el blog de reseñas de Andrés Accorsi
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miércoles, 13 de julio de 2022

TARDE DE MIÉRCOLES

Hermosa tarde en Buenos Aires, con un solcito muy copado, ideal para sentarse a escribir unas reseñas. Empezamos en EEUU, año 2017, y por primera vez en muchos años, le entro a un comic de Valiant. Creo que nunca había leído nada de los títulos que están en la continuidad, en el universo heroico de la editorial. En este tomo de Ninja-K me encuentro con que supuestamente es un Vol.1, el inicio de una serie del personaje, pero el guion de Christos Gage hace un montón de menciones a cosas que pasaron antes, en otras revistas que no leí. O sea que es un falso inicio, muy vinculado a sucesos importantes que transcurrieron antes, en sagas que desconozco y de las que entendí lo mínimo indispensable (o quizás menos) gracias a las menciones que se hacen en estos números. El personaje principal es Colin King, un super-espía al estilo James Bond que no se casa con ninguna agencia de inteligencia, sino que ofrece sus servicios a la que le pone la tarasca. Además, Colin tiene un entrenamiento ninja de la San Puta y combina armas tradicionales japonesas con chiches tecnológicos que le dan enormes posibilidades en combate. Y por si fuera poco, tiene guita y es fachero. Uno enseguida se pregunta "¿Por qué este tipo no es feliz?", y por suerte Gage también se lo pregunta, y se propone indagar en la mentalidad de Colin y su ineptitud para construir relaciones afectivas con la gente que le importa. Por supuesto el foco no está puesto ahí, sino en la machaca. Ninja-K es un thriller explosivo, a pura acción, apoyado en la clásica trama de "la agencia de espionaje que garca a sus propios espías hasta que alguno se da cuenta y se da vuelta para combatirla". Y funciona bastante bien. Tiene buen ritmo, los diálogos están bien, la trama se resuelve cuando se tiene que resolver, y prácticamente no deja cabos sueltos. Además, hay una historia complementaria que repasa los orígenes del Programa Ninja, desde el Ninja-A en adelante, como para entender mejor cómo se vinculan estos asesinos con el espionaje británico (me olvidé de mencionar que Colin King es británico y labura principalmente para el MI-6). La verdad que esa segmento no explica mucho, pero le da mucha chapa al Ninja-A y tiene muy lindos dibujos de Ariel Olivetti, al que le sienta muy bien la ambientación de la Primera Guerra Mundial. En el tramo ambientado en el presente, hay algunas páginas dibujadas por Juan José Ryp, no feas, pero por debajo del nivel habitual del capo español. Y todo el resto lo dibuja a un nivel superlativo otro maestro argentino, Tomás Giorello, magníficamente complementado por los colores de Diego Rodríguez. El trabajo de Giorello es realmente apabullante: el despliegue, el dinamismo, los detalles, los fondos, la iluminación, esos momentos medio zaffinescos, la claridad con la que narra... Tomás se luce tanto en las escenas de diálogo y psicopateada mental como en los estallidos de acción que desparraman violencia y alto impacto por todas partes. En fin, si no te ahuyenta la temática de los super-espías, los black-ops, los ninjas y la machaca pasada de rosca, Ninja-K probablemente te atrape. Y aunque nada de eso te llame la atención, el dibujo de Tomás Giorello seguramente te va a hacer decir "pará un poco, hijo de puta, estás humillando a todos los demás dibujantes de la editorial".
Me vengo a Argentina, año 2021, para leer Macklemore, una novelita gráfica de 64 páginas a todo color, donde por primera vez forman equipo dos autores de la misma generación que son amigos desde hace mil años: Rodolfo Santullo y Nicolás Brondo. La trama de Macklemore nos lleva a un futuro post-apocalíptico, donde los humanos que siguen vivos lo hacen a duras penas, en un desierto asediado por la escasez de agua y alimentos y por la presencia de plantas carnívoras gigantes. No sabemos casi nada del protagonista, pero es un tipo canchero, habilidoso en el manejo de la katana, pícaro para resolver situaciones límite vinculadas al combate y poco dado a los vínculos con los otros sobrevivientes. Un clásico héroe (o antihéroe) de acción, al estilo Mad Max, si no fuera porque a Santullo se le va un poquito la mano con el tema de los diálogos graciosos. Eso que en Ladrones y Mazmorras queda bárbaro, acá me parece que sobra. Que la trama daba más para un tono más parco, menos jocoso. Pero dentro del delirio de las plantas gigantes, los robots gigantes y el tipo duro y grosso que le gana a todos, la historia funciona bien, avanza a buen ritmo, no deja cabos sueltos y resulta entretenida. El dibujo de Brondo también transmite esa onda dinámica, desaforada, brutal, y se apoya en un excelente trabajo de color y de aplicación de tramas mecánicas. No creas que está todo dibujado al increíble nivel de la portada: adentro te vas a encontrar con viñetas más elaboradas y otras resueltas medio a los pedos. Pero el color ayuda a que todo parezca más homogéneo y más sólido. Este es un Brondo apenas un poquito más salvaje que en Manta: se suelta un poco más de la referencia fotográfica, porque puede inventar locaciones y criaturas que no existen, pero a la hora de dibujar los rostros de la gente, va derecho a ese intento de realismo que vimos en Manta y en The Beatles. De hecho tiene bastante protagonismo un nene al que Nico le pone los rasgos de su hijo, Valentín. Lindo gesto, pero no hacía falta. Como ya mencioné alguna vez, me gustaba más el Brondo más expresionista, más ido al carajo, que este Brondo más pendiente de que anatomía, rostros, vehículos y armas se ajusten a la realidad. No me volvió loco Macklemore, pero para entretenerse un rato, está bien. Santullo y Brondo son narradores natos, con mucho oficio y a la obra no le faltan ideas y giros para generar impacto en el lector. Si no le pedís más que eso, te va a gustar. Y nada más, por hoy. Ni bien tenga leídos un par de libritos más, los comentamos acá en el blog. Será hasta entonces.

viernes, 20 de mayo de 2022

LECTURAS DE VIERNES

Medio que se me cae la cara de vergüenza por haber leído solo dos libros en cuatro días, pero bueno, así es la vida. Chota e injusta como la gente que se queja por tener que responderle tres boludeces cada 10 años a un censista. Arranco en Francia, año 1999, para leer un hermoso álbum de Lapinot en el que Lewis Trondheim arma dupla nada menos que con Frank le Gall, el archi-galardonado creador de Theodore Poussin, quien llevará adelante un guion notable. Vacances de Primtemps es una historia de amor sin besos ni garches, donde todo gira en torno a cómo enamorarse le caga la vida a más de un loser, cuya vida ya está bastante cagada antes de empezar. Le Gall se mofa de esa visión romántica del amor como sufrimiento, y qué lindo es sufrir por amor. Acá queda claro que sufrir por amor es una idiotez, a través de una serie de episodios siempre cómicos pero nunca desopilantes, en los que vemos las pelotudeces que hacen Lapinot y sus amigos (en esta ocasión, rivales) por amor. Las situaciones son tragicómicas, pensadas para parodiar a alguna obra literaria de fines del Siglo XIX que no podría puntualizar, y el humor pasa básicamente por los diálogos y por cómo se va retorciendo la relación entre tres de los personajes varones. Un cuarto personaje varón (Alex, el mayordomo) será el que tire las mejores frases y demuestre tenerla más clara a la hora de entablar relaciones sexafectivas con otra persona. Tan clara la tiene Alex, tanta línea le baja a Lapinot y tan mordaces son sus comentarios, que todo el tiempo me hizo acordar a Alfred Pennyworth... cuando lo escriben bien, lo cual no es tan habitual. Este es uno de los álbumes más libres de Lapinot, en los que el conejo humanoide no está confinado a la ambientación urbana ni al presente. Acá bajo esa cabeza que nos resulta familiar hay un tipo que vive en la campiña inglesa en el año 1870, que quiso ser científico pero terminó siendo un pintor bastante mediocre. De su amor por la ciencia salen varios de los mejores chistes del tomo. Thierry (o Titi) acá es McTerry, el carnicero del pueblo, y Richard es Richardson, un militar inglés que combatió en la India. Y la que se lleva la peor parte es Nadia, que de ambiciosa y sagaz periodista pasa a ser simplemente la chica linda que le revoluciona las hormonas a los tres muchachos. El guionista nos muestra una Nadia un poquito garca, pero bueno, también sus pretendientes hacen méritos para que ella tome distancia y los someta a ciertos sutiles maltratos y ninguneos, de donde también salen buenas situaciones para el humor. El dibujo está íntegramente a cargo de Trondheim y el color es obra de su esposa, Brigitte Findakly. Ambos se complementan a la perfección y nos ofrecen 46 páginas de una calidad apabullante. La faz gráfica no desentona para nada con la propuesta y la onda del guion, y Trondheim demuestra una vez más que la rompe incluso cuando lo sacan de su zona de confort. Un álbum realmente maravilloso, para leer y releer varias veces.
Me vengo a Argentina, año 2021, cuando se publica The Beatles: Historia de una Amistad, obra de otra dupla de amigos: el guionista Luciano Saracino y el dibujante Nicolás Brondo. La obra tiene un problema insalvable: alguien decidió que Saracino, que es más porteño que un piquete en la 9 de Julio, escribiera los diálogos, los bloques de texto y hasta el prólogo, en castellano neutro, supongo que para vender esta misma edición en distintos países. Eso desluce un poco toda la faceta literaria de la novela, y es una pena porque el resto está muy bien. Saracino encuentra una muy buena arista por donde explorar la ya archi-conocida historia de los Fab Four, y logra unas cuantas escenas realmente potentes y emotivas. Repito: contándonos lo que ya sabíamos, lo cual lo hace mucho más meritorio. Hay diálogos muy logrados, retruques ingeniosos y chistes muy efectivos. Yo que no soy muy fan de los Beatles, me re enganché y llegué a querer mucho (en apenas 82 páginas) a John y Paul, a quienes Saracino logra elevar por sobre su status de genios de la música: en esta obra, además de dos talentos descomunales, son dos flacos copadísimos, a los que la vida llevará por distintos caminos pero seguirán siempre unidos por un afecto inquebrantable. Por ahí el fan más hardcore de los Beatles esperaba más énfasis en la carrera musical de la banda, o en las etapas solistas de Lennon y McCartney, o incluso roles más importantes para George y Ringo, que están prácticamente de adorno, pobres. Pero el libro da lo que promete: una historia de los Beatles atravesada por la relación entre Paul y John. Y en ese sentido no defrauda en lo más mínimo, porque se anima a estudiarla de cerca, a un nivel de intimidad que -como ya mencioné- hace que estos dos íconos del rock te resulten casi amigos cercanos, de toda la vida. El dibujo de Brondo no está mal, para nada. A mí personalmente me gusta mucho más el otro Brondo, el más salvaje, el más expresivo, el que corre en la escudería de Jaime Hewlett y te tira misiles nucleares de imaginación desbordada en clásicos del kilombo como Chica Alien, Bone Machine o Psychocandy. Lo veo jugando al realismo, rompiéndose el culo para que los personajes le salgan parecidos a las fotos que usa como referencia, y siento que desaprovecha su talento aniquilador para irse al carajo y crear otro tipo de imágenes, otro tipo de relatos. Para cordobeses que narran como los dioses y dominan de taquito el realismo, ya tenemos a Carlos Gómez, que también alguna vez formó dupla con Saracino. A Brondo lo veo mejor en otro estilo, con otras libertades. Pero no puedo decir que no haya hecho un buen trabajo: tanto el dibujo como el color de The Beatles cumplen sobradamente con la consigna y recrean sin fisuras aquellos años ´60 y ´70. Obviamente, si sos fan del cuarteto de Liverpool, te tengo que recomendar esta novela gráfica. Tengo más Brondo y más Trondheim en el pilón de los pendientes, así que pronto nos reencontraremos con estos y otros capos del Noveno Arte. Gracias por el aguante.

sábado, 9 de enero de 2021

1 al 8 de ENERO

En estos días me bajé dos libritos completos y la mitad de un masacote de casi 500 páginas, que reseñaré el finde que viene. Vamos con las reseñas de lo que leí en forma completa. Manta Vol.4 continúa la saga escrita por Jonathan Crenovich y Martín Mazzeo, y como siempre el misterio de lo que sucedió en Iceberg (y la venganza de quienes sobrevivieron) cobra nuevas capas de complejidad. Si bien los diálogos son realmente muy buenos, Mazzeo y Crenovich juegan a ponerlos sólo cuando no queda otra. Y además son diálogos muy naturales, que no explican todo el tiempo quién es cada personaje, qué hizo en los episodios previos, qué hace ahora y por qué. O sea que para entender plenamente lo que pasa, hay que prestar bastante atención. Manta es un comic que especula con la inteligencia del lector, al que le tira flashbacks, pistas medio ambiguas, puntas de una conspiración, secuencias oníricas… Si buscás una lectura fácil, obvia y pre-masticada, acá no la vas a encontrar. El problema es que para que todos estos recursos (largas secuencias mudas, narración en varios tiempos distintos, irrupción de secuencias oníricas, etc.) sean fáciles de comprender, hay que esforzarse mucho en el dibujo, para que el lector no se confunda a los personajes (y a sus distintas versiones, porque un mismo personaje en una secuencia tiene 30 años y en la siguiente, 50). Y este es el punto flojo de este tomo de Manta. Acá se hace cargo del dibujo nada menos que Nicolás Brondo, que es un dibujante ampliamente superior a los que habían pasado por los primeros tomos de la serie. Ya desde lo más básico, desde la puesta en página y la composición de las viñetas, Brondo saca mucha diferencia. Y después la amplía con el manejo de la acción, con el color… sin dudas un gigantesco paso adelante. Donde flaquea el cordobés es con el aspecto de los personajes, que muta mucho de una viñeta a la otra: los vemos adelgazar y engordar en una misma secuencia, la barba de Manuka cambia de forma de un cuadro a otro, por momentos es casi imposible descifrar que este personaje de mediana edad es el mismo al que ya conocemos 20 años más viejo… Ahí hay que ajustar las tuercas, porque si no cada episodio (encima leído con varios meses de distancia del anterior) se va a hacer más críptico y menos accesibles para los lectores que se quieran sumar con la saga ya empezada. El resto, todo muy prolijo, muy atractivo, un lujo.
María Llovet es una autora catalana que la está pegando bastante en el mercado de EEUU. Por eso, cuando vi en oferta una de sus obras, dije “¡adentro!”. Porcelain es la versión de Llovet de la clásica historia de rito iniciático, presentada como una versión Vertigo de Alice in Wonderland o The Wizard of Oz. Una chica de pueblo, con mucho dolor acumulado y reprimido, en una encrucijada fantástica, por momentos épica, siempre muy oscura, en la que va a poder salir (no sin esfuerzo, no sin dar el salto a la madurez) de los laberintos que su propia psiquis le plantea. La novela tiene profundidad, sostiene los misterios hasta el final y tiene mucho ritmo. Se nota que Llovet leyó mucho comic y vio mucho cine y supo plasmar técnicas y recursos en sus páginas. A mí no me sucedió, pero no descarto que el guion tenga la fuerza y la magia como para detonarle la cabeza a las chicas de 14-15 años que se acerquen a Porcelain porque –incluso sin salirse de los confines de una dark fantasy convencional, apta para adolescentes que vienen de Harry Potter- está bastante jugado. El dibujo está muy bien, siempre en función de la narrativa, volcado a un claroscuro bien power, bien categórico, con unos decorados alucinantes, un gran trabajo en la ropa de los personajes, y algunas imperfecciones menores en los primeros planos de las caras. Llovet incluso copia a la perfección el clásico recurso de Enrique Breccia de cambiar la técnica de entintado para los flashbacks, con excelentes resultados. Pero a grandes rasgos, la estética que nos propone Porcelain es bastante original, y va más para el lado de mangakas elegantes como Suehiro Maruo, Minetaro Mochizuki o Taiyo Matsumoto que hacia horizontes más “comerciales” y más transitados. Y sí, claro, una vez terminada la historieta, Norma nos encaja 30 páginas de bocetos, ilustraciones sin entintar, y hasta páginas terminadas que la autora finalmente descartó. No está mal, pero no hacía falta. Siempre es más sano editar un libro 30 páginas más finito y cobrarlo un poco menos. Atenti, entonces, a María Llovet, una autora que viene haciendo las cosas muy bien hace ya 10 años y en cualquier momento explota, porque sin dudas tiene con qué. La semana que viene, más lecturas de verano acá en el blog.

sábado, 10 de agosto de 2019

PALPITANDO LAS PASO

Mañana nos toca ir a votar y se empieza a pinchar el globo de la mentira. La única cagada es que esta noche no se puede salir a atorrantear por ahí. Pero bueno, aprovecho para escribir un par de reseñas de material que ya tengo leído.
Murder 101 es el segundo tomo dedicado a Sinister Dexter de aquella colección de material de la 2000 A.D. que produjera DC hace ya unos cuantos años. El Vol.1 lo leí hace mucho, antes de empezar con el blog y ahora retomo esta serie del maestro Dan Abnett con unas 140 páginas publicadas en capitulitos de siete u ocho allá por 1998.
Sinister Dexter es una especie de Pulp Fiction del futuro, la enésima romantización de los asesinos a sueldo, repleta de chistes de un humor negrísimo, situaciones sórdidas, masacres y mexicaneadas varias. Nada muy distinto a lo que hacía Garth Ennis en Hitman, con la diferencia de que acá no hay superpoderes pero (como estamos en el futuro) hay bizarreadas imposibles y locaciones alucinantes explicadas por el lado del desarrollo tecnológico. El ancho de espadas de Abnett es, sin dudas, el manejo del humor irónico que le permite contar en clave de fiesta las carnicerías de Finnigan Sinister y Ramone Dexter. Nada que no suceda en otras chotocientas series de la 200 A.D., pero la verdad es que funciona muy bien.
El libro arranca con una saguita de 62 páginas con un gran ritmo, por lo menos dos volantazos del guión que no me vi venir y muy buen desarrollo de personajes. Dibuja el alucinante Simon Davis, en un estilo cuasi-pictórico de gran espectacularidad, aunque con algún problemita menor en la narrativa. Y cierra con una historia de 22 páginas, también con varios giros impredecibles y tres personajes nuevos más que atractivos. Lástima que esta la dibuja el perro catatónico de Steve Yeowell.
En el medio hay un montón de aventuritas breves de siete u ocho páginas, algunas olvidables, otras rescatables por la labor de los dibujantes (hay varias muy buenas) y un par realmente notables. “60 Seconds” es un unitario precioso, ideal para sumar nuevos lectores a la serie, con unos dibujos inmejorables de Paul Johnson. Y la brevísima “Thing to do in Downlode when you´re dead” (dibujada por el correcto Julian Gibson) es sencillamente brillante, casi al nivel de un buen episodio de The Spirit. Esto se parece muy poco a los comics que suele escribir Dan Abnett para las grandes editoriales de EEUU, pero (seas o no fan del prolífico autor británico) merece ser descubierto por la efectividad y la onda con la que combina aventuras futuristas de acción, tiros, femme fatales y malvivientes varios con un humor de exquisita mala leche. Me hizo acordar mucho a Burton & Cyb (de los maestros españoles Antonio Segura y José Ortiz) pero con mucha más explosión en las escenas de tiros y machaca y un dibujo más impactante, más estridente (salvo lo de Yeowell, pobrecito, que tiene menos estridencia que un chaski-boom mojado).
Me vengo para Argentina, donde este año se publicó la versión completa de Cayetano, la novela gráfica en la que Luciano Saracino y Nicolás Brondo revisitan la truculenta hisroia de Cayetano Santos Godino, masivamente conocido como “el petiso orejudo”, el primer asesino serial de Latinoamérica. Lo que más me gustó, muuuy lejos, son esas secuencias en las que Brondo se disfraza de Eddie Campbell para mostrarnos la Buenos Aires de principios del Siglo XX de un modo bastante similar (en lo formal) a cómo el australiano nos mostró la Londres victoriana en la seminal From Hell. Por supuesto que Brondo no se limita a repetir yeites de Campbell, sino que además pone muchísimo (y muy bueno) de su propia cosecha, una cantidad de recursos escalofriantes para conjurar climas y sensaciones con el blanco y negro, en un péndulo diabólico entre el realismo y el grotesco. Pero a mí me impactó mucho eso, la acertada mímesis con esas grillas de nueve cuadros que Campbell desbordara de magia en From Hell.
El guión de Saracino es audaz, porque se juega a ser sutil y poético en vez de gráfico y morboso. Por momentos se pasa de sutil y no terminamos de apreciar las atrocidades que comete Cayetano en toda su dimensión. Por esas rendijas Saracino deja escapar parte de la fuerza que tiene el personaje, que nunca termina de verse como un freak maligno, sádico y degenerado, sino más bien como un pobre pibe, víctima de injusticias y de un entorno socio-familiar de mierda. Me gusta que los crímenes del Petiso se encaren desde ese lado, aunque falte un poquito de énfasis en todos esos episodios de violencia que lo tuvieron como protagonista.
Hace tres años, el 16/08/16, me tocó reseñar el libro El Petiso Orejudo, de Pablo Barbieri y Carina Altonaga, y también me pareció notable la intención de gambetear el shock value, de no regodearse en la descripción de las escenas más macabras. Al encarar su versión por este mismo rumbo, Saracino y Brondo subieron un toque la vara, pero además dejaron la puerta abierta para una tercera novela gráfica basada en la vida de Cayetano, que agarre para el otro lado y nos muestre un festival de mutilaciones, violaciones y asesinatos bien zarpado, bien estremecedor, con más gore que los comics de la E.C., chistes jodidos de humor negro y cero intenciones de empatizar con el protagonista. Me la re-imagino dibujada por Jorge Lucas, ponele…
Y bueno, nada más por hoy. Nos reencontramos la semana que viene con nuevas reseñas, acá en el blog.


jueves, 25 de julio de 2019

JUEVES ESPANTOSO

Día desolador de frío y lluvia, ideal para quedarse en casa y leer bocha de comics.
Yo inicio mi habitual repaso por mis lecturas recientes con Historias Cortas de Naoki Urasawa, magnífico masacote editado por Planeta-DeAgostini cuyo título nos explica de modo diáfano lo que estamos por leer: casi 600 páginas con todas las historias cortas realizadas por el glorioso autor de Monster y 20th Century Boys desde sus inicios en 1981 hasta 1984, cuando pega su primer hitazo (Pineapple Army). Este es el material con el que Urasawa ganó sus primeros concursos y concretó sus primeras publicaciones en antologías del ascenso, muchas veces obligado a condensar en pocas páginas ideas que daban para mucho más. Son historietas frescas, muy variadas, claramente gestadas por un artista joven, poseedor de un entusiasmo, de un hambre de gloria sólo comparable a su talento.
Excepto las dos historietas más antiguas (Magia y Return), todas las demás muestran un nivel de dibujo asombroso, muy, muy cercano al de las obras consagratorias que abundarían desde temprano en la carrera de Urasawa. Acá hay personajes repletos de onda, mucha acción, excelentes trabajos en el lenguaje facial y corporal, narrativa hipnótica, maestría para trabajar con páginas de nueve o diez viñetas sin deslucir el dibujo y un increible poder de observación en los detalles que tienen que ver con la vida cotidiana de la gente común.
Y además entre estas 27 historietas hay unos cuantos guiones realmente potentes. Breves comedias de gran impacto cómico, thrillers urbanos con crímenes a veces contados en clave de humor, la atrapante N.A.S.A., la conmovedora Old Western Mama y dos historietas brillantes, imposibles de encasillar en ningún género, ambas realizadas en colaboración con guionistas: ¡Ataca! ¡Ataca! (escrita por el recordado Caribu Marley) y Nana de Shinjuku, un guionazo de Masao Yajima que estaría buenísimo hasta dibujado por mi vieja con la mano izquierda.
No debe ser fácil conseguir este mega-broli, pero si estás muy cebado con las obras actuales de Urasawa, tarde o temprano vas a querer ir más para atrás, a rastrear el secret origin de este genio indiscutido del Noveno Arte.
Cierro con una breve glosa para una historieta también muy corta, Mamma Marilyn, en la que colaboran dos autores cordobeses: el notable guionista Cristian Blasco y el ya consagradísimo dibujante Nicolás Brondo. El trabajo de Brondo es muy bueno, 100% comprometido con el ritmo del relato, sin estridencias ni idas al carajo, como si su único objetivo fuera el lucimiento de su compañero de aventura.
Y sí, el guión de Blasco tiene todo lo que tiene que tener un guión para sumir ese rol de protagonismo y lucirse de punta a punta: conocimiento molecular de las convenciones del género en el que nos zambulle, personajes carismáticos, una voz en off muy original, diálogos filosos, varios cambios de ritmo, acción, un manejo de la tensión que la hace crecer escena a escena y un gran giro cerca del final. La lectura de Mamma Marilyn me transmitió esa extraña sensación de estar frente a un guionista que no oculta para nada (sino que hasta incluso ostenta) un control absoluto, a prueba de balas, sobre lo que nos va a contar y los recursos que va a poner en juego para hacerlo. Ojalá el próximo proyecto que compartan Blasco y Brondo sea una novela gráfica extensa y ambiciosa.
Y nada más, por hoy. El sábado y el domingo voy a estar en Villa Constitución participando de una nueva edición de Villa Viñetas, y la semana que viene nos reencontramos acá en el blog, con nuevas reseñas. Hasta entonces.


viernes, 24 de agosto de 2018

VIERNES COMPLICADO

Otra vez tengo problemas con mi computadora y estoy trabajando en una prestada. Esta noche no tengo joda nocturna, porque mañana muy temprano viajo a Pergamino, a participar de la Pergamino Comicon, que tiene una pinta espectacular.
Me voy a 2015, cuando se edita Caza Mayor, una “novela gráfica” que combina textos de Javier Chiabrando y dibujos de Nicolás Brondo. Las comillas vienen a cuento de que no es una verdadera novela gráfica, sino un cuento, una obra literaria de Chiabrando, re-armada para ocupar alrededor de 100 páginas, mezclada con dibujos, viñetas y unas poquitas páginas dibujadas por Nico Brondo. El cuento es bueno, atractivo, bien escrito, pero uno quiere ver a Brondo contar la historia con sus dibujos y eso sucede poco y de vez en cuando. Lamentablemente, no es mucho lo que Brondo logra transformar en narrativa secuencial, con lo cual en buena medida se limita a acompañar con sus dibujos las ideas del cuento original. Las secuencias más largas son dos, que ocupan cuatro páginas cada una, y obviamente es lo más disfrutable que tiene el libro. Después tenemos viñetas sueltas, o dibujos sin formato de viñeta, que aparecen en distintos tamaños, a veces más próximos a los de la ilustración. Algunos dibujos incluso se repiten varias veces, lo cual es medio una garcha. Y en general están muy bien, excepto cuando Brondo se zarpa copiando a Cacho Mandrafina y convierte al protagonista, Pierino Baldacci, en un clon del protagonista de Cosecha Verde. Eso también es bastante lamentable.
Cierro con un concepto reiterado: el relato que propone Chiabrando está muy bien, pero esto NO es una novela gráfica. Sólo se lo puedo recomendar a los fans extremos de Nico Brondo que tengan ganas de verlo afrontar un trabajo distinto, más calmo, menos experimental, sin elementos fantásticos y hasta con referencia fotográfica muy visible, otro rasgo atípico en la obra del cordobés.
Y también me bajé el Vol.4 de las recopilaciones del Suicide Squad de John Ostrander (el último que me quedaba sin leer), que trae apenas cinco episodios de esa gloriosa serie, mezclados en un crossover no demasiado atractivo con otras cuatro colecciones de DC de esa época: cuatro episodios de Checkmate (una serie menor escrita por Paul Kuppeberg), uno de Manhunter, uno de Firestorm (las otras dos series que escribía Ostrander, a las que les venía bien una inyección de nuevos lectores) y un epílogo de Captain Atom, casi un choreo, que tiene mínima conexión con la saga troncal.
La saga se llamó The Janus Directive, y lo mejor que tiene es la reflexión solapada acerca de los vicios, pecados y miserias de las agencias de inteligencia y demás operarios encubiertos al servicio del gobierno yanki. El resto -en el contexto de esta inolvidable etapa del Squad- es bastante olvidable. El plan de Kobra es medio estúpido, no hay una relación lógica entre lo que quiere hacer y toda esa runfla intrincada para hacer que los metahumanos y demás espías al servicio del gobierno se den machaca entre ellos. Por supuesto, Ostrander no baja nunca la calidad de los diálogos y siempre mete esos magníficos toques de caracterización en héroes, villanos y personajes secundarios. Comparado con lo que tenía para ofrecer Kuppeberg en Checkmate, Ostrander sale obscenamente bien parado, incluso en esas extensas secuencias donde lo único que hay son batallas entre tipos y minas con poderes.
Para este TPB, ya no tenemos a Luke McDonnell como dibujante del Squad. El reemplazante es el genial John K. Snyder III, que acá todavía estaba un poquito crudo. Eran sus primeros trabajos para una editorial mainstream, y desentonaba un poquito, sobre todo cuando lo entinta Pablo Marcos. Al principio cuesta acostumbrarse a esos cuerpos más masivos, esos rostros más deformes y esas angulaciones más extremas. Después vuelve a entintar Karl Kesel, y le da una pátina más clásica, menos transgresora al dibujo de Snyder. Pero lo mejor de este dibujante va a venir más adelante, cuando lo dejen entintarse a sí mismo. El libro también ofrece trabajos de un par de obreros del lápiz bastante correctos (Grant Miehm, Steve Erwin, Rick Hoberg), un capo como Tom Mandrake y un dibujante a veces muy bueno y a veces choto, como Rafael Kayanan (acá lo vemos en su faceta chota).
A pesar de fumarnos un crossover extenso, no demasiado trascendental y con muchos episodios de una serie medio pete como era Checkmate, los fans del Squad nos vamos contentos de este Vol.4, porque The Janus Directive no sólo no traiciona el espíritu del Squad, sino que Ostrander va a saber utilizar lo que sucede en esta saga para seguir construyendo para adelante, o por lo menos hasta el número 40, que es donde vendrá un sacudón bastante más zarpado que lo que se vio hasta ahora.
Me llevo unos libritos para leer en el micro rumbo a Pergamino, así para lunes o martes seguro tengo material para volver a postear acá en el blog. Gracias y hasta pronto.

jueves, 14 de diciembre de 2017

JUEVES DE SUSPENSO

¿Que onda? ¿Aprobará la cámara de Diputados la ley de Reforma Previsional pergeñada por el Gobierno para que los jubilados y beneficiarios de la AUH pongan lo que antes ponían los ricos mediante impuestos que ya no se les cobran? Si ese esperpento jurídico llegara a prosperar, se supone que mañana habrá paro… y se me complicará seriamente el viaje a Catamarca. Así que estoy ahí, carcomido por la incertidumbre. Mientras tanto, comparto las reseñas de un par de libritos que leí en estos días.
El Cazador de Rayos fue una serie de tres ábumes realizada a principios de este siglo por el español Kenny Ruiz, con la que logró insertarse en el mercado francófono. La edición integral ofrece la saga completa y la recomiendo muy por encima de los tres álbumes individuales, a menos que los encuentres MUY baratos. Felizmente, en este tamaño bastante más chico que el del clásico álbum francés, el dibujo de Ruiz se aprecia plenamente, incluso en esas páginas de 16 o 18 viñetas. La tipografía se ve muy bien, no hay ningún obstáculo para disfrutar de la faz gráfica de esta historieta… que no está tan lograda como los trabajos posteriores de Ruiz, pero que nos muestra ya desde temprano a un artista sumamente sólido. Como le pasó a Enrico Marini, Ruiz también empezó tratando de imitar a Katsuhiro Otomo y logra reproducir unos cuantos de los yeites clásicos del sensei. Pero a la larga, aflora la impronta del español y El Cazador de Rayos se ve como un comic europeo moderno, no como un remedo berreta de Akira. Los puntos fuertes: sin duda el color y la narrativa, los dos rubros donde se siente todo el tiempo la pasión, el riesgo y la personalidad que pela Ruiz en este trabajo.
El guión también es sorprendentemente bueno para tratarse de un autor primerizo. Como en toda aventura clásica hay buenos y malos, y nada se resolverá sin que antes se caguen a palos entre sí. Pero hay más. Los personajes secundarios están muy bien trabajados, el protagonista tiene un conflicto interno atrapante, el mundo en el que transcurre la historia está presentado de un modo muy ganchero, sin aburrir en absoluto a la hora de explicar todo lo que hay que explicar… La machaca tiene consecuencias, no está ahí para llenar páginas… y hasta nos encontramos con un cierto vuelo poético. Se entiende perfectamente por qué El Cazador de Rayos puso a Kenny Ruiz en el mapa de los autores a los que conviene seguir de cerca…
Psicocandy, la historieta de Damián Connelly y Nicolás Brondo con la que se inicia la saga Ojo Eléctrico, se basa en una premisa que ya leímos chotocientas veces: una minita es alterada mediante experimentos científicos, se le da vuelta a sus captores y se dedica a confrontar con una mega-corporación maligna. ¿Qué se le puede agregar a esa base para construir algo interesante? “Probemos con sexo, droga y rockanroll”, pensó Connelly… y acertó. Repleta de referencias a temas de David Bowie y The Jesus and Mary Chain, la novela nos sumerge rápidamente en una trama sumamente violenta, donde la machaca tiene mucho más protagonismo que en cualquier otro trabajo de Connelly. Por si le faltara impacto a estas peleas, los personajes se enfiestan entre sí en reiteradas ocasiones, en dos planos de realidad distintos, donde el acto sexual los sana, los empodera y les abre puertas a otras dimensiones.
La batalla con el villano no pasará de una escaramuza, porque esto es sólo el principio, y la trama de Psicocandy se terminará de resolver más adelante, una vez que Connelly y otros guionistas hayan explorado el resto de este extraño universo. Esta primera parte tiene mucho ritmo, no se empantana nunca, presenta a los personajes y los conflictos con eficacia y muestra un crecimiento de Connelly en la materia donde solía dejarme algunas dudas, que era la de los diálogos.
Brondo, por su parte, alterna secuencias en las que dibuja unos fondos de la San Puta con otras en las que (aceptablemente justificado por el guión) no te dibuja un fondo ni con un chumbo en la cabeza. Como siempre, sus personajes son vibrantes, expresivos, nerviosos, como si estuvieran tan pasados de merca que están a punto de explotar. Los garches, las escenas de pelea y esos momentos flasheros mitad oníricos-mitad lisérgicos le dan al astro cordobés la posibilidad de irse bien al carajo, de generar imágenes extremas, pasadas de rosca. Por suerte Brondo logra conservar un cierto grado de delirio y un alto nivel de dibujo en las secuencias más tranqui, en las que se limita a narrar tramos menos kilomberos de la trama. El resultado es raro, porque el dibujante experimenta todo el tiempo con la línea, las tramas, los enfoques… pero se disfruta a full, porque el propio guión requiere esa sensación de bizarreada permanente y porque Brondo no da puntada sin hilo.
Me imagino a Psicocandy como un dibujo animado, con color, movimiento y música y me estalla el bulbo raquídeo. Pero con lo que me dieron hasta ahora me dejaron contento, con ganas de seguir recorriendo el universo de Ojo Eléctrico.
Bueno, si ven nuevos posts acá antes del martes, significa que no pude viajar a Catamarca por el paro. Si todo sale bien, retomamos la semana que viene. Gracias y hasta entonces.

miércoles, 19 de abril de 2017

ARGUMENTO vs. GUION

Vengo complicado con los tiempos, no tanto para leer comics, pero sí para encontrar un rato en el que sentarme tranqui a reseñar el material que leo. Desde el último post se me acumularon unas cuantas lecturas, y bueno… ya las iremos bajando.
Hoy vamos con el super-clásico Argumento vs. Guión, en dos obras recientes de autores argentinos.
The Pathetic Life de Mel O´Griffin es una breve novelita gráfica de Nicolás Brondo, donde el argumento es… menor. Mel es un tipo patético, pusilánime, un boludo convencido de que el suicidio es la mejor forma de escapar a sus angustias y penurias. Tiene una mujer y una hija, que reaparecerán en su vida, y en los diálogos con ellas se replanteará algunas cosas… y otras no. A priori no parece una consigna muy fértil, ni muy ganchera, pero la magia está no en el argumento, sino en el guión. En cómo elige Brondo contarnos esta historia. En los diálogos, en los silencios, en el armado de las secuencias, en cómo entran en escena los personajes, en dónde nos clava cada flashback y cada elipsis.
No quiero contar detalles, porque es ahí donde reside la gracia de Mel O´Griffin. Pero sí subrayar que estamos ante un ejemplo clarísimo de cómo un buen guión puede levantar enormemente a un argumento a priori medio del montón para llegar a un resultado que impacta, conmueve, por momentos te hace reir, por momentos putear, y hasta si sos muy sensible capaz que te arranca una lágrima. Y del dibujo, casi ni tiene sentido hablar, porque el nivel que alcanzó Brondo hace ya varios años está más allá de la exégesis. Expresivo, versátil, extremo cuando quiere serlo, medido cuando el relato lo recomienda… el trazo de Brondo no falla nunca y es parte del motivo por el cual The Pathetic Life de Mel O´Griffin tiene todo para cobrar chapa de gema de culto, de pequeña obra maestra en la trayectoria (a esta altura demoledora) de un autor definitivamente indispensable en la escena de la historieta argentina actual.
Vamos a un ejemplo inverso, con otra obra reciente de autores argentinos: el Vol.1 de Kormákr, escrito por Damián Connelly y dibujado por Nicolás Nieto. La premisa es totalmente atrapante: estamos en 1980 y los agentes Lydia White y Yuri Spektor son enviados al pueblito de Ludgard a investigar misteriosos asesinatos. La referencia a Twin Peaks es tan obvia, que en un punto lo intoxica a Connelly y lo convence de que puede hacer bien lo que sólo David Lynch puede hacer bien: convertir a la trama de un thriller en la excusa perfecta para limar, para meter alucinaciones, flashbacks retorcidos, personajes estrambóticos… y que todo se entienda y el espectador la pase bien. No es el caso.
Connelly la rompe en un rubro complicado: la construcción de los personajes. White y Spektor aparecen en estas cincuenta y pocas páginas como personajes complejos, atractivos, muy bien pensados y desarrollados por el guionista. El resto del guión, en cambio, contribuye poco a que brille el argumento. Es oscuro, es críptico, por momentos es caprichoso, por momentos donde tendría que generar tensión genera aburrimiento, y hasta repite un recurso (el lobo) que ya vimos en La Sombra de Alec Foster, otra obra del mismo guionista. Por ahí levanta en la segunda y última parte… por ahí no.
El dibujo de Nieto es muy raro, nunca se decide por un estilo gráfico, sino que va saltando, probando cosas distintas página a página. Esto obviamente empantana el flujo narrativo, porque por momentos la página parece un álbum de figuritas, con seis imágenes dibujadas por seis tipos distintos, sin ningún correlato entre sí. Lo mejor que tiene Nieto es el manejo del cross-hatching extremo, y cuando lo usa con onda, con elegancia y con criterio logra imágenes muy potentes, que me recordaron a viñetas del maestro Sergio Toppi. De todos modos, tantos recursos gráficos mezclados, tantas técnicas juntas me generan desconcierto, me transmiten la sensación de “tiro 50 trompadas al aire y alguna voy a acertar”. Ojalá en sus próximos trabajos Nieto se decida por UNA técnica de dibujo y UNA técnica de entintado y crezca y se afiance en una sóla dirección. Y después, cuando sea muuuuuy capo en una técnica, que pruebe con otra y así, hasta convertirse en el Viejo Breccia.
Ni bien tenga un rato, reseño un par de libritos más que están ahí, pidiendo pista. ¡Gracias y hasta pronto!

miércoles, 6 de mayo de 2015

06/ 05: BONE MACHINE Vol.1

Hacía mucho que no leía nada nuevo de la dupla integrada por Diego Cortés y Nicolás Brondo que tan buenos resultados dio en obras como Séptimo Círculo. Bone Machine es una serie, pensada en entregas de 22 páginas (como los comic-books americanos), de la cual este libro recopila un primer arco argumental de cuatro episodios. ¿Hay otros? La verdad que nunca pregunté. ¿Da para que haya otros? Seguro. Por lo que se puede leer en estas páginas, es obvio que esto recién empieza y que los conflictos, el desarrollo de los personajes y la exploración de este mundo post-apocalíptico todavía están muy lejos de alcanzar su máximo potencial.
La consigna de Bone Machine no puede ser más ganchera. Un mundo en el que –por algún motivo- desapareció la civilización tal como la conocíamos, ahora es un interminable desierto de ruinas y muerte. Todo escasea para los pobres, no así para los ricos y poderosos, atrincherados en suntuosos palacios, donde lo único que los acecha es el aburrimiento. Y como no hay electricidad, la mejor diversión es leer libros. El protagonista recorre los despojos de la civilización en busca de libros para venderle al Gusano Blanco, uno de estos opulentos señores. Pero el Gusano se da cuenta de que los libros son finitos y en algún momento se van a terminar. Es más estimulante capturar a un escritor y tenerlo ahí, siempre a mano, para que invente nuevas historias cada vez que el Gusano tenga ganas de escuchar alguna. Bone Machine sale, entonces, a cazar a un escritor, a un tipo que se gana la vida (y la birra) contando historias que pergeña en sus viajes por el desierto hostil.
El conflicto se produce porque una secta de críticos literarios, que se propusieron la misión -o en realidad la cruzada- de rescatar sólo lo más selecto de la literatura, considera que este escritor es un mediocre y decide matarlo. Bone Machine tendrá que salvarle el pellejo para poder vendérselo al Gusano y con eso se justifica la abundante acción que estalla entre la parte final del tercer episodio y el inicio del cuarto. Pero, ¿se justifica? Más o menos. Con menos páginas de machaca, con menos violencia estridente y menos gore, quizás esto me impactaba menos y me gustaba más. Es lo único que tengo para criticarle a esta historieta: la pelea es larga, la truculencia es innecesaria y las habilidades extraordinarias que pela Bone Machine a la hora del combate no están bien explicadas.
El resto es original, es atrapante, es adictivo. ¡Y el final! El final me hizo acordar a Carlos Trillo, me dejó ese sabor agridulce que me dejaban los finales de Trillo. Es el mejor momento del libro, donde la sofisticación literaria rompe el capullo, despliega las alas y levanta vuelo en forma de poesía. Después el epílogo vuelve a la cosa prosaica, con un garche muy hot y muy perturbador. Pero el final es realmente conmovedor y le da un cierre glorioso a este primer arco argumental.
El dibujo de Brondo es increíble de punta a punta. Cuando quiere, coquetea con el expresionismo y hasta se pasa de feísta. Cuando quiere, se vuelve realista y te impacta con su preciocismo académico. A veces hay rayones y texturas en vez de fondos, como en los comics de Ben Templesmith, y a veces hay unos fondos recontra-laburados, casi con excesivos detalles. El color (una novedad en la obra del cordobés) es original, arriesgado, a tono con la intensidad del relato. La narrativa es impecable, con muchos y muy variados recursos. Y lo mejor de todo: son páginas repletas de pasión, de amor por el dibujo y la historieta. Se nota, se siente, se ve a un dibujante comprometido, cebado, dispuesto a dejar hasta la última gota de transpiración en el trabajo que está encarando. Y supongo yo que esto tiene que ver (además de con la amistad que une a Brondo y Cortés) con la libertad que transmite todo el tiempo Bone Machine, con las infinitas posibilidades expresivas que tiene el dibujante, al que –me parece- nunca nadie le dijo “esto hacelo así”, o “acá tratá de que se parezca a tal cosa de tal autor”. Esto es Brondo Unchained, y se disfruta muchísimo.
Reitero: no sé si hay más Bone Machine. Pero yo quiero más, quiero ver más de este mundo y de estos personajes. Y de esta dupla autoral que, una vez más, me deja sumamente satisfecho con su trabajo, vibrante, cautivante, rarísimo en el contexto de la historieta argentina actual.

domingo, 9 de septiembre de 2012

09/ 09: RAUL ESTADLER

En realidad el título completo es “El maravilloso pequeño gran mundo de Raúl Estádler”, pero bue...
Este libro encierra una paradoja jodida como enema de chimichurri: es un canto de odio al comic hecho por alguien que ama al comic. Es una descarga de vilipendios e injurias contra los fans, los editores, los críticos y los guionistas, gestada por un tipo muy querido en el ambiente, al que no le faltan fans, al que la crítica aplaude, los editores respetan y los guionistas intentan seducir para sumarlo a sus proyectos. Evidentemente, el mayor desafío que encaró Nicolás Brondo a la hora de crear estas historietas no fue el del guión, ni el del dibujo, sino el de escindirse por completo del personaje (bueno, casi, porque Raúl también es dibujante de comics) para lograr que este proyecte una mala onda que Brondo jamás emitió ni generó. Lo más loco es que el prólogo lo escribe Diego Parés, quien sí se especializa en hacerse el “enfant terrible”, el tipo lapidario a la hora de descalificar a algunos colegas, el tipo de las opiniones polémicas, detonadoras de airados debates en las redes sociales, el ermitaño que le escapa a los eventos como si todos los organizara Muñones y que sólo se siente cómodo cuando publica en editoriales que son tan punk como él. ¿Será que Brondo pensó a Estádler como una caricatura grotesca de Parés? Da para pensarlo, pero lo cierto es que Diego es bastante más inteligente (sabio, me atrevo a decir) que el protagonista de estas historietas.
Historietas que -digámoslo de una vez- son chistes largos, secuencias breves que van directo a un remate rápidamente predecible. El personaje del dibujante que odia a los comics es indudablemente atractivo, pero por ahí adolesce de una cierta unidimensionalidad, se hace muy obvio muy rápido. Por suerte, Brondo le encuentra la vuelta para ir variando el enfoque, y cuando la estructura es repetitiva, lo zarpado de la actitud de Estádler (una especie de Milk & Cheese menos destructivo) la rema para que te resulte divertido.
La mejor historieta, la que más me gustó, es esa página muda en la que Raúl arma un faso. Eso es una joyita, políticamente incorrecta y con un tono propio, original. También me gustó mucho una de las que escribe Diego Cortés, esa en la que Raúl gana el Eisner y Grant Morrison (con anteojitos de Spider Jerusalem) le entrega el premio durante la ceremonia. Después hay unas cuantas páginas muy experimentales, en las que Brondo se dedica a probar técnicas para dibujar a mano alzada, sin bocetos ni lápices, y un montón de páginas en las que Brondo le deja el protagonismo (y el personaje) a otros dibujantes, entre ellos el propio Parés, Gustavo Sala, Sergio Más (que se manda una historieta de cuatro páginas), Dante Ginevra, Max Aguirre y Salvador Sanz, entre otros.
Y la última historieta, en la que reaparece Brondo, es una parodia a este mismísimo blog, en la que no aparece Raúl, sino una caricatura mía que denosta con virulencia (y con muchas frases que efectivamente aparecieron en reseñas aquí publicadas) las historietas del librito. O sea que si seguís este blog con cierta asiduidad, en esas dos páginas te vas a encontrar con muchas referencias que vas a reconocer rápidamente y que te van a arrancar más de una sonrisa.
Son 56 páginas, nomás, o sea que no hay mucho más para analizar. Simplemente subrayar lo bien que dibuja Brondo cuando se pone las pilas (esa viñeta en la que Estádler estrangula al gato es... perfecta) y lo bien que le queda experimentar, buscar variantes en su estilo y soltar su trazo para cagarse de risa un rato y descomprimir la bronca al tablero que cualquier dibujante -punk o no- puede llegar a experimentar cuando se siente prisionero de una historieta que no lo ceba, con la que no se identifica.
De última, Raúl Estádler actúa como actúa porque es un pobre infeliz, que se ve obligado a laburar en algo que no disfruta en lo más mínimo. Por suerte, Brondo sí se divierte, sí pone el alma, sí se deja llevar por la magia de la historieta. Incluso cuando sus creaciones lo putean, el cordobés honra al Noveno Arte con su talento y todo lo demás no importa nada.

miércoles, 22 de febrero de 2012

22/ 02: EL ASCENSORISTA

Como su nombre lo indica, El Ascensorista marca el ascenso definitivo de Nicolás Brondo a la Primera A de los dibujantes argentinos. Ya está, ya no es más una joven promesa. Después de este trabajo, Brondo se ganó su lugar entre los capos indiscutidos. ¿No está en la Fierro, no está en la Comic.ar, no publica en ningún blog? No calienta. Hoy ya no se puede hablar de grossos de la historieta nacional sin nombrar a este cordobés mal cebado con Dave McKean, Ashley Wood y Teddy Kristiansen, y a la vez dueño de un sello gráfico absolutamente personal y reconocible.
A lo largo de las 90 y pico de páginas de El Ascensorista, este animalito prueba de todo: distintas técnicas pictóricas (conté unas 12), infinitos trucos narrativos, páginas de mil viñetas mezcladas con splash pages, páginas mudas, con diálogos o con bloques de texto, bocetos re-crudos o ilustraciones mega-elaboradas, homenajes a artistas plásticos y hasta a Séptimo Círculo, su anterior novela gráfica, escrita por Diego Cortés. El despliegue de virtuosismo que nos obsequia Brondo en esta obra es casi demasiado y alcanzaría y sobraría para que se pusiera de moda hablar maravillas de El Ascensorista y para que todos, hasta los críticos más hijos de puta, la recomendáramos a viva voz.
Pero claro, en este blog somos hinchas de los guionistas y la verdad es que el debut de Brondo en ese rubro no me terminó de convencer. Hasta la página 24, el guión es perfecto: una especie de drama urbano, con personajes muy bien trabajados y un clima espectacular, tenso, inquietante. En las 40 páginas siguientes, empiezan a pasar un montón de cosas una más extraña que la otra. El clima se va haciendo asfixiante y uno, ingenuamente, supone que Brondo va a explicar qué corno está pasando en ese edificio al que el ascensor y su anónimo piloto recorren de punta a punta ocho mil veces por día.
Y cuando llegás a la página 66, ya está clarísimo que nada se va a explicar, que nada de lo que pasó hasta el momento era verdaderamente relevante. La historia no abandona el tono dramático y enigmático, pero se va definitivamente para otro lado, para el de la reflexión existencial, los planteos filosóficos acerca del destino, la identidad, la voluntad... en otras palabras, deja de ser una historia para ser otra cosa. Muta tanto que se desactiva. El dibujo acompaña inteligentemente esa metamorfosis del guión y es en este último tramo donde Brondo termina de darle rienda suelta a todo su arsenal de recursos gráficos. El impacto que ya no produce la historia, ahora lo produce –con creces- el dibujo.
O sea que puestos a emitir un veredicto, no hay uno sino dos. Si sos dibujante y comprás historietas por los dibujos, El Ascensorista es una cátedra absoluta que no te podés perder por nada del mundo. Si te gusta la literatura o si comprás historietas por los guiones, vas a ver cómo un planteo original y promisorio deriva en una no-historia, como si a mitad de camino el autor decidiera que esta ya no le resulta tan interesante y –puesto a llegar a las noventa y pico de páginas- prefiere crear una especie de art-book, en el cual el texto no desaparezca por completo, pero se desentienda por completo del peso que significa llevar adelante un relato. El propio Brondo comenta en el epílogo que El Ascensorista nace como un cuento que un amigo suyo deja inconcluso, y que Brondo “hereda” para convertirlo en novela gráfica y darle un final. No sé exactamente hasta qué punto de la novela Brondo sigue los lineamientos del cuento, pero me queda claro que el último tramo SEGURO no conserva para nada la impronta del escritor, sino que explota en un festival de imágenes que sólo un dibujante (perdón, un eximio dibujante) puede concebir. Tené en cuenta esos dos veredictos a la hora de decidir si te subís o no al ascensor...

domingo, 12 de diciembre de 2010

12/ 12: SEPTIMO CIRCULO


Seguramente alguna vez escuchaste aunque sea de rebote esa leyenda de la mitología cristiana que dice que los suicidas son condenados a vivir por toda la eternidad en el séptimo círculo del Infierno, una especie de barrio privado al que sólo acceden los que se quitan la vida por propia voluntad. Seguramente nunca se te ocurrió que podría ser un lugar tan fascinante y tan perturbador como el que pintan Diego Cortés y Nicolás Brondo en esta novela gráfica.
Séptimo Círculo es la historia de un pelado de barba (sabemos que se llama Roberto por haber leído el prólogo; en la historieta nunca se lo nombra) que decide pegarse un corchazo. ¿Qué le pasó? ¿Lo acechan las deudas? ¿Le descubrieron oscuros secretos? ¿Votó a Macri en 2007 y le vinieron ganas de votarlo de nuevo? No, la mujer a la que ama se tiró de un puente y él cree que, si se suicida, la va a encontrar en el más allá y van a vivir juntos por siempre. Las ganas de reencontrarse con Ana pesan más que las de seguir vivo, y a Roberto esa decisión le cuesta nada menos que la vida.
Y ahí vamos con él, a recorrer séptimo círculo del Infierno en busca de Ana. La vamos a encontrar (obvio), pero esta es una historieta tan impredecible que eso no va a ser lo más importante, el climax de la historia no está en el reencuentro de la pareja de suicidas. Al principio la novela es más descriptiva que narrativa: Roberto descubre un mundo nuevo, con reglas distintas de las de aquel que eligió abandonar, donde no gobiernan los demonios sino la desazón, la desesperanza, el vacío, la letanía. Y nosotros lo acompañamos y nos horrorizamos y sufrimos con él ante cada atrocidad, ante cada muerte espantosa y sin sentido que le toca presenciar. Pasadita la mitad del libro nos encontramos con Ana, en una escena tensa, de altísima carga emocional, que será rápidamente eclipsada por la siguiente escena, en la que Roberto se encuentra nada menos que con Dios. Y ahí la cosa pasa de grossa a gloriosa. Las 16 páginas finales de Séptimo Círculo son tremendas y no quiero decir ni media palabra al respecto para no spoilear nada.
Excepto por las escenas con Ana y con Dios, en el resto de la novela los diálogos escasean más que las copas en la vitrina de Gimnasia. Cortés construye al personaje de Roberto en el diálogo con Ana. Hasta ese punto lo acompañamos por este mundo crepuscular sin saber casi nada de él. Después de ese punto, lo entendemos como si lo conociéramos de toda la vida. Ahí Roberto deja de ser testigo y nos recuerda que es el protagonista, que sus silencios, sus miradas, su andar firme por este baldío metafísico eran coherentes con su forma de actuar, pensar y sentir. Y subrayo sus silencios. En este comic (como en Jueves, otra joya de Diego Cortés) los silencios son fundamentales.
La narrativa también. Con un narrador sin talento, esta historia no podría tener nunca 76 páginas. O sí, pero a la página 30 tirás el libro a la mierda al grito de “naaahh… me están cargando!”… Felizmente Nicolás Brondo pega un salto cuántico en su calidad como narrador y se despacha con un montón de secuencias de una solidez y una fuerza memorables. Es probable que Brondo no sea un virtuoso al nivel de los antiguos partenaires de Cortés (Juan Ferreyra, Federico Rubenacker, Renzo Podestá). Pero es un tipo que entiende perfectamente cómo plasmar en el papel los climas, que suelen ser lo más notable de los guiones de Cortés, y eso lo hace el cómplice ideal. Narrativa y clima logradísimos, un manejo de técnicas muy, muy grosso (claroscuro, crosshatching, esfumados con cepillo, manchas, tramas mecánicas, fotos retocadas, lo que quieras), enfoques invariablemente bien elegidos, puesta en página variada y osada, fondos en los que se nota que dejó la vida… La verdad es que los logros de Brondo son tantos y tantos más que en sus trabajos anteriores, que los rubros en los que no brilla tanto (las expresiones faciales, por ejemplo; sólo Dios parece “saber actuar”) no alcanzan ni en pedo para deslucir el conjunto.
Séptimo Círculo, amigo viñetófilo, es un comic exasperante, que te mete y compromete en situaciones y lugares en los que nadie en su sano juicio se quiere meter. Y lo hace con talento, con perversa genialidad, con bronca, con ganas de que termines el libro y te sientas cagado a trompadas pero contento. Si lo leés y no te copa, no descartes la posibilidad de pegarte un tiro.