¿Te acordás cuando, en Julio de este año, vimos el Drácula de Robin Wood? Ahí nos sorprendimos alentando a un genocida despiadado, sanguinario y calculador... y de alguna manera estaba todo bien. Ahora se viene el “quiero retruco” con esta biografía de Gengis Khan, en la que el guionista Daryl Gregory y el dibujante Alan Robinson nos cuentan la vida del legendario conquistador mongol, desde el punto de vista del propio Khan, de tal modo que él es el héroe, no el villano.
No me preguntes cómo, pero esta pirueta de Gregory logra que nos identifiquemos con este guerrero pasado de rosca y lo veamos realmente como un héroe, como un prócer de su patria que lideró a su pueblo no en masacres imperialistas, sino en gestas épicas de inigualable valentía. Ya existía un antecedente de este enfoque: un manga llamado “Genghis Khan: To the Ends of the Earth and Sea” (de Nakada Higurashi) que adapta una novela de Seiichi Morimura y que a su vez fue adaptado al animé. Acá también, la historieta nos muestra la infancia del conquistador, cuando se llamaba Temujin y era apenas el hijo del cacique de una tribu nómada y de escasos recursos. Tanto Morimura como Daryl Gregory apuestan fuerte a que el lector se identifique con este chico que sufre, al que de pronto no le queda más opción que –con sólo 11 años- ponerse al frente de esta tribu de las estepas de Mongolia y tratar de subsitir sin que se lo morfen los caciques de las otras tribus, que siempre parecen más sanguinarios y más avechuchescos que él.
Para cuando el joven Temujin ya es un guerrero consumado, es decir, para cuando empiezan las sangrientas incursiones de sus hombres por los territorios de sus enemigos, uno ya se encariñó con el “bravo guerrero”. Por si faltara algo, Gregory se centra en sus "batallas secretas": nos cuenta cómo su mujer le mete los cuernos (y él tiene el gesto noble de darle su apellido y su amor a ese hijo bastardo, fruto de la traición de la bella Börte), cómo su mejor amigo (muerto de celos) se le da vuelta y se planta en la vereda de enfrente, cómo lucha para que sus hijos no se maten entre ellos, cosas que nos muestran al ambicioso conquistador como un tipo vulnerable, al que no es para nada imposible hacerle daño.
De todos modos, lo más atractivo de esta novela gráfica es la cantidad de información que nos brinda Gregory en sólo 80 páginas y sin aburrirnos en ningún momento. Mientras nos entretenemos con las batallas, las runflas y la intriga palaciega, el guionista no para un minuto de tirar data sobre las tribus de Mongolia del Siglo XIII, su situación geopolítica, su relación con sus aliados y enemigos, cómo cambia el mapa con la irrupción de Gengis Khan, cómo revoluciona la táctica militar de su época, como se relaciona con los otros imperios grossos que coexistían en la Asia de aquel entonces, etc. Más todos los detalles de la vida de Temujin, claro, desde su nacimiento hasta su muerte. Es una biografía rara, porque nunca nos muestra al personaje como el genocida que la Historia dice que fue (de hecho, acá jamás pronuncia su frase más famosa, la de “por donde yo piso, no vuelve a crecer el pasto”), y aún así muy efectiva, muy sólida. Un lindo material para que los profesores de Historia compartan con sus alumnos.
Al frente de la faz visual tenemos al amigo chileno Alan Robinson, a quien conocimos en la reseña de Phoenix Without Ashes (27/06/12), en un trabajo que le impuso desafíos heavy metal tanto en el rigor documental como en esas escenas multitudinarias, con centenares de guerreros a caballo dispuestos a dar sitio a una gigantesca fortaleza y demás elementos de los que hacen que varios dibujantes consagrados se vayan al mazo o contraten hordas de asistentes. Robinson piloteó la ordalía con decoro y cintura, se lució en los primeros planos, aportó ritmo y dinamismo en la puesta en página y eligió con astucia las viñetas en las que tirarse a chanta y no dibujar los fondos. El color es de Jay Fotos, el colorista de Locke & Key, quien logra algo notable: que Robinson se parezca mucho a Gabriel Rodríguez. Es cierto que no son dibujantes de escuelas opuestas ni mucho menos, pero hay algo en el color de Fotos que los hace casi clones.
Secret Battles of Genghis Khan se puede leer como un buen comic de aventura, con abundante machaca y dramas humanos, o como una biografía que elige un enfoque atípico para un personaje histórico decididamente cautivante. Es una historia que le hubiese encantado escribir a Robin Wood (a quien mencionaba en el primer párrafo) y que a mí me gustó mucho leer.
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miércoles, 30 de octubre de 2013
miércoles, 27 de junio de 2012
27/ 06: PHOENIX WITHOUT ASHES
Esto es tan raro que ni sé quiénes son los autores… A ver: dice Wikipedia que el maestro Harlan Ellison escribió la historia en 1973 como un piloto para una serie de televisión llamada Starlost, que pasó sin pena ni gloria y se canceló luego de 16 episodios. Como los productores metieron demasiada mano en ese piloto, Ellison se calentó y pidió que su nombre no figurara en los créditos. Dos años más tarde, aparece en escena Edward Bryant, quien adapta el guión de Ellison y lo convierte en una novela, llamada Phoenix Without Ashes. El libro se lanzó como el Volumen 1 de una serie, pero todo quedó en esa primera novela. Finalmente en 2011 salió el comic, editado por IDW. En la tapa y adentro del comic figura grandote el nombre de Harlan Ellison, pero en ningún momento nos aclaran quién adaptó al comic el guión del maestro, o en realidad, la novela de Bryant. Hay un dibujante, el chileno Alan Robinson, pero no sabemos quién le entregó el guión para dibujar esta historieta.
Lo cierto es que Phoenix Without Ashes existió primero como una miniserie de cuatro episodios y más tarde como una novela gráfica de 96 páginas. Como en la obra que vimos ayer (y como en tantas obras grossas de Harlan Ellison) la cosa va para el lado de la ciencia-ficción. Incluso, como en 2001 Nights, hay un montón de humanos viajando por el cosmos. Pero de todo eso te enterás en el segundo episodio. Al principio, la historia es una especie de Romeo y Julieta, una de amor entre un chico y una chica a los que su entorno familiar y social les impide estar juntos. Rápidamente el rol protagónico cae en manos de Devon (el joven dispuesto a todo con tal de quedarse con Rachel) y será él quien descubra las sutiles diferencias entre la verdad que predican sus Mayores y la verdad fáctica, la realidad en la que viven todos estos seres humanos.
La cagada es que, una vez que Devon descubre cómo viene la mano en realidad, vos ya sabés todo lo que va a pasar. Es obvio que va a volver a su aldea, va a gritar a los cuatro vientos la verdad que los líderes le ocultaron durante siglos a su gente, y que estos poderosos amigos del oscurantismo lo van a tratar de hacer callar por las malas. Eso es todo 100% predecible. Si queda alguna sorpresa para la segunda mitad de la obra, tendrá que ver con el destino del romance entre Devon y Rachel y el rol que puede llegar a jugar Garth, elegido por sus padres y Mayores como futuro marido de la joven, que es el personaje secundario mejor trabajado. El final… digamos que deja alguna punta colgada, para ser buenos, nomás.
Lo mejor que tiene Phoenix Without Ashes (por lo menos en su versión en historieta) es el equilibrio entre caracterización, acción y bajada de línea. También es muy entretenida la forma en la que se nos presenta el universo en el que transcurre la historia, un contexto que nada se parece al nuestro. Con todos estos hallazgos, queda bastante balanceada la falta de interés que despierta todo ese tramo de la novela en el que vos ya sabés de recontra-antemano todo lo que va a pasar.
El dibujo de Alan Robinson es correcto, sin pifias mayúsculas. Estamos hablando de un Gabriel Rodríguez del Nacional B, con un estilo parecido al del notable dibujante de Locke & Key, pero sin el virtuosismo. Robinson duda un poco a la hora de afianzar su identidad gráfica. A grandes rasgos se parece mucho a Rodríguez, pero en algunos momentos coquetea con Jim Lee (los primeros planos de Rachel, por ejemplo) y en otros se zarpa y dibuja la anatomía más exagerada, con pies y manos grandotes, como Humberto Ramos, o las historietas medio en joda de Roger Langridge. Por suerte no llega a verse feo ni grotesco, aunque tampoco es para aplaudirlo de pie. La narrativa está muy bien resuelta y el color es excelente, obra (como en CabraLesa) de Kote Carvajal, a quien de ahora en más llamaremos el Dave Stewart chileno.
No estamos ante un comic fundamental ni indispensable, pero para pasar un rato, se re-banca, porque ofrece buenos momentos (algunos tensos, otros hasta graciosos), un par de ideas muy originales y personajes muy bien desarrollados. Ah, y las portadas las ilustró un ídolo absoluto de este blog: el inmenso (y sub-valorado) John K. Snyder!
Lo cierto es que Phoenix Without Ashes existió primero como una miniserie de cuatro episodios y más tarde como una novela gráfica de 96 páginas. Como en la obra que vimos ayer (y como en tantas obras grossas de Harlan Ellison) la cosa va para el lado de la ciencia-ficción. Incluso, como en 2001 Nights, hay un montón de humanos viajando por el cosmos. Pero de todo eso te enterás en el segundo episodio. Al principio, la historia es una especie de Romeo y Julieta, una de amor entre un chico y una chica a los que su entorno familiar y social les impide estar juntos. Rápidamente el rol protagónico cae en manos de Devon (el joven dispuesto a todo con tal de quedarse con Rachel) y será él quien descubra las sutiles diferencias entre la verdad que predican sus Mayores y la verdad fáctica, la realidad en la que viven todos estos seres humanos.
La cagada es que, una vez que Devon descubre cómo viene la mano en realidad, vos ya sabés todo lo que va a pasar. Es obvio que va a volver a su aldea, va a gritar a los cuatro vientos la verdad que los líderes le ocultaron durante siglos a su gente, y que estos poderosos amigos del oscurantismo lo van a tratar de hacer callar por las malas. Eso es todo 100% predecible. Si queda alguna sorpresa para la segunda mitad de la obra, tendrá que ver con el destino del romance entre Devon y Rachel y el rol que puede llegar a jugar Garth, elegido por sus padres y Mayores como futuro marido de la joven, que es el personaje secundario mejor trabajado. El final… digamos que deja alguna punta colgada, para ser buenos, nomás.
Lo mejor que tiene Phoenix Without Ashes (por lo menos en su versión en historieta) es el equilibrio entre caracterización, acción y bajada de línea. También es muy entretenida la forma en la que se nos presenta el universo en el que transcurre la historia, un contexto que nada se parece al nuestro. Con todos estos hallazgos, queda bastante balanceada la falta de interés que despierta todo ese tramo de la novela en el que vos ya sabés de recontra-antemano todo lo que va a pasar.
El dibujo de Alan Robinson es correcto, sin pifias mayúsculas. Estamos hablando de un Gabriel Rodríguez del Nacional B, con un estilo parecido al del notable dibujante de Locke & Key, pero sin el virtuosismo. Robinson duda un poco a la hora de afianzar su identidad gráfica. A grandes rasgos se parece mucho a Rodríguez, pero en algunos momentos coquetea con Jim Lee (los primeros planos de Rachel, por ejemplo) y en otros se zarpa y dibuja la anatomía más exagerada, con pies y manos grandotes, como Humberto Ramos, o las historietas medio en joda de Roger Langridge. Por suerte no llega a verse feo ni grotesco, aunque tampoco es para aplaudirlo de pie. La narrativa está muy bien resuelta y el color es excelente, obra (como en CabraLesa) de Kote Carvajal, a quien de ahora en más llamaremos el Dave Stewart chileno.
No estamos ante un comic fundamental ni indispensable, pero para pasar un rato, se re-banca, porque ofrece buenos momentos (algunos tensos, otros hasta graciosos), un par de ideas muy originales y personajes muy bien desarrollados. Ah, y las portadas las ilustró un ídolo absoluto de este blog: el inmenso (y sub-valorado) John K. Snyder!
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