Otra vez lejos de la aventura y de los elementos fantásticos, la aceitadísima dupla integrada por Steven T. Seagle y Teddy Kristiansen lanza una nueva novela gráfica y es casi inevitable compararla con la anterior (El Cuaderno Rojo, reseñada el 18/06/13).
Genius cuenta la historia de Ted Halker, un chico con una capacidad intelectual asombrosa, que se convierte en pocos años en un físico brillante, con una carrera sumamente promisoria en el campo teórico y de investigación. Pero ahora Ted ya pasó los 40 y hace muchos años que no se le ocurre una idea genial, de esas que cambian el juego y abren todo tipo de posibilidades. De a poco, su crédito entre la elite de los físicos se empieza a acabar, y ahora tiene un hijo adolescente, una nena que apunta a ser una nueva genia y una esposa que padece una enfermedad muy heavy, de esas que requieren MUCHA plata para pilotearla. Si no frota la lámpara pronto, si no saca de la galera alguna genialidad digna de Albert Einstein, Ted se va al descenso, arrastrando a toda su familia.
¿Nombré a Einstein? Mirá qué casualidad: el suegro de Ted, un oscuro policía militar jubilado y postrado hace años en una silla de ruedas, conoció a Einstein en los años ´30 y pasó muchas horas en compañía del seminal científico. Ted intentará por todos los medios sonsacarle a su suegro cierto secreto que una vez le reveló Einstein, convencido de que ahí está el génesis de la idea que le va a permitir recuperar su propio status de genio. No te quiero contar si lo logra o no, porque ahí está el principal atractivo de la novela: en los diálogos afiladísimos entre un Ted desesperado que quiere zafar con una idea ajena y un viejito mal llevado, turro hasta la tumba, que humilla permanentemente a su yerno y encanuta innecesariamente la data que le habilitó Einstein.
Además, hay hermosas secuencias de Ted con su hijo Aron, secuencias en las que Ted flashea que pasea y charla con Einstein y un montón de otras secuencias que ilustran uno de los ejes temáticos del libro: no es lo mismo el saber que la sabiduría. Ted es un monstruo de la física, capacitado para desarrollar cálculos y fórmulas de altísima complejidad, pero hay cosas de la vida diaria, de la relación cotidiana con la gente común, en las que se mueve como un completo inútil. Porque claro, le falta la otra pata, la de la sensibilidad, la picardía, la empatía, la de las cosas que no enseñan los libros.
Con estos elementos, Seagle arma un relato que fluye armónicamente a lo largo de 120 páginas, que nunca se hacen densas ni parsimoniosas, como sí sucedía con El Cuaderno Rojo. Genius tiene otro ritmo, al que no le faltan las pausas ni las escenas pachorras, pero al que le sobra una vitalidad que a El Cuaderno... no le sobraba para nada. El final, que podría haber sido un golpe bajo más maligno que Rodríguez Larreta, es realmente exquisito y nos muestra cómo Ted logra arañar un decoroso empate e incluso replantear su “vínculo” con el fantasma de Einstein, esa sombra inefable contra la que parecen medirse la chota todos los científicos que aparecen en la novela.
El dibujo de Kristiansen es austero, despojado, siempre en ese estilo cercano al de Egon Schiele, pero ya sin esas narices angulosas. Acá las caras están un poquito más redonditas, más “amables”, siempre dentro de una estética dominada por la síntesis. Y también –por qué no decirlo- por una cierta frialdad. El único personaje realmente expresivo, que deja ver sus emociones en su rostro y en la forma de moverse, es Francis, el octogenario suegro de Ted. Los fondos aparecen cuando no queda otra y apenas bocetados, mientras que por atrás de los personajes solemos ver colores y texturas muy elaborados. La narrativa es muy accesible, muy fluída, ayudada por el hecho de que no hay páginas de más de cinco cuadros. Kristiansen acierta también cuando, en las escenas en las que Ted “dialoga” con Einstein, hace desaparecer los bordes de las viñetas. El color también es austero y se basa en una paleta intencionalmente limitada, con engamados que dominan las distintas secuencias. El más logrado es uno en el que predomina el turquesa oscuro, en la escena en la que Ted y Francis pasean por el parque a la noche, donde Kristiansen pela unos trucos cromáticos dignos de Miguelanxo Prado en Trazo de Tiza.
Otra obra rara, sin piñas, ni persecuciones, ni garches, donde dos maestros muy cancheros en lo suyo nos meten en una trama muy real, en la que los diálogos y los silencios acentúan un dramatismo que los dibujos casi se esfuerzan por desenfatizar. Genius no es “un antes y un después” de nada y es probable que Seagle y Kristiansen pelen obras mejores que esta en un futuro cercano. Aún así, es papa muy fina, distinta, impredecible, sumamente recomendable.
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domingo, 23 de febrero de 2014
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