el blog de reseñas de Andrés Accorsi
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domingo, 30 de diciembre de 2018

ULTIMAS LECTURAS DEL AÑO

Se termina el año y vengo leyendo bastante poco, estos últimos días. Tengo empezado un libro y terminados dos, bastante cortitos. Veamos con qué me encontré.
Allá por Junio de 2014, cuando reseñé los libritos de la colección Todo Clemente, me faltó el Vol.17, que no venía en el lote que conseguí en oferta en aquel entonces. El otro día lo encontré a $ 25 en una mesa de saldos de Corrientes, y aproveché para completar la colección.
Todo el material de este librito corresponde al tramo final de Clemente (2010-2012) y por supuesto son tiras que yo no había leído nunca. De hecho, me costó entender una de las ideas más bizarras de Caloi: a lo largo de muchísimas tiras, co-existen el Jacinto adolescente (el del piercing y el pelo de colores) con el Jacinto bebé, el del chupete y los charquitos de meo. Yo pensaba que eran dos personajes distintos, no entendía que eran el mismo, desdoblado en dos. Muy loco todo.
Acá, fuera de una secuencia de Clemente y la Mulatona repleta de chistes bastante básicos acerca del físico exhuberante de la morocha, tenemos una selección de chistes bastante meta-comiquera. En el primer segmento, Clemente se entera de que lo que dice y piensa aparece escrito en globos, que la gente puede leer. Y un personaje anónimo le explica las distintas formas y significados que pueden tener los globos en la historieta. Más adelante, Clemente le enseña a Jacinto las onomatopeyas que todo personaje de historieta debe conocer. Y en el tramo final, ya sin Clemente, los dos Jacintos rediseñan la tira para darle un look más joven y transgresor… con impredecibles resultados.
Este tramo final es increíble desde lo gráfico, porque le da a Caloi y a su colorista (y pareja) María Verónica Ramírez la posibilidad de cambiar totalmente de estilo. Por un lado, abandonan los fondos sobrios en favor de una estridencia punk muy lograda, y por el otro Caloi rompe con su línea prolija y redondita para irse a un trazo más rústico, como si dibujara directamente con el mouse. Hasta la tipografía muta, para hacerse intencionalmente más desprolija, más cercana a una pintada callejera.
Y lo más importante: el humor. Acá encontré unos cuantos chistes muy buenos, basados en este estudio de la dinámica del comic hecho desde adentro, y por supuesto también en el esgrima verbal entre personajes que no paran de tirar juegos de palabras ingeniosos (el famoso “humor radial”). Seguimos extrañando a Clemente, incluso los que no lo leíamos ni en pedo todos los días en ese diario nefasto en el que aparecía.
Salto a EEUU, año 2016, cuando se publica Captain America: White, hasta hoy la última colaboración entre Jeph Loeb y Tim Sale, una dupla prácticamente insumergible. Como ya lo hicieran con Hulk, Daredevil y Spider-Man, Loeb y Sale nos llevan mediante flashbacks a los primeros años de actividad del héroe, o sea a la Segunda Guerra Mundial, cuando había muchos (y muy malos) villanos nazis para machacar. El argumento en sí no es gran cosa, la verdad. Lo que más me atrapó pasa por otro lado.
Así como Hulk lloraba por Betty Ross, Daredevil por Karen Page y Spidey por Gwen Stacy, el Capitán llora por… Bucky. El amor perdido en este caso es un varón, un chico seis o siete años menor que Steve Rogers con quien entabla una relación muy estrecha… pero no romántica. Loeb desliza algún comentario jocoso acerca de un posible amor carnal entre Steve y Bucky, pero la historia va para otro lado, para el lado de un amor fraternal. Imaginate: atravesás codo a codo con tu mejor amigo cuatro años de una guerra tremenda, jugándote la vida a cada minuto y compartiendo emociones extremas de esas que te conmueven hasta el tuétano. Bueno, eso les pasa a Bucky y Steve cuando uno tiene 15 años y el otro 21. Y se terminan amando, posta.
Y lo más lindo: Loeb nos cuenta que Steve llega a los 21-22 años siendo virgen (el título no es casual: blanco es el color de la virginidad) porque claro, 15 minutos antes de convertirse en el Capitán, era un alfeñique de 45 kilos al que las minas no se le acercaban ni por accidente. Ahora es un chongazo tremendo y todas le tiran onda, pero la inexperiencia le juega en contra y hasta el propio Bucky la tiene más clara que él en materia de relaciones con el sexo opuesto. Sin dudas Loeb sale muy bien parado en el intento de darles profundidad y complejidad a personajes que en los ´40 eran absolutamente sosos y unidimensionales. Y en esto incluyo también a Nick Fury, que se lleva varios de los mejores diálogos de una obra donde los buenos diálogos abundan muchísimo.
El dibujo de Sale está bien, un poco pasado de rosca para mi gusto, pero con momentos muy hermosos y con unos colores de Dave Stewart que lo levantan muchísimo. ¿Podemos poner a White al nivel de Yellow, Gray o Blue? No, ni ahí. Pero eso no significa que esté mal, ni que no ofrezca un lindo combo de machaca + emotividad.
Feliz fin de año para todos y nos reencontramos en 2019, acá en el blog.


domingo, 17 de marzo de 2013

17/ 03: SUPERMAN: KRYPTONITE

Lo único que sabía sobre esta historieta antes de leerla era que había tenido problemas en su serialización (en la efímera revista Superman Confidential), por las demoras que tuvo el dibujante a la hora de entregar el último episodio. Ni idea si estaba buena, si era un choreo, o si era simplemente intrascendente. ¿Por qué me la compré? Porque el guionista es Darwyn Cooke y el dibujante es Tim Sale, dos tipos por los que apuesto ciegamente prácticamente a cualquier proyecto que encaren.
Esta vez la consigna era contar una historia del pasado de Superman, nada menos que su primer encuentro con la kryptonita y su primer contacto posta con la historia, la cultura y el trágico fin del planeta Krypton.
Cooke aclara desde el prólogo que va a hacer trampa a la hora de ceñirse a la continuidad, y efectivamente, la manosea más que a una borracha que está buena, en los reservados de un boliche, un sábado a las 5 AM. Si hojeás la historieta, así, superficialmente, vas a ver al Lex Luthor y a la Lois Lane de la continuidad de Man of Steel, en versiones muy fieles a las desarrolladas por John Byrne y Marv Wolfman. De hecho, hasta nos explican cómo obtiene Luthor la kryptonita para su famoso anillo. Hasta ahí, todo joya. Esto encajaría perfecto entre mediados y fines del primer mes de Superman como residente de Metropolis. Hasta que ves el Krypton que dibuja Tim Sale y a Jor-El con la vinchita y se va todo a la mierda. Ah, no! Perdón! Ya se había ido todo a la mierda al final del cuarto episodio, cuando aparece un robot de Clark Kent que interactúa con Superman y Jimmy Olsen, que se come el engaña-pichanga sin sospechar para nada que ahí había gato (o androide) encerrado! Ese truco berreta, oprobioso y digno de la época de Mort Weisinger no se podría haber hecho nunca en la etapa de Byrne y Wolfman, y sin duda es el punto más flojo de esta saga.
El resto del guión es entre muy bueno y excelente. Cooke entiende perfectamente a los personajes: nos brinda un Superman humano, creíble, vulnerable; una Lois sensual y astuta, un Luthor inescrupuloso e implacable, unos Ma y Pa Kent tiernos y queribles y un Jimmy Olsen con mucha, mucha chapa. El misterio de Tony Gallo, que anima buena parte de la trama, se resuelve de un modo totalmente inesperado: uno cree durante casi toda la obra que el recurso de Cooke de dejarle narrar parte de la historia en primera persona a un cacho de kryptonita es un giro retórico, una prosopopeya arriesgada pero efectiva. Sobre el final, el guionista ofrece un volantazo, una revelación impactante y una resolución insólita (y a la vez emotiva), de esas que cuando el que las firma es Alan Moore, nos quedamos boquiabiertos, atónitos, estupefactos y hablando maravillas durante años. Esta es la primera historia extensa que Cooke escribió para que la dibujara alguien que no fuera él mismo y la verdad es que demostró que no sólo es un crack como dibujante.
Y sí, uno se imagina Kryptonite dibujada por el propio Cooke y se derrite de la emoción. Sin embargo, el trabajo de Tim Sale es magnífico, con dos cosas que quiero destacar. La primera es obvia, y es lo bien que se complementa el trazo del dibujante con los colores del maestro Dave Stewart, el mago del photoshop al que tantas historietas vimos jerarquizar con su paleta. Acá el combo Sale-Stewart se ve afiladísimo en toda la obra, y estalla con sublime majestad en los flashbacks, en esos fragmentos virados a los colores opacos y combinados con el verde fluo de la kryptonita. En segundo lugar, en esta saga Sale se cura de su vicio más espantoso, ese que figura de modo omnipresente, conspicuo y molesto en las historietas que comparte con Jeph Loeb: la doble página con una sóla viñeta, esa especie de poster en la que aparecen una o dos figuras a tamaño gigante y algo parecido a un fondo para rellenar, a veces con bastante texto y a veces sin siquiera esa excusa. Esta vez hay que fumarse una sóla de esas doble splash, en el primer episodio, la primera vez que vemos a Superman en acción. Y en todo el resto de la saga, Sale aparece más contenido, ajustado a grillas más tranquis en las que no puede renunciar nunca a la narrativa para derrapar en el super poster. Pero la verdad que se lo ve muy cómodo tanto en las escenas intimistas como cuando explotan la machaca y la grandilocuencia. La escena de Superman casi ahogado en un río de lava, tratando de emerger de las profundidades de un volcán, es tan memorable como esos primeros planos de Lois, seductora y cautivante como pocas veces, o esas secuencias del crepúsculo en la granja de los Kent.
Si sos fan de Superman, no tengo dudas de que esta saga te va a emocionar. Si sos fan de Cooke o de Sale, también, vas a flashear. Y si no sos fan de ninguno de los tres, no sé si te recomiendo Kryptonite. Lo más probable es que no. Pero la pregunta es, ¿queda algún fan del comic que no sea fan de Darwyn Cooke?

martes, 18 de mayo de 2010

18/ 05: HULK: GRAY


Otro bicho raro en el panorama del comic yanki actual es Jeph Loeb. ¿Cuántos Jeph Loeb habrá? ¿Será el mismo Jeph Loeb el que hace esas berretadas pochocleras que el que cada vez que se junta con Tim Sale pela una obra maestra? ¿Puede ser que un mismo tipo escriba porquerías tan hediondas como el Captain America de Liefeld y cosas tan maravillosas como Daredevil: Yellow? Posta, es muy raro. Con Tim Sale, tiene una sóla obra chota: una de Wolverine y Gambit que ni me acuerdo el título. Y después, cositas menores pero muy legibles, como Batman: Dark Victory. El resto, todo de grosso para arriba. Y de lo que hizo sin Sale, creo que lo único que disfruté fue Captain America: Fallen Son. ¿Qué le pasará por la cabeza a este señor? Vaya uno a saber…
Lo cierto es que la dupla-hit Loeb-Sale fue la responsable de una de las mejores historias de Hulk de todos los tiempos: Hulk: Grey. Acá, Bruce Banner se dedica a llorar a Betty en los escasos tramos que transcurren en el presente, pero la memoria nos lleva todo el tiempo al pasado, al origen de Hulk y a los primeros encuentros entre la bella y la bestia (uno de ellos, versionado tal cual en la peli de 2008). Todo en esta saga está perfectamente planteado, y los autores aprovechan al mango la posibilidad de armar una retro-continuidad que refleje y a la vez anticipe mucho de lo que va a pasar “después” entre Hulk y Betty, y el General Ross, y Iron Man, y Rick Jones, y... así todo. Claro, Loeb corre con la ventaja de haber leído todo “lo que va a pasar después” y así es fácil tirar esos guiños al que conoce la historia, un truquito muy ganchero que ya vimos en Batgirl: Year One.
Hulk: Grey es una historia profunda, trágica, vibrante y aguda como pocas veces hemos visto en el Universo Marvel. Las escenas en el presente, en las que Bruce interactúa con Leonard Samson, abren y cierran el libro, y sirven para establecer el clima melancólico y nostálgico de la saga. Como casi todas las buenas historias de Hulk, esta tiene una fuerte carga de psicología, de aventurarnos en los vericuetos de la mente de Banner a ver qué pasa. Y en general lo que pasa es grandote, verde y violento. Acá las emociones de Banner están a flor de piel, porque –como decíamos- lo atormentan los recuerdos de Betty Ross, el amor de su vida, por entonces fallecida (aclaremos que en Marvel y DC los muertos no están exactamente muertos; es extraño, pero bueno, funciona así la cosa). Y Loeb y Sale se agarran de esa historia de amor cuesta arriba, plagada de obstáculos y desencuentros, para reinterpretar en esa clave (la romántica, si se quiere) los nunca demasiado explorados inicios de Hulk. Y agregan tanto a la mitología del personaje que ni siquiera llegan al Hulk verde, o sea que todo lo que pasa acá se sitúa entre las dos primeras apariciones del mostro.
Por supuesto lo de “clave romántica” no significa que no hay machaca. Acá hay machaca y de la buena, de la que justifica que Tim Sale nos calce una cuantas de sus clásicas doble-splash pages que tanto molestan cuando las mete en otros trabajos, en los que no hacen falta. Además la acción está mucho mejor integrada a la trama que en Spider-Man: Blue, donde directamente los villanos y las peleas molestan e interrumpen la trama telenovelesca de Peter Parker y sus amigos.
Y el lucimiento de Sale no se circunscribe a las secuencias de acción. También la rompe en las escenas tranqui, en las expresiones faciales y en los fondos, las pocas veces que los dibuja. Lo complementa el siempre lujoso colorista Matt Hollingsworth, que trabaja con volúmenes el cuerpo de Hulk y con colores planos todo lo demás, y hace un enorme aporte a reforzar desde lo visual la ampia gama de climas que propone el guión.
Hulk: Gray es un gran comic. Tanto, que aunque no seas fan de Hulk te va a partir la cabeza. Otra gema de la época de Bill Jemas, el editor que –junto a Joe Quesada- llevó a Marvel a su nivel más alto en décadas, justo cuando empezaba este milenio.

sábado, 17 de abril de 2010

17/ 04: GRENDEL: DEVIL´S REIGN


Orion, Orion, qué grande sos! Mi Grendel Kahn, cuánto valés! Seguramente alguna vez escuchaste, aunque sea de rebote, acerca de las enormes similitudes entre la situación que plantea Grendel: War Child y lo que le pasó a Argentina en 1974 cuando se murió el General Perón mientras ejercía su tercera presidencia. Matt Wagner fabula y traspola a un futuro bastante lejano, pero sabe de qué habla. Ese libro (magníficamente dibujado por Pat McEown) nos muestra una versión apenitas cambiada de lo que pasó acá nomás en los ´70 y es, sin dudas, uno de los mejores arcos de la compleja y siempre cambiante saga de Grendel.
Pero, ¿cómo llega Orion Assante a amasar el poder suficiente para convertirse en la figura política central de este mundo futurista que propone Wagner? Eso se nos explica en Devil´s Reign, un voluminoso tomo íntegramente dibujado por Tim Sale, cuando todavía no era mucho más que una joven promesa del siempre fértil semillero de Matt Wagner, un autor con un talento muy especial para convocar a nuevos autores y potenciarlos para convertirlos en grossos. El trámite no es sencillo: Orion empieza como un empresario, asciende de a poco, se juega las cartas más bravas de modo espaciado, avanza de a poco en sus alianzas y en sus relaciones más íntimas con sus mujeres, analiza fríamente cada movida y todo le sale bien, hasta que los años (muchos) le van pasando factura y tiene que ver cómo la muerte se lleva a sus seres más queridos. El tono del relato es muy medido, con ocho cuadros por página de los cuales por lo menos uno tiene sólo texto, y todo nos lleva de modo muy tranqui a las últimas horas del líder, quien se despide de su pueblo después de haber hecho absolutamente todo, hasta dar a luz a un hijo de su propio vientre.
Pero claro, las últimas diez páginas de cada episodio se escapan por completo de estos parámetros. Se llaman Tales from the Underground y nos narran qué hacen y cómo viven los vampiros, la plaga a la que Orion juró exterminar, que se cuentan por miles tras lo sucedido en el tomo anterior (God and the Devil), amuchados en una Las Vegas más decadente y peligrosa que nunca. Los vampiros se organizan, confabulan, espían, esperan su chance de escapar y volver a ganar territorio, buscan aliados entre los enemigos de Orion, y como siempre, se traicionan entre ellos en momentos clave.
En estas secuencias es donde explota con claridad el Tim Sale al que conocemos hoy, ese adicto a las viñetas que ocupan dos páginas, tan grosso a la hora de la machaca grandilocuente como cuando tiene que trabajar con climas más profundos. Por supuesto no dibujaba como ahora, sino que tenía un estilo menos realista, más cercano al comic europeo en las secuencias tranqui y más cerca del underground americano en las secuencias kilomberas. Pero lo que dibuja en las secuencias “políticas” se parece tan poco a todo lo que hizo después, que es casi una bizarreada, una curiosidad, un juego estilístico que se disfruta, pero que no tiene mucho que ver con su evolución como artista.
Si nunca leíste Grendel, olvidate. Si empezás por este tomo, no vas a entender nada, o por ahí sí, pero te va a resultar más aburrido que un reality show de vegetales. Si no querés empezar por el principio (la etapa de Hunter Rose bajo la máscara, que no tiene absolutamente nada que ver con la saga de Orion), arrancá con God and the Devil, pero no con Devil´s Reign, ni con Devil´s Child, porque son obras demasiado intrincadas, demasiado pensadas para el fan que ya se fumó todo lo anterior. Pero empieces por donde empieces, dale una chance a Grendel. Es una de las series más inteligentes y complejas que dio el comic yanki en los últimos 25 años y que mantiene intactas su vigencia y su chapa. Acá te esperan dibujos, guiones, conceptos y personajes absolutamente sorprendentes, que van más allá de las modas, los géneros y las fronteras contra las que habitualmente choca el comic más o menos comercial. Garpa, de verdad.