Mientras el clima se
debate entre un sol tremendo y unos chaparrones cataclísmicos, yo sigo
avanzando con las lecturas y las reseñas.
Arranco en 2014 con una
miniserie de Hulk, convertida en compra obligatoria por estar escrita y
dibujada por el maestro Alan Davis. Al prócer británico se le ocurre una idea
muy atractiva: Charles Xavier se decide a ayudar a Bruce Banner. Tiene que
haber una forma de controlar la furia que atormenta al científico, y el Profe
la va a descubrir. En su esencia, The Man Within es una historia muy nerd, de
dos mentes brillantes, dos capos del intelecto, la ciencia y la tecnología
unidos para que uno de ellos deje de convertirse en el Gigante Gamma. Entre la
tecnología de avanzada que maneja Banner y lo que sabe el Profe de genética,
más sus nada despreciables poderes mentales, esto debería encaminarse. Pero a
Davis se le ocurre que eso así, solito, puede resultarle aburrido al lector que
se acerca a los superhéroes de Marvel para vibrar al ritmo de la machaca, entonces
la complica con la irrupción de más y más personajes, que están básicamente al
pedo. Al Profe lo secunda la formación clásica de los X-Men, reforzada con
Havok y Polaris. Obviamente están de adorno. Con Marvel Girl y Beast (que
suelen ser los más idóneos para soldadear a Xavier), recontra-sobraba. El resto
no aporta nada. Y lo mismo pasa con Abomination y el Leader, los clásicos
enemigos de Hulk. Están ahí para que haya una excusa que le permita a Davis
dibujar esas peleas alucinantes que suele dibujar. El Leader, mal que mal,
tiene algún peso en la trama (y algún buen diálogo), pero tampoco es
fundamental.
Con la machaca estridente
que le proveen héroes y villanos, Davis estira a 80 páginas una idea chiquita
(y linda), y la verdad que está todo tan bien dibujado, que uno se queja de
rompebolas, nomás. Matt Hollingsworth la rompe con el color, siempre muy atento
a los climas por los que transita el guión de Davis, y el británico (junto a su
clásico entintador, Mark Farmer) deja la vida en cada página, ostentando
sublime majestad en cuerpos en acción, expresiones faciales y fondos. Uno ya
sabe que esta historia no va a cambiar nada, porque está ambientada en un
pasado ya lejano (es secuela de la X-Men nº66, de 1970), pero aún así, el
talento y la fuerza de Alan Davis la convierten en una lectura no
imprescindible, pero seguro muy, muy disfrutable.
Menos de un año después de
haber leído el Vol.3, retomo la lectura de Dora, la cautivante serie de Ignacio
Minaverry a la que felizmente le está yendo muy, muy bien. Aquella vez yo decía
“este es el tomo de Dora en el que pasan menos cosas. No hay tramas románticas,
casi no hay momentos de comedia y no avanza en absoluto la cacería de nazis que
Dora había iniciado en los tomos anteriores”. Y bueno, en el Vol.4 (Amsel,
Vogel, Hans) el autor retoma la senda de los dos primeros libros: Dora viaja
por distintos lugares de Europa en busca de las pistas que le permitan meter en
cana a tres criminales nazis, mientras entre bambalinas avanzan tramas que
tienen que ver con la comedia, el romance o el costumbrismo onda Love &
Rockets.
Minaverry narra todo esto
a un ritmo lento, descomprimido, con espacio para la reflexión y la
contemplación de los paisajes, y de nuevo uno siente que para la cantidad de
páginas que leyó, pasaron pocas cosas. Por supuesto es una preocupación menor,
porque se nota una decisión intencional del autor en este sentido, y sobre todo
porque el dibujo es tan bueno, que uno quiere 30 ó 40 páginas más, aunque no
las tramas no avancen en lo más mínimo. Sobre el final del tomo, cuando Dora se
arremanga y en vez de entrevistar a viejitos que sobrevivieron a la guerra se
manda a investigar (como si fuera una espía posta, onda Modesty Blaise) al
temible Kurt Hahn, la tensión crece y la resolución del “episodio” sorprende a
propios y ajenos. Seguramente ese final tendrá consecuencias que veremos en los
tomos futuros.
El dibujo de Minaverry,
como ya dije, sigue en ese nivel descomunal que vimos en el Vol.3. A la fuerte
impronta de Jacques Tardi, sumo ahora la de Jason Lutes, tanto en algunos
aspectos gráficos como en la onda de “narrar lento”. Y de nuevo, no hay Tardi
ni Lutes que dibujen tan hermosas a las chicas lindas como las dibuja
Minaverry. Como siempre llama la atención el realismo meticuloso en los
detalles que se ven en calles, edificios, vehículos, ropa, peinados… Esto es
como teletransportarse al verdadero 1964 y verlo, sentirlo, respirarlo. Y además
hay muchos (pero en serio, muchos) hallazgos en el armado de las secuencias,
que le permiten a Minaverry probar una amplia gama de recursos narrativos,
apoyados sobre todo en los silencios que el autor utiliza para generar estos
climas a veces tensos, a veces relajados, a veces melancólicos. Gran trabajo,
de una madurez y una profundidad notables.
Y no hay más. Veremos si
llego a postear el viernes antes de viajar a la Crack Bang Boom, y si no, nos
reencontraremos a la vuelta, el lunes a la noche… o el martes… o eventualmente.