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lunes, 18 de enero de 2010
18/ 01: METAL MEN
Esta es una de las buenas historias que se desprenden de 52, la ambiciosa saga semanal de DC de hace algunos años. Ahí vimos a Will Magnus pelar mucha chapa, en secuencias escritas por el incomparable Grant Morrison. Como siempre, con las ideas que Morrison descarta, o apenas llega a esbozar, cualquier otro guionista se hace un festín y puede currar años con historias más que decentes. Este es el caso de Duncan Rouleau (se pronuncia Ruló), que acá debuta como autor integral.
Rouleau llevaba varios años ninguneado o incluso resistido como dibujante tercerón del mainstream, hasta que se sacó el Quini 6, el Loto y el TeleKino juntos cuando creó a Ben 10., junto a Joe Kely y sus compañeros del estudio Man of Action. Con Ben 10 Rouleau se hizo millonario –literalmente- de la noche a la mañana y desde entonces no volvió a trabajar en comics, excepto por esta saga de los Metal Men.
La historia gira en torno a Will Magnus y a una especie de secta ancestral, cuyo saber arcano es convertido –casi por accidente- en el avance tecnológico que le permite a Magnus crear el responsómetro, el chiche que le da a los robots marca Magnus vida, razón y la capacidad de elegir y distinguir entre lo bueno y lo malo. Obviamente estos muchachos de milenario e inmenso poder van a querer recuperar lo que es suyo, y otros además intentarán avechuchearle los descubrimientos a Magnus y usar estos nuevos robots con otros fines. Así, Magnus y sus creaciones deberán enfrentar decenas de amenazas, trampas, viajes y paradojas temporales, transformaciones, traiciones y peligros varios, sin perder nunca un cierto sentido del humor, y sin dejar que el lector pierda nunca el sentido de la fascinación.
Impacto tras impacto, combate tras combate, el guión se las ingenia para mantenernos con los ojos muy abiertos de punta a punta, siempre al filo del asiento. El ritmo no decae, los saltos temporales no confunden, la incesante rotación de enemigos no aburre y el hecho de que cada Metal Men tenga su propia personalidad, le agrega mucho jugo a la ya inmensa chapa de Magnus. Su amigovia Helen es otro hallazgo por parte de Rouleau, al igual que la forma en que encara al Profesor T.O. Morrow, villano viejo y baqueteado si los hay.
Mi único punto de disenso con Rouleau, es que el autor se propone explicar todo. Tradicionalmente, el responsómetro (al igual que el Rayo Zeta de Adam Strange o el absorbascom de Hawkman) eran chiches bizarros del Universo DC que no tenían –ni requerían- mayor explicación. En esta saga, Rouleau nos da las bases científicas no sólo del aparatito, sino de cada función, fusión, reacción, aleación, transformación y destrucción de cada uno de los más de 20 personajes con nombre sacados de la Tabla Periódica de Elementos. Así, el lector se ve bombardeado con transmogrificaciones, aceleración de partículas, oxidaciones, corrientes nucleicas y presión de degeneración de electrones, todos términos que a los que nos llevábamos Química a Marzo nos producen flashbacks traumáticos, de esos que nos dejan atrincherados debajo de la cama, aferrados a un fusil y dispuestos a dispararle a cualquier cosa que se mueva al grito de “Vietnamitas de mierda, no me atraparán con vida!”.
El dibujo de Rouleau es excelente, no hay palabras para describirlo. Es dinámico, vibrante, con onda, con la dosis justa de cartoonismo para que no desentonen los chistes, con unas tramas mecánicas alucinantes, un diseño de armas, naves y decorados soberbio y la grandilocuencia justa para lograr que cada splash page sea memorable. Lo complementan dos coloristas a los que jamás había oído nombrar, pero que aportan muchísimo: Moose Baumann y Pete Pantazis.
Finalmente, como en los últimos tiempos DC parece ser la sigla de Desastrosa Continuidad, siempre hay que hacer alguna aclaración en ese sentido. En este caso, señalar que todo lo que le vemos hacer a Will Magnus acá y en 52 es posible porque en Infinite Crisis sacaron de continuidad casi todo lo que se publicó con los Metal Men en los ´90, incluyendo la miniserie de Dan Jurgens, que estaba muy piola y a la que Rouleau le tira un guiño-homenaje en las últimas dos páginas. Duro Metal!
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