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lunes, 1 de enero de 2024
DECIMOQUINTA TEMPORADA
Hoy se cumplen 14 años (casi una vida) desde el día en que empecé con este blog. Desde entonces cambió prácticamente todo, excepto que yo sigo adelante con este blog. Ya casi no hay espacios de este tipo, y si hay, a nadie le importan en lo más mínimo.
Por eso lo primero que se me ocurre (antes de cualquier tipo de festejo) es preguntarme si tiene sentido seguir con este proyecto a lo largo de una decimoquinta temporada. Podría tranquilamente no hacerlo más, porque la verdad que no le debo nada a nadie. Las novedades que con enorme generosidad me hacen llegar editores y autores, las podría reseñar en el sitio de Comiqueando, o en el Podcast, que son espacios mucho más visitados, de mayor visibilidad dentro del medio. Y encima el blog ya no funciona tanto como un registro personal de qué leí y qué no leí, porque estoy leyendo bastante en digital, y acá sólo hablo de lo que leo en físico. También estoy leyendo muchas revistas de comics (básicamente antologías europeas de los ´80), de las que tampoco hablo en este espacio, y revistas y libros SOBRE comics, que tampoco da para reseñar acá en el blog.
Hace AÑOS (literalmente) que no miro cuánta gente lee lo que yo posteo. El único número que tengo a mano es el de la cantidad de suscriptores, y se mantiene bastante estable hace mucho tiempo. O sea que la repercusión de lo uno publica en este espacio me tiene MUY sin cuidado. Escribo acá básicamente para hinchar las bolas, porque me parece estimulante ordenar en la cabeza el kilombo que se me arma cada vez que leo un comic (o veo una película) y transmitirlo de la manera más coherente posible. No hay otra explicación. De vez en cuando, echo mano a algún párrafo que escribí acá y lo integro a algún artículo para la Comiqueando, o para algún otro medio, pero es algo bastante infrecuente, con una incidencia ínfima sobre el total de párrafos que llevo escritos para este blog. Así que la única función real que cumplen estas reseñas es el placer que me causa tomarme un rato un par de veces por semana para sentarme a escribir. Y, a veces, ver que editores y autores que encuentran reseñadas acá sus obras, comparten los links en las redes, como el pibe que viene orgulloso a mostrarle el boletín a los padres, porque "se sacaron buenas notas".
Ese es todo el sentido que le encuentro a esta tarea. No creo que nadie vaya a comprar o no un comic porque yo lo recomiendo, no creo que nadie diga "che, este limado nos regala hace siglos sus reseñas, comprémosle dos veces por año la revista digital que publica", no espero que en los comentarios surjan debates que me enriquezcan ni a mí ni a nadie... es más una cuestión personal que cualquier otra cosa. Como hacerse la paja, pero más higiénico y menos placentero.
Esto es algo que está, que se da por sentado, y que si hasta ahora no dejó de existir es porque probablemente nunca lo haga... o en realidad que se corte cuando yo me muera y no pueda tipear más.
Dicho todo esto, anoche terminé de leer (por segunda vez, lo había leído de prestado como 20 años atrás) Superman & Batman: Generations 2, del maesto John Byrne. Muy sintéticamente, el dibujo está un poquito por debajo de lo que mostró Byrne en la primera serie y bastante por debajo de lo que va a pelar en la tercera, que es -lejos- la mejor dibujada. Las aventuras en sí, tampoco son gran cosa. Están bien, cumplen, no mezquinan escenas potentes, pero tienen sentido en función de otra cosa, que es lo que hizo imprescindible a Generations: la construcción de un Universo DC alternativo, en muchísimos aspectos más atractivo que el Universo DC oficial.
El concepto de Generations (contar historias de Superman y Batman que arrancan en 1939 y avanzan de a 10 u 11 años para mostrarlos en distintos momentos de los Siglos XX y XXI, con la posibilidad de verlos envejecer en tiempo real) es excelente, y está ejecutado de manera brillante. Esta segunda serie (lanzada en 2001) amplía el foco aún más, y además de Clark, Bruce, sus hijos, hijas, nietos, etc., tenemos bastante protagonismo para la Justice Society y distintos superhéroes que -en distintas épocas- pueblan de a poco este universo. Así, Byrne nos invita a armar un rompecabezas en el que cada pieza por sí sola difícilmente te parezca una maravilla, pero a medida que se completa el mosaico, no quedan más opciones que la ovación de pie, sostenida y sentida desde el alma de cualquier fan de los superhéroes. Cuanto más sabés de la historia del DCU (y de sus autores y sus contextos de producción) más te ceba Generations y más niveles discursivos le encontrás. Recomiendo mucho esta serie a los fans de Byrne y de DC, y me quedo con muchas ganas de volver a leer la tercera parte, de la que me acuerdo poquísimo.
Nada más, por hoy. Me quedan algunas historietas argentinas del 2023 para leer, así que pronto vuelvo con eso. Gracias, feliz 2024 para tod@s, y acuérdense de pasar por https://comiqueandoshop.blogspot.com/ a descargar la Comiqueando Digital.
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martes, 18 de diciembre de 2018
ESSENTIAL IRON FIST
Otro viaje largo, otro
Essential al buche.
Este maravilloso masacote
de casi 600 páginas recupera todas las apariciones solistas de Iron Fist desde
su debut en el nº15 de Marvel Premiere hasta el punto en que se forma la dupla
con Power Man, en el nº50 de la revista de este último. En total son 31
episodios, una animalada.
Al principio, la serie de
Iron Fist en Marvel Premiere es tan errática como cualquier otro comic de
superhéroes publicado por Marvel a mediados de los ´70. En las primeras ocho
apariciones meten mano cuatro guionistas y tres dibujantes, en un desfile
bastante caótico. Sin embargo, esos ocho episodios iniciales narran en
profundidad el origen de Iron Fist, delinean una misión, un sentido para el
personaje y llegan a un final (en el nº 22, escrito por Tony Isabella) que bien
podría haber sido definitivo. Si nunca más volvía a aparecer Daniel Rand
después de ese cierre, estaba todo bien, nadie se podía sentir defraudado. Y
además, los tres guionistas que suceden a Roy Thomas (autor de la primera
aparición de Iron Fist) conservan el principal hallazgo del guionista inicial:
los bloques de texto escritos en segunda persona, en los que el narrador
omnisciente le habla no al lector, sino al propio Iron Fist. Un recurso narrativo
de inmenso potencial y sumamente efectivo… que ya había puesto en práctica unos
años antes nada menos que Héctor G. Oesterheld en las aventuras de Argón, uno
de los personajes que le tocó escribir en su paso por Columba.
Lo cierto es que en el nº22
de Marvel Premiere la saga de Iron Fist no se terminó, sino que encontró a
partir del número siguiente a quien sería su guionista definitivo, a cargo del
personaje durante varios años: el maestro Chris Claremont, que en ese mismo
momento la estaba rompiendo en X-Men. Los dos primeros episodios de Claremont
son flojitos, poco trascendentes, pero a partir del tercero, justo cuando forma
equipo por primera vez con un joven John Byrne, empieza a levantar vuelo, a
tomar lo mejor que le dejaron los guionistas anteriores y combinarlo con ideas
nuevas. Siempre habilidoso para escribir personajes femeninos, Claremont le da
mucha bola a Coleen Wing y Misty Knight, reformula villanos tomados de otras
series y de los back issues de Marvel Premiere y crea a algunos nuevos, entre
ellos al celebérrimo Sabretooth.
¿En qué falla Claremont, o
por qué Iron Fist nunca levanta la temperatura que levantaron sus X-Men? Porque
lo mantiene siempre a un nivel urbano, con alguna aventura más internacional,
pero sin esa dimensión épica que –en sus mejores momentos- va a cobrar Danny
Rand una vez formada la dupla con Luke Cage. Estas son aventuras de barrio, con
fuerza dramática, con un héroe de apenas 19-20 años que tiene mucho que
aprender y mucho que replantearse, pero sin mayores consecuencias y sin
siquiera meterse en temas relevantes a nivel socio-político. Apenas hay una
referencia no demasiado explícita a la guerrilla irlandesa en Inglaterra y no
mucho más.
Los dibujantes anteriores
a Byrne son el maestro Gil Kane (a un nivel demoledor), Larry Hama (por
entonces asistente de Neal Adams, encima entintado por Dick Giordano, que
también compartía estudio con Adams y colaboraba con él en varios proyectos),
un muy tosco Arvell Jones y un Pat Broderick con mejores intenciones que resultados.
Y después tenemos el privilegio de ver evolucionar episodio a episodio a John
Byrne, quien -en las páginas de Iron Fist- pasará de dibujante primerizo recién
llegado a las “ligas mayores” a monstruo legendario.
Al principio lo entinta un
tal Al McWilliams, que lo achata, lo hace parecer un dibujante mucho más
clásico, una especie de Russ Manning con menos onda. Le va a ir un poco mejor
cuando lo entinte Frank Chiaramonte y va a llegar a su mejor momento al final
de la serie de Iron Fist, cuando las tintas estén a cargo del veterano maestro
Dan Adkins, al que le sobra oficio para tapar las ya poquísimas cagadas que se
mandaba Byrne. En el número final de Iron Fist y en la trilogía que desemboca
en la Power Man & Iron Fist nº50, el gran Dan Green se caga bastante en
Byrne, lo tapa considerablemente al poner su sello personal. Pero nada te
prepara para los dos numeritos de Marvel Team-Up, en los que Claremont cierra
los plots que le quedan colgados cuando se cancela Iron Fist: acá a Byrne lo
masacra ese asesino serial de dibujantes, ese verdadero criminal de la tinta
llamado Dave Hunt. Incluso con los lápices del prócer anglo-canadiense, esas
páginas precipitan la calidad gráfica del tomo al nivel del peor episodio de
Arvell Jones (el que entinta otro muerto, Vince Colletta).
Si sos fan de Iron Fist,
de las Daughters of the Dragon, de los Heroes for Hire, o de Chris Claremont, o
de John Byrne, y querés conocer los inicios de estas leyendas, acá tenés muchas
páginas muy disfrutables. En cambio, si lo que te atrae de Iron Fist es el
costado de las artes marciales, la verdad que no, que acá le dan mínima bola a
ese tema. Creo que sólo en los episodios de Doug Moench y Larry Hama se lo
toman más o menos en serio. El resto, lo sarasea bastante.
Tengo sin leer material
más reciente de Iron Fist, así que prometo reencontrarme con él en un futuro
cercano. Gracias a todos los que se acercaron a saludar en la Colossus Com de
Catamarca y volvemos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.
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miércoles, 31 de octubre de 2018
MIERCOLES RETRO
Hoy me toca reseñar dos obras que había leído varias veces, pero que nunca había tenido en formato libro.
Arranco en 1986, cuando DC publica Legends, con la difícil misión de mantener alta la vara impuesta un año antes por Crisis on Infinite Earths. Así se juntan un argumentista de lujo como John Ostrander, un dialoguista con mucha experiencia en materia de Universo DC como Len Wein, un dibujante hiper-poderoso que atravesaba su mejor momento como John Byrne, y un entintador exquisito como Karl Kesel. Y me acuerdo que cuando la leí en mi adolescencia Legends me re-gustó, pero esta vez me dejó gusto a poco.
La mejor idea que se le ocurre a Ostrander (un decreto presidencial prohíbe las actividades de los superhéroes pero unos cuantos siguen actuando en la clandestinidad) está muy desaprovechada. En ese mismo momento, la misma idea le iba a dar frutos mucho mejores a Alan Moore en Watchmen, y ni hablar de lo que hizo Mark Millar cuando la recicló varios años después para Civil War. El resto, o son ideas flojitas, o se plasman en conflictos que se resuelven de modo demasiado simplista. De todos modos, eso no es lo peor: lo peor son los conflictos que se resuelven en otras colecciones (crossovers y spin-offs) que este tomito no incluye.
¿Qué se puede rescatar? Ese primer cruce picantísimo entre Amanda Waller y Rick Flag, algunos diálogos copados, la aparición épica de Wonder Woman y ese gaste inmisericorde al fracasado New Universe de Marvel, con garrotazo a Jim Shooter incluído. Y el trabajo de Byrne y Kesel, obviamente, que es impecable. En esta época, no era tan infrecuente que los comics de DC tuvieran implicancias políticas, ni que Ronald Reagan apareciera como personaje secundario (casi siempre como un viejito boludo bastante desorientado), pero me parece que el propio Ostrander utilizará este recurso mucho mejor en otros trabajos. Acá me resultó todo muy lavadito, muy falto de huevos. Y además me irritó verlo a Superman casi como un amanuense de Reagan, casi dándole letra a Frank Miller para que se mofara mal de ese aspecto del personaje en su (también contemporáneo a Legends) Dark Knight.
Me guardo el librito porque funciona bien como prólogo al Suicide Squad, a la Justice League de Giffen y DeMatteis y al Flash de Mike Baron, que ojalá algún día salga en libro. Y porque soy hardcore fan del Dios Byrne.
Saltito hasta Argentina, años 1990-91, cuando Pablo Fayó serializa en tres revistas distintas una de sus mejores obras, la recordada (y por fin recopilada) Pamela y el Extraterrestre. Es muy loco, porque me acordaba perfecto los episodios de la revista País Caníbal y no los de la Cóctel, la revista en la que yo laburaba cuando Fayó entregaba (siempre tarde) estas páginas, a las que incluso lo vi entintar o rotular en la oficina donde armábamos la revista.
El episodio mejor dibujado es el tercero (el último de País Caníbal), donde Fayó alcanza la síntesis perfecta entre los clásicos norteamericanos de los años ´20 y ´30 (George Herriman, Cliff Sterret, Elzie Segar, su ruta), Robert Crumb y la movida argentina de “línea chunga” (en algún punto heredera también de lo que hacían Miguel Gallardo y Juan Mediavilla en El Víbora) que cobraba fuerza en aquellos inicios de los ´90, para apagarse poco después. En las entregas siguientes, Fayó simplifica un poco el dibujo, renuncia a ese tratamiento más extremo de las masas negras que tan buen resultado le dio en el arranque de Pamela… y dibuja menos cuadros por página, si bien recurre bastante a la grilla de nueve viñetas.
El guión es una verdadera delicia, una mezcla infalible entre aventura de ciencia-ficción Clase Z y comedia costumbrista desopilante, en la línea de lo que hacía el glorioso Mique Beltrán en las aventuras ochentosas de Cleopatra. El ritmo es impredecible, los diálogos están afiladísimos y los volantazos y situaciones bizarras te mantienen siempre enganchado. Pero claro, son pocas páginas. Y eso abre la puerta a otro acierto de este libro: las 30 páginas finales, en las que tenemos un montón de historietas muy breves que no conectan en lo más mínimo con la saga de Pamela y Maxi, y que Fayó realizó para otras publicaciones. Recuerdo haber leído algunas en El Tajo… y hay un par que creo no haber leído nunca. Una de ellas, la que cierra el libro (Coleccionistas), me pareció una joya, una auténtica maravilla, seguramente una de las mejores historias cortas del hoy reputado cantante de tangos.
La verdad que ese tramito final, el de las historias cortas, me dejó tan cebado que ahora quiero un libro con 100 ó 120 páginas de eso: historietas cortas de Fayó, con todos los personajes que no son ni Pamela ni Agapito, o sin personajes, sólo con esas ideas brillantes y desaforadas que el crack “quemaba” en tres páginas repletas de diálogos y piruetas argumentales alucinantes.
Y nada más, por hoy. Terminamos un mes de mucha actividad en el blog, y vamos a ver hasta dónde llegamos en Noviembre. Tengo en carpeta un montón de eventos en los que voy a estar, y arranco este sábado (si no llueve) en la Feria del Libro de Vicente López. Ojalá nos crucemos por ahí.
Arranco en 1986, cuando DC publica Legends, con la difícil misión de mantener alta la vara impuesta un año antes por Crisis on Infinite Earths. Así se juntan un argumentista de lujo como John Ostrander, un dialoguista con mucha experiencia en materia de Universo DC como Len Wein, un dibujante hiper-poderoso que atravesaba su mejor momento como John Byrne, y un entintador exquisito como Karl Kesel. Y me acuerdo que cuando la leí en mi adolescencia Legends me re-gustó, pero esta vez me dejó gusto a poco.
La mejor idea que se le ocurre a Ostrander (un decreto presidencial prohíbe las actividades de los superhéroes pero unos cuantos siguen actuando en la clandestinidad) está muy desaprovechada. En ese mismo momento, la misma idea le iba a dar frutos mucho mejores a Alan Moore en Watchmen, y ni hablar de lo que hizo Mark Millar cuando la recicló varios años después para Civil War. El resto, o son ideas flojitas, o se plasman en conflictos que se resuelven de modo demasiado simplista. De todos modos, eso no es lo peor: lo peor son los conflictos que se resuelven en otras colecciones (crossovers y spin-offs) que este tomito no incluye.
¿Qué se puede rescatar? Ese primer cruce picantísimo entre Amanda Waller y Rick Flag, algunos diálogos copados, la aparición épica de Wonder Woman y ese gaste inmisericorde al fracasado New Universe de Marvel, con garrotazo a Jim Shooter incluído. Y el trabajo de Byrne y Kesel, obviamente, que es impecable. En esta época, no era tan infrecuente que los comics de DC tuvieran implicancias políticas, ni que Ronald Reagan apareciera como personaje secundario (casi siempre como un viejito boludo bastante desorientado), pero me parece que el propio Ostrander utilizará este recurso mucho mejor en otros trabajos. Acá me resultó todo muy lavadito, muy falto de huevos. Y además me irritó verlo a Superman casi como un amanuense de Reagan, casi dándole letra a Frank Miller para que se mofara mal de ese aspecto del personaje en su (también contemporáneo a Legends) Dark Knight.
Me guardo el librito porque funciona bien como prólogo al Suicide Squad, a la Justice League de Giffen y DeMatteis y al Flash de Mike Baron, que ojalá algún día salga en libro. Y porque soy hardcore fan del Dios Byrne.
Saltito hasta Argentina, años 1990-91, cuando Pablo Fayó serializa en tres revistas distintas una de sus mejores obras, la recordada (y por fin recopilada) Pamela y el Extraterrestre. Es muy loco, porque me acordaba perfecto los episodios de la revista País Caníbal y no los de la Cóctel, la revista en la que yo laburaba cuando Fayó entregaba (siempre tarde) estas páginas, a las que incluso lo vi entintar o rotular en la oficina donde armábamos la revista.
El episodio mejor dibujado es el tercero (el último de País Caníbal), donde Fayó alcanza la síntesis perfecta entre los clásicos norteamericanos de los años ´20 y ´30 (George Herriman, Cliff Sterret, Elzie Segar, su ruta), Robert Crumb y la movida argentina de “línea chunga” (en algún punto heredera también de lo que hacían Miguel Gallardo y Juan Mediavilla en El Víbora) que cobraba fuerza en aquellos inicios de los ´90, para apagarse poco después. En las entregas siguientes, Fayó simplifica un poco el dibujo, renuncia a ese tratamiento más extremo de las masas negras que tan buen resultado le dio en el arranque de Pamela… y dibuja menos cuadros por página, si bien recurre bastante a la grilla de nueve viñetas.
El guión es una verdadera delicia, una mezcla infalible entre aventura de ciencia-ficción Clase Z y comedia costumbrista desopilante, en la línea de lo que hacía el glorioso Mique Beltrán en las aventuras ochentosas de Cleopatra. El ritmo es impredecible, los diálogos están afiladísimos y los volantazos y situaciones bizarras te mantienen siempre enganchado. Pero claro, son pocas páginas. Y eso abre la puerta a otro acierto de este libro: las 30 páginas finales, en las que tenemos un montón de historietas muy breves que no conectan en lo más mínimo con la saga de Pamela y Maxi, y que Fayó realizó para otras publicaciones. Recuerdo haber leído algunas en El Tajo… y hay un par que creo no haber leído nunca. Una de ellas, la que cierra el libro (Coleccionistas), me pareció una joya, una auténtica maravilla, seguramente una de las mejores historias cortas del hoy reputado cantante de tangos.
La verdad que ese tramito final, el de las historias cortas, me dejó tan cebado que ahora quiero un libro con 100 ó 120 páginas de eso: historietas cortas de Fayó, con todos los personajes que no son ni Pamela ni Agapito, o sin personajes, sólo con esas ideas brillantes y desaforadas que el crack “quemaba” en tres páginas repletas de diálogos y piruetas argumentales alucinantes.
Y nada más, por hoy. Terminamos un mes de mucha actividad en el blog, y vamos a ver hasta dónde llegamos en Noviembre. Tengo en carpeta un montón de eventos en los que voy a estar, y arranco este sábado (si no llueve) en la Feria del Libro de Vicente López. Ojalá nos crucemos por ahí.
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miércoles, 11 de julio de 2018
ESSENTIAL X-MEN Vol.2
Me clavé otro masacote violento con más de 500 páginas de los mejores comics de superhéroes que te podías imaginar en 1979-80. Un tramo de lo que aparece en este Essential aparece también en el libro reseñado acá hace seis años, el 17/07/11, pero por supuesto en blanco y negro. En base a eso, dos reflexiones: 1) Había leído (por milésima vez) la saga de Dark Phoenix en 2011, la releí ahora teniéndola bastante fresca y aún así me volvió a impactar y a emocionar. Es un clásico insumergible, inagotable, una joya pero de verdad. 2) ¡Cuánto más lindo se ve el trabajo de John Byrne y Terry Austin sin esos colores asquerosos, repugnantes, desagradables, nauseabundos que les ponían a los comics de Marvel en los ´70! Esto lo destaco cada vez que agarro un Essential, pero en el caso de Byrne y Austin la diferencia a favor del blanco y negro es realmente pasmosa. Como en esta época Uncanny X-Men se daba todos los gustos, el Essential incluye además un Annual dibujado por George Pérez, y ahí también, me volví loco de felicidad con detalles, texturas y pinceladas de magia que tira Pérez en el dibujo y que a color no se lucían ni en pedo como en esta edición.
Pero vamos a lo importante, que son los guiones. Esta es la etapa mágica de Chris Claremont. En algún momento del primer Essential (lo vimos hace justo un mes, el 11/06/18), Uncanny X-Men pasa de bimestral a mensual y el guionista aprovecha para empezar a planear sagas más largas, a más largo plazo. Ya no le calienta dejar las historias en medio de un “continuará”, no le calienta meter números que son meros prólogos o build-ups hacia sagas grossas, o incluso extensos epílogos de las mismas, en las que los personajes bajan 800 cambios y se cuelgan en escenas más cotidianas, más intimistas, casi sin atisbos de machaca. Este rubro, el de los episodios “de transición” en los que no está en juego ni el universo ni una fiyu del Mundial, es algo que infinitos guionistas le copiarían poco después a Claremont, sin llegar nunca a sacarles el jugo que le sacaba el buen Chris.
En cuanto a los arcos argumentales, obviamente todo lo que viene antes o después de la saga de Dark Phoenix empalidece frente a ese pináculo del Noveno Arte, pero acá hay varias historias de alto impacto: el arco contra Proteus, toda la presentación del Hellfire Club, la muy aplaudida Days of the Future Past… De acá salen ideas, personajes y conceptos con los que el propio Claremont y un largo séquito de guionistas menores robarán durante no menos de 20 años. Difícil imaginarse el éxito que tuvieron los X-Men en comics, tele y cine sin estos años dorados de Claremont y Byrne.
Y después hay aventuritas menores (con Dazzler, Alpha Flight, Arkon, el Dr. Strange, Man-Thing…), a las que nunca les falta ritmo, momentos emotivos, algún dilema moral potente… y esos diálogos, bloques de texto y globos de pensamiento cuasi-infinitos con los que nos bombardeaba Claremont y que hoy resultan sumamente anticuados. De todos modos hay que reconocer la calidad de la prosa del guionista y cómo no daba puntada sin hilo: cada comentario, cada apreciación o reflexión que tiran los personajes en estos pensamientos o diálogos sirven para apuntalar ideas que –más tarde que temprano- van a ser importantes para disparar, hacer avanzar o resolver las tramas.
Otro elemento que acá se ve con bastante claridad es el amor de Byrne por Wolverine, un personaje que mientras el dibujante era Dave Cockrum aparecía siempre al fondo, en roles segundones o tercerones. Evidentemente el genio anglo-canadiense vio potencial en ese personaje medio choto, y ni bien se suma como co-argumentista de la serie, el rol de Wolverine crece muchísimo, de la mano de un desarrollo alucinante en su personalidad, en su vínculo con los otros X-Men, su background con Alpha Flight y el rango y el uso de sus poderes. Ahí también, Marvel le debe un container lleno de dólares a Claremont y Byrne, aunque los creadores de Logan hayan sido Len Wein y Herb Trimpe.
De los más remotos confines del espacio exterior a un tugurio infecto de Harlem donde los faloperos van a inyectarse heroína, los X-Men de Claremont y Byrne recorrieron varios mundos, rieron, lloraron, amaron, odiaron, vivieron y murieron. Y resucitaron, obvio. Casi 40 años después de su primera aparición, estas historias siguen conmoviendo por su fuerza, su ambición, su sensibilidad, su gran sintonía con lo que sucedía en esa época a nivel artístico, político, social… y hasta por un cierto humor que suele aparecer en algunos diálogos, una cierta frescura, que se va a extrañar mucho en años posteriores, cuando X-Men se vuelva una serie demasiado oscura, demasiado circunspecta y demasiado autorreferencial.
Tengo más Essentials de X-Men en la pila de los pendientes, pero creo que los voy a dejar en el freezer hasta el año que viene, así avanzo con material que no leí nunca. Grazie per tutti, aguante Croacia y vuelvo pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.
Pero vamos a lo importante, que son los guiones. Esta es la etapa mágica de Chris Claremont. En algún momento del primer Essential (lo vimos hace justo un mes, el 11/06/18), Uncanny X-Men pasa de bimestral a mensual y el guionista aprovecha para empezar a planear sagas más largas, a más largo plazo. Ya no le calienta dejar las historias en medio de un “continuará”, no le calienta meter números que son meros prólogos o build-ups hacia sagas grossas, o incluso extensos epílogos de las mismas, en las que los personajes bajan 800 cambios y se cuelgan en escenas más cotidianas, más intimistas, casi sin atisbos de machaca. Este rubro, el de los episodios “de transición” en los que no está en juego ni el universo ni una fiyu del Mundial, es algo que infinitos guionistas le copiarían poco después a Claremont, sin llegar nunca a sacarles el jugo que le sacaba el buen Chris.
En cuanto a los arcos argumentales, obviamente todo lo que viene antes o después de la saga de Dark Phoenix empalidece frente a ese pináculo del Noveno Arte, pero acá hay varias historias de alto impacto: el arco contra Proteus, toda la presentación del Hellfire Club, la muy aplaudida Days of the Future Past… De acá salen ideas, personajes y conceptos con los que el propio Claremont y un largo séquito de guionistas menores robarán durante no menos de 20 años. Difícil imaginarse el éxito que tuvieron los X-Men en comics, tele y cine sin estos años dorados de Claremont y Byrne.
Y después hay aventuritas menores (con Dazzler, Alpha Flight, Arkon, el Dr. Strange, Man-Thing…), a las que nunca les falta ritmo, momentos emotivos, algún dilema moral potente… y esos diálogos, bloques de texto y globos de pensamiento cuasi-infinitos con los que nos bombardeaba Claremont y que hoy resultan sumamente anticuados. De todos modos hay que reconocer la calidad de la prosa del guionista y cómo no daba puntada sin hilo: cada comentario, cada apreciación o reflexión que tiran los personajes en estos pensamientos o diálogos sirven para apuntalar ideas que –más tarde que temprano- van a ser importantes para disparar, hacer avanzar o resolver las tramas.
Otro elemento que acá se ve con bastante claridad es el amor de Byrne por Wolverine, un personaje que mientras el dibujante era Dave Cockrum aparecía siempre al fondo, en roles segundones o tercerones. Evidentemente el genio anglo-canadiense vio potencial en ese personaje medio choto, y ni bien se suma como co-argumentista de la serie, el rol de Wolverine crece muchísimo, de la mano de un desarrollo alucinante en su personalidad, en su vínculo con los otros X-Men, su background con Alpha Flight y el rango y el uso de sus poderes. Ahí también, Marvel le debe un container lleno de dólares a Claremont y Byrne, aunque los creadores de Logan hayan sido Len Wein y Herb Trimpe.
De los más remotos confines del espacio exterior a un tugurio infecto de Harlem donde los faloperos van a inyectarse heroína, los X-Men de Claremont y Byrne recorrieron varios mundos, rieron, lloraron, amaron, odiaron, vivieron y murieron. Y resucitaron, obvio. Casi 40 años después de su primera aparición, estas historias siguen conmoviendo por su fuerza, su ambición, su sensibilidad, su gran sintonía con lo que sucedía en esa época a nivel artístico, político, social… y hasta por un cierto humor que suele aparecer en algunos diálogos, una cierta frescura, que se va a extrañar mucho en años posteriores, cuando X-Men se vuelva una serie demasiado oscura, demasiado circunspecta y demasiado autorreferencial.
Tengo más Essentials de X-Men en la pila de los pendientes, pero creo que los voy a dejar en el freezer hasta el año que viene, así avanzo con material que no leí nunca. Grazie per tutti, aguante Croacia y vuelvo pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.
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lunes, 11 de junio de 2018
ESSENTIAL X-MEN Vol.1
Allá por el 16/11/17, cerraba una reseña con la promesa de retomar a los X-Men desde el Giant-Size nº1, de 1975, cuando debuta la formación más exitosa del grupo mutante, de la mano de dos maestros que ya no están con nosotros: Len Wein y Dave Crockrum. Con esa consigna empieza un repaso por la gloriosa colección Essential X-Men, que nos llevará hasta 1989 (más o menos) de la mano del muchachito cuasi-ignoto que heredó tempranamente esta serie cuando Wein la dejó recién iniciada, y la llevó a ser la más taquillera y relevante del mainstream superheroico durante muchísimos años. Por supuesto, me refiero a ese monstruo icónico llamado Chris Claremont. El aporte de Claremont a esta serie es inconmensurable. Okey: el que tuvo los huevos para relanzar un título tercerón, cuasi-olvidado como era X-Men en 1975, fue Len Wein. Huevos cósmicos, podríamos decir, porque en vez de especular con un equipo que incluyera a uno o dos personajes nuevos y revitalizara un toque a los que venían batallando desde los ´60, Wein subió la apuesta y metió a cuatro personajes nuevos, dos que ya existían pero no tenían mucha relación con los X-Men y uno sólo de los ya conocidos por los lectores. Hoy eso no lo hace nadie. Ni Gerard Way cuando relanzó a la Doom Patrol se animó a tanto.
De todos modos, el que se cargó la mochila, se arremangó y trabajó a sol y sombra para darle chapa a Storm, Nightcrawler, Colossus, Wolverine y Banshee fue Claremont. Nunca supe por qué casi no se esforzó por darle onda a Thunderbird, por lograr que aunque sea una parte de los lectores lo bancaran, pero sospecho que la gracia era impactar desde temprano, haciendo boleta a uno de estos nuevos héroes, como para indicarle al público que acá nadie estaba a salvo. No contento con crear el andamiaje que aún sostiene a estos personajes, Claremont hizo más sólidos, más creíbles y más poderosos al Professor Xavier, a Cyclops y más tarde a Jean Grey, y hasta tuvo tiempo para sumar (sin salir de estos primeros 25 episodios que recopila el Essential) a personajes importantísimos como Moira McTaggert, la emperatriz Lilandra, Guardian (o Weapon Alpha, o Vindicator), los Starjammers y Black Tom Cassidy. Sólo por eso, por los personajes que incorporó y por cómo desarrolló a los que creó Len Wein, Claremont ya merecería ser considerado el mejor guionista de X-Men de todos los tiempos. Ni hablar de los personajes que sumará en los próximos Essentials.
Estas primeras aventuras -además de dejar mucho espacio para el desarrollo de todos estos héroes, heroínas y villanos- tienen mucha fuerza, hay conflictos realmente potentes, sacudones imprevistos, mucha integración con el Universo Marvel, mucho respeto a la labor de los guionistas que escribían Uncanny X-Men en los ´60 y una sensación absolutamente moderna: esto es fantasía en esteroides, con sagas cósmicas, villanos zarpados, la Savage Land, monstruos locos, alucinaciones o trampas que hacen que los buenos se peleen entre ellos y toda la parafernalia de siempre… pero se nota que Claremont manejaba una sintonía muy fina con lo que pasaba en el mundo real en ese momento (1975-78), hay un tono muy contemporáneo, muy rico, que hace que estos comics hoy resulten mucho más atractivos que casi todo lo que publicaban las grandes editoriales en esa época. Por supuesto que hay unos masacotes de texto infinitos, que los personajes hablan demasiado, que te acribillan con unos globos de pensamiento que parecen El Capital de Karl Marx con las notas al pie y todo, y que cada vez que arranca un nuevo episodio te tenés que fumar que alguien recapitule lo que pasó en los anteriores. Lo que Claremont contaba en 17 páginas, hoy cualquier guionista te lo cuenta en 48. Pero la verdad es que está todo muy bien pensado, muy bien ejecutado, con un ritmo que hace que las tramas y sub-tramas generen adicción y uno se pregunte cómo mierda hacían los fans de los ´70 para leer esto de a 17 páginas ¡por bimestre!, porque hasta el nº 112 Uncanny X-Men era bimestral.
En cuanto a la faz gráfica, libres al fin de esos coloristas de lesa humanidad que masacraban a los dibujos con total impunidad, me encontré con un Cockrum que en blanco y negro se ve mucho mejor que a color y que resiste con aguante y decoro los constantes cambios de entintador. El mejor Cockrum llega cuando lo dejan entintarse a sí mismo, y cuando hablamos de este dibujante siempre subrayamos lo mismo: su infalible manejo de la narrativa y el fuerte contraste entre unos primeros planos magníficos y algunas falencias bastante evidentes cuando dibuja los cuerpos enteros.
Y cuando Cockrum tira la toalla llega la dupla devastadora: John Byrne en lápices y Terry Austin en tintas. Chau, game over. No se puede pedir nada mejor, posta. El próximo Essential está todo dibujado por Byrne y Austin, así que volveré a babearme como en aquel 17/07/11 (cuando reseñé el tomo recopilatorio de la Dark Phoenix Saga) o más, porque esta vez será en monumental blanco y negro.
La seguimos muy pronto. ¡Gracias a los amigos de Córdoba que se acercaron al Docta Comic a saludar!
De todos modos, el que se cargó la mochila, se arremangó y trabajó a sol y sombra para darle chapa a Storm, Nightcrawler, Colossus, Wolverine y Banshee fue Claremont. Nunca supe por qué casi no se esforzó por darle onda a Thunderbird, por lograr que aunque sea una parte de los lectores lo bancaran, pero sospecho que la gracia era impactar desde temprano, haciendo boleta a uno de estos nuevos héroes, como para indicarle al público que acá nadie estaba a salvo. No contento con crear el andamiaje que aún sostiene a estos personajes, Claremont hizo más sólidos, más creíbles y más poderosos al Professor Xavier, a Cyclops y más tarde a Jean Grey, y hasta tuvo tiempo para sumar (sin salir de estos primeros 25 episodios que recopila el Essential) a personajes importantísimos como Moira McTaggert, la emperatriz Lilandra, Guardian (o Weapon Alpha, o Vindicator), los Starjammers y Black Tom Cassidy. Sólo por eso, por los personajes que incorporó y por cómo desarrolló a los que creó Len Wein, Claremont ya merecería ser considerado el mejor guionista de X-Men de todos los tiempos. Ni hablar de los personajes que sumará en los próximos Essentials.
Estas primeras aventuras -además de dejar mucho espacio para el desarrollo de todos estos héroes, heroínas y villanos- tienen mucha fuerza, hay conflictos realmente potentes, sacudones imprevistos, mucha integración con el Universo Marvel, mucho respeto a la labor de los guionistas que escribían Uncanny X-Men en los ´60 y una sensación absolutamente moderna: esto es fantasía en esteroides, con sagas cósmicas, villanos zarpados, la Savage Land, monstruos locos, alucinaciones o trampas que hacen que los buenos se peleen entre ellos y toda la parafernalia de siempre… pero se nota que Claremont manejaba una sintonía muy fina con lo que pasaba en el mundo real en ese momento (1975-78), hay un tono muy contemporáneo, muy rico, que hace que estos comics hoy resulten mucho más atractivos que casi todo lo que publicaban las grandes editoriales en esa época. Por supuesto que hay unos masacotes de texto infinitos, que los personajes hablan demasiado, que te acribillan con unos globos de pensamiento que parecen El Capital de Karl Marx con las notas al pie y todo, y que cada vez que arranca un nuevo episodio te tenés que fumar que alguien recapitule lo que pasó en los anteriores. Lo que Claremont contaba en 17 páginas, hoy cualquier guionista te lo cuenta en 48. Pero la verdad es que está todo muy bien pensado, muy bien ejecutado, con un ritmo que hace que las tramas y sub-tramas generen adicción y uno se pregunte cómo mierda hacían los fans de los ´70 para leer esto de a 17 páginas ¡por bimestre!, porque hasta el nº 112 Uncanny X-Men era bimestral.
En cuanto a la faz gráfica, libres al fin de esos coloristas de lesa humanidad que masacraban a los dibujos con total impunidad, me encontré con un Cockrum que en blanco y negro se ve mucho mejor que a color y que resiste con aguante y decoro los constantes cambios de entintador. El mejor Cockrum llega cuando lo dejan entintarse a sí mismo, y cuando hablamos de este dibujante siempre subrayamos lo mismo: su infalible manejo de la narrativa y el fuerte contraste entre unos primeros planos magníficos y algunas falencias bastante evidentes cuando dibuja los cuerpos enteros.
Y cuando Cockrum tira la toalla llega la dupla devastadora: John Byrne en lápices y Terry Austin en tintas. Chau, game over. No se puede pedir nada mejor, posta. El próximo Essential está todo dibujado por Byrne y Austin, así que volveré a babearme como en aquel 17/07/11 (cuando reseñé el tomo recopilatorio de la Dark Phoenix Saga) o más, porque esta vez será en monumental blanco y negro.
La seguimos muy pronto. ¡Gracias a los amigos de Córdoba que se acercaron al Docta Comic a saludar!
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lunes, 1 de agosto de 2016
LEYENDO MUY DE A POCO…
En estos días leí muy poco. Por distintos motivos, tardé un montón en juntar tres libros leídos como para armar una reseña. Me preguntás cómo hice para leer un libro por día durante seis años y te tengo que responder “no tengo la más puta idea”.
Space Clusters es una novela gráfica de 1986, de cuando DC tenía su línea de novelas gráficas de ciencia-ficción. Esta la escribió Arthur Byron Cover, y es muy rara. El guión arranca como una típica aventura, bastante predecible pero con personajes interesantes. Cuando lleva 24 páginas de eso, Byron Cover pega un volantazo fumadísimo y la historia pasa a ser otra cosa totalmente distinta, cobra un vuelo muy loco, mucho más literario que historietístico y lentamente empieza a avanzar hacia una resolución también totalmente inesperada, al borde del WTF?.
¿Por qué me mantuvo atrapado hasta el final? Porque dibuja el maestro Alex Niño, genio del dibujo, la composición y la puesta en página. El color (también a cargo de Niño) es raro y hay momentos en los que hace un poco de ruido. Pero lo que está abajo, el dibujo a tinta, tiene una fuerza expresiva impresionante, una poesía, una magia, un riesgo, que te hipnotiza página tras página y querés que la hsitorieta no se termine nunca. Ojo, si no sos fan de Niño, no te recomiendo ni a palos esta obra. Pero para los fieles seguidores del filipino (notoria influencia en los inicios de Carlos Meglia) Space Clusters es fundamental.
Nos vamos a mediados de los ´90, cuando el glorioso John Byrne presenta su nueva creación en el sello Legend de Dark Horse: Danger Unlimited no oculta en lo más mínimo su parecido con Fantastic Four, pero una vez que arranca la historia, resulta obvio que los parecidos son apenas cosméticos. Lo que se propone contar Byrne es claramente otra cosa y el resultado es una saga atrapante, intensa, con muy buenos diálogos, una excelente presentación de personajes… que nunca volvieron a aparecer. Danger Unlimited fue un fracaso comercial que Byrne abortó tras apenas cuatro episodios y esto es lo que hay: la historia en la que se (re)forma el grupo. Nada más.
Felizmente, los cráneos de IDW decidieron engrosar el TPB con los seis episodios de Babe que realizó Byrne (también en los ´90 y en Dark Horse). Babe es un comic festivo, que combina hábilmente machaca superheroica con comedia cuasi-picaresca. Entretenimiento sin pretensiones, con apariciones copadas de personajes de otros autores (Abe Sapien, Shrewmanoid), un lindo gaste a Spawn y la intención de integrarse a una especie de universo heroico que lamentablemente Byrne nunca desarrolló más allá de estas páginas. El dibujo de todo el tomo es espectacular, y en el tramo de Danger Unlimited el anglocanadiense te detona el cerebro con su manejo apabullante de las tramas mecánicas. El color, más o menos. En su etapa en IDW Byrne tuvo coloristas mucho mejores. Pero bueno, si sos fan de este monstruo, esto hay que tenerlo.
Y cierro con El Carro de Hierro, una obra de Jason bastante antigua (la terminó en 2003), en la que el noruego adapta una novela de Stein Riverton. Se trata de un enigma policial, una serie de muertes extrañas que deberá resolver un detective frío y metódico, como uno se imagina a los detectives noruegos. A lo largo de 68 páginas, el misterio que plantea El Carro de Hierro logra ponerte muy nervioso. Jason narra la historia en su estilo de siempre, repleto de silencios, con escenas oníricas intercaladas en los momentos justos, con un montón de recursos pensados para acentuar la tensión. En blanco, negro y terracota (o marrón rojizo), la habitual imaginería de Jason se pone al servicio de una historia muy atractiva, con varios giros impredecibles y un final tan lógico como satisfactorio. Obviamente la faceta más violenta de la trama está des-enfatizada por este prócer del anti-pochoclo, que prefiere la parsimonia al vértigo y que no necesita recurrir al impacto típico de los thrillers para captar totalmente nuestra atención. No lo pongo entre las obras maestras de Jason simplemente porque no es un guión original suyo, pero el dibujo es magnífico y la historia se presta tan bien a la adaptación que si Jason te dice que el guión se le ocurrió a él, se lo creés.
Espero tener otra tandita de libros leída antes del finde. Veremos qué onda.
Space Clusters es una novela gráfica de 1986, de cuando DC tenía su línea de novelas gráficas de ciencia-ficción. Esta la escribió Arthur Byron Cover, y es muy rara. El guión arranca como una típica aventura, bastante predecible pero con personajes interesantes. Cuando lleva 24 páginas de eso, Byron Cover pega un volantazo fumadísimo y la historia pasa a ser otra cosa totalmente distinta, cobra un vuelo muy loco, mucho más literario que historietístico y lentamente empieza a avanzar hacia una resolución también totalmente inesperada, al borde del WTF?.
¿Por qué me mantuvo atrapado hasta el final? Porque dibuja el maestro Alex Niño, genio del dibujo, la composición y la puesta en página. El color (también a cargo de Niño) es raro y hay momentos en los que hace un poco de ruido. Pero lo que está abajo, el dibujo a tinta, tiene una fuerza expresiva impresionante, una poesía, una magia, un riesgo, que te hipnotiza página tras página y querés que la hsitorieta no se termine nunca. Ojo, si no sos fan de Niño, no te recomiendo ni a palos esta obra. Pero para los fieles seguidores del filipino (notoria influencia en los inicios de Carlos Meglia) Space Clusters es fundamental.
Nos vamos a mediados de los ´90, cuando el glorioso John Byrne presenta su nueva creación en el sello Legend de Dark Horse: Danger Unlimited no oculta en lo más mínimo su parecido con Fantastic Four, pero una vez que arranca la historia, resulta obvio que los parecidos son apenas cosméticos. Lo que se propone contar Byrne es claramente otra cosa y el resultado es una saga atrapante, intensa, con muy buenos diálogos, una excelente presentación de personajes… que nunca volvieron a aparecer. Danger Unlimited fue un fracaso comercial que Byrne abortó tras apenas cuatro episodios y esto es lo que hay: la historia en la que se (re)forma el grupo. Nada más.
Felizmente, los cráneos de IDW decidieron engrosar el TPB con los seis episodios de Babe que realizó Byrne (también en los ´90 y en Dark Horse). Babe es un comic festivo, que combina hábilmente machaca superheroica con comedia cuasi-picaresca. Entretenimiento sin pretensiones, con apariciones copadas de personajes de otros autores (Abe Sapien, Shrewmanoid), un lindo gaste a Spawn y la intención de integrarse a una especie de universo heroico que lamentablemente Byrne nunca desarrolló más allá de estas páginas. El dibujo de todo el tomo es espectacular, y en el tramo de Danger Unlimited el anglocanadiense te detona el cerebro con su manejo apabullante de las tramas mecánicas. El color, más o menos. En su etapa en IDW Byrne tuvo coloristas mucho mejores. Pero bueno, si sos fan de este monstruo, esto hay que tenerlo.
Y cierro con El Carro de Hierro, una obra de Jason bastante antigua (la terminó en 2003), en la que el noruego adapta una novela de Stein Riverton. Se trata de un enigma policial, una serie de muertes extrañas que deberá resolver un detective frío y metódico, como uno se imagina a los detectives noruegos. A lo largo de 68 páginas, el misterio que plantea El Carro de Hierro logra ponerte muy nervioso. Jason narra la historia en su estilo de siempre, repleto de silencios, con escenas oníricas intercaladas en los momentos justos, con un montón de recursos pensados para acentuar la tensión. En blanco, negro y terracota (o marrón rojizo), la habitual imaginería de Jason se pone al servicio de una historia muy atractiva, con varios giros impredecibles y un final tan lógico como satisfactorio. Obviamente la faceta más violenta de la trama está des-enfatizada por este prócer del anti-pochoclo, que prefiere la parsimonia al vértigo y que no necesita recurrir al impacto típico de los thrillers para captar totalmente nuestra atención. No lo pongo entre las obras maestras de Jason simplemente porque no es un guión original suyo, pero el dibujo es magnífico y la historia se presta tan bien a la adaptación que si Jason te dice que el guión se le ocurrió a él, se lo creés.
Espero tener otra tandita de libros leída antes del finde. Veremos qué onda.
domingo, 20 de diciembre de 2015
20/12: STARLORD MEGAZINE
Starlord es un personaje que me resulta interesante, pero del que nunca había leído nada. Por eso, cuando vi este one-shot decidí darle una oportunidad. Este “Megazine” es una publicación rara, una especie de bola de nieve. Termina con siete páginas de prólogo a una miniserie que salió en 1996, el mismo año que se editó el one-shot. Todo el resto del material es una reedición del Starlord Special Edition de 1982. A su vez, este Special Edition le agregaba color y seis páginas dibujadas (como la San Puta) por Michael Golden a una publicación de 1977, el n° 11 de Marvel Preview. O sea que, con pequeños aditamentos, este Megazine es una especie de tercera edición de aquel Marvel Preview de 1977 en el que brillaban dos pibes que todavía no estaban consagrados, pero que la venían rompiendo: Chris Claremont y John Byrne.
La aventura en sí está muy en sintonía con lo que sucedía en aquel 1977: el estallido de Star Wars. La saga de Starlord también tiene imperios galácticos, razas alienígenas, armas alucinantes, naves zarpadas, príncipes, monstruos, aventureros y una historia de amor. Para mi gusto, Peter Quill resuelve todo muy fácil. Nunca un enemigo lo pone en verdaderos aprietos, nunca tiene que enfrentarse a un dilema moral complejo. Va, confronta y gana. Y se ocupa de que a sus jóvenes aliados no les pase nada demasiado grave. El sacudón más lindo llega al final: Claremont acierta al guardarse para las últimas páginas el origen del personaje, que es –lejos- lo más interesante de esta historia.
Como siempre que redescubrimos material de los ´70, sorprende la gran cantidad de texto que tenían en esa época los comics de Marvel. Hoy sería totalmente descabellado plantear un comic que narre en menos de 60 páginas lo que narra Claremont en esta historia, principalmente porque el desarrollo se piensa de modo mucho más visual, con mucha más exposición por parte del dibujo y mucha menos por parte de los textos. De hecho eso queda en recontra-evidencia en las páginas del final, las que pertenecen (a modo de preview) a la miniserie de 1996. Pero bueno, uno creció leyendo los choclazos de texto de Claremont y ya está acostumbrado a la calidad de su prosa y al grado de introspección al que se anima a través de los diálogos y los globos de pensamiento, otro recurso que ya casi no se usa en el comic yanki más o menos realista.
El dibujo de John Byrne es espectacular. Todavía no está tan definido su estilo como en sus últimos números de Uncanny X-Men, o su etapa en Fantastic Four. Pero ya se ve la fuerza, el talento, el riesgo para plantear puestas en página novedosas, y ese laburo obsesivo en los fondos. Esta historieta se publicó originalmente en blanco y negro, por eso Byrne dejó la vida en la iluminación, con efectos, tramas mecánicas y texturas alucinantes. Una pena que en 1982 esto haya sido coloreado por Glynis Oliver, enemiga declarada de mis retinas, a la que vi estropear decenas de comics buenísimos. Esta no es la excepción, para nada. Si el dibujo de Byrne no se luce todavía más es porque lo opaca mucho ese color tosco, chato, por momentos digno de una revista de Columba. Sospecho que Michael Golden dibujó sus páginas sabiendo que se iban a colorear, por eso se ve una armonía mayor entre la línea del ídolo y los colores de esta asesina serial de viñetas.
Resumiendo, por ahí le faltó un poquito de espesor a los conflictos para que la saga de Starlord tuviera menos gusto a pochoclo, y no terminé de comprar a Sandy y Kip, los personajes secundarios más destacados. De todos modos, me encontré con un relato sólido, con mucho ritmo y con unas cuantas ideas muy atractivas. Más allá del placer que da reencontrarse con Chris Claremont y John Byrne, una de las duplas definitivas de la historia del comic-book. Me imagino que tras el éxito de la peli de Guardians of the Galaxy este material se debe haber vuelto a publicar, y espero que haya sido en blanco y negro.
La aventura en sí está muy en sintonía con lo que sucedía en aquel 1977: el estallido de Star Wars. La saga de Starlord también tiene imperios galácticos, razas alienígenas, armas alucinantes, naves zarpadas, príncipes, monstruos, aventureros y una historia de amor. Para mi gusto, Peter Quill resuelve todo muy fácil. Nunca un enemigo lo pone en verdaderos aprietos, nunca tiene que enfrentarse a un dilema moral complejo. Va, confronta y gana. Y se ocupa de que a sus jóvenes aliados no les pase nada demasiado grave. El sacudón más lindo llega al final: Claremont acierta al guardarse para las últimas páginas el origen del personaje, que es –lejos- lo más interesante de esta historia.
Como siempre que redescubrimos material de los ´70, sorprende la gran cantidad de texto que tenían en esa época los comics de Marvel. Hoy sería totalmente descabellado plantear un comic que narre en menos de 60 páginas lo que narra Claremont en esta historia, principalmente porque el desarrollo se piensa de modo mucho más visual, con mucha más exposición por parte del dibujo y mucha menos por parte de los textos. De hecho eso queda en recontra-evidencia en las páginas del final, las que pertenecen (a modo de preview) a la miniserie de 1996. Pero bueno, uno creció leyendo los choclazos de texto de Claremont y ya está acostumbrado a la calidad de su prosa y al grado de introspección al que se anima a través de los diálogos y los globos de pensamiento, otro recurso que ya casi no se usa en el comic yanki más o menos realista.
El dibujo de John Byrne es espectacular. Todavía no está tan definido su estilo como en sus últimos números de Uncanny X-Men, o su etapa en Fantastic Four. Pero ya se ve la fuerza, el talento, el riesgo para plantear puestas en página novedosas, y ese laburo obsesivo en los fondos. Esta historieta se publicó originalmente en blanco y negro, por eso Byrne dejó la vida en la iluminación, con efectos, tramas mecánicas y texturas alucinantes. Una pena que en 1982 esto haya sido coloreado por Glynis Oliver, enemiga declarada de mis retinas, a la que vi estropear decenas de comics buenísimos. Esta no es la excepción, para nada. Si el dibujo de Byrne no se luce todavía más es porque lo opaca mucho ese color tosco, chato, por momentos digno de una revista de Columba. Sospecho que Michael Golden dibujó sus páginas sabiendo que se iban a colorear, por eso se ve una armonía mayor entre la línea del ídolo y los colores de esta asesina serial de viñetas.
Resumiendo, por ahí le faltó un poquito de espesor a los conflictos para que la saga de Starlord tuviera menos gusto a pochoclo, y no terminé de comprar a Sandy y Kip, los personajes secundarios más destacados. De todos modos, me encontré con un relato sólido, con mucho ritmo y con unas cuantas ideas muy atractivas. Más allá del placer que da reencontrarse con Chris Claremont y John Byrne, una de las duplas definitivas de la historia del comic-book. Me imagino que tras el éxito de la peli de Guardians of the Galaxy este material se debe haber vuelto a publicar, y espero que haya sido en blanco y negro.
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lunes, 12 de enero de 2015
12/ 01: HULK VISIONARIES: JOHN BYRNE
Vamos con un cuasi-clásico ochentoso, que muchos tienen (incompleto) en revistitas porque en su momento lo editó Columba, Pavón, o algún otro miembro de esa asociación ilícita. Acá están los seis numeritos con los que John Byrne le pega a Hulk el segundo sacudón grosso de su historia (el primero se lo pegó Bill Mantlo, en aquella saga en la que Banner lograba que su mente controlara a Hulk), más algunos bonus tracks.
Ya que nombro a Mantlo, está buena la anécdota que cuenta que este y Mike Mignola estaban al frente de Hulk, mientras que Byrne estaba a cargo de Alpha Flight. Pero ambos equipos creativos estaban cansados de sus series y propusieron intercambiarlas. Las dos tenían como coordinador al maestro Denny O´Neil, que dijo que sí y supervisó el cambiazo. Y no, Alpha Flight nunca volvió a ser lo mismo sin Byrne, pero Hulk se sacó la lotería, el PRODE y el Quini 6, en el que sería –por un tiempo- el último trabajo de Byrne (y de Denny O´Neil) para Marvel.
¿Vamos primero con los bonus tracks? Entre los dos primeros números de Byrne sale un Annual (que transcurre “adentro” del n° 314) escrito por el barbeta y dibujado por Sal Buscema. Esto es sencillamente bochornoso, una idiotez sin pies ni cabeza, un argumento que nunca tiene el menor sentido: quiénes son los villanos, cómo capturan a Hulk, qué le quieren hacer, cómo zafa… NADA cierra por ningún lado. Y el dibujo… qué sé yo… podría ser peor, pero a mí Sal Buscema nunca me terminó de convencer. Lo mejor que tiene son las secuencias mudas, donde se nota que tanto el guionista como el dibujante tienen conceptos muy claros de cómo se cuenta una historia con la imagen como único recurso.
El otro bonus track es una historieta de 22 páginas, escrita y dibujada por Byrne, que iba a ser un número de Hulk, pero O´Neil se lo rebotó. ¿Por qué –me dirás- si está dibujado como la hiper-concha de Dios y el guión no es malo, ni mucho menos? Porque son 22 páginas de una sóla viñeta, y el coordinador dijo “ni en pedo”. Con la confirmación de que se iba a DC, Byrne le ofreció la historieta a Al Milgrom, coordinador de la revista Marvel Fanfare (con un perfil más experimental) y ahí sí, se la aceptaron y se publicó. Es un unitario con una conexión tenue con todo lo demás que sucede en el tomo, pero está bueno que lo hayan incluído.
Y ahora sí, los seis números fundamentales, en los que Byrne hace que pase de todo, sin descuidar lo que más le atraía a los lectores de Hulk, que era la machaca brutal y grandilocuente. Acá, un experimento del Doc Samson logra separar a Bruce Banner de Hulk. El monstruo, sin ningún filtro ni atadura psíquica con un ser humano, se convierte en una fuerza de la naturaleza que sólo sabe destruir. Tras cagarse a trompadas contra varios Avengers y el propio Samson, se convierte en el blanco de los Hulkbusters, un grupo de expertos apoyados en tecnología de punta y liderados… por el propio Banner, cuyo objetivo pasa a ser la eliminación definitiva de su ex-alter ego. Y además, reaparecen Betty Ross (que se casa con Bruce), su intempestivo padre y el carismático Rick Jones, que se cagan a tiros entre ellos.
Esto es una montaña rusa alucinante, llena de momentos impactantes, impredecibles, y con un gran trabajo de Byrne en la caracterización de todos los personajes. Hasta el más ignoto de los Hulkbusters, hasta la periodista que se hace amiga de Doc Samson, todos están perfectamente trabajados, con buenos diálogos, motivaciones coherentes y secuencias en las que se logran lucir. Obviamente el que menos se luce es Hulk, convertido en menos que un villano. El gigante acá es una cosa a la que hay que tratar de parar, como si fuera un tornado, o un lobo que les morfa las ovejas a los granjeros. Tranqui, que esto es sólo el principio: el que ovacionó los huevos de Byrne tendrá –poco después- la oportunidad de seguir sorprendiéndose con los sacudones que le pegarán a la serie Al Milgrom y –sobre todo- Peter David.
Pero claro, ni Milgrom ni David tendrán en el mazo el ancho de espadas que significaba el John Byrne de esa época (1985-86) dibujando con todas las ganas. Respaldado por Keith Williams como entintador de fondos, Byrne detona un arsenal nuclear en cada página, en el que tal vez sea su mejor trabajo como dibujante para un comic de Marvel (digo, sin contar la magia que tiró en The Last Galactus Story, serializada en la revista Epic más o menos en simultáneo con estos números de Hulk). Naves, máquinas, expresiones faciales, peleas, secuencias mudas, todo está dibujado a un nivel increíble, y además puesto al servicio de un relato hipnótico, apoyado en elipsis zarpadas, montajes paralelos, flashbacks, escenas que sólo suceden en la mente de los protagonistas y demás recursos que Byrne maneja de taquito.
Si te gusta el comic de superhéroes, seguro que esto lo tenés y lo amás.
Ya que nombro a Mantlo, está buena la anécdota que cuenta que este y Mike Mignola estaban al frente de Hulk, mientras que Byrne estaba a cargo de Alpha Flight. Pero ambos equipos creativos estaban cansados de sus series y propusieron intercambiarlas. Las dos tenían como coordinador al maestro Denny O´Neil, que dijo que sí y supervisó el cambiazo. Y no, Alpha Flight nunca volvió a ser lo mismo sin Byrne, pero Hulk se sacó la lotería, el PRODE y el Quini 6, en el que sería –por un tiempo- el último trabajo de Byrne (y de Denny O´Neil) para Marvel.
¿Vamos primero con los bonus tracks? Entre los dos primeros números de Byrne sale un Annual (que transcurre “adentro” del n° 314) escrito por el barbeta y dibujado por Sal Buscema. Esto es sencillamente bochornoso, una idiotez sin pies ni cabeza, un argumento que nunca tiene el menor sentido: quiénes son los villanos, cómo capturan a Hulk, qué le quieren hacer, cómo zafa… NADA cierra por ningún lado. Y el dibujo… qué sé yo… podría ser peor, pero a mí Sal Buscema nunca me terminó de convencer. Lo mejor que tiene son las secuencias mudas, donde se nota que tanto el guionista como el dibujante tienen conceptos muy claros de cómo se cuenta una historia con la imagen como único recurso.
El otro bonus track es una historieta de 22 páginas, escrita y dibujada por Byrne, que iba a ser un número de Hulk, pero O´Neil se lo rebotó. ¿Por qué –me dirás- si está dibujado como la hiper-concha de Dios y el guión no es malo, ni mucho menos? Porque son 22 páginas de una sóla viñeta, y el coordinador dijo “ni en pedo”. Con la confirmación de que se iba a DC, Byrne le ofreció la historieta a Al Milgrom, coordinador de la revista Marvel Fanfare (con un perfil más experimental) y ahí sí, se la aceptaron y se publicó. Es un unitario con una conexión tenue con todo lo demás que sucede en el tomo, pero está bueno que lo hayan incluído.
Y ahora sí, los seis números fundamentales, en los que Byrne hace que pase de todo, sin descuidar lo que más le atraía a los lectores de Hulk, que era la machaca brutal y grandilocuente. Acá, un experimento del Doc Samson logra separar a Bruce Banner de Hulk. El monstruo, sin ningún filtro ni atadura psíquica con un ser humano, se convierte en una fuerza de la naturaleza que sólo sabe destruir. Tras cagarse a trompadas contra varios Avengers y el propio Samson, se convierte en el blanco de los Hulkbusters, un grupo de expertos apoyados en tecnología de punta y liderados… por el propio Banner, cuyo objetivo pasa a ser la eliminación definitiva de su ex-alter ego. Y además, reaparecen Betty Ross (que se casa con Bruce), su intempestivo padre y el carismático Rick Jones, que se cagan a tiros entre ellos.
Esto es una montaña rusa alucinante, llena de momentos impactantes, impredecibles, y con un gran trabajo de Byrne en la caracterización de todos los personajes. Hasta el más ignoto de los Hulkbusters, hasta la periodista que se hace amiga de Doc Samson, todos están perfectamente trabajados, con buenos diálogos, motivaciones coherentes y secuencias en las que se logran lucir. Obviamente el que menos se luce es Hulk, convertido en menos que un villano. El gigante acá es una cosa a la que hay que tratar de parar, como si fuera un tornado, o un lobo que les morfa las ovejas a los granjeros. Tranqui, que esto es sólo el principio: el que ovacionó los huevos de Byrne tendrá –poco después- la oportunidad de seguir sorprendiéndose con los sacudones que le pegarán a la serie Al Milgrom y –sobre todo- Peter David.
Pero claro, ni Milgrom ni David tendrán en el mazo el ancho de espadas que significaba el John Byrne de esa época (1985-86) dibujando con todas las ganas. Respaldado por Keith Williams como entintador de fondos, Byrne detona un arsenal nuclear en cada página, en el que tal vez sea su mejor trabajo como dibujante para un comic de Marvel (digo, sin contar la magia que tiró en The Last Galactus Story, serializada en la revista Epic más o menos en simultáneo con estos números de Hulk). Naves, máquinas, expresiones faciales, peleas, secuencias mudas, todo está dibujado a un nivel increíble, y además puesto al servicio de un relato hipnótico, apoyado en elipsis zarpadas, montajes paralelos, flashbacks, escenas que sólo suceden en la mente de los protagonistas y demás recursos que Byrne maneja de taquito.
Si te gusta el comic de superhéroes, seguro que esto lo tenés y lo amás.
martes, 23 de diciembre de 2014
23/12: DOOMSDAY.1
Esta es la historia de siete hombres y mujeres que trabajan en una estación espacial. Desde ahí, ven cómo una erupción solar se dirige hacia la Tierra y casi literalmente la prende fuego. Es el fin del mundo para la gran mayoría de los terrestres. Los océanos se evaporan, las capas polares se derriten, las ciudades y los bosques se incendian y queda un pequeño sector del planeta, un circulito con centro en el mar Caribe, pongámosle en Jamaica, donde tal vez las consecuencias no hayan sido tan catastróficas. Los siete astronautas saben que sus familias no sobrevivieron, que sus ciudades son escombros, pero aún así deciden volver a la Tierra, a ver con qué se encuentran. Doomsday.1 es triste, como toda historia de post-holocausto, pero también es una historia de esperanza, un canto a la vida y a la voluntad de reconstruir lo que se pueda, como se pueda, de volver a empezar.
El episodio ciencia-ficcionesco de la erupción solar y la destrucción de buena parte del planeta es apenas la excusa para hablar de otra cosa: de las vidas al límite de los que sobrevivieron, de los profundos replanteos que viven las comunidades que siguen en pie, y sobre todo de lo que les pasa en su fuero íntimo a los astronautas antes, durante y después de la tragedia. Sobre todo después, cuando tienen que volver a la Tierra y ser testigos de la devastación. Algunos se conformarán con eso, otros morirán en el camino y otros querrán subir la apuesta y convertirse también en artífices de la resurrección del planeta incendiado. El trabajo en la caracterización de Greg Boyd, Hikari Ariyama, Richard Benning, Yulia Kunov, Pascal Brussard, Gordie West y Yuri Kunov es, sin dudas, lo más notable de esta obra. Y el giro del final, que reinterpreta por completo a un personaje que pintaba para tercerón (nada menos que el Papa) también suma para el lado del excelente desarrollo de estos hombres y mujeres de papel y tinta, a los que uno siente irremediablemente cercanos.
Lo único que tengo para criticarle al argumento son esas páginas de la excursión hasta las ruinas de Nueva York. ¿Hacía falta? Todos los estudios decían que esa zona estaba completamente devastada. ¿No era más lógico enfilar para el otro lado, para donde pudiera haber sobrevivientes? Ojo, el episodio de Nueva York está bueno: tiene escenas conmovedoras y escenas aterradoras, sobre todo si te dan asco las ratas o las cucarachas. Pero capaz que no hacía falta, que se podían evitar la obviedad de ver a la estatua de la Libertad calcinada y los subtes convertidos en tumbas masivas. El resto, la verdad que es impecable, repleto de sorpresas, de momentos fuertes, memorables, donde los personajes pelan humanidad a pleno, sin guardarse nada.
A todo esto, no te dije quién es el autor: Doomsday.1 entra cómodamente a la lista de las grandes historietas escritas y dibujadas por el maestro John Byrne. Sin superpoderes, casi sin luchas entre buenos y malos, esta es una saga genuinamente adulta, pensada para emocionarnos y hacernos reflexionar. Y por supuesto, para gozar con el dibujo de Byrne, que acá alcanza el nivel de sus mejores trabajos de los ´80 y ´90. Esto no tiene nada que envidiarle, por ejemplo, a Next Men. O a Aliens: Earth Angel, o a Darkseid vs. Galactus. El dibujo y la tinta están sólidos, compactos, bien cargados de expresividad, pero sin derrapar hacia la caricatura ni el grotesco. Los fondos están cuando tienen que estar y tienen un laburo increíble. La narrativa funciona perfecto a pesar de algunos riesgos que asume Byrne en el armado de la página. La variedad de planos, los distintos climas por los que atraviesa la historia, los cambios de ritmo… son todas cosas en las que se ve la mano de un grande, de un tipo que ya las hizo todas y ya todo le sale de taquito, aunque improvise o experimente cosas raras. El color de Leonard O´Grady también aporta muchísimo a que la faz gráfica no desentone para nada con la gran calidad del guión.
¿Por qué esta no es una historieta perfecta? Porque termina amagando con una secuela, que sinceramente no sé si salió. Es obvio que desarollar tanto y tan bien a tantos personajes hacen que uno tenga ganas de volverlos a ver. Pero por otro lado, cerrar TODO en estas 88 páginas le hubiese dado a Doomsday.1 una contundencia todavía mayor, más difícil de ignorar.
Hoy, que una generación entera de pibes que arden en llamas con Marvel y DC no tienen la más puta idea de quién es John Byrne, nos toca a nosotros, los más veteranos, volver al planeta devastado para acompañar al maestro en sus aventuras más personales, más jugadas, más lejos de los géneros en los que la descosió durante décadas. Ojalá IDW siga habilitando ese espacio para que Byrne cuente lo que tiene ganas de contar, como para seguir demostrando que (a pesar del olvido o el ninguneo de unos cuantos) su talento sigue intacto.
El episodio ciencia-ficcionesco de la erupción solar y la destrucción de buena parte del planeta es apenas la excusa para hablar de otra cosa: de las vidas al límite de los que sobrevivieron, de los profundos replanteos que viven las comunidades que siguen en pie, y sobre todo de lo que les pasa en su fuero íntimo a los astronautas antes, durante y después de la tragedia. Sobre todo después, cuando tienen que volver a la Tierra y ser testigos de la devastación. Algunos se conformarán con eso, otros morirán en el camino y otros querrán subir la apuesta y convertirse también en artífices de la resurrección del planeta incendiado. El trabajo en la caracterización de Greg Boyd, Hikari Ariyama, Richard Benning, Yulia Kunov, Pascal Brussard, Gordie West y Yuri Kunov es, sin dudas, lo más notable de esta obra. Y el giro del final, que reinterpreta por completo a un personaje que pintaba para tercerón (nada menos que el Papa) también suma para el lado del excelente desarrollo de estos hombres y mujeres de papel y tinta, a los que uno siente irremediablemente cercanos.
Lo único que tengo para criticarle al argumento son esas páginas de la excursión hasta las ruinas de Nueva York. ¿Hacía falta? Todos los estudios decían que esa zona estaba completamente devastada. ¿No era más lógico enfilar para el otro lado, para donde pudiera haber sobrevivientes? Ojo, el episodio de Nueva York está bueno: tiene escenas conmovedoras y escenas aterradoras, sobre todo si te dan asco las ratas o las cucarachas. Pero capaz que no hacía falta, que se podían evitar la obviedad de ver a la estatua de la Libertad calcinada y los subtes convertidos en tumbas masivas. El resto, la verdad que es impecable, repleto de sorpresas, de momentos fuertes, memorables, donde los personajes pelan humanidad a pleno, sin guardarse nada.
A todo esto, no te dije quién es el autor: Doomsday.1 entra cómodamente a la lista de las grandes historietas escritas y dibujadas por el maestro John Byrne. Sin superpoderes, casi sin luchas entre buenos y malos, esta es una saga genuinamente adulta, pensada para emocionarnos y hacernos reflexionar. Y por supuesto, para gozar con el dibujo de Byrne, que acá alcanza el nivel de sus mejores trabajos de los ´80 y ´90. Esto no tiene nada que envidiarle, por ejemplo, a Next Men. O a Aliens: Earth Angel, o a Darkseid vs. Galactus. El dibujo y la tinta están sólidos, compactos, bien cargados de expresividad, pero sin derrapar hacia la caricatura ni el grotesco. Los fondos están cuando tienen que estar y tienen un laburo increíble. La narrativa funciona perfecto a pesar de algunos riesgos que asume Byrne en el armado de la página. La variedad de planos, los distintos climas por los que atraviesa la historia, los cambios de ritmo… son todas cosas en las que se ve la mano de un grande, de un tipo que ya las hizo todas y ya todo le sale de taquito, aunque improvise o experimente cosas raras. El color de Leonard O´Grady también aporta muchísimo a que la faz gráfica no desentone para nada con la gran calidad del guión.
¿Por qué esta no es una historieta perfecta? Porque termina amagando con una secuela, que sinceramente no sé si salió. Es obvio que desarollar tanto y tan bien a tantos personajes hacen que uno tenga ganas de volverlos a ver. Pero por otro lado, cerrar TODO en estas 88 páginas le hubiese dado a Doomsday.1 una contundencia todavía mayor, más difícil de ignorar.
Hoy, que una generación entera de pibes que arden en llamas con Marvel y DC no tienen la más puta idea de quién es John Byrne, nos toca a nosotros, los más veteranos, volver al planeta devastado para acompañar al maestro en sus aventuras más personales, más jugadas, más lejos de los géneros en los que la descosió durante décadas. Ojalá IDW siga habilitando ese espacio para que Byrne cuente lo que tiene ganas de contar, como para seguir demostrando que (a pesar del olvido o el ninguneo de unos cuantos) su talento sigue intacto.
miércoles, 13 de febrero de 2013
13/ 02: COLD WAR Vol.1
Debe haber sido jodido ser John Byrne estos últimos 15 años. Estamos hablando de un autor que desde mediados de los ´70 se cansó de acumular hitazos, muchas veces con obras de gran calidad, y que a partir de cierto punto de los ´90 empezó a mostrar una decadencia muy marcada, con obras dignas en las que se mandó un par de mocos bestiales (Wonder Woman), obras que amagaban con ser la gloria y terminaron por vender humo e intrascendencia (New Gods) y obras decididamente chotas (Spider-Man: Chapter One). El cambio de milenio puso en evidencia la desconexión entre lo que Byrne tenía ganas de hacer y lo que las nuevas generaciones querían leer, lo que –sumado a la actitud intolerante y confrontativa que mostró el anglo-canadiense en los foros de internet- terminaron por convertirlo en un personaje entre nefasto y pintoresco, una especie de Gerardo Sofovich, al que nadie le discute la chapa del pasado, pero al que hoy está de moda ningunear y vilipendiar como si fuera el último de los verduleros.
A la Byrne-fobia que se expandió entre los fans más jóvenes (que tampoco tienen reparo en limpiarse el orto con otros próceres de antaño como Frank Miller o Chris Claremont, quienes fueran socios de Byrne en más de una gesta heroica), el autor respondió refugiándose en IDW, donde bajó notablemente su perfil pero no su producción. La editorial californiana le da laburo constante y además lo habilita a probar suerte con conceptos nuevos, como el que hoy nos ocupa. Después hace la pelotudez de editarte menos de 90 páginas de historieta en un TPB de u$ 20, lo cual hace que uno dude en comprar incluso lo que pinta interesante, pero bueno, así opera IDW.
Cold War es una serie de espionaje ambientada en la década del ´50 y protagonizada por Michael Swann, un correcto clon de James Bond. En esta primera saguita (se anunció una segunda, pero todavía no salió), Byrne revisita todos los tópicos que hicieron icónico al personaje de Ian Fleming: misiones arriesgadísimas, autos alucinantes, garches fogosos con minitas de dudosa lealtad y la grandilocuencia justa para que la emoción no baje nunca. El argumento es sólido, los diálogos están buenos, el ritmo está cuidadísimo, no hay volantazos fumados ni sacudones inexplicables... y tampoco hay nada que no hayas visto ya en las historias de Bond. Esto no es Next Men, donde Byrne se esforzaba por esquivar los caminos más transitados y trabajaba con ideas que nunca habíamos visto en otros comics de superhéroes. Acá el barbeta no oculta en lo más mínimo su intención de mostrarnos SU versión del clásico relato de espías, en el siempre fértil terreno del super-clásico Rusos vs. Yankis, aunque Michael Swann sea inglés.
Los hallazgos de Byrne van por el lado de la narrativa. El primer episodio, como aquel de The Many Deaths of Batman, arranca con una secuencia muda de 11 páginas ejecutada con la jerarquía de los grandes. Y en el segundo, cuando pela esa doble página con la carrera de autos, te demuestra que los grandes narradores gráficos nunca pasan de moda y siempre tienen un as guardado bajo la manga. Una vez superada esa secuencia inicial de 11 páginas, no habrá tantos fondos ni estarán tan minuciosamente laburados, por lo menos hasta llegar a la secuencia de la base espacial soviética, donde yo sospecho la mano de algún asistente, porque hay un nivel de detalles francamente pasmoso. Si leíste mucho a este maestro, ya te sabés de memoria sus poses y sus caras, aunque acá se ve un estilo de dibujo más sobrio, bastante más sombrío que en sus trabajos más superheroicos, casi en un punto intermedio entre el Byrne más conocido y Jim Aparo. La colorista Ronda Pattison (a quien nunca había oído nombrar) cumple con su trabajo sin estridencias y por supuesto sin intentar ni en una sola viñeta competir con el dibujo de Byrne y mucho menos eclipsarlo.
Cold War, además de una buena historieta, es un testimonio de que John Byrne todavía tiene mucho para dar. Recomiendo comprarla sólo si la ves muy barata, para no darle el gusto a los delirantes de IDW, que cuidan muchísimo la calidad del papel, la encuadernación, etc., pero se zarpan para el orto con los precios de los libros.
A la Byrne-fobia que se expandió entre los fans más jóvenes (que tampoco tienen reparo en limpiarse el orto con otros próceres de antaño como Frank Miller o Chris Claremont, quienes fueran socios de Byrne en más de una gesta heroica), el autor respondió refugiándose en IDW, donde bajó notablemente su perfil pero no su producción. La editorial californiana le da laburo constante y además lo habilita a probar suerte con conceptos nuevos, como el que hoy nos ocupa. Después hace la pelotudez de editarte menos de 90 páginas de historieta en un TPB de u$ 20, lo cual hace que uno dude en comprar incluso lo que pinta interesante, pero bueno, así opera IDW.
Cold War es una serie de espionaje ambientada en la década del ´50 y protagonizada por Michael Swann, un correcto clon de James Bond. En esta primera saguita (se anunció una segunda, pero todavía no salió), Byrne revisita todos los tópicos que hicieron icónico al personaje de Ian Fleming: misiones arriesgadísimas, autos alucinantes, garches fogosos con minitas de dudosa lealtad y la grandilocuencia justa para que la emoción no baje nunca. El argumento es sólido, los diálogos están buenos, el ritmo está cuidadísimo, no hay volantazos fumados ni sacudones inexplicables... y tampoco hay nada que no hayas visto ya en las historias de Bond. Esto no es Next Men, donde Byrne se esforzaba por esquivar los caminos más transitados y trabajaba con ideas que nunca habíamos visto en otros comics de superhéroes. Acá el barbeta no oculta en lo más mínimo su intención de mostrarnos SU versión del clásico relato de espías, en el siempre fértil terreno del super-clásico Rusos vs. Yankis, aunque Michael Swann sea inglés.
Los hallazgos de Byrne van por el lado de la narrativa. El primer episodio, como aquel de The Many Deaths of Batman, arranca con una secuencia muda de 11 páginas ejecutada con la jerarquía de los grandes. Y en el segundo, cuando pela esa doble página con la carrera de autos, te demuestra que los grandes narradores gráficos nunca pasan de moda y siempre tienen un as guardado bajo la manga. Una vez superada esa secuencia inicial de 11 páginas, no habrá tantos fondos ni estarán tan minuciosamente laburados, por lo menos hasta llegar a la secuencia de la base espacial soviética, donde yo sospecho la mano de algún asistente, porque hay un nivel de detalles francamente pasmoso. Si leíste mucho a este maestro, ya te sabés de memoria sus poses y sus caras, aunque acá se ve un estilo de dibujo más sobrio, bastante más sombrío que en sus trabajos más superheroicos, casi en un punto intermedio entre el Byrne más conocido y Jim Aparo. La colorista Ronda Pattison (a quien nunca había oído nombrar) cumple con su trabajo sin estridencias y por supuesto sin intentar ni en una sola viñeta competir con el dibujo de Byrne y mucho menos eclipsarlo.
Cold War, además de una buena historieta, es un testimonio de que John Byrne todavía tiene mucho para dar. Recomiendo comprarla sólo si la ves muy barata, para no darle el gusto a los delirantes de IDW, que cuidan muchísimo la calidad del papel, la encuadernación, etc., pero se zarpan para el orto con los precios de los libros.
domingo, 17 de julio de 2011
17/ 07: X-MEN: THE DARK PHOENIX SAGA
Hacia un montón que no comentaba comics de Marvel, pero mirá con qué paponga volví. Este es uno de los comics más importantes en la historia del género superheroico y (junto al Daredevil de Frank Miller) uno de los comics que forjaron el paradigma que imperó durante toda la década del ´80. No creo que haga falta -31 años después- ponerme a hablar maravillas de este trabajo hiper-consagratorio de Chris Claremont, John Byrne y Terry Austin. Ya lo hizo antes demasiada gente más grossa. Prefiero colgarme en detalles que ilustran lo distinto que era el comic maisntream de 1980 en relación con el actual.
Lo primero que llama la atención es el color. Dios mío, esta saga, con guiones y dibujos de la reputísima madre, tiene unos colores inmundos, todos mal impresos, fuera de registro, sobresalidos por afuera de los contornos del dibujo, cuadros enteros pintados todos del mismo color (la Gran Columba), una paleta tan limitada como estridente, negros plenos que no son plenos, un moré grotesco que se ve a ocho cuadras, una cosa más asquerosa que chuparle las suelas a Indiana Jones. Esto, que hoy nos parece alienígena, fue la norma hasta que apareció Image. Recién a mediados de los ´90, Marvel y DC pudieron publicar comics coloreados decentemente en sus series regulares, en sus formatos económicos. Los coloristas de Uncanny X-Men de hace 30 años (Bob Sharen y Glynis Wein) merecen ser sometidos a los más ignominiosos tormentos en las fosas más oscuras del Averno por haber estropeado de esa manera cruel y miserable los gloriosos dibujos de Byrne, entintados a la pluscuamperfección por Terry Austin.
Otro elemento que ya quedó a años luz es la cantidad de texto que aparece en cada viñeta y en cada página. Claremont jamás mezquinó palabras: sin ser Don McGregor, era un tipo que solía meter mucho diálogo y muchos globos de pensamiento. Leído en su momento, no sé si las parrafadas que Chris les hacía pensar y decir a sus personajes producían escozor. Pero para el lector acostumbrado al comic actual, esto es un delirio. Son hiper-choclos infinitos, monólogos de Enrique Pinti metidos a presión adentro de los globos. Hoy los comics tienen mucho menos texto, porque pasan menos cosas por episodio. Cosas que antes los autores te explicaban en un diálogo infinito, o en un gigantesco globo de pensamiento, hoy ocupan toda una secuencia, seguramente de varias páginas, donde todo es mucho más visual, pero donde las tramas avanzan mucho más lento. Lo que Claremont contó entre los números 129 y 137 de Uncanny, hoy alcanza para llenar no menos de 16 comic-books de 22 páginas. Sin contar crossovers ni tie-ins, por supuesto.
Y lo otro que quiero destacar: el comic de 1980 era demasiado reader-friendly. Estaba todo demasiado explicado. En cada capítulo de la saga, Claremont expone el argumento central, nos muestra, describe y nombra a cada uno de los héroes y villanos, y hasta a veces hace que los personajes expliquen sus poderes mientras los usan, como en la Legión de los ´60. Hoy, si no leiste el episodio anterior, no entendés una chota y nadie te lo explica, en parte porque el guionista presupone que buena parte del público va a leer la saga cuando salga el TPB, toda de un saque. Por eso también se miente menos con los cliffhangers impactantes al pedo, de esos que en los ´80 abundaban mal. Hoy hay cliffhangers, pero menos, y no se los resuelve en la primera página del episodio siguiente, como si nada.
Este TPB es el clásico, o sea que apesta. No tiene las portadas, y ni siquiera te aclara qué números de qué serie recopila. Zafa por el prólogo de Stan Lee y por la fastuosa portada de Bill Sienkiewicz, que se luce más en otras ediciones. Si todavía no tenés esta joya en tu colección, fijate si las ediciones más recientes fueron recoloreadas (es bastante probable), o mandate directo a los Essentials, donde la vas a disfrutar en espectacular blanco y negro, sin padecer los oprobiosos colores de la versión original. Acá te esperan la muerte de Phoenix, la primera aparición del Hellfire Club, de Kitty Pryde, de Dazzler y de Emma Frost. Vas a ver a Wolverine sacado y jodido por primera vez, un breve regreso a los X-Men de Angel y Beast, un garche muy lindo entre Jean y Scott, y el genocidio de 5.000 millones de seres vivos a manos de una superheroína totalmente pasada de rosca. Todo condimentado con una combinación perfecta entre conceptos innovadores, acción y caracterización, que muchos trataron (con distintos niveles de éxito) de imitar. Como el Ave Fénix, el comic de superhéroes (que venía de una década tirando a patética) renació de sus cenizas con esta obra maestra de Chris Claremont y John Byrne, que acá juntaron con pala la chapa que áun hoy siguen dilapidando.
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martes, 19 de abril de 2011
19/ 04: CAPTAIN AMERICA: WAR & REMEMBRANCE
Ahora que me bajé del tren de la serie actual, me dediqué a indagar en la larga historia del Capi América en busca de alguna etapa o saga grossa, que valiera la pena leer. Encontré dos: por un lado estos nueve números de 1979-80 y por el otro, la etapa de J.M. DeMatteis, que abarca (con varias interrupciones) los números 261 al 300 y que injustamente no está reeditada en libro.
Pero vamos a lo de Roger Stern y John Byrne, que es lo que se puede conseguir casi sin dificultad. Estos numeritos del Capi (247 al 255) no son exactamente majestuosos. Son buenos comics de superhéroes de hace 30 años. Tienen una chapa descomunal simplemente porque entre que Steve Englehart deja al Capi (allá por 1975) y que Stern y Byrne llegan al rescate, la serie es un bofe sin pies ni cabeza, como tantas otras series de la Verdul Age que no se entendía por qué se publicaban ni mucho menos por qué se vendían. Y sí, me juego: la etapa de Jack Kirby forma parte del bofe sin pies ni cabeza. Listo, lo dije.
Stern y Byrne apagan el incendio con solvencia, con clase, como cuando Caruso Lombardi vino a Racing a salvarnos del descenso y nos dejó quintos en la tabla. Los tres primeros números, además de dos villanos obvios tienen un villano encubierto que manipula toda la situación, y un par de pinceladas muy interesantes que definen la relación del Capi con Nick Fury en particular y con SHIELD en general. También desde el arranque está la sana intención de darle bola a Steve Rogers por afuera de su identidad heroica y de rodearlo de un elenco de secundarios atractivo. En tres números, vimos mucho más de lo que habían hecho todos los guionistas post-Englehart.
Después hay que destacar dos saguitas de dos episodios: la de Mr. Hyde y Batroc, repleta de machaca, sirve para entender que una cosa es ser villano y otra ser un genocida hijo de puta. Y la del Baron Blood en Inglaterra logra, por un lado, recrear la mística de los Invaders y, por el otro, mostrarnos algo que en 1980 no era frecuente: el Capitán América, héroe de héroes y símbolo patrio inmaculado, a veces también mata. Okey, mata a un vampiro totalmente sacado, más maligno que Rodríguez Larreta. Pero lo mata de verdad, como unos años después Superman mataría a los genocidas de la Zona Fantasma en esa saga que forzaría la partida de Byrne de la serie.
Pero por ahí lo más celebrado de esta etapa sean los unitarios. El que cierra el libro es un festejo de los 40 años del personaje y los autores lo aprovechan para pasar el limpio el origen del Capi, desarrollar algunos puntos y barrer bajo la alfombra otros que tienen que ver con la niñez, la juventud y el experimento que le cambió la vida a Rogers. Esta es, en una palabra, la primera aparición del origen moderno del Capi. Y además, como a Byrne lo dejan entintar sus propios lápices, es -lejos- el episodio de mayor atractivo visual. El otro unitario se hizo para celebrar los 250 números de la serie (que arrancó como Tales of Suspense) y tiene la consigna más ganchera de la historia: el Capi se postula para presidente de los EEUU. Obviamente sabés desde el primer momento que no, que se va a bajar de la candidatura (como tantos otros menos patriotas que él), pero lo grosso es eso, es esperar el momento y ver cómo, con qué discurso, bajando qué línea, el símbolo patrio le explica a las masas que lo suyo no es gobernar sino cagarse a trompadas con los villanos. Imaginate si se postulaba… Nos salvábamos de Reagan! Ah, no… cierto que esto es Marvel, no la realidad.. Perdón…
Me toca hablar del dibujo, pero creo que ni hace falta. Estamos hablando de comics de superhéroes dibujados por John Byrne en los ´80, o sea, está todo recontra-bien. Ni siquiera jode que lo entinte Joe Rubinstein, cuyo trazo tiene poco que ver con el del ídolo. El Byrne de esta época era un tsunami que se llevaba todo puesto, una máquina de laburar que generaba bocha de páginas por mes, con una calidad muy superior a la de la media de sus colegas. Byrne acá colaboraba con Stern en los guiones, o sea que es también responsable de que esta etapa –sin ser una gloria irrepetible- funcione como un relojito a la hora de combinar acción, emociones, desarrollo de personajes, revelaciones asombrosas y un ritmo atrapante, con espacio incluso para tirar temas importantes y dejarte pensando. Un clásico con aguante, de una época en la que leer mainstream era más riesgoso que engancharse hoy con un manga de Ivrea.
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