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domingo, 10 de julio de 2022
DOS ZARPAD@S DE MIERDA
Tengo para reseñar dos libros que me shockearon por lo zarpado de sus contenidos. Hoy que hay tanto cuidado por no ofender, o no provocar impactos negativos en los lectores, este tipo de material cobra una relevancia muy interesante, muy enriquecedora.
Nejishiki es una recopilación de historias cortas de Yoshiharu Tsuge, un autor japonés ya anciano, que desde los años ´60 fue parte de la vanguardia, del selecto grupo de mangakas que -principalmente desde las páginas de la revista Garo- se animaron a darle un perfil autoral y experimental al manga. De las once historietas que compila este tomo solo dos se presentaron en la Garo, y el resto está tomado de distintas publicaciones. El material más antiguo data de 1968 y el más reciente, de 1980.
Más allá del valor experimental de su obra, lo primero que llama la atención de Tsuge es lo mal que dibuja. Una mirada superficial a este libro, hará que lo dejes en la batea sin dudarlo, porque el dibujo es tosco, poco inspirado, desprolijo. Cuando ves un fondo bien hecho es porque está copiado de fotos, y generalmente puesto en la misma viñeta que personajes tan feos, y con tan poca plasticidad, que decís "pará, flaco, yo dibujo mejor que este hijo de puta". La perspectiva no existe, la anatomía es precaria, la iluminación está jugada al cross-hatching excesivo y sin gracia... Visualmente no encontré nada para rescatar, salvo una historieta, "La Hinchazón del Exterior", que es una especie de poema onírico muy limado, y que Tsuge dibuja en un estilo pictórico, basado en pinceladas de algo que parecen ser aguadas. No me gusta el resultado, para nada, pero me gusta la idea que tuvo el autor de cambiar totalmente de estilo para acompañar las ideas que se le ocurrieron.
Pero vamos a los argumentos: en la primera historia, un tipo que está herido va a pedirle ayuda a una ginecóloga y termina por violarla. En la segunda, un tipo abusa de una chica con discapacidad mental y luego termina por formar una pareja con ella. En la tercera, un tipo viola a una mujer que está intentado rescatar a su hijito de un desagüe. La cuarta es apenas un boceto, el dibujo es tan precario que no la pude leer. En la quinta, un tipo aprovecha una fuerte tormenta para abordar carnalmente a una mujer. En la siguiente, un marido viola a su esposa, la golpea y le mete una botella de Coca-Cola en la concha. En la séptima hay unos pajeros que contemplan a una mujer desnuda, pero no la llegan a tocar. La octava es ese delirio onírico dibujado con otra técnica. En la novena, un sátiro viola a otra mujer. La décima también va por el lado de los sueños, y tampoco hay sexo de ningún tipo. Y la última es una locura, que trata de ser dramática pero suma un elemento fantástico tan limado (manos vivientes de una mujer que murió) que queda en el limbo de la bizarreada.
Evidentemente, a Tsuge le obsesionaba el tema del sexo forzado, y cualquier excusa le parecía buena para que una mujer termine ultrajada por un hombre. El impacto, el shock, están logrados. Falta el resto: buenos argumentos (creo que en otros trabajos de Tsuge los voy a encontrar) y buenos dibujos (eso ya lo veo más complicado). Esto mismo, dibujado por Suehiro Maruo, tendría mucho mejor sabor, sin perder el filo de lo prohibido, o de lo atroz.
Me vengo a Argentina, año 2021 (ya no me falta tanto para terminar de leer todo lo que se editó el año pasado) para descubrir a una autora de la que conocía muy poco: Xina Ocho. Su primera obra extensa se llama Inframundo, y es realmente increíble. El dibujo es original, es vibrante, es versátil (por momentos cambia para mostrar un trazo distinto), el color es brillante, la tipografía de los diálogos es exquisita, la puesta en página es sorprendente (¡esas secuencias de 12 viñetas!) y -por si faltara algo- el argumento es muy atractivo, muy potente.
La historia arranca en tono cuasi-autobiográfico, o confesional, y parece querer contarnos lo chota que es la vida de una chica que bien podría ser la propia Xina Ocho. Pero las frustraciones, las broncas, las inseguridades, las fobias, y el arruine de muchas noches de sexo, drogas y una música que yo me imaginé electrónica, se empiezan a materializar en una especie de personaje-concepto que va a cobrar protagonismo y le va a dar a Inframundo un tinte de realismo mágico. Una fantasía demasiado real, en la que Carolina va a convivir con sus demonios, y cuando se descuide, va a estar totalmente poseída por el Lado Oscuro. Cuando arranca el capítulo 7, la historieta ya pegó un giro alucinante y pasa a ser una especie de versión trippy de El Otro Yo del Dr. Merengue. Sin dudas es la parte más impactante, más tremenda, incluso más tremenda que las escenas en las que Carolina (drogada y borracha) se atraganta mientras practica sexo oral en un baño y le vomita la chota a un pibe.
Xina Ocho nos muestra la puntita de un debate fascinante acerca de los costos y beneficios de mandar al carajo toda inhibición y salir a vivir sin miedos, con los tapones de punta, caiga quien caiga y se ofenda quien se ofenda. Y lo hace con un ritmo atrapante, con excelentes diálogos y con honestidad brutal. Cualquier obra capaz de generar revulsión en el lector ya es -de por sí- notable. Inframundo además te deja pensando, te cautiva con el dibujo y el color, y te hiere con un baldazo de realidad fría, incómoda como tampón de virulana. Me imagino lo que te debe provocar este comic si además te identificás con la protagonista, ya sea por el lado del género, la edad, la profesión, o alguna de las otras (muchas) aristas de un personaje rico y complejo como pocos en la historieta argentina reciente. Obviamente me hice fan de Xina Ocho y quiero leer cuanto antes más obras suyas.
Sigo dándole átomos al número de Comiqueando Digital que se viene en Agosto. Ni bien pueda, vuelvo a postear reseñas, acá en el blog.
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