el blog de reseñas de Andrés Accorsi
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domingo, 5 de julio de 2020

ABURRIDOMINGO

Otro domingo eterno, sin futbol, sin nada mínimamente interesante para entretenerse que no sea leer comics. Aprovecho para ponerme al día con las reseñas (escritas así nomás, sin demasiado entusiasmo) de un par de libritos que tengo leídos.
Ya vot por el Vol.17 del coleccionable de Nippur y estoy en una meseta que se estira hasta el infinito, como la cuareterna. Otra vez un montón de episodios autoconclusivos en los que la saga del personaje no avanza hacia ningún lado, con Robin Wood clavando unos bloques de texto hermosos en aventuras muy cercanas a la Nada Misma, siempre con Sergio Mulko a cargo de las historietas en blanco y negro, y Ricardo Villagrán a cargo de las historietas a todo color.
Entre los seis episodios de este tomo, encontré un sólo guion brillante, con un planteo y un desarrollo realmente gancheros, con sorpresa (de hecho Robin tira el as de espadas en la última frase del último bloque de texto), con un cierto vuelo, con una ironía fina, resuelta con mucha clase. El resto, más de lo mismo. Hay una que es básicamente un paso de comedia, un relato que se podría haber publicado en la serie Mi Novia y Yo, cuyo efecto humorístico se disuelve cuando Wood y Mulko se proponen contarla en diez páginas en vez de... cuatro. Y después está “El Gran Torneo”, una historia muy bien dibujada por Villagrán, que arranca muy arriba, sigue muy arriba y al final termina por defraudar, porque el argumento resulta ser apenas una excusa para contarnos por enésima vez lo grosso que es Nippur, y lo imposible que es vencerlo en combate, sea contra quien sea, y aunque vengan de a cuatro. Las otras tres historias no tienen mérito ni para justificar una mención, más allá de mi constante admiración por la elegancia y la jerarquía que le pone Villagrán a la faz gráfica. Te querés matar cuando lo vez dibujar esas páginas con 12 viñetas microscópicas, pero cada tanto te clava una de esas splash-pages realmente fastuosas, como para ponerles un marquito y exhibirlas en cualquier museo como las altas obras de arte que son.
Sigo adelante, a ver si la cosa en algún momento cambia y si Wood encuentra la forma de volver a engancharme con una serie que –como ya dije alguna vez- tenía todo para ser gloriosa y en la práctica resulta entre predecible y embolante.
Salto a EEUU, año 2016, cuando Becky Cloonan, la gran dibujante italiana, se pone la pilcha de guionista para escribir nada menos que una nueva serie del inagotable Punisher, un personaje que acumula números 1 como Brasil acumula enfermos de coronavirus. En este primer TPB, Cloonan se toma seis episodios para contar una historia que en los ´80 era una novela gráfica de 60 páginas (como mucho) y que, sin ser brillante, tiene algunos puntos a favor. Por un lado, la intención de desarrollar nuevos enemigos para Punisher (en general, le han durado muy poco), por el otro el énfasis en un personaje secundario bastante interesante (la agente Ortiz), y por el otro la posibilidad de encarar la aventura desde una óptica “adulta”, en el sentido de que las puteadas son muchas y están mínimamente camufladas y la violencia es MUCHISIMA y está absolutamente enfatizada, a niveles muy escabrosos, sin nada que envidiarle a las sagas de Punisher en el sello MAX (que creo que no existe max). Mucha acción, muchos tiros, muchos cuchillazos, muchas explosiones, mutilaciones, sangre, drogas, que no alcanzan para ocultar que la trama se podría haber contado en muchas menos páginas. Y ese último flashback a una operación militar yanki en Medio Oriente está totalmente de más.
Lo lindo es que todo el tomo está dibujado por un mismo artista, en este caso a cargo de lápices y tintas, como era su costumbre. Me refiero al recordado maestro Steve Dillon, que va a tener la mala idea de morirse muy poco después, sin completar el segundo arco argumental de esta serie. Si leíste Preacher, o el Punisher de Garth Ennis, ya sabés que a Dillon le gusta la violencia a quemarropa, bien extrema, con gente que explota en mil pedazos, tiros en la jeta, estallidos de sangre y esas cosas tan hermosas, tan agradables de ver. Su Punisher es un tipo jodido de verdad, que mete temor sólo con verle la cara, y la acción por ahí no es lo que mejor le sale, pero en general la resuelve con oficio, sin pifias. Acá además se lo ve muy compenetrado con el tema fondos, armas y vehículos, sin hacer copy-paste de fotos. El color en general se acopla bastante bien a los trazos de este prolífico dibujante británico que –sin saberlo- nos estaba obsequiando las últimas páginas de su ilustre carrera. 
No la pasé mal, para nada, me entretuve un lindo rato, pero esperaba una vuelta de tuerca más. Otro enfoque, otra sensibilidad, algún giro menos obvio, menos tradicional. Me encontré con una más de tiros, mala leche, sangre y machaca, como tantas otras aventuras de Punisher, que pierden impacto y emoción a medida que te vas convenciendo de que siempre, corra los riesgos que corra, se enfrente a lo que se enfrente, Frank Castle va a salir entero y va a volver a embestir contra el crimen organizado sin importar los costos. El hecho de que queden para el Vol.2 muy pocas páginas de Dillon tampoco me da mucho estímulo para leer los dos TPBs que le siguen a este, y que no tengo.

Suficiente por hoy. Buena semana y nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.

lunes, 3 de septiembre de 2018

LUNES FINOLI

Bueno, no sólo tuve un rato para leer un par de libros y reseñarlos, sino que además me tocaron dos obras muy logradas. Vamos a repasarlas.
Pixu es una novela gráfica de terror, realizada a ocho manos por los gemelos fantásticos Gabriel Bá y Fábio Moon, junto al griego Vasilis Lolos y a la italiana Becky Cloonan. Con el correr de las páginas, logré deducir qué secuencias dibujó cada uno, pero hay un guión, y sospecho que fue escrito entre los cuatro. Tampoco es lo más importante. La historia está totalmente basada en el clima ominoso, en la forma en que la tensión sube viñeta a viñeta. No son tan relevantes los diálogos, los personajes están definidos con pocas pinceladas y nadie se calienta por darle una explicación detallada a los fenómenos paranormales que presenciamos. Lo realmente relevante es el suspenso, es ese in crescendo cada vez más retorcido, más descontrolado, que sabés que va a terminar muy mal pero igual te cautiva.
Hay una casa con varios departamentos, una especie de entidad sobrenatural oscura que crece, y los cuatro autores se dedican a entrelazar sutilmente las historias de los distintos vecinos, a la sombra de esta amenaza que crece y corrompe todo. Pixu avanza hacia un festival de imágenes truculentas, en las que las sombras y el fuego se devoran a los personajes que llegan vivos hasta el final. Te imaginarás que eso le da a los autores mucho margen para lucirse con el dibujo, siempre jugados a un blanco y negro muy potente, muy expresivo. En general, los mejores dibujos aparecen en las secuencias a cargo de los gemelos brazucas, pero Cloonan también ofrece momentos de alto impacto, con un gran trabajo en los grises y con una notable evolución respecto de aquella Cloonan de American Virgin.
Si te gustan las historias de terror inquietantes, jodidas, donde la atmósfera se enrarece hasta asfixiarte, sin dudas Pixu se va a convertir en una de tus favoritas. Y si seguís a muerte a Bá y Moon, acá los vas a ver tirar magia con la elegancia y la calidad de siempre.
Desde aquel lejano 27/02/13 tenía abandonada a Los Centinelas, la magnífica serie de Xavier Dorison y Enrique Breccia. Hoy me toca abordar el Vol.4, publicado en Francia en 2014 y en España en 2016. Al igual que en el tomo anterior, acá Dorison hace los deberes en materia de rigor histórico: a pesar de los elementos fantásticos, la Primera Guerra Mundial de Los Centinelas no se despega demasiado de la real. Otro punto que destacamos en la reseña del Vol.3 y hay que volver a destacar es el desarrollo de los villanos por parte del guionista. De hecho, el personaje menos desarrollado es el héroe, Cortahierro, porque los otros “buenos” (Djibouti y Pegaso) también tienen sus momentos para brillar y para ganar carnadura y profundidad.
La aventura en sí también es atípica, porque en esta misión los Centinelas fracasan, y si bien venden cara la derrota, se van con una patada en el orto y con un tendal de muertos en ambos bandos. Dorison no escatima en crueldades y atrocidades para con los personajes ni para con los soldados y civiles que los rodean: en Los Dardanelos hay hambre, sed, dengue, sangre y muerte para todos. Y también hay en ambos bandos coraje y dignidad. Los alemanes de la Primera Guerra Mundial todavía no eran nazis, y Dorison aprovecha para mostrarlos como seres humanos con luces y sombras, no 100% irredimibles. Y los turcos, que juegan de locales, aparecen como personajes más turbios (con el genocidio armenio como trasfondo) pero tampoco definitivamente malos.
El dibujo de Enrique es (obviamente) extraordinario, aunque con un manejo del color un poco fluctuante, con momentos gloriosos y otros que parecen más… acelerados. Pero la base está: composición, lápiz, tinta, los fondos, los uniformes, el armamento, hasta el clima asesino del estrecho de los Dardanelos cobra vida de la mano de Enrique. Al igual que en el Vol.3, me sorprende muy gratamente ver a Breccia dar cátedra en esa materia a la que siempre le escapó, que es la de los cuerpos en acción. Acá abunda la violencia física, y el hijo de Dios pone todo para que nunca falten el dinamismo, el impacto e incluso el gore de las grandes batallas. Belleza y brutalidad van de la mano, en otro trabajo memorable de Enrique Breccia.
Y ahora sí, no más reseñas hasta la semana que viene. Si estás en Santiago de Chile, no dejes de darte una vuelta por el FIC entre el viernes 7 y el domingo 9, que la vas a pasar genial. Gracias por el aguante y hasta pronto.

jueves, 2 de mayo de 2013

02/ 05: AMERICAN VIRGIN Vol.4

Ultimo tomo para esta serie que vendió poco y por ende duró menos de 25 episodios. El tomo final es gordito, sustancioso, con nueve episodios y dos sagas completas, que deberán alcanzarle a Steven Seagle y Becky Cloonan para darle un final coherente a las andanzas de Adam Chamberlain, el muchacho virgen más famoso del planeta.
El primer arco vuelve a poner en el freezer a casi todo el elenco de la serie: Adam, el chico rico, fachero y sensible, vuelve a dejar su Miami natal, para perseguir por el mundo a Vanessa, la chica de la que se enamora, convencido de que esta vez sí, será el amor verdadero, definitivo, por el cual valdrá la pena abandonar la virginidad. Seagle le reserva apenas unas escenitas a Cyndi y Mel, y el resto es todo Adam y Vanessa, que recorren distintos países y se encuentran con distintas formas de vivir la sexualidad: la gente en bolas en las playas de Rio, el fetichismo de los pajeros japoneses, los tatuajes místico-eróticos de Bangkok, la extraña relación de los hindúes con los travestis y el romanticismo tan típico de París, la ciudad en la que Adam y Vanessa finalmente... se casan!
Y bueno, ahora sí, por más católico que seas, si estás enamorado y casado, no tenés más excusas para no coger. Pero no. Durante todo el arco lo vemos a Adam levantar temperatura cada vez que se le acerca Vanessa, hay mimos, hay pajas, hay petes, pero el garche posta no llega ni siquiera en la luna de miel. Ojo, de eso nos enteramos después, cuando Adam vuelve a Miami y tiene que pasar por la dura prueba de blanquear su casamiento frente a su madre, cada vez más retrógrada y autoritaria. Este es el momento más heavy, donde menos margen le queda a Seagle para la comedia. Y la madre de Adam, que hasta ahora era un personaje más bien pintoresco, o grotesco, asume definitivamente el rol de villana.
Por suerte no tiene tiempo para afianzarse en ese rol, porque enseguida arranca la saga final, que lleva a casi todo el elenco a Cuba, a buscar al verdadero padre de Adam y –en frenética seguidilla, casi sin tiempo para digerir lo que sucede en ese encuentro- a República Dominicana, donde Adam y Mel buscarán venganza contra el capo de Batu Balan, la célula terrorista que asesinara a Cassandra, la novia anterior del protagonista. El ritmo se acelera muchísimo, pero igual no alcanzan las páginas: hay que terminar la serie y Seagle recurre a un final de altísimo impacto (no lo puedo contar), que no es para nada el que uno hubiera esperado. No me convenció demasiado, me pareció más una escapatoria que un final. Y por supuesto no cierra todas las puntas que abrió en las sagas anteriores, entre ellas la del misterioso embarazo de Cyndi, que llevaba varios meses en una relación lésbica, sin pijas de por medio.
¿Qué pasó ahí? No se explica. Faltarían unas... 30 ó 40 páginas más, como para darle un cierre lindo, o al menos digno, a todos estos personajes con los que Seagle logró que nos encariñáramos. No esperaba la resolución definitiva al tema central de la serie (el conflicto entre la fe cristiana y la vida sexual plena y sin culpas), sabía que no iba a terminar con Jesucristo bajando de la cruz para enfiestarse con seis yiros, dos travas, un burro y un enano, pero Seagle, sin irse al mazo ni arrugar, opta por resolver todo de un modo demasiado abrupto, sin margen para la reflexión que es algo que convivió armónicamente con el tono de comedia durante toda la serie.
El dibujo está bien, es Becky Cloonan con pilas y con Ryan Kelly (otro descendiente de Paul Pope) en el banco de suplentes, listo para entrar y dar una mano en los episodios en los que Cloonan descansa. Los dos se las ingenian bastante bien para dibujar pocos fondos y cuando no les queda otra se la bancan y retratan con más onda que rigor todas las locaciones por las que pasean los protagonistas. No esperes virtuosismo porque no hay. O sí, pero en las portadas de Celia Calle, no en las historietas propiamente dichas.
Y bueno, otra buena idea, otra propuesta novedosa y jugada de Vertigo que se termina en cualquier parte porque las ventas no acompañaron. Una pena, porque el planteo era muy atractivo y hasta la saga final, el desarrollo venía también en un nivel muy satisfactorio, con buen balance entre comedia, aventura, romance y –lo más grosso- una indagación lúcida y punzante en el inagotable tema de la sexualidad. Que la sigan chupando.

domingo, 14 de abril de 2013

14/ 04: AMERICAN VIRGIN Vol.3

Esta es una serie injustamente breve, que pasó sin pena ni gloria, y de la cual leí la primera mitad sobre fines de 2010, cuando promediaba la primera temporada del blog. Ahora encaro la lectura de la segunda mitad (los TPBs 3 y 4) y lo primero que me sorprende es que me acordaba casi todo, en ningún momento me sentí en bolas, ni me pregunté de qué carajo estaban hablando los personajes creados por Steven Seagle y Becky Cloonan. Eso, sin dudas, es mérito de ellos, no mío.
El final del Vol.2 prácticamente resolvía lo que se planteaba como el conflicto principal de la serie, o por lo menos le pegaba un giro tan heavy, que obligaba a replantear bastante el rumbo de las aventuras de Adam Chamberlain para que estas pudieran continuar. No me da para explicar de nuevo el planteo básico de American Virgin (que es, además, el principal atractivo que para mi gusto tiene la serie), con lo cual recomiendo hacer click en la etiqueta y repasar las reseñas de los dos tomos anteriores. ¿Ya está? Bien, sigamos.
El primer episodio de este tomo es decisivo: por un lado, Seagle nos cuenta qué va a buscar Adam ahora que ya no tiene sentido mantenerse virgen para debutar con Cassie, el amor de su vida. Es un giro ingenioso, caprichoso y a la vez muy lógico, un “loophole” por el cual el guionista abre una puerta que hasta ahora parecía cerrada. Por el otro lado, la consigna de este tomo es tener a Adam firmemente basado en Miami, su ciudad natal, y rodeado de ese atractivo elenco familiar que le armó Seagle en el Vol.1 y después prácticamente desactivó. En estas primeras páginas, el guionista se dedica a darles carnadura a estos personajes, repletos de miserias, dobles discursos y secretos escabrosos. El segundo episodio es medio de transición, de poner en marcha el rumbo que se vislumbra en el anterior y después sí, vuelven el sexo, la religión y todos los bolonkis que me cebaron en la primera mitad de la obra.
Sin bajarse nunca del tono de comedia, American Virgin se mete a full con un montón de temas que giran en torno a la sexualidad: el matrimonio igualitario, el aborto, la conservación de la virginidad, la promiscuidad, la transexualidad, la tensión entre la castidad que exigen ciertas religiones y la pulsión erótica del mundo en general... todos estos tópicos atraviesan la historia de Adam y su familia. También hay un parto (olvidate de verlo tan explícita y maravillosamente dibujado como el que nos mostró Rick Veitch en aquel inolvidable episodio de Miracleman), un huracán, un avión que “le pifia” a la pista y termina por aterrizar en cualquier lado... todos golpes impactantes, que mantienen atractiva a la trama. ¿Y está bueno que, aún para meterse con temas jodidos y situaciones límite, Seagle no abandone nunca el tono de “comedia cool”? No sé, me lo pregunto, pero no me lo respondo.
El dibujo de Becky Cloonan está buenísimo, muy por encima de lo visto en el primer tomo. No es super original (todo el tiempo vemos flotar al fantasma de Paul Pope), no es virtuoso y no es espectacular. Sin embargo es dinámico, lindo, con muchos hallazgos en las expresiones faciales, que tienen muchísimo peso en la trama. Y no, no le pidamos a Cloonan que se mate en los fondos, porque los mete así nomás y cuando no le queda otra. Por lo menos los dibuja, que ya es mucho. Los flashbacks al pasado de la familia de Adam que vemos en el primer episodio son obra de otra chica, Christine Norrie, de la que nunca había visto otros trabajos, y va por un lado más cercano al del mainstream yanki, aunque con una onda más funny y más cool. No está mal. Para desdicha de estas dos artistas, cada veintipico de páginas el libro nos ofrece las ilustraciones que creaba para las portadas Joshua Middleton, una bestia salvaje, un dibujante de increíble talento. Ves las tapas, ves las historietas, y en el contraste la labor de Cloonan y Norrie se desluce muchísimo. Lo cual no significa que sea chota, ni mediocre, sino que Middleton es –evidente y desproporcionadamente- mucho mejor dibujante que cualquiera de las dos.
Me falta un último tomo para ver qué final le da Steven Seagle a las aventuras de Adam Chamberlain. Lo bueno es que no sé qué esperar, no se ve una línea obvia, no se sabe bien para dónde se encamina el último tramo. Y eso está bueno, porque es garantía de sorpresas. Ojalá no defraude.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

26/ 12: CHANNEL ZERO

Una vez más, esto es más raro que bueno. Y aún así es bastante bueno. Channel Zero es el primer trabajo profesional del hoy consagrado Brian Wood, publicado por Image allá por 1997. Y es sobre, todo una obra pensada para reflejar una época.
Allá por los ´90, a Rudy Giuliani, intendente de Nueva York, se le ocurrió limpiar la ciudad, convertirla en un lugar más prolijo, más seguro, más careta. Con el tiempo, lo logró. Pero para llegar a eso, primero se tuvo que enchastrar un poco y ahí es donde se pasó un poquito de rosca: hubo aprietes a periodistas y artistas, represión policial bastante zarpada en varias marchas y gente que terminó en cana sólo por expresar su disenso con lo que Giuliani quería hacer. En ese contexto, Wood crea Channel Zero, una historieta de barricada, comprometida al mango con el mensaje que el autor quería transmitir.
Por suerte es un mensaje tan fuerte (y con el que uno coincide tanto) que conserva su impacto aún hoy. Wood nos grita “despiértense, muchachos, no se suban a las modas, no compren espejitos de colores, no se crean el discurso prefabricado de los medios, porque está armado con mierda, con la mierda que a los políticos y los empresarios les conviene que tengamos en la cabeza para controlarnos mejor”. Channel Zero es un comic 100% contestatario, que sale a romper con ese discurso hegemónico de fines de los ´90 de “ya está, ya no va a pasar nada más relevante, ahora déjense de joder, miren tele y jueguen a los videogames”. Un discurso que en la Nueva York de Giuliani (y en la Argentina de Menem y De la Rúa) se impuso a fuerza de mentiras y garrotazos, para después dejar un desolador saldo de miles y miles de excluídos. Wood cava donde puede su trincherita, y desde ahí resiste, baja línea, tira bombas, intenta viralizar su mensaje ácido, despiadado, profundamente contracultural.
Ahora, ¿es la historieta el medio ideal para hacer una cosa así? Por ahí hay que tenerla muuuy clara para jugarse a hacer esto y que te salga bien, y Wood estaba muy verde. No era Warren Ellis escribiendo Transmetropolitan, por citar una serie de la misma época y con un discurso parecido. Le faltaba mucho, básicamente dibujar mejor y armar mejor la historia, para que la bajada de línea se pudiera integrar a una trama más atractiva, más dinámica, más fácil de sobrellevar. En Channel Zero, las buenas intenciones se pierden entre páginas con muy pocas viñetas, poquísima narrativa y una estética que intenta combinar las minitas hot de Image con la técnica de la foto retocada al mango. Están buenísimos los textos y hay ideas muy grossas a nivel diseño, pero con buenos textos y un diseño copado podés hacer un libro como el que vimos ayer de Miguel Brieva, no una buena historieta.
La cosa levanta bastante cuando Wood encara una precuela, una historia del pasado de la protagonista de Channel Zero, y decide no dibujarla él, sino sumar al proyecto a Becky Cloonan. Cloonan ya era ese amalgam bizarro entre Wood y Paul Pope y su llegada a la serie le aporta una narrativa mucho más fluída y una forma menos brutal de laburar en base a fotos. El guión de Wood, además, es muy bueno. Y lo mejor llega al final, en una historieta de apenas cuatro páginas realizada íntegramente por Wood, pero hace poco, cuando ya se había hecho conocido con DMZ. Acá mete color, fotos, todos esos truquitos de diseñador gráfico que perfeccionó en las portadas de DMZ y un argumento breve, conciso y que resume perfectamente el espíritu de Channel Zero.
La verdad, no sé si se justifica leerse todo este masacote de casi 300 páginas para decir “qué grosso este pibe, mirá qué huevos tuvo para salir a bajar línea a lo guanaco con su primer comic publicado”. No está mal, de hecho por momentos está muy bien. Y está lleno de detalles y cositas que preanuncian mucho de lo que vamos a ver años más tarde en DMZ (que no casualmente es un comic muy político ambientado en una Nueva York distópica). Por eso, por la integridad, por el coraje y por los buenos dibujos de Becky Cloonan, te diría que sí, que se justifica. No me termino de decidir. Lo que sí creo es que si hubiese leído Channel Zero a fines de los ´90 muy probablemente me habría detonado el bocho, mal.

jueves, 23 de junio de 2011

23/ 06: DEMO Vol.2


La verdad que no hacía falta un segundo tomo de esta maravillosa serie de Brian Wood y Becky Cloonan, pero las nuevas historias están tan buenas que no da para quejarse ni un poquito. No era fácil estar a la altura de aquellos 12 clásicos del anti-pochoclo en los que Wood logró fusionar el slice of life con los super-poderes. Pero los grossos son así y Wood lo hizo de nuevo. De hecho, al ser menos historias (sólo seis) el nivel es más parejo que en el primer tomo, no hay una que se quede muy atrás ni una que descolle muy por sobre el resto. Creo que la que menos me cerró fue la sexta, y aún así está buenísima.
La propuesta es la misma del primer tomo (lo reseñamos en el blog el 14 de Noviembre pasado): historias intimistas, con mucho énfasis en los climas, con mucho laburo en la psiquis de los personajes y con un enfoque innovador, filoso, perturbador, del viejo tema de las habilidades paranormales, que a veces son las que definen las tramas y otras veces son apenas un elemento más en estos dramas costumbristas, que respiran realidad y honestidad por todos los poros. Poca acción, historias enteras en las que no vuela ni un sopapo, y mucha introspección.
Y además, cero interrelación entre los personajes de las distintas historias. Todos son jóvenes que habitan los EEUU del presente, todos tienen algún poder raro, o algún trastorno psicológico rayano en lo sobrenatural, pero cada uno sufre, crece, aprende o muere en la suya. Nunca se cruzan, nadie prende la tele y ve en el noticiero lo que hacen los otros y nunca viene un pelado en silla de ruedas a reclutarlos para que asistan a su escuela. Todos son conflictos individuales, chiquitos, de baja intensidad, por afuera de la cobertura de los medios. Con ese registro tranqui, a veces incluso pachorro, Wood también logra conmoverte, impactarte y a veces hasta entristecerte.
Es cierto, esto es una secuela y parte de la sorpresa se perdió. Pero las seis historias nuevas superan a las originales en un punto clave: los finales. Muchas de las 12 primeras tenían esos finales a la Adrian Tomine, o sea, historias que (como las de la vida real) terminaban en cualquier lado, mucho antes o mucho después de que se plantearan o resolvieran los conflictos. Las historias nuevas muestran un esfuerzo mayor por parte de Wood para que el final caiga en el momento justo, nunca cuando la historia está a medio esbozarse, ni cuando todo se resolvió 10 páginas atrás. La Gran Tomine garpa, está buena. Pero también está bueno que se puedan contar historias de Demo con la estructura más tradicional, en la que el final coincide con la resolución de las tramas y los conflictos.
El otro rubro en el que estas historias superan a las primeras es en el dibujo de Becky Cloonan, que acá está realmente mucho mejor, más sólido, más asentado en un estilo personal. Por supuesto se sigue notando la influencia fuerte de Paul Pope y alguna cosita de Bryan Lee O´Malley que Cloonan aprendió demasiado bien y ya no se puede sacar de encima. Pero hay una onda mucho más propia y un dibujo mucho mejor trabajado en todos los aspectos. Por momentos, Cloonan parece una especie de Paul Chadwick más moderno, con más onda, un toquecito más osado a la hora de plantar las viñetas. Y para parecerse a Paul Chadwick hay que saber mucho. Cuando trata de sintetizar, o cuando caza el pincel y tira trazos más gruesos, Cloonan va un poquito para el lado de los franceses y suizos, tipo Dupuy, Berberian, Peeters o Wazem. Y le queda bárbaro. Y cuando se juega a climas más oscuros (como en la escalofriante Pangs, o en los momentos más heavies de Sad and Beautiful World), pela un entintado que me recuerda un poco al de Phil Hester. Lo cierto es que esta recontra-promisoria joven italiana sigue su aprendizaje y cada día dibuja mejor.
Bueno, si te cebaste mal con Demo y querías nuevas historias, acá hay seis más y están todas buenas, como las minas después de las cinco de la mañana. Brian Wood y Becky Cloonan volvieron a redefinir el gastado tópico de los jóvenes con superpoderes y otra vez dieron en el blanco. Y si nunca leíste Demo, no lo dudes más: esto es comic de autor de gran calidad, originalidad, sensibilidad, inteligencia y power. Una joya, con todas las letras.

sábado, 25 de diciembre de 2010

25/ 12: AMERICAN VIRGIN Vol.2


Ultimo tomo de Vertigo de 2010! Posta, prometo no hablar más de series de mi sello favorito hasta el año que viene!
Hoy me toca reencontrarme con Adam Chamberlain, el adalid de la virginidad, el chico joven, fachero y con guita que se hizo famoso por convencer a otros miles de jóvenes de que la virginidad es un don único y maravilloso que hay que preservar hasta que Dios te señale a esa persona especial a la que vale la pena regalárselo. Adam la tenía clarísima: su primera vez tenía que ser con su novia Cassie, pero esta murió en Africa, decapitada y desvirgada por el cartel terrorista Batu Balan.
Este segundo arco narra, básicamente, la venganza de Adam contra el asesino de Cassie. Son cinco episodios y podrían ser tranquilamente cuatro, pero –sin mantener el atractivo hipnótico del primer tomo- se la banca muy bien. Steven Seagle y Becky Cloonan llevan a Adam a Melbourne, Australia, ciudad con una enorme movida gay y lésbica, siempre acompañado por el duro Mel (que es el que habilita las pistas acerca del paradero del asesino) y por su hermanastra Cyndi, atorranta pero gamba a la hora de meterse en kilombos para llegar al fondo del misterio. Al final, nos espera otra revelación shockeante, fundamental para darle sentido a los dos tomos que quedan por delante: Ninguno de los terroristas que tuvo contacto con Cassie se la empomó. O sea, cuando cayó en manos de Batu Balan, ya había perdido la virginidad en otro lado. Y hay un último giro que no quiero revelar.
Para llegar a ese mano a mano con el asesino de su novia, Adam se mete en un ambiente muy sórdido y jodido, mientras Seagle aprovecha para hablar bastante de los gays y su espiritualidad, en cómo cambia tu relación con Dios cuando descubrís que te calentás con gente que tiene los mismos genitales que vos. A la hora del desarrollo de personajes, Seagle le da muchísima bola a Adam y trabaja a fondo el conflicto interno que se desencadena cuando le cae la ficha de que perdió para siempre a la minita con la que se había jurado debutar. Pero se olvida prácticamente del elenco del primer tomo, excepto por Cyndi y Mel, a los que desaprovecha bastante. También mete nuevos personajes, entre los que se destaca la periodista transexual Alex Alexis. Sin ninguna duda, en el próximo tomo va a tener que abrir un poco más el juego y terminar de resolver el mambo de Adam, porque no es lógico que siga sin ponerla mucho tiempo más.
El dibujo de Becky Cloonan sigue en un nivel muy correcto, aunque menos grosso que en Demo. Acá encuentra entintador fijo en Ryan Kelly (a quien vimos dibujar un tomo de Northlanders a principios de año), que es un clon de Paul Pope más definido, más alevoso, y lógicamente el estilo vira más para el lado de Pope que para el de Brian Wood, que era la otra influencia grossa de Cloonan. Se nota que Cloonan va a las chapas, que pisa el acelerador para sacar rápido cada página, pero –más allá de algún fondo que debería estar y no está- no tiene mayores inconvenientes a la hora de plasmar en imágenes las ideas de Seagle.
Ya lo vimos al pulcro y casto Adam descubrir los horrores de la miseria y la violencia en Mozambique y los horrores del sexo con dolor y humillación en Melbourne. Hasta ahora su obsesión con su novia muerta resultó ser más fuerte que todos los otros impactos que recibió. Veremos qué pasa más adelante. Esta vez no prometo volver pronto, porque no tengo el Vol.3.

lunes, 13 de diciembre de 2010

13/ 12: AMERICAN VIRGIN Vol.1


Tan cerca del final y me animo a volver al principio… Otra vez, como en aquel lejano 1° de Enero, me siento a leer el primer tomo de una serie de Vertigo que ya no se publica más. Como en tantas series potencialmente grossas y prematuramente canceladas, acá aparece el nombre de Steven T. Seagle, un guionista que prácticamente garantiza el fracaso comercial de los proyectos en los que se embarca. Y no porque no sea bueno: es un autor más que competente, con algunas obras muy notables en su currículum. Pero casi siempre le va mal y sus series suelen durar 25 números con toda la furia. American Virgin no es la excepción: la idea está muy buena, el primer episodio es PERFECTO, el desarrollo del primer arco es bastante atractivo, pero ya sé que la serie termina en el cuarto tomo, porque las ventas no acompañaron.
Por ahora (y supongo que hasta el final) todo gira en torno a Adam Chaberlain, un pibe de 21 años, inteligente, fachero, con guita… el típico flaco al que cualquier minita se le regalaría sin histeriquear ni 15 segundos. Pero Adam tuvo una revelación: Dios le habló y le dijo que su corazón le iba a indicar cuál era la mujer de su vida, su verdadero amor. Adam, cristiano ejemplar, no sólo le creyó: también le prometió que conservaría su virginidad hasta poder consumar el matrimonio con esa mujer tan especial, que es su novia de la secundaria, Cassandra. Adam viene de un año entero al frente de una cruzada por la virginidad, en el que escribió un libro exitosísimo y dio cientos de conferencias acerca de la importancia de mantenerse virgen hasta el momento de unirse en un acto místico y maravilloso con ESA persona única y especial a la que Dios te va a ayudar a encontrar, como si fuera un GPS. Gracias a esta cruzada, Adam se hizo famoso y recibe muchas ofertas, no sólo de chicas que lo quieren desvirgar, sino de canales de TV de tele-evangelistas que lo quieren al frente de un programa para que los jóvenes se copen con Dios (y dejen un billete en las arcas de las iglesias, claro).
Hasta ahí todo bien, pero… ¿por qué no cogen Adam y Cassandra? Porque la chica se fue de voluntaria a Africa, a una zona de conflictos sociales y miseria extrema y hace dos años que no se ven. ¿Dos años sin tocar a la chica que amás ni a ninguna otra? ¿No será mucho? No si Dios te convenció de que la espera vale la pena. Así se construye el mundo de Adam, por el que pululan su madre (ferviente religiosa, al borde del fascismo), su padrastro (dueño de un canal de TV religioso), su hermanasta (bastante atorranta) y su hermano, un pibe común y corriente, menos inteligente que Adam, pero más vivo a la hora de entregarse a los designios de otra Santísima Trinidad: sexo, droga y rock´n roll. Y de pronto, la noticia parte de un pueblito de Mozambique y recorre el mundo: Cassandra fue asesinada, decapitada y –nos enteramos después- desvirgada.
Así empieza la historia, cuando el mundo de Adam se desploma sobre su cabeza, cuando le cae la ficha de que lleva años esperando ese polvo sublime y definitivo con una chica que ya nunca será suya ni de nadie. Entre enloquecido y cegado, decide viajar a Mozambique a buscar al cadáver de su amada y así, junto a su hermanastra que le hace el aguante, pasa el resto del tomo yendo y viniendo por los ásperos paisajes africanos hasta poder unir cuerpo y cabeza de Cassie en un ataúd como Dios manda. Pero termina con muchas más dudas de las que tenía cuando viajó. ¿Quién mató a su novia? ¿Por qué? ¿Cómo perdió la virginidad que le tenía reservada a él? Ya nos enteraremos.
A cargo de la faz gráfica tenemos a Becky Cloonan, la grossa de Demo, acá sin variar el estilo de un episodio a otro. Cloonan opta por dibujar toda la serie en un estilo que tiene mucho de Paul Pope, pero también algo de Brian Wood (cuando dibujaba) y algo de Bryan Lee O´Malley. Y le queda bien, se acopla bien con la onda de la serie. Dibuja a todos los personaje con rasgos bien distintivos, le presta atención a detalles de la ropa, del lenguaje gestual y corporal, no se mete en ningún brete narrativo y simplifica mucho los fondos, pero sin hacer la chantada de no dibujarlos o de meter fotos. Muy bien el colorista Brian Miller, que se complementa muy bien con esta imparable artista nacida hace 30 años en Italia.
American Virgin tiene aventura, acción, comedia, bajada de línea y temas siempre fértiles para el debate como la religión y el sexo. Un elenco interesante, muy buenos diálogos, buen ritmo, muy buenos dibujos… No te digo que pintaba para ser el próximo 100 Bullets, pero el planteo inicial sin duda daba para durar más de 22 episodios. A comerlaaa!

domingo, 14 de noviembre de 2010

14/ 11: DEMO


Brillante es poco. De verdad, lo que hacen Brian Wood y Becky Cloonan en este tomo está más allá de las exégesis. Demo es un nombre genérico que no dice demasiado acerca del contenido del libro. Pero una vez que lo abrís, te encontrás con 12 historietas autoconclusivas protagonizadas por chicos y chicas de 15 a treinta y pocos años, algunos de los cuales tienen habilidades paranormales, lo que vulgarmente llamamos “superpoderes”. Seguro te estás imaginando a los X-Men, o a los Titans, o algo así. Bueno, nada que ver. En Demo no hay héroes, ni villanos, ni nadie se disfraza, y rara vez vuela una trompada. Las 12 historias nos muestran a estos jóvenes “especiales” en situaciones ordinarias, cotidianas, pero cruciales y definitivas en sus vidas muchas veces manchadas (cuando no saboteadas) por estas mismas habilidades que los distinguen del resto.
La clave es la anti-estridencia. Hay poderes, a veces hay acción, otras veces hay romance, muchas veces hay tragedias jodidas, y otras veces hay gente que habla frente a una taza de café, lo más tranqui. Pero siempre dentro de la intimidad de los personajes, al más puro estilo Adrian Tomine. Nada de lo que se sucede es público, ni trasciende, ni se cubre en los medios. Estos son seres 100% anónimos, algo así como lo que serían los X-Men si en vez de Stan Lee y Jack Kirby los hubiese creado Tomine. Y una referencia más a este genio: como en las historias de Tomine, las de Demo terminan en lugares medio raros, medio impredecibles de las tramas. Antes de que pase Lo Grosso, mucho después, o cuando el conflicto recién se empieza a vislumbrar. Hay algunas que sí, que se “cocinan” hacia un climax, este se produce y enseguida le sigue el final. Pero hay un montón que no, que así como arrancan en cualquier parte, terminan también donde menos te lo esperás.
Si leíste las reseñas de DMZ, ya sabés de las crueldades que se pueden esperar de Brian Wood. Acá también, hay unas cuantas MUY heavies, muy desgarradoras y conmovedoras. Y además excelentes diálogos (seguramente Wood es el guionista que mejor “escucha” la forma de hablar de los jóvenes yankis) y climas que van de la máxima tensión a la rutina más pachorra e intrascendente y que a veces son sórdidos o amenzantes y otras veces tiernos, o provocativos. Las 12 historias se parecen poco entre sí y Wood (inteligentemente) no te da el gusto de juntar o crossoverear a los distintos personajes que presenta en cada historia.
Lo cual, además de predecible, sería casi impracticable, porque Becky Cloonan cambia brutalmente de estilo de una historieta a la otra y nunca te imaginás a los personajes de la primera historia dibujados en el estilo de la segunda, ni de la tercera, y así. Cloonan (la nombré el otro día y recomendé que memorizaras su nombre) no se decide: tiene historias donde se quiere parecer a Paul Pope (y le sale muy bien), historias en las que calca descaradamente a Inio Asano (especialmente la segunda) e historias en las que se acerca mucho al estilo que tenía Wood cuando dibujaba sus propios guiones (cosa que –por suerte- ya casi no hace). Ya cerca del final, aparece una cuarta vertiente de Cloonan: la influencia aplastante de Bryan Lee O´Malley. Por supuesto, las historias más interesantes de mirar son esas en las que Cloonan mezcla estilos: a la impronta pseudo-Pope le mete las tramas mecánicas típicas de Asano, y así. El estilo más Wood es difícil de combinar, porque se basa en un claroscuro muy marcado, muy power, pero en la novena historia lo ensambla perfecto con el de Pope. Ya volveremos a hablar de esta interesantísima dibujante, que acá buscaba un estilo y encontró cuatro.
Demo es maravilloso, innovador, en un punto perturbador y muy, muy humano. No te voy a decir que los 12 guiones son perfectos, porque sería chamuyo. Pero hay un nivel altísimo y un montón de hallazgos que –a priori- parecían improbables, porque cualquiera que se propusiera fusionar el comic de jóvenes con superpoderes y el slice of life con jóvenes a la deriva, seguro iba al muere. Wood y Cloonan no sólo no se inmolaron, sino que se consagraron con una obra absolutamente fundamental.