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lunes, 22 de febrero de 2010
22/ 02: WAR MACHINE Vol.1
Si sos de los que se divierten hinchando por los malos y se preguntan cómo sería el mundo si estos finalmente ganaran, no busques más. Todo lo que publicó Marvel entre el final de Civil War y el final de Siege es exactamente eso: un mundo en el que ganaron los malos. Primero los fachos, que son malos pero dentro de la ley, y ya cuando arranca el Dark Reign, directamente gobierna Norman Osborn, el Green Goblin, un psicópata hijo de puta culpable de innumerables crímenes de lesa humanidad. El Capitán América -símbolo de todo lo bueno que EEUU podría ser en las manos correctas- está muerto, y el pulenta es el capo de una megacorporación, que en sus ratos libres es supervillano. O sea que la mano viene tan dark que hasta Iron Man, sucio traidor que rifara las libertades y derechos de sus colegas por bancar una ley fascista del nefasto George W. Bush, tiene que pasar a la clandestinidad cuando sube Osborn.
En ese contexto en el que los héroes se desdibujan y los villanos tienen la manija, aparece esta serie regular de War Machine, protagonizada por Jim Rhodes, el Iron Man del Nacional B, siempre más violento y extremo que Tony Stark. Rhodey está convertido prácticamente en un cyborg, pero ni uno sólo de sus engranajes puede identificarse como creado por Stark, para que pueda operar en escenarios de alto conflicto con total impunidad.
Al frente de los guiones está Greg Pak, el pibe que ascendió al Olimpo con la espectacular Planet Hulk. Pero acá está a media máquina (cuac!), o menos. De hecho, los guiones de War Machine son tan chotos que me recuerdan a los de los comics de Image en sus primeros años: páginas y páginas de machaca descontrolada e innecesaria, con una onda excesivamente militarista, infinitos chiches tecno, clones, nano-virus, mega-robots genocidas, diálogos sin onda balbuceados por personajes chatos, cínicos, armados hasta el ojete y que no paran de hacerse los heavies… una bosta, bah. La aparición de Ares (que se queda durante varios números sin sentido ni explicación) es tan patética y aporta tan poco, que me enorgullezco de no haber leído ni uno sólo de los cientos de comics de los últimos años que lo tienen repartiendo hachazos y violencia al pedo. La única escena grossa es la del final, cuando Rhodey se le planta a Osborn y le explica en qué términos está dispuesto a negociar y en cuáles no. El resto, de verdad, da mucha pena. Pareciera que Marvel no aprendió nada de todo lo que le pasó desde la última vez que War Machine tuvo serie propia…
Para tratar de hacer la cosa más llevadera, tenemos a cargo de los dibujos a Leo Manco, que venía de romperla en Hellblazer. Pero olvidate de todo eso, este no es el Manco vanguardista de los ´90 (al que tanto le afanaron Alex Maleev, Jae Lee y un par de estrellitas más), ni el Manco maduro de Hellblazer y los westerns de Ostrander. Acá labura mucho sobre fotos, retocadas en la etapa del entintado, lo cual le resta plasticidad, expresividad y personalidad al dibujo. Otro fuerte de Manco, que son los climas, tampoco están: no los propone el guión, no los realza el color y apenas los insinúa el dibujo. La única secuencia con un clima interesante es un flashback a la infancia de Rhodey y Glenda que, por ser amigo de Leo, me consta que fue la más complicada e incómoda a la hora del dibujo. Manco la rema con una de las armas que jamás le fallan: la narrativa. Por más pedorro que sea el guión, el marplatense siempre encuentra el enfoque más piola y la puesta en página más atractiva, para que todo se entienda, fluya y parezca mínimamente legible. Juega a su favor el hecho de que el guión está MUY al servicio del dibujo, y le da a Leo la chance de meter muchas splash-pages de gran espectacularidad, que obviamente aprovecha para mandarse unos dibujos devastadores. Pero todo el planteo es tan hueco, tan frío y tan cabeza, que no zafa ni aunque te lo vendan como un artbook de Manco con algunos globitos arriba. La serie arrancó con muy buenas ventas, pero en el rubro calidad, War Machine perdió como en la guerra.
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