Con Daredevil no voy a hacer lo que hice con Fantastic Four. Sé que me falta leer bocha de episodios de la época de Brian Michael Bendis y Ed Brubaker, pero quedarán para más adelante. Ahora me quiero zambullir en la etapa de Mark Waid, a ver qué tan distinto es de todo lo anterior y sobre todo qué tanto exageraron los jurados que se cansaron de darle premios.
La primera sorpresa que ofrece este TPB no es muy grata: me querían vender a Paolo Rivera como un grosso y me pareció un dibujante correcto, cumplidor, sin mocos estridentes, pero lejos del nivel que hace falta para subirse al palco de los próceres. Encima lo ponen al lado de Marcos Martín, y ese sí, en un estilo bastante cercano al de Rivera, despliega una magia y un talento de los que no abundan ni a palos (ni a billy cubs) en el mainstream yanki. O sea que Rivera no sólo no hace méritos para lucirse, sino que al lado de Martín se desluce.
Martín arranca a full en el cuarto episodio, pero dibuja una historia corta que acompaña a la del n°1, donde ya te avisa que te va a partir la cabeza en 32 pedazos. La escena en la que Matt y Foggy bajan a tomarse el subte (en la estación de la calle 125, al toque de donde paramos con mis amigos uruguayos en nuestro reciente viaje a Nueva York) deja el listón tan alto, que todo lo que venga después parecerá mediocre. En sus tres episodios posteriores (los de la saguita de Austin Cao y el cónclave entre las cinco mega-organizaciones del crimen) el talentoso español nos brindará muchas secuencias maravillosas, recontra estilizadas, de alto impacto, pero nada como esa página del n°1, perfecta por donde se la mire.
De todos modos, la estrella de esta serie es Mark Waid, quien se cargó al hombro la dura tarea de reinterpretar a Daredevil dejando afuera de la ecuación el lado más dark y más trágico del personaje. Por ahora, no hay ninjas, no hay mafias sórdidas al estilo Kingpin, el personaje no parece sufrir ni retorcerse por nada de lo que le sucede, no se toca ni de rebote el tema de la religión (ni la brillante contradicción que supone un católico disfrazado de diablo) y no se respira ese clima noir, de “está todo mal y en cualquier momento cualquier personaje puede ser boleta”. Acá no creo que muera nadie, ni los secundarios (un Foggy Nelson afiladísimo y un hallazgo de Waid, Kirsten McDuffie), ni los terciarios (los ocasionales clientes de Matt Murdock), ni siquiera los villanos.
Guarda: tampoco es una comedia light. Hay mucha acción, Daredevil zafa de peligros imposibles, la trama de la segunda saga es espesa, con mucho y muy heavy en juego (quiero ver a Waid explorar las consecuencias de lo que nos cuenta en ese increíble n°6) y nada se resuelve de modo ramplón o pavote como en los comics de los ´60. Hay diálogos muy cómicos, incluso hay reflexiones agudas e ingeniosas en los bloques de texto (narrados por el propio Matt), y aún así el énfasis está puesto en la aventura, en la faceta más puramente superheroica del personaje. El ritmo y la acción son tan importantes para Waid que hasta encuentra la forma de que Matt, experto litigador en juicios orales, no quede empantanado en largas secuencias de courtroom drama. El abogado ciego (de quien media Nueva York asegura que es Daredevil) se alejará de los tribunales, aunque no de la profesión a la que ama.
Esto arrancó muy bien. Con muchas emociones, un lindo elenco, excelentes diálogos, usos (y formas de graficar) los poderes de Daredevil muy originales, peleas en las que el héroe se exige a un 110% y además varias situaciones que tiene que resolver pensando, no revoleando patadas. Lo único que tengo para criticar es que Bruiser tuvo sobradas chances de matar a Daredevil y se conformó con tirarlo al mar cagado a trompadas. Un error que, obviamente, pagó caro. El resto, divertidísimo. Así que si te gustan los superhéroes más clásicos, con menos grim ´n gritty y más margen para la sonrisa y la buena onda, supongo que esto te va a resultar entre atractivo y adictivo, según cuánto cariño le tengas al personaje. A mí, que banco al Cuernitos incondicionalmente desde los ´80, Waid me sedujo de entrada, con sólo mostrarme lo mucho que quiere a Matt Murdock. El resto fue todo bonus track.
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viernes, 15 de febrero de 2013
sábado, 24 de abril de 2010
24/ 04: BATGIRL: YEAR ONE
De nuevo a pedido de la hinchada, me aboqué a la relectura de esta deliciosa historieta que me había gustado muchísimo la primera vez que la leí. Esta vez me gustó más.
Esto es retro-continuidad pura, algo que fascina irremediablemente a los geeks. Vos ya sabés todo lo que le va a pasar a los personajes en los años siguientes, entonces cada guiño, cada comentario, cada sutill referencia reverbera de modo muy especial en tu mente, y te arranca una sonrisa extra, de pillo, del guacho-pija que se las sabe todas. Los guionistas Scott Beatty y Chuck Dixon (que en materia de héroes de Gotham la tienen muy clarusa) llenan esta historieta (y su antecesora inmediata, la excelente Robin: Year One) de muchísimas de esas referencias veladas a las historias posteriores, que uno que las leyó, capta y agradece, y el que no las leyó (porque supongo que muchos habrán tenido su primer contacto con Barbara Gordon a través de esta saga) ni se da cuenta, sigue leyendo y está todo bien. El “mimo” al que sí sabe todo lo que viene después es una variante del “fan service” mucho más digna que llenar el libro de pin-ups en los que Batgirl muestra el orto y Dixon y Beatty la hacen muy bien.
En esta ampliación a fondo del origen y los primeros meses de Barbara como Batgirl, los guionistas meten muchísimos elementos que se le fueron incorporando al personaje a lo largo de las décadas: la pasión por la informática, la onda con Jason Bard (acá vemos incluso cómo queda rengo), la amistad con Black Canary, su inicio en las artes marciales… y por supuesto, una mirada más compleja de su relación con James Gordon, Batman, Alfred y Robin. La onda entre Barbara y Dick está perfectamente trabajada, casi al nivel de aquella gran historieta de Devin Grayson y Duncan Fegredo que salió en una Batman Chronicles en los ´90. Dixon y Beatty le pegan un giro bastante interesante incluso a Killer Moth, patético villano al que sólo se recuerda por haber sido el malo en la primera aparición de Batgirl en los ´60 (Detective Comics n°359), y en una movida muy piola lo hacen partenaire de Firefly, otro villano impresentable de los ´50 al que recién en los ´90 alguien desempolvó y le dio un mínimo de sentido.
El resultado son más de 200 páginas muy, muy disfrutables, con mucho ritmo, acción, excelentes caracterizaciones y miles de guiños a los fans históricos de DC. El personaje de Barbara está desarrollado minuciosamente, sin nada librado al azar. Uno no sólo siente que la conoce, sino que la quiere y entiende perfectamente por qué abraza el camino de la aventura, el vértigo y el coraje. Y a la vez esto se mezcla con la compasión, porque uno sabe cómo va a terminar su carrera como heroína enmascarada y dice “Puta, qué mala suerte tuvo esta mina. Si en los ´70 y ´80 hubiese tenido guionistas como Dixon y Beatty, no habría hecho falta el sacudón terrible que le pegó Alan Moore en The Killing Joke”. Pero bueno, más vale que las buenas historias lleguen tarde y a modo de retro-injertos de continuidad que no leerlas nunca…
El dibujo de Marcos Martín es, de nuevo, magnífico. El español sorprende con su manejo trepidante de la acción, en escenas de luchas y persecuciones de altísimo impacto, con coreografías llenas de plasticidad y dinamismo. Pero además sabe bajar los cambios necesarios para emocionarnos también en las escenas más tranqui y para captar y transmitir los distintos climas, desde la atmósfera sórdida del hampa, a la gris rutina del trabajo de Barbara, a la sensación de fascinación que vive la pelirroja cuando el Dúo Dinámico le muestra por primera vez la Baticueva. Todo está ahí deliciosamente dibujado, entintado y coloreado, y además presentado en secuencias donde la narrativa fluye con total naturalidad. Acá no hay tantos homenajes a autores del pasado (como veíamos en Dr. Strange) con lo cual se ve mejor el estilo de Marcos Martín, un estilo que sin caer en estridencias pochocleras resulta sumamente idóneo para este tipo de historietas.
Si sos fan de Barbara, o de los justicieros de Gotham, o de DC en general, o simplemente querés leer la versión moderna y jugada de un personaje que en su encarnación original aportaba poco y nada, este libro te va a cebar, mal.
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domingo, 11 de abril de 2010
11/ 04: DOCTOR STRANGE: THE OATH
Volvemos a encontrarnos con Brian K. Vaughan, que una vez más demuestra por qué es uno de los guionistas más notables que peló el mainstream americano en la última década. Acá le toca remar en un océano de polenta: más allá de la infinita chapa que le da el hecho de haber sido creado por Stan Lee y Steve Ditko, el Doctor Strange está a años luz de convocar a hordas de fans y está bastante claro que darle una serie regular es más suicida que ir a una marcha de un partido de izquierda disfrazado de Martínez de Hoz. Pero, una miniserie cada tanto no se le niega a nadie, por más segundón que sea, y así es como en 2007 salió The Oath.
El principal logro del guión debe ser el recupero de la tradición médica de Stephen Strange. Ese aspecto del personaje, someramente presentado en su origen, fue rápidamente dejado de lado por los distintos guionistas y muy rara vez se volvió a ahondar en su pasado como cirujano. Acá, Vaughan recrea su etapa pre-misticismo y hace un fuerte hincapié en toda esa área inexplorada. Otro logro es, seguramente, la dimensión que cobra la figura de Wong, eterno sidekick del Tordo, al que rara vez lo habíamos visto brillar como en esta saga. Y uno más es la forma en que Vaughan relanza y realza a Night Nurse, oscuro y semi-olvidado personaje de Marvel, que acá pasa a ser el interés romántico de Stephen, y una heroína a tener en cuenta.
Desde ahí, Vaughan arma la plataforma de lanzamiento de un guión a prueba de balas. Tiene ritmo, sorpresas, no está estirado, los malos no son los obvios, está lleno de diálogos magníficos, la bajada de línea (contra la mafia de los laboratorios) es certera, los dilemas morales son emotivos y poderosos, y los retro-injertos en el pasado del personaje son absolutamente coherentes y bienvenidos. Puestos a criticar algo, lo único incómodo es escucharlo putear al Doc, siempre afecto a usar una verba sofisticada y culta, como si de pronto se hubiese vuelto una especie de barrabrava de Nueva Chicago. Son tres o cuatro puteadas en toda la obra, pero están MUY fuera de lugar, por lo menos en boca de este personaje.
El dibujo está a cargo de un grosso del que se habla poco, con total injusticia. El español Marcos Martín es un dibujante completísimo, de enorme versatilidad, de increíble destreza para la narrativa y además dueño de un trazo realmente vibrante, intenso, siempre listo para transmitir y potenciar las emociones que propone el guión. Acá su trabajo está al nivel del que le vimos en Batgirl: Year One, y eso es un elogio de acá a las dimensiones fumancheras por las que viaja el Tordo. Hay sutiles homenajes a Ditko, que funcionan maravillosamente, y a un montón de otros dibujantes que pasaron por la serie (Frank Miller, Brett Blevins, Mark Badger, Paul Smith) más algunas cosas que nos recuerdan a Javier Pulido, o a Darwyn Cooke. Martín revuelve la coctelera, recita un par de conjuros limados, y de ahí sale algo muy, muy atractivo a la vista y totalmente funcional al relato. El colorista es otro notable autor español, Javi Rodríguez, que se complementa inmejorablemente con el dibujo de Martín.
Probablemente gracias a la inmensa popularidad de Brian Vaughan, muchos lectores hayan conocido al Doctor Strange gracias a esta miniserie. Y sí, si sos fan de Vaughan esto te va a gustar, y mucho. Pero la recomendación también va en sentido contrario: si sos fan del Hechicero Supremo y querés leer una gran historia con acción, misterio, hechizos y algunos toques románticos y humorísticos (posta, nunca hubo mejores chistes en un comic del Tordo), esta no tiene nada que ver con las clásicas de Stan Lee, Steve Englehart o Roger Stern, pero igual está espectacular y es sumamente respetuosa de todo lo anterior. Vintak Rvv Krn!
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