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martes, 14 de mayo de 2024
VALERIAN Vol.7
Esta reseña continúa desde donde quedó la del 29/09/16.
Hora de meternos con el último integral de Valérian, el que incluye los tres álbumes finales de la gran serie que Pierre Christin y Jean-Claude Méziéres nos ofrecieron entre 1967 y 2010. Fueron 43 años de trabajo para contarnos apenas cuatro años en la vida de estos personajes y este universo... pero qué cuatro años.
Sin dudas el integral es el formato ideal para leer este tramo de la serie, porque si tomás por separado cualquiera de los tres álbumes que incluye el libro (Al Borde de la Gran Nada, El Orden de las Piedras y El Abretiempo) te vas a encontrar con pedazos de historia, narraciones incompletas que empiezan pero no terminan, o al revés. Christin y Méziéres pensaron esta última gran aventura de Valérian y Laureline como una trilogía de álbumes y eso marca definitivamente el ritmo al que se van a desarrollar los sucesos de las tres entregas que Norma editó de un saque, en un librazo.
Visualmente, esto es formidable. Acá vemos a un Méziéres totalmente afianzado, sin el menor desfasaje entre las imágenes que se le aparecen en la mente y las que terminan plasmadas en el papel. Incluso se da el lujo de dibujar y colorear varias secuencias en otro estilo, más cercano al de Enki Bilal, con ese tratamiento más pictórico del color. En estos tres álbumes Méziéres te tira una genialidad atrás de otra y -como parte del atractivo consiste en que sobre el final reaparecen decenas de personajes de los álbumes anteriores- la comparación entre este Méziéres y el de los primeros años de la serie se hace tan inevitable como favorable a la versión más madura del autor.
La trama es un in crescendo muy adictivo, que va a llevar a un punto culminante el plot más importante que venía arrastrando la serie: la búsqueda de Galaxity, además condimentada con una guerra a todo o nada contra los responsables de su desaparición. Valérian y Laureline arrancan la saga bien de abajo, y con el correr de las páginas van a ganar amigos, aliados y sobre todo confianza en su propia chapa, para afrontar la epopeya final. En el medio, como siempre, hay situaciones más distendidas, en las que aparece el talento de los autores para la comedia y el disparate. También a lo largo de los dos primeros álbumes de la trilogía tenemos apariciones y mucho desarrollo de varios personajes secundarios, entre ellos Ky-Gai y el teniente Molto Cortés, que es una versión mínimamente camuflada de quien vos te imaginás que puede estar detrás de ese nombre. Todo esto hace muy llevadero este espiral ascendente, que gana en tensión con el correr de las páginas.
Y para el final, Christin y Méziéres se van al carajo: sin profundizar demasiado en las motivaciones de cada uno, hacen reaparecer (como ya dije) a decenas de personajes (buenos, malos y neutrales) de los que ya conocíamos de los 20 álbumes anteriores, y todos toman partido por uno de los bandos: o se encolumnan atrás de las piedras, o se suman a la cruzada de Valérian por derrotarlas y rescatar al mundo perdido. Obviamente es espectacular y emotivo ver el regreso de tantas caras conocidas, pero no es algo que esté del todo justificado en términos narrativos. Para cuando este verdadero pandemonium de personajes se terminó de acomodar en los dos bandos enfrentados, al último álbum le quedan unas 15 páginas y la batalla final -si bien es épica- es muy breve. Y la victoria que se llevan los buenos es rápida y fácil, como las chicas que me gustan a mí. Me hubiese gustado ver más sufrimiento, más sacrificios, que los buenos tuvieran que soportar más pérdidas y más dolor, y mostrar más aguante y más resilencia para derrotar a una amenaza que se nos mostró como imbatible a lo largo de tantas páginas. Pero bueno, el espacio es tirano y había que meter ese epílogo brillante, esa última vuelta de tuerca que cierra, abre, impacta, emociona... Hasta cuidan el detalle de que el último personaje que aparece en el álbum sea el villano de la primera aventura, como para que el cierre sea todavía más redondo.
Las aventuras de Valérian y Laureline terminan en un punto muy alto, con un Christin afiladísimo, que nunca se olvida de bajar línea contra los vicios del sistema, y un Méziéres que para este entonces ya dibujaba muy lento, pero a un nivel impresionante. Esto es ciencia ficción de la buena, de la grossa, de la que te cambia la forma de pensar la ciencia ficción. Una de las series realmente imprescindibles que nos dio el comic franco-belga.
Y hay más comic franco-belga para las próximas entradas del blog. Quiero parar, para hablar de material de otros países, pero no puedo, estoy on fire. Gracias por el aguante y hasta pronto.
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Jean-Claude Mézieres,
Pierre Christin,
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miércoles, 13 de mayo de 2020
MIERCOLES DE CIENCIA-FICCION
Bueno, seguimos acá, en
casa. Y con algunas lecturas más para comentar en este espacio.
Efectivamente, ni bien
terminé de leer el Vol.9 de Valérian, me fijé en la biblioteca a ver si estaba
el Vol.10, que es la segunda parte de la historia que comentamos el viernes. Lo
tenía. Y mejor aún: lo leí y sentí la sensación mágica de no haberlo leído
nunca. El álbum empieza con un muy breve resumen de lo sucedido en el tomo
anterior, así que sospecho que yo debo haber frenado ahí el hipotético intento
de lectura, hace mil años, cuando lo conseguí (por supuesto no me acuerdo ni
cuándo ni dónde).
Creo que nunca fui tan
feliz leyendo Valérian como con este díptico. Muchas cosas que en Metro
Chatelet no terminaban de cerrar, acá los maestros Pierre Christin y
Jean-Claude Meziéres lo cierran perfecto. ¡Y hasta tiran puntitas de sagas que
vendrán después! Acá se resuelve el misterio, hay acción, comedia, traiciones,
engaños, seducción, violencia, misticismo, teorías conspiranoicas, runflas
entre mega-corporaciones, celos entre amigovios… Ah, y una bajada de línea
maravillosa acerca del saqueo colonialista que invade a culturas menos
avanzadas y les impone una religión trucha mientras le chorea las riquezas. No
se le puede pedir más a 46 páginas de una aventura apuntada al público
adolescente, de verdad.
Lo único que no me pareció
taaaan genial es el debut de Laureline en el rol de yiro manipulador, de femme
fatale, que volverá a interpretar en álbumes posteriores. Se hace demasiado
larga la secuencia en la que se viste, peina y maquilla para verse MUY zorra y
detonarle las hormonas a dos giles que supuestamente son muy malos, pero
Christin los muestra como víctimas del ardid de esta chica otrora casta y
mojigata, ya virada en sex symbol. Atenti fans de Sin City, que en esa
secuencia van a encontrar un par de viñetas que sin ninguna duda Frank Miller
“tomó como referencia” para algún episodio de esa saga de los ´90. Pero bueno,
el dibujo de Meziéres en este tomo es tan zarpado, alcanza picos tan sublimes, que
debe ser difícil que un dibujante lea esto y no se quiera “llevar algo de
recuerdo”.
Brillante, absolutamente
satisfactorio y con muchos toques de genialidad este arco de dos álbumes
(aparecidos en 1980 y 1981, respectivamente) de la saga de Valérian. El día que
se me prenda fuego la colección, ya sé cuáles son los tomos que hay que
rescatar sí o sí de entre las llamas.
Sigo en el terreno de la
ciencia-ficción, pero ahora en EEUU y en 2015, para empezar (tarde, como
siempre) con Descender, la muy elogiada serie escrita por Jeff Lemire y
dibujada por Dustin Nguyen. Hace poco leí (online, claro) Gotham Sirens, una
serie con guiones de Paul Dini, cuyos primeros episodios dibujaba Nguyen. Y me
pareció una garcha, inclusive el dibujo bajaba el nivel número a número hasta
llegar a extremos bochornosos. Acá, todo lo contrario. Arranca muy arriba y va
mejorando. No sé si Nguyen trabaja realmente con acuarelas, o si logra ese
efecto con herramientas digitales, pero la verdad que la idea de ilustrar todo
un comic de recontra-ciencia-ficción con esta estética es alucinante y me hizo
revivir los años de gloria de las revistas tipo 1984 y Zona 84. Por momentos
Nguyen dibuja tan bien, que parece una especie de Scott Hampton, con una
narrativa más sólida. Para el final se relaja un poquito, se le ocurre una
excusa bastante legítima para que las últimas… 40 páginas tengan pocos fondos,
pero se gana ampliamente la ovación.
¿Dije “el final”? No, esto
no tiene final. El libro trae seis episodios y deben ser… más de 30. Y si bien
el argumento me re-enganchó, si bien hay varios personajes realmente
fascinantes, sin bien Lemire pone en marcha una dinámica entre ellos muy
atractiva… me da la sensación (ojalá me equivoque) de que la idea que tuvo el
canadiense funcionaría mejor en una historia infinitamente más acotada. 200
páginas, a lo sumo. Planteada en el formato de serie de más de 30 episodios de
20 páginas, Descender corre el riesgo de irse por las ramas, de que algunas de
esas buenas ideas que nacen en este tomo se diluyan en los que vienen después.
Ojalá me equivoque y esto
esté tan bien escrito como los 40 episodios de Sweet Tooth, que es la obra de
Lemire con la que más puntos de contacto le veo a Descender. Acá también hay
aventuras, héroes, antihéroes y villanos, momentos de ternura, momentos de mala
leche muy al límite, dilemas morales, fenómenos que la ciencia no logra
controlar… y además momentos en los que Lemire, como todos los grandes autores
de ciencia-ficción, usa al futuro como metáfora crítica del presente. Hasta
ahora, la lectura Descender justifica las muy buenas críticas que había leído.
Así da gusto irse al Descenso.
Y nada más por hoy. Se me
tiene que ocurrir algo para hacerme millonario, porque la comiquería de mi
barrio recibió un envío de material de España y hay unos libros gloriosos… a
precios de lesa humanidad. Mientras tanto, sigo leyendo lo que tengo
acovachado, como para que no falten las reseñas acá en el blog.
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viernes, 8 de mayo de 2020
OTRO VIERNES DE CLÁSICOS
Mientras Alberto sigue
explicando filminas y la cuarentena se extiende hacia el infinito y más allá, sigo
avanzando con las lecturas.
Me enganché bastante con
la saga de Nippur en Tebas, así que rápidamente me devoré el Vol.9 de la
colección de Planeta-DeAgostini, con siete episodios más de la serie con la que
se consagró el maestro Robin Wood.
Las primeras tres
historias que compila el tomo son muy buenas y muy atípicas. Son historias de
muy poca acción y mucho desarrollo de personajes, que hasta se dan el lujo de
incorporar ciertas situaciones más de comedia, en una serie que siempre se
caracterizó por un tono sombrío y solemne. Pero después llega ese cuarto
episodio, el funesto “MIs Gloriosos Compañeros”, que es todo lo que está mal en
la saga de Nippur. Doce páginas en las que (ahora sí) estalla la acción, y en
las que Robin masacra sin piedad a TODO el elenco de secundarios que se fue
agrupando alrededor de Nippur en los tres episodios anteriores. Veníamos bien,
el lector se podía encariñar de a poco con nuevos personajes que parecían
interesantes, pero una vez más, alcanzan poquísimas páginas para demostrarnos
que hacerse amigo de Nippur es letal. Más peligroso que chuparle los mocos a un
anciano chino con aliento a murciélago o que aplicar las recetas del FMI en un
país periférico.
La épica al palo se
extiende un episodio más (“La Gran Batalla”, otra masacre, pero con muertes de
personajes a los que Wood nunca desarrolló, con lo cual nos chupa todo un
huevo) y enseguida vuelven la tristeza y la solemnidad en “La Epidemia”, donde
además tenemos ¡la muerte de Nofretamón!. Otro golpe al corazón de nuestro
héroe, de los lectores y del elenco de secundarios de la serie. Este es un
episodio muy emotivo, que además desliza una certera bajada de línea para el
lado más social. Y ahí saltamos de la revista D´Artagnan al comic-book de
Nippur, con una aventura a todo color que yo recordaba haber leído en blanco y
negro, en un libro que se editó hace más de 15 años acá en Argentina. Historia
chotísima, obvia, predecible, a la que –como es habitual- salvan del bochorno
los excelentes bloques de texto en los que brilla la clásica prosa woodiana.
En cuanto a los dibujos,
el tomo abre con la despedida (supongo que no definitiva) de Lucho Olivera, que
se despide de Nippur con un buen trabajo. Lo reemplaza Sergio Mulko (co-equiper
de Lucho en la serie de Gilgamesh que ya reseñamos por acá), que al principio
trata de clonar la estética de Olivera, pero ya para la mitad de su segundo
capítulo se da cuenta de que es muy difícil, y empieza a “desnudar” un poco más
su estilo propio, y que me resulta gráficamente menos atractivo que el de su
antecesor. Y en el episodio a todo color tenemos el debut del inmenso Ricardo
Villagrán, el Hal Foster argentino, una bestia sagrada del dibujo
académico-realista, con un despliegue de anatomía absolutamente espectacular,
potenciado por la posibilidad de dibujar en cada página muchos menos cuadros
que Olivera y Mulko. Son 16 páginas (con cuatro splash-pages, una más zarpada
que la otra) en las que Villagrán se posiciona en tiempo record como el
dibujante destinado a levantarle la calidad gráfica a Nippur y mantenerla muy
alta durante muchos años. Prometo entrarle pronto al Vol.10, a ver con qué me
encuentro.
Me tiré de cabeza con toda
la emoción del mundo sobre el Vol.9 de Valérian, Metro Chatélet Dirección
Casiopea, que era el único que me faltaba de la etapa clásica de esta fundamental
serie. Me hiper-recontra-mil cebé con la aventura que me propusieron Pierre
Christin y Jean-Claude Mézieres y cuando ya estaba perdidamente atrapado en el
misterio, llega el final del tomo y me entero que este tomo es parte de un
díptico (el primero, en una serie que hasta acá sólo incluía álbumes
autoconclusivos) y que el final de la historia no está acá, sino en Brooklyn
Station Término Cosmos, que felizmente tengo. En cualquier momento lo leo (o
releo, capaz que lo leí hace años, sin entender por qué carajo pasaba lo que
supongo que pasaré en esas páginas) y lo comentamos por acá.
Así solito, Metro Chatélet
Dirección Casiopea es mucho más que la primera mitad de un díptico. Tiene
aventura, intriga, comedia, exploración del universo en el que se mueven los
personajes, muchas ideas copadas y mucho desarrollo, sobre todo del vínculo
entre Valérian y Monsieur Albert, quien se va a convertir en un miembro estable
del elenco de la serie. Y el dibujo es infernal, no puede ser mejor. Ya desde
la portada, Meziéres juega con esa dicotomía entre una estación de subte bien
común y un paisaje fantástico, repleto de vuelo e imaginación. Esa dicotomía se
sostiene todo el álbum, a un nivel descomunal, con imágenes y climas muy reales,
muy cotidianos (sobre todo si vivías en París en 1980) en contrapunto con
mundos, naves y criaturas alucinantes. Un trabajo realmente extraordinario del
maestro Meziéres.
Nada más, por hoy. Nos
reencontramos pronto, con nuevas reseñas, acá en el blog.
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lunes, 15 de abril de 2019
LUNES DE CIENCIA-FICCION
Arranco esta entrada del
blog con una reseña de Valerian: Los Rayos de Hipsis, la historia que va justo
entre el álbum reseñado el 28/01/13 y el reseñado el 27/02/15. Se trata de un
episodio rarísimo en la legendaria saga creada por los maestros Pierre Christin
y Jean-Claude Mézieres, que me hizo comer todos los amagues. Después de un tomo
anterior en el que se planteaba de modo tenue la amenaza de Hipsis y 40 páginas
de este tomo en el que la cosa se pone más espesa, el peligro es más palpable y
tenemos (por fin) algo de acción, todo hacía suponer que el final iba a ser a
pura machaca cósmica, sobre todo porque (al haber leído los tomos posteriores)
uno sabía que las consecuencias que dejaba Los rayos de Hipsis eran jodidas de
verdad. Bueno, al climax que alcanza esta historia en el segundo y el tercer
cuarto, le siguen ocho páginas finales en las que Christin pega un volantazo
imposible, reformula totalmente a la amenaza para convertirla en algo
absolutamente impredecible, no exenta de onda, pero a años luz de lo que uno
espera en el contexto de una saga de aventuras y ciencia-ficción. No quiero
contar con qué se encuentran Valerian, Laureline y sus aliados al final de este
tomo, porque lo escribo y no lo puedo creer. Alcanza con decir que si llegaste
a este álbum (el duodécimo) y no creías que Valerian fuera una serie en la que
podía pasar cualquier cosa, seguramente el final de Los Rayos de Hipsis te va a
hacer cambiar de opinión.
El dibujo de Mezíéres
alcanza en esta época (mediados de los ´80) el cénit, el estado de gracia. La
puesta en página es entre dinámica y mágica, las expresiones faciales son
brillantes, las naves son gloriosas, los paisajes son hermosos, las escenas de
acción son vibrantes, y las otras, todas esas páginas en las que Christin nos
bombardea con una grotesca cantidad de texto, el dibujante las pilotea sin
mayor dificultad, incluso cuando lo único que vemos son gente (o algo así) que
habla, rosquea o trata de deducir el enigma de Hipsis.
Hasta acá Valerian era la
serie copada, que a través de aventuras repletas de acción, misterio, romance y
certeras pinceladas de un humor bastante ácido nos entretenía y a la vez nos
bajaba una cierta línea ideológica progre, o directamente zurda. A partir del
díptico compuesto por este álbum y su antecesor inmediato, ya entramos en el
terreno en el que todo es posible, incluso algunos altibajos bastante
pronunciados, tanto en los guiones como en los dibujos.
Me vengo a Argentina, a
2017, cuando se edita Lovechip, una historieta de ciencia-ficción de Emilio
Balcarce y Guillermo Donés originalmente producida para el mercado italiano. El
guión de Balcarce, sin ser una genialidad, es entretenido, tiene varias ideas
interesantes y por lo menos dos giros argumentales que no me vi venir ni a
palos. Los diálogos (a menudo el talón de Aquiles del guionista salteño) están
bastante bien, nunca faltan las excusas (casi todas válidas) para meter escenas
impactantes en las que vemos explosiones, masacres y gente que se caga a tiros,
y si no te molesta esa impronta ochentosa de la aventura para adolescentes con
tetas y drogas, seguramente la trama de Lovechip te va a atrapar.
El tema del sexo está
bastante enfatizado, pero la verdad es que las (no pocas) escenas de cierto
voltaje erótico no son las que hacen avanzar la trama. Por el contrario,
Balcarce subraya todo el tiempo que Lovechip (como la mitad de su título lo
indica) es una historia de amor. O sea que se habla mucho de coger y de hecho
se coge bastante, pero en el global de la obra, el sexo es apenas anecdótico.
El dibujo de Donés me dejó
muchísimas dudas. Esto está muy lejos de aquellas historietas que el crédito de
Salto publicaba en la Skorpio a fines de los ´80 y principios de los ´90. No sé
si el paso de color a blanco y negro le jugó una mala pasada o qué, pero
visualmente esto así no se luce para nada. Las naves, máquinas, armaduras y
locaciones futuristas están buenas, dentro de una estética que remite de
inmediato a Juan Giménez. Pero los seres humanos… ma-mita. Las caras parecen
desfiguradas, la anatomía tiene fallas (sobre todo cuando vemos cuerpos en
movimiento), no se entiende bien si Donés buscaba un estilo más sintético o si estaba
apurado y entregó algunas viñetas apenas bocetadas, para que el colorista tratara
de darles un poco más de forma, o de fuerza… Una lástima, realmente, porque hacía
mucho que no veía trabajos de Donés y mi expectativa era mucho más alta.
Y nada más, por hoy. Ni
bien tenga más libritos leídos, comparto las reseñas acá en el blog.
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jueves, 29 de septiembre de 2016
HOY SOLO DOS
Me acabo de bajar el sexto integral de Valerian editado por Norma, que es el que trae los álbumes Rehenes de Ultralum (1996), El Huérfano de los Astros (1998) y En Tiempos Inciertos (2001), que vendrían a ser los tomos 16 al 18 de la colección creada a fines de los ´60 por los maestros Pierre Christin y Jean-Claude Mézieres. En las tres aventuras se los ve absolutamente cómodos, cancheros, en un equilibrio fascinante entre acción y comedia, y siempre afilados a la hora de meterse con temas que tienen que ver con la realidad socio-política de nuestro presente.
El primer tomo, el más aventurero, nos familiariza con un planeta que funciona como analogía de una nación petrolera de Medio Oriente. Los conflictos de geo-política son más o menos los mismos, el califa actúa como los clásicos jeques árabes y Christin agrega una arista jodida y atractiva: las pésimas condiciones laborales de los trabajadores que extraen el carburante ultralumínico (petróleo, para nosotros). El álbum tiene 59 páginas, cifra bizarrísima para el mercado francés, y en las primeras cinco Mézieres se zarpa con una puesta en página loquísima, alienígena para los lectores de Bande Dessinée clásica, con una splash-page y todo.
El segundo tomo (de 50 páginas) está muy ligado al primero, es su secuela directa, pero el tono vira un poco para darle más cabida a la comedia. Acá Mézieres no innova tanto en la puesta en página, pero es donde más se luce con el color.
Y finalmente, en el tercer tomo también tenemos una cantidad rara de páginas (55), delirios dignos de Moebius y Druillet en el armado de las páginas y viñetas en las que Mézieres cambia totalmente de técnica para incluir pequeñas obras pictóricas, algunas más cercanas a su estilo habitual y otras con técnicas de ilustración digital bien de fines de los ´90. La historia es sumamente ambiciosa: Christin se juega a explicar qué pasó con la Tierra después de la desaparición de Galaxity, mezcla a dos “metáforas” de Dios y el Diablo con una mega-empresa abanderada del capitalismo salvaje y propone un juego bizarro en el que todo el tiempo reaparecen personajes a los que ya habíamos visto en álbumes anteriores, algunos en roles tan chiquitos que no pasan del guiño cómplice al lector más avezado. Es un tomo de hiper-fan service, pensado de punta a punta para que el fiel lector que acompaña desde siempre a Valerian y Laureline experimente un nerdgasmo atrás de otro. Y abre puntas interesantísimas a futuro.
Me está costando conseguir el séptimo integral de Norma, pero lo deseo con toda el alma.
Y me quedo en los ´90, pero retrocedo hasta 1992, cuando salió (y pasó completamente desapercibido) este prestige de Moon Knight, al que rescaté de una mesa de saldos por tener guión de Bruce Jones y dibujos de Denys Cowan. La verdad que no es una joya ni una bosta, es un comic entretenido, competente, para pasar un rato. Lo más notable es cómo Jones (que nunca había escrito a Moon Knight) entiende perfectamente la dinámica entre Marc, Marlene y Frenchie y cómo logra que los vínculos entre ellos se mantengan en el centro de la trama, más allá de que a nivel de “lucha grossa contra el villano” pasan un montón de cosas. Divided We Fall parece un thriller de intriga política, pero en realidad es una historia de relaciones entre seres humanos que se quieren desde siempre, algo que los tiros, las persecuciones y las patadas no logran esconder prácticamente nunca a lo largo de 46 páginas.
Lo más flojo es que al guión de Jones le sobra material para esta cantidad de páginas, con lo cual todo está muy comprimido. Entre la gran cantidad de viñetas que tiene cada página y las tintas de Tom Palmer y Mike Manley, el dibujo de Cowan queda un poco opacado, se le achica bastante el margen para lucirse en toda su dimensión. Hay pocos cuadros que se ven tan maravillosos como las mejores páginas de Cowan en The Question (por ejemplo), pero igual esto está a años luz del nivel estrepitoso de dibujo que se veía en la mayoría de los comics de Marvel en esta época. Si sos muy fan de Moon Knight, de Jones o de Cowan, buscá esta oscura mini-novela gráfica y atesorala. Si no, no te calientes, porque no te va a cambiar la vida.
Sigo avanzando con las lecturas y prometo una nueva tanda de reseñas para muy pronto.
El primer tomo, el más aventurero, nos familiariza con un planeta que funciona como analogía de una nación petrolera de Medio Oriente. Los conflictos de geo-política son más o menos los mismos, el califa actúa como los clásicos jeques árabes y Christin agrega una arista jodida y atractiva: las pésimas condiciones laborales de los trabajadores que extraen el carburante ultralumínico (petróleo, para nosotros). El álbum tiene 59 páginas, cifra bizarrísima para el mercado francés, y en las primeras cinco Mézieres se zarpa con una puesta en página loquísima, alienígena para los lectores de Bande Dessinée clásica, con una splash-page y todo.
El segundo tomo (de 50 páginas) está muy ligado al primero, es su secuela directa, pero el tono vira un poco para darle más cabida a la comedia. Acá Mézieres no innova tanto en la puesta en página, pero es donde más se luce con el color.
Y finalmente, en el tercer tomo también tenemos una cantidad rara de páginas (55), delirios dignos de Moebius y Druillet en el armado de las páginas y viñetas en las que Mézieres cambia totalmente de técnica para incluir pequeñas obras pictóricas, algunas más cercanas a su estilo habitual y otras con técnicas de ilustración digital bien de fines de los ´90. La historia es sumamente ambiciosa: Christin se juega a explicar qué pasó con la Tierra después de la desaparición de Galaxity, mezcla a dos “metáforas” de Dios y el Diablo con una mega-empresa abanderada del capitalismo salvaje y propone un juego bizarro en el que todo el tiempo reaparecen personajes a los que ya habíamos visto en álbumes anteriores, algunos en roles tan chiquitos que no pasan del guiño cómplice al lector más avezado. Es un tomo de hiper-fan service, pensado de punta a punta para que el fiel lector que acompaña desde siempre a Valerian y Laureline experimente un nerdgasmo atrás de otro. Y abre puntas interesantísimas a futuro.
Me está costando conseguir el séptimo integral de Norma, pero lo deseo con toda el alma.
Y me quedo en los ´90, pero retrocedo hasta 1992, cuando salió (y pasó completamente desapercibido) este prestige de Moon Knight, al que rescaté de una mesa de saldos por tener guión de Bruce Jones y dibujos de Denys Cowan. La verdad que no es una joya ni una bosta, es un comic entretenido, competente, para pasar un rato. Lo más notable es cómo Jones (que nunca había escrito a Moon Knight) entiende perfectamente la dinámica entre Marc, Marlene y Frenchie y cómo logra que los vínculos entre ellos se mantengan en el centro de la trama, más allá de que a nivel de “lucha grossa contra el villano” pasan un montón de cosas. Divided We Fall parece un thriller de intriga política, pero en realidad es una historia de relaciones entre seres humanos que se quieren desde siempre, algo que los tiros, las persecuciones y las patadas no logran esconder prácticamente nunca a lo largo de 46 páginas.
Lo más flojo es que al guión de Jones le sobra material para esta cantidad de páginas, con lo cual todo está muy comprimido. Entre la gran cantidad de viñetas que tiene cada página y las tintas de Tom Palmer y Mike Manley, el dibujo de Cowan queda un poco opacado, se le achica bastante el margen para lucirse en toda su dimensión. Hay pocos cuadros que se ven tan maravillosos como las mejores páginas de Cowan en The Question (por ejemplo), pero igual esto está a años luz del nivel estrepitoso de dibujo que se veía en la mayoría de los comics de Marvel en esta época. Si sos muy fan de Moon Knight, de Jones o de Cowan, buscá esta oscura mini-novela gráfica y atesorala. Si no, no te calientes, porque no te va a cambiar la vida.
Sigo avanzando con las lecturas y prometo una nueva tanda de reseñas para muy pronto.
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viernes, 27 de febrero de 2015
27/ 02: VALERIAN Vol.5
Venía leyendo los álbumes de Valérian de a uno, pero bueno, pintó muy barato este mega-tomo de Norma que trae tres álbumes juntos y no lo pude evitar. Por suerte, la historieta de Pierre Christin y Jean-Claude Mézieres se caracteriza por su ritmo ágil, con lo cual clavarme tres álbumes en un día no resultó un sacrificio mayúsculo ni mucho menos. Este hardcover trae los episodios 13, 14 y 15 de esta mítica serie, que pertenecen a la época en la que Valérian deja de serializarse en la revista Pilote y empieza a salir directamente en álbumes, de modo bastante espaciado.
La primera aventura de este tomo es Sur les Frontiéres, de 1988, que originalmente se publicó serializada y en blanco y negro en el diario France Soir. Este es el peor guión que escribió Christin para la saga de Valérian y probablemente en toda su carrera. El guionista presenta a varios personajes nuevos, empieza a armar un conflicto grosso, hace crecer la tensión, mata a uno de los personajes y revela al otro como un villano zarpado con un plan ambicioso y fatal, pone a los héroes en acción para intentar frenarlo, cuando la cosa ya está al borde de la hecatombe llega el enfrentamiento entre el villano, Valérian y Laureline… y ahí se desinfla totalmente la historia. De las 62 páginas, 55 son un build-up hacia una lucha que promete ser definitiva. Sin embargo, en la página 56, todo el espesor dramático, todo el conflicto se desvanece de un modo que torna totalmente irrelevantes a todas las peripecias, peligros, marchas y contramarchas que dieron buenos y malos a lo largo de casi toda la aventura. Un bajón al que sólo levantan esos toques de caracterización magistrales que Christin le mete todo el tiempo a Valérian y Laureline y que los hace tan reales y tan queribles.
Vamos con Les Armes Vivants, aparecida directamente en álbum en 1990. Acá los autores vuelven al formato de 54 páginas y el guión levanta un poco. De nuevo, Christin repite el truco de presentar a varios personajes nuevos y repartir mucho el protagonismo entre ellos y los héroes “titulares” de la serie. Y le sale bien. Son personajes atractivos, que rápidamente generan una muy buena química entre sí y con Valérian y Laureline. Al final, resulta no haber “malos”: los buenos quedan atrapados en medio de un conflicto bélico ancestral que amenaza con no resolverse jamás, y el guionista lo usa para bajar línea acerca de la carrera armamentista y lo poco creíbles que suenan los discursos de los líderes de las grandes potencias cuando hablan de ponerle fin a las guerras. El final es bastante poco verosímil, como si Christin hiciera “una de más” en su afán de que estos nuevos personajes terminen bien y le queden a mano por si los necesita para más adelante; pero bueno, al lado del final de Sur les Frontiéres, este es brillante.
Cuatro años después de Les Armes… aparece Les Cercles du Pouvoir, lejos el mejor de los tres álbumes que integran este integral (cuac!). Esta es una aventura en todo su esplendor, repleta de persecuciones, peleas, espionaje, investigación al estilo del hard boiled, traiciones, escenas de comedia sumamente efectivas y revelaciones shockeantes. Acá reaparecen varios personajes del álbum Les Spectres d´Inverloch (reseñado el 28/01/13) y está todo ambientado en el hiper-corrupto planeta Rubanis. Christin se prodiga (y se divierte) en la descripción de esta extraña sociedad (con más de un guiño a la nuestra) y logra que todos los detalles que nos resultan atractivos en esa descripción, tengan peso a la hora de la acción, de la resolución de la trama. El final tiene una resonancia rara con el de The Wizard of Oz y está muy bien. Los personajes nuevos también tienen mucha onda y no estaría mal volver a verlos, especialmente a la villana Na-Zultra.
Este último episodio es el único en el que se lo nota a Mézieres un poquito por debajo de su mejor nivel. El dibujo arranca muy arriba, con Mézieres realmente prendido fuego, tirando magia en las expresiones faciales, en la plasticidad de los cuerpos, y obviamente en la creación de paisajes, naves y seres inimaginables. El primer tramo del integral, que transcurre mayoritariamente en la Tierra del presente, nos lo muestra también muy afilado para documentarse y mostrarnos lugares perfectamente reconocibles de nuestro planeta. En el segundo tramo, Mézieres deja la vida en las escenas de combates multitudinarios de miles contra miles. Y en el tercero, parece gastar todos los cartuchos en dos o tres escenas muy grossas y al resto prestarle menos atención. Esto se nota especialmente en los primeros planos, que a menudo parecen apresurados, descuidados, dibujados “como para zafar”. Convengamos en que Mézieres, al 70% de lo que puede dar, también es una bestia implacable. Pero uno es un rompebolas que lo quiere todo el tiempo al 100%.
Y me faltarían dos de estos masacotes de 190 páginas para completar todo Valérian. Deben valer un huevo y la cáscara del otro, pero me gusta la edición, las traducciones son muy buenas y son la forma más práctica de capturar los seis álbumes que no tengo y jamás leí de esta serie que tanto hizo por expandir los límites de la ciencia-ficción.
La primera aventura de este tomo es Sur les Frontiéres, de 1988, que originalmente se publicó serializada y en blanco y negro en el diario France Soir. Este es el peor guión que escribió Christin para la saga de Valérian y probablemente en toda su carrera. El guionista presenta a varios personajes nuevos, empieza a armar un conflicto grosso, hace crecer la tensión, mata a uno de los personajes y revela al otro como un villano zarpado con un plan ambicioso y fatal, pone a los héroes en acción para intentar frenarlo, cuando la cosa ya está al borde de la hecatombe llega el enfrentamiento entre el villano, Valérian y Laureline… y ahí se desinfla totalmente la historia. De las 62 páginas, 55 son un build-up hacia una lucha que promete ser definitiva. Sin embargo, en la página 56, todo el espesor dramático, todo el conflicto se desvanece de un modo que torna totalmente irrelevantes a todas las peripecias, peligros, marchas y contramarchas que dieron buenos y malos a lo largo de casi toda la aventura. Un bajón al que sólo levantan esos toques de caracterización magistrales que Christin le mete todo el tiempo a Valérian y Laureline y que los hace tan reales y tan queribles.
Vamos con Les Armes Vivants, aparecida directamente en álbum en 1990. Acá los autores vuelven al formato de 54 páginas y el guión levanta un poco. De nuevo, Christin repite el truco de presentar a varios personajes nuevos y repartir mucho el protagonismo entre ellos y los héroes “titulares” de la serie. Y le sale bien. Son personajes atractivos, que rápidamente generan una muy buena química entre sí y con Valérian y Laureline. Al final, resulta no haber “malos”: los buenos quedan atrapados en medio de un conflicto bélico ancestral que amenaza con no resolverse jamás, y el guionista lo usa para bajar línea acerca de la carrera armamentista y lo poco creíbles que suenan los discursos de los líderes de las grandes potencias cuando hablan de ponerle fin a las guerras. El final es bastante poco verosímil, como si Christin hiciera “una de más” en su afán de que estos nuevos personajes terminen bien y le queden a mano por si los necesita para más adelante; pero bueno, al lado del final de Sur les Frontiéres, este es brillante.
Cuatro años después de Les Armes… aparece Les Cercles du Pouvoir, lejos el mejor de los tres álbumes que integran este integral (cuac!). Esta es una aventura en todo su esplendor, repleta de persecuciones, peleas, espionaje, investigación al estilo del hard boiled, traiciones, escenas de comedia sumamente efectivas y revelaciones shockeantes. Acá reaparecen varios personajes del álbum Les Spectres d´Inverloch (reseñado el 28/01/13) y está todo ambientado en el hiper-corrupto planeta Rubanis. Christin se prodiga (y se divierte) en la descripción de esta extraña sociedad (con más de un guiño a la nuestra) y logra que todos los detalles que nos resultan atractivos en esa descripción, tengan peso a la hora de la acción, de la resolución de la trama. El final tiene una resonancia rara con el de The Wizard of Oz y está muy bien. Los personajes nuevos también tienen mucha onda y no estaría mal volver a verlos, especialmente a la villana Na-Zultra.
Este último episodio es el único en el que se lo nota a Mézieres un poquito por debajo de su mejor nivel. El dibujo arranca muy arriba, con Mézieres realmente prendido fuego, tirando magia en las expresiones faciales, en la plasticidad de los cuerpos, y obviamente en la creación de paisajes, naves y seres inimaginables. El primer tramo del integral, que transcurre mayoritariamente en la Tierra del presente, nos lo muestra también muy afilado para documentarse y mostrarnos lugares perfectamente reconocibles de nuestro planeta. En el segundo tramo, Mézieres deja la vida en las escenas de combates multitudinarios de miles contra miles. Y en el tercero, parece gastar todos los cartuchos en dos o tres escenas muy grossas y al resto prestarle menos atención. Esto se nota especialmente en los primeros planos, que a menudo parecen apresurados, descuidados, dibujados “como para zafar”. Convengamos en que Mézieres, al 70% de lo que puede dar, también es una bestia implacable. Pero uno es un rompebolas que lo quiere todo el tiempo al 100%.
Y me faltarían dos de estos masacotes de 190 páginas para completar todo Valérian. Deben valer un huevo y la cáscara del otro, pero me gusta la edición, las traducciones son muy buenas y son la forma más práctica de capturar los seis álbumes que no tengo y jamás leí de esta serie que tanto hizo por expandir los límites de la ciencia-ficción.
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lunes, 28 de enero de 2013
28/ 01: VALERIAN: LES SPECTRES D'INVERLOCH
De a poquito, me sigo armando esta maravillosa colección de álbumes de Pierre Christin y Jean-Claude Mézieres. Este es el undécimo tomo, o sea, el que va justo después de Brooklyn Station Terminus Cosmos (reseñado un lejano 06/04/10) y es el más raro de todos los que leí hasta ahora.
En Les Spectres..., Christin se toma 46 páginas para contarnos cómo un grupo de personajes se reúnen en un ancestral castillo escocés. Cómo llega cada uno, de dónde viene, qué hacen los que llegan temprano mientras esperan a los que llegan tarde... En la anteúltima página aparece el personaje más grosso, el que le va a comunicar a los demás para qué los conocó, cuál es la misión, qué conflicto deberán desactivar. Pero esa conversación no está en este tomo, sino en el siguiente! O sea que al final de Les Spectres... ni siquiera tenemos muy claro para qué viajaron hasta Inverloch los protagonistas del tomo. Para decirlo de modo diáfano, este tomo es un prólogo largo al que viene después, Les Foudres d´Hypsis, en el que parece que pasan cosas muy jodidas.
A lo largo de estas 46 páginas hay mínimas pistas de cómo se puede llegar a armar ese conflicto del que sólo sabemos que va a ser heavy. En las páginas protagonizadas por Lord Seal, los espías yankis tiran alguna punta que –uno supone- se explorará en el próximo tomo, y en la breve secuencia protagonizada por el capo máximo de Galaxity aparecen algunas profecías, algunas referencias veladas al tole-tole que se viene en Les Foudres... El resto, nada que ver. Valerian captura a un bicho alienígena muy raro, que habla y morfa sin parar, Laureline cabalga por las colinas de Escocia, Monsieur Albert (que debuta en el noveno álbum de la serie y desde entonces se queda hasta el final entre los protagonistas) viaja en tren compartiendo té y bombones con unas distinguidas señoras inglesas y los tres Shingouz, avechuchescos traficantes de información al servicio de la Tierra, llegan desde el planeta Rubanis tras sonsacarle al Coronel Tloc algunos datos relevantes acerca de Hypsis, el planeta que –parece- se enfrentará a los agentes espacio-temporales en el próximo episodio.
Y ya está. El resto son diálogos muy ingeniosos que Christin aprovecha para darle onda a todos estos personajes, una sucesión de secuencias pachorras en las que no hay peleas, ni persecuciones, ni explosiones, más allá de unos robots que atraviesan un vidrio por equivocación. ¿Qué es esto? Una canchereada de Christin. Está al frente una serie exitosa, sabe que tiene la continuidad garantizada a largo plazo, sabe que los fans igual le van a comprar el álbum aunque no pase un carajo y así es como en 1983 empieza a serializar en las páginas de Pilote una extensa epopeya, sin la menor intención de cerrar nada en la página 46. ¿El álbum trae 46 páginas? Problema suyo. La saga tiene 92 (creo). Y por lo visto, todo lo grosso pasa en las segundas 46. No se puede opinar casi nada acerca de Les Spectres... sin leer Les Foudres... porque está bastante claro que se trata de un díptico, de una única historia dividida en dos álbumes por el capricho de una editorial (Dargaud) que no quería esperar hasta el final de la saga para tener un nuevo libro de Valerian en las bateas.
El trabajo de Mézieres, sublime. Aprovecha las páginas con pocas viñetas para lucirse, se fuma con la solvencia de siempre las páginas de 9 ó 10 viñetas, mete un homenaje a su amigo Moebius y otro al maestro Enki Bilal (co-equiper de Christin en muchas sagas gloriosas) y demuestra una vez más que no hace falta dibujar y colorear como Juan Giménez para ser un capo absoluto en la historieta de ciencia-ficción. Con un estilo anti-académico, decididamente semi-funny, con cero realismo, con un gran manejo del pincel y la mancha negra y un trabajo de color eficiente pero para nada pretensioso, también se puede meter al lector en la trama y hacerle sentir la fascinación que sienten los personajes.
Y sí, esta es una serie claramente enrolada en la ciencia-ficción, pero también en el misterio, porque en estas 46 páginas sólo podemos conjeturar y tratar de adivinar ya no cómo se resolverán los conflictos, sino cómo carajo se definirán. Un salto al vacío de la gigantesca dupla integrada por Christin y Mézieres, como para demostrar que en las aventuras de Valerian puede pasar cualquier cosa, incluso un tomo entero sin aventuras.
En Les Spectres..., Christin se toma 46 páginas para contarnos cómo un grupo de personajes se reúnen en un ancestral castillo escocés. Cómo llega cada uno, de dónde viene, qué hacen los que llegan temprano mientras esperan a los que llegan tarde... En la anteúltima página aparece el personaje más grosso, el que le va a comunicar a los demás para qué los conocó, cuál es la misión, qué conflicto deberán desactivar. Pero esa conversación no está en este tomo, sino en el siguiente! O sea que al final de Les Spectres... ni siquiera tenemos muy claro para qué viajaron hasta Inverloch los protagonistas del tomo. Para decirlo de modo diáfano, este tomo es un prólogo largo al que viene después, Les Foudres d´Hypsis, en el que parece que pasan cosas muy jodidas.
A lo largo de estas 46 páginas hay mínimas pistas de cómo se puede llegar a armar ese conflicto del que sólo sabemos que va a ser heavy. En las páginas protagonizadas por Lord Seal, los espías yankis tiran alguna punta que –uno supone- se explorará en el próximo tomo, y en la breve secuencia protagonizada por el capo máximo de Galaxity aparecen algunas profecías, algunas referencias veladas al tole-tole que se viene en Les Foudres... El resto, nada que ver. Valerian captura a un bicho alienígena muy raro, que habla y morfa sin parar, Laureline cabalga por las colinas de Escocia, Monsieur Albert (que debuta en el noveno álbum de la serie y desde entonces se queda hasta el final entre los protagonistas) viaja en tren compartiendo té y bombones con unas distinguidas señoras inglesas y los tres Shingouz, avechuchescos traficantes de información al servicio de la Tierra, llegan desde el planeta Rubanis tras sonsacarle al Coronel Tloc algunos datos relevantes acerca de Hypsis, el planeta que –parece- se enfrentará a los agentes espacio-temporales en el próximo episodio.
Y ya está. El resto son diálogos muy ingeniosos que Christin aprovecha para darle onda a todos estos personajes, una sucesión de secuencias pachorras en las que no hay peleas, ni persecuciones, ni explosiones, más allá de unos robots que atraviesan un vidrio por equivocación. ¿Qué es esto? Una canchereada de Christin. Está al frente una serie exitosa, sabe que tiene la continuidad garantizada a largo plazo, sabe que los fans igual le van a comprar el álbum aunque no pase un carajo y así es como en 1983 empieza a serializar en las páginas de Pilote una extensa epopeya, sin la menor intención de cerrar nada en la página 46. ¿El álbum trae 46 páginas? Problema suyo. La saga tiene 92 (creo). Y por lo visto, todo lo grosso pasa en las segundas 46. No se puede opinar casi nada acerca de Les Spectres... sin leer Les Foudres... porque está bastante claro que se trata de un díptico, de una única historia dividida en dos álbumes por el capricho de una editorial (Dargaud) que no quería esperar hasta el final de la saga para tener un nuevo libro de Valerian en las bateas.
El trabajo de Mézieres, sublime. Aprovecha las páginas con pocas viñetas para lucirse, se fuma con la solvencia de siempre las páginas de 9 ó 10 viñetas, mete un homenaje a su amigo Moebius y otro al maestro Enki Bilal (co-equiper de Christin en muchas sagas gloriosas) y demuestra una vez más que no hace falta dibujar y colorear como Juan Giménez para ser un capo absoluto en la historieta de ciencia-ficción. Con un estilo anti-académico, decididamente semi-funny, con cero realismo, con un gran manejo del pincel y la mancha negra y un trabajo de color eficiente pero para nada pretensioso, también se puede meter al lector en la trama y hacerle sentir la fascinación que sienten los personajes.
Y sí, esta es una serie claramente enrolada en la ciencia-ficción, pero también en el misterio, porque en estas 46 páginas sólo podemos conjeturar y tratar de adivinar ya no cómo se resolverán los conflictos, sino cómo carajo se definirán. Un salto al vacío de la gigantesca dupla integrada por Christin y Mézieres, como para demostrar que en las aventuras de Valerian puede pasar cualquier cosa, incluso un tomo entero sin aventuras.
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jueves, 18 de noviembre de 2010
18/ 11: VALERIAN: LES HEROS DE L’EQUINOXE
Insisto en la gilada de leer en desorden (en realidad, en el orden en que consigo los tomos) la serie que redefinió por completo al comic de ciencia-ficción y a la ciencia-ficción en general. Esta vez me toca entrarle al octavo tomo (que en España se editó como Vol.7, porque Grijalbo le cambió el orden a los tomos de Dargaud), otra aventura prácticamente perfecta. En este álbum, Pierre Christin y Jean-Claude Mézieres se las ingenian para 1) contar una gran epopeya de sci-fi, 2) invitarnos a reflexionar acerca del envejecimiento de las sociedades contemporáneas y sus consecuencias, 3) darle muuuucha chapa a Valérian y 4) mofarse un poquito de los superhéroes norteamericanos.
La historia es sencilla, lineal, casi obvia, pero está llevada con mano maestra por dos narradores increíbles. De la mano de Meziéres, las locaciones de la misteriosa “isla de los niños” cobran vida. De la mano de Christin, estos tres “superhéroes” (clones bien maquillados de Thor, Iron Man y el Dr. Strange) se convierten en personajes muy bien trabajados, a pesar de los rasgos paródicos. Y cuando la aventura se fractura en cuatro para seguir por separado a Valérian y cada uno de sus tres rivales, estalla la magia, la puesta en página muta y vemos en esta historia muchas cosas que para 1978 nadie había intentado hacer en este medio. La alquimia entre los autores (para esta etapa, ya íntimos amigos) es incomparable, es una simbiosis perfecta.
Y lo más loco: en todo momento sabés que Valérian (a priori el más débil de los cuatro héroes) va a ganar la competencia y va a ser el encargado de fecundar a esa especie de diosa-madre-actriz porno para dar vida a una nueva generación de niños en el envejecido mundo de Simlane. Y sin embargo, no sabés cómo va a suceder eso. El desenlace sorprende, la tensión es heavy, la emoción se sostiene hasta el final. Sufrimos junto a Laureline ante la muy palpable posibilidad de que Valérian muera (como tantos) en el intento por alcanzar la meta, o de que llegue y todo resulte una trampa mortal. Y nos cagamos de risa al final, cuando los celos por imaginar a su novio en brazos de la diosa-madre-actriz porno le ganan a las ganas que tenía Laureline de reencontrarlo sano y salvo y en vez de los besos vienen los pases de factura.
Por el lado del guión, hay que destacar cómo Christin les da voces propias y bien diferenciadas a cada uno de los campeones cósmicos, y cómo integra –sin desvirtuar la trama- una dosis de violencia mucho mayor que la que solemos ver en los álbumes de Valérian. Acá hay mucha machaca, y es electrizante. Por el lado del dibujo, hay un tributo a Moebius (el mejor amigo de Mézieres) cuando el falso Dr. Strange monta un pájaro muy parecido al de Arzak. Y hay un laburo infernal, demoledor, en la arquitectura del planeta Simlane. Los palacios, templos y edificios que se ven acá desafían a los más hermosos que te puedas imaginar y les rompen el culo. Realmente cuesta creer la complejidad y la belleza que Mézieres logró plasmar en cada una de esas vistas panorámicas.
Cuando un comic es así, fundamental, cuando sienta las bases de tantos comics (y películas) que vendrán después, suele cosechar una cierta pátina de impunidad, como para poder tener uno o dos episodios chotos sin que los fans los puteen demasiado. Pero a Valérian no le hace falta. No hay forma de que nadie en su sano juicio putee después de leer estas maravillas con las que Christin y Mézieres nos deleitaron durante 40 años.
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martes, 6 de abril de 2010
06/ 04: VALERIAN: BROOKLYN STATION TERMINUS COSMOS
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Otra del futuro, pero en la que viajan al presente, o sea, a nuestro pasado. Sí, ya sé, no se entiende nada… A ver: Valérian es del futuro, pero trabaja de agente espacio-temporal para una organización conocida como Galaxity. La misma detecta un problema de dimensiones cósmicas en 1980 y ahí lo mandan a Valérian. La fecha no es casual: esta historia se realizó en 1980 y se editó como álbum en el ´81. Por eso, para sus primeros lectores, esta era la historia en la que Valérian venía al presente y para los que la leemos 30 años tarde, no.
También es importante señalar que este es el décimo álbum de Valérian, o sea que agarramos a la saga no sólo ya empezada (lo cual poco importa, porque sin no leíste el tomo anterior, te lo resumen en la primera página), sino además completamente afianzada. Acá el maestro Pierre Christin ya había escrito todos esos guiones fundacionales, los que sentaban las bases científicas, geográficas y hasta ideológicas que le dan marco a la serie, y el grossísimo Jean-Claude Mézieres ya está tan canchero en lo suyo, tan curtido de dibujar naves y planetas fumados, que se banca dibujar con milimétrica precisión el París de 1980, que además le quedaba un poco más cerca que Alflolol o Hypsis.
Algún día escribiremos más a fondo (seguramente en la Comiqueando) acerca de cómo Valérian cambió la forma de pensar la ciencia-ficción, no sólo en la historieta, sino también en el cine. Sin esta serie no hubiésemos visto jamás escenas como la de la cantina de Mos Eisly en la primera Star Wars, sin ir más lejos. Pero ahora me tengo que concentrar en este tomo, donde termina la primera aventura de Valérian que se extiende a lo largo de más de un álbum (luego vendrán varias trilogías, como para devolverle el choreo al amigo George Lucas) y se sostiene a fuerza de un argumento más complejo que los habituales, donde la bajada de línea está, pero no con el protagonismo que le otorga Christin en los 5 ó 6 primeros álbumes.
Básicamente, algo muy grosso que está sucediendo en un remoto asteroide va a tener nefastas consecuencias para la Tierra en 1980, y ahí van los agentes a investigar. A Laureline le toca el asteroide y a Valérian la ciudad de París primero y Brooklyn después, a medida que las pistas lo llevan de un lado al otro del Atlántico. A esta altura ya hubo varios momentos hot entre ambos, y el hecho de estar separados y que Valérian tenga que arrastrarle el ala a una espía yanki para sacarle información, genera las chispas necesarias para que Christin meta certeros toques de comedia romántica. La acción esta vez es poca, porque la amenaza es tan grossa que resulta imposible contenerla con un rayito o un par de trompadas… aunque con un par de gambas y un par de pechos como los de Laureline, por ahí salvamos un empate. La otrora pacata Laureline (que proviene de la Europa medieval) se ve obligada a actuar como un yiro de cabarulo para salvar al universo y de paso, darle un poquito de eye candy a la muchachada.
Los otros personajes entran y salen de escena de modo armónico, organizado, sin confundir y sin dejar de hacer su aporte a la trama. El final deja a la mitad de los protagonistas con más preguntas que respuestas (sólo Valérian sabe lo que hizo Laureline) y le apuesta unas fichas al optimismo, al plantear que las mega-multinacionales cambiarán la cooperación por la depredación mutua.
Con personajes perfectamente desarrollados en una trama que combina aventura, ciencia-ficción, misterio, comedia, espionaje y un toquecito de erotismo, esto se acerca peligrosamente a la categoría de Historieta Perfecta. Pero bueno, es Valérian, una serie que durante más de 40 años mantuvo altísimos sus standards y los del comic de aventura en general. Falta mucho para que aparezca otra serie que se la banque allá arriba tanto tiempo…
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