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martes, 9 de enero de 2024
MARTES PEGAJOSO
Mientras soporto estoicamente un clima pegajoso, pesado y agobiante y un gobierno fascista, pesado y agobiante, tengo un ratito para comentar las últimas lecturas.
Arranco en Francia, año 2007, con el Vol.4 de Le Bestiaire Amoureux, libro que compré sin advertir que era el Vol.4 de una saga. De todos modos, se entiende perfecto, no hace falta haber leído los tres anteriores para engancharse. Sólo tenés que saber (o deducir) que Fernand es el protagonista de los seis álbumes de la serie Grand Vampire, que acá reaparece como personaje... no sé si secundario, pero seguramente no como figura central.
Como su nombre lo sugiere, Le Bestiaire Amoureux es una historieta romántica. Y si bien los protagonistas son vampiros, licántropos y monstruos varios, la trama gira en torno a amores y desamores y se desarrolla (como las historias de amor del mundo real) mediante charlas, paseos y momentos de mayor intensidad que van del beso romántico a la noche de sexo desenfrenado. Por suerte esta es una obra de Joann Sfar, maestro en el arte de encajarte chotocientas páginas de gente que habla y habla, sin aburrirte en ningún momento. A veces son páginas con muchas viñetas chiquitas, en las que los globos de diálogo le arrebatan el protagonismo al dibujo, pero también hay secuencias mejor equilibradas.
Sin dudas lo más interesante es el desarrollo de los personajes, construidos por Sfar para lograr que los lectores (y lectoras) nos identifiquemos con alguno de ellos, con sus vivencias, sus miedos, sus inseguridades, sus pasiones, aunque ninguno de los que estamos de este lado del papel nos alimentemos de sangre humana ni nos transformemos en lobos. No hace falta ser un freak ni un adicto a los misterios de la vida noctámbula para que te den ganas de compartir aunque sea unas horas, una fiesta de música gótica, con Richard, Edmundo, Aspirine, Josecine, el patito y el resto de los amigos y amigas de Fernand. Le Bestiaire Amoureux te transporta a ese mundo crepuscular de un modo muy atractivo, que lo hace sentir muy real, muy cercano, con diálogos afilados, chistes bien puestos y garches memorables.
Amor en un mundo de terror, con personajes de raíz fantástica pero contados en clave muy humana y muy creíble por un Sfar que dibuja como los dioses, complementado de manera magistral por los colores de Walter, genio de los genios con un manejo tan zarpado de las distintas técnicas, que por momentos parece un comic de Richard Sala coloreado por él mismo. Ahora quiero los otros tomos de esta colección...
No se puede cerrar el relevamiento de las historietas argentinas aparecidas en 2023 sin reseñar aunque sea una obra de la dupla mágica integrada por Eduardo Mazzitelli y Quique Alcatena. Esta vez la editorial Primavera Revólver fue la encargada de traernos una de las obras de los capos realizada para el mercado italiano (aunque no nos aclaran ni cuándo ni en qué revista tana se publicó): la muy lograda Los Cuatro Mundos.
En la superficie, Los Cuatro Mundos es el relato de una guerra tremenda entre los pueblos del Fuego, el Aire, el Agua y la Tierra, con ejércitos imposibles, armas, criaturas y fortalezas deslumbrantes de las que sólo Alcatena puede imaginar. Pero con el correr de las páginas, Mazzitelli deja en claro que todo eso no sólo es menor: también es un chiste, o algo así. Lo importante, lo que al guionista realmente le interesa contar es la vida de Blaz Bodel, un hombre que se peleó con la guerra y ahora quiere otra cosa para su vida: paz, amor, sabiduría, los valores que en la guerra no tienen ningún valor. Entonces, Mazzitelli va a estructurar dos tramas en paralelo: la de la guerra, que se va a ir devaluando al ritmo de las runflas y las traiciones entre los reyes de los distintos mundos, y la de Blaz, que va a cobrar espesor e interés a medida que el personaje crece hasta quedarse con el protagonismo total en el último episodio. Para el final, ya querés que salga una secuela con nuevas aventuras de Blaz Bodel, en estos mundos o en cualquier otro.
El libro incluye también una historieta autoconclusiva de la dupla, un buen relato de intriga palaciega con elementos fantásticos y esos clásicos textos de Mazzitelli que levantan un vuelo poético magnífico mientras enfatizan los dilemas morales por sobre la acción y la machaca. El dibujo de Quique, una gloria de principio a fin. Incluso si no sos fan de Alcatena y Mazzitelli, dale una oportunidad a Los Cuatro Mundos, que te va a gustar.
Y me falta hablar un poco de la reciente recopilación de Tacuara, una historieta que se había publicado en 2013 en las páginas de Fierro, con guion de Rodolfo Santullo y dibujos de Dante Ginevra. Ese es el gran problema de Tacuara: son los mismos autores de Malandras (ver reseña del 02/12/14), que es una historieta muy, pero muy superior.
Tacuara no es chota ni mucho menos, pero no tiene ese humor inteligente y atrevido que despliega Santullo en Malandras, no sorprende al presentarse como una serie de episodios unitarios que luego se conectan entre sí para convertirse en una novela gráfica, y el dibujo de Dante no tiene esa expresividad genial que tenía sobre todo en los rostros. Malandras ofrecía acción, romance, pinceladas de comedia costumbrista... Tacuara no. Se trata de una historieta a grandes rasgos documental, apoyada en una excelente investigación por parte de los autores, pero no es más que eso. Y encima investiga a un grupo político tan ambiguo, con tantas contradicciones, que ni siquiera te puede bajar una línea clara a favor o en contra de lo que pensaban estos tipos... porque cambiaron de idea 200 veces en los 15 años que recorre la historieta. La trama tiene momentos tensos, momentos violentos, momentos shockeantes, o sea que no es sólo gente que habla y rosquea (como lo sugiere esa portada opaca y sin alma). Pasan cosas y algunas son bastante tremendas. Pero, como en todo relato centrado en la política, la rosca y la sanata van a quedarse con los roles principales.
Tacuara está buena para aprender. Para que el que no tenía la menor idea de que en Argentina había existido este movimiento revolucionario se entere y -si le interesa- busque más información. Como historieta -repito, sin ser chota- no me parece que esté cerca de los mejores trabajos ni de Santullo ni de Ginevra. Esto mismo, firmado por Juan Carlos Nadie y José Random, seguramente me arrancaba un par de elogios más. Pero de Dante y Rodolfo cualquiera que haya leído Malandras espera mucho más de lo que te dan en Tacuara.
Hasta acá llegamos. Ni bien tenga leídos un par de libros más, nos encontramos con nuevas reseñas, acá en el blog. Y si estás de vacaciones, con tiempo para leer algo bien power, no dejes de descargar la Comiqueando Digital en https://comiqueandoshop.blogspot.com.
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Rodolfo Santullo
martes, 2 de diciembre de 2014
02/12: MALANDRAS
Me acordaba poco del argumento de esta historieta, que leí en su momento por entregas en las páginas de Fierro. Me parece que acá se da un caso raro, a contramano del de la mayoría. En general, cuando se lee toda de un saque una serie de historietas que uno leyó espaciadas, de a cuatro o seis páginas por mes a lo largo de varios meses, aparece algo que en la lectura “serial” no se aprecia tanto, que es el “big picture”, ese contexto mayor, capaz de englobar a cada uno de esos pedacitos de historia y darles un sentido mayor, más potente.
Con Malandras me pasó algo raro. Sí, obvio, leída en una sóla sentada aparecen cosas de las que Rodolfo Santullo y Dante Ginevra pensaron para sorprendernos que quizás no se lucían cuando a uno le vendían el chamuyo de que esto era una colección de episodios unitarios ambientados en la misma ciudad en la misma época. Pero -mirá qué loco- cuando los leía así, como episodios autoconclusivos, cuando no se veían tanto las costuras que enlazan a las distintas historias con increíble precisión, tampoco se notaba tanto que un amplio porcentaje de la trama está sostenido por casualidades. Los malentendidos que se producen, los cruces entre los personajes a los que Santullo nos presenta en las distintas historias, incluso la resolución final, la que explica cómo se entera el General Perón que lo están por ir a matar, todo es producto de la casualidad.
Al principio, cuando todo se centra en unas pocas cuadras del barrio de Mataderos, ponele que sea creíble que los personajes se cruzan por casualidad. Pero con el correr de las páginas, cuando la historia de esta conspiración empieza a abarcar otros barrios, otros ámbitos, otras clases sociales, el tema de que tantas cosas sean fruto de la casualidad empieza a hacer ruido. La necesidad de hilvanar las primeras historias “autoconclusivas” para integrarlas a la trama mayor y que no queden descolgadas termina por forzar a Santullo a maniobras argumentales muy inverosímiles, como cuando el personaje de Alberto (basado en el glorioso Viejo Breccia) reaparece dos cuadritos para conectar con el plot de la conjura contra Perón. También a maniobras brillantes, como cuando hace reaparecer a Davinsky en ese segundo viaje en bondi, también manchado por la casualidad de que justo ESE colectivo se cruza con el auto de los perseguidores de Calzada.
Lo cierto es que con o sin el “big picture”, la serie está llena de momentos fuertes, impactantes, de peripecias entretenidas y diálogos afilados. O sea que la casualidad está ahí para impulsar a buenos personajes para que se muevan en un contexto atractivo, bien investigado, bien aprovechado, que abre el juego hacia la machaca, pero también hacia la intriga política, el romance y el costumbrismo.
Esta amplitud, esta variedad de registros que propone Santullo, se hace viable porque al frente de la faz gráfica hay un Dante Ginevra inspiradísimo, decidido a todo, en el que quizás sea el mejor de sus trabajos publicados en blanco y negro. Ginevra apuesta a fondo al claroscuro y lo complementa con un plumín inquieto, agorafóbico, por momentos salvaje como el lápiz de Cyril Pedrosa, por momentos afilado como el escalpelo de Thomas Ott. La referencia fotográfica está perfectamente aprovechada, integrada con total naturalidad al universo estético de Ginevra, que además no renuncia -ni siquiera en los tramos más densos, más sórdidos de la obra- a coquetear con la caricatura, con un expresionismo al filo del grotesco que sólo Oswal se animaría a meter en una historieta de base aventurera y realista. Un trabajo técnicamente asombroso de un increíble narrador gráfico, que además entiende el blanco y negro como pocos.
Pasiones y traiciones, lealtades y ambiciones, amor y venalidad, gangsters, matarifes, putas, punguistas, salvadores de la patria y próceres de la historieta, se mezclan en esta convulsionada Buenos Aires de 1955 a la que Santullo y Ginevra supieron convertir en escenario de historias intensas, al límite, a veces enlazadas de modo demasiado artificial, pero claramente bien ejecutadas. La portada parece dibujada por un clon de Kyle Baker con pocas pilas, pero creeme que adentro Malandras se pone grossa, de verdad.
Con Malandras me pasó algo raro. Sí, obvio, leída en una sóla sentada aparecen cosas de las que Rodolfo Santullo y Dante Ginevra pensaron para sorprendernos que quizás no se lucían cuando a uno le vendían el chamuyo de que esto era una colección de episodios unitarios ambientados en la misma ciudad en la misma época. Pero -mirá qué loco- cuando los leía así, como episodios autoconclusivos, cuando no se veían tanto las costuras que enlazan a las distintas historias con increíble precisión, tampoco se notaba tanto que un amplio porcentaje de la trama está sostenido por casualidades. Los malentendidos que se producen, los cruces entre los personajes a los que Santullo nos presenta en las distintas historias, incluso la resolución final, la que explica cómo se entera el General Perón que lo están por ir a matar, todo es producto de la casualidad.
Al principio, cuando todo se centra en unas pocas cuadras del barrio de Mataderos, ponele que sea creíble que los personajes se cruzan por casualidad. Pero con el correr de las páginas, cuando la historia de esta conspiración empieza a abarcar otros barrios, otros ámbitos, otras clases sociales, el tema de que tantas cosas sean fruto de la casualidad empieza a hacer ruido. La necesidad de hilvanar las primeras historias “autoconclusivas” para integrarlas a la trama mayor y que no queden descolgadas termina por forzar a Santullo a maniobras argumentales muy inverosímiles, como cuando el personaje de Alberto (basado en el glorioso Viejo Breccia) reaparece dos cuadritos para conectar con el plot de la conjura contra Perón. También a maniobras brillantes, como cuando hace reaparecer a Davinsky en ese segundo viaje en bondi, también manchado por la casualidad de que justo ESE colectivo se cruza con el auto de los perseguidores de Calzada.
Lo cierto es que con o sin el “big picture”, la serie está llena de momentos fuertes, impactantes, de peripecias entretenidas y diálogos afilados. O sea que la casualidad está ahí para impulsar a buenos personajes para que se muevan en un contexto atractivo, bien investigado, bien aprovechado, que abre el juego hacia la machaca, pero también hacia la intriga política, el romance y el costumbrismo.
Esta amplitud, esta variedad de registros que propone Santullo, se hace viable porque al frente de la faz gráfica hay un Dante Ginevra inspiradísimo, decidido a todo, en el que quizás sea el mejor de sus trabajos publicados en blanco y negro. Ginevra apuesta a fondo al claroscuro y lo complementa con un plumín inquieto, agorafóbico, por momentos salvaje como el lápiz de Cyril Pedrosa, por momentos afilado como el escalpelo de Thomas Ott. La referencia fotográfica está perfectamente aprovechada, integrada con total naturalidad al universo estético de Ginevra, que además no renuncia -ni siquiera en los tramos más densos, más sórdidos de la obra- a coquetear con la caricatura, con un expresionismo al filo del grotesco que sólo Oswal se animaría a meter en una historieta de base aventurera y realista. Un trabajo técnicamente asombroso de un increíble narrador gráfico, que además entiende el blanco y negro como pocos.
Pasiones y traiciones, lealtades y ambiciones, amor y venalidad, gangsters, matarifes, putas, punguistas, salvadores de la patria y próceres de la historieta, se mezclan en esta convulsionada Buenos Aires de 1955 a la que Santullo y Ginevra supieron convertir en escenario de historias intensas, al límite, a veces enlazadas de modo demasiado artificial, pero claramente bien ejecutadas. La portada parece dibujada por un clon de Kyle Baker con pocas pilas, pero creeme que adentro Malandras se pone grossa, de verdad.
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viernes, 11 de enero de 2013
11/ 01: CARDAL
Se termina (por ahora, ya volverá) mi recorrida por el comic latinoamericano reciente y vuelvo a Uruguay donde –una vez más- hay que leer las historietas con los libros de historia muy a mano.
Es así: en el país vecino el Ministerio de Educación y Cultura otorga a los autores fondos para poder publicar sus obras, pero no es un “viva la pepa” en el que cualquiera publica lo que se le canta la chota. Para que el MEC premie tu proyecto, se tiene que ajustar a algunas pautas y entre ellas la más heavy es la que exige que las historietas se refieran a temáticas propias de Uruguay y estén ambientadas en ese ámbito geográfico. Se me ocurre que, si esto sigue así 15 ó 20 años más, o el MEC va a tener que derogar esa clásula, o los autores van a encontrar formas sumamente ingeniosas de gambetearla sin hacer trampa. Por ahora, todos hacen buena letra y buscan en la historia uruguaya (o proto-uruguaya, porque hay varias obras ambientadas antes de la independencia) sucesos interesantes que puedan convertirse en historietas fuertes, atractivas tanto para el fan del palo como para el lector ocasional.
En Cardal, el guionista Martín Betancor (que nunca antes había escrito guiones de historieta) nos interna en el día en que desembarcaron los ingleses en las afueras de Montevideo, allá por 1807, en sintonía con lo que fue la segunda invasión inglesa a Buenos Aires de ese mismo año. Y es raro, porque acá pierden los buenos. Eventualmente, estos fieles súbditos de la corona española lograrán repeler a los invasores británicos, pero al final de Cardal, el resultado favorece a los visitantes. Betancor elige narrar (en unas 60 páginas para nada sobrecargadas de viñetas ni de textos) sólo la primera parte de esta invasión, en la que las tropas inglesas logran tomar la ciudad de Montevideo, a pesar del intento de aguante de los locales. El resto, andá a buscarlo a los libros de historia, o quedate ahí, convencido de que Uruguay es colonia inglesa...
Como ya vimos en Bernardina Hacia la Tormenta, en Cardal el foco está puesto en un par de tipos normales que, en aquella noche de 1807, estaban haciendo lo mismo que cualquier otra noche de sus vidas, sólo que esta vez les tocó involucrarse en una batalla improvisada y desprolija para tratar de repeler una invasión. Me parece que este guión aventaja al de Bernardina... en la forma en que está dosificada la información que se le brinda al lector. Acá con poco, Betancor logra mucho. De hecho, los protagonistas “civiles” hablan menos y explicitan menos lo que les pasa y tampoco hace falta. Están definidos con lo mínimo y eso alcanza para que nos logren enganchar con la historia y nos encariñemos con ellos.
Por el lado del dibujo, Cardal no arriesga: cruza el charco y se trae de Buenos Aires nada menos que a Dante Ginevra, un dibujante todo-terreno al que no le asusta ningún género. Acá, después de muchos años, Ginevra vuelve al blanco y negro puro, crudo, sin tonalidades, ni grises, ni tramas mecánicas. Papel blanco, tinta negra y arreglate, flaco. Hay que ir muy para atrás en la bibliografía de Ginevra para encontrar otros trabajos realizados con esta limitación y así llegamos a Perfecto (con guión de Jok, editado por la Productora), que es la historieta con la que más puntos de contacto tiene la faz gráfica de Cardal. Lo único flojo son las escenas multitudinarias en las que el guión le pide a Ginevra mostrar una cincuentena de jinetes armados embistiendo contra otros 50, algo típico de guionistas neófitos. Ahí el dibujante resuelve de modo expeditivo, con un grafismo medio bestial, casi de palotes, pero a los pincelazos limpios. Esto es más o menos todo lo contrario de lo que hacía Cándido López. Un Cándido López del Mundo Bizarro.
A medida que los planos se van acercando, se ve a un Dante mil veces más aplicado, aunque siempre zarpado, dispuesto a jugar al límite entre la experimentación y el mamarracho. Así pela viñetas donde las pinceladas nos remiten a Alberto Breccia y otras que van más para el lado de (otros) pintores como Carlos Alonso o Juan Carlos Castagnino. Por cada viñeta en la que me lo imaginé a Dante puteando al guionista y diciendo “ma´sí, sale con fritas”, hay dos o tres en las que se nota la diversión, el placer, la pasión de este monstruo del dibujo que –de Perfecto para acá- no sólo no perdió la solvencia con el blanco y negro puro, sino que además incorporó una grosera cantidad de truquitos de narrativa que hacen que la historieta se vea bien y se lea mejor.
Si sos uruguayo o te interesa la historia de Uruguay, no te lo pierdas ni en pedo. Si sos fan de Dante Ginevra y lo querés ver jugar de visitante en un desafío jodido, tampoco. Cardal no es una joya imprescindible pero (en parte por su brevedad) se puede leer y disfrutar sin ningún inconveniente.
Es así: en el país vecino el Ministerio de Educación y Cultura otorga a los autores fondos para poder publicar sus obras, pero no es un “viva la pepa” en el que cualquiera publica lo que se le canta la chota. Para que el MEC premie tu proyecto, se tiene que ajustar a algunas pautas y entre ellas la más heavy es la que exige que las historietas se refieran a temáticas propias de Uruguay y estén ambientadas en ese ámbito geográfico. Se me ocurre que, si esto sigue así 15 ó 20 años más, o el MEC va a tener que derogar esa clásula, o los autores van a encontrar formas sumamente ingeniosas de gambetearla sin hacer trampa. Por ahora, todos hacen buena letra y buscan en la historia uruguaya (o proto-uruguaya, porque hay varias obras ambientadas antes de la independencia) sucesos interesantes que puedan convertirse en historietas fuertes, atractivas tanto para el fan del palo como para el lector ocasional.
En Cardal, el guionista Martín Betancor (que nunca antes había escrito guiones de historieta) nos interna en el día en que desembarcaron los ingleses en las afueras de Montevideo, allá por 1807, en sintonía con lo que fue la segunda invasión inglesa a Buenos Aires de ese mismo año. Y es raro, porque acá pierden los buenos. Eventualmente, estos fieles súbditos de la corona española lograrán repeler a los invasores británicos, pero al final de Cardal, el resultado favorece a los visitantes. Betancor elige narrar (en unas 60 páginas para nada sobrecargadas de viñetas ni de textos) sólo la primera parte de esta invasión, en la que las tropas inglesas logran tomar la ciudad de Montevideo, a pesar del intento de aguante de los locales. El resto, andá a buscarlo a los libros de historia, o quedate ahí, convencido de que Uruguay es colonia inglesa...
Como ya vimos en Bernardina Hacia la Tormenta, en Cardal el foco está puesto en un par de tipos normales que, en aquella noche de 1807, estaban haciendo lo mismo que cualquier otra noche de sus vidas, sólo que esta vez les tocó involucrarse en una batalla improvisada y desprolija para tratar de repeler una invasión. Me parece que este guión aventaja al de Bernardina... en la forma en que está dosificada la información que se le brinda al lector. Acá con poco, Betancor logra mucho. De hecho, los protagonistas “civiles” hablan menos y explicitan menos lo que les pasa y tampoco hace falta. Están definidos con lo mínimo y eso alcanza para que nos logren enganchar con la historia y nos encariñemos con ellos.
Por el lado del dibujo, Cardal no arriesga: cruza el charco y se trae de Buenos Aires nada menos que a Dante Ginevra, un dibujante todo-terreno al que no le asusta ningún género. Acá, después de muchos años, Ginevra vuelve al blanco y negro puro, crudo, sin tonalidades, ni grises, ni tramas mecánicas. Papel blanco, tinta negra y arreglate, flaco. Hay que ir muy para atrás en la bibliografía de Ginevra para encontrar otros trabajos realizados con esta limitación y así llegamos a Perfecto (con guión de Jok, editado por la Productora), que es la historieta con la que más puntos de contacto tiene la faz gráfica de Cardal. Lo único flojo son las escenas multitudinarias en las que el guión le pide a Ginevra mostrar una cincuentena de jinetes armados embistiendo contra otros 50, algo típico de guionistas neófitos. Ahí el dibujante resuelve de modo expeditivo, con un grafismo medio bestial, casi de palotes, pero a los pincelazos limpios. Esto es más o menos todo lo contrario de lo que hacía Cándido López. Un Cándido López del Mundo Bizarro.
A medida que los planos se van acercando, se ve a un Dante mil veces más aplicado, aunque siempre zarpado, dispuesto a jugar al límite entre la experimentación y el mamarracho. Así pela viñetas donde las pinceladas nos remiten a Alberto Breccia y otras que van más para el lado de (otros) pintores como Carlos Alonso o Juan Carlos Castagnino. Por cada viñeta en la que me lo imaginé a Dante puteando al guionista y diciendo “ma´sí, sale con fritas”, hay dos o tres en las que se nota la diversión, el placer, la pasión de este monstruo del dibujo que –de Perfecto para acá- no sólo no perdió la solvencia con el blanco y negro puro, sino que además incorporó una grosera cantidad de truquitos de narrativa que hacen que la historieta se vea bien y se lea mejor.
Si sos uruguayo o te interesa la historia de Uruguay, no te lo pierdas ni en pedo. Si sos fan de Dante Ginevra y lo querés ver jugar de visitante en un desafío jodido, tampoco. Cardal no es una joya imprescindible pero (en parte por su brevedad) se puede leer y disfrutar sin ningún inconveniente.
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jueves, 13 de septiembre de 2012
13/ 09: TRAGEDIAS DEL ROCK Vol.3
Después de un largo paréntesis, tenemos un nuevo tomo de esta colección, aunque quedó atrás la época del papel lujoso y las tapas duras. No seré yo quien les pase factura por una cosa así, ya que es pública mi prédica contra el lujo innecesario en la edición de historietas, que sólo sirve para encarecer al pedo los productos.
Acá, la palabra “producto” es central. Está clarísimo, y nadie intenta ocultar en ningún momento, que hacer una biografía de Bob Marley a modo de historieta es una movida 100% comercial, astutamente pensada para tener algo que venderle al fan de Marley que ya tiene todos los discos, el poster y la remera. La decisión de que esto sea un álbum barato y no un libro lujoso también responde a un cálculo: seguramente la mayoría de los fans de Marley tienen menos poder adquisitivo que el fan promedio de John Lennon.
Dentro de los estrechos confines de esta lógica mercantil dura, hay una sóla variable que puede inclinar la balanza: la calidad de la historieta. Por grosso que sea Marley, si la historieta es chota, los editores saben que dejan afuera a una masa (por ahí no muy grande) de potenciales consumidores, que somos los fans del comic. En cambio, con el mínimo esfuerzo de poner buenos autores a crear un buen producto, nos tienen ahí, poniendo nuestros pesitos junto con las legiones que idolatran al capo del reggae. En ese sentido, esta vez la apuesta fue a lo seguro, a una dupla que se conoce de memoria y que ya tenía varias obras potentes en su haber: Diego Agrimbau y Dante Ginevra.
El guión de Agrimbau es básicamente lineal, narra la vida del músico de principio a fin, sin voleteretas raras. Pero hay más: por un lado, mucha data sobre el contexto socio-político en el que Marley escribe sus canciones. Lo que sucede en Jamaica, lo que sucede en Africa, todo nutre al compositor y todo lo transforma de a poco en un militante por la causa de la paz mundial y la fe rastafari. ¿Qué carajo es la fe rastafari? Yo no lo sabía y me enteré leyendo esta historieta. Por otro lado, intercalados entre distintas secuencias, aparecen fragmentos de las letras más testimoniales de Marley, ilustradas –coherentemente- no con Bob y sus Wailers cantando, sino con aquello a lo que las letras hacen referencia: los padeceres de los hijos de Africa, ya sea a manos de los esclavistas del pasado o de los más recientes, los que los condenan a vivir como ciudadanos de segunda en las grandes urbes o a ir a morir a guerras ridículas.
Esas secuencias “descolgadas” le sirven a Ginevra para escaparle a la monotonía de dibujar siempre a Marley, ya sea cantando, hablando, fumando faso o jugando al futbol, y volar hacia otras locaciones, probar otros enfoques y hasta otra aproximación al color. Por supuesto, de acá salen momentos de gran atractivo visual. El resto del libro no desentona demasiado. Se notan algunos tramos en los que Dante pisa un poco el acelerador y saca algunas páginas con fritas, pero el tratamiento gráfico que propone el autor permite que eso no resulte feo ni chocante. A Ginevra le sobra oficio para pilotear más que decorosamente las secuencias que menos le interesan, o las que a veces dibuja en tiempos muy acotados, que asustarían a los más valientes. Todo eso, y la posibilidad de ser él su propio colorista, hace que este tomo ofrezca un nivel gráfico muy parejo y muy alto.
Seguramente los muy fanáticos de Marley criticarán el hecho de que la biografía que traza Agrimbau no es del todo exhaustiva. Hay algunos saltos, hay personajes que casi no tienen peso (la esposa y los hijos de Bob, por ejemplo) y probablemente hayan quedado afuera algunas anécdotas jugosas, que yo por supuesto desconozco, porque me gusta el reggae pero no como para saberme vida y obra de sus padres fundadores. Para los que –como yo- tocábamos de oído en cuanto a data sobre Marley, esta aproximación a su vida es un excelente punto de partida. Por ahí en las historietas dedicadas a Michael Jackson y John Lennon había más conflictos internos, más drama. Acá, sólo cuando el cáncer pone en jaque al ídolo los problemas se ven como más personales y menos sociales. Pero como a mí me interesa más la historia socio-política del Siglo XX que la vida personal de un músico, no me quejo para nada.
Si te prendiste fuego con El Asco, o con El Muertero Zabaletta, o por algún motivo extraño le juraste lealtad eterna a Agrimbau y Ginevra, ponele una ficha a la biografía de Bob Marley. No está al nivel de las joyas ya mencionadas, pero no defrauda en lo más mínimo.
Acá, la palabra “producto” es central. Está clarísimo, y nadie intenta ocultar en ningún momento, que hacer una biografía de Bob Marley a modo de historieta es una movida 100% comercial, astutamente pensada para tener algo que venderle al fan de Marley que ya tiene todos los discos, el poster y la remera. La decisión de que esto sea un álbum barato y no un libro lujoso también responde a un cálculo: seguramente la mayoría de los fans de Marley tienen menos poder adquisitivo que el fan promedio de John Lennon.
Dentro de los estrechos confines de esta lógica mercantil dura, hay una sóla variable que puede inclinar la balanza: la calidad de la historieta. Por grosso que sea Marley, si la historieta es chota, los editores saben que dejan afuera a una masa (por ahí no muy grande) de potenciales consumidores, que somos los fans del comic. En cambio, con el mínimo esfuerzo de poner buenos autores a crear un buen producto, nos tienen ahí, poniendo nuestros pesitos junto con las legiones que idolatran al capo del reggae. En ese sentido, esta vez la apuesta fue a lo seguro, a una dupla que se conoce de memoria y que ya tenía varias obras potentes en su haber: Diego Agrimbau y Dante Ginevra.
El guión de Agrimbau es básicamente lineal, narra la vida del músico de principio a fin, sin voleteretas raras. Pero hay más: por un lado, mucha data sobre el contexto socio-político en el que Marley escribe sus canciones. Lo que sucede en Jamaica, lo que sucede en Africa, todo nutre al compositor y todo lo transforma de a poco en un militante por la causa de la paz mundial y la fe rastafari. ¿Qué carajo es la fe rastafari? Yo no lo sabía y me enteré leyendo esta historieta. Por otro lado, intercalados entre distintas secuencias, aparecen fragmentos de las letras más testimoniales de Marley, ilustradas –coherentemente- no con Bob y sus Wailers cantando, sino con aquello a lo que las letras hacen referencia: los padeceres de los hijos de Africa, ya sea a manos de los esclavistas del pasado o de los más recientes, los que los condenan a vivir como ciudadanos de segunda en las grandes urbes o a ir a morir a guerras ridículas.
Esas secuencias “descolgadas” le sirven a Ginevra para escaparle a la monotonía de dibujar siempre a Marley, ya sea cantando, hablando, fumando faso o jugando al futbol, y volar hacia otras locaciones, probar otros enfoques y hasta otra aproximación al color. Por supuesto, de acá salen momentos de gran atractivo visual. El resto del libro no desentona demasiado. Se notan algunos tramos en los que Dante pisa un poco el acelerador y saca algunas páginas con fritas, pero el tratamiento gráfico que propone el autor permite que eso no resulte feo ni chocante. A Ginevra le sobra oficio para pilotear más que decorosamente las secuencias que menos le interesan, o las que a veces dibuja en tiempos muy acotados, que asustarían a los más valientes. Todo eso, y la posibilidad de ser él su propio colorista, hace que este tomo ofrezca un nivel gráfico muy parejo y muy alto.
Seguramente los muy fanáticos de Marley criticarán el hecho de que la biografía que traza Agrimbau no es del todo exhaustiva. Hay algunos saltos, hay personajes que casi no tienen peso (la esposa y los hijos de Bob, por ejemplo) y probablemente hayan quedado afuera algunas anécdotas jugosas, que yo por supuesto desconozco, porque me gusta el reggae pero no como para saberme vida y obra de sus padres fundadores. Para los que –como yo- tocábamos de oído en cuanto a data sobre Marley, esta aproximación a su vida es un excelente punto de partida. Por ahí en las historietas dedicadas a Michael Jackson y John Lennon había más conflictos internos, más drama. Acá, sólo cuando el cáncer pone en jaque al ídolo los problemas se ven como más personales y menos sociales. Pero como a mí me interesa más la historia socio-política del Siglo XX que la vida personal de un músico, no me quejo para nada.
Si te prendiste fuego con El Asco, o con El Muertero Zabaletta, o por algún motivo extraño le juraste lealtad eterna a Agrimbau y Ginevra, ponele una ficha a la biografía de Bob Marley. No está al nivel de las joyas ya mencionadas, pero no defrauda en lo más mínimo.
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lunes, 6 de diciembre de 2010
06/ 12: LOS DUEÑOS DE LA TIERRA
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Me hubiese gustado estar vivo en 1958, cuando se publicó originalmente esta novela de David Viñas, para ver qué repercusiones generó entre la intelectualidad de esa época. Me gusta imaginarme que habrá armado un lindo kilombo… Básicamente, Los Dueños de la Tierra nos muestra hasta qué punto los paladines del orden institucional y democrático (acá encarnados en la Unión Cívica Radical) fracasan estrepitosamente a la hora de mediar en el conflicto entre los abanderados del capitalismo salvaje (acá representados por los patrones de la producción lanera de Santa Cruz) y los trabajadores que un día se plantean su derecho a no ser explotados en forma voraz y despiadada. A veces, nos dice Viñas, jugar según el reglamento, respetando la letra chiquita del contrato, equivale a condenar al más débil a pagar con sangre cualquier intento por revertir su oprobiosa condición. A veces, agregamos todos los que vimos cómo gobierna la UCR, hay que poner un poco más de huevo.
Con este poderosísimo trasfondo sociopolítico, Los Dueños de la Tierra se puede leer también como una historia de amor difícil, de amor a pesar de todo (como dice un tema de Los Rodríguez) entre Yuda Singer, la anarquista rusa de origen judío, y Vicente Vera, el funcionario porteño enviado a Santa Cruz por el gobierno de Hipólito Yrigoyen para mediar en el conflicto entre estancieros y peones. Por las secuencias “románticas” del libro pasan los mejores diálogos y –lo más interesante- funcionan como refugio de lo impredecible. Porque en todo momento sabés (incluso sin haber leído la novela de Viñas) que la gestión de Vera no va a prosperar y que la rebelión de los laburantes va a terminar mal, con varios fiambres y más injusticia que la que había antes de empezar. No sé por qué, tal vez por el tono del relato, pero este desenlace trágico no sorprende en lo más mínimo. No lo marco como una falencia de Viñas (ni de Juan Carlos Kreimer, encargado de convertir la novela en un guión de historieta) porque probablemente la idea no fuera poner ahí la tensión del lector. Pero lo cierto es que uno nunca espera ningún final que no sea el peor final posible, y si pasan cosas sorprendentes e impredecibles, pasan en la relación entre Yuda y Vicente, no en otro lado.
La adaptación de la novela a la historieta está bien lograda. No hay una preponderancia asfixiante de los textos (como pasa muchas veces en las adaptaciones), sino que vemos un generoso despliegue de muchísimos recursos 100% historietísticos: onomatopeyas, globos de pensamiento, secuencias mudas, splash pages, grillas de 9 cuadros, un grafismo distinto para ilustrar los flashbacks, viñetas sin bordes... Si no sabés que originalmente era una novela, te comés mansito que esto fue pensado desde el vamos para ser una historieta. La labor de Kreimer en ese sentido es encomiable.
Pero claro, corrió con el caballo del comisario, porque el encargado de convertir esta novela y este guión en una novela GRAFICA, no fue otro que Dante Ginevra, uno de los mejores historietistas que tiene hoy nuestro país. Fino, preciso, infalible, Ginevra le entró a Los Dueños de la Tierra con los tapones de punta. Trabajó con un claroscuro fuerte, vigoroso, con manchas y trazos de gran expresividad, y después agregó grises, para enfatizar climas, iluminaciones, detalles, sensaciones. Además dejó la vida en cada decorado, en cada auto y vestido de los años ´20 y logró darle identidad y rasgos propios a un montón de personajes parecidos entre sí. Ginevra no necesitaba un trabajo consagratorio, porque ya estaba consagrado hacía años. Pero se dio cuenta de que Los Dueños de la Tierra va a ser leído por gente que no conoce su trabajo en la Fierro, ni en Historietas Reales, ni mucho menos en su época en La Productora, y de nuevo puso todo, de nuevo fue a rendir examen y de nuevo se sacó un 10. Grossísimo.
Los Dueños de la Tierra es una historia indispensable. En 1958, decía cosas como “Los diarios viven de los avisos que ponen los empresarios, por eso dan la información que a estos les conviene. Si el gobierno y los empresarios tienen distintos intereses, los diarios no dudarán en desprestigiar al gobierno”. Si (como yo) nunca leíste la novela, esta versión es una gran oportunidad para entrar en contacto con el desgarrador relato de Viñas. Un relato que hablaba del pasado, pero que (como El Eternauta, que se publicaba al mismo tiempo) resultó profético, porque en 1989 y 2001 también vimos a los paladines del orden institucional y democrático dando lástima a la hora de confrontar con los grandes grupos económicos para frenar el desangre y la miseria a la que estos decidieron someter a la mayoría de los argentinos.
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lunes, 7 de junio de 2010
07/ 06: EL MUERTERO ZABALETTA
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Si hoy existe la historieta argentina, si no desapareció sin dejar rastros durante la debacle que significó la segunda mitad de los ´90, fue gracias al aguante que hicieron desde el under tipos como Diego Agrimbau y Dante Ginevra. Entre muchos otros, por supuesto. Y como testimonio de una especie de justicia divina, de recompensa kármica del destino, hoy muchos de esos otrora imberbes muchachitos son los número uno, los protagonistas de un momento de la historieta argentina más que interesante, no sólo por lo que se ve en Fierro, o en los blogs, o incluso en los diarios, sino porque de nuevo hay una considerable proyección internacional de la producción local, esta vez menos sometida a los dictámenes comerciales de la industria.
En ese contexto se enrola El Muertero Zabaletta, una historieta absolutamente argenta, pero inédita en nuestro país. Agrimbau y Ginevra trabajaron durante años en esta creación, que primero fue historia corta, después un proyecto de serial episódico y finalmente una novela gráfica de 46 páginas, dividida en capítulos que cierran apenas un cachito de la trama mayor. Una trama compleja y muy bien pensada, que tiene que ver con el enfrentamiento final entre una logia de matemáticos que busca imponerle a la sociedad una lógica basada en el cálculo trigonométrico y los líderes religiosos, que quieren preservar el status quo, la sociedad basada en la fe y los misterios. En el medio van y vienen el Inspector Zabaletta (encargado de ejecutar a la gente declarada indeseable por el estado) y su asistente Reno, personajes tributarios de los antihéroes de la novela negra, construídos con matices, gestos, formas de hablar y de moverse sumamente originales y creíbles.
El marco elegido es una Buenos Aires steampunk, hipertrofiada, gigantesca y antigua al mismo tiempo, en la que nunca se construyó el Obelisco, y donde en vez de rascacielos hay enormes edificios a la usanza de los de 1910, pero en esteroides. Se nota (y se agradece) una increíble atención a detalles de la Buenos Aires de principios del Siglo XX: bares, tranvías, esquinas, carteles… todo nos vincula a esta fantástica Ciudad del Plata con la Buenos Aires pre-tanguera del Centenario. De hecho, es todo TAN porteño que da el triple de bronca que los personajes hablen en español de España… Otro elemento 100% porteño es el de las tablas que vinculan a los sueños con los números, un clásico fetiche de quinieleros y timberos. Acá los números son importantísimos para la trama y uno enseguida se pregunta: ¿Cómo entienden en España que para nosotros el 14 es el borracho, el 17 la desgracia, y así?. Yo creía que esa relación sueños-números sólo existía en Argentina, pero Agrimbau me contó que no, que los timberos de España también vinculan sueños y números, aunque la correspondencia no coincide con la nuestra. Menos mal, porque si no, cualquier editor extranjero diría “Este tipo está en pedo”.
El trabajo de Ginevra es realmente apabullante. Las páginas de El Muertero Zabaletta constituyen un desafío bravísimo para cualquier dibujante, por cantidad de viñetas, por la complejidad en la ambientación, por la gran expresividad que hay que ponerle a los rostros para plasmar las emociones y sensaciones que viven los personajes y porque hay que afianzar desde el color todo ese clima de misterio, de corrupción y de melancolía que gobierna la trama. Dante hizo todo eso y lo hizo muy, pero muy bien. Los personajes, de rasgos simples y caricaturescos, se amalgaman sin inconvenientes con unos fondos laburadísimos. La narración fluye de modo ágil y dinámico incluso en las páginas de 10 ó 12 cuadros. Y además todo es personal, propio, a todo le sobra impronta autoral.
Si conociste a la dupla Agrimbau-Ginevra gracias a El Asco (su obra más conocida en Argentina, que pasó por el blog Historietas Reales, la rompió, y de ahí pasó a un libro que también vendió bárbaro), sabés que son dos bestias que se complementan a la perfección y que no dejan nada librado al azar. En esta obra, donde el cálculo matemático tiene mucho peso, todo está milimétricamente calculado para sorprender, impactar, emocionar y dejar pensando al lector. El Muertero Zabaletta es una aventura de estructura clásica, pero llena de ideas que nunca habíamos visto antes en otros comics. Escrita y dibujada como la San Puta, ya va siendo hora de que algún editor argentino se ponga las pilas y les ofrezca a los lectores de nuestro país la oportunidad de disfrutar de esta gran historieta de dos de los autores que mejor nos representan cada vez que los publican en Europa.
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