Bueno, por fin un rato tranqui para sentarme a escribir las reseñas de dos libros que leí en la semana. Sí, ya sé, dos libros en una semana es muy poco, pero estuve con algunas complicaciones que me forzaron a cambiar un toque la rutina…
Arranco en España, en 2012, cuando el sello 001 Ediciones lanza Materia Oscura, un maravilloso libro que recopila once historias cortas dibujadas por el maestro David Lloyd, de distintas épocas de su carrera, a veces con guiones propios y a veces en colaboración con guionistas. Hay una historia inédita (posta, Lloyd dibujó en 1978 una historieta que recién vio la luz en 2012) y el resto proviene de distintas antologías, algunas de las cuales ya tenía y otras que no conocía.
Pero esta vez no voy a hablar puntualmente de las historias que componen el tomo, ni a contarles en cuáles me parece que Lloyd se esmeró más, o cuáles tienen guiones más redondos. Me quiero centrar en el formato, porque es algo que me parece vital para este medio. Esto que hizo 001 con Lloyd, este libro dedicado a reunir la obra dispersa de un autor importante, es algo que –a mi juicio- habría que hacer con TODOS los autores grossos. O por lo menos con… 200, o 300 autores. La inmensa mayoría de los autores que nos gustan tienen, además de esa obra emblemática (en el caso de Lloyd es, obviamente, V for Vendetta), un par de obras no tan conocidas, y un montón de historias cortas, esparcidas en varias antologías. Heavy Metal, 2000 A.D., El Víbora, Fierro, Pilote, Epic Illustrated, Cairo, Skorpio, Garo, Zero Zero, Metal Hurlant… hay miles. Y en todas aparecen (o aparecían) historias largas presentadas en fragmentos, que luego se recopilaban en álbumes o novelas gráficas, combinadas con historias cortas que muchas veces quedaban ahí, relegadas al limbo de las viejas revistas hoy difíciles de encontrar, siempre difíciles de conservar en buen estado.
Por eso esto que hizo 001 es tan importante: la obra dispersa de los grandes autores no puede permanecer eternamente desparramada por 10 ó 12 antologías. Hay que reunirla, recopilarla y ponerla a circular, aunque nunca venda tanto como esos trabajos consagratorios. En el breve tiempo en que trabajé como coordinador editorial en un sello hoy extinto, tuve el placer de soñar primero y armar después tres libros al estilo Materia Oscura: uno de Solano López, uno de Esteban Podetti y uno de Juan Sáenz Valiente. Me quedó una lista de 15 ó 20 autores más para intentar algo similar. Y me quedó también la convicción, la pasión por este tipo de libros que tanto bien le hacen a nuestras bibliotecas comiqueras. Ahora falta que una editorial de habla inglesa se interese por clonar Materia Oscura, así puedo tener estas historias en el idioma en el que fueron escritas, más allá de que la edición española tenga un traductor de lujo como es Lorenzo Díaz.
Una vez más, cierro con un libro publicado en Argentina en 2016. Esta vez se trata de La Toma, una novelita gráfica escrita y dibujada por Emilio Utrera, a quien a habíamos visto el 18/02/15, cuando me tocó leer Barras vs. Hooligans. Y muy a mi pesar, tengo que volver a criticar LO MISMO que critiqué aquella vez. Utrera tropieza por segunda vez con la misma piedra: la inaceptable desprolijidad en los textos, repletos de faltas de ortografía, letras que faltan, letras que sobran, espacios entre palabras y signos de puntuación que deberían estar y no están… Parece mentira, pero a medida que Utrera va progresando como dibujante y como narrador gráfico, sigue teniendo estos problemas de principiante a la hora de llenar los globos con palabras.
Por otro lado, el argumento es muy atractivo. Es real, es picante y -gracias al regreso de las políticas económicas neoliberales- también es urgente. En La Toma tenemos intriga, acción, violencia, humor, costumbrismo, una cierta ternura, un férreo despliegue de convicciones, una bajada de línea potente y un gran cuidado por el verosímil. Con estos elementos, y con su gran solvencia para el dibujo, Utrera nos mantiene atrapados las 72 páginas que dura la obra y hasta se da el lujo de dejarnos pensando en este tema y en estos personajes una vez que cerramos el libro.
Como en sus obras anteriores, Utrera traslada a la página su agudo sentido de la observación que le permite mantener una sensación de “esto es todo real” incluso cuando desde el trazo se propone deformar a los personajes, darles una impronta más grotesca, menos pendiente de la anatomía ortodoxa. A esto hay que sumarle muy buenas ideas para la puesta en página y un manejo notable de la mancha negra y de las tramas de grises. Así es como nos queda un trabajo visualmente muy logrado, de alto impacto y de mucha solvencia desde la base hasta la superficie.
Tengo entendido que La Toma se publicó también en Fierro. ¿Alguien se acuerda si en esa edición también estaban los errores en los textos?
Y bueno, hasta acá llegamos. ¡La seguimos pronto!
Mostrando entradas con la etiqueta Emilio Utrera. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Emilio Utrera. Mostrar todas las entradas
sábado, 8 de julio de 2017
miércoles, 18 de febrero de 2015
18/ 02: BARRAS VS. HOOLIGANS
Después de varios números autoeditados de la revista Barras, el creador de la serie, Emilio Utrera, decidió subir la apuesta y salir con una novela gráfica de 50 páginas para coincidir (más o menos) con las fechas del Mundial. El resultado es un producto atípico, muy raro, con algunos logros y unas cuantas limitaciones.
Lo primero que llama la atención es el prólogo, un texto pensado para contextualizar la historia y explicar algunas cuestiones que tienen que ver con las barras bravas argentinas, brasileras y británicas. Y llama la atención porque el texto está muy mal redactado, con serios problemas en la gramática y en los signos de puntuación. Esos mismos problemas se van a ver a lo largo de toda la historieta, no sólo en los globos de diálogo (en los que los errores podrían ser intencionales, para reflejar los modismos medio deformes con que se expresan los barras) sino también en los bloques de texto, en los que toma la palabra un narrador omnisciente. Ahí hay faltas de ortografía, espacios entre las palabras que no están o están mal puestos, muchos signos de puntuación, acentos y hasta letras faltantes, y textos que no encajan bien en el espacio de los globos. Un verdadero alud de desprolijidades que, sumado a la espantosa tipografía elegida para los textos, hace que todo el libro sea muy arduo de leer.
Lo peor es que el argumento en sí es bueno. Está bien documentado, la acción está bien dosificada, todo lo que pasa es creíble, tiene momentos de verdadera tensión, momentos cómicos, situaciones muy extremas, muy impactantes, y además es muy revelador en su intento de mostrarnos ese “lado B” del Mundial, que tiene que ver con la violencia, el kilombo propiciado por estos salvajes, y los métodos (legales, ilegales y cuasi-legales) que usan para financiarse. A lo largo de 50 páginas, muchos personajes entran y salen de escena, y en ningún momento te perdés, ni te los confundís, porque Utrera se esfuerza para darles a todos rasgos distintivos, tanto en el diseño como en la personalidad. Hay una “traición” grossa, que es que el enfrentamiento con los hooligans a los que hace mención el título es casi una anécdota menor, que ocupa poco más de cuatro páginas. El título “honesto” de la novela debió haber sido Barras en Brasil.
O sea que los problemas son mayoritariamente de guión, no de argumento, ni de dibujo, ni de narrativa. Utrera es un gran osbervador de los comportamientos, la forma de hablar, de moverse, hasta de vestirse de estos… homínidos, y hasta logra que uno les cobre un cierto afecto a pesar de mostrarlos como una manga de bestias, de marginales, siempre al borde del delito y el descontrol.
El dibujo está muy bien, es muy dinámico, muy plástico, muy expresivo, y se apoya en un claroscuro fuerte, intenso, poderoso. Me hizo acordar a los mejores trabajos de Fernando León González, pero con más mancha negra. La puesta en página está muy bien, pensada para sumarle vértigo a las tropelías de los barras, y además potenciada por una gran variedad de ángulos y enfoques y un despliegue muy generoso en materia de fondos. Si no te produce rechazo su impronta grotesca, exagerada, seguro te va a gustar el dibujo de Utrera, como le gustó a los coordinadores de Vertigo que ya le publicaron algún trabajo en EEUU.
Acá había personajes, situaciones, datos de la realidad y sobre todo una temática, como para mandarse una muy buena novela gráfica. No llegó a octavos de final porque le patearon en contra los textos, que es sin dudas el punto que Utrera deberá repensar (o delegar) en futuras historietas, con o sin barrabravas.
Lo primero que llama la atención es el prólogo, un texto pensado para contextualizar la historia y explicar algunas cuestiones que tienen que ver con las barras bravas argentinas, brasileras y británicas. Y llama la atención porque el texto está muy mal redactado, con serios problemas en la gramática y en los signos de puntuación. Esos mismos problemas se van a ver a lo largo de toda la historieta, no sólo en los globos de diálogo (en los que los errores podrían ser intencionales, para reflejar los modismos medio deformes con que se expresan los barras) sino también en los bloques de texto, en los que toma la palabra un narrador omnisciente. Ahí hay faltas de ortografía, espacios entre las palabras que no están o están mal puestos, muchos signos de puntuación, acentos y hasta letras faltantes, y textos que no encajan bien en el espacio de los globos. Un verdadero alud de desprolijidades que, sumado a la espantosa tipografía elegida para los textos, hace que todo el libro sea muy arduo de leer.
Lo peor es que el argumento en sí es bueno. Está bien documentado, la acción está bien dosificada, todo lo que pasa es creíble, tiene momentos de verdadera tensión, momentos cómicos, situaciones muy extremas, muy impactantes, y además es muy revelador en su intento de mostrarnos ese “lado B” del Mundial, que tiene que ver con la violencia, el kilombo propiciado por estos salvajes, y los métodos (legales, ilegales y cuasi-legales) que usan para financiarse. A lo largo de 50 páginas, muchos personajes entran y salen de escena, y en ningún momento te perdés, ni te los confundís, porque Utrera se esfuerza para darles a todos rasgos distintivos, tanto en el diseño como en la personalidad. Hay una “traición” grossa, que es que el enfrentamiento con los hooligans a los que hace mención el título es casi una anécdota menor, que ocupa poco más de cuatro páginas. El título “honesto” de la novela debió haber sido Barras en Brasil.
O sea que los problemas son mayoritariamente de guión, no de argumento, ni de dibujo, ni de narrativa. Utrera es un gran osbervador de los comportamientos, la forma de hablar, de moverse, hasta de vestirse de estos… homínidos, y hasta logra que uno les cobre un cierto afecto a pesar de mostrarlos como una manga de bestias, de marginales, siempre al borde del delito y el descontrol.
El dibujo está muy bien, es muy dinámico, muy plástico, muy expresivo, y se apoya en un claroscuro fuerte, intenso, poderoso. Me hizo acordar a los mejores trabajos de Fernando León González, pero con más mancha negra. La puesta en página está muy bien, pensada para sumarle vértigo a las tropelías de los barras, y además potenciada por una gran variedad de ángulos y enfoques y un despliegue muy generoso en materia de fondos. Si no te produce rechazo su impronta grotesca, exagerada, seguro te va a gustar el dibujo de Utrera, como le gustó a los coordinadores de Vertigo que ya le publicaron algún trabajo en EEUU.
Acá había personajes, situaciones, datos de la realidad y sobre todo una temática, como para mandarse una muy buena novela gráfica. No llegó a octavos de final porque le patearon en contra los textos, que es sin dudas el punto que Utrera deberá repensar (o delegar) en futuras historietas, con o sin barrabravas.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)