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lunes, 9 de septiembre de 2024
CUENTA REGRESIVA
Ahora sí, hasta las bolas... Ya estoy en la cuenta regresiva rumbo a las vacaciones, con mil cosas para dejar resueltas antes de irme. El viernes a la tarde me voy a Montevideo, a participar el sábado 14 de Montevideo Comics. No tengo prevista ninguna actividad oficial, pero va a estar Paco Roca y lo quiero conocer. El domingo tipo 11 AM vuelvo a Buenos Aires, paso por casa un rato y a las 8 PM tengo el vuelo a New York, que es donde empiezan las vacaciones. Va a ser un finde intenso, y los días previos también están picantitos, así que nunca sé con certeza cuándo voy a volver a tener un rato para postear en el blog. Lo único seguro es que volvemos a la "normalidad" el 9 de Octubre.
Pero vamos al grano. Llegué al final de la saga A Nation Under Our Feet, que se extendió (innecesariamente) a lo largo de 12 números y tres TPBs de Black Panther, en lo que fuera el inicio de la etapa de Ta-Nehisi Coates al frente de un personaje que me encanta. Y no, no están bien resueltos los conflictos que planteo el guionista a lo largo del arco argumental. Los "buenos" liquidan todo muy rápido, se simplifica mucho y de golpe la compleja trama política que se había urdido en los tomos anteriores y encima el desarrollo es lento, protocolar, parsimonioso... Casi no hay acción en cuatro números de un comic de superhéroes, lo cual no está necesariamente mal, pero Coates la reemplaza con diálogos infinitos, que se hacen cada vez más aburridos.
Encima, pobre flaco, esta vez -para engordar el TPB- le meten como complemento 48 páginas levantadas de distintos números de New Avengers, aquella serie que escribía Jonathan Hickman y en la que Black Panther tenía un rol destacadísimo (por no decir que era el verdadero protagonista). Acá vemos con total claridad cómo Hickman (incluso con un dibujante mucho más pedorro que las bestias salvajes que acompañan a Coates) presenta un equilibrio mucho más logrado entre introspección, desarrollo de personajes, rosca política y machaca a todo o nada, con conflictos impactantes, villanos jodidos como enema de chimichurri, diálogos afilados y un in crescendo de emociones. Hasta detalles menores, como la integración con el resto del Universo Marvel, está mucho mejor logrado en el arco de New Avengers.
Y queda por destacar a los dibujantes que tuvo Coates en ese primer año al frente de Black Panther. En este tomito vuelve Brian Stelfreeze y la destruye toda, sobre todo en las páginas del nº12 que le toca dibujar. Hasta un dibujante de bueno para arriba, como es Chris Sprouse, queda sumamente opacado por Stelfreeze cuando sale decidido a pelar sin guardarse nada. Sprouse también tiene alguna que otra página notable, y ambos están potenciados por un excelente trabajo de la colorista Laura Martin. Obviamente cerrás el libro y te ponés a rezar para que Stelfreeze vuelva alguna vez a dibujar a T´Challa, en lo posible en una historia autoconclusiva (una novela gráfica, ponele) en la que pueda encargarse de TODAS las páginas, y en lo posible con guiones más atractivos. Y bueno, este relanzamiento de Black Panther resultó no ser para mí. Por suerte hay muchos más...
En 2017 y después de muchos años, el maestro Lorenzo Mattotti se volvió a juntar con el guionista Jerry Kramsky y lanzaron Guirlanda, una bestial novela gráfica de casi 400 páginas, que se editó en formato de lujo (en Francia) y valía fortunas. Felizmente, en 2023 se reeditó en formato nacional y popular, más chiquito y con papel choto, y la conseguí muy barata en una comiquería de Bélgica.
Guirlanda es algo así como "el manga de Mattotti". Tiene casi 400 páginas, es en blanco y negro, las páginas tienen pocas viñetas (nunca más de cuatro) y está todo narrado en función del dibujo y de la acción. Por momentos, parece que estás viendo una película (casi seguro de Hayao Miyazaki), porque el relato fluye a ese ritmo, muy apoyado en el movimiento de los personajes. Hay diálogos y no son superfluos ni excesivamente simples, pero no es ahí donde se sostiene la alucinante experiencia de leer Guirlanda.
Todo transcurre en una tierra imaginaria, poblada por criaturas fantásticas, mezcla de los Schtroumpfs y los Moomin, una cultura pacífica, integrada a la naturaleza de su hábitat y regida por un shaman copado llamado Zacharie. Pero a lo largo de casi toda la historia los protagonistas son Hippolyte (el hijo de Zacharie) y su esposa, gente buena, sencilla, unida por fuertes vínculos de amor y solidaridad. Con el nacimiento de Albine, la hijita de la pareja, la cosa se va a empezar a complicar y Guirlande se va a conventir en una aventura con visos épicos, en los que habrá persecuciones, escapes imposibles, muertes, resurrecciones, revoluciones, linchamientos, combates y personajes que pelan poderes imposibles. Una aventura con un pulso intenso, con unos niveles de fantasía altísimos (y que no paran de crecer), que le habría encantado firmar a la dupla de Alejandro Jodorowsky y Moebius. El relato arranca un poquito lento, con muchas páginas dedicadas a la contemplación de este universo alucinado, pero ya para la página 60, Kramsky y Mattotti ponen segunda y los personajes se empiezan a enroscar en un frenesí de peripecias que te atrapa hasta la última página, mientras el genio milanés puebla al mundo de Hippolyte y su familia con toda clase de criaturas imposibles, una más zarpada que la otra.
En cuanto al dibujo de Mattotti... ¿qué decir, no? Allá por el 16/05/11 yo me deshacía en babas y elogios en la reseña de Stigmata, otra obra del ídolo en blanco y negro, pero de 1994. Bueno, en Guirlanda dibuja todavía mejor. El diseño de los personajes tiene algo de Max, y el trazo, mágico, fuera de control, demasiado hermoso para ser real, tiene bastante de Carlos Nine. Estamos ante un nivel de virtuosismo gráfico impensado, una generosidad y una belleza en cada dibujo, en cada composición, que te dejan sin aliento. Cuadros y cuadros para recortar, ampliar y colgar en cualquier museo (y dejar en ridículo a todo tipo de artistas, plásticos o gráficos, no importa). Los coqueteos de Mattotti con la animación le sirvieron para soltar todavía más la mano, pero además en Guirlanda entra en juego como nunca antes la imaginación, el delirio, la falta absoluta de reglas a la hora de crear personajes, escenarios, fauna, vegetación... Mattotti inventa todo desde cero y lo adorna con unas texturas imposibles, que deberían venir con el cartelito de advertencia de "Chicos, no intenten esto en sus casas". Y sí, el guion de Kramsky es entretenido, emotivo, cautivante, pero podría no estar y Guirlanda igual sería una obra maestra, simplemente por lo que dibuja Mattotti en estas páginas. Me parece que nadie la tradujo al castellano, pero ya va siendo hora... y si no, recomiendo aprender italiano o francés para poder acceder a esta maravilla del Noveno Arte.
Nada más, por hoy. Espero poder volver por acá antes de la pausa.
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domingo, 15 de enero de 2012
15/ 01: MURMUR
Así se llamó en su edición británica esta obra de Jerry Kramsky y Lorenzo Mattotti, que debutó en una revista italiana, La Dolce Vita, con el título La Zona Fatua. En castellano se publicó como Susurro, en la revista Cimoc. Y en Francia (donde salió por primera vez completa, en álbum, en 1989) le pusieron Murmure.
No tengo la menor idea de por qué Mattotti, que venía de romperla con un álbum en el que el guión le pertenecía (la fundamental Fuegos), optó por volver a trabajar con un guionista. Tampoco leí nunca guiones de Kramsky dibujados por alguien que no sea Mattotti, con lo cual no sé si este guionista podría adaptarse a otros dibujantes, o si se le ocurren las ideas pensando en cómo Mattotti las va a dibujar. Lo cierto es que acá se da esa extraña alquimia en la que hay que concentrarse mucho para aceptar que hay más de un autor. En Murmur metieron mano dos personas, pero no se nota en ningún momento. Todo el tiempo esto parece una creación integral, total, monolítica, de un sólo autor, obviamente muy limado.
El guión nos narra la historia de un tipo que deberá enfrentar a sus miedos para recuperar sus memorias y reconciliarse consigo mismo. Hay una mínima aventura, pero lo realmente interesante es el viaje interior de Murmur, el protagonista. Por supuesto, todo está repleto de simbolismos y metáforas, como aquellas pelis de Wim Wenders de los ´80, hoy bastante olvidadas. A lo largo de las 42 páginas nos encontramos con un montón de elementos demasiado fumados, imposibles de explicar desde lo racional. Pero –mirá qué loco- esto no es óbice para que la historia se entienda, para que el periplo de Murmur se concrete, para que lo que abre al principio cierre satisfactoriamente al final.
Alguna vez, Mattotti dijo sobre este trabajo “Kramsky y yo nos divertimos construyendo una estructura narrativa para después destruirla creando un efecto de vuelco. Cada vez que estábamos listos para la fabulación clásica, cambiábamos de rumbo. Era como luchar contra la estructura misma de la historieta”. Y coincido bastante: el personaje que parece el villano después no lo es, la que podría ser el interés romántico tampoco concreta nada, el encuentro entre Murmur y su madre es un amague que nos comemos todos, y así. Es una historia plagada de caprichos (esos peces con osamenta, esos dos duendecitos bizarros que se llaman Hans y Fritz, como los Katzenjammer Kids), que casi a pesar suyo se puede leer como un comic arriesgado, vanguardista, con mucho vuelo poético, pero coherente.
La cita de Mattotti nos permite inferir que San Lorenzo metió bastante mano en el guión. Lo imposible sería pensar lo inverso, que Kramsky mojara en el dibujo. A nivel visual, esto es 100% Mattotti, es el genio de Udine (y miembro del inolvidable Grupo Valvoline) en todo su esplendor, con todas las pilas. Llega incluso a dibujar páginas de seis viñetas, cosa que no le hemos visto prácticamente nunca en las obras que él mismo escribe. Por supuesto, mucho más que sus logros en materia de narrativa, lo que impacta es su manejo del color, de las formas y las texturas. Mattotti –ya se dijo mil veces- es el artista plástico que mejor entendió a la historieta. Cada una de sus viñetas es un cuadro que bien podría enmarcarse y exhibirse en cualquier galería de arte. Hasta la viñeta más intrascendente nos regala una composición impecable, una paleta hipnótica, unas formas casi oníricas, un placer para los ojos que va infinitamente más allá de lo buena que pueda estar la historia.
Un dato más: Murmur estuvo nominada para el premio a la Mejor Historieta Extranjera en Angouleme, pero perdió contra V for Vendetta. Y cuenta la leyenda que el comentario de Alan Moore fue “están todos en pedo, le tendrían que haber dado el premio a Kramsky y Mattotti”. Vos sabrás si creerle al Mago de Northampton... Yo sigo firme acá, en mi reivindicación (a veces solitaria) de Lorenzo Mattotti, el poeta del color, uno de los gigantes surgidos del período más fértil que tuvo el comic para adultos en Italia.
No tengo la menor idea de por qué Mattotti, que venía de romperla con un álbum en el que el guión le pertenecía (la fundamental Fuegos), optó por volver a trabajar con un guionista. Tampoco leí nunca guiones de Kramsky dibujados por alguien que no sea Mattotti, con lo cual no sé si este guionista podría adaptarse a otros dibujantes, o si se le ocurren las ideas pensando en cómo Mattotti las va a dibujar. Lo cierto es que acá se da esa extraña alquimia en la que hay que concentrarse mucho para aceptar que hay más de un autor. En Murmur metieron mano dos personas, pero no se nota en ningún momento. Todo el tiempo esto parece una creación integral, total, monolítica, de un sólo autor, obviamente muy limado.
El guión nos narra la historia de un tipo que deberá enfrentar a sus miedos para recuperar sus memorias y reconciliarse consigo mismo. Hay una mínima aventura, pero lo realmente interesante es el viaje interior de Murmur, el protagonista. Por supuesto, todo está repleto de simbolismos y metáforas, como aquellas pelis de Wim Wenders de los ´80, hoy bastante olvidadas. A lo largo de las 42 páginas nos encontramos con un montón de elementos demasiado fumados, imposibles de explicar desde lo racional. Pero –mirá qué loco- esto no es óbice para que la historia se entienda, para que el periplo de Murmur se concrete, para que lo que abre al principio cierre satisfactoriamente al final.
Alguna vez, Mattotti dijo sobre este trabajo “Kramsky y yo nos divertimos construyendo una estructura narrativa para después destruirla creando un efecto de vuelco. Cada vez que estábamos listos para la fabulación clásica, cambiábamos de rumbo. Era como luchar contra la estructura misma de la historieta”. Y coincido bastante: el personaje que parece el villano después no lo es, la que podría ser el interés romántico tampoco concreta nada, el encuentro entre Murmur y su madre es un amague que nos comemos todos, y así. Es una historia plagada de caprichos (esos peces con osamenta, esos dos duendecitos bizarros que se llaman Hans y Fritz, como los Katzenjammer Kids), que casi a pesar suyo se puede leer como un comic arriesgado, vanguardista, con mucho vuelo poético, pero coherente.
La cita de Mattotti nos permite inferir que San Lorenzo metió bastante mano en el guión. Lo imposible sería pensar lo inverso, que Kramsky mojara en el dibujo. A nivel visual, esto es 100% Mattotti, es el genio de Udine (y miembro del inolvidable Grupo Valvoline) en todo su esplendor, con todas las pilas. Llega incluso a dibujar páginas de seis viñetas, cosa que no le hemos visto prácticamente nunca en las obras que él mismo escribe. Por supuesto, mucho más que sus logros en materia de narrativa, lo que impacta es su manejo del color, de las formas y las texturas. Mattotti –ya se dijo mil veces- es el artista plástico que mejor entendió a la historieta. Cada una de sus viñetas es un cuadro que bien podría enmarcarse y exhibirse en cualquier galería de arte. Hasta la viñeta más intrascendente nos regala una composición impecable, una paleta hipnótica, unas formas casi oníricas, un placer para los ojos que va infinitamente más allá de lo buena que pueda estar la historia.
Un dato más: Murmur estuvo nominada para el premio a la Mejor Historieta Extranjera en Angouleme, pero perdió contra V for Vendetta. Y cuenta la leyenda que el comentario de Alan Moore fue “están todos en pedo, le tendrían que haber dado el premio a Kramsky y Mattotti”. Vos sabrás si creerle al Mago de Northampton... Yo sigo firme acá, en mi reivindicación (a veces solitaria) de Lorenzo Mattotti, el poeta del color, uno de los gigantes surgidos del período más fértil que tuvo el comic para adultos en Italia.
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