Retomo la recorrida por la historieta latinoamericana reciente y caigo de nuevo a Brasil, para encontrarme con una obra y un autor a los que desconocía por completo. Koostella es un dibujante nacido en el Coloso de Sudamérica, radicado hace unos cuantos años en Alemania. El mismo nos cuenta que, desde que vive en ese país, casi toda su obra prescinde de los textos, en un intento por sortear la barrera idiomática con la que Koostella se enfrenta todos los días. Gefangene reúne 31 historias cortas (algunas de una sóla página), todas sin diálogos, sin bloques de texto y sin onomatopeyas.
A la dificultad de narrar sin textos, Koostella se suma dos más, como para terminar de darle visos heroicos a la concreción de este libro. Por un lado, las 31 historietas comparten una única grilla, la de 9 viñetas (la Gran Watchmen) y nunca jamás se mueven de ese esquema. Por el otro, todas estas pantomimas giran en torno a la cárcel, son todas historias que transcurren dentro de presidios, o que culminan cuando alguien es metido en cana. A partir de esa consigna, el autor pela secuencias a veces cómicas, a veces trágicas, casi siempre de una sordidez desgarradora. Algunas historias tienen que ver con la fantasía de los presos, los delirios con los que ocupan todas esas horas sin nada que hacer y sin poder moverse de una celda. Pero la mayoría es bastante más heavy y se regodea en la violencia, las torturas y la sangre, sin mezquinar escenas de mutilaciones, asesinatos y violaciones.
¿Da para reirse de cosas así? No sé, pero un par de sonrisas me arrancó. De todos modos, me parece que la intención de Koostella no es buscar la risa del lector, sino más bien impactarnos o incluso asfixiarnos con ese clima de injusticia y marginalidad, potenciado por el elemento del silencio, omipresente e inalterable. Algunas de las historias cuentan un poquito de slice of life de los presos, otras se juegan claramente a denunciar los abusos a los que estos son sometidos, otras bajan línea acerca de lo demencial que resultan la pena de muerte y otras formas extremas de castigo, y otras sí, son baños de sangre tan groseros y tan zarpados que obviamente tienen un efecto cómico. O sea que el humor está, como un recurso más, no como protagonista, sino como lugar al que se llega luego de recorrer estos claustrofóbicos laberintos de paranoia, ironía y desesperación.
Las historietas de Gefangene pueden ser erróneamente catalogadas como humorísticas porque el dibujo de Koostella va para ese lado. No es realista, no es anatómicamente correcto, sólo ofrece pistas acerca de la iluminación de las escenas a través del color, no de la línea, que es clara y plana, los personajes se deshacen en gestos ampulosos, muy rara vez les dibuja rasgos faciales... Visualmente esto es una mezcla entre Viuti y Johnny Ryan, con la síntesis del primero y la vulgaridad, la salvajada del segundo. Y si el dibujo no parece precario ni tosco, es porque Koostella la rompe a la hora de agregar el color, también plano y sin efectos ni texturas, pero muy criterioso y muy efectivo.
Sin un dibujante virtuoso, sin romper nunca la grilla de nueve cuadros y sin una sóla palabra, las historietas de Gefangene lograron conmoverme, atraparme, indignarme o hacerme sonreir. Son, sin duda, una demostración del poder de las ideas, porque son las ideas puras y duras las que sostienen a los relatos. Obviamente no me llegaron por igual las 31 historietas, aunque sí me cebé con las suficientes como para recomendar a full el libro (que en Argentina no está editado ni se consigue, aclaro antes de que alguno pregunte) y como para poner a Koostella en la lista de los autores novedosos, ingeniosos y asombrosos a los que conviene seguir de cerca.
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sábado, 23 de marzo de 2013
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