el blog de reseñas de Andrés Accorsi
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jueves, 13 de enero de 2022

PRIMERAS LECTURAS DEL AÑO

Sigo atrapado en el vórtice espacio-temporal de la mudanza, pero felizmente me pude hacer un rato para escribir acerca de las historietas que (no sin dificultad) pude leer en estos últimos días. Ya resignadísimo a no tener nunca una edición en castellano de Chicanos, me adentré en este clásico noventoso de Carlos Trillo y Eduardo Risso en una edición italiana del 2003, que consta de cinco tomos. No recopila TODA la serie, pero creo que es la edición más completa, la que más episodios llegó a reeditar en formato libro. De las tres series largas que Trillo y Risso producen para la Eura en los ´90, Chicanos es -lejos- la mejor dibujada de las tres, muy por encima de Borderline y Yo, Vampiro. No sé si para esta serie Risso contaba con más tiempo para dibujar cada episodio, o si repartía el trabajo con un equipo de asistentes más afianzado, pero visualmente estos episodios están repletos de imágenes y secuencias maravillosas. La New York de Chicanos tiene ese caos, esa cacofonía, esa pátina de grasada que tenía la New York de Alack Sinner, potenciada por un manejo del claroscuro en el que Risso, además de mostrar su admiración por José Muñoz, anticipa mucho de lo mejor de 100 Bullets. No hace falta llegar a su etapa en Estados Unidos para disfrutar de un Risso perfecto, impecable en la narrativa, impactante en las expresiones faciales, infalible en el retrato de la vida cotidiana de esta ciudad de feroces contrastes y desigualdades. Te pueden no interesar en lo más mínimo los guiones, y aún así pasarla bomba con Chicanos solo por la calidad infernal que tiene el dibujo del león de Leones. Y los guiones no están nada mal. En especial la saga que abarca los cuatro primeros capítulos y el séptimo (recontra-autoconclusivo) son muy, muy notables. Después hay unos cuantos episodios unitarios más (leí hasta el 12, que es lo que viene en los dos primeros tomos de la edición de Coniglio), casi todos muy dignos y alguno muy extremo, con algún exceso por parte de Trillo en su afán de mostrarnos lo poco feliz que resulta la vida de Alejandrina Yolanda Jalisco, la protagonista de la serie. Un poquito de mala leche está bueno, pero cuando el maltrato hacia la protagonista se acerca más a un bullying despiadado, te preguntás si realmente hacía falta. Y la verdad que no, menos cuando esos episodios de “miren lo mal que la pasa Alejandrina” no tienen otro hilo argumental más potente, vinculado a la aventura o a la investigación de casos policiales, o al romance, aunque más no sea. Es como que en algún punto Trillo mezcla desarrollo de personajes con humillación y basureo al límite de la protagonista y la reacción que genera en el lector (por lo menos en este lector) es mucho más repulsiva que cuando Alejandrina resulta discriminada, maltratada o pisoteada en el contexto de una trama más “aventurera”. Veremos con qué me encuentro en los tomos que me quedan por recorrer.
Me voy a Francia, año 2010, cuando Jul Maroh causa sensación con la novela gráfica El Azul es un Color Cálido. Claro, nunca habían aparecido historietas que abordaran en profundidad, en clave dramática, el tema de la homosexualidad femenina. Y la autora lo presenta de manera muy realista, por momentos más cruda, por momentos más poética, pero con una contundencia emocional aplastante. Imposible llegar al final de la obra sin sentir una profunda empatía por Clementine y Emma y sin sufrir por el trágico desenlace de su historia de amor. La historia está muy bien narrada, con todos los recursos puestos al servicio de conmover al lector, de invitarlo a dejar de lado prejuicios y tabúes y vibrar al ritmo de un romance complicado, apasionado, impredecible de principio a fin. En general, cuando aparecen obras que rompen todo al arrojar sobre la mesa temas de los que hasta ese punto no se hablaba, son obras muy jugadas a la idea, al concepto, y a menudo no tan cuidadas en la realización. En ese sentido, El Azul es un Color Cálido me sorprendió muy gratamente. Tanto el dibujo como la narrativa muestran un nivel de solvencia que uno normalmente no asocia a una ópera prima de una autora joven. Por ahí sin deslumbrar, Maroh maneja con muchísimo criterio el ritmo del relato, sabe conjurar climas, asfixiar al lector con silencios, ponerle fuerza a las escenas clave... y además dibuja y colorea muy bien, en un estilo que por momentos me hizo flashear una versión más moderna del maestro Hermann. Aclaro (para que no me masacren) que me gusta más Hermann que Maroh, pero la onda medio que va para ese lado. Nunca leí otros trabajos de esta autora, y trataré de rectificar esa carencia, porque la verdad que este es un muy buen comic, que amerita seguir a su autora por otros caminos. Me imagino que en obras posteriores Maroh habrá tocado temas distintos, no infinitas variaciones de “una chica adolescente se enamora por primera vez y descubre que es lesbiana”, pero la verdad, no lo puedo asegurar. Ya veremos con qué me encuentro la próxima vez que me cruce con una obra de esta autora, cuyo primer trabajo es sumamente recomendable y cuenta con una magnífica edición argentina.
Me quedo en Francia para degustar otra papita fina, pero de autor argentino: Llamarada, del inmenso Jorge González, que también tuvo edición local en 2021. En la primera parte de la novela, González nos cuenta la historia de su abuelo José María, talentoso futbolista que se luciera en el glorioso Racing Club de Avellaneda en aquellos años anteriores a la aparición del futbol profesional, cuando todo era amor por la camiseta. Un testimonio riquísimo y apasionante de esas décadas fundacionales para el deporte más popular y más masivo del planeta. Pero después la trama agarra para el lado de las generaciones y los vínculos entre padres e hijos. José María se convierte en papá de Jorge, Jorge a su vez tiene un hijo al que también llama Jorge (el autor de la historieta), y el nieto del crack de Racing, ya radicado en Europa, amplía la dinastía González con la llegada de Mateo, pelirrojo como su bisabuelo y bastante habilidoso con la redonda. Con elegancia y sutileza, González explora el conflicto entre lo que los padres quieren que sean sus hijos y lo que finalmente estos eligen para sus vidas, y de ahí salen los mejores momentos de Llamarada. Fiel a su estilo, el argentino estira la extensión del libro con secuencias de alto vuelo plástico que parecen no conectar con la trama, pero esta no pierde en ningún momento el interés. No sé si el guion está tan logrado como el de Fueye (ver reseña del 06/07/12), pero seguro que me gustó mucho más que el de Dear Patagonia (reseñado el 09/11/15). Entre diálogos muy reales y silencios cautivantes, se luce (como siempre) el dibujo de Jorge González que, en la primera mitad del libro, alcanza un nivel más cercano a la magia que al arte. En la segunda mitad prueba otras cosas, arriesga un poco más en materia estética, y el resultado puede ser un poco confuso, o no tan fácil de acoplar al devenir de algo que es, ante todo, un relato. Incluso cuando se pasa de experimental, González no se olvida que está contando una historia, y eso hace que Llamarada, si bien cambia mucho con el correr de las páginas, mantenga una unidad y una consistencia a lo largo de 300 inolvidables páginas. Si sos hincha de Racing, esto te va a emocionar, y si no, me parece que también. Nada más, por ahora. Gracias por el aguante y ni bien pueda, vuelvo a postear acá en el blog.