Y otro feriado que aprovecho para ponerme al día con las reseñas…
Arranco en Francia, en 1996, cuando Thierry Cailleteau forma equipo con Denis Bajram para lanzar Cryozone, un comic de ciencia-ficción lanzado originalmente en dos álbumes de 46 páginas y editados en España en un único tomo por el sello 001. El argumento parte de una base muy interesante, que es la misma que vimos en 2016 en la película Passengers (esa en la que garchan Starlord y Mystique): una gigantesca nave terrestre que surca el espacio en un viaje de varios años luz rumbo a un nuevo planeta, llevando a miles de colonos criogenados, para que no mueran de viejos durante el viaje. Una falla técnica, gente que debería seguir dormida durante décadas pero se despierta de repente y un bolonki totalmente imprevisto. Hasta ahí, las similitudes entre este comic y la película que apareció 20 años después…
Cryozone tiene muchas más pretensiones de epopeya, y un clima mucho más de thriller. En buena medida porque los que despiertan de golpe, sin atravesar los procedimientos prescriptos para estos casos… se convierten en zombies. O sea que básicamente, tenemos un Apocalipsis zombie en un gran transbordador espacial lleno de gente. El planteo es interesante, hay una bajada de línea muy piola (“los malos” son una mega-empresa a la que la vida de esas miles de personas no puede importarle menos), el dibujo de Bajram cumple dignamente (sin ser un virtuoso, ni un distinto, ni un genio, ni nada), y el gran problema que tiene Cryozone es que Cailleteau se va al carajo con los diálogos.
Las viñetas se ven copadas por enormes globos de diálogo, donde leemos extensas explicaciones, debates, conjeturas… Un poquito está bien, pero en esas cantidades, lo que logra Cailleteau es que, ni bien te cae la ficha de por qué pasa lo que pasa, te empieces a saltear esos masacotes de texto, sin los cuales tambièn se entiende (y se disfruta) la historia. De hecho, cuando Cailleteau encuentra la forma de que sea la acción la que hace avanzar la trama, Cryozone muestra un muy buen ritmo, potenciado por escenas muy violentas, de un impacto infrecuente en el comic franco-belga. Al final, los autores deciden que tienen que ganar los buenos, y la trama pega una voltereta medio inconsistente, pero bueno… tampoco es un delirio, estamos hablando de una historia con zombies en el espacio exterior… Para pasar un rato, no está mal.
Salto acá cerca, a Chile, donde en 2011 aparece un libro muy voluminoso, que recopila todos los números de la revista Informe Meteoro (publicados entre 2005 y 2008), junto a bastante material inédito. El subtítulo del libro es “Crónicas del Reino de Chile” y ahí está su talón de Aquiles: las historietas son breves comedias, algunas muy bizarras, en general bastante ingeniosas, en las que un chileno común y corriente convive con dos alienígenas, y juntos comentan o se involucran en temas entroncados en la actualidad del país vecino, en los años en cuestión. O sea que todo el tiempo se suceden las referencias a la política, la sociedad, el deporte, la cultura y la farándula chilenos de 2005-2008, referencias que uno en su mayoría desconoce. Esto le resta mucha gracia a los chistes y hace que algunos episodios se vuelvan directamente crípticos.
Lo más interesante que tiene este libro es que funciona como catálogo de autores. Los creadores de Informe Meteoro, los que delinearon la historia básica de Aldo, Yelson y Lomax, son Esteban Chacón y Huicha. Pero hay muchísimas historietas en las que no participan ninguno de los dos, y todos los autores que meten mano aprovechan la posibilidad de dibujar a los personajes con total libertad, en estilos muy distintos. Así, la faz gráfica del libro resulta muy cambiante, con algunos momentos muy altos. Cada vez que dibuja Huicha, el nivel gráfico sube notablemente. Pobre flaco, se fuma guiones repletos de texto, que lo obligan a meter muchas viñetas chiquitas, sobrepasadas de globos. Pero ese trazo perfecto, con reminiscencias de Moebius, le permite salir airoso. Después aparece Nico Silva y destruye todo: este dibujante es un verdadero genio, con un trazo más cercano al de Robert Crumb y un talento narrativo descomunal. Y completa el podio Ítalo Ahumada, una bestia del estilo académico-realista, a quien ya nos cruzamos en varias publicaciones chilenas reseñadas en el blog. Otros dibujantes que me gustaron mucho son Gatón, Grotesco (una especie de Ernán Cirianni trasandino) y Traslaviña, un mash-up perfecto entre Jim Davis y Skip Williamson.
Y termino en Argentina, donde en 2017 se editó el segundo álbum de Max Hell, la galardonada creación de Guillermo Höhn y Pablo Tambuscio apuntada al público infantil. Hace poco más de un año (el 25/03/17) comentábamos el Vol.1, y la verdad es que es poco lo que hay para agregar. La trama avanza a un ritmo muy ganchero, sin tropiezos ni volantazos bizarros, y si hubo algo que me llamó la atención fue el diseño de personajes. Este era un rubro en el que Tambuscio me sorprendió muy gratamente cuando leí el Vol.1, y que esta vez mejora aún más, para alcanzar un nivel realmente superlativo. Una muy linda lectura para compartir con los más chicos, sean hijos, sobrinos, ahijados o mascotas bípedas.
Y hasta acá llegamos. Ni bien tenga más material leído, se vienen nuevas reseñas, acá en el blog. Por suerte ya tengo solucionado el problema de la computadora, con lo cual ya estamos subiendo contenidos tanto al sitio web de Comiqueando como a nuestro canal de YouTube. Gracias por el aguante y hasta pronto!
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martes, 1 de mayo de 2018
jueves, 21 de noviembre de 2013
21/ 11: AQUABLUE Vol.1-3
De nuevo me cebé mal con una seguidilla de álbumes cortitos y me bajé varios al hilo... Esta vez le entré de lleno a los primeros tres libros de Aquablue, una serie francesa que tuvo muchos tomos, de los cuales en España se publicaron sólo tres (creo).
Thierry Cailleteau y Olivier Vatine inician en 1996 esta epopeya de ciencia-ficción con un propósito clarísimo: responder al embate del manga y el comic de superhéroes, que ya habían iniciado su expansión por toda Europa, en detrimento del comic europeo más fino, de más impronta autoral. Hoy hay varias series europeas pensadas para seducir a la gente que sólo lee comic mainstream yanki o ponja y no te toca ni con un puntero laser a un Vittorio Giardino, un Carlos Giménez o un Jacques Loustal. Pero en 1996 había muy pocas y eso es lo que hizo atractiva a Aquablue.
En el inicio, la saga de Aquablue parece el enésimo refrito de Superman o Tarzan: el bebé que sobrevive de milagro a la tragedia que acaba con los suyos, cae (también de milagro) a un habitat extraño, que no tiene mucho que ver con el suyo, donde es adoptado y criado por una raza de seres totalmente distintos a él. Por suerte, para la página 25 Cailleteau pega un volantazo y la serie agarra para otro lado, con tintes más políticos, con una bajada de línea ecologista muy manifiesta, y por supuesto con villanos muy hijos de puta para que se justifique luchar, matar y morir. No sé cómo corno termina Aquablue, pero estos primeros tres tomos me sedujeron con su ritmo ganchero, su diversidad de personajes y la fuerza de los conflictos.
Lo choto es que los autores tratan de imitar en la superficie varios rasgos del comic americano, con puestas en página arriesgadas, etc., pero el argumento es tan ambicioso que se quedan cortos con el espacio. En las primeras 44 páginas pasa lo que en un comic americano normalmente pasa en 88, y eso significa... muchos cuadros por página e infinitos globos con extensos diálogos, dos cosas que patean para el lado contrario de lo que buscan Cailleteau y Vatine. En los dos tomos posteriores se controlan un cachito más, y ponele que cuentan en 44 páginas lo que un autor yanki promedio contaría en 66. También en los Vol.2 y 3 se reparte mejor el protagonismo: la trama pasa menos por Nao (el huérfano humano criado por los anfibios de Aquablue) y más por un elenco muy bien logrado, en el que gana terreno una especie de Han Solo italiano, que grita “Mamma Mía” y es fan de la pizza y la Juventus, al que al principio detesté y con el correr de las páginas me cayó mucho mejor. Incluso los villanos tienen onda, profundidad y escenas en las que se indaga coherentemente en sus motivaciones.
En la base del dibujo de Vatine están Jean-Claude Mézieres y Philippe Caza, dos referentes ineludibles del comic francés de ciencia-ficción. Pero claro, el autor mira mucho a autores yankis, para darle a su trabajo ese toque impactante, flashero... y ahí aparecen cosas de Berni Wrightson en la iluminación, cosas de John K. Snyder, de Sam Kieth (el Vol.3 tiene escenas enteras que parecen dibujadas por Kieth), de los españoles que en los ´90 publicaban en Marvel U.K. (Carlos Pacheco, Oscar Jiménez, Salvador Larroca, Rafa Fonteriz) y de la época en que Kevin Eastman y Peter Laird dibujaban a las Tortugas Ninja. El cóctel es raro pero funciona, y lo más interesante es que no se lo ve a Vatine como un clon berreta de ninguno de los artistas mencionados, sino como un tipo que busca, que investiga, que abreva en fuentes en las que la mayoría de sus contemporáneos no abrevaban. Para el Vol.3, cuando mejora ostensiblemente el color (que al principio es medio pedorro), la faz gráfica de Aquablue se vuelve definitivamente sólida.
Algún día y en algún idioma leeré los dos tomos que me faltan de Aquablue y me enteraré cómo cierran Cailleteau y Vatine esta atractiva historia de choque de culturas, de misticismo y naturalismo vs. explotación capitalista y colonialismo. No es una historieta perfecta ni mucho menos, pero tiene un ancho de espadas que es su clara intención de divertir, de entretener al lector. No se propone más que eso y eso que se propone, lo logra con creces. Si de pedo la ves completa, sumergite.
Thierry Cailleteau y Olivier Vatine inician en 1996 esta epopeya de ciencia-ficción con un propósito clarísimo: responder al embate del manga y el comic de superhéroes, que ya habían iniciado su expansión por toda Europa, en detrimento del comic europeo más fino, de más impronta autoral. Hoy hay varias series europeas pensadas para seducir a la gente que sólo lee comic mainstream yanki o ponja y no te toca ni con un puntero laser a un Vittorio Giardino, un Carlos Giménez o un Jacques Loustal. Pero en 1996 había muy pocas y eso es lo que hizo atractiva a Aquablue.
En el inicio, la saga de Aquablue parece el enésimo refrito de Superman o Tarzan: el bebé que sobrevive de milagro a la tragedia que acaba con los suyos, cae (también de milagro) a un habitat extraño, que no tiene mucho que ver con el suyo, donde es adoptado y criado por una raza de seres totalmente distintos a él. Por suerte, para la página 25 Cailleteau pega un volantazo y la serie agarra para otro lado, con tintes más políticos, con una bajada de línea ecologista muy manifiesta, y por supuesto con villanos muy hijos de puta para que se justifique luchar, matar y morir. No sé cómo corno termina Aquablue, pero estos primeros tres tomos me sedujeron con su ritmo ganchero, su diversidad de personajes y la fuerza de los conflictos.
Lo choto es que los autores tratan de imitar en la superficie varios rasgos del comic americano, con puestas en página arriesgadas, etc., pero el argumento es tan ambicioso que se quedan cortos con el espacio. En las primeras 44 páginas pasa lo que en un comic americano normalmente pasa en 88, y eso significa... muchos cuadros por página e infinitos globos con extensos diálogos, dos cosas que patean para el lado contrario de lo que buscan Cailleteau y Vatine. En los dos tomos posteriores se controlan un cachito más, y ponele que cuentan en 44 páginas lo que un autor yanki promedio contaría en 66. También en los Vol.2 y 3 se reparte mejor el protagonismo: la trama pasa menos por Nao (el huérfano humano criado por los anfibios de Aquablue) y más por un elenco muy bien logrado, en el que gana terreno una especie de Han Solo italiano, que grita “Mamma Mía” y es fan de la pizza y la Juventus, al que al principio detesté y con el correr de las páginas me cayó mucho mejor. Incluso los villanos tienen onda, profundidad y escenas en las que se indaga coherentemente en sus motivaciones.
En la base del dibujo de Vatine están Jean-Claude Mézieres y Philippe Caza, dos referentes ineludibles del comic francés de ciencia-ficción. Pero claro, el autor mira mucho a autores yankis, para darle a su trabajo ese toque impactante, flashero... y ahí aparecen cosas de Berni Wrightson en la iluminación, cosas de John K. Snyder, de Sam Kieth (el Vol.3 tiene escenas enteras que parecen dibujadas por Kieth), de los españoles que en los ´90 publicaban en Marvel U.K. (Carlos Pacheco, Oscar Jiménez, Salvador Larroca, Rafa Fonteriz) y de la época en que Kevin Eastman y Peter Laird dibujaban a las Tortugas Ninja. El cóctel es raro pero funciona, y lo más interesante es que no se lo ve a Vatine como un clon berreta de ninguno de los artistas mencionados, sino como un tipo que busca, que investiga, que abreva en fuentes en las que la mayoría de sus contemporáneos no abrevaban. Para el Vol.3, cuando mejora ostensiblemente el color (que al principio es medio pedorro), la faz gráfica de Aquablue se vuelve definitivamente sólida.
Algún día y en algún idioma leeré los dos tomos que me faltan de Aquablue y me enteraré cómo cierran Cailleteau y Vatine esta atractiva historia de choque de culturas, de misticismo y naturalismo vs. explotación capitalista y colonialismo. No es una historieta perfecta ni mucho menos, pero tiene un ancho de espadas que es su clara intención de divertir, de entretener al lector. No se propone más que eso y eso que se propone, lo logra con creces. Si de pedo la ves completa, sumergite.
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