texto”. Todo en esta serie está muy estirado, muy descomprimido y cosas que Carey cuenta en cinco episodios de 22 páginas se podrían contar tranquilamente en 50 ó 60 páginas. Ni siquiera está la excusa de “había una idea por TPB”, porque Lucifer combinaba arcos de cinco episodios, de cuatro, de tres, de dos y hasta muchos (y a veces muy buenos) episodios unitarios. Pero bueno, Carey estaba construyendo a largo plazo y así es como se sintió cómodo en este esquema de relato descomprimido, con margen para trabajar a fondo a un elenco numeroso, y con la decisión totalmente deliberada de “licuar” conflictos MUY pesados entre un montón de peripecias más light.
El mega-broli arranca con un arco de cuatro episodios, centrado en un duelo pendiente entre el ángel Amenadiel de los Tronos y Lucifer, cuyo poder está en un nivel bajísimo por culpa de una tramoya con los dioses japoneses que viene del tomo anterior. Finalmente, el otrora capo del Infierno va a hacer un pase de magia digno de John Constantine y va a dar vuelta la situación que claramente no lo favorecía. Después tenemos un unitario que, si no venías leyendo lo anterior o si no lo tenías muy fresco, no se entiende un choto. Lo cual no quita que esté muy bueno, pero es de esas historias en las que Lucifer no aparece ni una viñeta y que –me imagino- habrán exasperado a los que compraban esto una vez por mes en formato comic-book.
Después se viene una saga tan grossa, tan importante, que tiene dos episodios de prólogo y cinco de desarrollo propiamente dicho. Por supuesto todo podría comprimirse y durar mucho menos, pero acá Carey juega cartas fuertes. Un plot de inimaginables consecuencias en el que Lucifer es decisivo y uno importante, que viene de arrastre de los tomos anteriores, cuya resolución estará a cargo de los personajes secundarios, forzados a actuar más o menos en equipo. La trama donde el protagonista es Lucifer (junto a Michael y Jahweh) se resuelve sin acción, a puro chamuyo. Por eso es lógica la movida de mandar la otra trama en paralelo, porque en la epopeya de Mazikeen y los otros a bordo del Naglfar hay sobradas excusas para meter combates y machaca a todo o nada.
El siguiente unitaro también es un poco el epílogo a la extensa saga del Naglfar y después sí, es hora de explorar las consecuencias de lo que pasó con Samael, Michael y Jahweh en una trilogía que tiene todo: rosca política, chamuyo metafísico, psicopateadas entre hermanos, humanos envueltos en kilombos entre dioses, machaca en buenas dosis y lo único que le faltaba a Lucifer para ser un emblema de Vertigo: sexo entre mujeres. Y cerramos con un unitario MUY descolgado, que podría haber aparecido en cualquiera de los tres tomos, pero que tiene un guión BRILLANTE, redondísimo, zarpadísimo y muy, muy divertido, como para sacudir un poco esa solemnidad que tiene por momentos la serie.
En cuanto a los dibujantes, la dupla integrada por Peter Gross y Ryan Kelly sigue jugando de titular, a pesar de que a mí mucho no me convencen. Por suerte en la saga más larga se integra el gran Dean Ormston y se reparten las secuencias, aprovechando que Carey narra dos historias en paralelo. Ormston además dibuja él solito un unitario en el que pela magia, climas y todo el laburo en los fondos que (con motivos razonables) no le podrá a sus páginas de la saga del Naglfar. En el primer arco también hay un episodio en el que Gross sólo planta la puesta en página y aporta bocetos, que serán terminados por el siempre sofisticado Craig Hamilton. Más adelante hay un unitario dibujado de modo muy precario por el limitadísimo David Hahn y el episodio que cierra el tomo tiene (además de un guionazo) magníficos dibujos de Ted Naifeh, que en aquella época (2004) ya era bastante conocido por su serie Gloomcookie. Naifeh no tiene un estilo tan interesante como el de Ormston, pero se juega más en la puesta en página. Y al lado de Gross, tanto Naifeh como Ormston son Maradona y Francescoli.
Ya tengo el Vol.4 ahí en el aguante y el Vol.5 en camino, así que habrá más Lucifer en los próximos meses, acá en el blog.
Repaso algunos conceptos vertidos en la reseña del Vol.1 (30/07/14) y me veo en la obligación de reiterar esta frase: “La sensación es que estos 16 episodios podrían haber sido ocho o nueve, aunque eso requeriría depurar a full el elenco y privarnos de muchas secuencias muy bien escritas, con una exploración minuciosa de las consecuencias de cada cosa que se hace o dice, con magníficos diálogos y bloques de texto”. Todo en esta serie está muy estirado, muy descomprimido y cosas que Carey cuenta en cinco episodios de 22 páginas se podrían contar tranquilamente en 50 ó 60 páginas. Ni siquiera está la excusa de “había una idea por TPB”, porque Lucifer combinaba arcos de cinco episodios, de cuatro, de tres, de dos y hasta muchos (y a veces muy buenos) episodios unitarios. Pero bueno, Carey estaba construyendo a largo plazo y así es como se sintió cómodo en este esquema de relato descomprimido, con margen para trabajar a fondo a un elenco numeroso, y con la decisión totalmente deliberada de “licuar” conflictos MUY pesados entre un montón de peripecias más light.
El mega-broli arranca con un arco de cuatro episodios, centrado en un duelo pendiente entre el ángel Amenadiel de los Tronos y Lucifer, cuyo poder está en un nivel bajísimo por culpa de una tramoya con los dioses japoneses que viene del tomo anterior. Finalmente, el otrora capo del Infierno va a hacer un pase de magia digno de John Constantine y va a dar vuelta la situación que claramente no lo favorecía. Después tenemos un unitario que, si no venías leyendo lo anterior o si no lo tenías muy fresco, no se entiende un choto. Lo cual no quita que esté muy bueno, pero es de esas historias en las que Lucifer no aparece ni una viñeta y que –me imagino- habrán exasperado a los que compraban esto una vez por mes en formato comic-book.
Después se viene una saga tan grossa, tan importante, que tiene dos episodios de prólogo y cinco de desarrollo propiamente dicho. Por supuesto todo podría comprimirse y durar mucho menos, pero acá Carey juega cartas fuertes. Un plot de inimaginables consecuencias en el que Lucifer es decisivo y uno importante, que viene de arrastre de los tomos anteriores, cuya resolución estará a cargo de los personajes secundarios, forzados a actuar más o menos en equipo. La trama donde el protagonista es Lucifer (junto a Michael y Jahweh) se resuelve sin acción, a puro chamuyo. Por eso es lógica la movida de mandar la otra trama en paralelo, porque en la epopeya de Mazikeen y los otros a bordo del Naglfar hay sobradas excusas para meter combates y machaca a todo o nada.
El siguiente unitaro también es un poco el epílogo a la extensa saga del Naglfar y después sí, es hora de explorar las consecuencias de lo que pasó con Samael, Michael y Jahweh en una trilogía que tiene todo: rosca política, chamuyo metafísico, psicopateadas entre hermanos, humanos envueltos en kilombos entre dioses, machaca en buenas dosis y lo único que le faltaba a Lucifer para ser un emblema de Vertigo: sexo entre mujeres. Y cerramos con un unitario MUY descolgado, que podría haber aparecido en cualquiera de los tres tomos, pero que tiene un guión BRILLANTE, redondísimo, zarpadísimo y muy, muy divertido, como para sacudir un poco esa solemnidad que tiene por momentos la serie.
En cuanto a los dibujantes, la dupla integrada por Peter Gross y Ryan Kelly sigue jugando de titular, a pesar de que a mí mucho no me convencen. Por suerte en la saga más larga se integra el gran Dean Ormston y se reparten las secuencias, aprovechando que Carey narra dos historias en paralelo. Ormston además dibuja él solito un unitario en el que pela magia, climas y todo el laburo en los fondos que (con motivos razonables) no le podrá a sus páginas de la saga del Naglfar. En el primer arco también hay un episodio en el que Gross sólo planta la puesta en página y aporta bocetos, que serán terminados por el siempre sofisticado Craig Hamilton. Más adelante hay un unitario dibujado de modo muy precario por el limitadísimo David Hahn y el episodio que cierra el tomo tiene (además de un guionazo) magníficos dibujos de Ted Naifeh, que en aquella época (2004) ya era bastante conocido por su serie Gloomcookie. Naifeh no tiene un estilo tan interesante como el de Ormston, pero se juega más en la puesta en página. Y al lado de Gross, tanto Naifeh como Ormston son Maradona y Francescoli.
Ya tengo el Vol.4 ahí en el aguante y el Vol.5 en camino, así que habrá más Lucifer en los próximos meses, acá en el blog.
miércoles, 26 de noviembre de 2014
26/11: THE UNWRITTEN: TOMMY TAYLOR AND THE SHIP THAT SANK TWICE
Tercer libro de Mike Carey que me clavo en lo que va del mes y me parece que este es el mejor de los tres. Tommy Taylor and the Ship that Sank Twice es una novela gráfica pensada para que el lector que nunca había accedido a The Unwritten pueda hacerlo de modo fácil, rápido, y quedar inmediatamente fascinado por este concepto que Carey y su viejo compañero de aventuras Peter Gross vienen desarrollando hace ya cinco años largos, en una de las mejores series de la historia de Vertigo.
The Unwritten, por si nunca leiste las siete u ocho reseñas que le dediqué acá en el blog, es un comic que juega con los límites entre la literatura y la realidad, con la palabra como eje central las reglas que separan lo posible de lo imposible. Fiel a ese concepto, la novela gráfica también nos ofrece dos lecturas paralelas: por un lado, la primera aventura de Tommy Taylor, la que lo consagró como el personaje de ficción más exitoso y querido por los lectores de todo el mundo y todas las edades (en esta serie, obvio, no en nuestra realidad). El secret origin de Tommy, si se quiere, contado en un tono bien de Harry Potter, repleto de elementos fantásticos, chicos que aprenden, maestros que enseñan unas cosas y ocultan otras, secretos antiguos que se revelan, y por sobre todas las cosas, la explicación de por qué Tommy es, con sólo 10 años, el mago más portentoso de su generación.
Si leés sólo este tramo de la novela, te vas a cebar mal, te vas a divertir, a asustar, a enternecer, a vivir un montón de emociones. La idea de contarnos en historieta una novela completa de Tommy Taylor (en The Unwritten siempre aparecían breves fragmentos) y encima la primera, la que abre puntas para todos lados, fue un acierto inmenso por parte de Carey, porque ahora sí, uno quiere al personaje de ficción tanto como al “real”.
Porque además, en medio de la aventura de Tommy y sus amigos en la academia de Tulkinghorn, Carey mecha unas secuencias breves pero terriblemente intensas, que transcurren en el otro nivel de realidad: el de Wilson Taylor, el escritor que crea a Tommy Taylor como personaje de ficción. Y a su vez, estas secuencias narran el origen de Tom Taylor, el hijo de carne y hueso que Wilson decide tener para presentarlo al mundo junto a su hijo de papel y tinta. El plan maestro de Wilson para que Tom y Tommy sean prácticamente la misma pesrona, para borronear los límites entre literatura y realidad (repito, el elemento central de The Unwritten) es brillante. El escritor narra en primera persona, en extensos bloques de texto, todo este proceso, fascinante y perverso a la vez: sus fuentes de inspiración para crear a Tommy, su relación con la que será la madre de Tom, el embarazo, el nacimiento, las repercusiones en el “mundo real” de esta novela que sale y rompe todo, su visión de la faceta comercial de la producción literaria, todo eso está descripto desde la óptica de Wilson, quizás el personaje central de esta obra, mucho más allá de roles como el de “el héroe” o “el villano”.
El despliegue de recursos de Carey es enorme, sobre todo porque en las secuencias de Wilson, tiene que lograr que el personaje escriba como un escritor. Y si bien todos los textos están buenos y muchos de los personajes secundarios que rodean a Tommy tienen diálogos magníficos, es en estos bloques de texto extraídos del diario de Wilson donde la prosa de Carey realmente levanta un vuelo cercano a la genialidad.
Como estas 150 páginas fueron realizadas en simultáneo con la publicación mensual de The Unwritten, Peter Gross no tuvo tiempo de dibujarlas. Lo que hizo fue plantar las páginas, ubicar las viñetas en las páginas y luego repartirlas entre él mismo y otros seis dibujantes (entre ellos, grossos como Dean Ormston, Shawn McManus, Al Davison y Gary Erskine) para que les dieran el acabado final. Y sí, se nota un poco el cambio de dibujantes de secuencia a secuencia, sobre todo en detalles del entintado. Pero esto no distrae, ni obstaculiza el disfrute ni el flujo del relato. También hay cinco coloristas distintos, cada uno con sus yeites, pero a pesar de su heterogeneidad, toda la faz gráfica de la novela es más que satisfactoria. Y haber realizado estas 150 páginas sin suspender el ritmo mensual de publicación de la serie debe haber sido una proeza, sobre todo para los coordinadores, que tuvieron que lidiar con un veradero ejército de artistas y lograr que todos entregaran a tiempo un trabajo de notable calidad.
Resumiendo, Tommy Taylor and the Ship that Sank Twice cierra por todos lados: porque es una excelente historia y porque seguro que le trajo más lectores a una serie gloriosa como es The Unwritten. Y ahora sí, creo que hasta el año que viene no rompo más las bolas con Mike Carey.
The Unwritten, por si nunca leiste las siete u ocho reseñas que le dediqué acá en el blog, es un comic que juega con los límites entre la literatura y la realidad, con la palabra como eje central las reglas que separan lo posible de lo imposible. Fiel a ese concepto, la novela gráfica también nos ofrece dos lecturas paralelas: por un lado, la primera aventura de Tommy Taylor, la que lo consagró como el personaje de ficción más exitoso y querido por los lectores de todo el mundo y todas las edades (en esta serie, obvio, no en nuestra realidad). El secret origin de Tommy, si se quiere, contado en un tono bien de Harry Potter, repleto de elementos fantásticos, chicos que aprenden, maestros que enseñan unas cosas y ocultan otras, secretos antiguos que se revelan, y por sobre todas las cosas, la explicación de por qué Tommy es, con sólo 10 años, el mago más portentoso de su generación.
Si leés sólo este tramo de la novela, te vas a cebar mal, te vas a divertir, a asustar, a enternecer, a vivir un montón de emociones. La idea de contarnos en historieta una novela completa de Tommy Taylor (en The Unwritten siempre aparecían breves fragmentos) y encima la primera, la que abre puntas para todos lados, fue un acierto inmenso por parte de Carey, porque ahora sí, uno quiere al personaje de ficción tanto como al “real”.
Porque además, en medio de la aventura de Tommy y sus amigos en la academia de Tulkinghorn, Carey mecha unas secuencias breves pero terriblemente intensas, que transcurren en el otro nivel de realidad: el de Wilson Taylor, el escritor que crea a Tommy Taylor como personaje de ficción. Y a su vez, estas secuencias narran el origen de Tom Taylor, el hijo de carne y hueso que Wilson decide tener para presentarlo al mundo junto a su hijo de papel y tinta. El plan maestro de Wilson para que Tom y Tommy sean prácticamente la misma pesrona, para borronear los límites entre literatura y realidad (repito, el elemento central de The Unwritten) es brillante. El escritor narra en primera persona, en extensos bloques de texto, todo este proceso, fascinante y perverso a la vez: sus fuentes de inspiración para crear a Tommy, su relación con la que será la madre de Tom, el embarazo, el nacimiento, las repercusiones en el “mundo real” de esta novela que sale y rompe todo, su visión de la faceta comercial de la producción literaria, todo eso está descripto desde la óptica de Wilson, quizás el personaje central de esta obra, mucho más allá de roles como el de “el héroe” o “el villano”.
El despliegue de recursos de Carey es enorme, sobre todo porque en las secuencias de Wilson, tiene que lograr que el personaje escriba como un escritor. Y si bien todos los textos están buenos y muchos de los personajes secundarios que rodean a Tommy tienen diálogos magníficos, es en estos bloques de texto extraídos del diario de Wilson donde la prosa de Carey realmente levanta un vuelo cercano a la genialidad.
Como estas 150 páginas fueron realizadas en simultáneo con la publicación mensual de The Unwritten, Peter Gross no tuvo tiempo de dibujarlas. Lo que hizo fue plantar las páginas, ubicar las viñetas en las páginas y luego repartirlas entre él mismo y otros seis dibujantes (entre ellos, grossos como Dean Ormston, Shawn McManus, Al Davison y Gary Erskine) para que les dieran el acabado final. Y sí, se nota un poco el cambio de dibujantes de secuencia a secuencia, sobre todo en detalles del entintado. Pero esto no distrae, ni obstaculiza el disfrute ni el flujo del relato. También hay cinco coloristas distintos, cada uno con sus yeites, pero a pesar de su heterogeneidad, toda la faz gráfica de la novela es más que satisfactoria. Y haber realizado estas 150 páginas sin suspender el ritmo mensual de publicación de la serie debe haber sido una proeza, sobre todo para los coordinadores, que tuvieron que lidiar con un veradero ejército de artistas y lograr que todos entregaran a tiempo un trabajo de notable calidad.
Resumiendo, Tommy Taylor and the Ship that Sank Twice cierra por todos lados: porque es una excelente historia y porque seguro que le trajo más lectores a una serie gloriosa como es The Unwritten. Y ahora sí, creo que hasta el año que viene no rompo más las bolas con Mike Carey.
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domingo, 16 de noviembre de 2014
16/11: SUICIDE RISK Vol.1
Como no me alcanzó con las 400 páginas de Lucifer que me clavé el otro día, hoy fui por las primeras 100 de una nueva creación de Mike Carey, muy en la línea de lo que está publicando Image, pero en este caso publicada en BOOM! Studios, que tiene al británico como nave insignia de su línea de comics “adultos”, o por lo menos bajo total control de los autores.
Suicide Risk no está mal, pero tiene un problema: es Carey jugando a ser Mark Millar. Todo se basa en una idea muy interesante y original, que no es más que una nueva vuelta de tuerca al viejo tema de los tipos y minas con superpoderes y de qué lado de la ley se para cada uno. Carey nos lleva a una San Diego en la que la policía pierde por goleada todos los días contra una creciente legión de super-villanos, y en la que los pocos superhéroes que aparecen son velozmente liquidados por los malos, o directamente se corrompen y cambian de bando. El protagonista es Leo Winters, un cana que decide investigar de dónde salen estos super-villanos y se encuentra cara a cara con los dealers que les venden los superpoderes. Obviamente el propio Leo va a obtener los suyos y a confrontar con los villanos, en inferioridad de condiciones y sin blanquear absolutamente nada de lo que hizo ni a su familia ni al resto de la policía.
Es una consigna atractiva, novedosa, muy bien planteada por Carey, pero a la que le falta ese plus, ese vuelo que uno encuentra en las cosas que hizo el ídolo para Vertigo. El cuarto episodio desentona bastante con los otros tres, pega un volantazo bastante extraño para el lado de lo sobrenatural, se mete con una diosa, sacrificios rituales, memorias de vidas pasadas… y quizás sea de ahí de donde Carey saque ideas para barnizar un poquito la serie, para que tenga una cierta pátina de cosa más jugada, más trascendental. Tengo fe en que sea así, por eso la voy a bancar un tomo más.
Si la idea de Carey era no despegar nunca, bancar hasta el final esa onda “markmillarista” de explorar una variante nueva y sórdida al tema de los superpoderes, lo mejor que pudo haber hecho hubiese sido convertir a Suicide Risk en una mini de seis episodios y rematarla en un sólo TPB. Confío en que estas ideas que se ven acá sean el trampolín para saltar hacia otra cosa, en la que tenga peso la machaca truculenta entre tipos y minas con superpoderes, pero además aparezca ese plus.
En el dibujo tenemos a Elena Casagrande, una chica italiana apenas correcta. Casagrande tiene el mismo problema que Suicide Risk: cumple, pero le falta vuelo. Es una dibujante claramente del montón, que se desenvuelve bien, pero no sorprende. Carey le pide pocas escenas de acción y Casagrande no las aprovecha para irse al carajo. Mantiene todo el tiempo un tono narrativo sobrio, al límite de lo aburrido. Dibuja la menor cantidad de fondos posible, muchas viñetas de “talking heads” y lo mejor que tiene es la buena integración de la referencia fotográfica y alguna expresión facial bien lograda, de esas que podría haber dibujado Kevin Maguire. Pero no es gran cosa. De hecho, creo que le sacás el color (a cargo de Andrew Elder) y esto se desploma como un castillo de naipes. Por lo menos no hay dibujantes suplentes, sacados de abajo de la manga para cubrir a Casagrande cuando esta no llega con las entregas, al menos en este primer TPB.
Si te interesa el tema de los superhéroes “traídos a la realidad”, con una vuelta de tuerca interesante al tema de los poderes, con Suicide Risk seguramente vas a pasar un buen momento y te vas a enganchar, porque la historia promete y el protagonista está muy bien trabajado. Ahora, si venís buscando el próximo Lucifer, o el próximo The Unwritten, la verdad que acá no lo vas a encontrar. Sigo a full con Mike Carey y prometo volver a visitarlo pronto, en una de esas antes de fin de mes.
Suicide Risk no está mal, pero tiene un problema: es Carey jugando a ser Mark Millar. Todo se basa en una idea muy interesante y original, que no es más que una nueva vuelta de tuerca al viejo tema de los tipos y minas con superpoderes y de qué lado de la ley se para cada uno. Carey nos lleva a una San Diego en la que la policía pierde por goleada todos los días contra una creciente legión de super-villanos, y en la que los pocos superhéroes que aparecen son velozmente liquidados por los malos, o directamente se corrompen y cambian de bando. El protagonista es Leo Winters, un cana que decide investigar de dónde salen estos super-villanos y se encuentra cara a cara con los dealers que les venden los superpoderes. Obviamente el propio Leo va a obtener los suyos y a confrontar con los villanos, en inferioridad de condiciones y sin blanquear absolutamente nada de lo que hizo ni a su familia ni al resto de la policía.
Es una consigna atractiva, novedosa, muy bien planteada por Carey, pero a la que le falta ese plus, ese vuelo que uno encuentra en las cosas que hizo el ídolo para Vertigo. El cuarto episodio desentona bastante con los otros tres, pega un volantazo bastante extraño para el lado de lo sobrenatural, se mete con una diosa, sacrificios rituales, memorias de vidas pasadas… y quizás sea de ahí de donde Carey saque ideas para barnizar un poquito la serie, para que tenga una cierta pátina de cosa más jugada, más trascendental. Tengo fe en que sea así, por eso la voy a bancar un tomo más.
Si la idea de Carey era no despegar nunca, bancar hasta el final esa onda “markmillarista” de explorar una variante nueva y sórdida al tema de los superpoderes, lo mejor que pudo haber hecho hubiese sido convertir a Suicide Risk en una mini de seis episodios y rematarla en un sólo TPB. Confío en que estas ideas que se ven acá sean el trampolín para saltar hacia otra cosa, en la que tenga peso la machaca truculenta entre tipos y minas con superpoderes, pero además aparezca ese plus.
En el dibujo tenemos a Elena Casagrande, una chica italiana apenas correcta. Casagrande tiene el mismo problema que Suicide Risk: cumple, pero le falta vuelo. Es una dibujante claramente del montón, que se desenvuelve bien, pero no sorprende. Carey le pide pocas escenas de acción y Casagrande no las aprovecha para irse al carajo. Mantiene todo el tiempo un tono narrativo sobrio, al límite de lo aburrido. Dibuja la menor cantidad de fondos posible, muchas viñetas de “talking heads” y lo mejor que tiene es la buena integración de la referencia fotográfica y alguna expresión facial bien lograda, de esas que podría haber dibujado Kevin Maguire. Pero no es gran cosa. De hecho, creo que le sacás el color (a cargo de Andrew Elder) y esto se desploma como un castillo de naipes. Por lo menos no hay dibujantes suplentes, sacados de abajo de la manga para cubrir a Casagrande cuando esta no llega con las entregas, al menos en este primer TPB.
Si te interesa el tema de los superhéroes “traídos a la realidad”, con una vuelta de tuerca interesante al tema de los poderes, con Suicide Risk seguramente vas a pasar un buen momento y te vas a enganchar, porque la historia promete y el protagonista está muy bien trabajado. Ahora, si venís buscando el próximo Lucifer, o el próximo The Unwritten, la verdad que acá no lo vas a encontrar. Sigo a full con Mike Carey y prometo volver a visitarlo pronto, en una de esas antes de fin de mes.
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miércoles, 12 de noviembre de 2014
12/11: LUCIFER Vol.2 (AHORA SI)
Segundo mega-TPB para recopilar 15 episodios y un one-shot de esta extraña serie de Vertigo, a la que en su momento no le di bola, pero ahora entré cebadísimo gracias al soberbio laburo que hizo Mike Carey en Hellblazer y en The Unwrtitten, que lo puso en la lista de autores de los que quiero leer lo más posible.
Este tomo arranca con un arquito de tres episodios muy notable, que funciona un poco como epílogo a todo lo que pasó en el primer tomo, que terminó con Lucifer como demiurgo de una nueva creación, paralela a la que firmó Dios, en la que las reglas son distintas. A partir de acá, Carey buscará una vuelta muy interesante para las historias, que es tratar de desarrollarlas sin que Lucifer esté todo el tiempo en el centro de la escena. Muchas veces a lo largo de estos muchos episodios vamos a ver cómo los personajes que movilizan la trama son los secundarios o incluso los villanos, mientras Carey nos “escamotea” al otrora capo del Infierno. Lucifer termina por aparecer cuando no queda otra, cuando la pelota pica en el área rival y sólo falta ese 9 goleador que la empuje hacia la red.
Para que esto funcione, hay que trabajar muy bien a los personajes secundarios y en ese rubro Carey se destaca ampliamente. Entre los que ya presentó en el Vol.1 y los que se suman en este tomo, la serie logra sostenerse en un elenco tan complejo y atractivo que si el goleador no la toca, también saca un buen resultado. Gaudium, Lady Lys, Christopher Rudd, Lord Arux, todos suman un montón y hacen que cuando Carey echa mano a los personajes “heredados” de Sandman (Brute y Glob, los mismísimos Death o Dream) se perciba como un detalle de exquisitez y no como un manotazo de ahogado.
Lo más flojo del tomo son dos unitarios: uno largo, que apareció por afuera de la serie regular, titulado Nirvana. Acá hay un laburo magnífico de construcción de un personaje (Cai, la joven viuda de Beijing) pero el conflicto en sí se ve tenue, inverosímil, no logró nunca juntar la intensidad suficiente para atraparme. Y el otro unitario que no me convenció fue el de la chica centauro, con buenas ideas, pero que también sufre la falta de un conflicto más fuerte.
Con o sin Lucifer como protagonista, está claro que lo más difícil en una serie como esta es imaginar contra qué puede luchar un personaje tan omnipotente, tan heavy como él. Por supuesto que cuando todo pasa por las roscas entre ángeles, demonios, dioses y criaturas ancestrales, el nivel de poder es generalmente MUY alto, pero precisamente por eso, no tiene sentido convertir a este en un comic “de peleas”. Sin embargo, a Carey se le ocurren varias amenazas realmente complicadas que debe afrontar Lucifer y la verdad es que en el arco titulado Purgatorio la pasa realmente mal. Obviamente, si sos Lucifer, hijo de Dios y creador de tu propio universo, alguna letra chiquita tendrá el contrato como para que zafes. Eso es perfectamente entendible. Lo divertido es ver cómo y quién deja a este Martín Palermo del Mal al borde del retiro y cómo este titán vuelve de una muerte casi segura a seguir agujereando redes.
Lucifer es un comic muy hablado, con excelentes diálogos, pero Carey no come vidrio y sabe habilitar juego a sus dibujantes. Como en The Unwritten, el titular es Peter Gross (nunca entre mis favoritos), que es quien se hace cargo de los arcos de tres episodios, bien complementado por las tintas de Ryan Kelly. En casi todos los unitarios que van entre saga y saga lo tenemos al glorioso Dean Ormston, capo del claroscuro, especialista en criaturas abisales y climas crepusculares. Y en Nirvana, el one-shot ambientado en China que a mí no me cerró demasiado, tenemos (para compensar sobradamente la escasa polenta del guión) un trabajo monumental del gran John J. Muth, cabecilla de la corriente pictórica tan en boga a fines de los ´80, que acá volvía a demostrar por qué fue un referente grosso en aquella época. Muth tiene tanto vuelo, tanta sutileza, tanta magia, que al lado suyo Alex Ross resulta más prosaico que un pagaré.
Con su elenco siempre en expansión y ese atractivo péndulo entre conflictos chiquititos y mega-conflictos a todo o nada, Lucifer me sigue tentando. Ya me animo a calificarla como la legítima y genuina heredera de Sandman, así que si entraste a Vertigo por el lado del Señor de los Sueños y no sabés por dónde seguir una vez que te liquides los 10 u 11 brolis que recopilan el clásico de Neil Gaiman, acá está la respuesta.
Este tomo arranca con un arquito de tres episodios muy notable, que funciona un poco como epílogo a todo lo que pasó en el primer tomo, que terminó con Lucifer como demiurgo de una nueva creación, paralela a la que firmó Dios, en la que las reglas son distintas. A partir de acá, Carey buscará una vuelta muy interesante para las historias, que es tratar de desarrollarlas sin que Lucifer esté todo el tiempo en el centro de la escena. Muchas veces a lo largo de estos muchos episodios vamos a ver cómo los personajes que movilizan la trama son los secundarios o incluso los villanos, mientras Carey nos “escamotea” al otrora capo del Infierno. Lucifer termina por aparecer cuando no queda otra, cuando la pelota pica en el área rival y sólo falta ese 9 goleador que la empuje hacia la red.
Para que esto funcione, hay que trabajar muy bien a los personajes secundarios y en ese rubro Carey se destaca ampliamente. Entre los que ya presentó en el Vol.1 y los que se suman en este tomo, la serie logra sostenerse en un elenco tan complejo y atractivo que si el goleador no la toca, también saca un buen resultado. Gaudium, Lady Lys, Christopher Rudd, Lord Arux, todos suman un montón y hacen que cuando Carey echa mano a los personajes “heredados” de Sandman (Brute y Glob, los mismísimos Death o Dream) se perciba como un detalle de exquisitez y no como un manotazo de ahogado.
Lo más flojo del tomo son dos unitarios: uno largo, que apareció por afuera de la serie regular, titulado Nirvana. Acá hay un laburo magnífico de construcción de un personaje (Cai, la joven viuda de Beijing) pero el conflicto en sí se ve tenue, inverosímil, no logró nunca juntar la intensidad suficiente para atraparme. Y el otro unitario que no me convenció fue el de la chica centauro, con buenas ideas, pero que también sufre la falta de un conflicto más fuerte.
Con o sin Lucifer como protagonista, está claro que lo más difícil en una serie como esta es imaginar contra qué puede luchar un personaje tan omnipotente, tan heavy como él. Por supuesto que cuando todo pasa por las roscas entre ángeles, demonios, dioses y criaturas ancestrales, el nivel de poder es generalmente MUY alto, pero precisamente por eso, no tiene sentido convertir a este en un comic “de peleas”. Sin embargo, a Carey se le ocurren varias amenazas realmente complicadas que debe afrontar Lucifer y la verdad es que en el arco titulado Purgatorio la pasa realmente mal. Obviamente, si sos Lucifer, hijo de Dios y creador de tu propio universo, alguna letra chiquita tendrá el contrato como para que zafes. Eso es perfectamente entendible. Lo divertido es ver cómo y quién deja a este Martín Palermo del Mal al borde del retiro y cómo este titán vuelve de una muerte casi segura a seguir agujereando redes.
Lucifer es un comic muy hablado, con excelentes diálogos, pero Carey no come vidrio y sabe habilitar juego a sus dibujantes. Como en The Unwritten, el titular es Peter Gross (nunca entre mis favoritos), que es quien se hace cargo de los arcos de tres episodios, bien complementado por las tintas de Ryan Kelly. En casi todos los unitarios que van entre saga y saga lo tenemos al glorioso Dean Ormston, capo del claroscuro, especialista en criaturas abisales y climas crepusculares. Y en Nirvana, el one-shot ambientado en China que a mí no me cerró demasiado, tenemos (para compensar sobradamente la escasa polenta del guión) un trabajo monumental del gran John J. Muth, cabecilla de la corriente pictórica tan en boga a fines de los ´80, que acá volvía a demostrar por qué fue un referente grosso en aquella época. Muth tiene tanto vuelo, tanta sutileza, tanta magia, que al lado suyo Alex Ross resulta más prosaico que un pagaré.
Con su elenco siempre en expansión y ese atractivo péndulo entre conflictos chiquititos y mega-conflictos a todo o nada, Lucifer me sigue tentando. Ya me animo a calificarla como la legítima y genuina heredera de Sandman, así que si entraste a Vertigo por el lado del Señor de los Sueños y no sabés por dónde seguir una vez que te liquides los 10 u 11 brolis que recopilan el clásico de Neil Gaiman, acá está la respuesta.
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miércoles, 30 de julio de 2014
30/ 07: LUCIFER Vol.1
Esta es una serie a la que no le di bola en su momento, porque bueno, era el enésimo spin-off de Sandman y al guionista no lo conocía ni su vieja. Por suerte, a raíz de su paso primero por Hellblazer y después por The Unwritten, me convertí en uno de los miles de fans “tardíos” de Mike Carey. Y también por suerte, Vertigo da revancha y republica toda la serie de Lucifer en estos hiper-TPBs zarpados, con toneladas de episodios, en buen papel, sin los avisos, con esas portadas majestuosas (casi todas de Duncan Fegredo) y a un precio más que razonable. Así que, un poco tarde, pero le vendí mi alma al ángel caído al que tanta chapa le dio Neil Gaiman en las páginas de Sandman.
A la serie de Lucifer no le faltan los logros, pero quiero resaltar primero sus puntos ”flacos”. Por un lado, esto es “Vertigo clásico”, es decir que hay mucho chamuyo místico, mucha rosca con ángeles, demonios, vórtices dimensionales, deidades de distintos panteones, personajes con increíble mala leche que tiran sentencias definitivas… faltan las lesbianas, nada más, que muy probablemente aparezcan en los tomos posteriores. El tono es bastante solemne, hay mucho protocolo, mucha franela y poca acción.
Por otro lado, se nota que es una serie que arranca con la certeza de que iba a durar mucho (el tiempo demostraría que sí, que se bancaba 75 episodios, una miniserie y una novela gráfica). Una vez concluído el arco inicial (la miniserie) Carey plantea una serie de conflictos chiquitos a los que estira al mango, para que avancen muy poco en cada episodio y eso le permita meter muchas escenas con un montón de personajes secundarios a los que desarrolla mucho y muy bien. Y después sí, un conflicto grosso, también mechado con muchísimas escenas más tranqui, más intimistas, centradas en todos los miembros del siempre expansivo elenco, muchos de los cuales podrían no estar, pero que al estar tan bien laburados enriquecen bastante la historia. La sensación es que estos 16 episodios podrían haber sido ocho o nueve, aunque eso requeriría depurar a full el elenco y privarnos de muchas secuencias muy bien escritas, con una exploración minuciosa de las consecuencias de cada cosa que se hace o dice, con magníficos diálogos y bloques de texto y no pocos guiños al lector de Sandman.
Por el lado del dibujo, hay para todos los gustos. Los primeros tres episodios están a cargo del maestro Scott Hampton, concentrado en ponerse al servicio del relato y con su fastuoso estilo pictórico ahí, agazapado para estallar y lucirse en los momentos clave. No creo que sea el mejor trabajo de Hampton, pero está buenísimo. Después tenemos tres episodios de Chris Weston, en un estilo más oscuro y ya mucho más gráfico que plástico. Son guiones duros, difíciles de dibujar, y Weston transpira la camiseta a full para sacarlos adelante. Y en los 10 episodios restantes tenemos casi siempre a Peter Gross, el compañero de Carey en The Unwritten, con muchas pilas, muy bien complementado por Ryan Kelly, que le da a los dibujos un acabado más elaborado, menos simplón que el típico dibujo de Gross. Eso, en las sagas extensas. En los unitarios, y en algunas páginas de un número que Gross no llegaba a terminar, aparece otro grosso de aquellos, Dean Ormston, con su claroscuro pasado de rosca y su asombroso sentido de la especialidad. ¿Cuál es el Lucifer definitivo? La verdad que los cuatro, cada uno en su estilo, lo dibujan muy bien. Hago trampa y me quedo con el de Fegredo, que lo dibuja como los dioses (o los demonios) en las portadas. O en realidad con el de Marc Hempel, que lo dibujaba a la pluscuamperfección en sus numeritos de Sandman.
Por ahora, a Lucifer le falta un poquito de ritmo. En ese sentido, lo pongo por debajo de lo que hizo Carey en Hellblazer y The Unwritten. Si no te hartó la “dark fantasy” y no te exaspera esa pachorra gaimaneana en la que todo va muy despacio y la trama se bifurca en muchas sub-tramas que se cocinan a fuego lentísimo, Lucifer tiene varios artilugios muy atractivos para seducirte y hacerte fan. Tengo para leer un par de tomos más (a los que prometo entrarles en los próximos meses), así que veremos cómo evoluciona la serie.
A la serie de Lucifer no le faltan los logros, pero quiero resaltar primero sus puntos ”flacos”. Por un lado, esto es “Vertigo clásico”, es decir que hay mucho chamuyo místico, mucha rosca con ángeles, demonios, vórtices dimensionales, deidades de distintos panteones, personajes con increíble mala leche que tiran sentencias definitivas… faltan las lesbianas, nada más, que muy probablemente aparezcan en los tomos posteriores. El tono es bastante solemne, hay mucho protocolo, mucha franela y poca acción.
Por otro lado, se nota que es una serie que arranca con la certeza de que iba a durar mucho (el tiempo demostraría que sí, que se bancaba 75 episodios, una miniserie y una novela gráfica). Una vez concluído el arco inicial (la miniserie) Carey plantea una serie de conflictos chiquitos a los que estira al mango, para que avancen muy poco en cada episodio y eso le permita meter muchas escenas con un montón de personajes secundarios a los que desarrolla mucho y muy bien. Y después sí, un conflicto grosso, también mechado con muchísimas escenas más tranqui, más intimistas, centradas en todos los miembros del siempre expansivo elenco, muchos de los cuales podrían no estar, pero que al estar tan bien laburados enriquecen bastante la historia. La sensación es que estos 16 episodios podrían haber sido ocho o nueve, aunque eso requeriría depurar a full el elenco y privarnos de muchas secuencias muy bien escritas, con una exploración minuciosa de las consecuencias de cada cosa que se hace o dice, con magníficos diálogos y bloques de texto y no pocos guiños al lector de Sandman.
Por el lado del dibujo, hay para todos los gustos. Los primeros tres episodios están a cargo del maestro Scott Hampton, concentrado en ponerse al servicio del relato y con su fastuoso estilo pictórico ahí, agazapado para estallar y lucirse en los momentos clave. No creo que sea el mejor trabajo de Hampton, pero está buenísimo. Después tenemos tres episodios de Chris Weston, en un estilo más oscuro y ya mucho más gráfico que plástico. Son guiones duros, difíciles de dibujar, y Weston transpira la camiseta a full para sacarlos adelante. Y en los 10 episodios restantes tenemos casi siempre a Peter Gross, el compañero de Carey en The Unwritten, con muchas pilas, muy bien complementado por Ryan Kelly, que le da a los dibujos un acabado más elaborado, menos simplón que el típico dibujo de Gross. Eso, en las sagas extensas. En los unitarios, y en algunas páginas de un número que Gross no llegaba a terminar, aparece otro grosso de aquellos, Dean Ormston, con su claroscuro pasado de rosca y su asombroso sentido de la especialidad. ¿Cuál es el Lucifer definitivo? La verdad que los cuatro, cada uno en su estilo, lo dibujan muy bien. Hago trampa y me quedo con el de Fegredo, que lo dibuja como los dioses (o los demonios) en las portadas. O en realidad con el de Marc Hempel, que lo dibujaba a la pluscuamperfección en sus numeritos de Sandman.
Por ahora, a Lucifer le falta un poquito de ritmo. En ese sentido, lo pongo por debajo de lo que hizo Carey en Hellblazer y The Unwritten. Si no te hartó la “dark fantasy” y no te exaspera esa pachorra gaimaneana en la que todo va muy despacio y la trama se bifurca en muchas sub-tramas que se cocinan a fuego lentísimo, Lucifer tiene varios artilugios muy atractivos para seducirte y hacerte fan. Tengo para leer un par de tomos más (a los que prometo entrarles en los próximos meses), así que veremos cómo evoluciona la serie.
miércoles, 5 de marzo de 2014
05/ 03: THE UNWRITTEN Vol.7
Hoy cortito, porque tengo poco tiempo.
Después de la apocalíptica magnitud de los sucesos que vimos en el Vol.7, la serie se ve obligada prácticamente a empezar de cero. Hay un epílogo muy interesante, que explora a fondo las consecuencias del mega-final del Vol.6, e inteligentemente Mike Carey lo pone al final de este tomo, es decir, cuando ya nos bajamos un unitario mayoritariamente desconectado de la saga central y un nuevo arco argumental muy ganchero, donde el foco parece desplazarse de Tom Taylor y sus amigos hacia nuevos personajes.
El unitario no está del todo descolgado: acá Carey retoma puntas del Vol.5 (las que tenían que ver con ese proto-superhéroe de fines de los años ´30) y al querido Pauly Bruckner, el conejo mal llevado y puteador, al que hacía mucho que no veíamos. En un pase de magia, los misterios sobrenaturales que envuelven a Wilson Taylor y sus creaciones literarias pasan a englobar también a Pauly y todo ese plot cobra muchísimo sentido. Tanto que podría desactivarse y no tocarse nunca más.
El arco central de este tomo (The Wound) tiene a Tom Taylor como protagonista... en las últimas 16 páginas. En el resto de las 80 páginas, el que hasta ahora era el personaje central no aparece. Hay un subplot atractivo para Richie Savoy y avanza mucho el personaje de Rausch, la titiritera. Pero Tom come banco de suplentes casi hasta el final. La acción se desplaza a Australia y el foco está puesto en Danny Armitage (quien tuviera un rol chiquito en el final del tomo anterior) y la inspectora de policía Didge Patterson, dos personajes a los que Carey labura a fondo. El mismo tratamiento preferencial le da a Lucas Filby, quien vendría a ocupar el rol del villano, incluso con un objeto que supo ser del jodido Pullman, muerto en el tomo anterior. Filby también tiene un pasado en común con Wilson Taylor y Didge es disléxica, lo cual la posiciona en un lugar muy raro respecto de esta especie de guerra que tiene tanto que ver con la palabra escrita. Calculo que al villano no lo vamos a volver a ver, pero Didge y Danny tienen todo para convertirse en miembros estables del renovado elenco de la serie.
En el último episodio del tomo, Carey nos manda en un flashback a sucesos ocurridos un año atrás, donde explica cómo zafó Tom del hiper-bolonki del tomo anterior y de paso redefine la relación entre el hijo de Wilson y Savoy, que ahora pasa a jugar más de comodín, de “wild card”, de elemento impredecible dentro de esta cautivante saga.
En la faz gráfica, lamentablemente ya no tenemos a M.K. Perker como entintador, lo cual deja mucho más expuestas las limitaciones de Peter Gross, que de nuevo cumple muy con lo justo. Esta vez el truco para que el dibujo no se desplome es un laburo impresionante del colorista Chris Chuckry, que tira magia con el photoshop como si fuera José Villarrubia. De hecho, le afana varios yeites al español radicado en EEUU. En el unitario con el que abre el tomo, Gross entrega un boceto muy básico a Rufus Dayglo, encargado del arte final, y el resultado son 20 páginas muy sólidas, con momentos dignos de un Rick Veitch con muchas pilas.
The Unwritten sigue su curso y la historia de las historias ya no volverá a ser la misma. Realidad y ficción, poesía y machaca, misterios sobrenaturales y miserias terrenales se conjugan en esta serie demasiado bien escrita para salir todos los meses hace ya casi cinco años. Como siempre, le falta un toque al dibujo, pero el trabajo de Mike Carey al frente del guión es absolutamente consagratorio.
Después de la apocalíptica magnitud de los sucesos que vimos en el Vol.7, la serie se ve obligada prácticamente a empezar de cero. Hay un epílogo muy interesante, que explora a fondo las consecuencias del mega-final del Vol.6, e inteligentemente Mike Carey lo pone al final de este tomo, es decir, cuando ya nos bajamos un unitario mayoritariamente desconectado de la saga central y un nuevo arco argumental muy ganchero, donde el foco parece desplazarse de Tom Taylor y sus amigos hacia nuevos personajes.
El unitario no está del todo descolgado: acá Carey retoma puntas del Vol.5 (las que tenían que ver con ese proto-superhéroe de fines de los años ´30) y al querido Pauly Bruckner, el conejo mal llevado y puteador, al que hacía mucho que no veíamos. En un pase de magia, los misterios sobrenaturales que envuelven a Wilson Taylor y sus creaciones literarias pasan a englobar también a Pauly y todo ese plot cobra muchísimo sentido. Tanto que podría desactivarse y no tocarse nunca más.
El arco central de este tomo (The Wound) tiene a Tom Taylor como protagonista... en las últimas 16 páginas. En el resto de las 80 páginas, el que hasta ahora era el personaje central no aparece. Hay un subplot atractivo para Richie Savoy y avanza mucho el personaje de Rausch, la titiritera. Pero Tom come banco de suplentes casi hasta el final. La acción se desplaza a Australia y el foco está puesto en Danny Armitage (quien tuviera un rol chiquito en el final del tomo anterior) y la inspectora de policía Didge Patterson, dos personajes a los que Carey labura a fondo. El mismo tratamiento preferencial le da a Lucas Filby, quien vendría a ocupar el rol del villano, incluso con un objeto que supo ser del jodido Pullman, muerto en el tomo anterior. Filby también tiene un pasado en común con Wilson Taylor y Didge es disléxica, lo cual la posiciona en un lugar muy raro respecto de esta especie de guerra que tiene tanto que ver con la palabra escrita. Calculo que al villano no lo vamos a volver a ver, pero Didge y Danny tienen todo para convertirse en miembros estables del renovado elenco de la serie.
En el último episodio del tomo, Carey nos manda en un flashback a sucesos ocurridos un año atrás, donde explica cómo zafó Tom del hiper-bolonki del tomo anterior y de paso redefine la relación entre el hijo de Wilson y Savoy, que ahora pasa a jugar más de comodín, de “wild card”, de elemento impredecible dentro de esta cautivante saga.
En la faz gráfica, lamentablemente ya no tenemos a M.K. Perker como entintador, lo cual deja mucho más expuestas las limitaciones de Peter Gross, que de nuevo cumple muy con lo justo. Esta vez el truco para que el dibujo no se desplome es un laburo impresionante del colorista Chris Chuckry, que tira magia con el photoshop como si fuera José Villarrubia. De hecho, le afana varios yeites al español radicado en EEUU. En el unitario con el que abre el tomo, Gross entrega un boceto muy básico a Rufus Dayglo, encargado del arte final, y el resultado son 20 páginas muy sólidas, con momentos dignos de un Rick Veitch con muchas pilas.
The Unwritten sigue su curso y la historia de las historias ya no volverá a ser la misma. Realidad y ficción, poesía y machaca, misterios sobrenaturales y miserias terrenales se conjugan en esta serie demasiado bien escrita para salir todos los meses hace ya casi cinco años. Como siempre, le falta un toque al dibujo, pero el trabajo de Mike Carey al frente del guión es absolutamente consagratorio.
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viernes, 27 de diciembre de 2013
27/ 12: THIRTEEN
Vamos por más cero comments. Hoy, la recorrida por la historieta europea me lleva a Inglaterra, al año 2002, cuando el maestro Mike Carey aprovecha el bachecito entre Lucifer y Hellblazer para mandarse una saga de ciencia-ficción para la revista 2000 A.D.. Si dentro de la bibliografía de Carey parecía que Inferno (reseñada el 11/08/13) era una rareza, Thirteen es una bizarreada hecha y derecha.
Esta es una saga de un poquito más de 80 páginas, en la que Carey plantea una aventura al palo, a todo o nada, con mucho ritmo y muchísima acción, en un estilo medio hollywoodense, con el impacto como principal objetivo. Todo gira en torno a Joe Bulmer, un punga, un malviviente de la B Metropolitana, con un leve poder telekinético. Al principio de la historia, Joe entra en contacto con una misteriosa bolita que amplifica groseramente sus poderes, y ahí empiezan sus problemas. Porque claro, esa bolita no cayó en sus manos porque sí, si no que tiene que ver con una intrincada trama que involucra no a una, sino a dos razas alienígenas que están ocultas entre los humanos.
Dentro de un contexto estridente y pochoclero, Carey se las va a ingeniar para darle mucha onda y bastante profundidad a Joe y a Daksha, otra chica con poderes psíquicos que lo va a ayudar. También encuentra espacio para lucirse con los diálogos (con muy buenos chistes, generalmente subidos de tono) y para pegarle un sacudón potente e impredecible a la trama, cuando faltan diez páginas para el final. Por supuesto los buenos zafan de peligros medio imposibles, los malos se mandan cagadas medio inexplicables, o tienen muy mala suerte... no esperes un gran cuidado por conservar algún tipo de verosímil, porque está claro que esa no es la prioridad. La gracia es vibrar al ritmo de una historia trepidante, que no da tregua y en la que a Joe y Daksha le pasan un montón de cosas grossas. Si la encarás por ese lado, sin mayores pretensiones, seguro te vas a divertir un buen rato.
Ahora, si no te interesan en lo más mínimo las aventuras de un margineta con poderes, ni te divierte ver cómo la Londres del presente es invadida por bichos, naves y armas futuristas, igualmente Thirteen te puede llegar a atrapar por el lado del dibujo. Esto está todo dibujado por Andy Clarke (lo vimos en un TPB de Batman & Robin el 31/10/12) en un nivel altísimo. Clarke es un dibujante de estilo realista al que le encanta meter un montón de rayitas mínimas, esas que metía todo el tiempo Travis Charest para que se notaran menos sus afanos a Jim Lee, o las que metía Doug Mahnke cuando buscaba lucirse en algún trabajo puntual. La anatomía de Clarke no es ni tan grotesca como la de Mahnke ni tan fría como la de Charest. El inglés, así de virtuoso y puntilloso como lo vemos, se esfuerza por darle mucha plasticidad a los cuerpos, mucha expresividad a las caras (cosa que no se veía en su arco de Batman & Robin) y el resto, es todo bonus track. Sus monstruos son tremendos, los fondos están donde tienen que estar, invariablemente bien trabajados, sus armas y máquinas están perfectas (yo lo pondría de una a dibujar una saguita de Iron Man) y –por si faltara algo- la narrativa está muy cuidada. El color de Chris Blythe apuntala con criterio el laburo de Clarke y –a tono con la espectacularidad del guión- detona en casi todas las secuencias una pirotecnia de efectos digitales muy impactantes pero finolis.
Esto está editado en EEUU por DC, en la época en la que co-producía álbumes con la 2000 A.D., así que no debe ser tan difícil de conseguir. Y está bueno para leer a Mike Carey en una obra más distendida, menos pretenciosa, más pensada para entretener al lector que para cambiarle la vida. O para deleitarse con el gran laburo de Andy Clarke, un dibujante a tener muy en cuenta por los fans del dibujo académico-realista.
Esta es una saga de un poquito más de 80 páginas, en la que Carey plantea una aventura al palo, a todo o nada, con mucho ritmo y muchísima acción, en un estilo medio hollywoodense, con el impacto como principal objetivo. Todo gira en torno a Joe Bulmer, un punga, un malviviente de la B Metropolitana, con un leve poder telekinético. Al principio de la historia, Joe entra en contacto con una misteriosa bolita que amplifica groseramente sus poderes, y ahí empiezan sus problemas. Porque claro, esa bolita no cayó en sus manos porque sí, si no que tiene que ver con una intrincada trama que involucra no a una, sino a dos razas alienígenas que están ocultas entre los humanos.
Dentro de un contexto estridente y pochoclero, Carey se las va a ingeniar para darle mucha onda y bastante profundidad a Joe y a Daksha, otra chica con poderes psíquicos que lo va a ayudar. También encuentra espacio para lucirse con los diálogos (con muy buenos chistes, generalmente subidos de tono) y para pegarle un sacudón potente e impredecible a la trama, cuando faltan diez páginas para el final. Por supuesto los buenos zafan de peligros medio imposibles, los malos se mandan cagadas medio inexplicables, o tienen muy mala suerte... no esperes un gran cuidado por conservar algún tipo de verosímil, porque está claro que esa no es la prioridad. La gracia es vibrar al ritmo de una historia trepidante, que no da tregua y en la que a Joe y Daksha le pasan un montón de cosas grossas. Si la encarás por ese lado, sin mayores pretensiones, seguro te vas a divertir un buen rato.
Ahora, si no te interesan en lo más mínimo las aventuras de un margineta con poderes, ni te divierte ver cómo la Londres del presente es invadida por bichos, naves y armas futuristas, igualmente Thirteen te puede llegar a atrapar por el lado del dibujo. Esto está todo dibujado por Andy Clarke (lo vimos en un TPB de Batman & Robin el 31/10/12) en un nivel altísimo. Clarke es un dibujante de estilo realista al que le encanta meter un montón de rayitas mínimas, esas que metía todo el tiempo Travis Charest para que se notaran menos sus afanos a Jim Lee, o las que metía Doug Mahnke cuando buscaba lucirse en algún trabajo puntual. La anatomía de Clarke no es ni tan grotesca como la de Mahnke ni tan fría como la de Charest. El inglés, así de virtuoso y puntilloso como lo vemos, se esfuerza por darle mucha plasticidad a los cuerpos, mucha expresividad a las caras (cosa que no se veía en su arco de Batman & Robin) y el resto, es todo bonus track. Sus monstruos son tremendos, los fondos están donde tienen que estar, invariablemente bien trabajados, sus armas y máquinas están perfectas (yo lo pondría de una a dibujar una saguita de Iron Man) y –por si faltara algo- la narrativa está muy cuidada. El color de Chris Blythe apuntala con criterio el laburo de Clarke y –a tono con la espectacularidad del guión- detona en casi todas las secuencias una pirotecnia de efectos digitales muy impactantes pero finolis.
Esto está editado en EEUU por DC, en la época en la que co-producía álbumes con la 2000 A.D., así que no debe ser tan difícil de conseguir. Y está bueno para leer a Mike Carey en una obra más distendida, menos pretenciosa, más pensada para entretener al lector que para cambiarle la vida. O para deleitarse con el gran laburo de Andy Clarke, un dibujante a tener muy en cuenta por los fans del dibujo académico-realista.
miércoles, 18 de diciembre de 2013
18/ 12: THE UNWRITTEN Vol.6
Ufff... Meses y meses sin leer la adictiva serie de Mike Carey y Peter Gross, uno de los pocos éxitos genuinos que tiene hoy el sello Vertigo. Desde el 03/08/12 que no visitaba a Tom Taylor y sus amigos y la verdad es que los extrañaba mucho. Por suerte este es un tomo extra-large, con 10 episodios y mucho para leer.
Cinco de estos episodios integran la saga llamada “Tommy Taylor and the War of Words” y nos muestran la lucha más abierta, más frontal, menos subrepticia entre nuestro joven protagonista y los villanos de la serie, la poderosa secta conocida como “el Cabal”. Acá Tom ya sabe usar los poderes de la ficción y se la pasa tirando los conjuros que Tommy usaba en las novelas escritas por el viejo Wilson Taylor (si no entendiste esta frase, releé las reseñas de los tomos anteriores). Y está bien, pero cansa un poco. Tom actúa como el héroe clásico, los villanos como villanos clásicos, y el único que nos reserva alguna sorpresa es Pullman, el más pesutti de los malos, que durante muchos episodios aburre con su pose de duro y en el último... no te voy a contar lo que hace, pero está muy bien, levanta mucho la puntería.
Si nunca leíste The Unwritten, no se te ocurra empezar por acá. Esta es la batalla a todo o nada entre el héroe y sus némesis, donde se dirimen conflictos que se arrastran desde el Vol.1. También esta lucha crucial, definitiva, tendrá consecuencias grossas en los tomos futuros, porque Carey se anima (con ponderable audacia) a boletear a personajes muy importantes para la saga. Veremos cómo se acomoda todo. El último episodio pide a gritos uno o varios epílogos que pasen en limpio lo que sucedió y cómo se reorganiza el tablero para seguir adelante con la partida, a la que todavía le quedan varios tomos por editarse.
Los cinco episodios que no son parte de esta epopeya son unitarios, casi siempre con dibujantes invitados. El primero ofrece tres secuencias breves de la mano de tres monstruos: Mike Kaluta, Rick Geary y Bryan Talbot nos revelan distintas maniobras del Cabal para lograr, desde tiempos remotos, el control sobre los relatos, que es la verdadera fuente de su poder.
El siguiente unitario lo dibuja Peter Gross, pero casi no se nota, porque lo tapan mucho las excelentes tintas de Dean Ormston, que le imprime su estilo a la historieta. El argumento es una especie de Gilgamesh vs. Caín, pero con muchas puntas que conectan con lo que vimos en el Vol.4.
Gross vuelve para dibujar el tercer unitario, con tintas de Vince Locke, que también pone mucho de su propia cosecha. La historia narra el origen de Rausch, la enigmática titiritera que juega para el equipo de los malos.
El único unitario flojo es el que protagoniza Will Tallis (el verdadero nombre de Wilson Taylor) en la Primera Guerra Mundial, a pesar de los buenos dibujos de Gary Erskine.
Y el último es brillante, porque cuenta algo de lo que ya vimos en la lucha entre Tom y el Cabal, pero desde otra óptica totalmente distinta, y con muy buenos dibujos de Gabriel Hernández Walta. Sólo a un maestro se le ocurre hacer lo que hizo Carey en ese unitario.
Me falta destacar que en los episodios de la saga central el dibujo de Gross se ve mucho mejor que de costumbre porque ahora tiene como entintador a M.K. Perker, el virtuoso dibujante turco al que vimos pelar grandes laburos en Air. La combinación entre Gross y Perker funciona muy bien, y en los mejores momentos me hizo acordar a los números de Shade o de Generation X en los que Mark Buckingham entintaba a Chris Bachalo. Ojalá el turco se quede hasta el final de la serie, porque resolvió el principal problema (quizás el único) de The Unwritten, que era la escasa onda de los dibujos de Gross.
Para el año que viene, tengo ya encanutados un tomo más de esta serie y Tommy Taylor and the Ship that Sank Twice, la primera OGN de The Unwritten, que tiene muy buena pinta. Si te gusta leer, si te fascina el poder de los grandes relatos, si creés que la palabra define al mundo, si alguna vez soñaste con interactuar en el mundo real con tus héroes de la ficción, Mike Carey y Peter Gross te van a atrapar en una red sumamente compleja de aventuras, reflexiones, conjuras y emociones. Ya recomendé mil veces la lectura de esta serie, pero la recomiendo una vez más, porque –como dice Mirtha- el público se renueva.
Cinco de estos episodios integran la saga llamada “Tommy Taylor and the War of Words” y nos muestran la lucha más abierta, más frontal, menos subrepticia entre nuestro joven protagonista y los villanos de la serie, la poderosa secta conocida como “el Cabal”. Acá Tom ya sabe usar los poderes de la ficción y se la pasa tirando los conjuros que Tommy usaba en las novelas escritas por el viejo Wilson Taylor (si no entendiste esta frase, releé las reseñas de los tomos anteriores). Y está bien, pero cansa un poco. Tom actúa como el héroe clásico, los villanos como villanos clásicos, y el único que nos reserva alguna sorpresa es Pullman, el más pesutti de los malos, que durante muchos episodios aburre con su pose de duro y en el último... no te voy a contar lo que hace, pero está muy bien, levanta mucho la puntería.
Si nunca leíste The Unwritten, no se te ocurra empezar por acá. Esta es la batalla a todo o nada entre el héroe y sus némesis, donde se dirimen conflictos que se arrastran desde el Vol.1. También esta lucha crucial, definitiva, tendrá consecuencias grossas en los tomos futuros, porque Carey se anima (con ponderable audacia) a boletear a personajes muy importantes para la saga. Veremos cómo se acomoda todo. El último episodio pide a gritos uno o varios epílogos que pasen en limpio lo que sucedió y cómo se reorganiza el tablero para seguir adelante con la partida, a la que todavía le quedan varios tomos por editarse.
Los cinco episodios que no son parte de esta epopeya son unitarios, casi siempre con dibujantes invitados. El primero ofrece tres secuencias breves de la mano de tres monstruos: Mike Kaluta, Rick Geary y Bryan Talbot nos revelan distintas maniobras del Cabal para lograr, desde tiempos remotos, el control sobre los relatos, que es la verdadera fuente de su poder.
El siguiente unitario lo dibuja Peter Gross, pero casi no se nota, porque lo tapan mucho las excelentes tintas de Dean Ormston, que le imprime su estilo a la historieta. El argumento es una especie de Gilgamesh vs. Caín, pero con muchas puntas que conectan con lo que vimos en el Vol.4.
Gross vuelve para dibujar el tercer unitario, con tintas de Vince Locke, que también pone mucho de su propia cosecha. La historia narra el origen de Rausch, la enigmática titiritera que juega para el equipo de los malos.
El único unitario flojo es el que protagoniza Will Tallis (el verdadero nombre de Wilson Taylor) en la Primera Guerra Mundial, a pesar de los buenos dibujos de Gary Erskine.
Y el último es brillante, porque cuenta algo de lo que ya vimos en la lucha entre Tom y el Cabal, pero desde otra óptica totalmente distinta, y con muy buenos dibujos de Gabriel Hernández Walta. Sólo a un maestro se le ocurre hacer lo que hizo Carey en ese unitario.
Me falta destacar que en los episodios de la saga central el dibujo de Gross se ve mucho mejor que de costumbre porque ahora tiene como entintador a M.K. Perker, el virtuoso dibujante turco al que vimos pelar grandes laburos en Air. La combinación entre Gross y Perker funciona muy bien, y en los mejores momentos me hizo acordar a los números de Shade o de Generation X en los que Mark Buckingham entintaba a Chris Bachalo. Ojalá el turco se quede hasta el final de la serie, porque resolvió el principal problema (quizás el único) de The Unwritten, que era la escasa onda de los dibujos de Gross.
Para el año que viene, tengo ya encanutados un tomo más de esta serie y Tommy Taylor and the Ship that Sank Twice, la primera OGN de The Unwritten, que tiene muy buena pinta. Si te gusta leer, si te fascina el poder de los grandes relatos, si creés que la palabra define al mundo, si alguna vez soñaste con interactuar en el mundo real con tus héroes de la ficción, Mike Carey y Peter Gross te van a atrapar en una red sumamente compleja de aventuras, reflexiones, conjuras y emociones. Ya recomendé mil veces la lectura de esta serie, pero la recomiendo una vez más, porque –como dice Mirtha- el público se renueva.
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domingo, 11 de agosto de 2013
11/ 08: INFERNO (A SLEEP AND A FORGETTING)
Ya falta poco para que los comics de Vertigo vuelvan a ocupar un lugar destacado en este blog, con bastante más presencia que la que tuvieron en los últimos meses. Y calentamos motores con esta historieta, originalmente publicada en la editorial Caliber (allá por 1995-96) y recientemente recopilada por el ignoto sello TransFuzion. Se trata de uno de los primeros trabajos de Mike Carey (guionista recontra-identificado con Vertigo), y probablemente del primer trabajo de Michael Gaydos, uno de los cracks del semillero de Caliber. Y tal como te imaginás con sólo ver la portada, se podría haber publicado tranquilamente en mi sello favorito.
El dibujo de Gaydos es excelente. Al ser publicado en blanco y negro, se aprecia un gran manejo del pincel, de la mancha y del equilibrio entre espacios blancos y masas negras. Y aún así, se nota tanto la influencia de los maestros del estilo pictórico (básicamente la de George Pratt y Kent Williams) que estaría alucinante ver esta historieta coloreada con esa técnica. Gaydos se banca muy decorosamente un montón de páginas de ocho viñetas, trabaja sobre grillas clásicas, sin saltos al vacío, y le pone a las expresiones faciales una onda infrecuente en los autores de línea pictórica. Un muy buen trabajo de este grosso que explotaría años más tarde de la mano de Brian Michael Bendis.
El guión de este Carey primerizo tiene varios hallazgos, pero creo que el principal es el equilibrio entre acción e introspección. Al personaje central le pasan cosas por fuera y por dentro en partes iguales, lo que permite darle distintos matices a la historia. Esto también logra un efecto muy vertiguesco, que es que la trama central, la epopeya, avance a un ritmo bastante lento, mientras los personajes se cuelgan en extensos diálogos pensados para dotar de más tridimensionalidad a héroes y villanos, bien colocados entre peripecia y peripecia.
No quiero contar mucho sobre la trama, porque me gustaría que la buscaras y la leyeras. Básicamente es la historia de un tipo que cree ser alguien pero en realidad es otra persona. No es fácil darse cuenta de eso, y menos si te cae la ficha cuando en la tercer página alguien te mata y descendés al Infierno. En ese contexto transcurre la saga de John Travis, a quien acompañarán una chica con poder de robar formas y un ídolo, un viejo conocido, el maestro Nostradamus. Y en frente, Lord Baal, que no es un gran comediante de los ´70 y ´80 convertido en viejo patético y baboso, sino uno de los capos de Inferno, la ciudad capital del Infierno.
El final es sorprendente. Vos suponés que, como la serie terminó ahí, en ese quinto episodio, Carey la iba a cerrar de modo bastante definitivo. Bueno, no. La última secuencia, además de ser excelente, es un pase mágico del guionista que convierte a todo lo que leímos hasta ese punto en el prólogo a un segundo arco... que nunca se escribió. ¿Qué pensaba hacer Carey con esta ciudad abisal y sus protagonistas? ¿Para dónde pensaba seguir esta saga de magia, violencia y runflas espúreas? La verdad, ni idea. Pero ahora que Vertigo está reeditando Lucifer en tomos bien gorditos, me la estoy comprando. y pronto la voy a empezar a leer por primera vez. Después de haberme enganchado con Inferno, le voy a prestar MUCHA atención, porque me da la sensación de que hay una conexión entre ambas obras, que algo de lo que Carey construyó en estos cinco episodios puede llegar a reaparecer en aquella obra más extensa (y obviamente más conocida).
Mientras espera su turno el primer libro de Lucifer, recomiendo Inferno a los fans de Mike Carey y Michael Gaydos, a los fans de Vertigo y a los que quieran leer una extraña epopeya sobrenatural, con fantasía, acción, intriga y muy buenos personajes. Esto está muy bien escrito, muy bien dibujado y está tan lleno de buenas ideas como el bunker del PRO de globitos amarillos, que como sustituto de las buenas ideas no están mal.
El dibujo de Gaydos es excelente. Al ser publicado en blanco y negro, se aprecia un gran manejo del pincel, de la mancha y del equilibrio entre espacios blancos y masas negras. Y aún así, se nota tanto la influencia de los maestros del estilo pictórico (básicamente la de George Pratt y Kent Williams) que estaría alucinante ver esta historieta coloreada con esa técnica. Gaydos se banca muy decorosamente un montón de páginas de ocho viñetas, trabaja sobre grillas clásicas, sin saltos al vacío, y le pone a las expresiones faciales una onda infrecuente en los autores de línea pictórica. Un muy buen trabajo de este grosso que explotaría años más tarde de la mano de Brian Michael Bendis.
El guión de este Carey primerizo tiene varios hallazgos, pero creo que el principal es el equilibrio entre acción e introspección. Al personaje central le pasan cosas por fuera y por dentro en partes iguales, lo que permite darle distintos matices a la historia. Esto también logra un efecto muy vertiguesco, que es que la trama central, la epopeya, avance a un ritmo bastante lento, mientras los personajes se cuelgan en extensos diálogos pensados para dotar de más tridimensionalidad a héroes y villanos, bien colocados entre peripecia y peripecia.
No quiero contar mucho sobre la trama, porque me gustaría que la buscaras y la leyeras. Básicamente es la historia de un tipo que cree ser alguien pero en realidad es otra persona. No es fácil darse cuenta de eso, y menos si te cae la ficha cuando en la tercer página alguien te mata y descendés al Infierno. En ese contexto transcurre la saga de John Travis, a quien acompañarán una chica con poder de robar formas y un ídolo, un viejo conocido, el maestro Nostradamus. Y en frente, Lord Baal, que no es un gran comediante de los ´70 y ´80 convertido en viejo patético y baboso, sino uno de los capos de Inferno, la ciudad capital del Infierno.
El final es sorprendente. Vos suponés que, como la serie terminó ahí, en ese quinto episodio, Carey la iba a cerrar de modo bastante definitivo. Bueno, no. La última secuencia, además de ser excelente, es un pase mágico del guionista que convierte a todo lo que leímos hasta ese punto en el prólogo a un segundo arco... que nunca se escribió. ¿Qué pensaba hacer Carey con esta ciudad abisal y sus protagonistas? ¿Para dónde pensaba seguir esta saga de magia, violencia y runflas espúreas? La verdad, ni idea. Pero ahora que Vertigo está reeditando Lucifer en tomos bien gorditos, me la estoy comprando. y pronto la voy a empezar a leer por primera vez. Después de haberme enganchado con Inferno, le voy a prestar MUCHA atención, porque me da la sensación de que hay una conexión entre ambas obras, que algo de lo que Carey construyó en estos cinco episodios puede llegar a reaparecer en aquella obra más extensa (y obviamente más conocida).
Mientras espera su turno el primer libro de Lucifer, recomiendo Inferno a los fans de Mike Carey y Michael Gaydos, a los fans de Vertigo y a los que quieran leer una extraña epopeya sobrenatural, con fantasía, acción, intriga y muy buenos personajes. Esto está muy bien escrito, muy bien dibujado y está tan lleno de buenas ideas como el bunker del PRO de globitos amarillos, que como sustituto de las buenas ideas no están mal.
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viernes, 3 de agosto de 2012
03/ 08: THE UNWRITTEN Vol.5
Ufff... pasan dos semanas sin leer un comic de Vertigo y ya se me anquilosa el cerebro. Necesitaba esta dosis de historieta inteligente, compleja, punzante, incómoda y a la vez maravillosa y desbordante de fascinación. El tomo anterior por ahí fue más raro que bueno. Este es definitivamente brillante.
Tengo una sóla cosa desfavorable para decir: el recopilatorio trae seis episodios y todos están integrados al tronco de la serie. No hay un unitario descolguetti, como esos del conejo que estaban tan buenos. La verdad, me hubiese gustado que Mike Carey retomara esa punta, porque me intriga muchísimo saber cómo se va a integrar eso a la trama principal de The Unwritten. Además, en esos unitarios la serie pela dibujantes invitados muy interesantes, con mucha más onda que el dibujante titular, Peter Gross, que a mí me resulta apenas tolerable. Acá me tuve que fumar todo un tomo de Gross, o sea, todo un tomo sin un mínimo intento de lucimiento por parte de un tipo que tiene un techo muy bajito, que se limita a cumplir con lo justo. Por suerte hay muchos flashbacks a la década del ´30 y en esos pasajes aparece Vince Locke (quien ya metiera mano en varias secuencias del tomo anterior), a terminar con su estilo los bocetos de Gross. Obviamente, Locke levanta mucho los dibujos, le gana por goleada a la chatura del dibujante y logra páginas que desentonan menos con la altísima calidad de los guiones de Carey. Y por suerte están esas portadas zarpadas de Yuko Shimizu, demasiado buenas para ser reales.
Pero vamos a la historia. En el primer tramo, Tommy y sus amigos deben frenar una de las movidas más osadas del Cabal: una subasta de todas las pertenencias de Wilson Taylor, el papá de Tommy. Es un arquito corto, con algo de acción y bastante runfla, pero sobre todo muy jugado a la caracterización y a explicar o pasar en limpio algunas cosas de las que pasaron en los tomos anteriores.
Acto seguido se desencadena una saguita más extensa (cuatro episodios), que se llama On To Genesis, igual que el TPB. Esto arranca casi como un delirio: Wilson Taylor viaja de algún modo misterioso a una fecha anterior a la de su nacimiento, a mediados de los años ´30, adopta una identidad falsa y entabla una relación muy intensa (y muy bien orquestada) con una minita quien resulta ser la guionista y dibujante de The Tinker, un personaje de comics que preanuncia por algunos meses a Superman. Lo más raro de todo esto es que Wilson hace todo esto... confabulado con el Sr. Pullman, la cara más visible (y más violenta) del cónclave de villanos al que se viene enfrentando Tommy desde el inicio de la serie. ¿Qué está pasando acá?
De todo. Posta, son cuatro episodios complejísimos, en los que pasa de todo. En el presente, sin ir más lejos, el Cabal hace boleta a toda la gente que alguna vez conoció a Wilson o a Tommy: agente literario, novias, servidumbre, la amante de Wilson... no quedó ni el loro. En el pasado, vemos la génesis de un “hermano mayor” de Tommy (hoy ya anciano) que también se parece demasiado a un personaje de ficción. Por supuesto, todo el tramo de los años ´30 recupera el tono de las novelas hard boiled de la época, y a la vez se mete (dialoga, diría mi amigo Federico Reggiani) con The Adventures of Cavalier and Clay, la gran novela de Michael Chabon ambientada en los albores de la industria del comic de superhéroes.
Y claro, Carey no se pierde la oportunidad de bajar línea acerca de lo que yo llamo “El Pecado Original” (ver post del 4 de Febrero). Los malos se quedan con los derechos sobre este primer proto-superhéroe y declaman “Ya no se trata de los escritores. Ahora el medio es el mensaje. Ahora el plan es olvidarse de los autores y controlar el producto. Estas historias son como bombas. Bueno, si el copyright es nuestro bien pueden ser Nestum. Alcanza con chuparles la esencia a los peligrosos y mantener todo prolijito y seguro. Y si el guionista se queja, rajarlo y conseguir a algún otro pelandrún para que siga adelante”. Creo que nunca vi un comic acerca de los orígenes de la (mal llamada) Golden Age tan lúcido, tan agudo y además con tantas agallas, porque esto lo editó DC, la pionera en el arte de estafar a los pobres giles que allá por los años ´30 y ´40 crearon a la gallina de los huevos de oro.
En fin, una saga de The Unwritten absolutamente memorable y repleta de puntas que seguramente Carey seguirá explorando en los tomos futuros. Lo dije mil veces y lo repito: esta es una serie de lectura imprescindible para cualquier fan de la literatura y del comic de alto vuelo. Que no se corte. Nunca.
Tengo una sóla cosa desfavorable para decir: el recopilatorio trae seis episodios y todos están integrados al tronco de la serie. No hay un unitario descolguetti, como esos del conejo que estaban tan buenos. La verdad, me hubiese gustado que Mike Carey retomara esa punta, porque me intriga muchísimo saber cómo se va a integrar eso a la trama principal de The Unwritten. Además, en esos unitarios la serie pela dibujantes invitados muy interesantes, con mucha más onda que el dibujante titular, Peter Gross, que a mí me resulta apenas tolerable. Acá me tuve que fumar todo un tomo de Gross, o sea, todo un tomo sin un mínimo intento de lucimiento por parte de un tipo que tiene un techo muy bajito, que se limita a cumplir con lo justo. Por suerte hay muchos flashbacks a la década del ´30 y en esos pasajes aparece Vince Locke (quien ya metiera mano en varias secuencias del tomo anterior), a terminar con su estilo los bocetos de Gross. Obviamente, Locke levanta mucho los dibujos, le gana por goleada a la chatura del dibujante y logra páginas que desentonan menos con la altísima calidad de los guiones de Carey. Y por suerte están esas portadas zarpadas de Yuko Shimizu, demasiado buenas para ser reales.
Pero vamos a la historia. En el primer tramo, Tommy y sus amigos deben frenar una de las movidas más osadas del Cabal: una subasta de todas las pertenencias de Wilson Taylor, el papá de Tommy. Es un arquito corto, con algo de acción y bastante runfla, pero sobre todo muy jugado a la caracterización y a explicar o pasar en limpio algunas cosas de las que pasaron en los tomos anteriores.
Acto seguido se desencadena una saguita más extensa (cuatro episodios), que se llama On To Genesis, igual que el TPB. Esto arranca casi como un delirio: Wilson Taylor viaja de algún modo misterioso a una fecha anterior a la de su nacimiento, a mediados de los años ´30, adopta una identidad falsa y entabla una relación muy intensa (y muy bien orquestada) con una minita quien resulta ser la guionista y dibujante de The Tinker, un personaje de comics que preanuncia por algunos meses a Superman. Lo más raro de todo esto es que Wilson hace todo esto... confabulado con el Sr. Pullman, la cara más visible (y más violenta) del cónclave de villanos al que se viene enfrentando Tommy desde el inicio de la serie. ¿Qué está pasando acá?
De todo. Posta, son cuatro episodios complejísimos, en los que pasa de todo. En el presente, sin ir más lejos, el Cabal hace boleta a toda la gente que alguna vez conoció a Wilson o a Tommy: agente literario, novias, servidumbre, la amante de Wilson... no quedó ni el loro. En el pasado, vemos la génesis de un “hermano mayor” de Tommy (hoy ya anciano) que también se parece demasiado a un personaje de ficción. Por supuesto, todo el tramo de los años ´30 recupera el tono de las novelas hard boiled de la época, y a la vez se mete (dialoga, diría mi amigo Federico Reggiani) con The Adventures of Cavalier and Clay, la gran novela de Michael Chabon ambientada en los albores de la industria del comic de superhéroes.
Y claro, Carey no se pierde la oportunidad de bajar línea acerca de lo que yo llamo “El Pecado Original” (ver post del 4 de Febrero). Los malos se quedan con los derechos sobre este primer proto-superhéroe y declaman “Ya no se trata de los escritores. Ahora el medio es el mensaje. Ahora el plan es olvidarse de los autores y controlar el producto. Estas historias son como bombas. Bueno, si el copyright es nuestro bien pueden ser Nestum. Alcanza con chuparles la esencia a los peligrosos y mantener todo prolijito y seguro. Y si el guionista se queja, rajarlo y conseguir a algún otro pelandrún para que siga adelante”. Creo que nunca vi un comic acerca de los orígenes de la (mal llamada) Golden Age tan lúcido, tan agudo y además con tantas agallas, porque esto lo editó DC, la pionera en el arte de estafar a los pobres giles que allá por los años ´30 y ´40 crearon a la gallina de los huevos de oro.
En fin, una saga de The Unwritten absolutamente memorable y repleta de puntas que seguramente Carey seguirá explorando en los tomos futuros. Lo dije mil veces y lo repito: esta es una serie de lectura imprescindible para cualquier fan de la literatura y del comic de alto vuelo. Que no se corte. Nunca.
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jueves, 24 de mayo de 2012
24/ 05: MY FAITH IN FRANKIE
Hoy muy cortito, porque no tengo tiempo.
La colección de TPBs para pobres de DC (en su vertiente vertiguesca) recopiló en formato comic-book y a color esta mini de 2004, que en su momento se había compilado en blanco y negro y formato chiquito, tipo manga. Aquel librito era difícil de conseguir, y este one-shot no, además de ser muy barato. Así que me tiré de cabeza.
Y me gustó mucho. Es raro, no se parece a casi nada. A lo que menos se parece es a la siguiente obra del mismo equipo creativo, que en 2007 se reunió para la magnífica Re-Gifters (esa sí, pensada originalmente para un tomito tipo tankoubon, en blanco y negro). Me refiero al trío integrado por el guionista Mike Carey (el de The Unwritten), el gran dibujante Sonny Liew (que no sé dónde nació, pero vive en Singapur y trabaja mayormente para Disney) y el genial Marc Hempel, un monstruo sacrosanto que acá oficia de mero entintador (a fuckin´tracer) pero tiene talento de sobra para escribir o dibujar historietas de cualquier grupo o factor.
El dibujo es maravilloso y recontra-ganchero en sus dos vertientes: la que muestra la historia en sí y la que muestra a modo de comic strip cómo Kay dibuja lo que le pasa a ella y a sus amigos de la infancia. Un laburo hermoso y atípico, pensado para gustarle incluso a la gente que habitualmente no lee comics.
El guión cuenta –muy sintéticamente- la historia de Frankie, una chica que tiene un dios aparte. Un dios que la protege sólo a ella, y que además está perdidamente enamorado de ella. Frankie quiere debutar con un chico, pero su dios mucho no se copa con la idea de que se entregue a otro, y de ahí salen unas secuencias de comedia brillantes. Y después hay una aventura, con rasgos más tradicionales y más “épicos”, con demonios, luchas entre entidades místicas y esas cosas que le quedan bien a otros comics de Vertigo, pero a este no tanto. No está mal, no se desploma la historia ni mucho menos, pero comparándolo con el tramo más tirado a la comedia costumbrista, me quedo mil veces con este último.
My Faith in Frankie ofrece aventura y comedia, romance y religión, excelentes diálogos, gran desarrollo de los cuatro personajes centrales y un dibujo sencillamente perfecto. No tengo dudas de que Re-Gifters es mejor, pero esa era una obra que tenía 0,2 chances de captar la atención de los fans de Vertigo y esta tiene muchas más, así que si –como yo- tenés puesta esa camiseta, seguro te va a gustar.
La colección de TPBs para pobres de DC (en su vertiente vertiguesca) recopiló en formato comic-book y a color esta mini de 2004, que en su momento se había compilado en blanco y negro y formato chiquito, tipo manga. Aquel librito era difícil de conseguir, y este one-shot no, además de ser muy barato. Así que me tiré de cabeza.
Y me gustó mucho. Es raro, no se parece a casi nada. A lo que menos se parece es a la siguiente obra del mismo equipo creativo, que en 2007 se reunió para la magnífica Re-Gifters (esa sí, pensada originalmente para un tomito tipo tankoubon, en blanco y negro). Me refiero al trío integrado por el guionista Mike Carey (el de The Unwritten), el gran dibujante Sonny Liew (que no sé dónde nació, pero vive en Singapur y trabaja mayormente para Disney) y el genial Marc Hempel, un monstruo sacrosanto que acá oficia de mero entintador (a fuckin´tracer) pero tiene talento de sobra para escribir o dibujar historietas de cualquier grupo o factor.
El dibujo es maravilloso y recontra-ganchero en sus dos vertientes: la que muestra la historia en sí y la que muestra a modo de comic strip cómo Kay dibuja lo que le pasa a ella y a sus amigos de la infancia. Un laburo hermoso y atípico, pensado para gustarle incluso a la gente que habitualmente no lee comics.
El guión cuenta –muy sintéticamente- la historia de Frankie, una chica que tiene un dios aparte. Un dios que la protege sólo a ella, y que además está perdidamente enamorado de ella. Frankie quiere debutar con un chico, pero su dios mucho no se copa con la idea de que se entregue a otro, y de ahí salen unas secuencias de comedia brillantes. Y después hay una aventura, con rasgos más tradicionales y más “épicos”, con demonios, luchas entre entidades místicas y esas cosas que le quedan bien a otros comics de Vertigo, pero a este no tanto. No está mal, no se desploma la historia ni mucho menos, pero comparándolo con el tramo más tirado a la comedia costumbrista, me quedo mil veces con este último.
My Faith in Frankie ofrece aventura y comedia, romance y religión, excelentes diálogos, gran desarrollo de los cuatro personajes centrales y un dibujo sencillamente perfecto. No tengo dudas de que Re-Gifters es mejor, pero esa era una obra que tenía 0,2 chances de captar la atención de los fans de Vertigo y esta tiene muchas más, así que si –como yo- tenés puesta esa camiseta, seguro te va a gustar.
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domingo, 6 de mayo de 2012
06/ 05: THE UNWRITTEN Vol.4
Evidentemente, el final del tomo anterior fue demasiado heavy. Tanto que el arranque de este me mareó con su avalancha de referencias a lo que pasó en el anterior, hechos que yo –para variar- recordaba muy vagamente. Las consecuencias de lo sucedido en el Vol.3 que ameritaban una exploración por parte de Mike Carey eran tantas, que Leviathan (la saga central del Vol.4) tarda bastante en arrancar. Hay que armar un nuevo status quo, afianzarlo mínimamente, definir un nuevo rumbo para Tom Taylor y sus amigos y recién ahí, poner en marcha la siguiente epopeya.
La verdad es que –sin ser chota- Leviathan está muy estirada. La idea es excelente. Lo que Tom aprende al final del arco es fundamental y va a abrir muchísimas puertas a futuro. El tema es cuántas páginas necesita Carey para llegar a ese punto. Para mi gusto, son muchas. ¿Y con qué las rellena? Con una idea casi ramplona, casi un choreo barato a The League of Extraordinary Gentlemen: un bizarro team-up entre todos los personajes literarios en cuyas historias aparece una ballena: el bíblico Jonás, Simbad el Marino, Pinocho, el Barón de Münchhausen... y por supuesto, la ballena es Moby Dick. Ese truquito sirve para que la historia en sí (que conecta al clásico de Herman Mellville con la teoría política de Thomas Hobbes) dure 28 páginas más de las que debería. No está mal, es divertido y está bien escrito. Pero no hacía falta, es casi una canchereada por parte del guionista.
Lo más notable es cómo entra en la rosca el Leviatán de Hobbes. A ver: se suponía que The Unwritten era una historieta sobre literatura, un juego entre realidad y ficción, entre el mundo y la palabra. Ahora irrumpe el pensamiento y la ecuación se altera para siempre. Okey, la teoría política es pensamiento escrito. O sea, tiene por dónde entrar a la rosca. Pero yo (que estudié Ciencia Política) no me imaginé que Carey se iba a meter en ese terreno y menos que le iba a ir tan bien a la hora de hilar conceptos teóricos con ficciones literarias.
Por el lado de los personajes secundarios, la apuesta de este tomo es el desarrollo de Richie Savoy, mientras que Lizzie Hexam (muy protagonista en el tomo anterior) avanza muy poquito. El monstruo de Frankenstein otra vez aparece cuando menos te lo esperás y está cada vez más claro que es un actor importantísimo en esta saga. Por el lado de los villanos, Rauch, la titiritera, es el personaje mejor desarrollado del tomo. Y Carey se las ingenia para que Wilson Taylor, el papá (o en realidad, el creador) de Tom siga apareciendo bastante y no sólo en los flashbacks al pasado del protagonista.
Y si el arranque del arco central requería un ejercicio de memoria para no quedar pagando con las referencias al Vol.3, imaginate lo que pasa cuando llegás al episodio final del tomo: un unitario que retoma la historia iniciada en el último episodio del Vol.2! Obviamente, no me acordaba un carajo, excepto que había un conejo pasado de rosca que puteaba más que Cazador. ¿De dónde venía y por qué? Tuve que repasar el Vol.2 para tener una mínima noción. Esta segunda entrega en la saga de Pauly Bruckner (que así se llama el conejo zarpado) es mucho mejor que la primera y hasta tiras más pistas de qué carajo está pasando y cómo puede llegar a empalmar este plot con la saga central, la de Tom Taylor.
A cargo de los dibujos de todo el tomo está Peter Gross, que sigue sin convencerme. No lo considero un muerto de frío, pero bueno, no me llega, no me dice nada. Y no me olvido de otros trabajos suyos mejores que este. Por suerte en todas las secuencias que tienen que ver con Moby Dick, Gross entrega apenas unos bocetos y el dibujo final (no sólo la tinta) está a cargo de Vince Locke, que pone mucho de su propia cosecha. El combo Gross-Locke (qué loco que llamen a Locke para una saga en la que tiene tanto peso Hobbes) es muy satisfactorio y en sus mejores viñetas (que son esos primeros plano llenos de rayitas) me hizo acordar a Guy Davis. En la historia de Pauly Bruckner también, Gross entrega bocetos muy básicos y el responsable del look definitivo de las páginas es el grossísimo Al Davison, un dibujante británico oscuro, casi maldito, con menos fans que la leucemia pero de excelente calidad. La dupla Gross-Davison pela las imágenes más fuertes del tomo, muy bien coloreadas por Chris Chuckry, que acá cambia totalmente su paleta para adaptarse a un relato que –por ahora- no se toca para nada con la trama central.
Estamos ante un tomo de transición, de pre-temporada, de esos en los que un equipo que peleó la punta el torneo pasado hace ajustes y se prepara para salir a disputar el torneo siguiente con todas las pilas, a jugar todos los partidos como si fueran finales. El cierre del Vol.4 me hace tenerle muchísima fe al Vol.5. Y si todavía no te enganchaste con The Unwritten, por enésima vez te recomiendo que lo hagas. Este es un comic atrapante, inteligente, original, filoso y con miles de referencias al maravilloso universo de la literatura. “Agarrá los libros, que no muerden”, dice el dicho popular. “Bueno, casi ninguno...”, agregaría Carey.
La verdad es que –sin ser chota- Leviathan está muy estirada. La idea es excelente. Lo que Tom aprende al final del arco es fundamental y va a abrir muchísimas puertas a futuro. El tema es cuántas páginas necesita Carey para llegar a ese punto. Para mi gusto, son muchas. ¿Y con qué las rellena? Con una idea casi ramplona, casi un choreo barato a The League of Extraordinary Gentlemen: un bizarro team-up entre todos los personajes literarios en cuyas historias aparece una ballena: el bíblico Jonás, Simbad el Marino, Pinocho, el Barón de Münchhausen... y por supuesto, la ballena es Moby Dick. Ese truquito sirve para que la historia en sí (que conecta al clásico de Herman Mellville con la teoría política de Thomas Hobbes) dure 28 páginas más de las que debería. No está mal, es divertido y está bien escrito. Pero no hacía falta, es casi una canchereada por parte del guionista.
Lo más notable es cómo entra en la rosca el Leviatán de Hobbes. A ver: se suponía que The Unwritten era una historieta sobre literatura, un juego entre realidad y ficción, entre el mundo y la palabra. Ahora irrumpe el pensamiento y la ecuación se altera para siempre. Okey, la teoría política es pensamiento escrito. O sea, tiene por dónde entrar a la rosca. Pero yo (que estudié Ciencia Política) no me imaginé que Carey se iba a meter en ese terreno y menos que le iba a ir tan bien a la hora de hilar conceptos teóricos con ficciones literarias.
Por el lado de los personajes secundarios, la apuesta de este tomo es el desarrollo de Richie Savoy, mientras que Lizzie Hexam (muy protagonista en el tomo anterior) avanza muy poquito. El monstruo de Frankenstein otra vez aparece cuando menos te lo esperás y está cada vez más claro que es un actor importantísimo en esta saga. Por el lado de los villanos, Rauch, la titiritera, es el personaje mejor desarrollado del tomo. Y Carey se las ingenia para que Wilson Taylor, el papá (o en realidad, el creador) de Tom siga apareciendo bastante y no sólo en los flashbacks al pasado del protagonista.
Y si el arranque del arco central requería un ejercicio de memoria para no quedar pagando con las referencias al Vol.3, imaginate lo que pasa cuando llegás al episodio final del tomo: un unitario que retoma la historia iniciada en el último episodio del Vol.2! Obviamente, no me acordaba un carajo, excepto que había un conejo pasado de rosca que puteaba más que Cazador. ¿De dónde venía y por qué? Tuve que repasar el Vol.2 para tener una mínima noción. Esta segunda entrega en la saga de Pauly Bruckner (que así se llama el conejo zarpado) es mucho mejor que la primera y hasta tiras más pistas de qué carajo está pasando y cómo puede llegar a empalmar este plot con la saga central, la de Tom Taylor.
A cargo de los dibujos de todo el tomo está Peter Gross, que sigue sin convencerme. No lo considero un muerto de frío, pero bueno, no me llega, no me dice nada. Y no me olvido de otros trabajos suyos mejores que este. Por suerte en todas las secuencias que tienen que ver con Moby Dick, Gross entrega apenas unos bocetos y el dibujo final (no sólo la tinta) está a cargo de Vince Locke, que pone mucho de su propia cosecha. El combo Gross-Locke (qué loco que llamen a Locke para una saga en la que tiene tanto peso Hobbes) es muy satisfactorio y en sus mejores viñetas (que son esos primeros plano llenos de rayitas) me hizo acordar a Guy Davis. En la historia de Pauly Bruckner también, Gross entrega bocetos muy básicos y el responsable del look definitivo de las páginas es el grossísimo Al Davison, un dibujante británico oscuro, casi maldito, con menos fans que la leucemia pero de excelente calidad. La dupla Gross-Davison pela las imágenes más fuertes del tomo, muy bien coloreadas por Chris Chuckry, que acá cambia totalmente su paleta para adaptarse a un relato que –por ahora- no se toca para nada con la trama central.
Estamos ante un tomo de transición, de pre-temporada, de esos en los que un equipo que peleó la punta el torneo pasado hace ajustes y se prepara para salir a disputar el torneo siguiente con todas las pilas, a jugar todos los partidos como si fueran finales. El cierre del Vol.4 me hace tenerle muchísima fe al Vol.5. Y si todavía no te enganchaste con The Unwritten, por enésima vez te recomiendo que lo hagas. Este es un comic atrapante, inteligente, original, filoso y con miles de referencias al maravilloso universo de la literatura. “Agarrá los libros, que no muerden”, dice el dicho popular. “Bueno, casi ninguno...”, agregaría Carey.
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sábado, 25 de junio de 2011
25/ 06: THE UNWRITTEN Vol.3
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Después de casi dos meses aguantando, me entregué con mansedumbre bovina a la lectura del tercer tomo de esta serie fundamental de Mike Carey y Peter Gross, uno de los mejores títulos que tiene hoy la línea Vertigo y seguramente una de las mejores series que hoy se editan regularmente en EEUU. El tercer tomo fue record de ventas en el mes de su lanzamiento, lo cual constituye un irrefutable acto de justicia y una demostración del potencial impacto por afuera del ghetto que tienen las historietas para adultos bien pensadas y bien ejecutadas. No quiero explicar de nuevo de qué trata The Unwritten, así que –cualquier cosa- clickeás en la etiqueta y repasás los dos artículos anteriores.
Este recopilatorio tiene un único problema: resuelve demasiados misterios. De todas las preguntas que nos hicimos al final del primero, o al final del segundo, Carey no deja prácticamente ninguna sin responder. O sea que, de ahora en más, las tramas van a tener que ser verdaderos tanques a prueba de balas. Ya no está ese gancho de “quedate aunque no te cebe mucho, a ver si se resuelve alguno de los misterios pendientes”. Por supuesto, el riesgo de que se bajen los lectores que acompañaron a Tom Taylor en estos 18 episodios es mínimo, simplemente por lo bien escrito que está el comic. Y además (y sobre todo) porque, a la hora de resolver todas esas incógnitas, Carey cumplió con creces con las expectativas que había generado en los tomos anteriores.
Ahora ya sabemos quién es Tom, quiénes son sus padres, cuál es su relación con Tommy Taylor, dónde estaba Wilson, qué planeaba, qué trataban de hacer los villanos, quiénes eran, de dónde salió Lizzie Hexam y hasta pudimos leer tramos no de uno sino de dos libros inéditos de las mágicas aventuras de Tommy Taylor. Todas las respuestas son sólidas y sorprendentes. Seguro, Carey recurre a elementos absolutamente fantásticos, cuando al principio el tono de la serie tiraba a realista. Pero primero, esto es Vertigo, y ese truco acá es más que válido; y segundo, el epílogo de este tomo no es otra cosa que eso: recordarnos que, si bien irrumpieron en la historia un montón de elementos mágicos o fantásticos, la base sigue siendo el realismo. Veremos cómo evoluciona ese item.
Y por supuesto, hay que dedicarle unas líneas al episodio más impactante del tomo, el que nos revela el origen de Lizzie a través de un mecanismo de Elige Tu Propia Aventura. Sí, en serio. Carey y Gross laburaron horas extras para convertir 32 páginas de historieta en un libro de 60 páginas al estilo Elige Tu Propia Aventura, que te lleva por distintas opciones para que vos mismo decidas qué explicación te gusta para uno de los personajes más importantes de la saga. Obviamente se han escrito ríos de tinta (o gigas enteros) acerca de este episodio y no hay mucho para agregar, excepto ovacionar a los autores por el inmenso laburo que requiere una movida así, y además porque primero se te tiene que ocurrir.
El dibujo de Peter Gross es bastante mezquino, se dedica casi todo el tiempo a cumplir con lo justo. Pero por lo menos dibuja los fondos y no mete fotos por todas partes como la mayoría de los dibujantes que hoy producen 20 o más páginas por mes. Cuando se tiene que esmerar, Gross se esmera: las escenas que acompañan los fragmentos de las novelas de Tommy están mucho mejor trabajadas, los flashbacks al pasado de Lizzie están realizados en otro estilo, más cercano al del grabado, con unos cross-hatchings demenciales tipo Joe Sacco, y por supuesto el número que nos propone jugar al Elige Tu Propia Aventura tiene tanto, pero tanto esfuerzo puesto, que se lo puede perdonar si verdulea un poco en el episodio anterior o posterior. Algún día, el comic yanki va a romper esa imposición pelotuda de que las series tengan periodicidad mensual y ese día estaría bueno darle estos mismos guiones a otro dibujante más virtuoso que Gross, a ver qué hace. Gross hace lo que puede para entregar todas esas páginas todos los meses y bueno, no es maravilloso pero tampoco es un atentado contra tus retinas.
De acá en más, sospecho que The Unwritten (incluso conservando a la gran mayoría del elenco inicial) va a tomar rumbos bastante distintos de lo visto hasta ahora. Pero le tengo muchísima fe y no me canso de recomendarlo a los fans de la lectura inteligente, ya sea que vengan del palo del comic o del de la literatura. Gracias por la magia!
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jueves, 28 de abril de 2011
28/ 04: THE UNWRITTEN Vol.2
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Ufff… Casi un mes sin tocar un comic de Vertigo… Ya me estaba volviendo loco. Y once meses sin leer The Unwritten, eso ya es directamente imperdonable.
Esta serie de Mike Carey y Peter Gross es –por si alguno todavía no se enteró- absolutamente fundamental. Es un comic sobre literatura, o sobre cómo se desdibujan los límites entre literatura y ficción. La trama básica la expliqué cuando reseñé el Vol.1, así que se puede hacer click en la etiqueta y leerla (o re-leerla) en un toque. O buscarla en el libro, también. Está en la página 155.
El segundo tomo es incluso más ganchero que el primero, principalmente porque empiezan a pasar más cosas. Hay menos chamuyo y bastante más acción, como para que el interés por el extraño predicamento de Tom Taylor no decaiga, y además como lógica consecuencia del tremendo final del tomo anterior. La acción, por suerte, no es pochoclo barato, sino que está encauzada, puesta al servicio del avance de las tramas que se esbozaron en el primer tomo, y que acá no paran de hacerse más complejas y más atractivas. Para el final de este arco, la conspiración siniestra ya tiene un rostro “humano”, la relación entre Tom Taylor y Tommy Taylor (el hiper-taquillero aprendiz de brujo creado por Wilson Taylor en la lucrativa tradición de Harry Potter) se explicita mucho más y, por si faltara algo, el choque entre ficción y realidad (o en rigor de verdad, entre dos niveles de realidad, porque The Unwritten es un comic) se hace mucho más brutal.
El rol de Lizzie Hexam por ahora es pequeño, y el resto de los secundarios del primer arco ni aparecen. Acá tenemos un nuevo secundario con mucha onda, Richard Savoy, y también hay roles destacados para el alcaide del presidio francés donde “se alojan” Tom y Savoy, y para sus hijos, fans a muerte de la creación del viejo Wilson, que sigue desaparecido y sin dar ninguna señal de vida. La historia “descolgada” con la que cierra el tomo es una breve joya de la mala leche y bien leída, aporta bastante data acerca de esta bizarra danza entre autores y personajes, creadores y creaciones, que parece ser lo que subyace en el núcleo de esta increíble serie.
No suelo hacer mención a los prólogos en las reseñas, pero esta vez da, por dos motivos. El autor es Paul Cornell, famoso y galardonado guionista de TV y de historietas, que entre sus comics tiene el recordado Fantastic Four: True Story, que trata casi de lo mismo que The Unwritten (aunque por supuesto, encarado de otra manera). Y además Cornell tira –entre muchos conceptos piolas- la idea de que The Unwritten no se refiere a “lo no escrito”, sino más bien a “lo des-escrito”. Coincido mucho con esta apreciación, me parece que Carey va a agarrar para ese lado. Y por supuesto, comparto los elogios y la recomendación para que ningún fan del comic y/o la literatura se quede afuera de este fenómeno que no para de crecer.
Lo único que tira un poco para abajo es el dibujo de Peter Gross. Me acuerdo que cuando reseñé el primer tomo, medio le perdoné la vida. Ahora ya no, ya me molesta un poco la falta de onda y de inspiración de un tipo que –claramente- no está a la altura del grossísimo planteo y el alucinante desarrollo que creó Carey para esta serie. Por suerte esta vez son tres los episodios en los que Gross apenas planta las páginas y deja el acabado del dibujo en manos más idóneas: Jimmy Broxton (en la magistral saguita de Goebbels) y Kurt Huggins y Zelda Devon, en el unitario que cierra el tomo y que es –lejos- lo mejor dibujado y donde menos se nota la mano de Gross. Urgente un arco de Fables para estos muchachos.
The Unwritten arrancó bien y se puso mejor. Ya tengo el Vol.3 pidiendo pista, así que seguro que faltan menos de 11 meses para reseñarlo. Si con esto Mike Carey no se consagra definitivamente, yo que él largo el comic y me dedico al hockey sobre patines…
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