Esta especie de novela gráfica de principios de los 80 es en realidad la secuela de otra anterior, llamada El Hombre del Tridente, serializada en su momento en las páginas de la Metal Hurlant española. Esa historia terminaba con la aparente muerte de un peligroso criminal, y la consigna que dispara a esta secuela tiene que ver con la reaparición (en un rol distinto) del trastornado Balthazar Saint-Paul.
A lo largo de casi 60 páginas, la afianzada dupla de Rodolphe y Ferrandez plantea un thriller sin concesiones, basado sobre todo en la intriga y en el ritmo, que es intenso del principio hasta el final. Recién en la página 31 le vemos la cara al verdadero villano y empezamos a descubrir sus motivaciones. Todo lo anterior es un in crescendo en el clima ominoso, en el misterio a la antigua, a medida que el Inspector Raffini y sus aliados exploran y descartan pistas que podrían ayudarlos a resolver el misterio de las siniestras pesadillas que miles de personas sueñan a la vez.
Ese primer tramo, el más difícil, está muy bien manejado y quizás lo único que le falta es meterle rasgos de personalidad más fuertes a Raffini, Thompson y Alfred Saint-Paul. El segundo tramo, con las pistas más claras y el plan del villano más cerca de concretarse, adopta un perfil mucho más aventurero, con persecuciones, tiros, piñas y un círculo que se empieza a cerrar en torno a la misteriosa casa en las montañas. La resolución es verosímil, el costo que pagan los buenos para frenar a los malos no es barato, y el rulito del final es brillante. Sin tetas, sin excesos a la hora de mostrar sangre y muertes medio escabrosas, esta podría haber sido tranquilamente una gran aventura de Blake & Mortimer.
El dibujo de Ferrandez toma como base la línea clara de Edgar-Pierre Jacobs, a la que le agrega toda una serie de maravillosos recursos gráficos que tienen que ver con el hecho de que esta historieta está pensada para blanco y negro, y con otro hecho muy notable, que es que la mayoría de las secuencias transcurren de noche. Ferrandez demuestra cómo un autor de línea clara la puede romper aplicando masas negras, sugestivas, potentes, por momentos más cerca de José Muñoz que de Herge. Aún con esta fuerte presencia de la mancha y las sombras, el equilibrio entre blancos y negros está logradisimo. Para las caras, y sobre todo para las expresiones faciales, Ferrandez se aleja un poco más de Jacobs para encolumnarse detrás de Jacques Tardi. La combinación funciona sorprendentemente bien.
Realmente fue muy placentero reencontrarse con esta dupla y con esta forma de contar historias, muy clásicas desde lo formal, pero con espacio para la sorpresa y para que los autores muestren su impronta personal.
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lunes, 12 de octubre de 2015
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