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martes, 14 de mayo de 2024
VALERIAN Vol.7
Esta reseña continúa desde donde quedó la del 29/09/16.
Hora de meternos con el último integral de Valérian, el que incluye los tres álbumes finales de la gran serie que Pierre Christin y Jean-Claude Méziéres nos ofrecieron entre 1967 y 2010. Fueron 43 años de trabajo para contarnos apenas cuatro años en la vida de estos personajes y este universo... pero qué cuatro años.
Sin dudas el integral es el formato ideal para leer este tramo de la serie, porque si tomás por separado cualquiera de los tres álbumes que incluye el libro (Al Borde de la Gran Nada, El Orden de las Piedras y El Abretiempo) te vas a encontrar con pedazos de historia, narraciones incompletas que empiezan pero no terminan, o al revés. Christin y Méziéres pensaron esta última gran aventura de Valérian y Laureline como una trilogía de álbumes y eso marca definitivamente el ritmo al que se van a desarrollar los sucesos de las tres entregas que Norma editó de un saque, en un librazo.
Visualmente, esto es formidable. Acá vemos a un Méziéres totalmente afianzado, sin el menor desfasaje entre las imágenes que se le aparecen en la mente y las que terminan plasmadas en el papel. Incluso se da el lujo de dibujar y colorear varias secuencias en otro estilo, más cercano al de Enki Bilal, con ese tratamiento más pictórico del color. En estos tres álbumes Méziéres te tira una genialidad atrás de otra y -como parte del atractivo consiste en que sobre el final reaparecen decenas de personajes de los álbumes anteriores- la comparación entre este Méziéres y el de los primeros años de la serie se hace tan inevitable como favorable a la versión más madura del autor.
La trama es un in crescendo muy adictivo, que va a llevar a un punto culminante el plot más importante que venía arrastrando la serie: la búsqueda de Galaxity, además condimentada con una guerra a todo o nada contra los responsables de su desaparición. Valérian y Laureline arrancan la saga bien de abajo, y con el correr de las páginas van a ganar amigos, aliados y sobre todo confianza en su propia chapa, para afrontar la epopeya final. En el medio, como siempre, hay situaciones más distendidas, en las que aparece el talento de los autores para la comedia y el disparate. También a lo largo de los dos primeros álbumes de la trilogía tenemos apariciones y mucho desarrollo de varios personajes secundarios, entre ellos Ky-Gai y el teniente Molto Cortés, que es una versión mínimamente camuflada de quien vos te imaginás que puede estar detrás de ese nombre. Todo esto hace muy llevadero este espiral ascendente, que gana en tensión con el correr de las páginas.
Y para el final, Christin y Méziéres se van al carajo: sin profundizar demasiado en las motivaciones de cada uno, hacen reaparecer (como ya dije) a decenas de personajes (buenos, malos y neutrales) de los que ya conocíamos de los 20 álbumes anteriores, y todos toman partido por uno de los bandos: o se encolumnan atrás de las piedras, o se suman a la cruzada de Valérian por derrotarlas y rescatar al mundo perdido. Obviamente es espectacular y emotivo ver el regreso de tantas caras conocidas, pero no es algo que esté del todo justificado en términos narrativos. Para cuando este verdadero pandemonium de personajes se terminó de acomodar en los dos bandos enfrentados, al último álbum le quedan unas 15 páginas y la batalla final -si bien es épica- es muy breve. Y la victoria que se llevan los buenos es rápida y fácil, como las chicas que me gustan a mí. Me hubiese gustado ver más sufrimiento, más sacrificios, que los buenos tuvieran que soportar más pérdidas y más dolor, y mostrar más aguante y más resilencia para derrotar a una amenaza que se nos mostró como imbatible a lo largo de tantas páginas. Pero bueno, el espacio es tirano y había que meter ese epílogo brillante, esa última vuelta de tuerca que cierra, abre, impacta, emociona... Hasta cuidan el detalle de que el último personaje que aparece en el álbum sea el villano de la primera aventura, como para que el cierre sea todavía más redondo.
Las aventuras de Valérian y Laureline terminan en un punto muy alto, con un Christin afiladísimo, que nunca se olvida de bajar línea contra los vicios del sistema, y un Méziéres que para este entonces ya dibujaba muy lento, pero a un nivel impresionante. Esto es ciencia ficción de la buena, de la grossa, de la que te cambia la forma de pensar la ciencia ficción. Una de las series realmente imprescindibles que nos dio el comic franco-belga.
Y hay más comic franco-belga para las próximas entradas del blog. Quiero parar, para hablar de material de otros países, pero no puedo, estoy on fire. Gracias por el aguante y hasta pronto.
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miércoles, 13 de mayo de 2020
MIERCOLES DE CIENCIA-FICCION
Bueno, seguimos acá, en
casa. Y con algunas lecturas más para comentar en este espacio.
Efectivamente, ni bien
terminé de leer el Vol.9 de Valérian, me fijé en la biblioteca a ver si estaba
el Vol.10, que es la segunda parte de la historia que comentamos el viernes. Lo
tenía. Y mejor aún: lo leí y sentí la sensación mágica de no haberlo leído
nunca. El álbum empieza con un muy breve resumen de lo sucedido en el tomo
anterior, así que sospecho que yo debo haber frenado ahí el hipotético intento
de lectura, hace mil años, cuando lo conseguí (por supuesto no me acuerdo ni
cuándo ni dónde).
Creo que nunca fui tan
feliz leyendo Valérian como con este díptico. Muchas cosas que en Metro
Chatelet no terminaban de cerrar, acá los maestros Pierre Christin y
Jean-Claude Meziéres lo cierran perfecto. ¡Y hasta tiran puntitas de sagas que
vendrán después! Acá se resuelve el misterio, hay acción, comedia, traiciones,
engaños, seducción, violencia, misticismo, teorías conspiranoicas, runflas
entre mega-corporaciones, celos entre amigovios… Ah, y una bajada de línea
maravillosa acerca del saqueo colonialista que invade a culturas menos
avanzadas y les impone una religión trucha mientras le chorea las riquezas. No
se le puede pedir más a 46 páginas de una aventura apuntada al público
adolescente, de verdad.
Lo único que no me pareció
taaaan genial es el debut de Laureline en el rol de yiro manipulador, de femme
fatale, que volverá a interpretar en álbumes posteriores. Se hace demasiado
larga la secuencia en la que se viste, peina y maquilla para verse MUY zorra y
detonarle las hormonas a dos giles que supuestamente son muy malos, pero
Christin los muestra como víctimas del ardid de esta chica otrora casta y
mojigata, ya virada en sex symbol. Atenti fans de Sin City, que en esa
secuencia van a encontrar un par de viñetas que sin ninguna duda Frank Miller
“tomó como referencia” para algún episodio de esa saga de los ´90. Pero bueno,
el dibujo de Meziéres en este tomo es tan zarpado, alcanza picos tan sublimes, que
debe ser difícil que un dibujante lea esto y no se quiera “llevar algo de
recuerdo”.
Brillante, absolutamente
satisfactorio y con muchos toques de genialidad este arco de dos álbumes
(aparecidos en 1980 y 1981, respectivamente) de la saga de Valérian. El día que
se me prenda fuego la colección, ya sé cuáles son los tomos que hay que
rescatar sí o sí de entre las llamas.
Sigo en el terreno de la
ciencia-ficción, pero ahora en EEUU y en 2015, para empezar (tarde, como
siempre) con Descender, la muy elogiada serie escrita por Jeff Lemire y
dibujada por Dustin Nguyen. Hace poco leí (online, claro) Gotham Sirens, una
serie con guiones de Paul Dini, cuyos primeros episodios dibujaba Nguyen. Y me
pareció una garcha, inclusive el dibujo bajaba el nivel número a número hasta
llegar a extremos bochornosos. Acá, todo lo contrario. Arranca muy arriba y va
mejorando. No sé si Nguyen trabaja realmente con acuarelas, o si logra ese
efecto con herramientas digitales, pero la verdad que la idea de ilustrar todo
un comic de recontra-ciencia-ficción con esta estética es alucinante y me hizo
revivir los años de gloria de las revistas tipo 1984 y Zona 84. Por momentos
Nguyen dibuja tan bien, que parece una especie de Scott Hampton, con una
narrativa más sólida. Para el final se relaja un poquito, se le ocurre una
excusa bastante legítima para que las últimas… 40 páginas tengan pocos fondos,
pero se gana ampliamente la ovación.
¿Dije “el final”? No, esto
no tiene final. El libro trae seis episodios y deben ser… más de 30. Y si bien
el argumento me re-enganchó, si bien hay varios personajes realmente
fascinantes, sin bien Lemire pone en marcha una dinámica entre ellos muy
atractiva… me da la sensación (ojalá me equivoque) de que la idea que tuvo el
canadiense funcionaría mejor en una historia infinitamente más acotada. 200
páginas, a lo sumo. Planteada en el formato de serie de más de 30 episodios de
20 páginas, Descender corre el riesgo de irse por las ramas, de que algunas de
esas buenas ideas que nacen en este tomo se diluyan en los que vienen después.
Ojalá me equivoque y esto
esté tan bien escrito como los 40 episodios de Sweet Tooth, que es la obra de
Lemire con la que más puntos de contacto le veo a Descender. Acá también hay
aventuras, héroes, antihéroes y villanos, momentos de ternura, momentos de mala
leche muy al límite, dilemas morales, fenómenos que la ciencia no logra
controlar… y además momentos en los que Lemire, como todos los grandes autores
de ciencia-ficción, usa al futuro como metáfora crítica del presente. Hasta
ahora, la lectura Descender justifica las muy buenas críticas que había leído.
Así da gusto irse al Descenso.
Y nada más por hoy. Se me
tiene que ocurrir algo para hacerme millonario, porque la comiquería de mi
barrio recibió un envío de material de España y hay unos libros gloriosos… a
precios de lesa humanidad. Mientras tanto, sigo leyendo lo que tengo
acovachado, como para que no falten las reseñas acá en el blog.
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viernes, 8 de mayo de 2020
OTRO VIERNES DE CLÁSICOS
Mientras Alberto sigue
explicando filminas y la cuarentena se extiende hacia el infinito y más allá, sigo
avanzando con las lecturas.
Me enganché bastante con
la saga de Nippur en Tebas, así que rápidamente me devoré el Vol.9 de la
colección de Planeta-DeAgostini, con siete episodios más de la serie con la que
se consagró el maestro Robin Wood.
Las primeras tres
historias que compila el tomo son muy buenas y muy atípicas. Son historias de
muy poca acción y mucho desarrollo de personajes, que hasta se dan el lujo de
incorporar ciertas situaciones más de comedia, en una serie que siempre se
caracterizó por un tono sombrío y solemne. Pero después llega ese cuarto
episodio, el funesto “MIs Gloriosos Compañeros”, que es todo lo que está mal en
la saga de Nippur. Doce páginas en las que (ahora sí) estalla la acción, y en
las que Robin masacra sin piedad a TODO el elenco de secundarios que se fue
agrupando alrededor de Nippur en los tres episodios anteriores. Veníamos bien,
el lector se podía encariñar de a poco con nuevos personajes que parecían
interesantes, pero una vez más, alcanzan poquísimas páginas para demostrarnos
que hacerse amigo de Nippur es letal. Más peligroso que chuparle los mocos a un
anciano chino con aliento a murciélago o que aplicar las recetas del FMI en un
país periférico.
La épica al palo se
extiende un episodio más (“La Gran Batalla”, otra masacre, pero con muertes de
personajes a los que Wood nunca desarrolló, con lo cual nos chupa todo un
huevo) y enseguida vuelven la tristeza y la solemnidad en “La Epidemia”, donde
además tenemos ¡la muerte de Nofretamón!. Otro golpe al corazón de nuestro
héroe, de los lectores y del elenco de secundarios de la serie. Este es un
episodio muy emotivo, que además desliza una certera bajada de línea para el
lado más social. Y ahí saltamos de la revista D´Artagnan al comic-book de
Nippur, con una aventura a todo color que yo recordaba haber leído en blanco y
negro, en un libro que se editó hace más de 15 años acá en Argentina. Historia
chotísima, obvia, predecible, a la que –como es habitual- salvan del bochorno
los excelentes bloques de texto en los que brilla la clásica prosa woodiana.
En cuanto a los dibujos,
el tomo abre con la despedida (supongo que no definitiva) de Lucho Olivera, que
se despide de Nippur con un buen trabajo. Lo reemplaza Sergio Mulko (co-equiper
de Lucho en la serie de Gilgamesh que ya reseñamos por acá), que al principio
trata de clonar la estética de Olivera, pero ya para la mitad de su segundo
capítulo se da cuenta de que es muy difícil, y empieza a “desnudar” un poco más
su estilo propio, y que me resulta gráficamente menos atractivo que el de su
antecesor. Y en el episodio a todo color tenemos el debut del inmenso Ricardo
Villagrán, el Hal Foster argentino, una bestia sagrada del dibujo
académico-realista, con un despliegue de anatomía absolutamente espectacular,
potenciado por la posibilidad de dibujar en cada página muchos menos cuadros
que Olivera y Mulko. Son 16 páginas (con cuatro splash-pages, una más zarpada
que la otra) en las que Villagrán se posiciona en tiempo record como el
dibujante destinado a levantarle la calidad gráfica a Nippur y mantenerla muy
alta durante muchos años. Prometo entrarle pronto al Vol.10, a ver con qué me
encuentro.
Me tiré de cabeza con toda
la emoción del mundo sobre el Vol.9 de Valérian, Metro Chatélet Dirección
Casiopea, que era el único que me faltaba de la etapa clásica de esta fundamental
serie. Me hiper-recontra-mil cebé con la aventura que me propusieron Pierre
Christin y Jean-Claude Mézieres y cuando ya estaba perdidamente atrapado en el
misterio, llega el final del tomo y me entero que este tomo es parte de un
díptico (el primero, en una serie que hasta acá sólo incluía álbumes
autoconclusivos) y que el final de la historia no está acá, sino en Brooklyn
Station Término Cosmos, que felizmente tengo. En cualquier momento lo leo (o
releo, capaz que lo leí hace años, sin entender por qué carajo pasaba lo que
supongo que pasaré en esas páginas) y lo comentamos por acá.
Así solito, Metro Chatélet
Dirección Casiopea es mucho más que la primera mitad de un díptico. Tiene
aventura, intriga, comedia, exploración del universo en el que se mueven los
personajes, muchas ideas copadas y mucho desarrollo, sobre todo del vínculo
entre Valérian y Monsieur Albert, quien se va a convertir en un miembro estable
del elenco de la serie. Y el dibujo es infernal, no puede ser mejor. Ya desde
la portada, Meziéres juega con esa dicotomía entre una estación de subte bien
común y un paisaje fantástico, repleto de vuelo e imaginación. Esa dicotomía se
sostiene todo el álbum, a un nivel descomunal, con imágenes y climas muy reales,
muy cotidianos (sobre todo si vivías en París en 1980) en contrapunto con
mundos, naves y criaturas alucinantes. Un trabajo realmente extraordinario del
maestro Meziéres.
Nada más, por hoy. Nos
reencontramos pronto, con nuevas reseñas, acá en el blog.
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lunes, 15 de abril de 2019
LUNES DE CIENCIA-FICCION
Arranco esta entrada del
blog con una reseña de Valerian: Los Rayos de Hipsis, la historia que va justo
entre el álbum reseñado el 28/01/13 y el reseñado el 27/02/15. Se trata de un
episodio rarísimo en la legendaria saga creada por los maestros Pierre Christin
y Jean-Claude Mézieres, que me hizo comer todos los amagues. Después de un tomo
anterior en el que se planteaba de modo tenue la amenaza de Hipsis y 40 páginas
de este tomo en el que la cosa se pone más espesa, el peligro es más palpable y
tenemos (por fin) algo de acción, todo hacía suponer que el final iba a ser a
pura machaca cósmica, sobre todo porque (al haber leído los tomos posteriores)
uno sabía que las consecuencias que dejaba Los rayos de Hipsis eran jodidas de
verdad. Bueno, al climax que alcanza esta historia en el segundo y el tercer
cuarto, le siguen ocho páginas finales en las que Christin pega un volantazo
imposible, reformula totalmente a la amenaza para convertirla en algo
absolutamente impredecible, no exenta de onda, pero a años luz de lo que uno
espera en el contexto de una saga de aventuras y ciencia-ficción. No quiero
contar con qué se encuentran Valerian, Laureline y sus aliados al final de este
tomo, porque lo escribo y no lo puedo creer. Alcanza con decir que si llegaste
a este álbum (el duodécimo) y no creías que Valerian fuera una serie en la que
podía pasar cualquier cosa, seguramente el final de Los Rayos de Hipsis te va a
hacer cambiar de opinión.
El dibujo de Mezíéres
alcanza en esta época (mediados de los ´80) el cénit, el estado de gracia. La
puesta en página es entre dinámica y mágica, las expresiones faciales son
brillantes, las naves son gloriosas, los paisajes son hermosos, las escenas de
acción son vibrantes, y las otras, todas esas páginas en las que Christin nos
bombardea con una grotesca cantidad de texto, el dibujante las pilotea sin
mayor dificultad, incluso cuando lo único que vemos son gente (o algo así) que
habla, rosquea o trata de deducir el enigma de Hipsis.
Hasta acá Valerian era la
serie copada, que a través de aventuras repletas de acción, misterio, romance y
certeras pinceladas de un humor bastante ácido nos entretenía y a la vez nos
bajaba una cierta línea ideológica progre, o directamente zurda. A partir del
díptico compuesto por este álbum y su antecesor inmediato, ya entramos en el
terreno en el que todo es posible, incluso algunos altibajos bastante
pronunciados, tanto en los guiones como en los dibujos.
Me vengo a Argentina, a
2017, cuando se edita Lovechip, una historieta de ciencia-ficción de Emilio
Balcarce y Guillermo Donés originalmente producida para el mercado italiano. El
guión de Balcarce, sin ser una genialidad, es entretenido, tiene varias ideas
interesantes y por lo menos dos giros argumentales que no me vi venir ni a
palos. Los diálogos (a menudo el talón de Aquiles del guionista salteño) están
bastante bien, nunca faltan las excusas (casi todas válidas) para meter escenas
impactantes en las que vemos explosiones, masacres y gente que se caga a tiros,
y si no te molesta esa impronta ochentosa de la aventura para adolescentes con
tetas y drogas, seguramente la trama de Lovechip te va a atrapar.
El tema del sexo está
bastante enfatizado, pero la verdad es que las (no pocas) escenas de cierto
voltaje erótico no son las que hacen avanzar la trama. Por el contrario,
Balcarce subraya todo el tiempo que Lovechip (como la mitad de su título lo
indica) es una historia de amor. O sea que se habla mucho de coger y de hecho
se coge bastante, pero en el global de la obra, el sexo es apenas anecdótico.
El dibujo de Donés me dejó
muchísimas dudas. Esto está muy lejos de aquellas historietas que el crédito de
Salto publicaba en la Skorpio a fines de los ´80 y principios de los ´90. No sé
si el paso de color a blanco y negro le jugó una mala pasada o qué, pero
visualmente esto así no se luce para nada. Las naves, máquinas, armaduras y
locaciones futuristas están buenas, dentro de una estética que remite de
inmediato a Juan Giménez. Pero los seres humanos… ma-mita. Las caras parecen
desfiguradas, la anatomía tiene fallas (sobre todo cuando vemos cuerpos en
movimiento), no se entiende bien si Donés buscaba un estilo más sintético o si estaba
apurado y entregó algunas viñetas apenas bocetadas, para que el colorista tratara
de darles un poco más de forma, o de fuerza… Una lástima, realmente, porque hacía
mucho que no veía trabajos de Donés y mi expectativa era mucho más alta.
Y nada más, por hoy. Ni
bien tenga más libritos leídos, comparto las reseñas acá en el blog.
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viernes, 4 de enero de 2019
PRIMER VIERNES DEL AÑO
Ocho de la noche del
viernes, arranca la previa rumbo al primer finde del año, que promete y mucho.
Arranco en 2014, en
Inglaterra, donde el sello Nobrow publica Robert Moses: The Master Builder of
New York City, obra de los franceses Pierre Christin y Olivier Balez. Hace no
mucho (el 04/11/18) reseñamos una obra muy corta de esta dupla, que era un
comic documental, sin elementos de ficción. Esta extensa novela de 100 páginas
repite la fórmula: Christin y Balez no nos cuentan una historia sino que
comparten con nosotros los resultados de una investigación, centrada en la vida
y la obra del prolífico y polémico arquitecto Robert Moses. Todo está narrado
en base a datos biográficos reales, a sucesos constatables, y aún así los
autores se las ingenian para crear momentos de una leve tensión dramatica, y
por supuesto para hilvanar las anécdotas, situaciones y eventos en un hilo
argumental que va avanzando en paralelo a las décadas que abarcó la vida de
Moses.
Si sos fan de la ciudad de
New York, o te apasiona la historia de las grandes metrópolis y los cambios que
sufrieron a lo largo del Siglo XX, Christin y Balez te van a hipnotizar con
este relato, que tiene como principal condimento la personalidad del
protagonista. En algún momento me imaginé a Christin (viejo militante de la
izquierda más radicalizada) investigando la vida de Moses, y descubriendo que
este tipo (un judío de clase alta, conservador, excéntrico y elitista) no era
un corrupto, sino más bien un caprichoso, un cocorito al que le gustaba mandar
y salirse siempre con la suya. Y me lo imagino tipeando en el guión frases y
datos que desmienten la “leyenda negra” en la que Moses era un garca peor que
Franco, Mauricio y toda la “famiglia” mafiosa a la que puteamos todos los días…
tragando saliva, diciendo para sus adentros “me quedé con las ganas de
escrachar a este sorete, pero las evidencias contradicen la versión de los
hechos que inventaron sus detractores”. Un capo, Christin, que pone ante todo
el rigor documental y encima arma con eso una historia que nos enriquece como
lectores.
Ni hablar del magnífico
trabajo de Olivier Balez, un pincel endemoniado, repleto de expresividad y
elegancia, también puesto en función de ese rigor documental del que hace gala
el veterano guionista. Hermoso trabajo de este francés que vivió muchos años en
Chile, muy clásico y mesurado en la puesta en página, muy atrevido para elegir
la paleta de colores y muy aplicado para lograr la resemblanza física cada vez
que aparecen personajes famosos del mundo real. Recomiendo mucho esta novela,
que además está publicada en España por Norma.
Y me quedo en Inglaterra,
porque Ladrones y Mazmorras, de la consagrada dupla de Rodolfo Santullo y Jok,
es en realidad Dungeons & Burglars, la historieta que aparece cada semana
en Aces Weekly, la revista digital gestada en el Reino Unido por el maestro
David Lloyd. Felizmente ese material se empezó a publicar en Argentina y
Uruguay y empezamos a descubrir por qué a los ingleses les gusta tanto.
Ladrones y Mazmorras es
una serie planteada en tono de comedia, ambientada en un mundo típico de
Dungeons & Dragons, con hechiceros, reyes, enanos, gigantes, elfos, ejércitos,
tesoros, monstruos, borrachos de posada y escruchantes de catacumbas. Santullo
encuentra muy rápido el equilibrio entre la aventura y la sátira a este tipo de
relatos y en seguida hace la Gran Santullo: breves historias autoconclusivas,
con distintas locaciones y personajes, que parecen no conectar entre sí… hasta
que de a poquito empiezan a conectar y todo lo que vimos de modo disperso en las
primeras historias, en las últimas ya resulta ser parte de un complejo y
fascinante universo compartido, que obviamente se enriquece un montón con los
cruces y la interacción entre los personajes. El antecedente más directo es Las
Tierras del Oso (ver reseña del 27/12/15), del recordado prócer Carlos Vogt,
casi el inventor de la aventura de género empapada en comedia desopilante.
Como en toda comedia,
tienen un enorme peso los diálogos (muy bien resueltos por Santullo y
publicados en uruguayo en la edición castellana) y el timing narrativo, que –ya
lo sabemos- es una especialidad de Jok. El prolífico dibujante deja el alma en
cada viñeta y recrea a la perfección este universo pseudo-medieval plagado de
criaturas imposibles. Con ese claroscuro impactante, dinámico y detallado, que
en sus mejores momentos parece una cruza entre Mike Mignola y Enrique Breccia,
Jok no escatima nada a la hora de dibujar castillos, carruajes, caballos,
armaduras, calabozos, tabernas, hombres, mujeres y monstruos. Y además sortea
con éxito la limitación de que –al ser una historieta pensada para ser leída en
pantallas- cada página está compuesta por dos mitades y tiene que respetar a
rajatabla ese corte a la hora de la planificación gráfica de las secuencias.
No te quiero chamuyar
vendiéndote Ladrones y Mazmorras como la gloria máxima del universo, ni como lo
mejor que hicieron Jok y Santullo (dos máquinas de producir) en sus vidas. Pero
son historietas muy divertidas, lindas de leer, lindas de mirar, que se animan
a proponer otra mirada a uno de los géneros clásicos de la aventura. Sin duda,
material para pasar un buen rato de la mano de dos grossos, y para comprar un
Vol.2 ni bien se publique.
Y nada más por hoy. ¡Gracias
y hasta pronto!
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domingo, 4 de noviembre de 2018
DOS DE DOMINGO
Por un error en la matrix, anoche me acosté temprano y hoy estoy levantado desde las 10 AM, algo loquísimo para un domingo. Pero bueno, aprovecho para reseñar algunos libritos que leí en estos días.
Empiezo con Bajo el Cielo de Atacama, un álbum editado en Chile que tiene apenas 32 páginas. Es una historieta de una extensión rara (30 páginas) escrita nada menos que por el maestro Pierre Christin y dibujada por el grossísimo Olivier Balez, un francés que vivió muchos años en Chile. Me juego la chota a que esto en Francia nunca se editó en álbum, sino que apareció en una revista y nunca salió de ahí.
Bajo el Cielo de Atacama es una historieta 100% documental. Pierre Christin, genio de la ficción, se enamora un rato de la realidad y logra que el demiurgo se convierta en cronista. Así, nos toma de la mano para recorrer un lugar muy especial de la puna de Atacama, donde se unen el pueblo de San Pedro, dos volcanes (uno de ellos en actividad), uno de los desiertos más secos del mundo y un gigantesco e hiper-tecnificado observatorio astronómico que desafía la imaginación de los grandes escritores de ciencia-ficción. Christin nos cuenta cómo funciona el observatorio, cómo vive la gente que trabaja dentro y alrededor del mismo, a qué se dedica la población local y qué carajo van a hacer a esa zona los miles y miles de turistas que llegan cada año. También repasa los puntos más salientes de la historia del desierto de Atacama, sin aburrir ni pasarse de didáctico.
La historieta tiene mucha información y pese a su brevedad no se lee en dos minutos. Y aunque no te interese mucho el tema, se hace absolutamente hipnótica gracias a los magníficos dibujos de Balez, un artista extraordinario, una mezcla entre Paco Roca y Tommy Lee Edwards. A mí me atrapó el relato, aunque no hay conflictos, ni aventuras, ni ficción.
A pesar (o en realidad a raíz de) tantos premios, tanta fanfarria, tantas notas en las que se hace hincapié en los millones de ejemplares que venden sus obras, en algún momento consideré la posibilidad de que Raina Telgemeier fuera en realidad una autora del montón, inflada por los vendehumo de siempre. Después de leer Ghosts, me convencí de que no, de que es MUY grossa. Y si no tiene aún más fama y más éxito, es porque es un autora de poca producción que (incluso con dos asistentes, más una rotulista) apenas supera las 100 páginas por año.
Ghosts es una mezcla perfecta entre slice of life y aventura con elementos sobrenaturales, en la que Telgemeier se enfoca en la relación entre dos hermanas. Como su nombre lo indica, es una historia de fantasmas, pero básicamente alegre, con un mensaje sumamente positivo que ensalza los valores de la amistad, de la buena onda entre los vivos y los muertos. También hay una trama romántica, y un notable esfuerzo por parte de la autora por difundir la problemática de la fibrosis quística, la enfermedad que afecta a una de las hermanas Allende-Del Mar. Felizmente, Raina combina armónicamente todos estos componentes, y cuenta una historia con mucho ritmo, que podría ser tranquilamente un hermoso largometraje animado. A priori parece un disparate pasar de una secuencia en una sala de terapia intensiva de un hospital a otra en la que los chicos vuelan por sobre la playa de la mano de los fantasmas, pero en Ghosts esos dos registros conviven sin mayor dificultad.
Raina Telgemeier tiene el oído perfectamente sintonizado en el habla de los y las adolescentes de los EEUU de hoy, y eso hace que los diálogos también sean un punto altísimo en esta novela. Incluso los (no pocos) personajes que hablan en castellano lo hacen correctamente, aunque –lógicamente- Raina no logra embocar nunca los momentos en los que se tutean o se tratan de usted, una complicación que el idioma inglés no ofrece. Y finalmente me toca hablar del dibujo, donde veo como principal referencia gráfica al glorioso Bill Watterson. No, pará: no digo que Telgemeier dibuje igual que Watterson. Nadie va a llegar nunca a ese nivel. Digo que en la base del estilo de Telgemeier veo la influencia de Watterson. También algo de autores franceses tipo Dupuy y Berberian. Y lo que Raina hace muy bien (y Watterson, Dupuy y Berberian no hicieron nunca) es dejar la vida en esas splash pages donde nos ofrece tomas panorámicas, para mostrarnos grandes planos de la ciudad, de la playa, o esas escenas de la fiesta del Día de los Muertos en las que aparecen decenas (o quizás cientos) de tipitos, minitas y fantasmas. Visualmente esto transmite la misma buena onda y la misma accesibilidad que el guión, y eso es sin duda un gran logro por parte de la autora.
Y bueno, ni bien vea otra novela de Telgemeier a buen precio, voy por ella, porque esta me encantó. Vuelvo pronto con nuevas reseñas y les recuerdo a los amigos de Cuyo que el viernes 9, sábado 10 y domingo 11 voy a estar participando (como todos los años) de la San Luis Comic Con. ¡Gracias y hasta pronto!
Empiezo con Bajo el Cielo de Atacama, un álbum editado en Chile que tiene apenas 32 páginas. Es una historieta de una extensión rara (30 páginas) escrita nada menos que por el maestro Pierre Christin y dibujada por el grossísimo Olivier Balez, un francés que vivió muchos años en Chile. Me juego la chota a que esto en Francia nunca se editó en álbum, sino que apareció en una revista y nunca salió de ahí.
Bajo el Cielo de Atacama es una historieta 100% documental. Pierre Christin, genio de la ficción, se enamora un rato de la realidad y logra que el demiurgo se convierta en cronista. Así, nos toma de la mano para recorrer un lugar muy especial de la puna de Atacama, donde se unen el pueblo de San Pedro, dos volcanes (uno de ellos en actividad), uno de los desiertos más secos del mundo y un gigantesco e hiper-tecnificado observatorio astronómico que desafía la imaginación de los grandes escritores de ciencia-ficción. Christin nos cuenta cómo funciona el observatorio, cómo vive la gente que trabaja dentro y alrededor del mismo, a qué se dedica la población local y qué carajo van a hacer a esa zona los miles y miles de turistas que llegan cada año. También repasa los puntos más salientes de la historia del desierto de Atacama, sin aburrir ni pasarse de didáctico.
La historieta tiene mucha información y pese a su brevedad no se lee en dos minutos. Y aunque no te interese mucho el tema, se hace absolutamente hipnótica gracias a los magníficos dibujos de Balez, un artista extraordinario, una mezcla entre Paco Roca y Tommy Lee Edwards. A mí me atrapó el relato, aunque no hay conflictos, ni aventuras, ni ficción.
A pesar (o en realidad a raíz de) tantos premios, tanta fanfarria, tantas notas en las que se hace hincapié en los millones de ejemplares que venden sus obras, en algún momento consideré la posibilidad de que Raina Telgemeier fuera en realidad una autora del montón, inflada por los vendehumo de siempre. Después de leer Ghosts, me convencí de que no, de que es MUY grossa. Y si no tiene aún más fama y más éxito, es porque es un autora de poca producción que (incluso con dos asistentes, más una rotulista) apenas supera las 100 páginas por año.
Ghosts es una mezcla perfecta entre slice of life y aventura con elementos sobrenaturales, en la que Telgemeier se enfoca en la relación entre dos hermanas. Como su nombre lo indica, es una historia de fantasmas, pero básicamente alegre, con un mensaje sumamente positivo que ensalza los valores de la amistad, de la buena onda entre los vivos y los muertos. También hay una trama romántica, y un notable esfuerzo por parte de la autora por difundir la problemática de la fibrosis quística, la enfermedad que afecta a una de las hermanas Allende-Del Mar. Felizmente, Raina combina armónicamente todos estos componentes, y cuenta una historia con mucho ritmo, que podría ser tranquilamente un hermoso largometraje animado. A priori parece un disparate pasar de una secuencia en una sala de terapia intensiva de un hospital a otra en la que los chicos vuelan por sobre la playa de la mano de los fantasmas, pero en Ghosts esos dos registros conviven sin mayor dificultad.
Raina Telgemeier tiene el oído perfectamente sintonizado en el habla de los y las adolescentes de los EEUU de hoy, y eso hace que los diálogos también sean un punto altísimo en esta novela. Incluso los (no pocos) personajes que hablan en castellano lo hacen correctamente, aunque –lógicamente- Raina no logra embocar nunca los momentos en los que se tutean o se tratan de usted, una complicación que el idioma inglés no ofrece. Y finalmente me toca hablar del dibujo, donde veo como principal referencia gráfica al glorioso Bill Watterson. No, pará: no digo que Telgemeier dibuje igual que Watterson. Nadie va a llegar nunca a ese nivel. Digo que en la base del estilo de Telgemeier veo la influencia de Watterson. También algo de autores franceses tipo Dupuy y Berberian. Y lo que Raina hace muy bien (y Watterson, Dupuy y Berberian no hicieron nunca) es dejar la vida en esas splash pages donde nos ofrece tomas panorámicas, para mostrarnos grandes planos de la ciudad, de la playa, o esas escenas de la fiesta del Día de los Muertos en las que aparecen decenas (o quizás cientos) de tipitos, minitas y fantasmas. Visualmente esto transmite la misma buena onda y la misma accesibilidad que el guión, y eso es sin duda un gran logro por parte de la autora.
Y bueno, ni bien vea otra novela de Telgemeier a buen precio, voy por ella, porque esta me encantó. Vuelvo pronto con nuevas reseñas y les recuerdo a los amigos de Cuyo que el viernes 9, sábado 10 y domingo 11 voy a estar participando (como todos los años) de la San Luis Comic Con. ¡Gracias y hasta pronto!
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viernes, 27 de febrero de 2015
27/ 02: VALERIAN Vol.5
Venía leyendo los álbumes de Valérian de a uno, pero bueno, pintó muy barato este mega-tomo de Norma que trae tres álbumes juntos y no lo pude evitar. Por suerte, la historieta de Pierre Christin y Jean-Claude Mézieres se caracteriza por su ritmo ágil, con lo cual clavarme tres álbumes en un día no resultó un sacrificio mayúsculo ni mucho menos. Este hardcover trae los episodios 13, 14 y 15 de esta mítica serie, que pertenecen a la época en la que Valérian deja de serializarse en la revista Pilote y empieza a salir directamente en álbumes, de modo bastante espaciado.
La primera aventura de este tomo es Sur les Frontiéres, de 1988, que originalmente se publicó serializada y en blanco y negro en el diario France Soir. Este es el peor guión que escribió Christin para la saga de Valérian y probablemente en toda su carrera. El guionista presenta a varios personajes nuevos, empieza a armar un conflicto grosso, hace crecer la tensión, mata a uno de los personajes y revela al otro como un villano zarpado con un plan ambicioso y fatal, pone a los héroes en acción para intentar frenarlo, cuando la cosa ya está al borde de la hecatombe llega el enfrentamiento entre el villano, Valérian y Laureline… y ahí se desinfla totalmente la historia. De las 62 páginas, 55 son un build-up hacia una lucha que promete ser definitiva. Sin embargo, en la página 56, todo el espesor dramático, todo el conflicto se desvanece de un modo que torna totalmente irrelevantes a todas las peripecias, peligros, marchas y contramarchas que dieron buenos y malos a lo largo de casi toda la aventura. Un bajón al que sólo levantan esos toques de caracterización magistrales que Christin le mete todo el tiempo a Valérian y Laureline y que los hace tan reales y tan queribles.
Vamos con Les Armes Vivants, aparecida directamente en álbum en 1990. Acá los autores vuelven al formato de 54 páginas y el guión levanta un poco. De nuevo, Christin repite el truco de presentar a varios personajes nuevos y repartir mucho el protagonismo entre ellos y los héroes “titulares” de la serie. Y le sale bien. Son personajes atractivos, que rápidamente generan una muy buena química entre sí y con Valérian y Laureline. Al final, resulta no haber “malos”: los buenos quedan atrapados en medio de un conflicto bélico ancestral que amenaza con no resolverse jamás, y el guionista lo usa para bajar línea acerca de la carrera armamentista y lo poco creíbles que suenan los discursos de los líderes de las grandes potencias cuando hablan de ponerle fin a las guerras. El final es bastante poco verosímil, como si Christin hiciera “una de más” en su afán de que estos nuevos personajes terminen bien y le queden a mano por si los necesita para más adelante; pero bueno, al lado del final de Sur les Frontiéres, este es brillante.
Cuatro años después de Les Armes… aparece Les Cercles du Pouvoir, lejos el mejor de los tres álbumes que integran este integral (cuac!). Esta es una aventura en todo su esplendor, repleta de persecuciones, peleas, espionaje, investigación al estilo del hard boiled, traiciones, escenas de comedia sumamente efectivas y revelaciones shockeantes. Acá reaparecen varios personajes del álbum Les Spectres d´Inverloch (reseñado el 28/01/13) y está todo ambientado en el hiper-corrupto planeta Rubanis. Christin se prodiga (y se divierte) en la descripción de esta extraña sociedad (con más de un guiño a la nuestra) y logra que todos los detalles que nos resultan atractivos en esa descripción, tengan peso a la hora de la acción, de la resolución de la trama. El final tiene una resonancia rara con el de The Wizard of Oz y está muy bien. Los personajes nuevos también tienen mucha onda y no estaría mal volver a verlos, especialmente a la villana Na-Zultra.
Este último episodio es el único en el que se lo nota a Mézieres un poquito por debajo de su mejor nivel. El dibujo arranca muy arriba, con Mézieres realmente prendido fuego, tirando magia en las expresiones faciales, en la plasticidad de los cuerpos, y obviamente en la creación de paisajes, naves y seres inimaginables. El primer tramo del integral, que transcurre mayoritariamente en la Tierra del presente, nos lo muestra también muy afilado para documentarse y mostrarnos lugares perfectamente reconocibles de nuestro planeta. En el segundo tramo, Mézieres deja la vida en las escenas de combates multitudinarios de miles contra miles. Y en el tercero, parece gastar todos los cartuchos en dos o tres escenas muy grossas y al resto prestarle menos atención. Esto se nota especialmente en los primeros planos, que a menudo parecen apresurados, descuidados, dibujados “como para zafar”. Convengamos en que Mézieres, al 70% de lo que puede dar, también es una bestia implacable. Pero uno es un rompebolas que lo quiere todo el tiempo al 100%.
Y me faltarían dos de estos masacotes de 190 páginas para completar todo Valérian. Deben valer un huevo y la cáscara del otro, pero me gusta la edición, las traducciones son muy buenas y son la forma más práctica de capturar los seis álbumes que no tengo y jamás leí de esta serie que tanto hizo por expandir los límites de la ciencia-ficción.
La primera aventura de este tomo es Sur les Frontiéres, de 1988, que originalmente se publicó serializada y en blanco y negro en el diario France Soir. Este es el peor guión que escribió Christin para la saga de Valérian y probablemente en toda su carrera. El guionista presenta a varios personajes nuevos, empieza a armar un conflicto grosso, hace crecer la tensión, mata a uno de los personajes y revela al otro como un villano zarpado con un plan ambicioso y fatal, pone a los héroes en acción para intentar frenarlo, cuando la cosa ya está al borde de la hecatombe llega el enfrentamiento entre el villano, Valérian y Laureline… y ahí se desinfla totalmente la historia. De las 62 páginas, 55 son un build-up hacia una lucha que promete ser definitiva. Sin embargo, en la página 56, todo el espesor dramático, todo el conflicto se desvanece de un modo que torna totalmente irrelevantes a todas las peripecias, peligros, marchas y contramarchas que dieron buenos y malos a lo largo de casi toda la aventura. Un bajón al que sólo levantan esos toques de caracterización magistrales que Christin le mete todo el tiempo a Valérian y Laureline y que los hace tan reales y tan queribles.
Vamos con Les Armes Vivants, aparecida directamente en álbum en 1990. Acá los autores vuelven al formato de 54 páginas y el guión levanta un poco. De nuevo, Christin repite el truco de presentar a varios personajes nuevos y repartir mucho el protagonismo entre ellos y los héroes “titulares” de la serie. Y le sale bien. Son personajes atractivos, que rápidamente generan una muy buena química entre sí y con Valérian y Laureline. Al final, resulta no haber “malos”: los buenos quedan atrapados en medio de un conflicto bélico ancestral que amenaza con no resolverse jamás, y el guionista lo usa para bajar línea acerca de la carrera armamentista y lo poco creíbles que suenan los discursos de los líderes de las grandes potencias cuando hablan de ponerle fin a las guerras. El final es bastante poco verosímil, como si Christin hiciera “una de más” en su afán de que estos nuevos personajes terminen bien y le queden a mano por si los necesita para más adelante; pero bueno, al lado del final de Sur les Frontiéres, este es brillante.
Cuatro años después de Les Armes… aparece Les Cercles du Pouvoir, lejos el mejor de los tres álbumes que integran este integral (cuac!). Esta es una aventura en todo su esplendor, repleta de persecuciones, peleas, espionaje, investigación al estilo del hard boiled, traiciones, escenas de comedia sumamente efectivas y revelaciones shockeantes. Acá reaparecen varios personajes del álbum Les Spectres d´Inverloch (reseñado el 28/01/13) y está todo ambientado en el hiper-corrupto planeta Rubanis. Christin se prodiga (y se divierte) en la descripción de esta extraña sociedad (con más de un guiño a la nuestra) y logra que todos los detalles que nos resultan atractivos en esa descripción, tengan peso a la hora de la acción, de la resolución de la trama. El final tiene una resonancia rara con el de The Wizard of Oz y está muy bien. Los personajes nuevos también tienen mucha onda y no estaría mal volver a verlos, especialmente a la villana Na-Zultra.
Este último episodio es el único en el que se lo nota a Mézieres un poquito por debajo de su mejor nivel. El dibujo arranca muy arriba, con Mézieres realmente prendido fuego, tirando magia en las expresiones faciales, en la plasticidad de los cuerpos, y obviamente en la creación de paisajes, naves y seres inimaginables. El primer tramo del integral, que transcurre mayoritariamente en la Tierra del presente, nos lo muestra también muy afilado para documentarse y mostrarnos lugares perfectamente reconocibles de nuestro planeta. En el segundo tramo, Mézieres deja la vida en las escenas de combates multitudinarios de miles contra miles. Y en el tercero, parece gastar todos los cartuchos en dos o tres escenas muy grossas y al resto prestarle menos atención. Esto se nota especialmente en los primeros planos, que a menudo parecen apresurados, descuidados, dibujados “como para zafar”. Convengamos en que Mézieres, al 70% de lo que puede dar, también es una bestia implacable. Pero uno es un rompebolas que lo quiere todo el tiempo al 100%.
Y me faltarían dos de estos masacotes de 190 páginas para completar todo Valérian. Deben valer un huevo y la cáscara del otro, pero me gusta la edición, las traducciones son muy buenas y son la forma más práctica de capturar los seis álbumes que no tengo y jamás leí de esta serie que tanto hizo por expandir los límites de la ciencia-ficción.
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jueves, 27 de junio de 2013
27/ 06: LENA Y LAS TRES MUJERES
Hace ya varios años, cuando terminé de leer El Largo Viaje de Lena, de los maestros Pierre Christin y André Juillard, no me imaginé ni por puta que acababa de terminar el primer tomo de una serie. Era una historia redondísima, bella y cautivante por donde se la mirase, con muchos de los elementos que Christin ya había empleado en Las Falanges del Orden Negro y Partida de Caza, dos de sus grandes álbumes autoconclusivos junto al inmenso Enki Bilal. Imaginate mi sorpresa cuando encuentro en la comiquería de mi barrio un segundo tomo de Lena, firmado por los grossos en 2009. Adentro, de una. Y a ver qué pasa cuando un excelente tomo unitario pega el salto y se convierte en serie.
Lo que más me llamó la atención es cómo se esfuerza Christin por sostener el verosímil. El primer tomo terminó con un final muy feliz para Lena y de pronto necesitamos que se vuelva a sumergir en la fosa séptica del espionaje internacional, para infiltrarse en una peligrosa célula islámica. ¿Cómo la convencemos? En un comic yanki, aparecería un personaje hiper-carismático experto en psicopateadas, tipo Amanda Waller, Nick Fury o Paul Crocker y con un par de one-liners la tiene envuelta para regalo preguntando qué modelo de coche-bomba tiene que manejar. Acá la cosa es más realista y así es como la historia tarda 10 largas páginas en encauzarse hacia una nueva aventura al límite de esta super-agente que comparte sólo la profesión con la Black Widow de Marvel (a la que casualmente vamos a visitar mañana). A Lena no le causa mucha gracia andar calzada, no le gusta correr ni revolear patadas, ni mucho menos usar ropa ajustada que resalte sus atributos físicos. Porque, claro, es un personaje de comic francés.
Quizás porque trabaja con un dibujante decidamente frío como Juillard, Christin hace esfuerzos extremos por desenfatizar la tensión que crea con su propio guión. Desde que Lena llega a París, el clima de la obra se hace cada vez más denso, más exasperante, al punto que sentís el tic-tac de una bomba que está por explotar. Y sin embargo, guión y dibujo se confabulan para disimular esa urgencia, para que la historia conserve ese ritmo parsimonioso, como si no se estuviera por ir todo a la mierda. Los autores no apelan a ninguno de los típicos recursos para crear tensión: no hay dibujos repetidos, no hay acercamientos de cámara, no aparecen de golpe las grillas de 700.000 cuadritos para comprimir el tempo narrativo, ni la ametralladora de frases cortitas en los bloques de texto... El argumento, el propio devenir de los acontecimientos, es el único que se hace cargo de que estamos sobre una cornisa muy, muy finita.
Por supuesto, cuando llega la acción, es casi imperceptible. A Juillard ni se le ocurre plantear una página con poquitos cuadros para darle más envergadura a la única escena realmente impactante del libro y el final definitivo de “los malos” llega en un flashback de una sóla viñeta, en la última página. ¿Se dieron cuenta tarde de que la historia se terminaba en la página 54, o es todo un ejercicio de estilo, para diferenciarse aún más de las típicas historietas de espías? No me juego por ninguna de las dos respuestas.
Sí voy al frente como un tailibán duro de merca para afirmar con toda la contundencia que haga falta que el guión es MUY bueno, MUY atrapante, con un nivel de investigación y de observación por parte de Christin realmente impresionante y con un subtexto que trasciende ampliamente a los cheap thrills del género y que tiene que ver con el choque de culturas entre Europa y Medio Oriente. El creador de Valérian exprime a full ese contrapunto, con maravillosos resultados. Y el dibujo de Juillard... bueno, si no te molesta el virtuosismo pecho frío, hay que sacarse el sombrero. En las expresiones faciales, Juillard es limitado: sólo maneja las más leves, las más sutiles, un repertorio de mohínes casi imperceptibles, más allá de la gravedad de la situación. En todo lo demás, es devastador: paisajes, decorados, vehículos, armas, vestimenta, lenguaje corporal... todo es demasiado perfecto para ser real, y por si faltara algo, el propio Juillard lo realza con un color hermoso, tan propio del maestro como su grafismo. El dibujante de Pluma al Viento se mata como nadie en cada viñeta, y encima pocas páginas bajan de las 7 u 8 viñetas. Es frío, es distante, casi no usa primeros planos, no le gusta dibujar acción, pero es un monstruo, no hay con qué darle...
Si nunca leíste El Largo Viaje de Lena, te lo recontra-recomiendo, porque es una maravilla. Y una vez que leas eso, va a ser casi imposible que te resistas a esta secuela, porque seguro te vas a hacer fan de esta atípica y logradísima creación de Christin y Juillard, dos nombres a esta altura fundamentales en la historia del comic francés. Cuando salga el tercer tomo, cuentan conmigo.
Lo que más me llamó la atención es cómo se esfuerza Christin por sostener el verosímil. El primer tomo terminó con un final muy feliz para Lena y de pronto necesitamos que se vuelva a sumergir en la fosa séptica del espionaje internacional, para infiltrarse en una peligrosa célula islámica. ¿Cómo la convencemos? En un comic yanki, aparecería un personaje hiper-carismático experto en psicopateadas, tipo Amanda Waller, Nick Fury o Paul Crocker y con un par de one-liners la tiene envuelta para regalo preguntando qué modelo de coche-bomba tiene que manejar. Acá la cosa es más realista y así es como la historia tarda 10 largas páginas en encauzarse hacia una nueva aventura al límite de esta super-agente que comparte sólo la profesión con la Black Widow de Marvel (a la que casualmente vamos a visitar mañana). A Lena no le causa mucha gracia andar calzada, no le gusta correr ni revolear patadas, ni mucho menos usar ropa ajustada que resalte sus atributos físicos. Porque, claro, es un personaje de comic francés.
Quizás porque trabaja con un dibujante decidamente frío como Juillard, Christin hace esfuerzos extremos por desenfatizar la tensión que crea con su propio guión. Desde que Lena llega a París, el clima de la obra se hace cada vez más denso, más exasperante, al punto que sentís el tic-tac de una bomba que está por explotar. Y sin embargo, guión y dibujo se confabulan para disimular esa urgencia, para que la historia conserve ese ritmo parsimonioso, como si no se estuviera por ir todo a la mierda. Los autores no apelan a ninguno de los típicos recursos para crear tensión: no hay dibujos repetidos, no hay acercamientos de cámara, no aparecen de golpe las grillas de 700.000 cuadritos para comprimir el tempo narrativo, ni la ametralladora de frases cortitas en los bloques de texto... El argumento, el propio devenir de los acontecimientos, es el único que se hace cargo de que estamos sobre una cornisa muy, muy finita.
Por supuesto, cuando llega la acción, es casi imperceptible. A Juillard ni se le ocurre plantear una página con poquitos cuadros para darle más envergadura a la única escena realmente impactante del libro y el final definitivo de “los malos” llega en un flashback de una sóla viñeta, en la última página. ¿Se dieron cuenta tarde de que la historia se terminaba en la página 54, o es todo un ejercicio de estilo, para diferenciarse aún más de las típicas historietas de espías? No me juego por ninguna de las dos respuestas.
Sí voy al frente como un tailibán duro de merca para afirmar con toda la contundencia que haga falta que el guión es MUY bueno, MUY atrapante, con un nivel de investigación y de observación por parte de Christin realmente impresionante y con un subtexto que trasciende ampliamente a los cheap thrills del género y que tiene que ver con el choque de culturas entre Europa y Medio Oriente. El creador de Valérian exprime a full ese contrapunto, con maravillosos resultados. Y el dibujo de Juillard... bueno, si no te molesta el virtuosismo pecho frío, hay que sacarse el sombrero. En las expresiones faciales, Juillard es limitado: sólo maneja las más leves, las más sutiles, un repertorio de mohínes casi imperceptibles, más allá de la gravedad de la situación. En todo lo demás, es devastador: paisajes, decorados, vehículos, armas, vestimenta, lenguaje corporal... todo es demasiado perfecto para ser real, y por si faltara algo, el propio Juillard lo realza con un color hermoso, tan propio del maestro como su grafismo. El dibujante de Pluma al Viento se mata como nadie en cada viñeta, y encima pocas páginas bajan de las 7 u 8 viñetas. Es frío, es distante, casi no usa primeros planos, no le gusta dibujar acción, pero es un monstruo, no hay con qué darle...
Si nunca leíste El Largo Viaje de Lena, te lo recontra-recomiendo, porque es una maravilla. Y una vez que leas eso, va a ser casi imposible que te resistas a esta secuela, porque seguro te vas a hacer fan de esta atípica y logradísima creación de Christin y Juillard, dos nombres a esta altura fundamentales en la historia del comic francés. Cuando salga el tercer tomo, cuentan conmigo.
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lunes, 28 de enero de 2013
28/ 01: VALERIAN: LES SPECTRES D'INVERLOCH
De a poquito, me sigo armando esta maravillosa colección de álbumes de Pierre Christin y Jean-Claude Mézieres. Este es el undécimo tomo, o sea, el que va justo después de Brooklyn Station Terminus Cosmos (reseñado un lejano 06/04/10) y es el más raro de todos los que leí hasta ahora.
En Les Spectres..., Christin se toma 46 páginas para contarnos cómo un grupo de personajes se reúnen en un ancestral castillo escocés. Cómo llega cada uno, de dónde viene, qué hacen los que llegan temprano mientras esperan a los que llegan tarde... En la anteúltima página aparece el personaje más grosso, el que le va a comunicar a los demás para qué los conocó, cuál es la misión, qué conflicto deberán desactivar. Pero esa conversación no está en este tomo, sino en el siguiente! O sea que al final de Les Spectres... ni siquiera tenemos muy claro para qué viajaron hasta Inverloch los protagonistas del tomo. Para decirlo de modo diáfano, este tomo es un prólogo largo al que viene después, Les Foudres d´Hypsis, en el que parece que pasan cosas muy jodidas.
A lo largo de estas 46 páginas hay mínimas pistas de cómo se puede llegar a armar ese conflicto del que sólo sabemos que va a ser heavy. En las páginas protagonizadas por Lord Seal, los espías yankis tiran alguna punta que –uno supone- se explorará en el próximo tomo, y en la breve secuencia protagonizada por el capo máximo de Galaxity aparecen algunas profecías, algunas referencias veladas al tole-tole que se viene en Les Foudres... El resto, nada que ver. Valerian captura a un bicho alienígena muy raro, que habla y morfa sin parar, Laureline cabalga por las colinas de Escocia, Monsieur Albert (que debuta en el noveno álbum de la serie y desde entonces se queda hasta el final entre los protagonistas) viaja en tren compartiendo té y bombones con unas distinguidas señoras inglesas y los tres Shingouz, avechuchescos traficantes de información al servicio de la Tierra, llegan desde el planeta Rubanis tras sonsacarle al Coronel Tloc algunos datos relevantes acerca de Hypsis, el planeta que –parece- se enfrentará a los agentes espacio-temporales en el próximo episodio.
Y ya está. El resto son diálogos muy ingeniosos que Christin aprovecha para darle onda a todos estos personajes, una sucesión de secuencias pachorras en las que no hay peleas, ni persecuciones, ni explosiones, más allá de unos robots que atraviesan un vidrio por equivocación. ¿Qué es esto? Una canchereada de Christin. Está al frente una serie exitosa, sabe que tiene la continuidad garantizada a largo plazo, sabe que los fans igual le van a comprar el álbum aunque no pase un carajo y así es como en 1983 empieza a serializar en las páginas de Pilote una extensa epopeya, sin la menor intención de cerrar nada en la página 46. ¿El álbum trae 46 páginas? Problema suyo. La saga tiene 92 (creo). Y por lo visto, todo lo grosso pasa en las segundas 46. No se puede opinar casi nada acerca de Les Spectres... sin leer Les Foudres... porque está bastante claro que se trata de un díptico, de una única historia dividida en dos álbumes por el capricho de una editorial (Dargaud) que no quería esperar hasta el final de la saga para tener un nuevo libro de Valerian en las bateas.
El trabajo de Mézieres, sublime. Aprovecha las páginas con pocas viñetas para lucirse, se fuma con la solvencia de siempre las páginas de 9 ó 10 viñetas, mete un homenaje a su amigo Moebius y otro al maestro Enki Bilal (co-equiper de Christin en muchas sagas gloriosas) y demuestra una vez más que no hace falta dibujar y colorear como Juan Giménez para ser un capo absoluto en la historieta de ciencia-ficción. Con un estilo anti-académico, decididamente semi-funny, con cero realismo, con un gran manejo del pincel y la mancha negra y un trabajo de color eficiente pero para nada pretensioso, también se puede meter al lector en la trama y hacerle sentir la fascinación que sienten los personajes.
Y sí, esta es una serie claramente enrolada en la ciencia-ficción, pero también en el misterio, porque en estas 46 páginas sólo podemos conjeturar y tratar de adivinar ya no cómo se resolverán los conflictos, sino cómo carajo se definirán. Un salto al vacío de la gigantesca dupla integrada por Christin y Mézieres, como para demostrar que en las aventuras de Valerian puede pasar cualquier cosa, incluso un tomo entero sin aventuras.
En Les Spectres..., Christin se toma 46 páginas para contarnos cómo un grupo de personajes se reúnen en un ancestral castillo escocés. Cómo llega cada uno, de dónde viene, qué hacen los que llegan temprano mientras esperan a los que llegan tarde... En la anteúltima página aparece el personaje más grosso, el que le va a comunicar a los demás para qué los conocó, cuál es la misión, qué conflicto deberán desactivar. Pero esa conversación no está en este tomo, sino en el siguiente! O sea que al final de Les Spectres... ni siquiera tenemos muy claro para qué viajaron hasta Inverloch los protagonistas del tomo. Para decirlo de modo diáfano, este tomo es un prólogo largo al que viene después, Les Foudres d´Hypsis, en el que parece que pasan cosas muy jodidas.
A lo largo de estas 46 páginas hay mínimas pistas de cómo se puede llegar a armar ese conflicto del que sólo sabemos que va a ser heavy. En las páginas protagonizadas por Lord Seal, los espías yankis tiran alguna punta que –uno supone- se explorará en el próximo tomo, y en la breve secuencia protagonizada por el capo máximo de Galaxity aparecen algunas profecías, algunas referencias veladas al tole-tole que se viene en Les Foudres... El resto, nada que ver. Valerian captura a un bicho alienígena muy raro, que habla y morfa sin parar, Laureline cabalga por las colinas de Escocia, Monsieur Albert (que debuta en el noveno álbum de la serie y desde entonces se queda hasta el final entre los protagonistas) viaja en tren compartiendo té y bombones con unas distinguidas señoras inglesas y los tres Shingouz, avechuchescos traficantes de información al servicio de la Tierra, llegan desde el planeta Rubanis tras sonsacarle al Coronel Tloc algunos datos relevantes acerca de Hypsis, el planeta que –parece- se enfrentará a los agentes espacio-temporales en el próximo episodio.
Y ya está. El resto son diálogos muy ingeniosos que Christin aprovecha para darle onda a todos estos personajes, una sucesión de secuencias pachorras en las que no hay peleas, ni persecuciones, ni explosiones, más allá de unos robots que atraviesan un vidrio por equivocación. ¿Qué es esto? Una canchereada de Christin. Está al frente una serie exitosa, sabe que tiene la continuidad garantizada a largo plazo, sabe que los fans igual le van a comprar el álbum aunque no pase un carajo y así es como en 1983 empieza a serializar en las páginas de Pilote una extensa epopeya, sin la menor intención de cerrar nada en la página 46. ¿El álbum trae 46 páginas? Problema suyo. La saga tiene 92 (creo). Y por lo visto, todo lo grosso pasa en las segundas 46. No se puede opinar casi nada acerca de Les Spectres... sin leer Les Foudres... porque está bastante claro que se trata de un díptico, de una única historia dividida en dos álbumes por el capricho de una editorial (Dargaud) que no quería esperar hasta el final de la saga para tener un nuevo libro de Valerian en las bateas.
El trabajo de Mézieres, sublime. Aprovecha las páginas con pocas viñetas para lucirse, se fuma con la solvencia de siempre las páginas de 9 ó 10 viñetas, mete un homenaje a su amigo Moebius y otro al maestro Enki Bilal (co-equiper de Christin en muchas sagas gloriosas) y demuestra una vez más que no hace falta dibujar y colorear como Juan Giménez para ser un capo absoluto en la historieta de ciencia-ficción. Con un estilo anti-académico, decididamente semi-funny, con cero realismo, con un gran manejo del pincel y la mancha negra y un trabajo de color eficiente pero para nada pretensioso, también se puede meter al lector en la trama y hacerle sentir la fascinación que sienten los personajes.
Y sí, esta es una serie claramente enrolada en la ciencia-ficción, pero también en el misterio, porque en estas 46 páginas sólo podemos conjeturar y tratar de adivinar ya no cómo se resolverán los conflictos, sino cómo carajo se definirán. Un salto al vacío de la gigantesca dupla integrada por Christin y Mézieres, como para demostrar que en las aventuras de Valerian puede pasar cualquier cosa, incluso un tomo entero sin aventuras.
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domingo, 30 de enero de 2011
30/ 01: LA CIUDAD QUE NUNCA EXISTIO
En general, cuando hablamos de Pierre Christin nos colgamos mucho de su hitazo, de su serie más importante, que es obviamente Valérian. Y cuando hablamos de Enki Bilal, caemos irremediablemente en la Trilogía Nikopol, o en esa cosa medio rara a la que se abocó en los últimos 10 ó 12 años. En el medio, medio perdidas entre el impacto de estos trabajos más visibles, quedan las obras que Christin y Bilal realizaron juntos en la revista Pilote entre 1975 y 1982. Con el título genérico (y no muy inspirado) de “Leyendas de Hoy”, estos dos próceres de la historieta francesa aunaron esfuerzos para cinco álbumes de temática básicamente socio-política en las que a veces se suma un elemento fantástico y en las que suele aparecer un tipo misterioso, sin nombre, del que no sabemos nada y que juega siempre un rol secundario.
De las cinco historias, hay tres perfectas: Partida de Caza, Las Falanges del Orden Negro y la que hoy nos ocupa. La Ciudad que Nunca Existió es, como aquel tomo de Groo que vimos el año pasado, un comic acerca del capitalismo salvaje y sus siniestras consecuencias en la sociedad. O en realidad arranca por ahí, para después desembocar en un dilema ético que hace temblar las convicciones de la militancia de izquierda: ¿Qué pasa si un día el capitalismo se vuelve humano y nos regala la utopía con la que siempre soñamos? Pero gratis de verdad, eh? Sin letra chiquita, sin revolución, sin derramamiento de sangre, sin nada. Equidad y justicia social, de la noche a la mañana y porque sí.
Este dilema divide a las bases de Jadencourt, un pueblo de obreros de clase baja que depende absoluta y excesivamente de un patrón. De pronto, el patrón muere y su heredera decide convertir al pueblo en la comunidad en la que los laburantes siempre quisieron vivir. Buenos salarios, educación, seguridad, salud, vivienda y dignidad para todos. ¿Dignidad? ¿Estás seguro? Georges cree que no, que si todo viene de arriba, que si la utopía te la regala la patronal, la dignidad no forma parte del combo. Su mujer, Marcelle, cree que la utopía vale la pena ser vivida, venga de quien venga. El resto parece seguir los pasos de Marcelle, hasta el final, en el que… no te puedo contar lo que pasa.
Christin se cansa de tirar argumentos que apoyan tanto a una postura como a la otra. No se queda en la bajada de línea, te invita a reflexionar sobre lo que está pasando y para eso te provee todos los datos que necesitás para evaluar razonablemente la situación. La mejor parte de la novela es la primera, la que describe los padeceres de estos humildes laburantes y la inclemencia de una patronal que se limpia el culo con ellos. El segundo tramo, convulsionado por el brutal cambio en el status quo, nos muestra a los garcas en pie de guerra, listos para activar el plan B al que siempre recurren: el sálvese quien pueda. Esta es la parte casi cómica del libro. Y el final, centrado en cómo Madelaine lleva adelante su plan, baja mucho el volúmen del conflicto, sin por eso perder ritmo ni atractivo ni tensión.
El dibujo de Bilal está lejos de su estilo actual. Trabaja con muchos más cuadros por página y con la influencia mucho más presente de Moebius. Pero definitivamente cumple con creces con lo que le pide Christin: los personajes son humanos, creíbles y reconocibles. Los paisajes son impresionantes, los climas conmueven ya sea cuando quieren transmitir el bajón de los oprimidos como cuando intentan maravillarnos con la explosión de esperanza que genera la movida de Madelaine. Ese contraste entre la gris mediocridad, entre las almas cansadas y descreídas, y el fastuoso esplendor de la nueva metrópolis es central para la trama y Bilal lo retrata a la perfección. Sin acción, ni piñas, ni sexo, ni nada, el ex-yugoslavo se banca mansito más de 50 páginas de gente que habla sin escatimar nada de su gran talento.
La Ciudad que Nunca Existió, existió. Fue uno de los tantos comics que en la segunda mitad de los ´70 cimentaron lo que hoy se conoce como Historieta para Adultos. Y además se puede leer y disfrutar perfectamente hoy, más de 30 años después, por la vigencia de los temas que toca y por el notable desempeño de dos indiscutibles que cuando trabajaban juntos ponían todo y más.
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jueves, 18 de noviembre de 2010
18/ 11: VALERIAN: LES HEROS DE L’EQUINOXE
Insisto en la gilada de leer en desorden (en realidad, en el orden en que consigo los tomos) la serie que redefinió por completo al comic de ciencia-ficción y a la ciencia-ficción en general. Esta vez me toca entrarle al octavo tomo (que en España se editó como Vol.7, porque Grijalbo le cambió el orden a los tomos de Dargaud), otra aventura prácticamente perfecta. En este álbum, Pierre Christin y Jean-Claude Mézieres se las ingenian para 1) contar una gran epopeya de sci-fi, 2) invitarnos a reflexionar acerca del envejecimiento de las sociedades contemporáneas y sus consecuencias, 3) darle muuuucha chapa a Valérian y 4) mofarse un poquito de los superhéroes norteamericanos.
La historia es sencilla, lineal, casi obvia, pero está llevada con mano maestra por dos narradores increíbles. De la mano de Meziéres, las locaciones de la misteriosa “isla de los niños” cobran vida. De la mano de Christin, estos tres “superhéroes” (clones bien maquillados de Thor, Iron Man y el Dr. Strange) se convierten en personajes muy bien trabajados, a pesar de los rasgos paródicos. Y cuando la aventura se fractura en cuatro para seguir por separado a Valérian y cada uno de sus tres rivales, estalla la magia, la puesta en página muta y vemos en esta historia muchas cosas que para 1978 nadie había intentado hacer en este medio. La alquimia entre los autores (para esta etapa, ya íntimos amigos) es incomparable, es una simbiosis perfecta.
Y lo más loco: en todo momento sabés que Valérian (a priori el más débil de los cuatro héroes) va a ganar la competencia y va a ser el encargado de fecundar a esa especie de diosa-madre-actriz porno para dar vida a una nueva generación de niños en el envejecido mundo de Simlane. Y sin embargo, no sabés cómo va a suceder eso. El desenlace sorprende, la tensión es heavy, la emoción se sostiene hasta el final. Sufrimos junto a Laureline ante la muy palpable posibilidad de que Valérian muera (como tantos) en el intento por alcanzar la meta, o de que llegue y todo resulte una trampa mortal. Y nos cagamos de risa al final, cuando los celos por imaginar a su novio en brazos de la diosa-madre-actriz porno le ganan a las ganas que tenía Laureline de reencontrarlo sano y salvo y en vez de los besos vienen los pases de factura.
Por el lado del guión, hay que destacar cómo Christin les da voces propias y bien diferenciadas a cada uno de los campeones cósmicos, y cómo integra –sin desvirtuar la trama- una dosis de violencia mucho mayor que la que solemos ver en los álbumes de Valérian. Acá hay mucha machaca, y es electrizante. Por el lado del dibujo, hay un tributo a Moebius (el mejor amigo de Mézieres) cuando el falso Dr. Strange monta un pájaro muy parecido al de Arzak. Y hay un laburo infernal, demoledor, en la arquitectura del planeta Simlane. Los palacios, templos y edificios que se ven acá desafían a los más hermosos que te puedas imaginar y les rompen el culo. Realmente cuesta creer la complejidad y la belleza que Mézieres logró plasmar en cada una de esas vistas panorámicas.
Cuando un comic es así, fundamental, cuando sienta las bases de tantos comics (y películas) que vendrán después, suele cosechar una cierta pátina de impunidad, como para poder tener uno o dos episodios chotos sin que los fans los puteen demasiado. Pero a Valérian no le hace falta. No hay forma de que nadie en su sano juicio putee después de leer estas maravillas con las que Christin y Mézieres nos deleitaron durante 40 años.
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martes, 6 de abril de 2010
06/ 04: VALERIAN: BROOKLYN STATION TERMINUS COSMOS
Otra del futuro, pero en la que viajan al presente, o sea, a nuestro pasado. Sí, ya sé, no se entiende nada… A ver: Valérian es del futuro, pero trabaja de agente espacio-temporal para una organización conocida como Galaxity. La misma detecta un problema de dimensiones cósmicas en 1980 y ahí lo mandan a Valérian. La fecha no es casual: esta historia se realizó en 1980 y se editó como álbum en el ´81. Por eso, para sus primeros lectores, esta era la historia en la que Valérian venía al presente y para los que la leemos 30 años tarde, no.
También es importante señalar que este es el décimo álbum de Valérian, o sea que agarramos a la saga no sólo ya empezada (lo cual poco importa, porque sin no leíste el tomo anterior, te lo resumen en la primera página), sino además completamente afianzada. Acá el maestro Pierre Christin ya había escrito todos esos guiones fundacionales, los que sentaban las bases científicas, geográficas y hasta ideológicas que le dan marco a la serie, y el grossísimo Jean-Claude Mézieres ya está tan canchero en lo suyo, tan curtido de dibujar naves y planetas fumados, que se banca dibujar con milimétrica precisión el París de 1980, que además le quedaba un poco más cerca que Alflolol o Hypsis.
Algún día escribiremos más a fondo (seguramente en la Comiqueando) acerca de cómo Valérian cambió la forma de pensar la ciencia-ficción, no sólo en la historieta, sino también en el cine. Sin esta serie no hubiésemos visto jamás escenas como la de la cantina de Mos Eisly en la primera Star Wars, sin ir más lejos. Pero ahora me tengo que concentrar en este tomo, donde termina la primera aventura de Valérian que se extiende a lo largo de más de un álbum (luego vendrán varias trilogías, como para devolverle el choreo al amigo George Lucas) y se sostiene a fuerza de un argumento más complejo que los habituales, donde la bajada de línea está, pero no con el protagonismo que le otorga Christin en los 5 ó 6 primeros álbumes.
Básicamente, algo muy grosso que está sucediendo en un remoto asteroide va a tener nefastas consecuencias para la Tierra en 1980, y ahí van los agentes a investigar. A Laureline le toca el asteroide y a Valérian la ciudad de París primero y Brooklyn después, a medida que las pistas lo llevan de un lado al otro del Atlántico. A esta altura ya hubo varios momentos hot entre ambos, y el hecho de estar separados y que Valérian tenga que arrastrarle el ala a una espía yanki para sacarle información, genera las chispas necesarias para que Christin meta certeros toques de comedia romántica. La acción esta vez es poca, porque la amenaza es tan grossa que resulta imposible contenerla con un rayito o un par de trompadas… aunque con un par de gambas y un par de pechos como los de Laureline, por ahí salvamos un empate. La otrora pacata Laureline (que proviene de la Europa medieval) se ve obligada a actuar como un yiro de cabarulo para salvar al universo y de paso, darle un poquito de eye candy a la muchachada.
Los otros personajes entran y salen de escena de modo armónico, organizado, sin confundir y sin dejar de hacer su aporte a la trama. El final deja a la mitad de los protagonistas con más preguntas que respuestas (sólo Valérian sabe lo que hizo Laureline) y le apuesta unas fichas al optimismo, al plantear que las mega-multinacionales cambiarán la cooperación por la depredación mutua.
Con personajes perfectamente desarrollados en una trama que combina aventura, ciencia-ficción, misterio, comedia, espionaje y un toquecito de erotismo, esto se acerca peligrosamente a la categoría de Historieta Perfecta. Pero bueno, es Valérian, una serie que durante más de 40 años mantuvo altísimos sus standards y los del comic de aventura en general. Falta mucho para que aparezca otra serie que se la banque allá arriba tanto tiempo…
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