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“Standing on a beach with a gun in my hand,
Staring at the sea, staring at the sand,
Staring down the barrel at the arab on the ground,
See his open mouth but hear no sound.
I'm alive, I'm dead,
I'm the stranger… killing an arab!”
Y sí, si alguna vez escuchaste ese hitazo de The Cure llamado “Killing an Arab”, ya sabés de qué se trata la famosísima novela de Albert Camus, escrita en 1942 y ahora convertida en historieta por Juan Carlos Kreimer y Julián Arón. Básicamente es la historia de un tipo llamado Mersault al que le importa poco que se muera su madre, le importa poco que una mina se enamore de él, le importa poco matar a un desconocido y le importa poco ir en cana y ser condenado a muerte por el homicidio del árabe de la canción de The Cure. Podríamos estar ante una especie de psicópata inescrupuloso, pero Mersault no es uno de esos. Es más bien un discapacitado emocional, un tipo al que no le sale fingir las emociones que no siente. Se muere tu vieja y justo ese día no tenés ganas de llorar, ni en el velorio ni en el entierro. ¿Eso te convierte en una mala persona? Camus nos invita a pensarlo. Matás a un tipo medio por accidente y medio porque se te cantó, y no sentís el menor remordimiento. ¿Eso te convierte en un villano irredimible, tipo el Joker o Bullseye, o en un pobre tipo? ¿O en un grosso que, pudiendo caretear el arrepentimiento y zafar, prefiere decir la verdad, aunque eso le cueste una condena? Se pone interesante, no?
El Extranjero no es una novela fácil de adaptar, porque buena parte de la “acción” se da en la mente de Mersault. Acción física propiamente dicha hay un par de garches y la escena en la playa, en la que los amigos del protagonista tienen la pelea con los árabes. Y listo, eso es todo. El resto son trámites, escenas pachorras, burocráticas, a tono con la cero emoción que le pone Mersault a la vida. Charlas, paseos, un velorio, un juicio, un tipo encerrado en un calabozo que pasa días enteros mirando las paredes… Y sin embargo la historieta en ningún momento te aburre, ni siquiera si la leés sabiendo todo lo que va a pasar, como fue mi caso. Juan Carlos Kreimer logra convertir el texto de Camus en un guión ágil, filoso, que respeta esa onda fría y distante del protagonista, pero que te incluye, te atrapa, te invita a ser vos también parte de ese jurado que decidirá si Mersault es o no un psicópata hijo de puta.
La planificación de las secuencias está muy bien lograda, y no sé si es obra del guionista o del dibujante. Pero hay momentos re-Will Eisner, con hermosos planteos gráficos, como los de las páginas 25 y 63. Y a lo largo de todo el libro hay muchos y muy buenos recursos narrativos. Arón inventa, por ejemplo, una forma distinta de mostrar las escenas cuando las narran los testigos durante el juicio, otra forma de distinta de plasmar las secuencias que transcurren en la mente de Mersault, y así. Como dibujante, Arón no es un genio, pero sí muy competente. Su estructura es clásica, con un trazo académico, correcto (aunque con los personajes un poquito cabezones), seguramente heredado de su maestro, el recordado Alberto Salinas. Pero se permite pegar saltos al vacío y meter toques más salvajes, más expresionistas, o incluso más de comic underground. Y además se va al carajo con las texturas y los sombreados, que mete mediante distintas técnicas, algunas digitales y otras de cross-hatching a plumín, tinta china y pulso totalmente zarpadas. Este manejo de tramas y texturas lo obliga a balancear con mayor cuidado los valores de blanco, negro y gris en cada página y ahí Arón no falla nunca. También sale muy bien parado cuando combina sus dibujos con referencias fotográficas, a las que labura a full para integrarlas a la imagen y que no desentonen dentro de la estética que propone a lo largo de la novela gráfica.
No pondría a El Extranjero entre las obras imprescindibles de la historieta argentina actual, pero la verdad es que, como adaptación de una obra literaria dura, difícil, jugada, es un trabajo de asombrosa solidez, que no cae en ninguna de las trampas en las que podría haber caído. Y de paso, nos pone a Julián Arón (a quien vi una sóla vez en persona, pero no conocía ninguno de sus trabajos) entre los dibujantes realmente capaces, dueños de un importante arsenal de recursos para sacar adelante cualquier tipo de historia. No es poco, me parece…