Esta historieta es un delirio. Se trata de… de… de un autor que se está divirtiendo a lo pavote. No hay mucha más explicación. Lucas Nine se zambulle en el universo de los bandoleros mexicanos de hace 100 años y junta todos los chistes que se te puedan ocurrir acerca de estos personajes venales y violentos. Por momentos parece un sketch de Les Luthiers, por momentos uno de Cha-Cha-Cha, pero es eso: humor fuera de control. Y con la ventaja de que acá, al no haber limitaciones presupuestarias, puede pasar literalmente cualquier cosa.
En un momento aparece incluso una mano humana (una foto, recortada y pegada), que interactúa plumín en mano con un desconcertado Dingo Romero. Y al final, lo que parece ser la realidad no lo es, en un giro sorpresivo, poético y hasta dramático, contrapuesto a este festival de la bajeza, la brutalidad y la joda loca. En el medio pasan un montón de atrocidades (desde violentas peleas hasta una timba zarpada en la que Dingo pierde hasta la ropa), pero están narradas con un tono claramente festivo, con diálogos muy limados, en los que Lucas se revela como un verdadero dotado para los juegos de palabras. Esta obra sólo se editó en España, y sin embargo los diálogos están poblados de chistes, guiños y malabares verbales que sólo funcionan en Argentina. No sé si los españoles los habrán entendido, pero yo me reí mucho.
En 50 páginas Dingo Romero tiene varios cambios de ritmo. La grilla de 12 viñetas por página (que le vimos dominar a Lucas en sus trabajos para Fierro) se alterna con la de 6, y cada tanto la historia tiene mini-finales, lo cual me hace sospechar que quizás Nine la pensó primero como una obra en episodios unitarios y después la convirtió en novela gráfica. Pero para hacer algo así tendría que haber detrás una planificación minuciosa y Dingo Romero transmite todo el tiempo la sensación contraria, la de un autor que se deja llevar por un torbellino de imaginación y manda 50 páginas de fruta, sin tener nunca la más puta idea de qué va a suceder en la página siguiente.
El dibujo también, es vértigo y descontrol en estado puro. Hay técnica, obviamente, porque Lucas es un gran dibujante y maneja el pincel (bien cargado y casi seco) como pocos. Pero lo que más se ve no es la técnica, sino el kilombo, el frenesí visual, la increíble cantidad de efectos gráficos logrados con poquísimos recursos, y el contrapunto entre esa cosa por momentos caótica y sobrecargada frente a la sobriedad fría y austera de la tipografía que usa Lucas. Hay dos viñetas (sólo dos) en las que mete además tramas mecánicas en los fondos y son espectaculares. Es un recurso que podría explorar mucho más. El resto son manchas, líneas y esos surcos que deja el pincel de Nine en las viñetas a modo de texturas o efectos de iluminación. Esto mismo, dibujado de un modo menos oscuro, menos visceral, más careta, también sería gracioso y quizás también sería genial. Pero la idea de Nine en este libro era, claramente, irse a la mierda cuantas veces se le cantara, y por eso cierra tanto esta estética tan personal, al filo del grotesco pero sobre todo sin concesiones, con tantos caprichos y saltos al vacío como el guión.
No hay edición argentina de Dingo Romero, lamentablemente, y la editorial que lo publicó en España creo que no existe más. A ver si algún editor local aprovecha y se manda una edición nac & pop. Mientras tanto, tengo otro libro de Lucas Nine (ese sí, publicado en Argentina) en la pila de los pendientes y prometo entrarle muy pronto. Ah, y quiero libro también de las aventuras de Borges que hizo Lucas en Fierro, que estaban alucinantes.
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jueves, 10 de septiembre de 2015
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