el blog de reseñas de Andrés Accorsi
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viernes, 11 de agosto de 2023

VIERNES DE CLÁSICOS SEMI-OCULTOS

Hoy también hay reseñas, vengo leyendo a un ritmo un poco más aceptable que el de los últimos... meses, creo. Empezamos en Japón, año 1970, el momento en que Osamu Tezuka está on fire y publica varios mangas oscurísimos y geniales en un montón de antologías, todos al mismo tiempo y todos de gran calidad. Bomba! es un manga que el ídolo publica en una antología básicamente centrada en el shonen, y se supone que tiene que ser una aventura para adolescentes. Sin embargo, las primeras páginas van para el lado del manga romántico: un triángulo amoroso entre una joven y bella profesora del secundario, un profe mala leche y violento y un nene de la primaria que sueña con casarse con la Señorita Mizushima, obviamente cuando sea más grande. Esto evoluciona rápidamente hacia una historia densa y retorcida acerca de la obsesión de Tetsu con la profesora, una fijación irracional que se pone todavía más perturbadora cuando Tezuka introduce un elemento sobrenatural: un caballo fantasma que causa accidentes en los que mueren aquellas personas a las que Tetsu se quiere sacar de encima. El caballo (Bomba) funciona como una especie de Death Note: Tetsu le dice "quiero que muera Tal Persona", y efectivamente Tal Persona muere, en un accidente truculento donde alguien dice haber visto al caballo fantasma. El pibito es consciente del enorme poder que maneja y lo usa sin piedad, en un descenso a las fosas de la abyección que lo llevan a eliminar a sangre fría incluso a sus padres (que muy bien no lo trataban, pobre). De todos modos, no es que Tetsu sea "el villano" y Tezuka plantee el clásico conflicto entre él y un "héroe". Acá no hay buenos, por lo menos hasta que faltan unas 35 páginas para que el manga se termine. A partir de ahí, un personaje intentará rescatar a Testu de este espiral sin fin de muerte y obsesión, en otro volantazo que nunca me vi venir. No quiero spoilear nada del final, simplemente decir que en 144 páginas, Bomba! te lleva a experimentar muchos estados de ánimo distintos, visita tópicos de distintos géneros y guarda siempre un as bajo la manga para que la tensión y la sorpresa nunca escaseen. El trabajo del Manga no Kamisama en la faz gráfica es demoledor. Me imagino las caras de los pibes que compraban la revista Bessatsu Shonen Magazine cuando se encontraron con esto. Acá hay experimentación y expresionismo al palo, en la planificación de las secuencias, en la elección de los ángulos y en la composición de las viñetas. Tezuka juega al claroscuro como nadie y tira magia con el trazo, con la mancha y con la aplicación de los grises. En algún momento se pasa de rosca y dota a algún personaje secundario de expresiones faciales demasiado caricaturescas, mucho más acordes a un manga humorístico que al drama turbio que presenta en Bomba!, pero bueno, recordemos que todavía trabajaba para una revista de shonen. Si te bancás la oscuridad, el enrosque y la total falta de escrúpulos del protagonista, Bomba! te va a enganchar con la arrolladora fuerza del dibujo y con una trama retorcida, donde no todo tiene explicación, pero que te va a poner nervioso y te va a sorprender varias veces.
Salto a Bélgica, para leer un álbum de Comanche titulado "El Prisionero". ¿Qué es esto? Son historias escritas y dibujadas por el maestro Hermann que, debido a su extensión, no entraban en los álbumes comunes. Es lo que los franceses llaman un "hors serie" (fuera de serie). En este caso, con unas ilustraciones magníficas y cinco historietas breves. Las dos primeras se publicaron en 1972, en la revista Tintin Selection, y están claramente pensadas para aparecer en un formato mucho más pequeño que el que eligió Planeta Comic para este álbum. Al agrandar las páginas, tenemos pocos cuadros enormes y el trazo de Hermann se ve más grueso, casi grotesco. A esto sumémosle que (como ya vimos hace un par de años en los álbumes de Yugurta) en 1972 Hermann no dibujaba ni en pedo tan bien como unos años más tarde. De todos modos, la primera historieta (la que da título al álbum) es buenísima. La segunda (Recuerda, Kentucky...) ya no tanto. Después tenemos una historia corta de 1979, publicada en la Tintin Special. Son apenas ocho páginas, pero no están agrandadas, y además acá el trazo de Hermann ya brilla casi como en su mejor momento. El guion también es hermoso, y cuenta una anécdota del pasado de Red Dust y Ten Gallons que no se había revelado hasta ese entonces. Y finalmente, dos historietas de una página cada una, muy locas porque son básicamente chistes con los personajes del Ranch 666. Estas están dibujadas en 1982, cuando Hermann ya la rompía toda. Lamentablemente el álbum no brinda ninguna data acerca de las historietas, las fechas y las revistas donde aparecieron originalmente. Yo las encontré en un artículo de un colega español en Zona Negativa. Una verdadera cagada que se arme un álbum así, de rejunte de material disperso, y no te digan de dónde lo sacaron. Pero si sos fan de Comanche, o de Hermann, muy probablemente desconocieras la existencia de estas historietas, y en ese caso El Prisionero es un gran complemento para tu colección de álbumes del ídolo belga. Si nunca leíste historietas de Comanche y no tenés idea de quién es Red Dust, no recomiendo empezar por acá. Y si no te gusta el western, obviamente tampoco. Este libro es para el fan termo de Comanche o para el fan termo de Hermann. Nada más, por hoy. Ni bien tenga más libros leídos, se vienen nuevas reseñas acá en el blog. Ah, y el domingo no votes a ningún fascista, por favor.

miércoles, 26 de julio de 2023

TARDE DE MIÉRCOLES

Hoy a las 22:30 hs, en el canal de YouTube de Comiqueando, tenemos una nueva emisión en vivo de Agenda Abierta, el programa que conduzco yo, pero en el que pueden participar tod@s l@s que quieran hacerlo. No se lo pierdan, que va a estar buenísimo. Vamos con las reseñas, que de eso se trata este espacio: Arrancamos en 1998, con la edición brasilera de Caatinga, un álbum autoconclusivo escrito y dibujado por el maestro Hermann. ¿Por qué carajo lo leí en portugués? Podría chamuyar y argumentar que se debe a que la historia transcurre en Brasil, pero la verdad es que busqué este libro mucho tiempo, y lo quería tener en castellano o en francés. Finalmente me ofrecieron la edición brazuca y dije "bueno, dale", como prueba de lo fácil que soy. Hermann nos lleva de nuevo al Sertao, a la peligrosa tierra de los cangaceiros, que ya visitamos (por ejemplo) el 13/03/13 de la mano de Danilo Beyruth, o en aquel clásico de Hugo Pratt conocido en castellano como "La Macumba del Gringo", o en "Pier el Corso", del maestro Gianni Dalfiume. Claramente la época (principios del Siglo XX) y el lugar (nordeste de Brasil) son propicios para la aventura, y Hermann no se la quería perder. El resultado es un álbum de 48 páginas, que tiene un único problema: el final es un poco abrupto, como si al maestro se le hubiesen acabado las páginas de golpe, antes de llegar a darle el toque final que redondeara un poquito más la epopeya de Diamantino y Manuel. Toda la gran movida que viene armando Clovis Mendes a lo largo de muchas páginas se desactiva en muy pocas viñetas, en las que lo más importante (el exterminio de los cangaceiros por parte de las milicias estatales) sucede fuera de cámara. No se puede discutir que es un final original: cualquier otro autor nos hubiera mostrado esa masacre con Diamantino y Manuel involucrados de lleno en la acción, dispuestos a dar su vida, y probablemente el álbum hubiese terminado así, con los protagonistas muertos tras el cruento combate. Pero no. Caatinga nos ofrece otro final, distinto, menos predecible y también mucho menos impactante que este que flasheaba yo a medida que pasaba las páginas. En el medio, hay mucha acción y sobre todo mucha violencia. Lo que empieza con una boludez (un pibe pobre le afana una cabra a un hacendado rico) va in crescendo hasta convertirse en un huracán de muerte y sangre que impulsa a Diamantino y Manuel hacia terrenos inciertos, donde van a encontrar más muerte y más sangre. Y además, una causa y un destino, de la mano de estos bandoleros duros, curtidos por un terreno y un clima extremos y despiadados. Los muchachos se van a convertir en hombres, en soldados y hasta en héroes en una cantidad bastante breve de páginas, en las que Hermann maneja con maestría el ritmo del relato. Esto mismo, narrado por Robin Wood en una serie para Columba, tomaría no menos de 15 episodios de 14 páginas. Y por supuesto, como suele suceder cuando hablo de obras de Hermann, lo que más me emocionó es el dibujo del maestro belga. Su puesta en página clásica, su narración cristalina, su anatomía impecable, su trabajo demoledor en materia de documentación histórica y -por sobre todo lo anterior- la magia de sus pinceles a la hora de colorear la historieta. La paleta de Hermann hace que Caatinga pase de ser una buena historieta a ser una maravilla del Noveno Arte. Muy recomendada para los fans del ídolo, o de las buenas aventuras para adultos, en general.
Vamos con una historia gloriosa, pero con final triste. Muy poca gente en el habla hispana conoce (y menos aún escribe sobre) Cul de Sac, una tira humorística creada por el estadounidense Richard Thompson a principios de 2004, para The Washington Post. Al principio eran tiras dobles, como la mayoría de las dominicales, coloreadas con acuarelas. Después, en 2007, Cul de Sac se convirtió en una tira diaria que aparecía en blanco y negro de lunes a sábados y a color (también en formato de tira doble) los domingo, ya no en un solo diario, sino en muchos. Hasta que en 2012, Thompson anunció que dejaba la tira por problemas de salud que terminarían con su muerte en 2016, con sólo 58 años. El año pasado conseguí el libro de 2008 que reúne la etapa original de Cul de Sac, y un montón de tiras de cuando pasa a aparecer en un muy buen número de diarios. Y por si faltara algo, un prólogo de Bill Watterson. Obviamente mi primera reacción cuando empecé a leer las tiras fue "la puta madre, ¿cómo tardé tantos años en descubrir que existía esto? ¿Cómo nunca leí artículos de gente que lo recomendara? ¿Cómo nunca se tradujo al castellano?"... en fin, llo habitual en estos casos. ¿Y por qué esta reacción? Porque Cul de Sac es una tira BRILLANTE. Thompson pone como protagonista a una nena de cuatro años que va al jardín de infantes, y alrededor de ella construye un elenco en el que están sus padres, su hermano, sus compañeritos de sala, su maestra, sus vecinos... de a poco te das cuenta de que todo Cul de Sac (que así se llama el barrio cerrado donde viven Alice y el resto) le brinda al autor material para las tiras. Thompson mezcla con maestría el humor delirante que surge de escuchar hablar a los nenes de cuatro años, con un humor más elegante, más sofisticado, y con sutiles pinceladas de sátira social. No es una tira tan existencialista ni tan mala leche como Pearls Before Swine, ni tan tierna como Mutts, pero tiene cosas de ambas. Estamos frente a un autor muy versátil, que claramente conoce el mundo de los nenes de esa edad, y sabe potenciarlo con el contexto de la familia yanki de clase media, el consumismo berreta, los shoppings horribles de la periferia de las grandes ciudades, el tránsito fuera de control y aquel elemento que Charles Schulz nunca exploró y con el que Quino y Watterson hicieron maravillas: el contraste entre el mundo de los chicos y el mundo de los grandes. No quiero vender humo: si bien ganó un montón de premios (entre ellos un Harvey y un Reuben), Cul de Sac no está al nivel de Mafalda ni de Calvin & Hobbes, pero para lo que son las tiras de prensa en el Siglo XXI, es sin dudas un hito. Thompson tampoco dibuja tan bien como Quino o Watterson, pero su trazo (mezcla de Schulz, Watterson, Patrick McDonnell y Ben Katchor) recontra funciona para lo que nos quiere contar. Y te conquista al toque, sobre todo si empezás por las historietas pintadas con acuarelas, que son hermosas. Obviamente ni bien encuentre más recopilatorios de Cul de Sac, me tiro de cabeza. Y nada más, por hoy. Muchas gracias a quienes pasaron por comiqueandoshop.blogspot.com a descargar la Comiqueando Digital nº7, y a quienes todavía no lo hicieron, los esperamos con un número bestial de 360 páginas y unos contenidos audiovisuales exclusivos de un nivel mortífero. Nos vemos esta noche en Agenda Abierta, el domingo 30 en la MiraCon de Miramar, y volvemos a compartir nuevas reseñas muy pronto, acá en el blog.

sábado, 11 de septiembre de 2021

6 al 12 de SEPTIEMBRE

Otra semana de pocas lecturas, pero bueno, ustedes ya saben… Mucho trabajo, complicaciones, la sanata de siempre. Y también saben que si quieren leer mucho más, se pueden descargar la Comiqueando Digital nº3 en https://comiqueandoshop.blogspot.com/ y disfrutar horas y horas de artículos, secciones, columnas y contenidos audiovisuales exclusivos. Hoy tengo para reseñar dos libros antiguos, y arranco con el Vol.2 de Yugurta, editado en España en 1981, pero realizado por Jean-Luc Vernal y Hermann mucho antes, a fines de los años ´60 para la revista Tintin. Este es el último tomo que dibuja Hermann, pero la serie continuará 14 álbumes más, que no creo que lea nunca. Esta segunda entrega no se separa en nada de la anterior (ver reseña del 21/08/21), pero a mí me atrapó bastante menos, se me hizo más pesada. Me encantó ver a Hermann romper varias veces la grilla de las cuatro tiras por página, para lucirse con viñetas más grandes. Pero si bien visualmente este álbum es más poderoso que el anterior, el relato me resultó más previsible y menos emocionante. Por ahí porque ya conocía a los personajes y a la situación, y la verdad que lo único que podía sacudir ese estado de cosas que planteaba Vernal en el Vol.1 era la confrontación directa entre Yugurta y el Imperio Romano… cosa que sucede, pero de modo intermitente, con escaramuzas, más que con una guerra posta. En el medio, en el tira y afloje entre el orgulloso príncipe númida y los corruptos senadores romanos, la trama se hace protocolar, muy conversada al pedo. Ojo, me parece loable que en una historieta juvenil el guionista se juegue a explicar el “lado B” de los conflictos bélicos, la trama de ambición, poder y codicia que casi no deja espacio para la epopeya. El tema es que no lo hace con la fluidez ni con la pericia que la situación (a mi juicio) requería. Así que me sorprendí “pidiendo la hora” varias veces. Me quedo con el Vol.1, como testimonio de lo más cercano que encontré a un “Year One” del maestro Hermann, y si bien acá el dibujo está un poquito mejor, no me resultó una lectura para nada imprescindible ni algo que se deba recomendar enfáticamente a los fans del maestro belga que siguen este blog.
Me vengo a Argentina, año 1989, porque felizmente conseguí el libro que más me calentaba de los que me faltan de la colección de Grandes Humoristas Argentinos que publicó Hyspamérica en aquellos días hiperinflacionarios. “No le veo la gracia” recopila una enorme cantidad de chistes de una sola viñeta y unas poquitas historietas de una sola página del maestro Manuel Peirotti, más conocido como Peiró. A diferencia de otros libros de esta colección en la que se agrupaba material de distintas épocas, que nos permitían ver distintos estadíos en la evolución del autor, el de Peiró ofrece un contenido muy, muy homogéneo. No hay un solo chiste que te haga suponer “esto es mucho más antiguo que el resto, esto es de los inicios de la carrera de Peiró”, o cosas por el estilo. Si te dicen que Peiró dibujó todos estos chistes en el mismo año, te lo creés, tranquilo. Obviamente no es así: el material está realizado a lo largo de (aventuro yo) toda la década del ´80. Pero arranca en un nivel altísimo y se mantiene así, durante todo el libro. Son casi 160 páginas, algunas con un solo chiste, otras con cuatro chistes, o sea que la cantidad de gags es brutal. Y la efectividad, altísima. Me reí fuerte muchas veces. Lógicamente, algunos chistes hoy atrasan un poco (por ejemplo, los del cuarentón pusilánime que la juega de pirata para “escaparle” o para burlar a una esposa gigantesca y con cara de déspota, ya quedaron muy atrás), pero no son muchos. Tampoco hay una gran cantidad de chistes anclados a una coyuntura que hoy no se entienda: en general casi todos los temas de los que se reía Peiró en los ´80 hoy siguen bastante vigentes (para bien y para mal). Y donde mejores resultados obtiene el cordobés es en el humor negro, macabro, filoso, con exquisita mala leche. Esos chistes, y los que juegan a extremar por medio del grotesco las miserias económicas y morales de los argentinos, me causaron mucha gracia. Por supuesto que aunque no me hubiese reído nunca en todo el libro, igual lo recomendaría, por la calidad desorbitada de los dibujos. Peiró es un dibujante perfecto, dueño de un trazo preciso, personal, brillante, que le permite descollar tanto en el humor gráfico como en historietas de corte más dramático. Su manejo de las manchas, las arrugas de la ropa, los detalles que observa y reproduce, las expresiones de las caras, el trabajo en fondos y objetos… todo está muy por encima de la media de los típicos cuadritos que cuentan un chiste en una única viñeta. Si tenés Córdoba Blues (y si no, compralo hoy mismo), ya tenés la mitad más aventurera del Peiró más grosso, que fue el de los ´80. Y con No le veo la gracia, completarías la otra mitad, la mitad más volcada al humor. No te digo que cierro ahí, porque faltan recopilar varias historietas humorísticas realizadas por el ídolo en los ´80. Pero con estos dos libros, me armé un combo devastador. Nada más, por hoy. Será hasta el finde que viene. Gracias por el aguante.

sábado, 21 de agosto de 2021

16 al 22 de AGOSTO

Bueno, esta semana leí bastante, no sé si mucha cantidad, pero seguro bastante variado. Empecé con Yugurta, una serie de aventura histórica realizada por Jean-Luc Vernal y el maestro Hermann para la revista Tintin, allá por 1967. Es una historieta clásica, con mucho sustento en la historia real de los pequeños reinos del norte de África en los tiempos del Imperio Romano y las Guerras Púnicas. Una historia de honor, lealtad y coraje, contada de manera muy tradicional, con páginas que nunca bajan de las 10 u 11 viñetas, mucho rigor en la documentación histórica, sin chistes, sin tramas románticas, sin personajes femeninos, con bastante acción pero poco énfasis en la sangre. No me aburrió principalmente porque me encontré con unas cuantas secuencias mudas, en las que estos príncipes, caudillos y dignatarios imperiales se callan un poco la boca y dejan que el dibujo conduzca el hilo de la narración. Y el dibujo es muy bueno. Hermann está todavía muy verde, le falta muchísima sopa para ser el Hermann de Comanche, o sea que está a años luz del Hermann de los ´80 en adelante, que es el que a mí más me gusta. Pero la jerarquía se le nota más que la inexperiencia. El belga sabía que estaba haciendo sus primeros palotes, y para asegurarse de no pifiar, optaba por el camino más seguro: chorearle al maestro Jijé, al capo indiscutido de aquella época al que copiaban todos los muchachos que se volcaban a los estilos vinculados a la aventura realista. El resultado es ese: un Hermann embrionario que se disfraza de Jijé y le da a Yugurta una impronta para nada personal, pero sí muy efectiva. Tengo el segundo álbum, también pendiente de lectura, y creo que Hermann solo dibujó esos dos. Cualquier garrón que haya que comerse en materia de guiones, está ampliamente justificado por el atractivo de ver en primera fila los inicios de este monstruo sagrado del dibujo y la narrativa, que hoy sigue vigente con sus 81 enormes años.
Me voy a Italia, al año 1996, cuando se publica el 30º tomito de 96 páginas de Cybersix, con una nueva novela gráfica completa de la superheroína-androide-vampiro-transexual. Esta entrega tiene la particularidad de que en los créditos solo figuran Carlos Trillo y Carlos Meglia, con lo cual se puede suponer que esta vez la dupla produjo estas 96 páginas sin asistentes, ni en el guion ni en el dibujo. Eso hace a “Bella Senz´Anima” una historieta 100% atractiva… hasta que la leés. Ojo, no es chota. Comparada con muchas de las que vimos hasta ahora, es una buena novelita de Cybersix. Pero sigue sin acercarse al nivel que tenía la serie cuando Trillo y meglia producían solo historias cortas de 12 páginas. Acá el principal problema es que el argumento daba para… una historia corta de 12 páginas, 16 con la mejor voluntad. Y la decisión de estirarla a 96 hace que Trillo le agregue un sinnúmero de escenas muy predecibles, que están narradas con onda y oficio, pero que podrían tranquilamente no estar. ¿Qué logra con esta estirada brutal? Que los verdaderos protagonistas de la aventura, que son el ángel Azrael y el demonio Shaitan (ambos de infinito poder), no se ajusten al clásico estereotipo y ganen en complejidad y profundidad. Y nada más que eso. El conflicto central, en el que ambos se disputan la afiliación de Cybersix a un bando o al otro, se resuelve en menos de 10 páginas, que ni siquiera son las más divertidas. O sea que, de verdad, la estirada del argumento daño seriamente al guion. Por suerte el dibujo es espectacular como pocas veces, con Meglia desencadenado, prendido fuego, dispuesto a demostrar quién es el dueño de la magia visual que tantos otros dibujantes trataban de reproducir en los episodios que el quilmeño “tercerizaba”. En algún momento, el tedio le gana a Meglia y el nivel de descontrol baja un poquito. Pero las primeras 30-35 páginas son un despliegue de talento e imaginación al filo de la maravilla. Solo por eso, “Bella Senz´Anima” entra entre los mejores libritos de esta colección, eternamente inédita en castellano.
Y termino en España, donde entre 1996 y 1997 el gigantesco Carlos Giménez se relaja un toque y produce las siete historietas contenidas en Sexo y Chapuza Vol.6: Talla Especial. Estas son comedias costumbristas, sin elementos fantásticos, sin política, sin pathos. Es simplemente Giménez en plan de joda, dedicado a narrar con su línea versátil y preciosa breves anécdotas que le cuentan sus amigos, ya sea Enrique Ventura, Miguel Fuster, o algún otro. Las anécdotas de Fuster las cuenta a través de un personaje llamado Miguel, un loser al que su mujer lo abandonó y desde entonces se dedica al escabio y al sexo con prostitutas. Y para las otras, crea a los amigos Edu, Pablo y Leo, tres jóvenes alzados dispuestos a casi todo con tal de ponerla. Obviamente no todos los guiones son igual de buenos. Hay un par MUY buenos y un par meh. Y el título no es humo: en todas es importante el sexo y la joda. Hay diálogos muy graciosos, personajes bien delineados, situaciones al límite, y en general se hace todo muy llevadero porque las historias son cortas, como deben ser las anécdotas para que funcionen. Y –ni hace falta decirlo- está todo tan pero tan bien dibujado, que las historias podrían ser infinitamente más pedorras, y aun así estaríamos hablando de un libro que vale la pena tener. El dibujo de Giménez y su intuición para armar las escenas, elegir los encuadres y ponerle un tempo narrativo a cada uno de estos relatos son sencillamente perfectos. No hay fisuras, no hay “peros”, no hay improvisación. Hay un maestro totalmente afianzado en un oficio que domina como nadie, y que no tiene problema en dar el 100% de su talento incluso para contar historias “menores” de borrachos patéticos y borregos alzados. Genio absoluto. Y nada más, por hoy. Sigo laburando con tutti para que pronto puedan descargar el nº3 de Comiqueando Digital en https://comiqueandoshop.blogspot.com/. Gracias y hasta el finde que viene.

martes, 19 de noviembre de 2019

MARTES TRANQUI

Pasó Dibujados y ahora arranca la cuenta regresiva rumbo a ColossusCom, en Catamarca, próximo evento en mi infinito cronograma. Previo a eso, tengo un par de días bastante movidos, pero siempre hay un ratito para reseñar un par de brolis.
Empiezo con El Coyote, un álbum de 2016 en el que vuelven a colaborar la dupla integrada por el guionista Yves H. y su papá, el legendario maestro Hermann. Obviamente lo primero que llama la atención es lo espantosa que resulta esa portada, que encima se parece poquísimo a la de la edición francesa. Algún día entenderé por qué ECC se dedicó con tanto ahínco a publicar las grandes obras de Hermann… y a hacerle mierda las portadas.
El Coyote es un relato de sueños aplastados por una realidad cruel, injusta, sórdida, en la que no se cuelan ni cinco centavos de esperanza. Un mundo post-apocalíptico plagado de gente que quiere sobrevivir, emigrar a un lugar mejor, volver a empezar… y de gente que se aprovecha de la desesperación del prójimo para hacer su negocio, por supuesto manchado de corrupción y sangre de inocentes. Creo que el principal logro de Yves H. es la construcción de este mundo, esta atmósfera, esta sensación agobiante de que en un entorno que se ve bastante real y cercano, de pronto pasan todas estas cosas extrañas, angustiantes, truculentas. El personaje central (Sam) no me resultó particularmente carismático y los villanos son tan hijos de puta que por bien que los escriba Yves H., no se los puede redimir. Así que me quedo con eso: con el clima entre enrarecido y asfixiante y el ritmo de la historia, que es totalmente hipnótico.
Si venís siguiendo este blog hace un tiempo, habrás notado que sigo en forma incondicional a esta dupla y que en cada álbum encuentro cosas distintas que me atrapan y me dejan muy cebado. Eso habla de la gran versatilidad, sobre todo del guionista. Su papá,  dentro de todo, no cambia tanto de un álbum a otro. En todo caso acomoda la paleta de colores para plasmar mejor los distintos climas, pero al nivel del dibujo y la puesta en página, siempre tenemos al Hermann maduro, consagradísimo, ese capo que sabe darle a los relatos de aventura y violencia esa pátina de sofisticación tan linda, y que –cuando su hijo se lo permite- se pone la historieta al hombro con unas secuencias mudas que te hielan la sangre. Recomiendo a full El Coyote y ni bien vea más libros a buen precio, voy por más Yves H. y Hermann.
Hace relativamente poco (el 01/08/19) me tocó leer el Vol.2 de Manta y ya tengo leído también el Vol.3 de esta notable serie escrita por Jonathan Crenovich y Martín Mazzeo. Comparado con el Vol.2, este es un tomito en el que pasan menos cosas: la trama va más para el lado de la investigación que para el de la acción, como para mostrarnos en detalle cómo se va complicando el entramado de negocios turbios y muertes que le cagó la vida 20 años atrás a Santiago, el taciturno protagonista de la saga. El ritmo más pausado le da a los guionistas el espacio necesario para desarrollar como corresponde a los personajes centrales (Santiago y su amigo Manuka) y para cocinar a fuego lento un subplot que de a poco se va poniendo espeso. Una vez más, el punto más atractivo de toda esta entrega son los diálogos, afiladísimos y sumamente disfrutables, al punto de que puteás cada vez que aparece una secuencia muda.
Esta vez, Mazzeo y Crenovich tuvieron menos suerte con el dibujante. En lugar del correcto Ignacio Lázaro (al que vimos bancar los trapos muy decorosamente en el Vol.2), acá tenemos a su hermano, Matías Lázaro, que me gustó bastante menos. Matías tiene inconsistencias muy marcadas, como si en una viñeta quisiera dibujar como Jok y en la de al lado como un dibujante del under yanki y en la siguiente como Bryan Hitch. No se ve un criterio estético uniforme, más allá del color, que está muy bueno y también es obra del dibujante. Tiene momentos en los que repite mucho los planos y otros (pasado el primer tercio del librito) donde se juega más y sorprende más con la elección de los enfoques y el armado de las secuencias. Así como está, es un trabajo aceptable, pero me temo que esto mismo en blanco y negro mostraría de modo más elocuente unos cuantos problemas que ojalá Lázaro logre solucionar a futuro. Por suerte, el Vol.4 de Manta lo está dibujando Nicolás Brondo, una garantía absoluta en materia de solvencia gráfica y narrativa.
Y bueno, eso. Sigo enganchado con esta conjura cada vez más bizarra, ambiciosa y valiente, que andá a saber para dónde puede llegar a derivar. En este tomo Crenovich y Mazzeo nos revelan tantas cosas que eran totalmente inimaginables leyendo los dos primeros, que no me animo a presagiar ninguna resolución sin arriesgarme a quedar como un nabo. Si todavía no te subiste a la saga de Manta, metele pata, no te quedes afuera que está muy buena, posta.

Nada más por hoy. Gracias a todos los que se acercaron a saludar en Dibujados y seguro habrá un post más antes del viaje a Catamarca. Keep tuned.

martes, 12 de febrero de 2019

MARTES MIXTO

Mientras el calendario me recuerda que faltan siete partidos para que Racing salga campeón y 10 meses para que se termine el gobierno más cínico que me tocó padecer en vida, sigo adelante con las lecturas.
Una vez más, el fanatismo incondicional por algunos autores me jugó una mala pasada. En una librería de EEUU vi un libro de Hermann que no tenía (y que no sabía que existía) y como estaba regalado, lo agarré sin siquiera mirar una página de adentro. Se trata de la edición en inglés (aunque realizada en Eslovenia) llamada Hey, Nick! Are You Dreaming?, bizarra traducción de una serie que en Bélgica y Francia se lama simplemente “Nic”. Nic es una obra de Hermann apuntada claramente al público infantil, realizada a principios de los ´80 para el semanario Spirou, junto al guionista Philippe Vandooren, que acá firma como “Morphée” (por Morfeo, el dios del sueño). La idea es básicamente la misma de Little Nemo in Slumberland (de hecho, el homenaje de Hermann a Winsor McCay es bastante explícito) con la diferencia de que los cinco episodios en los que se divide el álbum cuentan un sólo sueño extenso, que se interrumpe cada 8 páginas y se retoma en el episodio siguiente.
La historia es muy pueril, muy lavadita, sin mayores sobresaltos. Y el dibujo es raro por tres motivos: 1) Como ninguna página tiene más de seis viñetas, lo vemos a Hermann dibujar más grande, con más espacios que en los álbumes para adultos, donde muchas veces nos clava páginas de 10 u 11 cuadros. 2) Esta vez Hermann recurre a una línea clara y a los colores planos, dos cosas que siempre le salieron muy bien a Moebius. Y quizás por eso, vemos a Hermann copiar técnicas de entintado del Genio Eterno, al punto que aparecen viñetas que cualquier lector no muy curtido podría confundir tranquilamente con viñetas de Moebius. Y 3) A Hermann no le queda bien disfrazarse de dibujante limpito, bonito, amigable, y mucho menos disfrazarse de Moebius. O sea que, si bien está todo bien dibujado, visualmente esto es un bajón para cualquier fan del maestro belga.
No estoy muy seguro si me queda algún álbum de Hermann en la pila del material no leído, como para empezar a palpitar una revancha. Pero acá, mi fanatismo por este prócer me costó una dolorosa derrota.
Lo de los siete partidos y los diez meses tienen que ver con la idea de que esperar con ansias que llegue algo grosso, muchas veces garpa. Fue lo que me pasó cuando me devoré el tan esperado y tant postergado Vol.2 de El Aneurisma del Chico Punk, continuación del libro que vimos allá por el 04/03/14. En aquel Vol.1, la saga creada por Renzo Podestá arrancaba muy arriba y prometía muchísimo. En este Vol.2, la calidad sube aún más y todo lo que era promesa, se hace realidad.
El Vol.2 de El Aneurisma del Chico Punk me quitó el aliento, me atrapó como pocas veces me atrapó un relato. El dibujo me gustó más que en el Vol.1, los diálogos siguen igual de geniales, la interacción entre los personajes está perfecta, las dimensiones que cobran los conflictos son tremendas… Si el Vol.1 amagaba con contarnos una historia de jóvenes a la deriva, con sexo, droga, rock´n roll y comics, acá (sin descuidar nada de eso) Podestá sube la apuesta y se propone narrarnos nada menos que el Apocalipsis. De “recorramos juntos un mundo turbio y crepuscular” a “se nos vino la noche posta, y del mundo no quedó una mierda”. Al igual que el tomo anterior, este termina con un cliffhanger pasadísimo de rosca, que andá a saber cómo revierte o pilotea el autor cuando lo tenga que continuar. Y a diferencia del tomo anterior, cosas que parecían caprichosas, ambiguas, o bizarras por la bizarreada misma, ahora tienen explicación. A veces explicaciones sesudas y extensas, pero que no llegan a aburrir. Nada de lo que vimos pasa porque sí, todo es parte de un plan maestro, llevado a cabo con jerarquía por un Podestá realmente prendido fuego.
Me llamó la atención que aparezcan unas 45 páginas sin entintar, sin ningún motivo aparente. No son un flashback, no son una ilusión, no hay un motivo argumental para cambiar de golpe (y en el medio de la obra) la propuesta visual, pero Renzo lo hace, supongo que porque se le cantaron las bolas. Esas páginas en las que sólo se ve el lápiz también son fabulosas y ayudan a mostrar la increíble versatilidad del autor, lo mucho que puede lograr a nivel gráfico y narrativo sólo con el trazo, sin tinta, sin tramas, sin manchas, ni esfumados, ni témpera blanca, ni efectos de Photoshop. Por supuesto cuando aparece la tinta, el dibujo se ve más terminado, con más contrastes, más profundidad de campo, más énfasis en las texturas. Pero sin todo eso, también se disfruta a full.
Lo insinué en la reseña del Vol.1 y lo afirmo ahora: El Aneurisma del Chico Punk es una Obra Maestra, así, de una. Imposible no recomendarla, incluso a aquel que leyó alguna otra obra de Renzo Podestá y no se fue demasiado satisfecho. Posta, esto está a otro nivel. Y bueno, ahora a esperar años el Vol.3. Si la saga de Nolasco y sus amigos va a seguir mejorando a este ritmo, lo espero 10, 15 años, los que hagan falta.

Y nada más, por hoy. Nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.

lunes, 8 de octubre de 2018

LUNES DE VERANO

Sol, calorcito y un par de lecturas copadas que quiero compartir.
La primera fue una apuesta sobre seguro: Yves H. y Hermann juntos es un combo que rara vez defrauda. Y esta vez, con Old Pa Anderson, ellos también fueron a lo seguro, a algo que les sale obscenamente bien: un thriller asfixiante, con un trasfondo muy fuerte de denuncia social.
Old Pa es un personaje que últimamente se ve bastante en el comic para adultos: un anciano que ya está jugado, que ya perdió todo lo que tenía para perder, que sabe que ya se le pasó la fecha de vencimiento, y –como sólo le queda la vida- no tiene ningún reparo a la hora de apostar fuerte. Por supuesto no es un viejo loco, que sale a matar gente por diversión. Hay una trama de venganza muy espesa, ya que la pérdida más grande que sufrió el protagonista (la de su nieta adolescente) tiene responsables que se creen impunes. Será la misión de este anciano imponer la verdad, la memoria y la justicia… en un contexto muy adverso, porque estamos en los años ´50 o ´60, en el estado de Mississippi y Old Pa es un negro que decide confrontar con los blancos.
Yves H. encuentra el tono perfecto entre el drama social y la acción trepidante, sin romper jamás el verosímil, ni siquiera para que el final sea menos desolador, menos trágico. Creo que… veinte páginas antes del final yo ya suponía el horror con el que nos iba a castigar el guionista a la hora del desenlace. El in crescendo hacia ese final es magnífico, realmente me puso muy nervioso. Y me dejó con un sabor amargo en la boca, tanto que me tuve que clavar un paquete entero de Tentaciones (de chocolate, las de frutilla son intragables).
Breve párrafo para hablar (una vez más) maravillas del papá de Yves H., el maestro Hermann, a esta altura un fetiche de este blog. ¡Qué genio este tipo, Dios mío! La rompe en todas las ambientaciones históricas y geográficas, te mata con los fondos, con los climas, te clava esas secuencias mudas devastadoras, maneja el tiempo del relato con una firmeza pasmosa, sin recurrir a artificios narrativos extraños… Un capo, mal. Ah, y si yo fuera Hermann, le haría llover las cartas documento al impresentable que diseña las portadas para las ediciones de ECC. Al lado de la portada de la edición francesa, la española es un vómito putrefacto de un cura pedófilo borracho, drogado y afiliado al PRO.
La segunda lectura, en cambio, fue una grata sorpresa. La Barranca de la Muerte es la ópera prima de Javier Velasco, y además es una joya. Muy loco cómo lo mismo que a veces no funciona, otras veces sí funciona. Me refiero a la estética que emplea Velasco para contar estas historias ambientadas en el barrio de su niñez. Una línea totalmente despojada, siempre del mismo grosor, donde el dibujo no nos transmite ninguna sensación de climas, ni de profundidad de campo, ni de texturas, donde no existe la perspectiva, los fondos son minimalistas (cuando aparecen), las formas geométricas no se respetan (porque están hechas a mano alzada) y prácticamente no existen las sombras ni ningún tipo de efecto de iluminación. Eso que no le funciona (por ejemplo) a John Porcellino, y hace que sus historietas se vean anodinas, insulsas, sin onda, de alguna manera le funciona a Velasco. Su dibujo tiene algo, un ángel, una chispa, una picardía, que obviamente no tienen todos los dibujantes de línea despojada y minimalista.
El libro ofrece 12 historias de distinta extensión, y para cuando llegué a la cuarta (la más extensa y quizás la mejor) ya estaba totalmente enganchado, ya me era imposible distinguir el mundo de Javier Velasco del mundo real. Mi infancia y la del autor se fueron amalgamando, me empecé a identificar cada vez más con lo que pasa en cada historia. Y me hizo recordar travesuras, peripecias y anécdotas jodidas de mi infancia, que seguramente transcurrió antes que la de Velasco y en otro barrio, pero que resuenan en la memoria cuando alguien que sabe narrar toca la tecla correcta. Para el final de la cuarta historia, yo era un integrante más de la pandilla de Velasco (seguramente uno de los “hermanos Macana”) y estaba ahí prendido, en esos juegos, en esas diabluras, en esas situaciones incómodas como la de la fiesta de la vecinita cheta en la que ponen lentos para que bailen los pibes de 10 años… Fue un trip alucinante, muy emotivo y muy disfrutable.
La verdad que, con ese talento para contar historias, podés dibujar infinitamente peor que Velasco y aún así ser un historietista de la San Puta.
La seguimos pronto. Seguro esta semana hay por lo menos un post más, previo a mi viaje a Rosario para asistir a la Crack Bang Boom.

martes, 18 de septiembre de 2018

MARTES PRIMAVERAL

Hermoso día en Buenos Aires, que coincide con un ratito libre para reseñar un par de lecturas recientes.
Allá por 2003, el sello Dolmen retomó la publicación en España de Jeremiah, la exitosa serie del maestro belga Hermann, que en los ´80 se había publicado en nuestro idioma de un modo un poco errático. Dolmen se manda con una edición espectacular… del Vol.20 de la serie. Y no, no es un “punto de entrada” para nuevos lectores. Hermann no recapitula nada, no dedica ni dos viñetas a explicar quiénes son los protagonistas, por qué hacen lo que hacen, por qué el mundo en el que se mueven está tan cambiado respecto del nuestro… O sea que si nunca habías leído un álbum de Jeremiah (o sí, pero 20 años atrás, como en mi caso) hay muchas cosas que no se terminan de entender.
Y no tengo mucho más para criticarle a este álbum de Jeremiah, en el que Hermann construye una trama muy atractiva, hace buen uso de esta ambientación un tanto extrema, presenta muy buenos personajes secundarios (que dudo que vuelva a utilizar más adelante) y nos conduce a muy buen ritmo a una resolución potente, no exenta de una cierta ironía, que a mí me hubiese gustado ver desplegarse a lo largo de un par de páginas más. Pero de jodido que soy, nomás, para regodearme un poco más en la derrota de los villanos, a los que Hermann nos presenta como unos avechuchos definitivamente irredimibles.
En una aventura clásica franco-belga, con un héroe joven, atlético y fachero, el virtuosismo en el dibujo no es algo fundamental. Puede estar, y si no está, no pasa nada. Pero este es un comic de Hermann, con lo cual la maestría del belga a la hora de ponerle imágenes a su historia es lo que más llama la atención. Inevitablemente, uno termina babeando frente a ese trabajo en los fondos, a esa tridimensionalidad que le pone Hermann al manejo de los planos (sobre todo en las viñetas más grandes)… Las secuencias están perfectamente armadas, las páginas con mucho texto se hacen sumamente llevaderas y por si faltara algo, el ídolo le mete a todo el álbum ese color directo tan característico de sus trabajos recientes. Un color sutil, vibrante, perfectamente pensado para acentuar los climas del guión, con el que Hermann resuelve todos los desafíos en materia de iluminación. No creo que nunca complete los más de 30 álbumes que tiene la serie de Jeremiah, pero como soy muy fan de Hermann y lo encontré muy barato, este tomo se suma a mi colección de buenas aventuras firmadas por el maestro. Por suerte, en el pilón de las lecturas pendientes tengo más material de Hermann.
Este año se editó en nuestro país 155 Simón Radowitzky, la novela gráfica que marcó el regreso a la historieta (después de demasiados años) de Agustín Comotto, autor argentino radicado en Cataluña. Sí, tal como te imaginás, se trata de la biografía de Simón Radowitzky contada en forma de una extensa historieta de unas 240 páginas. Y no, no te imaginás lo buena que está.
Yo sabía muy poco de la vida de Radowitzky. Para mí era “el anarquista judío que mató a Ramón Falcón”. La obra de Comotto me sumó toneladas de información que yo desconocía, y dotó al personaje de una enorme profundidad. De la mano de Comotto, Radowitzky trasciende las fronteras del héroe, del villano, del mito, para convertirse en una persona, compleja y fascinante, pero tan real como cualquiera de los lectores.
El único problema que tiene 155 es que es una historia muy triste, y cuando una historia triste está bien narrada, no hay forma de que la sensación de tristeza no invada al lector. El tono intimista que elige Comotto se tiñe gradualmente de desesperanza, y lo que podría haber sido una epopeya, o un canto al aguante y la resistencia, resulta ser una tragedia, donde incluso los momentos más favorables a Radowitzky y su causa están impregnados de nostalgia, de padeceres y sueños rotos.
Luego de tantos años alejado de la historieta, Comotto no perdió en absoluto la magia a la hora de dibujar. De hecho, no recuerdo trabajos suyos dibujados a este nivel. Y en la narrativa, se lo ve un poco retro, muy clásico para ser un autor que inició esta obra a los 47 años. Me da la sensación de que Comotto “se casó” con los referentes de cuando éramos pibes (noto, por ejemplo, ciertos yeites típicos de Carlos Sampayo), lo cual no está para nada mal, aunque quizás eso le reste atractivo a la obra a los ojos de los lectores más jóvenes… que igual no creo que sepan quién fue Radowitzky, ni les interese demasiado la vida de un anarquista revolucionario que vivió en la primera mitad del Siglo XX.
Claramente esta es una historieta apuntada a un público adulto, cuyo atractivo pasa por un dibujo sobrio, no exento de cierto vuelo poético, una narrativa muy ajustada en la que no hay escenas ni estiradas ni apretadas, y una temática siempre vigente como es la del rebelde que decide confrontar con el sistema, impulsado por un ideal de justicia y libertad para las mayorías. La historia de Radowitzky es conmovedora, inspiradora, y la amargura que me hizo sentir está más que compensada por la alegría que me da tener a Agustín de nuevo activo como autor de historietas, de nuevo dispuesto a hacer lo que mejor hace, que es poner su talento para el dibujo al servicio de buenas historias.
Nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.

martes, 2 de enero de 2018

NOVENA TEMPORADA

Ocho años ya desde aquella primera entrada en el blog, qué lo parió. Una eternidad. Me imagino la cantidad de pibes y pibas que en 2010 no leían comics y hoy sí, a los que jamás se les ocurriría leer reseñas de comics en un blog… la cantidad de blogs que desaparecieron de 2010 para acá… no sé, siento que este espacio pertenece a un mundo que en buena medida no existe más. Pero no lo puedo abandonar, tampoco. Es más fuerte que yo…
Así que acá estamos, con todo listo para arrancar la novena temporada, con la promesa de intentar alcanzar las 120 reseñas en el año y con escasas chances de achicar el delay que tengo entre lo que sale y lo que leo. Un delay a esta altura bastante grosero, producto de mi compulsión por viajar a países donde los comics son muy baratos y traer valijas llenas de libros, con la consigna de “algún día los leeré”. Sin cancherear, debo tener cerca de 400 libros comprados, esperando su turno para ser leídos. Una obscenidad. Pero bueno, trataré de comprar menos este año… ¿Vamos con las reseñas?
El Diablo de los Siete Mares es un díptico (dos álbumes que forman una sóla historia) aparecidos entre 2008 y 2009 en Francia y publicados en 2013, en un único tomo, en España. Una clásica historia de piratas, a la que entré sin dudarlo atraído por las firmas del guionista Yves H. y su papá, el dibujante Hermann. ¿Clásica historia de piratas? Sí, un rato. Después Yves H. agrega un elemento sobrenatural, poco frecuente en las aventuras de corsarios y bucaneros, que son los zombies… o algo bastante similar. De alguna manera, personajes a los que vemos morir resultan estar no-muertos, y a la típica crueldad de los piratas se suma el horror de tener que enfrentarse a cadáveres reanimados en busca no tanto de tesoros como de venganza.
Hay tesoros, hay abordajes, hay náufragos en islas repletas de secretos, tabernas, cofres, galeones, mapas, motines a bordo… No falta nada. Bueno, sí. Yves H. se cuida de que no haya héroes. Hasta los personajes con los que uno más empatiza pisan el palito, se mandan cagadas, muestran los dobleces, coquetean con el lado oscuro. Ese velo de ambigüedad, sumado a una atención por el contexto socio-económico del sudeste de los EEUU en los turbulentos albores del Siglo XVIII, enriquecen notablemente la lectura y hacen que El Diablo de los Siete Mares no sea “una más de piratas mala leche”.
La obra transcurre a buen ritmo, pero la verdad que si en vez de durar 96 páginas se resumía todo en… 64 o 72, salíamos ganando. Lo inmensamente positivo es que son 96 páginas dibujadas por el maestro Hermann a un nivel extraordinario. Ya van muchas reseñas de obras del prolífico autor belga, y nunca me canso de babearme con su talento para el dibujo, el color, la composición de la viñeta, el armado de la secuencia… Este es otro de esos trabajos que lo ponen a Hermann allá arriba. Si lo ves por ahí, embarcate.
Me vengo a Argentina, a mediados de 2017, cuando se publica Fábulas en Viñetas, una antología con 27 historietas muy breves (casi todas tienen sólo dos páginas) en las que autores de varios países de Sudamérica reversionan las clásicas fábulas que todos leímos en la infancia. La única cagada es la estandarización, la regla inviolable de que todo se remate en dos páginas. Hay fábulas que requerían más espacio y otras que se podían liquidar en menos. Por suerte es la única regla rígida en el libro. Fuera de eso, los autores hacen gala de una sana libertad a la hora de adaptar los textos. Así tenemos versiones que se limitan a ponerle dibujos a las fábulas clásicas, otras que las subvierten por completo, otras que las modernizan, otras que ensayan un cambio de escenario y traen los relatos a la Buenos Aires actual… En los distintos juegos que proponen los distintos artistas está lo que hace a este libro atractivo para el lector de historietas.
Y en el listado de nombres que participan, por supuesto, que es francamente imponente. No puedo enumerarlos a todos, pero vamos a tratar de subrayar a los que aportaron las historietas que más me gustaron. Entre los dibujantes, la rompen Guillermo Hansz, Maco, Andrés Lozano, Tomás Gimbernat, César Carrizo, Nico Peruzzo, Juan Caminador, El Bruno, Pablo Colaso y Rodrigo Luján. Entre los guiones, me encantó el de Javi Hildebrandt. En cuanto a duplas, me sorprendió lo bien que funcionan la conjunción entre Rodolfo Santullo y Hurón y la de Alejandro Farías con Diego Greco (una de las que –sin dudas- merecía más páginas). Y entre los autores integrales, quiero destacar los trabajos de J.J. Rovella (como siempre, dando cátedra a la hora de narrar sin palabras), Joni B. y muy especialmente el de Nahuel Sagárnaga, que aportó la historia que más me gustó de las 27. Otra que me gustaría ver desarrollarse en cuatro páginas, en vez de dos, para hacerle justicia a la vuelta de tuerca que le encontró el salteño a la clásica historia de la tortuga y la liebre.
Se supone que Fábulas en Viñetas es un libro apuntado al público infantil, pero la verdad que lo pueden leer y disfrutar los grandes sin ningún inconveniente. Acá hay talento de sobra para conquistar a lectores de cualquier edad, sexo o condición social.
Gracias por bancar los trapos otro año y la seguimos pronto.

miércoles, 14 de junio de 2017

OTRA TARDE DE MIERCOLES

De a poquito va retrocediendo un brote de alergia que me tuvo una noche sin poder respirar (ni dormir) y varios días sin poder mirarme al espejo. Aprovecho, entonces, para redactar las reseñas de un par de libritos que tengo leídos.
Arranco en Bélgica en 2014, cuando la dupla integrada por el guionista Yves H. y su dibujante (y papá) Hermann lanzan Estación 16, otro de esos tomos autoconclusivos con historias fuertes, esas a las que ECC les diseña unas portadas horribles cada vez que las edita en España. Comparás las portadas de la edición francesa con las de la española y los querés ir a buscar con una motosierra. Me da esa bronca visceral, esa furia ingobernable, como cuando escuché la versión de Confortably Numb de Scissor Sisters, allá por 2004. Y es un bajón, sobre todo porque la calidad de impresión es buenísima, el papel y la encuadernación son buenísimos… sólo falta que alguien les explique a los muchachos de ECC que las ilustraciones que se manda Hermann para las tapas se ven mil veces mejor que los adefesios que arma el queso que tienen como diseñador.
La historia es flashera, mal. Es como un episodio grosso de The Twilight Zone, con mucho presupuesto. Si spoilear el argumento, es una típica trama en la que los protagonistas se preparan para intervenir en una situación normal, rutinaria, un mero trámite… y resulta que nada es lo que parece, que el tiempo, el espacio y la realidad se distorsionan caprichosamente y la lógica deja de aplicarse. Yves H. articula todas estas sorpresas y golpes de impacto en torno al horror. El horror de los ensayos nucleares de la Guerra Fría y el horror de una base militar fantasma en el medio de la nada, convertida en una pesadilla radioactiva que no ofrece chances de redención. Es un guión muy bien elaborado, de difícil ejecución, a pesar de lo sencillo de la idea. Y felizmente Yves H. sale muy bien parado de la ordalía.
El maestro Hermann, una vez más, nos demuestra que no hay forma de hacerlo trastabillar en los terrenos de la aventura. El tipo sigue recorriendo épocas históricas, locaciones reales y fantásticas, climas más sórdidos o más sugestivos… y el resultado siempre es el mismo: Hermann te da cátedra y te emociona a la vez con todo lo que pone en cada viñeta y la forma en que construye cada secuencia. Como todo relato de misterio, Estación 16 funciona en buena parte por cómo se te mete en la cabeza, por las cosas que te hace sentir o flashear. Hermann entiende esto a la perfección y logra transmitir con el dibujo y el color sensaciones que tienen que ver con el frío extremo, la desesperación, el abandono, el delirio, el crack que se te produce en el bocho cuando descubrís que la lógica no funciona y que nada es lo que parece. Por supuesto, todo con la belleza clásica de su trazo y su habitual maestría en la composición de las viñetas. Seguramente Estación 16 NO sea la Obra Fundamental de la dupla, pero sin dudas es una lectura más que recomendable.
Me vengo a Argentina, a 2016, para leer el primer team-up entre dos amigos a los que banco a muerte: Alejandro Farías y Juan Bobillo. Se trata de una adaptación al comic de Viejas Ilusiones, la famosa pieza teatral escrita por Eduardo Rovner centrada en la relación entre una vieja de 92 años y su madre de 120. Es una comedia grotesca, donde todo está exagerado al límite y donde abundan los chistes de todo tipo, desde los gags físicos hasta los juegos de palabras. Por momentos, parece una historieta de La Mujer Sentada, de esas en las que Copi nos presentaba extensos diálogos entre dos personajes, bizarros laberintos discursivos que conducían inevitablemente al disparate, nunca al entendimiento. Y eso es lo mejor que tiene Viejas Ilusiones: el foco nunca se desplaza del humor. Hay una trama romántica, hay un conflicto más “de fondo”, pero todo es secundario. Lo importante son los chistes, las situaciones al filo del absurdo.
Farías se las ingenia para darle SU ritmo propio a todo este alud de diálogos desopilantes… pero son demasiados. Cuando una historia es 98% diálogos, el margen de acción de un guionista es muy poco. Me dio la sensación de que el trabajo de Alejandro se limitó a decidir cuánto texto ponía en cada viñeta, que pudo meter poco de su propia cosecha. ¿Y qué pasa cuando una historieta se ve sobrecargada de texto? Se luce poco el dibujo. Los globos de diálogo cobran un protagonismo inusitado, son grandotes, están a full de palabras… y le dan a Bobillo la excusa perfecta para dibujar poco.
Eso es lo peor que tiene Viejas Ilusiones. La forma en que desaprovecha a una bestia como Juan Bobillo. Que obviamente dibuja a unas viejas geniales, bien caricaturescas, esperpénticas, granguiñolescas… pero casi no hay otros personajes, casi no hay acción, casi no hay fondos. Hay un gran manejo de los grisados, hay recursos ingeniosos (sobre todo en el primer tercio del libro) para que veamos algo más que cabecitas hablando, pero estamos lejos de las posibilidades expresivas y sobre todo narrativas del dibujo de este virtuoso del Noveno Arte. O sea que me reí mucho, me divertí un buen rato, pero me quedé con la sensación de que esta no era una obra que requiriera una versión en historieta, sobre todo porque ofrece mu poco margen para el lucimiento de dos autores tan interesantes como son Farías y Bobillo.
Volvemos pronto, con más reseñas.

lunes, 6 de marzo de 2017

ARRANCA UNA SEMANA BRAVA

Arranca una semana brava, con paros, manifestaciones y bardos varios, mientras yo empiezo hoy a dictar un seminario (después de mucho tiempo sin dar clases) y el viernes viajo a Tucumán, a participar del 1º Salón Internacional del Comic de esa ciudad, después de casi tres meses de estar acá, quietito en Buenos Aires. No sé si voy a tener tiempo en estos próximos días para volver a postear en el blog, pero –como siempre- lo vamos a intentar.
Arranco con una deuda que tenía pendiente hace un par de semanas, que era la reseña del otro libro de Rodolfo Santullo editado por Pictus en 2016. Banda de Orcos está pensada como una serie, y esta primera entrega (titulada “Una Razón para Morir”) nos presenta a lo que será el elenco estable, al que veremos desarrollarse (o expandirse, o achicarse) en futuros tomos. La idea es sencilla y muy efectiva: un grupo de orcos llega al campo de una batalla épica, a todo o nada… pero la batalla ya terminó y los orcos perdieron por goleada. Ahora tienen que volver a sus tierras, esta vez perseguidos por tropas del ejército vencedor, sin dejar de lado los peligros típicos del camino en cualquier mundo de fantasía medieval.
Santullo arma una especie de road movie protagonizada por personajes que parecen escapados de un cuento de J.R.R. Tolkien y le pone su sello personal, su típica combineta de aventura clásica con diálogos ingeniosos, situaciones impredecibles y un toque de humor. Siempre respetuoso de los géneros en los que incursiona, el guionista mexicano-uruguayo se esfuerza por dotar a cada pelea de un tinte épico, aunque lo que esté en juego no sea el destino del universo entero, sino apenas la subsistencia de este puñado de parias que no son ni buenos ni malos, y cuyo honor quedó manchado por llegar tarde al combate de sus vidas. Apoyado en cantidades de texto muy moderadas y en la consigna de darle a la trama un ritmo lo más ágil posible, Santullo cuenta una historia sencilla, sin grandes pretensiones, pero que cumple con creces el objetivo de engancharnos con estos personajes y este mundo, al punto de querer leer cuanto antes el segundo tomo.
También contribuye mucho el dibujo de Marc Borstel, autor marplatense de vasta trayectoria en Europa y EEUU, que sorprende con un dibujo detallista y elaborado como el de Salvador Sanz, potenciado por el dinamismo y la fluidez de un Carlos Gómez. Si te gusta la estética académico-realista, te vas a hacer MUY fan de Borstel y vas a limar con las texturitas, los detallitos, la técnica con la que incorpora la referencia fotográfica, además de disfrutar de su impactante manejo de las escenas de acción. Banda de Orcos es una excelente opción para los seguidores de Tolkien y demás autores de fantasía épica, y obviamente para los amantes de la historieta de acción y aventura a todo o nada.
Me voy a Bélgica, a 2015, cuando Yves H. y su papá, el glorioso Hermann, realizan esta novela gráfica autoconclusiva llamada Sans Perdon (traducida por un gallego frutihortícola como “Redención”). Se trata de un western sórdido, mugriento, jodido como enema de chimichurri, pero sobre todo de una historia de amor de un padre a su hijo. Me imagino la emoción que habrá sentido Hermann cuando su hijo le entregó este guión y se me pone la piel de gallina… Detrás de esta historia de violencia, sangre, torturas y vejámenes hay una historia conmovedora de sacrificio, que no sé si redime a Buck Carter de las atrocidades que comete, pero lo eleva como padre y como ser humano. Por las dudas, Yves H. se encarga de que este forajido sin límites se enfrente a un marshall decididamente destestable, un tipo que se ampara en la autoridad que le da la ley para comportarse como un hijo de puta mucho menos redimible que el criminal al que trata de capturar.
Redención es una historia sin héroes, dominada por un clima opresivo, ominoso, más triste que ser hincha de Independiente y estar afiliado a la UCR. Ese clima cobra vida de la mano de Hermann, que acá regresa triunfal a la geografía de Wyoming, donde lo vimos repartir balazos de lo lindo allá por el 14/08/12. Pero este es el Hermann maduro, el que de a poco desenfatiza la línea y deja que el color se lleve el protagonismo y sea incluso el encargado de definir no sólo la atmósfera que circunda a los personajes, sino los propios contornos y formas de los mismos. Hermann maneja la documentación con maestría y nos hace 100% creíbles a estos personajes de rasgos blandos, enchastrados de mugre y sangre, repletos de expresividad. Y encima no se guarda nada a la hora de mostrar escenas de una violencia y una crudeza desgarradoras.
Recomiendo muchísimo esta historieta a cualquier fan del comic adulto, duro, sin concesiones. Entre los mimos que Hermann le hace a tus ojos y las patadas que Yves H. le pega a tu garganta, las emociones están más que garantizadas.
Gracias por estar ahí y ni bien tenga más libros leídos (y un rato para reseñarlos) se viene un nuevo post.





domingo, 24 de agosto de 2014

24/08: AFRIKA

Lo más flojo que tiene esta novela gráfica del maestro Hermann es el protagonista. Dario Ferrer es el líder de una patrulla que recorre la sabana africana combatiendo a los cazadores furtivos. El tipo tiene una sola cosa en la cabeza: su misión, la protección de “sus” animales. Escena tras escena, Hermann nos lo muestra como un macho recio, callado, taciturno, de monolíticas convicciones, sumamente antisocial. En general, este tipo de personajes evolucionan a lo largo de la trama y, cerca del final, se replantean algo, aprenden algo, o dejan aflorar algo de lo que tienen reprimido en su interior. Este no es el caso. A lo largo de estas 52 páginas, Ferrer se ve obligado a trabajar en equipo con una periodista europea que claramente lo incomoda, a la que percibe como una intrusa en “su” jungla, como un obstáculo en su misión. Y así va a ser hasta el final. No esperes que la tensión que se genera entre los personajes se descomprima en un beso, un franeleo o –menos que menos- en un garche. Dario Ferrer es una especie de Punisher, valiente, decidido, lleno de recursos, sin resquemores a la hora de matar, mitad héroe, mitad bomba de tiempo que puede estallar en cualquier momento. Un personaje impasible, que responde a las situaciones extremas que le toca atravesar con medidas aún más extremas, pero sin desviar jamás su curso. Todo el tiempo estuve esperando que, aunque sea en la última viñeta, mostrara un rasgo más humano, una reacción más sensata… no hubo caso.
El resto de la obra me gustó mucho. Las locaciones, la trama, los personajes secundarios (especialmente Iseko y el gordito de bigotes que le quiere buitrear la mujer a Ferrer), los momentos que elige Hermann para detonar las escenas de acción, y sobre todo la forma en la que –cuando menos te lo imaginás- el belga urde una conjura política que rápidamente le suma a la novela una amenaza mucho más heavy que la de los cazadores furtivos. Por supuesto hay que resaltar también el ritmo anti-pochoclero que caracteriza a Hermann, su clásica aversión por la grandilocuencia y la estridencia. Esto queda muy claro cada vez que Ferrer mata a alguien y sobre todo en la secuencia del final, en la que el autor se las ingenia para contarnos… eso que hace Ferrer (perdón por no explicitarlo, pero sería un spoiler demasiado brutal) sin mostrarnos absolutamente nada. Podría haber sido, lejos, la secuencia más impactante de la novela, pero Hermann prefiere no graficarla y eso hace que cada uno de nosotros la imagine en su mente de una manera única e irreproducible, acaso más tremenda de lo que la imaginó el autor a la hora de pensar el argumento.
Esta es una obra de 2007 y a nivel gráfico no se diferencia mucho de otras obras Hermann del mismo período que ya vimos en el blog. Por ende, en vez de repetir conceptos, recomiendo hacer click en la etiqueta del autor y repasar las reseñas anteriores. No las de Comanche, que son obras de los ´70, cuando el dibujo de Hermann era muy distinto, sino cualquiera de las otras. Acá se suma la novedad de ver al maestro abordar los majestuosos paisajes de Africa y dibujar lugares y animales que nunca antes le habíamos visto dibujar, siempre en su estilo sobrio, realista, con espacio para rostros muy expresivos, y apoyado en una narrativa impecable y un trabajo magnífico con el color, hecho totalmente a mano.
Sigo sin tirarme de cabeza sobre las series más extensas de Hermann, pero cada vez que veo una de sus novelas breves, autoconclusivas, entro sin dudarlo. Por ahora, no me clavé nunca. Si sos fan de la aventura en parajes exóticos, con un tono muy realista en el que jamás se rompe el verosímil, sospecho que Afrika te va a gustar.

jueves, 4 de julio de 2013

04/ 07: RODRIGO

No, no es la biografía del Potro. Es una novela gráfica de aventura histórica, escrita por Yves H. y dibujada por su padre, el maestro belga Hermann. La última vez que reseñé una obra de la dupla cerré con la promesa de revisitarlos en la segunda mitad del año y acá estoy.
Los protagonistas de la historia son Rodrigo De la Vega y su padre, Don Joaquín, nobles caballeros de Castilla, en eterna lucha contra los moros, más precisamente contra el califato de Granada, que se extendía a lo largo de buena parte del sur de España, allá por el año 1325, que es el que elige Yves H. para ambientar la novela. Hay aliados, enemigos, traidores, vasallos y majestades, y por supuesto hay sangrientos combates bajo el inclemente sol ibérico. Sin embargo, Rodrigo no se queda en la epopeya bélica con toques de intriga palaciega. Al guionista le interesa tocar dos temas más, que desarrolla con maestría y que le agregan muchísima sustancia al relato.
Por un lado, el choque entre las culturas. En Castilla todo es típicamente español, pero cuando los De la Vega llegan a Córdoba, se encuentran con una ciudad fastuosa, en la que conviven las tradiciones arquitectónicas cristiana, judía e islámica. ¿Qué pasa acá? ¿Por qué parece deseable exterminar a una cultura capaz de generar este tipo de expresiones artísticas? El que le mete fichas por ese lado a Rodrigo es el Padre Miguel, un sacerdote católico fascinado por la sabiduría de los moros, y a la sazón un personaje secundario deliciosamente construído por Yves H.
El otro tema que le disputa el protagonismo a la guerra entre los súbditos de Alfonso XI y los ejércitos de Rachid Al-Mu´ayyad es el del verdadero origen de Rodrigo. ¿Serán ciertos los rumores que dicen que su madre es estéril y que su padre se apropió de un bebé encontrado en un campo de batalla? ¿Por qué nadie responde a las preguntas que se hace este joven, destinado a suceder a su padre como señor de Castilla? Finalmente, las respuestas van a llegar y van a impactar, sobre todo por el giro que Yves H. le dará –a la hora de la verdad- a Esteban, el hermano de Don Joaquín a quien vimos como villano durante toda la novela. Tres páginas antes del final, Esteban dejará de ser un estereotipo gastado de noble ambicioso e intrigante y cobrará una tridimensionalidad increíble.
Y mirá qué limado: también cuando faltan cinco páginas para el final, nos enteramos de que esto, que a priori era un tomo autoconclusivo, está integrado a la inmensa saga de Las Torres de Bois-Maury, ese extenso serial del cual Hermann escribió y dibujó 10 tomos entre 1984 y 1994. Pero hete aquí que a partir de 1998, Hermann se lanzó a producir cinco álbumes más, ahora titulados simplemente “Bois-Maury”, en los que narra historias autoconclusivas, protagonizadas por distintos descendientes de Aymar, el personaje central de La Torres... A partir de este tomo (de 2001), su hijo se sumó como guionista, con lo cual Rodrigo (a veces considerado el Vol.12 de la saga de Bois-Maury) marca el debut de Yves H. en el universo de ficción creado por su padre. Lo mejor es que este tomo se puede disfrutar perfectamente sin tener la menor idea de lo que sucede en los álbumes anteriores.
Bah, no. En realidad lo mejor son los dibujos de un Hermann brillante, afiladíismo, al nivel de sus mejores obras de este milenio que son las que incorporan (con magníficos resultados) esa técnica de color alucinante, que tanto me deleitara en las otras obras de la dupla que me tocó reseñar. Acá el belga se fuma un puñado de páginas con muchísimo texto y algunas en las que tiene que dibujar 10 cuadros muy chiquitos. Pero por suerte tiene también páginas de cuatro o cinco cuadros, o páginas de siete que acomoda para meter una viñeta gigante y varias chiquitas. Entre una cosa y otra, no faltan oportunidades de que Hermann despliegue todo su arsenal de recursos pictóricos y narrativos, entre los que se destacan su increíble trabajo en los paisajes y decorados, el ritmo en las escenas de acción y los climas que logra en los flashbacks y sobre todo en las secuencias oníricas, que son definitivamente memorables.
No conozco muchas historietas históricas ambientadas en la guerra entre cristianos y moros en España, más allá de aquella gloriosa versión de El Cid realizada por Antonio Hernández Palacios. Así que si sos fan de este género, te recomiendo sin dudas Rodrigo. Si sos fan de Hermann o de la saga de Bois-Maury, ni hablar. Lo tenés que tener YA, porque se trata de uno de los puntos más altos de la epopeya medieval que consagrara mundialmente al cada vez más grosso maestro, fruto de la cautivante alquimia que logra cuando trabaja con su hijo. Papa muy fina.

lunes, 25 de febrero de 2013

25/ 02: ZHONG GUO

Vuelvo a encontrarme con el maestro belga Hermann Huppen (de acá en más, Hermann a secas) y su hijo Yves (de acá en más Yves H.), quien oficia de guionista en esta prolífica y exitosa dupla. En esta novela gráfica, padre e hijo nos llevan a la China del futuro para contarnos una clásica historia de espionaje, condimentada con elementos de ciencia-ficción.
Esta vez, las 52 páginas le alcanzan perfectamente a Yves H. para desarrollar la trama. De hecho, se da el lujo de escribir varias y muy intensas secuencias mudas, en las que se luce a pleno el talento de su padre, dibujante y narrador de calidad superlativa. Como en tantas historietas de misterio, en las últimas páginas habrá que aclarar verbalmente varios puntos oscuros de la trama y aparecerán algunos soliloquios un poco más extensos, pero nada que se compare ni remotamente con los masacotes de texto que vimos en La Chica de Ipanema.
En un tono sobrio, sin las estridencias típicas de las películas de James Bond, Yves H. nos mete en medio del típico enredo diplomático: un espía chino, que supuestamente robó datos confidenciales, pide asilo en la embajada de EEUU, donde nunca va a estar del todo seguro, porque hay infiltrados que responden a los servicios de inteligencia chinos, a la mafia de las tríadas y a la propia CIA que –como siempre- tiene su propia agenda. El primer tramo de la novela parece concentrarse en cómo Wang Li Fang zafa de sus captores, pero con el correr de las páginas, el guionista desplaza el foco hacia el agente Ditto, un ser clonado numerosas veces (incluso por distintas facciones), que intentará desenredar esta siniestra red de conjuras que intoxica, corrompe y lleva al límite del protocolo a las relaciones diplomáticas entre China y EEUU.
Por suerte el tema de las identidades y las lealtades volátiles (algo frecuente en el género del espionaje) no complica innecesariamente la comprensión de la trama. Que -en rigor de verdad- es más bien sencilla, a tal punto que muchas de las secuencias de acción parecen estar puestas por Yves H. simplemente para sacudirnos un poco, para asegurarnos de que no nos aburran el protocolo y el chamuyo. El hecho de que haya clones, autos que vuelan y chiches tecno del futuro también hace su aporte a la espectacularidad y a la tensión dramática de algunas escenas. Sin ser una maravilla, el guión está bastante bien y se hace sumamente llevadero.
Y como siempre, lo que manda al libro a la pila de los imprescindibles es el trabajo de Hermann al frente de los dibujos. El maestro aprovecha a full las secuencias mudas, las secuencias oníricas, las escenas en las que la acción le roba el protagonismo al protocolo, esos momentos tensos de interrogatorios, aprietes y torturas, las persecuciones por esta gigantesca urbe china del futuro, las escenas en mansiones y oficinas de lujo, para variar radicalmente la paleta de colores, para acompañar cada cambio de secuencia con cambios muy notables (y siempre acertadísimos) en la iluminación y sobre todo en las tonalidades del color. Todo a manopla, eh? Acá no existe el photoshop, ni ningún chiche informático. Los fondos, laburadísimos y omnipresentes como en toda novela pensada para el público franco-belga, están todos dibujados, hay cero foto retocada. Las armas, vehículos, laboratorios, rascacielos y hasta celulares ni siquiera están basados en fotos, porque al ambientar la historia en el futuro, Hermann los tiene que imaginar. Hay muchos hallazgos en el dibujo del belga, pero creo que me quedo con el de los saltos permanentes en el color, esa adaptación constante de la paleta del maestro a las muchas variantes que le ofrece el guión en materia de climas y locaciones.
Zhong Guo no es LA obra maestra de los Huppen, no cambia la historia ni te dan el diploma de Boludo si no la leés jamás. No obstante lo cual (cantaba el Carpo, que hoy cumple ocho años de gira) se trata de una historieta sólida, potente, convincente y con unos dibujos que te detonan las retinas en fuegos artificiales de placer. Me queda sin leer un libro más de Yves H. y Hermann, pero lo guardo para más adelante, para después de mitad de año.

martes, 19 de febrero de 2013

19/ 02: LA CHICA DE IPANEMA

El título de este álbum no puede ser más frutihortícola. Lo que pasa en la historia no tiene nada que ver con esa famosa canción, de la que apenas se “oye“ un pedacito en la última viñeta, encima en la versión de Frank Sinatra.
Lo importante, obviamente, no es eso, sino que estamos ante una nueva colaboración entre el guionista Yves H. y su ilustre padre, el glorioso Hermann. Ya los habíamos visto trabajar juntos en Manhattan Beach 1957 (allá por Marzo de 2010) y esta obra de 2005 es su cuarta historieta en conjunto (en unos días leo la tercera, que está ahí, pidiendo pista). Este Hermann tiene poquísimo que ver con el que descubrimos en los setentosos álbumes de Comanche: acá el maestro belga ya encontró definitivamente su estilo y lo refinó para crear un sello gráfico indudablemente propio, sin renunciar a su inscripción en el estilo académico-realista. Este Hermann mete más cuadros por página, dibuja a los personajes más redondeados (pareciera sentirse mucho más cómodo dibujando a gordos que a flacos), simplificó muchísimo el trazo y ganó en complejidad y sutileza cuando se lanzó a darle color directo a sus páginas. Un porcentaje muy importante de lo mucho que se disfruta la faceta visual de este libro tiene que ver con cómo Hermann aplica el color, cómo elige la paleta, cómo crea y ejecuta efectos alucinantes en la iluminación, como se pone al servicio de los climas que propone el guión. Este es otro trabajo magistral del belga, repleto de detalles increíbles, personajes muy expresivos, referencias fotográficas muy bien integradas al dibujo, un repertorio amplísimo de enfoques (siempre bien elegidos) y lo que subrayaba recién, un manejo exquisito de las posibilidades que le brinda el color directo.
El argumento que propone Yves H. es sumamente atractivo: una investigación policial absolutamente realista, que respeta al milímetro los procedimientos (más incluso que lo que veíamos en Gotham Central), y que busca esclarecer la muerte de una joven y la desaparición de otra. Ron Chávez, detective de la policía de Los Angeles, llevará adelante la mayor parte de la pesquisa y por supuesto se topará con una intrincada red de impunidad tejida por mafiosos, empresarios encumbrados de Hollywood y gente vinculada a la política. Hasta ahí, todo bárbaro. Los personajes están bien construídos, no hay sacudones ilógicos, el plan B de los villanos está bien planteado, la policía no encuentra pistas de casualidad, cuando aparecen el gore o el grim ´n grittty impactan y estremecen de verdad, se nota que Yves H. estudió la geografía y la sociedad de Los Angeles y sus suburbios... un lujo.
El problema es que la novela gráfica tiene sólo 52 páginas, y el argumento es demasiado complejo para 52 páginas. Así es como el guionista mete groseros masacotes de texto en casi todas las páginas, en los que nos narra secuencias enteras que su padre no dibuja porque no tiene espacio. Incluso avances importantes en la investigación de Chávez y el LAPD se cuentan en esos bloques de texto, además de algunas conjeturas, sensaciones, recuerdos y esas cosas que sirven para meternos más en la mente de los protagonistas. O sea que, aunque te aterren esos párrafos infinitos de texto -que parecen capítulos de El Capital de Marx, con las notas al pie y todo- no te los podés saltear porque te quedás afuera de cosas realmente importantes para la resolución del misterio.
Y así, entre los mega-bloques de texto que escribe Yves H. y las muchas viñetas por página que dibuja Hermann, La Chica de Ipanema llega a un final, que no es para nada el que uno espera. La novela le saca mucho jugo al hecho de que está ambientada en Hollywood, pero el final no tiene nada que ver con el del típico thriller del cine yanki. No quiero contar nada, simplemente destacar la fina ironía del giro con el que, en la última página, los autores le ponen el broche de oro a una historia dura, tensa, 100% verosímil (nadie se sorprendería si estuviera sacada de los diarios) y que sufre un poquito por el hecho de estar caprichosamente comprimida en menos páginas de las que hacían falta para que padre e hijo brillaran en todo su esplendor. En 52 páginas, les salió una historieta buenísima. En 64, no me quiero ni imaginar lo que se podría haber hecho con ese mismo argumento. Mínimo, una obra maestra.