“Las comparaciones son odiosas” es una frase muy trillada y además bastante pelotuda. En general, cuando alguien te dice “esto está bueno”, preguntás (o te preguntás) “¿comparado con qué?”. Para saber si algo nos gusta más o menos que otra cosa, no nos queda otra que comparar. Y en este caso, la comparación inevitable es entre Ani y la anterior novela gráfica de Roberto “el Profe” Von Sprecher publicada por Llanto de Mudo, dibujada por Nacha Vollenweider, titulada Ruta 22 y reseñada en este blog el 31 de Marzo del año pasado.
Esta historia es, en principio, mucho menos pretenciosa. No hay un tinte político, no hay coqueteos con la autobiografía del guionista y la dibujante (“dibujanta”, diría Cristina) banca una misma técnica de dibujo desde que empieza hasta que termina. Pero mirá vos... desde una propuesta más simple a veces se pueden lograr mejores resultados. Ani conserva lo mejor de Ruta 22: el clima introspectivo, el ritmo pachorro, los diálogos creíbles y certeros, las elocuentes (y excelentes) secuencias mudas, los saltos entre distintos momentos en la vida de los personajes, la exploración del tránsito de la infancia a la adultez y hasta la cereza del postre que significa cerrar la novela con un final fuerte, impactante y conmovedor. Y como ofrece menos complicaciones, le plantea al lector menos obstáculos a esquivar para disfrutar de la historia, Ani efectivamente logra que nos conectemos mejor con la trama, que además está mejor construída que en Ruta 22.
Ani narra, básicamente, momentos clave en la adolescencia y la juventud de dos hermanas, Ani y Eva, y se regodea en sus anhelos, en sus frustraciones, en su descubrimiento de la sexualidad (alternativa en el caso de Eva) y en la relación con su padre, que es un personaje secundario tan rico y con tantos matices que bien podría ser el protagonista. Todo esto ambientado en campos, pueblos y ciudades de Córdoba, en la época actual, con poco texto y mucho espacio para que se luzca el dibujo. Si en Ruta 22 el guión le salvaba las papas a un argumento medio etéreo, acá argumento y guión acuerdan tirar los dos para el mismo lado y en los dos se ve a un Von Sprecher sólido y sin fisuras.
Por el lado del dibujo, el Profe se sacó la lotería, el Loto y el Quini 6. De su lámpara de Aladino salió Lauri Fernández, artista mendocina a quien no le conocía otras obras previas y que en las páginas de Ani se revela como un talento sorprendente, a seguir muy de cerca. Fernández opta por una narrativa clásica, sin estridencias: la página dividida en tres tiras y las tiras en una, dos y muy de vez cuando tres viñetas. Mucho más que florearse con la puesta en página, a Fernández le interesa que su dibujo apoye al relato de Von Sprecher, y para eso es imprescindible que estas transiciones (de época, de lugar, de climas) sean prolijas, diáfanas. La técnica que elige la mendocina es rara y a la vez bellísima, de gran potencial expresivo. Las formas y volúmenes parecen estar definidas por pinceladas de témpera blanca, aplicadas sobre hojas negras, y luego complementadas con unos esfumados que parecen hechos con esponjas. No se me ocurre con qué referenciarlo, porque es un estilo muy, muy original. Por ahí en algunos trabajos del español Andrés Leiva (monstruo sacrosanto si los hay) se puede ver algo más o menos en esta onda. Pero Leiva es más salvaje, más extremo, y se le nota más cuando trata de afanar a Alberto Breccia. Lo de Lauri Fernández, en cambio, va más para el lado de la sutileza que de la salvajada y no por eso resulta menos atractivo o menos vistoso. Realmente no es frecuente ver una ópera prima con este nivel.
Estamos ante una novela gráfica muy bien escrita y maravillosamente dibujada, de esas que si se publicaran en Francia o EEUU armarían un revuelo espectacular y ganarían muchos premios. Lo peor que te puede pasar es que no te interese el slice of life. Si el género no te provoca rechazo (o aburrimiento), Ani te va a enganchar, de una.
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viernes, 24 de febrero de 2012
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