el blog de reseñas de Andrés Accorsi
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martes, 19 de noviembre de 2019

MARTES TRANQUI

Pasó Dibujados y ahora arranca la cuenta regresiva rumbo a ColossusCom, en Catamarca, próximo evento en mi infinito cronograma. Previo a eso, tengo un par de días bastante movidos, pero siempre hay un ratito para reseñar un par de brolis.
Empiezo con El Coyote, un álbum de 2016 en el que vuelven a colaborar la dupla integrada por el guionista Yves H. y su papá, el legendario maestro Hermann. Obviamente lo primero que llama la atención es lo espantosa que resulta esa portada, que encima se parece poquísimo a la de la edición francesa. Algún día entenderé por qué ECC se dedicó con tanto ahínco a publicar las grandes obras de Hermann… y a hacerle mierda las portadas.
El Coyote es un relato de sueños aplastados por una realidad cruel, injusta, sórdida, en la que no se cuelan ni cinco centavos de esperanza. Un mundo post-apocalíptico plagado de gente que quiere sobrevivir, emigrar a un lugar mejor, volver a empezar… y de gente que se aprovecha de la desesperación del prójimo para hacer su negocio, por supuesto manchado de corrupción y sangre de inocentes. Creo que el principal logro de Yves H. es la construcción de este mundo, esta atmósfera, esta sensación agobiante de que en un entorno que se ve bastante real y cercano, de pronto pasan todas estas cosas extrañas, angustiantes, truculentas. El personaje central (Sam) no me resultó particularmente carismático y los villanos son tan hijos de puta que por bien que los escriba Yves H., no se los puede redimir. Así que me quedo con eso: con el clima entre enrarecido y asfixiante y el ritmo de la historia, que es totalmente hipnótico.
Si venís siguiendo este blog hace un tiempo, habrás notado que sigo en forma incondicional a esta dupla y que en cada álbum encuentro cosas distintas que me atrapan y me dejan muy cebado. Eso habla de la gran versatilidad, sobre todo del guionista. Su papá,  dentro de todo, no cambia tanto de un álbum a otro. En todo caso acomoda la paleta de colores para plasmar mejor los distintos climas, pero al nivel del dibujo y la puesta en página, siempre tenemos al Hermann maduro, consagradísimo, ese capo que sabe darle a los relatos de aventura y violencia esa pátina de sofisticación tan linda, y que –cuando su hijo se lo permite- se pone la historieta al hombro con unas secuencias mudas que te hielan la sangre. Recomiendo a full El Coyote y ni bien vea más libros a buen precio, voy por más Yves H. y Hermann.
Hace relativamente poco (el 01/08/19) me tocó leer el Vol.2 de Manta y ya tengo leído también el Vol.3 de esta notable serie escrita por Jonathan Crenovich y Martín Mazzeo. Comparado con el Vol.2, este es un tomito en el que pasan menos cosas: la trama va más para el lado de la investigación que para el de la acción, como para mostrarnos en detalle cómo se va complicando el entramado de negocios turbios y muertes que le cagó la vida 20 años atrás a Santiago, el taciturno protagonista de la saga. El ritmo más pausado le da a los guionistas el espacio necesario para desarrollar como corresponde a los personajes centrales (Santiago y su amigo Manuka) y para cocinar a fuego lento un subplot que de a poco se va poniendo espeso. Una vez más, el punto más atractivo de toda esta entrega son los diálogos, afiladísimos y sumamente disfrutables, al punto de que puteás cada vez que aparece una secuencia muda.
Esta vez, Mazzeo y Crenovich tuvieron menos suerte con el dibujante. En lugar del correcto Ignacio Lázaro (al que vimos bancar los trapos muy decorosamente en el Vol.2), acá tenemos a su hermano, Matías Lázaro, que me gustó bastante menos. Matías tiene inconsistencias muy marcadas, como si en una viñeta quisiera dibujar como Jok y en la de al lado como un dibujante del under yanki y en la siguiente como Bryan Hitch. No se ve un criterio estético uniforme, más allá del color, que está muy bueno y también es obra del dibujante. Tiene momentos en los que repite mucho los planos y otros (pasado el primer tercio del librito) donde se juega más y sorprende más con la elección de los enfoques y el armado de las secuencias. Así como está, es un trabajo aceptable, pero me temo que esto mismo en blanco y negro mostraría de modo más elocuente unos cuantos problemas que ojalá Lázaro logre solucionar a futuro. Por suerte, el Vol.4 de Manta lo está dibujando Nicolás Brondo, una garantía absoluta en materia de solvencia gráfica y narrativa.
Y bueno, eso. Sigo enganchado con esta conjura cada vez más bizarra, ambiciosa y valiente, que andá a saber para dónde puede llegar a derivar. En este tomo Crenovich y Mazzeo nos revelan tantas cosas que eran totalmente inimaginables leyendo los dos primeros, que no me animo a presagiar ninguna resolución sin arriesgarme a quedar como un nabo. Si todavía no te subiste a la saga de Manta, metele pata, no te quedes afuera que está muy buena, posta.

Nada más por hoy. Gracias a todos los que se acercaron a saludar en Dibujados y seguro habrá un post más antes del viaje a Catamarca. Keep tuned.

lunes, 8 de octubre de 2018

LUNES DE VERANO

Sol, calorcito y un par de lecturas copadas que quiero compartir.
La primera fue una apuesta sobre seguro: Yves H. y Hermann juntos es un combo que rara vez defrauda. Y esta vez, con Old Pa Anderson, ellos también fueron a lo seguro, a algo que les sale obscenamente bien: un thriller asfixiante, con un trasfondo muy fuerte de denuncia social.
Old Pa es un personaje que últimamente se ve bastante en el comic para adultos: un anciano que ya está jugado, que ya perdió todo lo que tenía para perder, que sabe que ya se le pasó la fecha de vencimiento, y –como sólo le queda la vida- no tiene ningún reparo a la hora de apostar fuerte. Por supuesto no es un viejo loco, que sale a matar gente por diversión. Hay una trama de venganza muy espesa, ya que la pérdida más grande que sufrió el protagonista (la de su nieta adolescente) tiene responsables que se creen impunes. Será la misión de este anciano imponer la verdad, la memoria y la justicia… en un contexto muy adverso, porque estamos en los años ´50 o ´60, en el estado de Mississippi y Old Pa es un negro que decide confrontar con los blancos.
Yves H. encuentra el tono perfecto entre el drama social y la acción trepidante, sin romper jamás el verosímil, ni siquiera para que el final sea menos desolador, menos trágico. Creo que… veinte páginas antes del final yo ya suponía el horror con el que nos iba a castigar el guionista a la hora del desenlace. El in crescendo hacia ese final es magnífico, realmente me puso muy nervioso. Y me dejó con un sabor amargo en la boca, tanto que me tuve que clavar un paquete entero de Tentaciones (de chocolate, las de frutilla son intragables).
Breve párrafo para hablar (una vez más) maravillas del papá de Yves H., el maestro Hermann, a esta altura un fetiche de este blog. ¡Qué genio este tipo, Dios mío! La rompe en todas las ambientaciones históricas y geográficas, te mata con los fondos, con los climas, te clava esas secuencias mudas devastadoras, maneja el tiempo del relato con una firmeza pasmosa, sin recurrir a artificios narrativos extraños… Un capo, mal. Ah, y si yo fuera Hermann, le haría llover las cartas documento al impresentable que diseña las portadas para las ediciones de ECC. Al lado de la portada de la edición francesa, la española es un vómito putrefacto de un cura pedófilo borracho, drogado y afiliado al PRO.
La segunda lectura, en cambio, fue una grata sorpresa. La Barranca de la Muerte es la ópera prima de Javier Velasco, y además es una joya. Muy loco cómo lo mismo que a veces no funciona, otras veces sí funciona. Me refiero a la estética que emplea Velasco para contar estas historias ambientadas en el barrio de su niñez. Una línea totalmente despojada, siempre del mismo grosor, donde el dibujo no nos transmite ninguna sensación de climas, ni de profundidad de campo, ni de texturas, donde no existe la perspectiva, los fondos son minimalistas (cuando aparecen), las formas geométricas no se respetan (porque están hechas a mano alzada) y prácticamente no existen las sombras ni ningún tipo de efecto de iluminación. Eso que no le funciona (por ejemplo) a John Porcellino, y hace que sus historietas se vean anodinas, insulsas, sin onda, de alguna manera le funciona a Velasco. Su dibujo tiene algo, un ángel, una chispa, una picardía, que obviamente no tienen todos los dibujantes de línea despojada y minimalista.
El libro ofrece 12 historias de distinta extensión, y para cuando llegué a la cuarta (la más extensa y quizás la mejor) ya estaba totalmente enganchado, ya me era imposible distinguir el mundo de Javier Velasco del mundo real. Mi infancia y la del autor se fueron amalgamando, me empecé a identificar cada vez más con lo que pasa en cada historia. Y me hizo recordar travesuras, peripecias y anécdotas jodidas de mi infancia, que seguramente transcurrió antes que la de Velasco y en otro barrio, pero que resuenan en la memoria cuando alguien que sabe narrar toca la tecla correcta. Para el final de la cuarta historia, yo era un integrante más de la pandilla de Velasco (seguramente uno de los “hermanos Macana”) y estaba ahí prendido, en esos juegos, en esas diabluras, en esas situaciones incómodas como la de la fiesta de la vecinita cheta en la que ponen lentos para que bailen los pibes de 10 años… Fue un trip alucinante, muy emotivo y muy disfrutable.
La verdad que, con ese talento para contar historias, podés dibujar infinitamente peor que Velasco y aún así ser un historietista de la San Puta.
La seguimos pronto. Seguro esta semana hay por lo menos un post más, previo a mi viaje a Rosario para asistir a la Crack Bang Boom.

martes, 2 de enero de 2018

NOVENA TEMPORADA

Ocho años ya desde aquella primera entrada en el blog, qué lo parió. Una eternidad. Me imagino la cantidad de pibes y pibas que en 2010 no leían comics y hoy sí, a los que jamás se les ocurriría leer reseñas de comics en un blog… la cantidad de blogs que desaparecieron de 2010 para acá… no sé, siento que este espacio pertenece a un mundo que en buena medida no existe más. Pero no lo puedo abandonar, tampoco. Es más fuerte que yo…
Así que acá estamos, con todo listo para arrancar la novena temporada, con la promesa de intentar alcanzar las 120 reseñas en el año y con escasas chances de achicar el delay que tengo entre lo que sale y lo que leo. Un delay a esta altura bastante grosero, producto de mi compulsión por viajar a países donde los comics son muy baratos y traer valijas llenas de libros, con la consigna de “algún día los leeré”. Sin cancherear, debo tener cerca de 400 libros comprados, esperando su turno para ser leídos. Una obscenidad. Pero bueno, trataré de comprar menos este año… ¿Vamos con las reseñas?
El Diablo de los Siete Mares es un díptico (dos álbumes que forman una sóla historia) aparecidos entre 2008 y 2009 en Francia y publicados en 2013, en un único tomo, en España. Una clásica historia de piratas, a la que entré sin dudarlo atraído por las firmas del guionista Yves H. y su papá, el dibujante Hermann. ¿Clásica historia de piratas? Sí, un rato. Después Yves H. agrega un elemento sobrenatural, poco frecuente en las aventuras de corsarios y bucaneros, que son los zombies… o algo bastante similar. De alguna manera, personajes a los que vemos morir resultan estar no-muertos, y a la típica crueldad de los piratas se suma el horror de tener que enfrentarse a cadáveres reanimados en busca no tanto de tesoros como de venganza.
Hay tesoros, hay abordajes, hay náufragos en islas repletas de secretos, tabernas, cofres, galeones, mapas, motines a bordo… No falta nada. Bueno, sí. Yves H. se cuida de que no haya héroes. Hasta los personajes con los que uno más empatiza pisan el palito, se mandan cagadas, muestran los dobleces, coquetean con el lado oscuro. Ese velo de ambigüedad, sumado a una atención por el contexto socio-económico del sudeste de los EEUU en los turbulentos albores del Siglo XVIII, enriquecen notablemente la lectura y hacen que El Diablo de los Siete Mares no sea “una más de piratas mala leche”.
La obra transcurre a buen ritmo, pero la verdad que si en vez de durar 96 páginas se resumía todo en… 64 o 72, salíamos ganando. Lo inmensamente positivo es que son 96 páginas dibujadas por el maestro Hermann a un nivel extraordinario. Ya van muchas reseñas de obras del prolífico autor belga, y nunca me canso de babearme con su talento para el dibujo, el color, la composición de la viñeta, el armado de la secuencia… Este es otro de esos trabajos que lo ponen a Hermann allá arriba. Si lo ves por ahí, embarcate.
Me vengo a Argentina, a mediados de 2017, cuando se publica Fábulas en Viñetas, una antología con 27 historietas muy breves (casi todas tienen sólo dos páginas) en las que autores de varios países de Sudamérica reversionan las clásicas fábulas que todos leímos en la infancia. La única cagada es la estandarización, la regla inviolable de que todo se remate en dos páginas. Hay fábulas que requerían más espacio y otras que se podían liquidar en menos. Por suerte es la única regla rígida en el libro. Fuera de eso, los autores hacen gala de una sana libertad a la hora de adaptar los textos. Así tenemos versiones que se limitan a ponerle dibujos a las fábulas clásicas, otras que las subvierten por completo, otras que las modernizan, otras que ensayan un cambio de escenario y traen los relatos a la Buenos Aires actual… En los distintos juegos que proponen los distintos artistas está lo que hace a este libro atractivo para el lector de historietas.
Y en el listado de nombres que participan, por supuesto, que es francamente imponente. No puedo enumerarlos a todos, pero vamos a tratar de subrayar a los que aportaron las historietas que más me gustaron. Entre los dibujantes, la rompen Guillermo Hansz, Maco, Andrés Lozano, Tomás Gimbernat, César Carrizo, Nico Peruzzo, Juan Caminador, El Bruno, Pablo Colaso y Rodrigo Luján. Entre los guiones, me encantó el de Javi Hildebrandt. En cuanto a duplas, me sorprendió lo bien que funcionan la conjunción entre Rodolfo Santullo y Hurón y la de Alejandro Farías con Diego Greco (una de las que –sin dudas- merecía más páginas). Y entre los autores integrales, quiero destacar los trabajos de J.J. Rovella (como siempre, dando cátedra a la hora de narrar sin palabras), Joni B. y muy especialmente el de Nahuel Sagárnaga, que aportó la historia que más me gustó de las 27. Otra que me gustaría ver desarrollarse en cuatro páginas, en vez de dos, para hacerle justicia a la vuelta de tuerca que le encontró el salteño a la clásica historia de la tortuga y la liebre.
Se supone que Fábulas en Viñetas es un libro apuntado al público infantil, pero la verdad que lo pueden leer y disfrutar los grandes sin ningún inconveniente. Acá hay talento de sobra para conquistar a lectores de cualquier edad, sexo o condición social.
Gracias por bancar los trapos otro año y la seguimos pronto.

miércoles, 14 de junio de 2017

OTRA TARDE DE MIERCOLES

De a poquito va retrocediendo un brote de alergia que me tuvo una noche sin poder respirar (ni dormir) y varios días sin poder mirarme al espejo. Aprovecho, entonces, para redactar las reseñas de un par de libritos que tengo leídos.
Arranco en Bélgica en 2014, cuando la dupla integrada por el guionista Yves H. y su dibujante (y papá) Hermann lanzan Estación 16, otro de esos tomos autoconclusivos con historias fuertes, esas a las que ECC les diseña unas portadas horribles cada vez que las edita en España. Comparás las portadas de la edición francesa con las de la española y los querés ir a buscar con una motosierra. Me da esa bronca visceral, esa furia ingobernable, como cuando escuché la versión de Confortably Numb de Scissor Sisters, allá por 2004. Y es un bajón, sobre todo porque la calidad de impresión es buenísima, el papel y la encuadernación son buenísimos… sólo falta que alguien les explique a los muchachos de ECC que las ilustraciones que se manda Hermann para las tapas se ven mil veces mejor que los adefesios que arma el queso que tienen como diseñador.
La historia es flashera, mal. Es como un episodio grosso de The Twilight Zone, con mucho presupuesto. Si spoilear el argumento, es una típica trama en la que los protagonistas se preparan para intervenir en una situación normal, rutinaria, un mero trámite… y resulta que nada es lo que parece, que el tiempo, el espacio y la realidad se distorsionan caprichosamente y la lógica deja de aplicarse. Yves H. articula todas estas sorpresas y golpes de impacto en torno al horror. El horror de los ensayos nucleares de la Guerra Fría y el horror de una base militar fantasma en el medio de la nada, convertida en una pesadilla radioactiva que no ofrece chances de redención. Es un guión muy bien elaborado, de difícil ejecución, a pesar de lo sencillo de la idea. Y felizmente Yves H. sale muy bien parado de la ordalía.
El maestro Hermann, una vez más, nos demuestra que no hay forma de hacerlo trastabillar en los terrenos de la aventura. El tipo sigue recorriendo épocas históricas, locaciones reales y fantásticas, climas más sórdidos o más sugestivos… y el resultado siempre es el mismo: Hermann te da cátedra y te emociona a la vez con todo lo que pone en cada viñeta y la forma en que construye cada secuencia. Como todo relato de misterio, Estación 16 funciona en buena parte por cómo se te mete en la cabeza, por las cosas que te hace sentir o flashear. Hermann entiende esto a la perfección y logra transmitir con el dibujo y el color sensaciones que tienen que ver con el frío extremo, la desesperación, el abandono, el delirio, el crack que se te produce en el bocho cuando descubrís que la lógica no funciona y que nada es lo que parece. Por supuesto, todo con la belleza clásica de su trazo y su habitual maestría en la composición de las viñetas. Seguramente Estación 16 NO sea la Obra Fundamental de la dupla, pero sin dudas es una lectura más que recomendable.
Me vengo a Argentina, a 2016, para leer el primer team-up entre dos amigos a los que banco a muerte: Alejandro Farías y Juan Bobillo. Se trata de una adaptación al comic de Viejas Ilusiones, la famosa pieza teatral escrita por Eduardo Rovner centrada en la relación entre una vieja de 92 años y su madre de 120. Es una comedia grotesca, donde todo está exagerado al límite y donde abundan los chistes de todo tipo, desde los gags físicos hasta los juegos de palabras. Por momentos, parece una historieta de La Mujer Sentada, de esas en las que Copi nos presentaba extensos diálogos entre dos personajes, bizarros laberintos discursivos que conducían inevitablemente al disparate, nunca al entendimiento. Y eso es lo mejor que tiene Viejas Ilusiones: el foco nunca se desplaza del humor. Hay una trama romántica, hay un conflicto más “de fondo”, pero todo es secundario. Lo importante son los chistes, las situaciones al filo del absurdo.
Farías se las ingenia para darle SU ritmo propio a todo este alud de diálogos desopilantes… pero son demasiados. Cuando una historia es 98% diálogos, el margen de acción de un guionista es muy poco. Me dio la sensación de que el trabajo de Alejandro se limitó a decidir cuánto texto ponía en cada viñeta, que pudo meter poco de su propia cosecha. ¿Y qué pasa cuando una historieta se ve sobrecargada de texto? Se luce poco el dibujo. Los globos de diálogo cobran un protagonismo inusitado, son grandotes, están a full de palabras… y le dan a Bobillo la excusa perfecta para dibujar poco.
Eso es lo peor que tiene Viejas Ilusiones. La forma en que desaprovecha a una bestia como Juan Bobillo. Que obviamente dibuja a unas viejas geniales, bien caricaturescas, esperpénticas, granguiñolescas… pero casi no hay otros personajes, casi no hay acción, casi no hay fondos. Hay un gran manejo de los grisados, hay recursos ingeniosos (sobre todo en el primer tercio del libro) para que veamos algo más que cabecitas hablando, pero estamos lejos de las posibilidades expresivas y sobre todo narrativas del dibujo de este virtuoso del Noveno Arte. O sea que me reí mucho, me divertí un buen rato, pero me quedé con la sensación de que esta no era una obra que requiriera una versión en historieta, sobre todo porque ofrece mu poco margen para el lucimiento de dos autores tan interesantes como son Farías y Bobillo.
Volvemos pronto, con más reseñas.

lunes, 6 de marzo de 2017

ARRANCA UNA SEMANA BRAVA

Arranca una semana brava, con paros, manifestaciones y bardos varios, mientras yo empiezo hoy a dictar un seminario (después de mucho tiempo sin dar clases) y el viernes viajo a Tucumán, a participar del 1º Salón Internacional del Comic de esa ciudad, después de casi tres meses de estar acá, quietito en Buenos Aires. No sé si voy a tener tiempo en estos próximos días para volver a postear en el blog, pero –como siempre- lo vamos a intentar.
Arranco con una deuda que tenía pendiente hace un par de semanas, que era la reseña del otro libro de Rodolfo Santullo editado por Pictus en 2016. Banda de Orcos está pensada como una serie, y esta primera entrega (titulada “Una Razón para Morir”) nos presenta a lo que será el elenco estable, al que veremos desarrollarse (o expandirse, o achicarse) en futuros tomos. La idea es sencilla y muy efectiva: un grupo de orcos llega al campo de una batalla épica, a todo o nada… pero la batalla ya terminó y los orcos perdieron por goleada. Ahora tienen que volver a sus tierras, esta vez perseguidos por tropas del ejército vencedor, sin dejar de lado los peligros típicos del camino en cualquier mundo de fantasía medieval.
Santullo arma una especie de road movie protagonizada por personajes que parecen escapados de un cuento de J.R.R. Tolkien y le pone su sello personal, su típica combineta de aventura clásica con diálogos ingeniosos, situaciones impredecibles y un toque de humor. Siempre respetuoso de los géneros en los que incursiona, el guionista mexicano-uruguayo se esfuerza por dotar a cada pelea de un tinte épico, aunque lo que esté en juego no sea el destino del universo entero, sino apenas la subsistencia de este puñado de parias que no son ni buenos ni malos, y cuyo honor quedó manchado por llegar tarde al combate de sus vidas. Apoyado en cantidades de texto muy moderadas y en la consigna de darle a la trama un ritmo lo más ágil posible, Santullo cuenta una historia sencilla, sin grandes pretensiones, pero que cumple con creces el objetivo de engancharnos con estos personajes y este mundo, al punto de querer leer cuanto antes el segundo tomo.
También contribuye mucho el dibujo de Marc Borstel, autor marplatense de vasta trayectoria en Europa y EEUU, que sorprende con un dibujo detallista y elaborado como el de Salvador Sanz, potenciado por el dinamismo y la fluidez de un Carlos Gómez. Si te gusta la estética académico-realista, te vas a hacer MUY fan de Borstel y vas a limar con las texturitas, los detallitos, la técnica con la que incorpora la referencia fotográfica, además de disfrutar de su impactante manejo de las escenas de acción. Banda de Orcos es una excelente opción para los seguidores de Tolkien y demás autores de fantasía épica, y obviamente para los amantes de la historieta de acción y aventura a todo o nada.
Me voy a Bélgica, a 2015, cuando Yves H. y su papá, el glorioso Hermann, realizan esta novela gráfica autoconclusiva llamada Sans Perdon (traducida por un gallego frutihortícola como “Redención”). Se trata de un western sórdido, mugriento, jodido como enema de chimichurri, pero sobre todo de una historia de amor de un padre a su hijo. Me imagino la emoción que habrá sentido Hermann cuando su hijo le entregó este guión y se me pone la piel de gallina… Detrás de esta historia de violencia, sangre, torturas y vejámenes hay una historia conmovedora de sacrificio, que no sé si redime a Buck Carter de las atrocidades que comete, pero lo eleva como padre y como ser humano. Por las dudas, Yves H. se encarga de que este forajido sin límites se enfrente a un marshall decididamente destestable, un tipo que se ampara en la autoridad que le da la ley para comportarse como un hijo de puta mucho menos redimible que el criminal al que trata de capturar.
Redención es una historia sin héroes, dominada por un clima opresivo, ominoso, más triste que ser hincha de Independiente y estar afiliado a la UCR. Ese clima cobra vida de la mano de Hermann, que acá regresa triunfal a la geografía de Wyoming, donde lo vimos repartir balazos de lo lindo allá por el 14/08/12. Pero este es el Hermann maduro, el que de a poco desenfatiza la línea y deja que el color se lleve el protagonismo y sea incluso el encargado de definir no sólo la atmósfera que circunda a los personajes, sino los propios contornos y formas de los mismos. Hermann maneja la documentación con maestría y nos hace 100% creíbles a estos personajes de rasgos blandos, enchastrados de mugre y sangre, repletos de expresividad. Y encima no se guarda nada a la hora de mostrar escenas de una violencia y una crudeza desgarradoras.
Recomiendo muchísimo esta historieta a cualquier fan del comic adulto, duro, sin concesiones. Entre los mimos que Hermann le hace a tus ojos y las patadas que Yves H. le pega a tu garganta, las emociones están más que garantizadas.
Gracias por estar ahí y ni bien tenga más libros leídos (y un rato para reseñarlos) se viene un nuevo post.





jueves, 4 de julio de 2013

04/ 07: RODRIGO

No, no es la biografía del Potro. Es una novela gráfica de aventura histórica, escrita por Yves H. y dibujada por su padre, el maestro belga Hermann. La última vez que reseñé una obra de la dupla cerré con la promesa de revisitarlos en la segunda mitad del año y acá estoy.
Los protagonistas de la historia son Rodrigo De la Vega y su padre, Don Joaquín, nobles caballeros de Castilla, en eterna lucha contra los moros, más precisamente contra el califato de Granada, que se extendía a lo largo de buena parte del sur de España, allá por el año 1325, que es el que elige Yves H. para ambientar la novela. Hay aliados, enemigos, traidores, vasallos y majestades, y por supuesto hay sangrientos combates bajo el inclemente sol ibérico. Sin embargo, Rodrigo no se queda en la epopeya bélica con toques de intriga palaciega. Al guionista le interesa tocar dos temas más, que desarrolla con maestría y que le agregan muchísima sustancia al relato.
Por un lado, el choque entre las culturas. En Castilla todo es típicamente español, pero cuando los De la Vega llegan a Córdoba, se encuentran con una ciudad fastuosa, en la que conviven las tradiciones arquitectónicas cristiana, judía e islámica. ¿Qué pasa acá? ¿Por qué parece deseable exterminar a una cultura capaz de generar este tipo de expresiones artísticas? El que le mete fichas por ese lado a Rodrigo es el Padre Miguel, un sacerdote católico fascinado por la sabiduría de los moros, y a la sazón un personaje secundario deliciosamente construído por Yves H.
El otro tema que le disputa el protagonismo a la guerra entre los súbditos de Alfonso XI y los ejércitos de Rachid Al-Mu´ayyad es el del verdadero origen de Rodrigo. ¿Serán ciertos los rumores que dicen que su madre es estéril y que su padre se apropió de un bebé encontrado en un campo de batalla? ¿Por qué nadie responde a las preguntas que se hace este joven, destinado a suceder a su padre como señor de Castilla? Finalmente, las respuestas van a llegar y van a impactar, sobre todo por el giro que Yves H. le dará –a la hora de la verdad- a Esteban, el hermano de Don Joaquín a quien vimos como villano durante toda la novela. Tres páginas antes del final, Esteban dejará de ser un estereotipo gastado de noble ambicioso e intrigante y cobrará una tridimensionalidad increíble.
Y mirá qué limado: también cuando faltan cinco páginas para el final, nos enteramos de que esto, que a priori era un tomo autoconclusivo, está integrado a la inmensa saga de Las Torres de Bois-Maury, ese extenso serial del cual Hermann escribió y dibujó 10 tomos entre 1984 y 1994. Pero hete aquí que a partir de 1998, Hermann se lanzó a producir cinco álbumes más, ahora titulados simplemente “Bois-Maury”, en los que narra historias autoconclusivas, protagonizadas por distintos descendientes de Aymar, el personaje central de La Torres... A partir de este tomo (de 2001), su hijo se sumó como guionista, con lo cual Rodrigo (a veces considerado el Vol.12 de la saga de Bois-Maury) marca el debut de Yves H. en el universo de ficción creado por su padre. Lo mejor es que este tomo se puede disfrutar perfectamente sin tener la menor idea de lo que sucede en los álbumes anteriores.
Bah, no. En realidad lo mejor son los dibujos de un Hermann brillante, afiladíismo, al nivel de sus mejores obras de este milenio que son las que incorporan (con magníficos resultados) esa técnica de color alucinante, que tanto me deleitara en las otras obras de la dupla que me tocó reseñar. Acá el belga se fuma un puñado de páginas con muchísimo texto y algunas en las que tiene que dibujar 10 cuadros muy chiquitos. Pero por suerte tiene también páginas de cuatro o cinco cuadros, o páginas de siete que acomoda para meter una viñeta gigante y varias chiquitas. Entre una cosa y otra, no faltan oportunidades de que Hermann despliegue todo su arsenal de recursos pictóricos y narrativos, entre los que se destacan su increíble trabajo en los paisajes y decorados, el ritmo en las escenas de acción y los climas que logra en los flashbacks y sobre todo en las secuencias oníricas, que son definitivamente memorables.
No conozco muchas historietas históricas ambientadas en la guerra entre cristianos y moros en España, más allá de aquella gloriosa versión de El Cid realizada por Antonio Hernández Palacios. Así que si sos fan de este género, te recomiendo sin dudas Rodrigo. Si sos fan de Hermann o de la saga de Bois-Maury, ni hablar. Lo tenés que tener YA, porque se trata de uno de los puntos más altos de la epopeya medieval que consagrara mundialmente al cada vez más grosso maestro, fruto de la cautivante alquimia que logra cuando trabaja con su hijo. Papa muy fina.

lunes, 25 de febrero de 2013

25/ 02: ZHONG GUO

Vuelvo a encontrarme con el maestro belga Hermann Huppen (de acá en más, Hermann a secas) y su hijo Yves (de acá en más Yves H.), quien oficia de guionista en esta prolífica y exitosa dupla. En esta novela gráfica, padre e hijo nos llevan a la China del futuro para contarnos una clásica historia de espionaje, condimentada con elementos de ciencia-ficción.
Esta vez, las 52 páginas le alcanzan perfectamente a Yves H. para desarrollar la trama. De hecho, se da el lujo de escribir varias y muy intensas secuencias mudas, en las que se luce a pleno el talento de su padre, dibujante y narrador de calidad superlativa. Como en tantas historietas de misterio, en las últimas páginas habrá que aclarar verbalmente varios puntos oscuros de la trama y aparecerán algunos soliloquios un poco más extensos, pero nada que se compare ni remotamente con los masacotes de texto que vimos en La Chica de Ipanema.
En un tono sobrio, sin las estridencias típicas de las películas de James Bond, Yves H. nos mete en medio del típico enredo diplomático: un espía chino, que supuestamente robó datos confidenciales, pide asilo en la embajada de EEUU, donde nunca va a estar del todo seguro, porque hay infiltrados que responden a los servicios de inteligencia chinos, a la mafia de las tríadas y a la propia CIA que –como siempre- tiene su propia agenda. El primer tramo de la novela parece concentrarse en cómo Wang Li Fang zafa de sus captores, pero con el correr de las páginas, el guionista desplaza el foco hacia el agente Ditto, un ser clonado numerosas veces (incluso por distintas facciones), que intentará desenredar esta siniestra red de conjuras que intoxica, corrompe y lleva al límite del protocolo a las relaciones diplomáticas entre China y EEUU.
Por suerte el tema de las identidades y las lealtades volátiles (algo frecuente en el género del espionaje) no complica innecesariamente la comprensión de la trama. Que -en rigor de verdad- es más bien sencilla, a tal punto que muchas de las secuencias de acción parecen estar puestas por Yves H. simplemente para sacudirnos un poco, para asegurarnos de que no nos aburran el protocolo y el chamuyo. El hecho de que haya clones, autos que vuelan y chiches tecno del futuro también hace su aporte a la espectacularidad y a la tensión dramática de algunas escenas. Sin ser una maravilla, el guión está bastante bien y se hace sumamente llevadero.
Y como siempre, lo que manda al libro a la pila de los imprescindibles es el trabajo de Hermann al frente de los dibujos. El maestro aprovecha a full las secuencias mudas, las secuencias oníricas, las escenas en las que la acción le roba el protagonismo al protocolo, esos momentos tensos de interrogatorios, aprietes y torturas, las persecuciones por esta gigantesca urbe china del futuro, las escenas en mansiones y oficinas de lujo, para variar radicalmente la paleta de colores, para acompañar cada cambio de secuencia con cambios muy notables (y siempre acertadísimos) en la iluminación y sobre todo en las tonalidades del color. Todo a manopla, eh? Acá no existe el photoshop, ni ningún chiche informático. Los fondos, laburadísimos y omnipresentes como en toda novela pensada para el público franco-belga, están todos dibujados, hay cero foto retocada. Las armas, vehículos, laboratorios, rascacielos y hasta celulares ni siquiera están basados en fotos, porque al ambientar la historia en el futuro, Hermann los tiene que imaginar. Hay muchos hallazgos en el dibujo del belga, pero creo que me quedo con el de los saltos permanentes en el color, esa adaptación constante de la paleta del maestro a las muchas variantes que le ofrece el guión en materia de climas y locaciones.
Zhong Guo no es LA obra maestra de los Huppen, no cambia la historia ni te dan el diploma de Boludo si no la leés jamás. No obstante lo cual (cantaba el Carpo, que hoy cumple ocho años de gira) se trata de una historieta sólida, potente, convincente y con unos dibujos que te detonan las retinas en fuegos artificiales de placer. Me queda sin leer un libro más de Yves H. y Hermann, pero lo guardo para más adelante, para después de mitad de año.

martes, 19 de febrero de 2013

19/ 02: LA CHICA DE IPANEMA

El título de este álbum no puede ser más frutihortícola. Lo que pasa en la historia no tiene nada que ver con esa famosa canción, de la que apenas se “oye“ un pedacito en la última viñeta, encima en la versión de Frank Sinatra.
Lo importante, obviamente, no es eso, sino que estamos ante una nueva colaboración entre el guionista Yves H. y su ilustre padre, el glorioso Hermann. Ya los habíamos visto trabajar juntos en Manhattan Beach 1957 (allá por Marzo de 2010) y esta obra de 2005 es su cuarta historieta en conjunto (en unos días leo la tercera, que está ahí, pidiendo pista). Este Hermann tiene poquísimo que ver con el que descubrimos en los setentosos álbumes de Comanche: acá el maestro belga ya encontró definitivamente su estilo y lo refinó para crear un sello gráfico indudablemente propio, sin renunciar a su inscripción en el estilo académico-realista. Este Hermann mete más cuadros por página, dibuja a los personajes más redondeados (pareciera sentirse mucho más cómodo dibujando a gordos que a flacos), simplificó muchísimo el trazo y ganó en complejidad y sutileza cuando se lanzó a darle color directo a sus páginas. Un porcentaje muy importante de lo mucho que se disfruta la faceta visual de este libro tiene que ver con cómo Hermann aplica el color, cómo elige la paleta, cómo crea y ejecuta efectos alucinantes en la iluminación, como se pone al servicio de los climas que propone el guión. Este es otro trabajo magistral del belga, repleto de detalles increíbles, personajes muy expresivos, referencias fotográficas muy bien integradas al dibujo, un repertorio amplísimo de enfoques (siempre bien elegidos) y lo que subrayaba recién, un manejo exquisito de las posibilidades que le brinda el color directo.
El argumento que propone Yves H. es sumamente atractivo: una investigación policial absolutamente realista, que respeta al milímetro los procedimientos (más incluso que lo que veíamos en Gotham Central), y que busca esclarecer la muerte de una joven y la desaparición de otra. Ron Chávez, detective de la policía de Los Angeles, llevará adelante la mayor parte de la pesquisa y por supuesto se topará con una intrincada red de impunidad tejida por mafiosos, empresarios encumbrados de Hollywood y gente vinculada a la política. Hasta ahí, todo bárbaro. Los personajes están bien construídos, no hay sacudones ilógicos, el plan B de los villanos está bien planteado, la policía no encuentra pistas de casualidad, cuando aparecen el gore o el grim ´n grittty impactan y estremecen de verdad, se nota que Yves H. estudió la geografía y la sociedad de Los Angeles y sus suburbios... un lujo.
El problema es que la novela gráfica tiene sólo 52 páginas, y el argumento es demasiado complejo para 52 páginas. Así es como el guionista mete groseros masacotes de texto en casi todas las páginas, en los que nos narra secuencias enteras que su padre no dibuja porque no tiene espacio. Incluso avances importantes en la investigación de Chávez y el LAPD se cuentan en esos bloques de texto, además de algunas conjeturas, sensaciones, recuerdos y esas cosas que sirven para meternos más en la mente de los protagonistas. O sea que, aunque te aterren esos párrafos infinitos de texto -que parecen capítulos de El Capital de Marx, con las notas al pie y todo- no te los podés saltear porque te quedás afuera de cosas realmente importantes para la resolución del misterio.
Y así, entre los mega-bloques de texto que escribe Yves H. y las muchas viñetas por página que dibuja Hermann, La Chica de Ipanema llega a un final, que no es para nada el que uno espera. La novela le saca mucho jugo al hecho de que está ambientada en Hollywood, pero el final no tiene nada que ver con el del típico thriller del cine yanki. No quiero contar nada, simplemente destacar la fina ironía del giro con el que, en la última página, los autores le ponen el broche de oro a una historia dura, tensa, 100% verosímil (nadie se sorprendería si estuviera sacada de los diarios) y que sufre un poquito por el hecho de estar caprichosamente comprimida en menos páginas de las que hacían falta para que padre e hijo brillaran en todo su esplendor. En 52 páginas, les salió una historieta buenísima. En 64, no me quiero ni imaginar lo que se podría haber hecho con ese mismo argumento. Mínimo, una obra maestra.

miércoles, 10 de marzo de 2010

10/ 03: MANHATTAN BEACH 1957


Imaginate que sos guionista de historietas y tu viejo es uno de los mejores dibujantes del mundo. Un día te llama, y medio para estimularte, medio para desafiarte, o para darte la oportunidad de jugar en Primera, te dice “Escribite un guión copado, que yo te lo dibujo”. Eso debe ser un momento 100% mágico, pletórico de alegría y ensoñación (palabra que según la Real Academia Española no existe, pero que los verduleros que doblaban al castellano las pelis de Disney de los ´50 y ´60 te metían en las letras de todas las putas canciones), imposible de olvidar. Un sueño que se le hizo realidad a Gabriel, el hijo de Solano López, cuando unió esfuerzos con su viejo para parir a Ana y las Historias Tristes… y a no muchos más. Bueno, también al guionista de esta novela gráfica, el notable Yves Huppen (Yves H., para los fans), que es hijo nada menos que de Hermann Huppen (Hermann a secas, de acá en más), el glorioso autor belga que desde hace 40 años combina una producción inmensa con un nivel de calidad que no para de crecer.
Yves H. y Hermann formaron equipo por primera vez en 2000, para la exquisita y fundamental Liens de Sang (Lazos de Sangre), y dos años después los encontramos de nuevo juntos para esta nueva historia. Yves es fanático a muerte de la novela negra norteamericana y se le nota. Trabaja muchísimo sobre los climas, le gustan las historias sórdidas y los protagonistas perdedores. La lectura de sus obras te deja invariablemente un regusto tristón, a whisky barato y derrota asegurada. Manhattan Beach 1957, lejos de ser la excepción, es otra historia de sueños rotos y desencuentros amorosos, por supuesto en un marco de investigación policial y crímenes truculentos. El guión intercala con maestría secuencias de la juventud de John Haig, allá por 1957, y otras ambientadas en 1976, cuando John ya es un tipo maduro, incorruptible pero frustrado policía de un pueblito de Missouri. Yves nos narra ambas historias en paralelo y a medida que nos revela detalles de lo sucedido en 1957, uno empieza a sospechar cómo puede terminar la trama ambientada en 1976… pero el final (o en realidad, los dos finales) sorprenden por completo, incluso a los que tenemos mucho comic europeo leido.
Lo único medio al pedo es el énfasis en el fantasma de Elvis (que en 1976 estaba vivo, o casi), una especie de obsesión con forma de cantante que acompaña a John desde su juventud, para cantarle en las buenas y cagársele de risa en las malas. Visualmente es un muy lindo recurso, pero a nivel argumental no agrega nada demasiado sustancioso. El resto, impecable. Nada está estirado, todo tiene explicación, cada giro imprevisto impacta en el momento justo. Redondísimo.
Y papi la tiene clara. El trabajo de Hermann en este álbum es simplemente glorioso. ¿Querés buenos climas? Tenés al dibujante indicado, acá jugado a full por el color directo, con una sutileza y una cancha infinitas, con paletas distintas para los distintos períodos y el viejo truco que inventó Francis Ford Coppola en Rumble Fish y después vimos en infinitos comics y video clips: secuencias enteras en blanco y negro, con UN elemento a color, que se destaca y llama la atención. Hermann además tiene un talento nato para la composición, y sobre todo para el manejo del tempo narrativo. Mete como pocos las pausas, los silencios y los arrebatos de violencia, que son unos cuantos dado lo intempestuoso del guión. A primera vista, Hermann puede parecer demasiado clásico, hasta incluso un poco frío, pero en Manhattan Beach 1957 se nota a la legua que al maestro lo mueve una pasión irrefrenable por contarnos una historia y que nos llegue, que nos pegue, que nos quede impregnada. Lo mejor de todo es que lo consigue.