Pará: ¿Yo no había reseñado ya Daybreak, de Brian Ralph? Sí, fue en un ya lejanísimo 27/05/10. Pero esa vez reseñé sólo el Vol.1, porque me compré aquel tomito sin darme cuenta de que era sólo el primer tercio de una historia. Nunca conseguí los Vol.2 y 3, no me compré el recopilatorio cuando salió en tapa dura y cuando salió en softcover sí, me tiré de cabeza y me deshice del Vol.1, que me quedó repetido. O sea que antes de seguir, recomiendo leer (o releer) aquella ancestral reseña del Vol.1 ¿Ya está? Bien.
¿Viste que yo especulaba con que, en una de esas, Ralph nos contaba un poco más sobre este mundo devastado en el que transcurre la historia? Bueno, un acto de ingenuidad de mi parte. Tal como sucedió en las primeras 50 páginas, las 100 restantes no nos revelan absolutamente nada del holocausto que llevó a estos personajes a vivir en este entorno hostil, más peligroso que Edgardo Alfano y Morales Solá. Brian Ralph sostiene hasta el final sus tres recursos más interesantes, a saber:
1.No mostrar demasiado a los zombies, no hacer tanto hincapié en la masacre, sino más bien en la amenaza que representan para los protagonistas.
2.Hacer que un personaje sea invisible y no hable. Es ese personaje al que los otros le hablan todo el tiempo en segunda persona, pero que jamás responde, y desde cuya óptica está mostrado todo lo que sucede en la novela. Ese vacío, sin duda, lo ocupa el lector, que rápidamente se siente incluído, involucrado en una historia fuerte y atrapante incluso para mí, que no me copo ni por casualidad con las historias de zombies.
3.Bancar a toda costa la grilla inamovible de seis cuadros, pase lo que pase. Eso que en El Caballero Negro resultaba extraño, ríspido, deficitario, en Daybreak es un hallazgo. Ralph emprende una cruzada dificilísima: contar una historia tremenda, a todo o nada, de altísimo impacto, pero sin enfantizar la machaca, sin entregarse nunca a la estridencia, sin pochoclear ni dos viñetas. Y para eso, la grilla inmutable de seis cuadros es una aliada de un valor incalculable. Para eso y para tener bien controlado el ritmo narrativo, plagado de silencios que generan una tensión increíble en el lector.
El final es excelente, pero no te lo voy a contar. Y del dibujo de Ralph ya hablé un montón en la reseña del Vol.1. Así que no me queda más que recomendar enfáticamente Daybreak a cualquiera que busque una historia de zombies 100% atípica, narrada como los dioses, con un guión minimalista y que a la vez funciona como un mecanismo de relojería, con excelentes diálogos, un personaje muy bien trabajado, muchas secuencias espectaculares y un dibujo muy original y muy hermoso. Por supuesto se lo recomiendo también a los que todavía no hayan descubierto a Brian Ralph, uno de los narradores más completos e interesantes que tiene hoy el comic yanki. En medio de una voraz zombiexploitation (perdón por el horrendo neologismo), tan hueca como insostenible, Daybreak se destaca como una papita finísima, un comic de zombies para paladares sofisticados, una islita de caviar en el océano de polenta. A comerla!
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jueves, 22 de agosto de 2013
jueves, 27 de mayo de 2010
27/ 05: DAYBREAK Vol.1
A Brian Ralph lo sigo desde fines de los ´90, cuando lo descubrí en alguna antología fumanchera y dije “Wow! Qué grosso este pibe!”. Pero siempre lo seguí a través de historias cortas, nunca me había internado en sus obras más extensas, hasta que me enganché con Daybreak, una saga de unas 120 páginas, publicadas en tres tomos. Ojalá se reedite en uno sólo, pero mientras tanto, me pongo en campaña para conseguir los Vol.2 y 3, porque el primero me pareció excelente.
Daybreak nos cuenta la historia de un pibe (no sabemos su nombre) que perdió buena parte de su brazo derecho (no sabemos cómo) y que vive en un mundo devastado (no sabemos por qué), entre las ruinas y los escombros de algo que parece haber sido una ciudad (no sabemos cuál). Durante este primer tramo vemos cómo este pibe y su perro (tampoco sabemos cómo se llama) sobreviven en un entorno sumamente hostil, agravado por la constante amenaza de unos zombies, hombres-lobo o algo que tampoco sabemos bien qué es (y de los que vemos apenas los brazos), pero que asola por las noches a la ciudad devastada. También hay un encontronazo con otro sobreviviente, un tipo más grande, que se moviliza entre los escombros a bordo de un herrumbroso tanque militar. Obviamente, no sabemos cómo se llama el tipo, ni de dónde sacó el tanque.
O sea que, si bien el argumento parece ser complejo y bien elaborado, el guión de Ralph es minimalista. Olvidate de esos guiones en los que cada situación anómala o alejada de lo cotidiano requiere una extensa y sesuda explicación. Acá el autor te mete en una historia ya empezada y te dice “es lo que hay”. Uno supone que en los tomos posteriores habrá más datos acerca de este mundo crepuscular, pero aunque no los haya, la historia te atrapa de una, y a las pocas páginas la estás viviendo como si estuvieras ahí. Esto se debe en parte a que el protagonista le habla todo el tiempo a alguien que no vemos, que en realidad somos nosotros. “Dale, pasá. Cuidado, no te tropieces. ¿Querés tomar algo? Ya te sirvo”… esa onda que ya vimos –por ejemplo- en el mítico n°1 de Hate y que acá genera una sensación de cercanía, de participación, un gran truco para involucrarnos rápidamente con el pibe del brazo mutilado y su precaria situación.
En el primer tomo, como en todas las historietas de Brian Ralph, predomina un ritmo tranqui, de contemplación, que está perfecto para que el lector descubra y conozca el entorno en el que transcurre la saga. Pero también hay escenas de acción que rompen ese clima (aunque no la omnipresente grilla de seis viñetas iguales por página) y en las que Ralph se anima a pelar otras cosas, bastante extremas si pensamos que su obra se caracteriza por las pausas, los silencios, la ya mentada contemplación y una cierta ternura medio freak. Claramente, estamos frente a un autor mucho más completo de lo que suponíamos, y obviamente merecedor de mucho más reconocimiento que el que tiene.
El estilo de Brian Ralph es difícil de describir. Se nota que estudió a Hergé y le gusta la línea clara, pero también tiene esa impronta underground de los ´90, tipo Brian Chippendale y demás monstruos que fueron muy influyentes para su generación. Y por supuesto procesó esas influencias de un modo parecido al de sus coetáneos, los chicos que surgieron del under en esa misma época, como Craig Thompson y James Kochalka, por citar a los dos más conocidos. Es como un John Porcellino pero con onda, con ganas de dibujar y de contar historias, con sangre en las venas y talento para el claroscuro. Para ser más gráficos, un comic de Porcellino parece el esqueleto, o el boceto, de uno de Brian Ralph. Y hay que nombrar también a Angel Mosquito, otro autor de la misma generación de Ralph y con varios elementos en común, tanto en la gráfica como en la narrativa. Con eso sospecho que te harás una idea de qué tipo de artista es esta bestia, pero seguro esa idea palidecerá el día que caces un tomo de Daybreak y veas esas láminas de doble página con las que abre y cierra el tomo: majestuosos dibujos en blanco, negro y tonos de amarillo en los que no se guarda absolutamente nada.
Y bueno, ya sea en historias cortas o extensas, en sus trabajos de los´90 o en los más actuales (este es de 2006-2008), recomiendo enfáticamente seguir de cerca la impresionante evolución de Brian Ralph, músico, ilustrador, docente y magnífico historietista del panorama yanki actual.
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