Podría escribir un artículo de 5.000 caracteres que explicara por qué A Contract with God no es una novela gráfica y por qué el hecho de considerarla “la primera novela gráfica de la historia” no es más que un vil ardid marketinero. Pero en vez de discutir slogans, prefiero dedicarle este espacio al análisis de las cuatro historietas que componen esta antología y que son importantísimas para el medio porque marcan el inicio de la obra “adulta” del maestro Will Eisner.
Las cuatro historias tienen como eje al inquilinato de la avenida Dropsie, en los primeros años del siglo pasado, cuando los inmigrantes judíos que llegaban de Europa con una mano atrás y otra adelante empezaban a poblar el hoy archifamoso barrio de Brooklyn. Eisner encara un reencuentro con su pasado, con un cierto aire de nostalgia e incluso con algunos apuntes autobiográficos que se harán más obvios y cobrarán más protagonismo en sus obras posteriores. Las cuatro historias están dibujadas en blanco y negro, pero impresas en una tinta medio marrón, medio sepia, de modo que no hay negros propiamente dichos.
La primera historia, la que da nombre a la antología, es la más floja de las cuatro. Es donde Eisner ensaya dos cosas que luego no repetirá en las otras tres: por un lado, jugarse a una trama 100% dramática, oscura en el tono y trágica en el desenlace. Por el otro, alterar el normal equilibrio entre imagen y texto para que este último ocupe más lugar, gane peso gráfico en la página y (sobre todo al principio) no le dé al autor espacio para contar la historia con secuencias de dibujos, sino que apenas alcance a ilustrar con una imagen un pedacito de lo que dicen los textos. Por suerte, el maestro descarta rápidamente esta fórmula y a partir de la segunda historia tenemos algo que se parece mucho más a las gloriosas historietas del Spirit que a las primeras páginas de A Contract with God.
En la segunda historieta ya reina indiscutida la narrativa secuencial y Eisner cuenta todo con hermosos dibujos, incluso muchas veces sin textos. El argumento ya vira un poco más hacia la comedia, filosa, con bastante mala leche, pero comedia al fin. Además vemos al maestro dibujar -por primera vez en su larga y frondosa carrera- un garche, como para dejar en claro que estaba decidido a conquistar al público adulto, o por lo menos a esos adolescentes que en los ´70 estaban descubriendo al Spirit gracias a las reediciones de la Warren.
La tercera historia es la más corta y además es brillante. Una verdadera cátedra de crueldad y depravación, ironía y sarcasmo, en la que el personaje que pintaba para villano termina convertido en víctima. Acá vemos a Eisner subir la apuesta y dibujar otra cosa que rara vez se ve en el comic estadounidense: un tipo clavándose una paja. Pero no en el estilo caricaturesco de un Robert Crumb o un Peter Bagge (que nos mostraron a sus personajes clavándose infinidad de pajas), sino en un estilo realista y con una composición de la viñeta absolutamente memorable.
Y la última historia es otra joya: compleja por la gran cantidad de personajes que entrelaza, honesta porque saca “trapitos al sol” de la familia del propio Eisner, zarpada por el abordaje de la temática sexual (que, repito, es algo que sólo los comics underground hacían en EEUU en 1978), muy graciosa por el tono distendido, de comedia de enredos (por momentos parece una película picaresca argentina tipo La Cigarra no es un Bicho), y punzante, porque en un punto a Eisner le interesa “denunciar” la careteada, la hipocresía, la falta de ética a la hora de escalar posiciones de estos laburantes judíos que soñaban con salir rápido del barrio shiome (y en alguna medida peligroso) para triunfar en círculos sociales “más elevados”.
Ni hace falta decir que todo, las cuatro historias, está dibujado como la hiper-concha de Dios por ese virtuoso del dibujo que fue Will Eisner. Cada fondo, cada cuerpo en movimiento, cada expresión facial, cada detalle en la ropa, cada enfoque… todo está perfectamente calculado y ejecutado por uno de los arquitectos más geniales que tuvo el Noveno Arte. Si ya leíste mil veces las aventuras del Spirit, o si querés ver qué hizo Eisner cuando se cansó de las máscaras, las piñas y las femme fatales (y antes de que se cebara mal con su propia biografía), A Contract with God te va a emocionar, sobre todo con las dos últimas historias, que es donde el prócer alcanza la perfección. ¿Dónde hay que firmar?
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miércoles, 27 de agosto de 2014
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