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viernes, 4 de marzo de 2011
04/ 03: SANGRE DE BARRIO
No salgo de una y ya me meto en otra… Como 100 Bullets, Sangre de Barrio es un comic que explora qué pasa cuando se toman las decisiones incorrectas. No todo es tan trágico como en 100 Bullets, especialmente en la primera parte, que tiene bastante de comedia estudiantil, guarra y peligrosa, pero comedia al fin. Acá, como en muchas de las historias colaterales de 100 Bullets, los que toman las decisiones incorrectas y lo pagan carísimo son marginados, gente virtualmente expulsada del sistema, en buena medida víctimas de una sociedad injusta, despiadada y asquerosamente hipócrita.
Jaime Martín, uno de los grandes autores españoles de los ´80 y ´90, nos propone seguir a Vicen, el protagonista, en su tránsito de nene tímido y sufrido a tipo curtido, bravo, al que no sale gratis tocarle el culo. Todo en poco tiempo y a través de situaciones muy jodidas, que involucran a diversas formas de delito, algunas medio boludas y otras más dañinas y perniciosas que el coloreado de las reediciones de Patoruzú que publica Perfil. ¿Cuánta de su integridad perderá Vicen en esta transición? Jaime Martín parece responder “No importa, nadie tiene la autoridad moral para medir la integridad ni la falta de ella en sus semejantes”. Pero por otro lado, se percibe un cariño del autor por el protagonista, unas ganas de que Vicen no termine tan mal como otros de los personajes de la saga. Y la maniobra para salvar a Vicen del final trágico es totalmente impredecible, pero en ningún momento incoherente ni a contramano de lo que veníamos presenciando.
Sangre de Barrio se puede leer en paralelo con otra serie que aparecía también en El Víbora y en la misma época: Sarita, de Alfredo Pons, Marta y Galiano. Sarita y Vicen viven en una Barcelona muy parecida, teñida de miseria, injusticia, sexo, droga y rockanrol, y desde muy jóvenes se ven tentados por los vicios y por los atajos que se pueden tomar para conseguir guita que financie los vicios. Sarita quedó inconclusa, nunca vimos cómo terminó, pero uno sospecha que iba hacia un final un poquito peor que el que Martín le habilitó a Vicen. El dato de que estas historietas salían en El Víbora no es menor: nunca hubo muchos medios donde se pudiera mostrar al “héroe” de un comic aspirar frula, inyectarse heroína, mentir, robar, prostituirse o directamente matar, pero en la legendaria antología de La Cúpula eso fue moneda corriente durante muchos años. Hoy no sé si hay lugar en algún mercado para un comic tan filoso (y hasta un punto peligroso) como el que nos ofrecía El Víbora.
En cuanto al dibujo, retomamos el paralelismo con 100 Bullets: acá tenemos a otro capo indiscutido del claroscuro, que además maneja de taquito todas las disciplinas de la narrativa. Pero claro, en la superficie del dibujo Jaime Martín no se parece en nada a Risso. Se parece muchísimo a Jordi Bernet, es como un Bernet joven, que además de leer a los clásicos tipo Noel Sickles, Milton Cannif o Alex Toth, también se mató con Jaime Hernández y (sobre todo en la segunda parte) Charles Burns. Y no hace falta agregar mucho más: si mezclás Bernet, Hernández y Burns, te queda un dibujante cuyo dominio del blanco y negro está más allá del bien y del crack. Martín, además, le da mucha onda y mucha personalidad a los personajes secundarios, dibuja una Barcelona 100% creíble, planifica muy bien las secuencias y sale airoso incluso de desafíos complicados, como dibujar persecuciones de autos y motos. En la segunda parte, alterna las páginas divididas en tres tiras con las de cuatro tiras y llega a mandarse páginas de 12 cuadros en los que la narrativa es ajustadísima, milimétrica, como en los mejores comics para la prensa de los años ´30 y ´40. Y aún con toooodos esos cuadros, Martín balancea a la perfección las masas negras y blancas y no pifia jamás en la ubicación de los globos. Un laburo sumamente encomiable y más si pensamos que Martín terminó esta serie antes de cumplir 30 años.
Sangre de Barrio es un comic ante todo testimonial, casi de denuncia, que nos muestra cómo cuando una sociedad se va a la mierda, arrastra al abismo a sus jóvenes, que son los que se hacen los pistola, los rebeldes, pero tal vez sean los más vulnerables. Corrupción urbana, tragedia y comedia, amor y violencia y el sabor agridulce de un mensaje tremendamente amargo, transmitido mediante una obra de inusual belleza.
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