A veces, detrás de una historieta de apariencia vanguardista puede esconderse un mensaje sumamente reaccionario. Tal es el caso de esta obra maestra cuasi-desconocida del comic español de los ´80, que un día me sonrió desde una mesa de saldos y me hizo muy feliz.
Fin de Semana es un producto típico de principios de los ´80: de apariencia marchosa (así se le decía en España a lo cool) y ultra-moderna (porque todavía no se hablaba de posmodernidad), la novela gráfica se serializó en la super-sofisticada revista Cairo, nos muestra a personajes que parecen corporizar el slogan de Sexo, Droga & Rock´n Roll, y hasta diálogos entre chicas que evalúan los pro y los contras de tragarse la lechita o entregar el marrón. Por si faltara algo, el estilo del dibujante está a medio camino entre la línea chunga de Gallardo y Mediavilla y lo que hoy se conoce como “estilo atómico”, cuyos referentes del momento eran Yves Chaland y Daniel Torres. Más ochentoso, imposible.
Pero hete aquí que el protagonista es Eduardo Vidal, el típico intelectual amargo, que razona más de la cuenta y se impide a sí mismo disfrutar y ser feliz. Eduardo encarna los valores tradicionales: como profe de literatura detesta el hedonismo vacuo de sus jóvenes alumnos, y en los ratos libres es el único que prefiere escuchar óperas y leer a Proust en vez de clavarse una anfeta y bailar toda la noche con David Bowie y The Human League. Eduardo, con su mirada irónica y pesimista, es el único que trata de parar la pelota y pensar en lo que está pasando, pero a regañadientes y con un par de copas de más, termina él también embarcado en esta road movie partuzera que lleva a estos cuatro amigos (de veintimuchos o treintaypocos, no se sabe) a recorrer media Cataluña de fiesta en fiesta, de B-52s a Supertramp y de Devo a Ultravox.
El ritmo frenético del guión baja muchos cambios cuando Eduardo y su grupete (Eva, Carlos y Marisa) caen el la granja de los hippies, tipos de 30 a los que hace ocho años que se les carbonizó el cerebro. Acá la melancolía busca un huequito por donde colarse, pero le gana de mano la bajada de línea. El autor usa claramente esta secuencia para decirle a sus coetáneos “Sigamos con este festival de la frula, la heroína y las pastas y en cinco años, los más afortunados vamos a estar cultivando la tierra de esta granja, y los menos, criando gusanos abajo de la misma”. Después arranca el tramo final y está claro que nadie termina bien. Eduardo será siempre igual de infeliz aunque mejor pago, a Carlos lo derrotará el alcoholismo, a Eva se la llevará una sobredosis de heroína y Marisa, la ligera de cascos, seguirá buscando sin éxito al hombre ideal.
Los autores también seguirán distintos caminos. Ramón de España, el guionista, escribirá algunas historietas más (varias de ellas brillantes), pero siempre será mucho más reconocido por su labor en el campo de la crítica y el periodismo. Montesol, el dibujante, pronto se volcará de lleno al estilo atómico, donde se convertirá en un grosso consumado, para desaparecer a principios de los ´90, como tantos dibujantes de la década anterior. Pero quedará un testimonio, que es este.
Fin de Semana es slice of life de alto vuelo, un retrato certero y jodido, pero a la vez un semáforo amarillo, para esa segunda belle epoque a la que la aparición del SIDA pondría un prematuro punto final. Sin predicar, sin acusar ni juzgar a nadie desde el púlpito, Ramón de España y Montesol nos tiraban la onda de que la partuza de 24 horas corridas podía no estar tan buena, y que la combinación entre sexo, droga y rock´n roll también puede terminar para el orto. Todo esto en una anti-aventura llena de diálogos magníficos, personajes entrañables y una sensación de libertad tan salvaje como la de los hippies del ´68, pero estéticamente más linda. Un comic de vanguardia, con un mensaje reaccionario y que funciona a la perfección. No es fácil, se los aseguro.