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domingo, 31 de octubre de 2021
25 al 31 de OCTUBRE
Esta semana me tocó leer tres comics que se pueden catalogar como “de superhéroes”, todos dibujados en Argentina.
Il Futuro e´Adesso es el Vol.36 en la colección de novelas gráficas de 96 páginas de Cybersix realizadas en los ´90 para la editorial italiana Eura, por el equipo que encabezaban los inolvidables Carlos Trillo y Carlos Meglia. En esta entrega en particular, de Meglia apenas se ve el estilo: el dibujo en sí, salvo algún que otro fondo, es todo obra de Alejandro (o Enrique) Santana, que para este momento ya tenía un vasto dominio de la estética creada por el maestro quilmeño. Por ahí sin la magia y sin los saltos al vacío que cada tanto pegaba Meglia, pero con una notable comprensión de lo que el lector de Cybersix esperaba ver en cada viñeta.
Lo más interesante de este episodio es el guion de Trillo, compuesto en su mayoría por flashbacks. Buena parte de estas 96 páginas indagan más a fondo en tres momentos de la vida de Cybersix que se nos habían contado muy someramente en el origen de la heroína-vampiro-androide-transexual. La infancia junto a los otros chicos artificialmente creados por Von Reichter, la etapa en la que Cyber recién se apoderó de la identidad de Adrián Seidelman y lleva poco tiempo en la ciudad de Meridiana, y un momento posterior, de una Cyber/Adrián ya con veintipocos años, casi un prólogo a las primeras aventuras. Son secuencias de distintas extensiones, casi sin acción, muy jugadas a la introspección. Y Trillo remata la historia (basada en la memoria) con un encuentro entre la Cybersix adulta y el Lucas Amato amnésico, en un contrapunto muy inteligente. Y sin machaca. Creo que eso fue lo que más me gustó: me entretuve a lo largo de 96 páginas en las que prácticamente no hay acción, ni aventuras más “físicas”, ni peleas contra villanos. Casi un lujo que se dio Trillo en medio de la vorágine que impone una serie en la que la violencia siempre tuvo un rol preponderante.
Nos vamos a EEUU, año 2018, cuando Image recopila el segundo arco argumental de la serie regular de Kick-Ass, ya sin Dave Lisewzki en el rol principal, ahora a cargo de Patience Lee. Me falta el TPB con el arco en el que nos cuentan por qué Dave cuelga la máscara, pero no importa, ya lo conseguiré (acepto donaciones, también). Acá los encargados de mover la trama hacia adelante son el guionista Steve Niles y un dibujante de lujo: el rosarino Marcelo Frusín, que volvía a publicar en EEUU después de varios años de trabajo para Francia. El dibujo es fastuoso. Dinámico, explosivo, preciso, emotivo, con muchos menos fondos que los trabajos de Frusín para Francia y con el apoyo de un excelente coloreado a cargo de Sunny Gho, que entiende a la perfección qué es lo que tratan de hacer en cada viñeta el lápiz y la tinta de Marcelo. Faltan los animales, nada más, que es algo que pocos dibujantes ilustran tan bien como este crack rosarino.
El guion de Niles está estirado de una manera criminal. No sé cómo no se le cae la cara de vergüenza al diluir entre más de 150 páginas una trama que daba –con suerte- para 48. La premisa no tiene el menor dejo de originalidad (todo el tiempo sentí que estaba leyendo un Annual de Vigilante de los años ´80), y en todo caso lo interesante pasa por la construcción del personaje de Patience, y el desarrollo de un sub-plot que se arrastra a lo largo de los seis episodios a un ritmo lentísimo… y no se resuelve en el final del tomo. No me pego un corchazo solo porque el siguiente arco argumental también tiene dibujos de Frusín y colores de Gho, y eso me garantiza que voy a flashear con los dibujos aunque Niles me vuelva a estafar contando en miles de páginas una historia que se podría resumir en muchas menos. Banco la jugada de poner a un nuevo personaje bajo la capucha de Kick-Ass y no dudo del potencial de Patience, pero déjense de joder y cuenten la historia a un ritmo más parecido al que utiizaba Mark Millar en las miniseries originales.
Termino la recorrida en Argentina, con el Vol.5 de Manta, una nueva entrega en la ambiciosa saga creada por Martín Mazzeo y Jonathan Crenovich. Un buen episodio, en el que pasan unas cuantas cosas importantes y la trama avanza como tiene que avanzar. Incluso hay espacio para buenos diálogos, para profundizar el desarrollo de Santiago, Manuka, Mirko, Paula y el que hasta ahora es el principal villano. Lo único choto es que no se entiende nada (pero NADA) si no tenés muy presente lo que pasó en las entregas anteriores. Manta está escrito como un libro en ocho fetas, y acá arranca la segunda mitad, sin concesiones, sin recapitular ni explicitar nada de lo que vimos en la primera mitad.
El dibujo de Nicolás Brondo está muy bien, muy sólido, con un gran trabajo en los fondos, rostros expresivos y un buen manejo del timing para narrar tanto escenas de acción como secuencias en las que solo hay diálogos o silencios. En un momento del librito, Santiago tiene una alucinación (producto de una sustancia que se inyecta) y los guionistas nos la muestran en una secuencia muda de cuatro páginas, dibujadas de modo bellísimo por Quique Alcatena. A los efectos del relato, esas cuatro páginas podrían tranquilamente no estar, pero los dibujos de Quique están tan buenos que se ganan nuestra ovación. Manta sigue su avance a paso firme, sin descuidar el misterio, la trama política, los vínculos entre los personajes… La verdad que es una serie muy, pero muy interesante y vale la pena coleccionarla desde el Vol.1 para entender todo y engancharse rumbo a la recta final.
Y hablando de final, esto es todo por hoy. Gracias y hasta el finde que viene.
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martes, 17 de junio de 2014
17/ 06: KICK-ASS Vol.2
Antes de arrancar con la lectura de este tomo, miro la última página y ¿con qué me encuentro? Con un aviso que me explica que el “libro 2” de Kick-Ass no es este, sino el de Hit-Girl, y que este, que se llama Kick-Ass 2, en realidad es el “libro 3”. Ah, bueno. Me re-cagaron. Superada la sorpresa, dije “ma´si, lo leo igual y de última, más adelante consigo el de Hit-Girl y lo leo”. Y no tengo la menor idea de lo que pasa en el libro de Hit-Girl, pero la verdad es que, si no lo leés, no es mucho lo que no se entiende a la hora de disfrutar de Kick-Ass 2. Por suerte, Mark Millar y John Romita Jr. explican de modo ágil y poco obvio lo sucedido en ese tomo, y rápidamente te podés subir a esta “tercera” parte sin quedar garpando como un infeliz.
Al igual que ayer, me encontré con una historieta de ambientación urbana y mucha violencia. Y me divertí mucho. Millar me hizo reir con los diálogos, logró shockearme con lo extremo de algunas situaciones y me hizo sufrir con las desgracias del pobre David Lizewski, al que le pasa de todo. Lo único que no le terminé de creer, o donde no logró manipularme emocionalmente para donde él quería, fue con el final, en el que se supone que te tienen que conmover el idealismo, la pureza, la nobleza de Kick-Ass y sus amigos “superhéroes”, y la verdad que mi reacción no fue “qué grossos”, sino “qué boludos”. Acá la consigna de “ a ver qué pasa con los justicieros urbanos si los metemos en el mundo real” recibe un upgrade zarpado respecto del Vol.1: ahora hay villanos, grupos de villanos y hasta un grupo de héroes. Siempre integrados por tipos comunes, eh? Sin un mísero poder, armados solo con capas, máscaras y la extraña convicción de que el crimen se combate a piñas y patadas, como en las historietas. Kick-Ass 2 lleva esa idea al paroxismo, a las últimas consecuencias. Y lo más loco es que se la banca, que casi no hace ruido.
Quizás lo más criticable sea lo poco que sucede en los siete episodios que componen este libro. Hay poquísimos cuadros por página, varias splash pages y varias doble splash pages, lo que nos habla de un ritmo muy descomprimido. El relato avanza tranqui, con margen para indagar en las motivaciones de los tres protagonistas (David, Mindy y Chris) e incluso para desarrollar a algunos secundarios (el padre de David y el padrastro de Mindy). Pero cuando llegás al final y tratás de pasar en limpio qué fue lo que realmente te contaron Millar y Romita, da la sensación de que fue poco, de que en 168 páginas te podían haber contado mucho más. Por supuesto, te engañan al estómago con una golosina muy rica, que es la machaca: Hay muchas peleas, muchas escenas de acción, muy bien narradas, muy impactantes, muy salvajes, muy entretenidas. No son tan sustanciosas, no te llenan la panza tanto como las escenas más introspectivas, pero realmente se disfrutan bastante más que en los típicos comics de justicieros enmascarados.
Eso tiene mucho que ver con el excelente desempeño de Romita Jr. al frente de la faz gráfica. Los elogios que le dediqué en la reseña del Vol.1 (allá por el 04/11/11), multiplicalos por tres. El ídolo acá está más suelto, más agudo para observar detalles, más decidido a aprovechar todas las oportunidades de lucirse que le da el guión. Las tintas de Tom Palmer le quedan perfecto, y por momentos el veterano entintador repite los pases mágicos que tan bien le salían cuando entintaba al maestro Gene Colan. Y el color de Dean White merecería una reseña aparte: la sutileza, la profundidad, la fuerza que le añade la paleta de White al dibujo de Romita es realmente formidable, un lujo absoluto.
Sigue el festival de las puteadas, la mala leche y el grim´n gritty que convierte a Wolverine y Punisher en Anteojito y Antifaz. Por lo menos un tomo más, porque después de haberme divertido tanto con esta secuela, es obvio que voy a entrar como un caballo en Kick-Ass 3. Y quizás, más adelante y si lo veo barato, me compre el tomo de Hit-Girl, como para completar este viaje violento, visceral y lleno de referencias nerds por el que tan bien nos guiaran Mark Millar y John Romita Jr.
Al igual que ayer, me encontré con una historieta de ambientación urbana y mucha violencia. Y me divertí mucho. Millar me hizo reir con los diálogos, logró shockearme con lo extremo de algunas situaciones y me hizo sufrir con las desgracias del pobre David Lizewski, al que le pasa de todo. Lo único que no le terminé de creer, o donde no logró manipularme emocionalmente para donde él quería, fue con el final, en el que se supone que te tienen que conmover el idealismo, la pureza, la nobleza de Kick-Ass y sus amigos “superhéroes”, y la verdad que mi reacción no fue “qué grossos”, sino “qué boludos”. Acá la consigna de “ a ver qué pasa con los justicieros urbanos si los metemos en el mundo real” recibe un upgrade zarpado respecto del Vol.1: ahora hay villanos, grupos de villanos y hasta un grupo de héroes. Siempre integrados por tipos comunes, eh? Sin un mísero poder, armados solo con capas, máscaras y la extraña convicción de que el crimen se combate a piñas y patadas, como en las historietas. Kick-Ass 2 lleva esa idea al paroxismo, a las últimas consecuencias. Y lo más loco es que se la banca, que casi no hace ruido.
Quizás lo más criticable sea lo poco que sucede en los siete episodios que componen este libro. Hay poquísimos cuadros por página, varias splash pages y varias doble splash pages, lo que nos habla de un ritmo muy descomprimido. El relato avanza tranqui, con margen para indagar en las motivaciones de los tres protagonistas (David, Mindy y Chris) e incluso para desarrollar a algunos secundarios (el padre de David y el padrastro de Mindy). Pero cuando llegás al final y tratás de pasar en limpio qué fue lo que realmente te contaron Millar y Romita, da la sensación de que fue poco, de que en 168 páginas te podían haber contado mucho más. Por supuesto, te engañan al estómago con una golosina muy rica, que es la machaca: Hay muchas peleas, muchas escenas de acción, muy bien narradas, muy impactantes, muy salvajes, muy entretenidas. No son tan sustanciosas, no te llenan la panza tanto como las escenas más introspectivas, pero realmente se disfrutan bastante más que en los típicos comics de justicieros enmascarados.
Eso tiene mucho que ver con el excelente desempeño de Romita Jr. al frente de la faz gráfica. Los elogios que le dediqué en la reseña del Vol.1 (allá por el 04/11/11), multiplicalos por tres. El ídolo acá está más suelto, más agudo para observar detalles, más decidido a aprovechar todas las oportunidades de lucirse que le da el guión. Las tintas de Tom Palmer le quedan perfecto, y por momentos el veterano entintador repite los pases mágicos que tan bien le salían cuando entintaba al maestro Gene Colan. Y el color de Dean White merecería una reseña aparte: la sutileza, la profundidad, la fuerza que le añade la paleta de White al dibujo de Romita es realmente formidable, un lujo absoluto.
Sigue el festival de las puteadas, la mala leche y el grim´n gritty que convierte a Wolverine y Punisher en Anteojito y Antifaz. Por lo menos un tomo más, porque después de haberme divertido tanto con esta secuela, es obvio que voy a entrar como un caballo en Kick-Ass 3. Y quizás, más adelante y si lo veo barato, me compre el tomo de Hit-Girl, como para completar este viaje violento, visceral y lleno de referencias nerds por el que tan bien nos guiaran Mark Millar y John Romita Jr.
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viernes, 4 de noviembre de 2011
04/ 11: KICK-ASS
Me acuerdo que cuando salió el primer episodio de Kick-Ass lo leí y me pareció lindo, simpático. Y no leí ninguno más. Quedó ahí, en la lista del “Me lo compro cuando salga el TPB”. Entre eso y hoy, que finalmente leí el TPB, pasó tanto tiempo que hasta se hizo una película de Kick-Ass, que por supuesto no vi, porque casi nunca veo películas. Y, como lógica consecuencia, se habló muchísimo de la historieta. Yo traté de no escuchar, de no enterarme de nada, para llegar lo más virgen posible a la instancia de leer el TPB. Y por suerte pesqué poca data, o me olvidé de buena parte de la data que pesqué, porque a la hora del libro me encontré con un montón de sorpresas muy gratas.
Lo que en el primer episodio parecía la enésima incursión de Mark Millar en el subgénero “superhéroes en el mundo real”, ya para el segundo empieza a cobrar otra fuerza y para el tercero explota y se convierte en un comic importante, trascendental, definitivo. La clave está en cómo Millar trabaja al protagonista, el joven nerd Dave Lizewski. Desde ahí, desde de la relación entre Dave y su padre, sus amigos, su madre ya fallecida, la chica que le gusta, los comics, la profe de biología... desde ahí, decía, Millar arma una base tan sólida y tan atractiva que ya poco importa lo que pase después con Dave.
En general, en una historieta interesa o bien lo que pasa, o bien cómo pasa (el famoso Argumento vs. Guión). Acá lo que pasa está bueno (Dave, sin poderes ni entrenamiento ni experiencia decide crearse una identidad heroica y salir a combatir el crimen en New York) y cómo pasa es increíble. Millar aprovecha que su base es recontra-sólida para saltar mil veces al vacío y regalarnos sus escenas más viscerales, más jodidas, sus chistes más zarpados, el festival de las puteadas que nunca pudo meter en Vertigo (porque se fue antes de que el imprint habilitara las puteadas), la mala leche más putrefacta de la que había mostrado en Wanted, todo lo más heavy, lo más chocante, lo más incorrecto para un comic de superhéroes apuntado al públicos juvenil. Y lo hace perfecto, te arranca carcajadas, te quita el aliento, te hace levantar las cejas y caer la mandíbula, te hipnotiza, te pone nervioso, te hace sufrir. El guión es realmente excelente, con momentos intimistas, momentos grandilocuentes, las elipsis y los flashbacks calzados en los momentos justos, una montaña rusa de emociones que arranca tranqui, con una historia bien verosímil, bien abierta a la identificación ente lector y protagonista y que termina... bueno, termina para otro lado. En el medio hay muy sutiles reflexiones acerca de cómo el comic de superhéroes te cambia la vida, acerca de para qué sirve combatir al crimen en el mundo real y un montón de detallitos hermosos para los que gustamos de hilar fino. Pero todo, absolutamente todo, está eclipsado por el laburo magistral que hace Millar a la hora de definir a Dave. Los hallazgos son miles, pero destaco uno: Dave no está loco. No es el enésimo Don Quijote de nuestro tiempo al que le faltan un par de jugadores y le renunció el técnico interino. Dave entiende perfectamente lo que hace y a dónde se está por meter. Eso sólo ya pone a Kick-Ass muy por encima de otras historias parecidas.
Y otro lujo: el dibujante no es otro que John Romita Jr., el grande, el gigante, el que la rompió en casi todos los títulos grossos de Marvel. Acá Romita se adapta perfecto a la consigna de narrar de manera más clásica y además aporta su inmensa cancha a la hora de dibujar una New York creíble y peligrosa. Por supuesto, el guión lo lleva a dibujar las escenas más grim´n gritty de su extensa carrera, a años luz de lo que le vimos en series supuestamente bravas como Punisher o Wolverine. Y hasta lo vemos dibujar garches, que es algo que los dibujantes de superhéroes no dibujan casi nunca! En general, cuando un guionista quiere transmitir sensación de “este es el mundo real” opta por dibujantes más académicos, ya sean de la onda pictórica tipo Alex Ross, o de la onda Juan Carlos Flicker tipo Alex Maleev. Acá Millar apostó por un tipo que vivió más en el Universo Marvel que en el mundo real y se sacó la lotería: en cada viñeta Romita Jr. dejó la vida y demostró que la estaba pasando bomba. El color de Dean White y las tintas del maestro Tom Palmer también son brillantes.
Gratísimas sorpresas a granel, entonces, en un comic que olía a pochoclo pero que ofrece –además de esa lectura obvia, salvaje y sumamente ganchera- un montón de subtextos muy interesantes que le permiten trascender la machaca, la sangre, las torturas, los guiños geeks y los chistes groseros. Muuuy power.
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