el blog de reseñas de Andrés Accorsi
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martes, 23 de junio de 2020

ENESIMO MARTES

Otro martes en casa, con un par de libritos leídos, como para que no falten las reseñas en este espacio.
Empiezo en Japón, año 1996, cuando el glorioso y aún hoy irreemplazable Jiro Taniguchi publica esta primera mitad de Blanco, una aventura extrema en paisajes a los que el manga en general visita poco. Blanco está ambientada en la tundra, en la frontera entre Alaska y el noroeste de Canadá, un territorio casi despoblado por los seres humanos, agreste, de una majestad sobrecogedora y de un clima que condiciona por completo el desarrollo de cualquier forma de vida. Si seguís a Taniguchi, sabés que al ídolo le encantaban esas ambientaciones, con frío extremo, montañas, animales salvajes… Acá lo vamos a ver en su salsa, como si jugara de local, incluso cuando se trata de un trabajo anterior a su mejor momento como dibujante. Este es el Taniguchi todavía muy barroco, muy pendiente de la línea de Vittorio Giardino y André Juillard, no tan suelto como en otras obras que vendrán después, donde la búsqueda de la síntesis y el amor por Moebius van a elevar aún más el aplastante nivel de su grafismo. Pero acá todavía estamos en la Fase 2 de Taniguchi, y eso se nota sobre todo en los rostros humanos, a los que el maestro no les logra poner demasiada expresión. Parece una joda, pero le salen más expresivos los animales que los seres humanos.
El guión está muy bien. Tiene algunas escenas de corte protocolar que se podrían haber resumido un poco para ganar en dinamismo, pero no se hacen ilegibles, para nada. Es un tomo rico en tensión, en peligro, con unos exabruptos de violencia narrados con una belleza que te hiela la sangre, y con secretos jodidos que, a medida que se van revelando, le agregan espesor al dilema moral que empapa al conflicto central de la obra: la cacería por parte de un montón de tipos armados hasta la chota de un perro muy capo, que parece un perro común, pero es mucho más que eso.
No quiero contar mucho del argumento, porque los tomitos de Blanco andan circulando a buen precio por las comiquerías (por lo menos acá en Buenos Aires) y no le quiero spoilear nada al que los compró hace poco o está por hacerlo. Me quedé bastante manija para entrarle pronto al Vol.2, y ojalá la historia tenga un final feliz. Por como viene este primer tomo, y por haber leído mangas de Taniguchi en una línea similar, lo veo tan improbable como que Independiente salga campeón de algo en los próximos… tres años. Pero hay una esperanza.
Me voy a EEUU, año 2015, cuando empieza la accidentada pre-publicación de Karnak. El arranque no podía ser más auspicioso: Warren Ellis como guionista, Gerardo Zaffino como dibujante. Pero pasaron cosas. Gerardo abandonó el proyecto sin terminar el segundo episodio, los dibujantes que lo reemplazaron (principalmente Roland Boschi) no bancaron ni cerca el nivel de esas primeras páginas, y por si faltara algo, las ideas de Ellis llevaron al personaje tan, pero tan lejos del Karnak al que todo fan de Marvel conoce y venera, que el guión habría funcionado mejor si en vez de Karnak lo protagonizaba un personaje 100% nuevo, llamado Kranek, Krotik o Kropok.
Esta es una saguita de 120 páginas muy, pero muy estirada, con unos niveles de violencia tan pasados de rosca que por momentos se hace intragable, en la que vemos a esta versión irreconocible de Karnak pasearse por distintas locaciones exóticas donde tira frases de filosofía oriental y –sobre todo- mata gente por kilo, sin piedad, sin necesidad, sin el menor resquemor. Hay algunos diálogos filosos, lindos, hay un trabajo más que aceptable en el querido Phil Coulson (lo más parecido a un secundario con chapa que tiene el arquito), y quizás lo más rescatable sea el quinto episodio, donde Ellis rompe durante unas cuantas páginas la lógica de “Karnak avanza de un punto A a un punto B masacrando a todo lo que se interpone en su paso”.
Nada, este no es el Karnak de los Inhumans. Es un clon maligno, o algo así. Nunca fue un personaje con el que fuera fácil identificarse o establecer algún vínculo afectivo, pero acá ya llega un momento en que lo detestás, por soberbio, por manipulador y por asesinar gente a mansalva. Un faux pas de Warren Ellis (hoy expuesto y cuestionado por ciertas conductas de “depredador sexual”) muy manchado de sangre, vísceras y mala leche que no son en absoluto esenciales para que funcione la trama. Y Gerardo (que hoy cumple años) tiene momentos de gran lucimiento, pero también secuencias en las que la narrativa no logra fluir armónicamente, entre todas esas viñetas llenas de machaca, rayitas y tramitas mecánicas. Y aún así está a años luz de los pobres pibes que trataron de reemplazarlo.
Obviamente esto sólo te lo puedo recomendar si sos un/a completista de Ellis o de Zaffino. Si no, cualquiera de los dos te va a ofrecer obras más logradas. Y si te copan los Inhumans clásicos, escapale a esto como si transmitiera SIDA, cáncer, tuberculosis y covid-19.

Nada más, por hoy. Sigo leyendo, así nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.