Este TPB recopila un librito prestige de 64 páginas y una saga publicada en tres episodios de Detective Comics, todo escrito por Ed Brubaker, cuya temporada al frente de la revista Batman ya evaluamos en otras reseñas, allá por principios de 2011. El prestige titulado The Man Who Laughs tuvo muy buenas críticas, y además soy bastante fan de Doug Mahnke, el dibujante; por eso me compré este libro, aunque lo de Brubaker en Batman no me había terminado de cerrar, y a pesar de mi minoritaria cruzada contra el ya insostenible Bruce Wayne.
La consigna de The Man Who Laughs es un disparate: se trata de contarnos el primer combate entre Batman y el Joker. ¿Está mal? No, está bien. Pero ya lo habían hecho Denny O´Neil y Brett Blevins en el n° 50 de Legends of the Dark Knight. De hecho, esta historia se pisa con varios episodios “canónicos” de la recordada LOTDK. ¿Hacía falta recontar la primera lucha Batman y el Joker? No creo. ¿Y contar de otra forma la primera aparición de la bati-señal? Menos todavía. Lo cual no quiere decir que The Man Who Laughs sea una mala historia, o que Brubaker se haya tirado a chanta en el desarrollo de esta idea de escasísima originalidad.
Acá hay una excelente caracterización del Joker, una dignísima intención de recrear la dinámica entre Batman y Gordon que imaginó Frank Miller en el glorioso Year One, diálogos y bloques de texto muy bien escritos y –lo que a mí más me atrapó- un equilibrio muy logrado entre un relato más aventurero, más centrado en la machaca, y un relato más detectivesco, en el que lo más importante es la investigación y el análisis de las pistas que Batman y/o la cana van encontrando. Por eso, aunque el argumento me pareció sumamente reiterativo, pude disfrutar del guión. Del “cómo pasa” por sobre el “qué pasa”. Lo único flojelli son las volteretas medio inverosímiles que pega Batman para proteger el secreto de su doble identidad, pero bue… hay que fumárselas.
También ayuda mucho el dibujo de Mahnke, que está muy bien. Su Gotham es ominosa, su Arkham Asylum es inquietante, su Joker es perturbador y en las escenas de acción conserva una sobriedad muy bienvenida. La única cagada es que no dibuja lenguas. Sí, el mejor dibujante de lenguas del mundo no dibuja una puta lengua en 64 páginas. Tener a Mahnke en un comic en el que no hay lenguas es como tener a Milo Manara en un comic sin minas, o a Rudy Nebres en un comic sin panteras. Un desperdicio absoluto, sin pies ni cabeza.
¿Y qué onda la otra historia, la que aparece como complemento, para rellenar un poco el TPB y que no sea una mera reedición del prestige? La verdad que está muy buena. Acá Brubaker hace algo que a nadie se le ocurrió hacer en la época clásica de Legends of the Dark Knight: un team-up entre Batman y el justiciero más grosso que defendió a Gotham en los ´40 y ´50, nada menos que Alan Scott. Por primera vez, ambos héroes unen fuerzas para resolver una serie de crímenes que se había iniciado en 1948 y que el Green Lantern original no había podido resolver en su momento. La forma en que la amenaza de 1948 se manifiesta en 2003 es medio… discutible y, al encarar la historia más para el lado detectivesco, hay muchas escenas en las que Scott queda medio pintado al óleo. Pero a pesar de eso la trama está muy bien, es ganchera, no está estirada ni apretada, incluye revelaciones grossas, dilemas morales complicados… muy entretenida y bastante profunda, incluso. De nuevo, Brubaker trabaja muy bien al personaje de Gordon y me sorprendió con su manejo de Alan Scott, un héroe que va para un lado muy distinto del que le gusta explorar al guionista.
El dibujo de estos tres episodios está a cargo de Patrick Zircher, un obrero del lápiz sin nada para destacar, ni positivo ni negativo. Es un dibujante cumplidor, correcto, de la parte del medio del montón, que por momentos parece una cruza no muy lograda entre Eduardo Barreto y Paul Gulacy. No es brillante, no es original, tiene menos sorpresa que un Kinder, pero podría ser infinitamente peor.
Se supone que el anzuelo para que piquen las masas son Batman y el Joker. Pero si te gusta Ed Brubaker, acá lo vas a encontrar en un muy buen nivel, piloteando con mucho decoro dos reencuentros con un personaje que no le había resultado tan fácil escribir durante su paso por la serie regular. Si sos fan de Doug Mahnke, también te esperan 64 páginas muy atractivas. Y si seguís incondicionalmente a Alan Scott, acá hay una aventura que pocos de sus fans saben que existe y que está muy bien. No es un TPB de primera necesidad, pero se la re-banca.
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jueves, 19 de febrero de 2015
miércoles, 14 de septiembre de 2011
14/ 09: LOBO/ MASK

Eeeehhh!!! Kilombooooo!! Descontroooooool! Estos dos libritos prestige de 1997 proponen eso, y no mucho más que eso. Violencia, destrucción y masacres. Pero en joda, eh? The Mask siempre fue el abanderado de lo que los yankis llaman “cartoon violence” y Lobo, bueno… nunca se quedó atrás en ninguna disciplina que incluya el concepto de violencia. Además, como los dos se regeneran en dos viñetas, vale acribillarlos con munición de grueso calibre, mutilarlos, trozarlos, lo que quieras. Al toque van a aparecer de nuevo enteros y armados hasta los dientes, para seguir el combate (o la matanza) en cuestión.
El argumento que proponen Alan Grant y John Arcudi (los guionistas más identificados con cada uno de los personajes) parece sencillo, pero para el final pela un vericueto muy ingenioso, que lo aparta de la obviedad fácil de “mirá cómo matamos a mucha gente”. Apenitas, de modo no muy evidente, sobra The Mask. Esta historia se podría haber contado, con un par de modificaciones, sólo con el Capo. Pero el verdolaga aporta buenas dosis de humor, entra bien en el juego de Lobo y, en el segundo tomito, pasa lo que vos y yo queríamos que pasara: Lobo se pone la máscara! Y ahí agarrate. Si te parecía que los comics del último czarniano estaban demasiado plagados de atrocidades, te cuento que al lado de este, todos los demás se podrían publicar en la Jardincito. Las 24 páginas en las que Lobo usa la máscara son una orgía de sangre, muerte y destrucción a niveles cósmicos. Ya quisiera Thanos boletear a la cantidad de alienígenas que boletea Lobo en esas secuencias, excesivas por donde se las mire.
Tanto Grant como Arcudi son intachables a la hora de meter chistes zarpados en sus historietas, y esta no iba a ser la excepción. Así que preparate para reirte bastante y bastante seguido. Por supuesto, esto se podría haber narrado en mucho menos de 96 páginas, pero los autores estiran –además de con esos diálogos divertidos- con escenas de lucha totalmente pasadas de rosca, muy al límite, obviamente también pensadas para hacerte cagar de risa. O sea que si no te produce rechazo la machaca por la machaca misma, ni el grotesco por el grotesco mismo, este bizarro team-up no se te va a hacer denso en ningún momento.
Parte del atractivo, de la gracia de la historieta, es el dibujo de Doug Mahnke, que creo que para 1997 nunca había dibujado a Lobo, pero que era –claramente- el mejor dibujante que hubiera pasado por los comics de The Mask. En esa época Mahnke ya estaba en DC, pero en la oscura (e injustamente fracasada) Major Bummer, a años luz de los títulos hiper-hot que le dan ahora, que es un mega-consagrado. Y acá, además de dibujar (como siempre) al mejor Mask de todos los tiempos, dibuja a un Lobo imponente, recontra-expresivo, bien salvaje. Y además se luce con los fondos, con los aliens, con las armas, con las naves, con las tripas, y por supuesto, con las lenguas. Mahnke debe ser el mejor dibujante de lenguas sobre la faz de la Tierra, y desde acá hago público mi voto para que (en vez de esas boludeces de Green Lantern) dibuje pronto una buena historieta porno, con muchas chupadas de lo que venga. Las tintas de Keith Wiliams le dan al dibujo de Mahnke ese acabado complejo, barroco, sobrecargado de detallitos, casi cerca de un Geoff Darrow, y el colorista –pobrecito- apenas cumple con lo indispensable.
Esto es –como diría Micky Vainilla- pop para divertirse. No esperes nada demasiado jugado por el lado de la reflexión, ni de la originalidad, ni de nada. Lobo/ Mask funciona por el lado del exceso, del zarpe, de la transgresión en materia de violencia extrema, a todo o nada, en obscena (pero atractiva) connivencia con el humor. No hay mucho más sustento que ese (bueno, sí, los dibujos de Mahnke, que te devastan el bocho) y por eso no es extraño que estos personajes, otrora sumamente populares, hoy coman banco de suplentes, junto a tantos otros ultraviolentos que supieron inundar de machaca virulenta al olvidable mainstream de los ´90.
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