el blog de reseñas de Andrés Accorsi
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lunes, 20 de mayo de 2019

LUNES LLUVIOSO

Mientras los fans del ajuste salvaje y la inflación descontrolada buscan archivos viejos en los que Alberto basureaba a Cristina o viceversa, sigo avanzando con las lecturas.
Me voy a los ´80, cuando Eleuteri Serpieri publica Druuna, la secuela de Morbus Gravis protagonizada por la escultural morocha que da título a la obra. Estamos todavía en los albores de la saga de Druuna, cuando Serpieri todavía trataba de llevar adelante un relato de aventuras ambientadas en un mundo post-holocausto, signado por la decadencia, la putrefacción y las mutaciones horrendas. Así es como en estas 62 páginas se ve un esfuerzo por hacer avanzar una trama, hay una especie de misión que Druuna debe cumplir y eso funciona como brújula para la acción, que tampoco es tanta. No es un gran guión, aclaremos de antemano. Parece una mala copia de una saguita de las que escribía Ricardo Barreiro en Fierro o Skorpio, con menos violencia, escenas oníricas intercaladas con un criterio medio dudoso… y hasta con menos garches de los que uno espera en un comic de Druuna.
No te digo que me dejó un poco frío, porque constaté que aún a esta edad, en los umbrales de la ancianidad, Druuna sigue provocando revoluciones hormonales de esas que hacen casi inviable leer este material en un lugar público, donde esté mal visto mandarse una mano por abajo de los lienzos. Esta no es una aventura de palo-y-palo, sino una aventura bien al palo, que no es lo mismo. Lo que falta en materia de ritmo, de potencia narrativa, sobra en el rubro cachondeo. Ver a Druuna en pelotas, atada, recibiendo latigazos, en esas tomas que subrayan las redondeces de las cachas o el escote, o verla participar voluntaria o involuntariamente de esos garches, son algunos de atractivos realmente insoslayables que tiene esta historieta. Es un recurso berreta, efectista, pero puesto sobre la página por un tipo que tiene un dominio de la anatomía en general y de la femenina en particular absolutamente magistral.
Serpieri es un dotado, un dibujante tocado por la varita mágica, que sabe sacar lo mejor del estilo académico-realista, darle onda, fluidez, ponerlo en función de la trama (aunque sea una trama medio pelo) y no sólo del impacto (aunque esta saga se basa mucho en eso). Además se rompe el culo en los fondos, las armas, los monstruos… No es solamente un dibujante de minas que están buenísimas y lucen escasa vestimenta. Serpieri le canta “quiero retruco” en todas las viñetas a José Luis Salinas, que es claramente su principal influencia, y a la vez se despega del maestro cuando le agrega al dibujo esa plasticidad, ese dinamismo que por ahí asociamos más con Alberto Salinas, o con Juan Zanotto, o con Antonio Hernández Palacios, por citar sólo a algunos seguidores destacados del glorioso José Luis. O sea que si te gusta esa estética (o leer historietas con una sola mano) sabés que con Druuna la vas a pasar bomba.
Hace casi un mes, el 23 de Abril, me tocó reseñar el Vol.1 de Nextwave, Agents of H.A.T.E. y me gustó muchísimo. La verdad que lo que tengo para decir del Vol.2 se parece demasiado a lo que ya escribí en la reseña del Vol.1 y no se me ocurre qué carajo inventar para no repetirme como un ganso.
Creo que lo más destacado del tomo es el episodio 10, cuando Warren Ellis y Stuart Immonen juegan a disfrazarse de otros autores para mostrarnos esas secuencias limadas que transcurren en la mente de los distintos personajes. Ya sólo con las tres páginas dedicadas a Elsa Bloodstone en las que Immonen dibuja a lo Mike Mignola sobraba para ganarse mi ovación, pero hubo mucho más magia y más aciertos. Y en el episodio 11, puestos a transgredir un poco más, tenemos esa seguidilla de seis dobles splash-pages en las que los “héroes” va avanzando por un pasillo dentro de una base secreta llena de peligros. Acá el maestro Ellis se llama al silencio y el Immonen clava la cámara, la deja fija a lo largo de DOCE páginas. Sí, doce páginas sin texto, en la que vemos seis ilustraciones a doble páginas en las que la cámara está inmóvil y lo que se mueven son los personajes. Es un laburo demecial de composición, de puesta en escena, y de diseño de personajes porque Immonen mete en la trifulca a los bichos más bizarros y disparatados que te puedas imaginar, desde androides, samurais y dinosaurios a chimpancés disfrazados de Wolverine y enanos vestidos de BDSM. Un kilombo realmente maravilloso.
Y bueno, nada más. Recontra-recomiendo Nextwave, sobre todo a los fans de la Justice League de Giffen y DeMatteis. O a los que extrañan a Immonen y quieren descubrir un trabajo muy atípico del ídolo canadiense.

Nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.

martes, 23 de abril de 2019

NOCHE DE MARTES

Tengo sueño, pero como este mes vengo posteando poco en el blog, me la banco y no dejo para mañana lo que puedo reseñar hoy.
Me pareció muy acertada la idea de la colección Continuará de nuclear en un mismo libro el Dr. Fogg y Undermédanos, dos historietas de los ´80 en las que vemos al gran Lito Fernández romper el molde de la historieta más industrial, la que produjo por toneladas para las revistas de Columba y el combo binacional Skorpio/ LancioStory. En ambas historias vemos a un Fernández más suelto, dispuesto a arriesgar más, muy comprometido con la creación de climas, muy generoso en el trabajo de fondos y hasta por momentos vanguardista en la puesta en página y la composición de las viñetas, sobre todo en Undermédanos.
Dr. Fogg es una historia breve (28 páginas) escrita por el maestro Carlos Albiac, bastante en la línea de la fantasía oscura con algo de realismo mágico que años más tarde ofrecería el sello Vertigo. En 28 páginas no se puede pretender mucha profundidad en la psiquis de los personajes y quizás eso sea lo que le falta a Dr. Fogg para ser aún mejor de lo que ya es. Eso y el rotulado, que es pesadillesco. De todos modos, es una perlita, una historieta breve, sumamente satisfactoria y extraña en el contexto de la historieta argentina de principios de los ´80.
Undermédanos, en cambio, tiene la intención de ser una buena historieta, pero tropieza con sus propias pretensiones. El guión le pertenece a Oscar Armayor, un autor bastante prolífico durante los ´80, que nunca fue ascendido al status de “maestro” ni por los lectores ni por la crítica. Armayor plantea una especie de alegoría, es decir, quiere bajar una línea ideológica por atrás de la aventura, utilizar a esta como “puesta en escena” de un mensaje que nos quiere transmitir. Pero narra todo en forma demasiado caótica. Hay cosas que no se terminan de entender, la curva dramática no está muy pronunciada, están mal elegidos los momentos que se enfatizan y los que se des-enfatizan, los personajes secundarios se quedan en estereotipos muy básicos… y encima los experimentos de Lito en materia de técnicas de dibujo y puesta en página no contribuyen precisamente a sumar claridad al relato.
El resultado es un poco frustrante, porque si tenés a Lito dibujando a ese nivel, así de jugado, con esas ganas de romper todo, daba para aprovecharlo más, con un guión más sólido. Visualmente, es un despelote absolutamente cautivante, 100% imprescindible para los fans del co-creador de Dennis Martin. Ojalá algún día se reediten esos clásicos que hizo Lito para Skorpio junto Eduardo Mazzitelli, que son un pico en su extensa carrera.
Salto a 2006, cuando Marvel publica una serie rarísima: Nextwave, Agents of H.A.T.E., una comedia pasada de rosca escrita por el maestro Warren Ellis y dibujada por un Stuart Immonen rarísimo, que cambia su grafismo habitual por otro más anguloso, más sintético, como si se amalgamara con Phil Hester, ponele, pero más jugado al color, menos dependiente de las masas negras. Un trabajo realmente notable de Immonen, sobre todo por la búsqueda de una impronta distinta, que le permite enfatizar las expresiones faciales de los personajes sin descuidar la machaca estridente ni el dinamismo extremo de los cuerpos en movimiento.    
El guión de Ellis es extraño porque se trata básicamente de una comedia al estilo Justice League de Giffen y DeMatteis. Superhéroes de la B Metropolitana, diálogos filosos, confusiones, enredos, villanos deliberadamente pedorros… El único upgrade que le mete Ellis a la fórmula de la JLI son las puteadas, que en 1988 no se podían poner y en 2006 sí, aunque no leamos exactamente la palabra “fuck”. La sátira a SHIELD y en especial a Nick Fury es descarnada, va más a fondo de lo que iría cualquier guionista de DC si le dicen “haceme una historieta en joda parodiando a SHIELD y Nick Fury”. El nivel de mala leche sube con cada arquito argumental de dos números, al igual que el nivel de violencia, que se exarceba intencionalmente, para lograr un efecto humorístico.  
Este primer TPB trae tres aventuras y hay tres más en el Vol.2 que prometo leer pronto. Hasta ahora, me vengo cagando de risa. Pero claro, me queda la sensación agridulce de saber que nada de lo que pase acá tenddrá consecuencias reales para nadie, porque H.A.T.E. no es S.H.I.E.L.D., Dirk Anger no es Nick Fury, y tarde o temprano otros guionistas querrán usar a Monica Rambeau, Machine Man, Tabitha Smith o Elsa Bloodstone y no les va a quedar otra que barrer estas aventuras abajo de la alfombra y hacerse bien los boludos, como si nada de esto hubiese sucedido. Por suerte, los buenos momentos que pasamos leyendo este comic no nos los quita nadie.

Nada más por hoy. Ni bien tenga más material leído, posteo de nuevo acá en el blog.

lunes, 11 de junio de 2012

11/ 06: DC COMICS PRESENTS SUPERMAN: SECRET IDENTITY Vol.2


Ah, bueno... Esto empezó bien y terminó espectacular.
La idea es muy loca, es como que Kurt Busiek hace una de más: un mundo 100% real, idéntico al nuestro, en el que Superman es un famoso personaje de ficción. De pronto aparece un pibe con los mismos superpoderes del héroe y decide adoptar la identidad de Superman y convertirse –efectivamente- en un superhéroe del mundo real. Hasta ahí, todo bien. ¿Dónde se zarpa Busiek? Cuando nos cuenta que este pibe que recibe los poderes de Superman también se llama Clark Kent. ¿Hacía falta? ¿No se puede pensar en un Superman que no sea Clark Kent ni siquiera sacándolo del DCU para ponerlo en nuestro universo? Eso me pareció too much.
El resto es Busiek respondiendo la pregunta que más de uno se habrá hecho alguna vez: ¿Cómo funcionaría Superman en el mundo real? Y ahí, los hallazgos del guionista son innumerables. Posta, esta es una de las mejores –si no la mejor- versiones alternativas del mito del Hombre de Acero. ¿Cuántos tipos y minas habrán escrito historias de Superman de 1938 para acá, entre comics, películas, series y dibujos animados? ¿100? ¿150? No puede haber UNO que no envidie a Kurt Busiek por haber escrito la escena de la página 34 de este TPB para pobres. No sólo está magníficamente escrita, es una escena central, quintaesencial, crucial para cualquier ficción ambientada en el mundo real y que involucre a un personaje con habilidades extraordinarias. Cátedra absoluta.
Y hay muchísimas secuencias más de un nivel altísimo. El desafío es enorme: acá no existen los supervillanos y Superman –básicamente- no tiene contra quién pelear. Entonces la saga deriva en algo rarísimo: historias de superhéroes donde no irrumpen conflictos que deben resolverse por la vía de la violencia, algo que de antemano suena tan bizarro como definir una partida de ajedrez pateando penales. Y sin embargo, el maestro Busiek demuestra que se puede. El resultado es un comic sumamente introspectivo, con mucho slice of life y hasta con cierto vuelo poético. Con poquísima acción, claro, porque acá tienen más chapa la reflexión, la contemplación y sobre todo los vínculos. Pocas veces se escribió un Superman tan humano, capaz de entablar relaciones tan creíbles con sus semejantes.
Por abajo de todos esos espléndidos diálogos y bloques de texto, pasa una topadora: el dibujo del increíble canadiense Stuart Immonen. Acá el ídolo despliega un trabajo monumental, con la técnica del lápiz escaneado, reventado en el photoshop y con las masas negras aplicadas en forma digital, en un layer aparte. Cuando reseñé el Vol.1, dije “El lápiz a la vista y los aciertos de Immonen a la hora de potenciar los climas con el color se combinan de un modo tan perfecto, que en algunas viñetas parece sobrevolar la magia del genial Gene Colan”. Bueno, a eso le canto “quiero retruco”. El color es mucho más importante en este segundo tramo, mucho más expresivo, mucho más decisivo a la hora de establecer los climas, y la magia del inolvidable Gene Colan se siente mucho más, está mucho más palpable en esos lápices frescos, dinámicos, llenos de emoción. Si te copa la estética realista, esto es visualmente perfecto, de verdad.
No quiero contar mucho más para no spoilear. Solamente recomendarte que si nunca habías leído Superman: Secret Identity no desaproveches la oportunidad de tenerla completa (y sin avisos!) en estos dos hermosos TPBs para pobres. Te vas a encontrar con una historieta realmente brillante, emotiva, fuerte, y sobre todo muy distinta a lo que te imaginás. Sumale los dibujazos de Immonen y te queda una obra prácticamente imprescindible, para recordar y recomendar toda la vida.

lunes, 30 de abril de 2012

30/ 04: DC COMICS PRESENTS SUPERMAN: SECRET IDENTITY Vol.1

Lo mejor de los muy añorados TPBs para pobres de DC era cuando reeditaban una historia originalmente publicada en dos libritos prestige. Era una saga completa, y además dos prestiges de 48 páginas sumaban 96 páginas de historieta, con lo cual no había lugar para meter avisos. Lo siguiente mejor es esto: una mini de cuatro prestiges, reeditada en dos TPBs para pobres. En ese formato, me tiré de cabeza sobre esta obra de 2004 que en aquel entonces dejé pasar y que tiene un gancho irresistible: guión de Kurt Busiek, dibujos de Stuart Immonen, el team-supreme de las inolvidables ShockRockets y Superstar.
El planteo es muy raro. Un pibe nace en nuestro mundo (no en el DCU), en un pueblito de Kansas, hijo de un matrimonio de apellido Kent. Para joder, los padres lo bautizan Clark, y el chico es cuasi-estigmatizado por llamarse igual que Superman. Los tíos le regalan comics, muñecos y remeras del personaje, sus pocos amigos lo gastan a morir, y su vida en el pueblito de Picketsville no es un infierno, pero tampoco se la cobran barata. Hasta ahí, es casi gracioso. Pero cuando van apenas 9 páginas, Clark Kent descubre que... sí, adivinaste: tiene los poderes del más famoso superhéroe.
De ahí en más, Busiek planteará la enésima saga de “un tipo con superpoderes en el mundo real”, con dos agregados interesantes: por un lado, el tránsito de la adolescencia a la adultez de Clark; y por el otro, la constante referencia a las cosas que Kal-El y su alter ego hacen en los comics y que en el mundo real no se pueden hacer, porque resultan insostenibles. Acá no hay Metropolis, claro, por eso nuestro Clark en algún momento deja de ser Superboy y se va a vivir a Manhattan. Pero hay una Lois (la enésima Lois con la que sus amigos le tratan de hacer gancho) y hay un amor entre ella y el chico de Picketsville, muy bien presentado por Busiek.
Pero lo más interesante (por lo menos en esta primera mitad) es que en el mundo real, Superman no tiene contra quién pelear. Hay una secuencia bastante áspera en la que es capturado por una agencia del gobierno que lo quiere estudiar, pero Clark se escapa rápido y con alguna pista (por ahora mínima) acerca del posible origen de sus superpoderes. Pero la machaca dura... dos páginas, y no confronta con ningún ser humano. Simplemente hace mierda la base donde estaba prisionero. O sea que el rol de las piñas, los rayos e incluso de la acción en general, por ahora es muy menor y eso define el tono de la obra que –repito, por ahora- se mueve en el terreno de la introspección con destreza y con atención por detalles que le permiten parecer infinitamente más realista que casi cualquier otra saga de chabones que vuelan con capas y trajecitos ajustados.
Por el lado del dibujo, tenemos a un Immonen inspiradísimo, comprometido a full con la obra, y potenciado por una técnica muy interesante, en la que se ve con claridad el trazo del lápiz del ídolo canadiense. Supongo que será lápiz escaneado, reventado en el photoshop, con las masas negras aplicadas en forma digital, en un layer aparte. El propio Immonen colorea la historieta, así que tiene a su disposición otro arsenal poderosísimo para poner al servicio del dibujo y sumarle expresividad. El lápiz a la vista y los aciertos de Immonen a la hora de potenciar los climas con el color se combinan de un modo tan perfecto, que en algunas viñetas parece sobrevolar la magia del genial Gene Colan. Visualmente, Secret Identity es una maravilla, una referencia ineludible para los fans del dibujo académico-realista.
Veremos cómo remata la trama el maestro Busiek en la segunda mitad de la obra. Por ahora, esto pinta muy interesante y acumula los suficientes hallazgos para aspirar a un lugarcito entre las grandes historias alternativas del inagotable Hombre de Acero. Prometo entrarle pronto al Vol.2.

viernes, 3 de junio de 2011

03/ 06: THOR: THE DEATH OF ODIN


La extensa etapa de Dan Jurgens como guionista de Thor, iniciada en 1998, es una de las mejores cosas que le pasó al Dios del Trueno en su historia. Empezó bárbaro, tuvo algún momento en que se pasó de pochoclera, pero acá, justo acá, pega un salto cualitativo alucinante. Tanto que, cuando Marvel empezó a recopilar esta serie en trade paperbacks, arrancó por acá. Y no es que lo anterior ameritara ser barrido bajo la alfombra, para nada. Pero acá Jurgens pega un golpe de timón y pone proa hacia una de las mejores sagas en la historia del personaje, por supuesto a tono con muchas otras grossitudes que se veían en el mainstream de Marvel en los primeros años de este milenio.
Este tomo, además de infinita machaca, ofrece la resolución de dos plots importantes: el de Tarene (conocida también como Thor Girl o “la Designada”) y el de la relación entre Thor y Jake Olson, el mortal con el que compartía cuerpo desde su regreso. Y por otro lado, abre dos puntas. Una es la aparición de Desak, que pinta para villano pulenta de la próxima saga y otra (la grossa) es la muerte de Odín, el padre creador, quien se sacrifica para impedir que Surtur haga mierda a la Tierra. Su trono, vacante por enésima vez, tiene un sucesor indiscutido: nuestro rubio melenudo favorito, Thor (si estuviste a milímetros de decir “Bret Michaels”, retirate urgente de este blog ;). Y ahí te quiero ver. Una cosa es revolear martillazos al grito de “I say thee nay!” y otra es gobernar, y de eso se trata precisamente la hiper-saga que arranca casi donde este TPB se termina.
Pero hasta ese episodio final en el que todavía ni siquiera vimos el funeral de Odín, pasan muchas, muchas cosas. Machaca sin cuartel contra el Destroyer, toda la saga de Surtur, y un montón de revelaciones más que tienen que ver con Loki, Karnilla, Amora, el Executioner, Marnot, el propio Odín… y una misteriosa profecía sobre el futuro de Thor que Jurgens va a llevar hasta las últimas consecuencias. El guionista abusa mal de un sólo recurso: los personajes asgardianos que adoptan identidades mortales y se mudan a New York. Todos terminan por rodear (a propósito o de casualidad) a Jake Olson, lo cual resulta poco creíble. Pero bueno, es el intento de Jurgens por conservar ese equilibrio (tradicional en esta longeva serie) entre las escenas en Asgard y las escenas en Midgard (la Tierra).
En materia de dibujantes, arrancamos con un Tom Grummett muy inspirado para dibujar machaca palo-y-palo, en ese Annual donde debuta Desak y se lucen Hercules y Beta Ray Bill. Después viene un Walther Taborda medio irregular, que deja la vida en algunas viñetas y se saca otras de encima como apurado por zafar. Le sigue un episodio dibujado por el otrora glorioso Jim Starlin, que para 2001 ya había decaído ostensiblemente, por lo menos como dibujante. Al Milgrom rema desde la tinta para levantarlo, pero no hay con qué. Y el último episodio le toca a un mediocre Joe Bennett, dibujante sin onda, sin alma, sin ideas y anclado en lo peor de la infausta década del ´90.
Pero este un TPB de los grossos, con muchas páginas, y además de esos episodios, hay cinco (115 páginas!) dibujadas como los dioses (nórdicos) por el maestro Stuart Immonen. No sé si es el mejor trabajo de su vida, porque después se fue a Hulk y la mega-rompió. Pero lo que dibuja acá el canadiense es de un nivel devastador. Todo está perfecto: las escenas más tranqui, los combates grandilocuentes (ya sea en la Tierra, en Asgard o en el Infierno), todo ostenta power, todo es majestuoso, emocionante y –lo más loco- casi creíble. Hay muchas páginas sin fondos, es cierto, pero cuando tienen que aparecer, aparecen y te impactan tanto como los intercambios de rayos y trompadas entre héoes y villanos. Como fan de Kirby, Buscema, Simonson y Romita Jr., me siento más traidor que Starscream por decir esto, pero lo pienso de verdad: Immonen es el dibujante definitivo de Thor. Quisiera leer nuevas versiones de todas las sagas del personaje (o de las buenas, al menos) dibujadas por Immonen. Y en lo posible, con el traje actual de Thor, no con el clásico, que es un desastre. Y la barba, que un vikingo sin barba es como un flogger pelado (¿siguen existiendo los floggers? ¿o ya son una referencia retro, como el peronismo federal?).
Si sos fan de los superhéroes, el Thor de Jurgens te va a cebar mal, empieces de donde empieces. Y si te gusta el dibujo realista fuerte, elegante, con power y sutileza en dosis parejas y una narrativa infalible, tenés que tener este tomo por las 115 páginas de Immonen. Más la leo y más reivindico a la Marvel de Jemas y Quesada.

domingo, 26 de septiembre de 2010

26/ 09: ULTIMATE FANTASTIC FOUR Vol.2


Hace un tiempo, cuando completé los Ultimate X-Men de Mark Millar, empecé a juntar los Ultimate Fantastic Four, iniciados por Millar y Brian Michael Bendis y continuados a partir de este tomo por Warren Ellis. Y la verdad es que se parecen poco entre sí. En UFF parece predominar una idea: pasar “en limpio”, traducir al Siglo XXI, darle coherencia, des-bizarrear, explicar de modo más creíble TODO lo que en los FF de Stan Lee y Jack Kirby resulta insostenible para las exigencias del público actual. El accidente de Reed y sus amigos, los rayos cósmicos, la transformación de sus cuerpos, la rivalidad con el Dr. Doom, la relación con el gobierno yanki, el Baxter Building, el fantasticar, un montón de cosas de la versión original que en los ´60 no hacían ruido y ahora sí, son reinterpretadas en la versión Ultimate y se hacen mucho más consistentes y menos traídas de los pelos. Pero claro, los guionistas Ultimate hacen una o dos de más: por un lado, Johnny sigue siendo el borrego del cuarteto, pero los otros tres ahora son un par de años mayores que él! Posta, Reed, Ben y Sue son poco más que adolescentes! Son los Fantasteen Four! Me parece que no había necesidad de ese giro tan extremo. Y otros giros zarpados, pero que funcionan perfecto, son repensar a Sue como una científica grossa (en biología molecular, materia que Reed toca medio de oído) y darle poderes sobrehumanos bastante copados al Dr. Doom.
Imaginate que, para explorar tooodo el origen del grupo, las transformaciones de los cinco (Doom incluído), más todos los cambios ya mencionados respecto de la versión clásica y algunos más, más las personalidades de los cuatro protagonistas y la dinámica entre ellos, Ellis y sus antecesores se toman prácticamente doce episodios, dos tomos recopilatorios. Digo “prácticamente” porque también hay machaca contra un par de villanos (Mole Man en el Vol.1 y Dr. Doom en este), que están casi des-enfatizadas, porque obviamente no son lo más importante. Están porque no puede no haber machaca, pero queda claro que a los autores les interesa mucho más lo otro.
O sea que la cosa avanza, pero lento, con muchísimas secuencias de charlas entre los personajes (interesante también el giro que le da Ellis al Profesor Storm, padre de Sue y Johnny), de ensayos en el laboratorio, y por otro lado, muchas secuencias que recorren el pasado de Doom y su presente, en un mundo más parecido al nuestro, donde no existe Latveria, pero el grosso igual se las rebusca para, a los 22 años, tener miles de súbditos que lo veneran. Por supuesto, todo está muy bien escrito, abundan los diálogos ingeniosos (y hasta los chistes groseros) y Ellis demuestra que se puede hacer un comic con onda juvenil, cool y actual sin caer en la pavada ni en la oquedad. O sea que, si no te exaspera que pase muy poco en cada tomo, esto está muy bien.
Incluso por el lado del dibujo, porque después de un primer tomo con Adam Kubert (dibujante que no es santo de mi devoción), acá lo tenemos a Stuart Immonen prendido fuego, con todo su oficio al servicio de la narrativa, con excelentes soluciones al problema de las infinitas páginas de gente hablando, y además perfectamente complementado con las tintas de Wade Von Grawbadger y el color del infalible Dave Stewart. Immonen había dibujado algunos episodios de los FF clásicos (cuando los escribía Carlos Pacheco) pero acá cambia el registro, va por una onda menos pochoclera y una línea más clara, con menos mancha negra, como para que se note menos que ya no está Adam Kubert. Igual se nota, porque no hay truco ni yeite posible que alcance para ocultar que Immonen es mucho mejor que el menor de los Kubert.
Veremos cómo sigue esto. Por ahora, esta versión Siglo XXI me parece interesante, le perdono las infinitas traiciones a Lee y Kirby y le huelo intenciones mil veces mejores que a la re-versión de Jim Lee de 1996. Una lástima que hayan cambiado de autores entre el primer y el segundo arco, pero la verdad es que Warren Ellis y Stuart Immonen no mezquinan nada de su talento y ponen lo que hay que poner para que uno termine de comprar los conceptos con los que esta serie se propuso reescribir para el público actual los mitos marvelianos de los ´60. ´Nuff said!

jueves, 26 de agosto de 2010

26/ 08: MOVING PICTURES


Nah, estamos todos locos… ¿Stuart Immonen publica un libro en Top Shelf? ¿Qué es lo próximo? ¿Robin Wood en la Fierro?
Pero resulta que sí, que a lo largo de tres años, el canadiense aprovechó cada minuto libre que le dejó su monumental y mega-exitoso trabajo en Marvel (ni pienso enumerar todos los títulos en los que trabajó) para dibujar y subir a la web a razón de una por semana, las 136 páginas de esta novela gráfica escrita por su esposa Kathryn (que también labura para Marvel). Moving Pictures, urge aclararlo, no se parece en lo más mínimo a lo que los Immonen hacen habitualmente para los comics de Marvel.
Para empezar, el estilo es totalmente distinto al del típico comic de Immonen. No se parece tampoco al estilo que usó en NextWave. Acá, el canadiense renuncia al realismo y se vuelca a un estilo entre Marc Hempel, Kyle Baker, Nabiel Kanan y el alemán Ulf K. Un estilo minimalista, de extrema síntesis, en el que conviven la línea clara (Immonen es fan a muerte de Hergé) y unos claroscuros devastadores. La tipografía y la línea apenitas chunga nos recuerdan de inmediato a Baker, pero la mezcla es mucho más compleja que eso. El cross-hatching aparece sólo cuando Immonen tiene que dibujar cuadros famosos, y todo el resto es una danza peligrosa, a todo o nada, entre masas blancas y negras que te terminan devorando por completo. Las expresiones faciales, que siempre son un deleite en los comics “realistas” de Immonen, acá no aparecen ni por accidente. De hecho, la onda es que las caras de los personajes expresen lo menos posible.
Hay que leer el libro para darse cuenta de qué pasa, ya que todo está en los diálogos. Así como no hay expresiones faciales, tampoco hay lenguaje corporal, ni mucho menos acción. Todo está sumamente contenido, y el pobre Immonen se come mansito decenas de páginas de cabecitas que hablan (y hablan, y hablan) y aún así logra mantener nuestro interés hasta el final del libro. Un laburo increíble, de verdad.
El argumento es más de película europea que de comic: la no-acción transcurre en la París ocupada por las tropas nazis (a las que no vemos y nadie nombra nunca). La protagonista es Ila Gardner, una chica canadiense que trabaja catalogando, ordenando y moviendo cuadros de los museos parisinos, a las órdenes de autoridades que ya no tienen demasiada autoridad. Por encima de ella ahora está Rolf Hauptmann, un alemán que hace lo mismo que Ila, pero para los nuevos dueños de la manija, que quieren registrar y controlar el gigantesco patrimonio artístico de los museos del país conquistado. En el medio de ese clima minimalista, casi de obra de teatro, desaparece gente sin dejar rastro y no aparecen las emociones. Todo el tramíte es frío, burocrático, parsimonioso. Evidentemente, la procesión va por dentro.
Ila se debate –sin que lo notemos, porque se esfuerza por ocultar sus sentimientos y hasta por caernos mal- entre rajarse del país, colaborar con los alemanes, o inmolarse en una especie de resistencia unipersonal y obviamente condenada al fracaso. Pero el amor (en este caso a las obras de arte) es más fuerte y al final gana el derecho a no decidir, a dejar que la cosa fluya, a ver qué pasa. Todo esto entre escenas muy bien narradas, donde los diálogos cargan con todo el peso de la trama y además son los encargados de ponerle tensión y finas ironías a las relaciones entre Ila, Rolf, la hermana de la protagonista y Marc, un compañero de trabajo del museo. En un punto, Kathryn Immonen se zarpa con los diálogos: -¿Qué te pasa? –Nada -¿Cómo nada? Algo te tiene que pasar… -No, no me pasa nada… -Nada que me quieras contar. –No, nada que te quiera contar… y así. No son exactamente esas palabras, pero se entiende, no? Ese recurso que funciona tan bien en el cine, en el comic llena un poquito las bolas. Por ahí era preferible meter más cuadros mudos (y hay muchísimos).
Lo cierto es que, excesos al margen, el guión funciona. Te inquieta, te deja pensando, te compromete a fondo con los personajes y te muestra una situación bastante trillada (París bajo la ocupación alemana) desde una óptica novedosa, con originalidad y hasta con vuelo poético. No te vas a encontrar con el Stuart Immonen de siempre, pero vas a descubrir a un genio del claroscuro, en una historia distinta, extraña, que rinde tributo a los maestros de las artes plásticas y que se juega a ritmos tranquis, grillas casi inamovibles y todos los yeites de la narrativa anti-estridencia y anti-pochoclo que se te puedan ocurrir. Comic 100% de autor, de la mano de un ídolo del mainstream. Se puede. Immonen tardó tres años, pero lo hizo. Y grosso Top Shelf que lo plasmó en papel.