el blog de reseñas de Andrés Accorsi
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lunes, 14 de diciembre de 2020

ARKHAM ASYLUM: LIVING HELL

Ay, la puta madre, qué manera de desaprovechar oportunidades… Esta miniserie escrita por Dan Slott y dibujada por Ryan Sook en 2003 arranca con un primer episodio glorioso, devastador, con excelentes ideas, un desarrollo apasionante y un final… medio pete, porque se impone la pésima decisión de estirar la historia cinco episodios más. El nº1 es un deleite, de verdad. Slott nos presenta a Warren White, el garca definitivo, un tiburón de la matufia financiera acostumbrado a estafar gente con uno de esos pases de magia legales que hacen desaparecer los ahorros de una viejita, la pequeña empresa de un laburante, o el canuto que arman los yankis para pagarle la universidad a sus hijos (ahí sí que –como decía una gobernadora nefasta- los pobres no llegan a la universidad). A White le sale mal un curro, lo denuncian, va a juicio, y para zafar de la cárcel no se le ocurre mejor idea que alegar demencia. Y efectivamente zafa de la tumba, pero le toca un destino peor: lo mandan a Arkham Asylum, para hacerle pericias psiquiátricas y confirmar si está loco o no. Cuando a White le cae la ficha de que va a tener que convivir con monstruos homicidas como el Joker, Two-Face y Killer Croc, decide lanzar sus redes de corrupción en el Asylum, y ver a quién puede coimear para que lo saquen de ese infierno. Todo este tramo es realmente genial, sobre todo la forma en que Slott presenta a un villano 100% maligno pero que nunca intercambió ni un sopapo con héroes o criminales enmascarados y que siempre resolvió todo con el poder de la guita. De pronto entendemos que en el Arkham Asylum la guita es algo muy menor, con la que no resolvés el principal problema, que es sobrevivir si sos un demente, y no volverte loco si no lo sos. Cuando White está cerca de lograr su cometido, interviene Batman (que aparece apenas un par de viñetas en todo el TPB) y el plan del estafador se hace añicos. ¿Cómo corno no se les ocurrió la forma de contar eso en 48 páginas, y convertir a Living Hell en un prestige demoledor? Hasta se podrían haber usado algunas ideas (o puntitas de ideas) que aparecen desperdigadas en el resto del TPB para darle más fuerza al final… Acá estaba la materia prima para una historieta excelente, de punta a punta. Pero no pudo ser. Los episodios 2 al 6 continúan la historia de Warren White atrapado en el Arkham Asylum, y Slott trata de hacerla interesante mechando momentos de humor, de violencia física muy brutal, de misterio sobrenatural y –ya sobre el cierre- una hecatombe mística cuasi-lovecraftiana, con magia, criaturas infernales y el mismísimo Etrigan envuelto en la machaca. Todo completamente innecesario, en especial esa sutil evolución de White, al que los autores van desfigurando hasta convertirlo en un freak más, de los tantos que pueblan las celdas del manicomio más famoso del Noveno Arte. Los villanos clásicos tienen roles pequeños en la trama. Sólo Two-Face amaga en algún momento con apoderarse del protagonismo y el resto (Scarecrow, Joker, Poison Ivy, Mad Hatter, Riddler, Killer Croc, Ventriloquist, etc.) están básicamente de adorno, para que los puedan poner en las portadas y engañar a algún comprador incauto. Pero además Slott hace otro truco innecesario: crea de la nada a cinco o seis criminales dementes 100% nuevos, a los que nunca habíamos visto, y los desarrolla un montón, los trata mucho mejor que a los que todos conocemos, al punto de que me hizo dudar si alguno de ellos no había aparecido ya en historietas previas. La respuesta es “no, pero sí en historietas posteriores”. Obviamente DC no se iba a privar de apoderarse de las creaciones de Slott que más o menos pegaron entre los lectores. El dibujo de Ryan Sook me gustó mucho. No es tan vistoso como en aquellos números de The Spectre que había dibujado un par de años antes, pero está muy bien, es muy funcional al relato y a los climas opresivos que este plantea. Las tintas de Wade Von Grawbadger también van para ese lado, el de acentuar la oscuridad y la deformidad de lo que está pasando. Se pasa de rosca en su intento por convertir a Sook en una especie de Kevin Nowlan o Mike Mignola, pero en general su aporte es acertado. El comic en sí no es un desastre, para nada. Es llevadero y tiene momentos de gran intensidad. El problema es lo que no pasa, lo que pudo haber sido Living Hell si la idea que tuvo Slott para el nº1 se desarrollaba en 48 páginas en vez de 23 y se terminaba ahí, sin seguirla, sin entrar en ese laberinto ridículo de peleas en el que la miniserie se pierde una vez terminado el primer episodio. Si la historia se concentraba 100% en la idea original, la del estafador inescrupuloso decidido a escapar de ese abismo en el que mandan los monstruos, no tengo dudas de que llegaba a un puerto infinitamente mejor. Y bueno, es lo que hay. Nada más por hoy, y nos reencontramos pronto, con nuevas reseñas acá en el blog.

lunes, 17 de febrero de 2020

LUNES UN POCO MENOS GLORIOSO

Hice el intento de leer dos libros bastante similares a los que se combinaron el martes pasado, en aquel Martes de Gloria, pero no. No llegamos a esos niveles de disfrute, ni cerca.
El torpedo que me hundió el barco fue, básicamente, el guión de El Mago, esta serie escrita por Ricardo Barreiro a fines de los ´80, que luego tendría una secuela en los ´90 y que recién en 2019 se publicara toda junta en un sólo tomo. La primera parte de El Mago parece una falta de respeto: a lo largo de 48 páginas vemos a Jalib preparándose para enfrentar a los tres Magos Negros, unos hechiceros malísimos, recontra-poderosos, a los que el joven protagonista destruye uno atrás del otro, sin tomarse un respiro siquiera, en las últimas 12 páginas. Termina de vencer al tercero, y dos viñetas después… FIN, se terminó la serie. Posta, un guionista profesional (y capo) como Barreiro podía entregar eso y alguien se lo publicaba.
Cuando ves que hay una secuela, decís “ah, bueno, ahora sí, Jalib va a poder reflexionar sobre lo que pasó, buscar un nuevo propósito para su vida ahora que ya mató a los asesinos de su familia, incluso puede ser que alguno de los Magos Negros resucite y vuelva por la revancha…”.  Nada de eso sucede. La “segunda parte” de El Mago son en realidad tres aventuras autoconclusivas y una narrada en dos episodios, que no tienen ninguna relación con el primer arco. Tampoco tienen personajes secundarios copados, ni villanos jodidos, ni desarrollo para Jalib, ni el más mínimo toque de humor, ni bloques de texto con una prosa más sofisticada, ni nada. Son eso, la nada. Aventuras neutras de un personaje anodino, con menos onda que Inés Pertiné. Lo único que rescato es que el último episodio (que de último no tiene nada, porque no ensaya siquiera un cierre para la saga de Jalib) prácticamente no tiene violencia: es una aventura resuelta en términos menos convencionales, más originales. Una grata sorpresa (sobre todo para los que leímos muchas obras de Barreiro), que obviamente llega tarde.
Y la primera parte de El Mago tiene un gran atractivo, que se entiende en el contexto de su época: acá el dibujo de Quique Alcatena pega un gran salto de calidad respecto de sus series anteriores (La Fortaleza Móvil y El Mundo Subterráneo) porque se vuelve menos ornamental y más narrativo. Alcatena juega más en equipo con Barreiro, pone su dibujo (majestuoso, como siempre) más en función del relato que de “el artbook con globitos y bloques de texto”. La segunda parte ya nos muestra al Alcatena más canchero, a un nivel muy similar al que despliega en sus obras junto a Eduardo Mazzitelli. O sea que a nivel visual esto es impresionante, fundamental para los alcatenófilos que siguen al prócer desde los ´80 y para los que se fueron sumando en los últimos años.
Vamos a EEUU, año 2016, cuando después de un paréntesis no muy extenso Dan Slott y Michael Allred se reencuentran para contar nuevas aventuras del querido Norrin Radd, más conocido como el Silver Surfer. Las chances de que en este Vol.4 lograran superar lo que vimos el martes eran muy bajas, como las de IndeBendiente de ganar la Superliga, más o menos. Y claro, no fue el caso.
Pero ojo, que este Vol.4 tiene muchas ideas brillantes (la obliteración de la cultura de Zenn-La, la reconfiguración de Shalla Bal en… algo muy zarpado), unos diálogos increíbles y muchísimo desarrollo para Dawn Greenwood, su hermana, su papá, su mamá… Las escenas con Alicia Masters, la escena con Nick Fury en la luna, la escena con el borreguito fanático de los Fantastic Four (sí, Slott baja línea acerca de esa movida excecrable que fue esconder durante años a los Fantastic Four porque Disney no tenía los derechos para hacer películas o merchandising de Reed Richards y los suyos)… la verdad que hay muchísimos momentos memorables, que funcionan en varios niveles. Lo más flojo está en el sexto episodio, esa pelea medio absuda con unos bichos alienígenas, pero está claro que es el relleno: lo importante de ese número pasa por Dawn y su familia, no por la machaca entre buenos y malos.
Por el lado del dibujo, Mike Allred y su esposa (y colorista) Laura no se guardan nada. La magia explota en todas las viñetas, está todo lleno de detalles hermosos, con unas puestas en página alucinantes, siempre variadas, primeros planos llenos de emotividad, paisajes maravillosos y hasta un homenaje a Madman. Posta, en el improbable caso de que los guiones de Slott te parezcan una gansada cósmica, igual vas a flashear con lo que hace Allred en la faz gráfica. Hay un Vol.5 de esta serie que no tengo, y que me muero por conseguir. Por supuesto acepto donaciones.

Y hasta acá llegamos, por hoy. Gracias por tanto, perdón por tan poco y nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.

martes, 11 de febrero de 2020

MARTES DE GLORIA

Hoy, papa fina de alto vuelo, pero posta.
El Sable y el Laúd es una saga cortita (56 páginas) que los maestros Eduardo Mazzitelli y Quique Alcatena realizaron para Italia allá por 2010. En 2017 apareció la edición argentina, que es la que hoy cae en mis garras. Venía muy acostumbrado a los libros gordos de la dupla, con más de 160, o 200 páginas de historieta. Pero cuando la tenés muy clara, 56 páginas pueden ser suficientes para conmover al lector y sumar un título más a la lista de tus obras imprescindibles.
Fiel a su costumbre, en El Sable y el Laúd lo vemos a Mazzitelli reflexionar en voz alta acerca de abusos de poder, actos de valentía que desafían cualquier tipo de raciocinio, riquezas materiales que nunca conducen a la felicidad ni a la gloria eternas, traiciones, desgracias, intrigas y laberintos. La machaca escasea, mientras abundan los diálogos y los bloques de texto repletos de poesía y de frases tan potentes como bellas. La música es un elemento central en esta trama de talento y abnegación. O sea que si te gusta ese tema, el de la música y su poder, su influjo, el misterio de su origen, la magia de la inspiración, lo sagrado de su estudio e interpretación, El Sable y el Laúd te va a hacer numerosos mimos en el alma.
Y, como siempre, el dibujo de Alcatena te va a ser mimos en los ojos. Esta vez no hay tantas sorpresas en los diseños de locaciones y personajes, porque es una más de fantasía, en la que los monstruos limados y los palacios majestuosos no tienen tanto peso en la trama. Entonces el hechicero conocido sobre todo por su hipocorístico aprovecha para arriesgar por el lado de la puesta en página, por la forma de plantar la secuencia en la página, en busca de un ritmo narrativo que transmita esa sensación de flujo que transmite casi sin dificultad la propia música. El resultado es una auténtica maravilla. Si sos fan de la mítica dupla, El Sable y el Laúd no puede faltar en tu biblioteca.
Salto a 2015, cuando sale el Vol.3 del Silver Surfer de Dan Slott y Mike Allred (el Vol.2 lo vimos hace dos años, el 05/02/18). Lo digo así, rapidito y de arranque: esto NO puede ser mejor. De verdad, esta etapa del Surfer está al nivel de los mejores comics de superhéroes que leimos en nuestras nerdísimas vidas. Slott y Allred le hacen el aguante a los que vos quieras, sin parpadear. Lee y Kirby, O´Neil y Adams, Claremont y Byrne, Wolfman y Pérez, Levitz y Giffen, Nocenti y Romita Jr., Grant y Breyfogle, Ellis y Hitch… a todos se les frunce el culo cuando les nombrás al Surfer de Slott y Allred.
El primer episodio es un experimento formal BRILLANTE, un capítulo más largo que los habituales en el que los autores arman un loop tipo cinta de Moebius (con un homenaje alucinante al genio del comic francés) y en un momento lo rompen en una secuencia épica y estremecedora. El segundo episodio resuelve el plot de Newhaven y de los sobrevivientes a los genocidios de Galactus. Y los tres últimos enganchan con Secret Wars para plantear no sólo una saga cósmica hiper-ambiciosa, sino también un dilema ético realmente espeso, incómodo como tampón de virulana. Slott entiende al toque el potencial dramático que puede tener la epopeya cósmica en la que el universo todo se destruye y se recrea vista desde una óptica humana, cotidiana, de gente de a pie. En base a eso, los seres de poder más que infinito establecen nuevos vínculos y protagonizan nuevas situaciones, sin dejar de lado cierta solemnidad y cierta grandilocuencia, pero con una onda fresca, vital, emotiva.
Muchas veces vimos a héroes y villanos ser causantes o testigos de la obliteración del universo, de realidades enteras, o de su reconstrucción desde cero, o de su manipulación con fines más o menos nobles. Nunca lo vimos tan bien narrado como en este arco de Silver Surfer, con las maravillosas piruetas gráficas de Mike Allred como complemento perfecto a las ideas más extremas (y copadas) en la larga carrera de Dan Slott. Si nunca leíste la Secret Wars del 2015, no pasa nada. Igual se entiende todo perfecto. Last Days (que así se llama el TPB) es una cátedra, una joya, una supernova incandescente de talento y amor por el comic que deja sin habla en el acto a cualquier subnormal de los que andan por la vida repitiendo que el comic de superhéroes es puro refrito de ideas viejas y ya no aporta nada. Las aventuras de Norrin Radd y Dawn Greenwood tienen acción, drama, romance, machaca, sutiles toques de comedia y un montón de momentos de altísimo (y pochoclerísimo) impacto. Como cualquier buen comic de superhéroes, no? Pero además tiene huevos, tiene poesía, tiene riesgo, tiene magia. Tiene a dos autores en un momento increíble dispuestos a dejar la vida en cada viñeta, a romper con todo y no guardarse nada. Tengo en el pilón de espera el Vol.4, así que seguro pasarán menos dos años antes de que le entre. Es más, me quedé tan manija que por ahí le entro en dos días.

De Alcatena también, tengo más material pidiendo pista, así que por ahí repetimos el combo. Nada más, por hoy. Mil gracias a todos los que se acercaron a saludar en el EPAH! y nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.   

lunes, 5 de febrero de 2018

DOS GEMAS DE LUNES

Arrancamos la semana con dos obras muy recomendables.
Se reeditó en un libro alucinante Noelia en el País de los Cosos, la historieta de Ignacio Minaverry que debutara en 2011 en el suplemento de historietas de Télam y luego pasara por las páginas de Fierro. A nivel guión, Noelia es un poquito despareja: tiene momentos muy grossos, de alto impacto, tiene escenas tranqui bien dedicadas al desarollo de los personajes… en general avanza bien, a un ritmo razonable. Lo que menos cierra es cuando Minaverry frena el relato para explicar lo que está pasando, o lo que pasó previamente.
Toda la obra tiene un subtexto sociopolítico, es una gran alegoría acerca del rol del Estado en una sociedad y qué pasa cuando el capital concentrado se propone desguazar al Estado y privatizar la generación y la distribución de los bienes esenciales para la substisencia de los pueblos. Y la verdad que la jugada de mezclar esta bajada de línea con una aventura de viaje iniciático tipo Alice in Wonderland, condimentada con batallas épicas onda Lord of the Rings, le sale muy bien a Minaverry. El problema, los momentos más flojos del libro, llegan cuando el autor sospecha que el lector no va a entender las alegorías y las explicita demasiado. Mientras se mantiene sutil, Minaverry atrapa, seduce y hasta te hace reir, en esas escenas donde satiriza con fina mala leche a la izquierda dogmática, que de tanto desconfiar de los movimientos “populistas” termina jugando para los paladines de la desigualdad a los que dicen enfrentar.
Pero aunque el guión fuera un panfleto peroncho hiper-básico, o aunque no hubiese ni un personaje carismático (acá no hay menos de cuatro), o aunque la bajada de línea empantara totalmente a la aventura o viceversa, igual habría que recomendar Noelia en el País de los Cosos simplemente por la calidad de la faz gráfica, que es devastadora. A nivel visual, este es –lejos- el mejor trabajo de Minaverry, donde se lo ve más suelto, más cómodo, con más ganas de probar cosas nuevas. El color plano, clásico, muchas veces estridente, le juega muy a favor de lo que quiere contar. Las expresiones faciales y el lenguaje corporal de los personajes están ajustadísimos, la composición de las viñetas es infalible y aparecen guiños a varias tradiciones gráficas y narrativas de la historia del comic (ya no se puede encasillar a Minaverry como un autor “de línea clara”, o de tal o cual estilo). Lo que más se nota en la lectura de Noelia en el País de los Cosos es que, mientras la realizaba, el autor era muy feliz. Y eso no tiene precio.
Salto a EEUU, a 2015, para el Vol.2 de Silver Surfer de Dan Slott y Mike Allred (el Vol.1 lo vimos 04/01/16). Si el TPB tuviera sólo las primeras ocho páginas, ya valdría mucho la pena. Imaginate todo lo grosso que viene después. Slott explora a fondo el vínculo entre Norrin Radd y Dawn Greenwood, y lo bizarro que resulta ver a una chica humana, común y corriente, a bordo de la tabla del Surfer recorriendo las galaxias y metiéndose en kilombos que a menudo involucran a poderosísimos alienígenas. Esta vez Slott baja un poquito el nivel de la comedia, no se toma todo tan en joda, pero tampoco pasa a ser un comic oscuro ni circunspecto, porque siempre está ahí Dawn, como elemento disruptivo.
De los cinco episodios que ofrece el tomo, tres componen una saga en la que el Surfer se tiene que hacer cargo de su pasado como heraldo de Galactus, frente a frente con los habitantes de un planeta poblado por sobrevivientes de miles de mundos ingeridos por el devorador de planetas, luego de que el Surfer garantizara sus buenas condiciones bromatológicas. Y sí, maestro… Te guste o no, fuiste cómplice, partícipe necesario de innumerables genocidios perpetrados por tu jefe… que siempre está dispuesto a cometer un genocidio más, con tal de irse a dormir pipón-pipón. La saga de Newhaven lleva al límite no sólo el poder sino sobre todo la nobleza, la integridad del Silver Surfer, y el final que conjura Slott resulta brillante, absolutamente conmovedor, al nivel de las mejores historias en los 50 años de trayectoria del personaje.
Y el dibujo es de Mike Allred, coloreado por su esposa Laura, así que no hay demasiado para agregar. Como en todos sus trabajos sobra la onda, hay riesgos alucinantes en la puesta en página, las secuencias son potentes, todo está puesto para transmitir emociones y sensaciones y el ídolo muestra cada vez más recursos para que todo se vea lindo incluso cuando acelera y dibuja a las chapas. Voy por más Surfer, obviamente.
Y volvemos pronto, con nuevas reseñas.

lunes, 27 de abril de 2015

27/ 04: SHE-HULK Vol.4

Hace mucho, mucho tiempo, un lejanísimo 24/08/10, me tocó leer el tomo anterior de esta serie, el tercero escrito por el entonces no tan encumbrado Dan Slott. Y me faltaba el final de su etapa al frente de She-Hulk, que finalmente conseguí –no sin esfuerzo- recién el año pasado. Estos son comics de 2006 y 2007, muy impregnados de la onda Civil War, en los que Slott asume el desafío de meterle comedia y disparate a un momento muy heavy en la historia de los héroes y heroínas de Marvel. Y una vez más, sale bien parado de una ordalía a priori bastante complicada.
Los dos primeros episodios tienen un planteo tremendo: Starfox, héroe de Titan, hermano de Thanos y miembro de los Avengers, es acusado de haberse empomado a una mujer terrestre contra su voluntad. She-Hulk acepta defenderlo, pero a medida que pasan las páginas Slott nos va revelando detalles acerca del funcionamiento de los poderes de Starfox que parecen condenar al paladín más fiestero de la galaxia. El dilema moral se hace espeso y se hace personal, porque la propia protagonista alguna vez tuvo un tiroteo con Starfox… y no sabe si eso que la llevó a tirarle los galgos lo generó ella, o los poderes de él.
En el medio del courtroom drama, la investigación y los flashbacks a la época en la que She-Hulk y Starfox eran compañeros de equipo, Slott avanza a paso firme con varios subplots que involucran a todos los personajes secundarios de la serie, básicamente los otros empleados del estudio de abogados donde trabaja Jennifer Walters, y su novio, John Jameson, el hijo de J. Jonah. El guionista mantiene alto el nivel de los chistes y las bizarreadas, y reserva sorpresas grossas para todos, muy bien dosificadas a lo largo de todo el tomo.
Después tenemos los dos episodios que más enganchan con Civil War: el primero centrado sobre todo en las funestas consecuencias que sufren los miembros de los New Warriors que sobrevivieron al desastre de Stamford, y el segundo en la decisión de She-Hulk de no volver a transformarse en Jennifer mientras dure el bolonki. Ah, y en el casamiento entre la protagonista y John Jameson!
Ya en la recta final, Slott hace que Jen descubra lo que los lectores ya sabíamos: John Jameson es Man-Wolf, un licántropo con enormes poderes. Son dos capítulos donde todavía pesan los conflictos de Civil War y donde vemos un gran equilibrio entre machaca y desarrollo de personajes. Y para el postre, dos episodios centrados en el juicio a Starfox, que se lleva a cabo en Titan, con Mentor, Thanos, Pip the Troll, Moondragon, una Captain Marvel a la que yo nunca había visto y un montón de sorpresas más. Obviamente la presencia de Thanos le va a complicar las cosas a los buenos, pero la valentía de She-Hulk va a inclinar la balanza a favor de la Justicia. La sorpresa grossa del final tiene que ver con Starfox, el personaje al que más hace crecer Slott en este tomo, y cuando llega la hora de resolver el tema de la relación entre Jen y John… se acabó el espacio y queda sin resolver.
Pero claro, este NO es el final. Como en su momento salieron sólo cuatro TPBs, yo pensé que todo terminaba acá. Y sin embargo hay ocho episodios más de Slott, que sólo se reeditaron en un mega-broli de casi 400 páginas (aparecido el año pasado) que trae, además, los ocho episodios que yo acabo de leer. Así que me tendría que deshacer de este TPB e ir por el libro pulentoso, que sí llega hasta el final de la Era Slott.
En cuanto a los dibujantes, acá Juan Bobillo no pasa ni a saludar. Tenemos dos numeritos del brazuca Will Conrad (bastante chato, poco original, lejos de su nivel actual), dos numeritos del maestro Paul Smith (elegante y plástico como siempre) y el resto a cargo del siempre efectivo Rick Burchett, un dibujante mucho más asociado con DC que con Marvel, que por ahí no descolla, pero tampoco defrauda. Y además entiende perfectamente el timing de comedia que propone Slott en varios pasajes de la serie.
Sigo sin saber cómo carajo termina la etapa de Dan Slott al frente de She-Hulk, pero también sigo sumando motivos para recomendarla, no sólo a los fans del personaje o del guionista, por la cantidad de sorpresas zarpadas, por el ritmo, por los temas en los que se mete, por el humor, por la erudición marvelita, por el gran manejo de los subplots y porque con personajes de la B y la C (Man-Wolf, Starfox, Two-Gun Kid, el androide del Mad Thinker, etc.) armó un elenco alucinante al que le pega un montón de giros muy interesantes. Voy por más Slott, aunque eso signifique postergar un toque más la lectura de la etapa de Charles Soule y Javier Pulido, que también pinta grossa.

martes, 24 de agosto de 2010

24/ 08: SHE-HULK Vol.3


Y sí, te entiendo, a mí me pasa lo mismo. Me nombrás a She-Hulk y automáticamente me viene a la mente la She-Hulk de John Byrne, la que sabía que era un personaje de historietas y se animaba a romper la cuarta pared. Esa es la etapa icónica de She-Hulk, la que demostró que con un personaje de la B Metropolitana también se pueden hacer comics gloriosos, si tenés un buen autor y un enfoque copado para la serie. Pero hay más, porque no nos olvidemos de que entre 1999 y 2005 Marvel vivió su tercera época de oro, la de Joe Quesada y Bill Jemas, y She-Hulk también fue parte de ese tsunami de calidad, de la mano de un equipo que la relanzó dos veces, a falta de una: el guionista californiano Dan Slott y el dibujante argentino Juan Bobillo. Los dos primeros TPBs reúnen los 12 números de una serie regular tempranamente abortada, porque se venía la hecatombe de Avengers Disassembled, y Marvel necesitaba a una She-Hulk descontrolada y peligrosa, no una mina copada y con sentido del humor. Por suerte, una vez pasado el temblor, se lanzó una nueva colección con los mismos autores, cuyos primeros números componen este tomito.
Los hallazgos de Dan Slott en She-Hulk son muchísimos, pero sin duda lo mejor que hizo fue aferrarse al concepto de “Jennifer Walters, abogada, se transforma en She-Hulk”. Slott aprovecha la profesión de Jen para tocar un tema alucinante, con un enorme potencial hasta entonces desaprovechado: la abogacía en un mundo en el que hay gente con superpoderes, clones, humanoides, viajes en el tiempo, dimensiones paralelas y entidades cósmicas. A partir de ese enfoque, puebla la serie con un montón de secundarios a los que trabaja mucho y muy bien y orquesta las tramas de modo que lo más importante no es la machaca contra el villano de turno.
En este tomo, sin ir más lejos, lo central es un juicio a la propia She-Hulk, que transgrede una de las leyes de los viajes en el tiempo, al intentar advertirle a un viajero temporal (Hawkeye, que viene del pasado, cuando estaba vivo) sobre cómo y cuándo va a morir. Esa trama no sólo se la aguanta tres números (uno de ellos doble), sino que además Slott se las rebusca para mantener alto el ritmo de comedia que muestra la serie desde el primer tomo. Los viajes en el tiempo, y los riesgos que estos suponen para la continuidad del universo, son terreno fértil para los chistes y hay muchos, y muy buenos. El tema de que los abogados usan los comics de Marvel para informarse acerca de los poderes y las actividades encubiertas de héroes y villanos también está muy bien usado. “¿Cómo vamos a trabajar mes a mes, si están todos esperando los recopilatorios?! ¿Estamos todos en pedo! Eso va a matar a la industria, te lo juro!”, dice el empleado del estudio jurídico a cargo de la historieteca.
No me quiero extender en el rubro Guiños Geeks, pero hay cientos, entre ellos tributos a Mark Gruenwald, Stan Lee, John Byrne y Peter David. Y además, un número entero que nos cuenta qué fue de la vida de Jennifer Walters entre Avengers Disassembled y el relanzamiento de su propia serie, un episodio mucho más dramático, de una intensidad emotiva poco frecuente en los comics de superhéroes actuales.
Juan Bobillo, con Marcelo Sosa en tintas, pela acá su estilo más “línea clara”, más jugado a la composición y a la narrativa que al despliegue visual y la estridencia de otros trabajos. También hay un aporte interesante de Scott Kolins, y paginitas sueltas de varios dibujantes invitados, entre ellos dos que a mí me encantan: Lee Weeks y Eric Powell. Pero a nivel visual, lo más interesante es ver a Bobillo en esta faceta más tranqui, más intimista, con la versatilidad suficiente como para pasar del courtroom drama a la comedia y de la comedia a la machaca superheroica sin despeinarse, sin que se resienta el flujo del relato ni que pierdan coherencia los personajes.
Pero repito: el mérito mayor le corresponde a Dan Slott (¿te acordás de los comics de Ren & Stimpy que escribía en los ´90? Eran lo más!), que supo encontrar un enfoque original y atractivo, en el que funcionan tanto She-Hulk como Jennifer Walters como un montón de héroes y villanos invitados de los más extraños confines del Universo Marvel. La She-Hulk de Slott y Bobillo te ofrece por lo menos tres TPBs de inmejorable diversión, y la verdad es que no es una oferta “pa´dispriciar”, como decían las viejas...