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sábado, 20 de febrero de 2021
14 al 20 de FEBRERO
Nueva tanda de reseñas, y esta vez se me juntaron historietas de tres personajes icónicos del Noveno Arte.
Me regalaron el Vol.30 del coleccionable de Nippur, ese que yo leía de prestado, gracias a mi hermano que había comprado hasta el Vol.28. Con un mínimo saltito en el medio, retomé la lectura de este clásico de Robin Wood, ahora con episodios del año 1980, todos muy tristes, muy bajoneros, en los que Nippur pierde hasta cuando gana. Los guiones transmiten una sensación de derrota, de desolación, de gran oscuridad. Y eso se refleja muy bien en la prosa de Wood que, como siempre, cobra vuelo en los bloques de texto.
Al respecto de esto, dos curiosidades: la sexta aventura empieza con bloques narrados en off por Netpaht, por supuesto en primera persona, pero para la última página, el texto pasa a manos de un narrador omnisciente que relata en tercera persona. Y en la séptima historia, pasa algo similar, pero al revés: en las primeras dos páginas leemos textos a cargo de un narrador omnisciente, y de golpe empieza a narrar el propio Nippur en primera persona. Nada, me llamó mucho la atención, por eso lo comento.
En cuanto a las tramas, creo que las mejores son la cuarta, la quinta y la séptima, la historia con la que cierra el tomo, en la que Robin parece urdir el inicio de una saga ambiciosa. La cuarta recordaba haberla leído de pibe, y me había impactado el mensaje, pero sobre todo el nivel de violencia. Es la única historieta de este tomo dibujada por Jorge Zaffino, y acá ya se ve un poquito más de lo que años más tarde va a ser el estilo definitivo de este monstruo sagrado, acá todavía muy pegado a la línea de Ricardo Villagrán. El propio Villagrán dibuja los seis episodios restantes, con su trazo elegante, con la influencia siempre presente de Harold Foster y una generosa variedad de enfoques. Por supuesto, tanto Villagrán como Zaffino se fuman muchas páginas de nueve y diez viñetas, a veces muy cargadas de texto, pero las pilotean con bastante decoro y además el color no les clava ninguna puñalada trapera. En ese rubro, este tomo es bastante mejor que los anteriores. No estoy como para retomar en serio la colección de Nippur donde la dejó mi hermano, pero si aparece el Vol.29 por ahí, seguro lo compro para completar el huequito que quedó.
Me voy a EEUU, a leer un voluminoso TPB de 320 páginas, que recopila unos cuantos números (y un Annual) de Shadow of the Bat, todo escrito por Alan Grant. Algo de esto había leído en su momento, y me acuerdo lo mucho que odié toda esa etapa de KnightQuest y demás secuelas de KnightFall, con Azrael disfrazado de Batman, en esas historias ultraviolentas y amargas al extremo del vómito. Esta vez las volví a padecer, pero algo pude rescatar. El episodio autoconclusivo que dibuja Vince Giarrano, en el que la Bruja Grant se mete con el tema recontra-áspero de la compra-venta de bebés, me pareció muy logrado. Hasta me gustó el dibujo de Giarrano, que habitualmente me resulta detestable. Los dos numeritos con la historia de los Clayface que forman una familia tienen un pibe, giran en torno a una idea interesante, pero el conflicto, lo que inventa Grant para que haya acción y peleas, es medio pelotudo. El número que engancha con Zero Hour es un bochorno, el número cero sólo zafa por algunos apuntes copados que tira Grant en los flashbacks, y el tomo cierra con una obra maestra, el Annual de Elseworlds. No te digo que esas 56 páginas rediman todo el dolor y la desolación que te inglige el resto del libro, pero The Tyrant es de esas historias definitivas de Alan Grant, repleta de bajada ideológica, ideas osadas, la posibilidad que dan los Elseworlds de llevar la trama hacia un final para nada obvio, y además la cuota habitual de machaca y buenos diálogos. El dibujo es desparejo, pero todo el tramo dibujado por Joe Staton y entintado por nuestro compatriota Horacio Ottolini se ve realmente MUY bien.
El dibujante de casi todo el tomo es Bret Blevins, acá bastante alejado de ese trazo sutil (y por momentos incluso emotivo) que nos mostrara en sus primeros años en Marvel. Este es un Blevins que no resigna su plasticidad ni su dinamismo, pero que exagera al punto del grotesco la violencia, la acción y cualquier recurso que le sirva para sugerir que los personajes son todos muy heavies, muy jodidos y están muy enojados. No puedo decir que esté mal dibujado, ni mucho menos, pero obviamente me gusta mil veces más el Blevins de New Mutants, o de la graphic novel de los Inhumans. En síntesis, me parece que Alan Grant es, fue y será un gran guionista para Batman, pero justo esta etapa, lastrada por sagas grandilocuentes como las secuelas de KnightFall y Zero Hour, no es el mejor momento para disfrutar del talento del otro gran guionista escocés. Me guardo el Annual (tengo la revistita desde 1994) y el TPB lo regalo.
Finalmente, le di otra oportunidad a Astérix y los Pictos, un álbum que leí en digital en 2013, ni bien se publicó, y nunca reseñé acá en el blog, porque en el blog no hablo de las cosas que leo en digital. En aquel momento, este primer intento de Jean-Yves Ferri y Didier Conrad por recuperar la magia de esta serie emblemática me había parecido un fracaso, mucho más cercano a los álbumes chotos de Albert Uderzo como solista que a la época dorada de René Goscinny. Esta vez me pareció lo mismo. Por ahí valoré un poco más el esfuerzo de Ferri por remar desde el guion las falencias del argumento. Chistes, guiños, juegos de palabras, todas esas sutiles referencias al rock & roll de las islas británicas… Eso me causó una cierta gracia, en medio del embole soso y predecible que me resultó la trama. Por suerte Ferri se iba a reivindicar con su segundo álbum, que hasta ahora es el mejor de los creados por esta nueva dupla autoral. Del dibujo de Conrad no voy a hablar, porque no tengo nada para agregar a lo ya expresado en la reseña de El Papiro del César (publicada acá el 22/08/17). La conclusión es que se tacha a Astérix y los Pictos de la lista de álbumes del héroe galo que cada tanto ameritan una relectura.
Y así se termina este encuentro semanal. Retomamos el finde que viene, con nuevas reseñas, acá en el blog. Gracias por el aguante y a estar atent@s, que se vienen novedades grossas.
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viernes, 20 de noviembre de 2020
NIPPUR DE LAGASH Vol.28
Hora de despedirme de esta serie, que me acompañó durante unos cuantos meses de este año bizarro e irrepetible. El coleccionable de Planeta-DeAgostini sigue un montón de tomos más, la serie escrita por Robin Wood también, pero yo me bajo acá, con esta tanda de episodios de mediados de 1979. Lo que viene después es la etapa en la revista Nippur Magnum, creo que con Ricardo Villagrán de nuevo a cargo de los dibujos, y no sé si algún día lo leeré completo. Algunos episodios leí en mi infancia, otros ya de grande, y –como me pasó con estos tomos- no todo me pareció glorioso, ni mucho menos. Así que hasta acá llego.
Para la despedida me acompaña también el maestro Carlos Leopardi, dibujante de los seis episodios incluídos en este tomo. Un tomo narrado en estilo “moderno”, con pocas páginas de más de 9 viñetas y pocas secuencias sepultadas por infinitos masacotes de texto. En la mayoría de las páginas, el dibujo de Leopardi encuentra espacio para lucirse, si bien no son tantos los momentos en los que el dibujo se hace cargo de llevar adelante la narración. Leopardi llega a este último tramo de su paso por la serie pisando muy firme, muy afianzado en un estilo bien expresionista, por momentos brecciano, por momentos bien grotesco, y en algunos pasajes más tributario del de Lucho Olivera. Lo más notable es cómo lo masacran los coloristas (juicio y castigo a esos hijos de un tren cargado con siete millones de putas) y cómo Leopardi explota cuando tiene la posibilidad de dibujar escenas de acción y violencia. Este es, lejos, el Nippur más violento de todos. Ninguno de los dibujantes que pasó o pasará por esta serie grafica las peleas como lo hace Leopardi, con esa sensación de vértigo y de peligro extremo tan atípica en las historietas de Columba. Por motivos que desconozco, Leopardi no tiene muchas más producción en historieta fuera de su etapa en Nippur. Una pena, porque lo que mostró acá alcanza para aspirar a la consagración y sumarse al Olimpo de los grandes dibujantes de aventuras que dio este país.
En cuanto a las historias que componen el tomo, no hay demasiado para destacar. La primera es un disparate, liso y llano, en la que pasan un montón de cosas impactantes que no tienen ninguna explicación racional. Se podría escribir una saga de 12 capítulos explorando y tratando de responder todas las preguntas que dispara Wood en estas 14 páginas, pero nunca nadie se tomó el trabajo de hacerlo. En la segunda, Robin hace algo que a mí me gusta, que es traer de vuelta a prersonajes que ya aparecieron en episodios anteriores. En todo caso, el que sobra en esta aventura es Nippur, cuyo aporte a la trama es ínfimo.
La tercera es rarísima… Si no entendí mal, es una historia de amor entre un adulto grandote y un nene de unos 10 u 11 años. Por ahí en 1979 esto no hacía mucho ruido, pero hoy es muy turbio. La cuarta historia es fórmula pura, 14 páginas en las que pasan millones de cosas y Robin crea a personajes muy grossos para liquidarlos sin ningún miramiento. Y la quinta y la sexta son las historias más interesantes, las que ofrecen los giros argumentales menos predecibles. También con personajes secundarios alucinantes a los que jamás volveremos a ver, pero con tramas intensas, dramáticas, que dan pie de modo muy natural a combates grossos y moralejas conmovedoras, de esas que Wood escribe mejor que nadie. En fin, podría haber sido bastante peor. No sé si voy a extrañar a Nippur, pero a Leopardi seguro que sí.
Y hasta acá llegamos. Nos reencontramos pronto, con nuevas reseñas de historieta argentina acá en el blog.
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domingo, 8 de noviembre de 2020
NIPPUR DE LAGASH Vol.27
Y no, no podía ser. Ya era muchísimo pedir que este tomo mantuviera el nivel del anterior en materia de guiones. En estos seis episodios vamos a ver a Robin Wood volver a la fórmula clásica de la serie, es decir, a generar aventuras autoconclusivas que no construyen ni para arriba ni para los costados, en las que todo vuleve prolijamente al punto de partida sin afectar en lo más mínimo a Nippur. No pretendo que en todos los tomos tengamos un sacudón como el que vimos en el Vol.26, pero tampoco esta forma tan gastada de patearla siempre a la tribuna.
La que más me sulfuró fue la tercera historia, La Furia de las Mujeres. No es una mala aventura, pero en esta serie está más desubicada que chupete en el orto. El relato empieza y termina con Nippur viviendo en pareja con una chica llamada Darana, dedicado a labrar la tierra para los cultivos. Los bloques de texto nos permiten suponer que Nippur lleva muchos meses de esa vida sedentaria, a la que regresará en la última página, una vez vencidos los villanos. ¿Por qué el errante decide abandonar los caminos y la aventura para vivir esa vida? ¿Cómo conoció a Darana? ¿Cómo y por qué se separa de ella para retomar la senda de la aventura en el episodio siguiente? ¿Por qué nunca más se vuelven a mencionar los meses (o años) que pasó junto a Darana? Nada, Robin no nos da la más mínima pista de qué pasó. Lo cual –lamento decirlo así, de modo tan tajante- ESTA MAL. Es una traición al lector que sigue la serie. Esto mismo, narrado en el marco de las aventuras de Juan Carlos el Labriego, o de Darana la Campesina, estaba perfecto. Pero esto es Nippur de Lagash, un tipo que se dedica a vagar por el mundo antiguo y a impartir justicia sin quedarse nunca en ningún lugar.
Los guiones de las otras cinco historias son normales, ni brillantes ni catastróficos. Pero con el ominoso regreso de las páginas de 11 y 12 viñetas microscópicas superpobladas de textos kilométricos. En algunas Nippur tiene un poco más de peso, en otras está de adorno, o de mero testigo de situaciones que se desenvuelven a su alrededor, pero ninguna transmite esa sensación de saga, de que están pasando cosas importantes a largo plazo. Siempre hay alguna frase demoledora, alguna descripción fascinante en algún bloque de texto, siempre está esa línea de rebelarse contra la opresión, de bancar hasta la muerte ideales de dignidad y lealtad para con los compañeros… En eso también Wood es coherente, digamos todo. Pero este último tramo de 1978 no ofrece ni por asomo las situaciones extremas y las emociones que ofrecía el tramo inmediatamente anterior.
Los dibujos de Carlos Leopardi están muy bien. Lo que pierden en sofisticación lo ganan en fuerza expresiva, en salvajismo. Por momentos, se le va la mano en el grotesco (me imagino cómo lo putearían los fanáticos de la línea más académica, más identificados con la estética más clásica de un Ricardo Villagrán, por ejemplo), pero le pone a la serie esa impronta más dramática y te hace sentir que cuando pinta la violencia se pudre todo, de verdad. En el último episodio del tomo, a Leopardi se le ocurre cambiar la forma en que le dibuja la nariz a Nippur, un detalle pavote, pero que me llamó la atención. Y al igual que Lucho Olivera, dibuja a todas las mujeres con la misma cara. Esta vez me pareció que los coloristas trataron un poquito mejor a los dibujos de Leopardi. Sigue habiendo viñetas todas pintadas de rosa, o todas de celeste, o secuencias en las que el cielo pasa de verde a rojo de un cuadrito al siguiente. Pero noto un cierto cuidado, un leve esfuerzo por no arruinar el trabajo del dibujante.
Y bueno, no se pudo. La gloria duró un tomo, que fue el anterior. Me queda sin leer uno solo, que prometo reseñar antes de fin de mes. La colección sigue hasta el sesenta y pico, pero mi hermano tomó la decisión bastante sensata de dejar de comprarla cuando algún delirante decretó que pasara a salir todas las semanas. Veremos con qué me encuentro cuando me toque despedirme (probablemente para siempre) de Nippur de Lagash.
Nos reencontramos pronto con nuevas reseñas en este mes temático dedicado a la historieta argentina, acá en el blog.
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sábado, 24 de octubre de 2020
NIPPUR DE LAGASH Vol.26
Ah, bueno… Ahora sí. Por fin, después de tanto padecer, tengo en mis manos un tomo con seis historietas de Nippur que me animo a recomendar plenamente. Esto parece historieta moderna (o lo que considerábamos historieta moderna en 1978): un solo guionista, un solo dibujante, historia que se hacen cargo 100% de lo que pasó en la anterior, y –sobre 87 páginas de historieta- apenas dos superpobladas por 14 viñetas microscópicas. Las otras 85 ¡tienen todas menos de ocho cuadros! Como las historietas que se publicaban en esa época en el resto de América. Por supuesto, Robin Wood mete más texto que en una historieta promedio de aquel entonces, pero al haber menos viñetas de mayor tamaño, el equilibrio entre los masacotes de texto (o los diálogos extensos) y la narración visual está mucho mejor logrado.
En estos seis episodios vamos a volver a ver cómo los coloristas (criminales de lesa humanidad que merecen el más atroz de los castigos) se esfuerzan por estropear los dibujos de Carlos Leopardi, pero quizás porque el ídolo está mucho más afianzado en el dibujo, el daño que le hacen no es tan letal como en tomos anteriores. De todos modos, me encantaría tener este material en blanco y negro, para disfrutar del trazo salvaje, violento, expresivo al límite del grotesco de un Leopardi que atravesaba un momento de inspiración absoluta.
En cuanto a los guiones, en el primero vemos a Nippur engañar y matar a sus enemigos sin el menor reparo, en una historia con muchos de los elementos típicos de esta serie bastante bien combinados. El segundo episodio está narrado en primera persona por un antagonista al que Robin le da mucha profundidad. Por supuesto, sabemos desde el primer cuadrito que no va a lograr su cometido (matar a Nippur), pero la historia es atractiva y está bien llevada. La tercera aventura es definitiva: “Laris, sobre el espejo del desierto”, 15 páginas inolvidables en las que Nippur se enamora de una chica ciega y sobre el final… ¡pierde un ojo! Un enemigo al que nunca antes habíamos visto (y creo que nunca reaparecerá) se da el lujo de dejar tuerto al justiciero de un certero flechazo y encima de matar a su novia. Muy impactante todo.
Y en los tres episodios restantes, vemos algo así como el Daredevil: Born Again de Nippur. El héroe toca fondo, perdió todo y no quiere seguir. No más combates, no más romances, no más aventuras. Nippur es ahora un indigente zaparrastroso, un ermitaño que escapa de la gente y de los peligros, al que asiste un niño, Mohar, de unos 10 u 11 años. Y ese statu quo dura varios episodios, no es un argumento que se le ocurrió a Robin para zafar una vez. Por el contrario, se exploran a fondo las consecuencias de lo que pasó en “Laris, sobre el espejo del desierto”, como para que ningún desprevenido se olvide lo importante que es esa entrega. Ver a Nippur vencido, hecho un trapo de piso, es algo que nadie se esperaba, y resulta realmente conmovedor, especialmente en “Los Cazadores y el Miedo”, un capítulo narrado en tercera persona con unos bloques de texto exquisitos y una humanidad escalofriante. Finalmente, en “La Ultima Galería” (también con bloques de texto a cargo de un narrador omnisciente) vamos a ver la escabrosa muerte de Mohar, un Nippur forzado a volver a blandir la espada y volver al combate (esta vez contra una jauría de lobos liderada por un macho muy astuto, como en aquel manga de Jiro Taniguchi que vimos el 22/07/12) y al final, encontrar a una minita que lo va a ayudar a ser el de siempre. Bah, creo. Habrá que ver qué pasa en el próximo tomo…
Esto es aventura clásica a un gran nivel. Un dibujo vigoroso, osado, con mucha impronta autoral, argumentos jugados, en los que el héroe la pasa realmente mal, textos hermosos, bajada de línea siempre para el lado correcto… Ya estamos en una época en la que el nivel de las revistas de Columba alcanzaban un pico (1977-82 es, para mí, el período dorado de esa editorial) y era momento de que Nippur se sacudiera un poco las telarañas para volver a pelar la chapa de clásico y a justificar su longevidad y su popularidad entre los lectores.
Y hasta acá llegamos, por hoy. Nos reencontramos en unos días con nuevas reseñas, acá en el blog.
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jueves, 15 de octubre de 2020
NIPPUR DE LAGASH Vol.25
Otro tomo del coleccionable de Nippur con unas cuantas sorpresas para compartir con ustedes…
Primero, repasando la lista de episodios y sus fechas de publicación descubro que entre Junio y Diciembre de 1977… ¡no se editaron nuevos episodios de Nippur! La serie más popular de la editorial Columba, que atravesaba una época de esplendor a nivel comercial acompañada por un nivel artístico bastante aceptable, desapareció de las páginas de la revista D´Artagnan durante SEIS MESES. No tengo idea qué pasó, si Robin Wood dejó de mandar guiones, si no conseguían buenos dibujantes… pero hubo seis meses, justo en el año en que Nippur festejaba su décimo aniversario, en que no aparecieron nuevos episodios de esta serie.
El tomo arranca con “La Columna de los Buitres”, una historieta muy notable por varios motivos: por un lado, marca el final de la colaboración entre Wood y Ricardo Ferrari. En segundo término, se trata del pico más alto de Jorge Zaffino como dibujante de Nippur. Todavía muy lejos del estilo con el que se va a consagrar mundialmente, acá un Zaffino todavía muy joven (apenas 18 añitos) se comía crudo a su maestro, Ricardo Villagrán, y empezaba a avanzar a paso firme hacia los terrenos de un Burne Hogarth, ponele. El dibujo académico-realista en su máxima expresión, con gran fuerza icónica, y con varias páginas con pocos cuadros (en Columba “pocos cuadros” signfica “menos de 10”) que hacen que, por primera vez en mucho tiempo, aunque sea un pasaje de una historieta de Nippur se vea parecida a otras historietas de las que aparecían en otras editoriales. Y también hay páginas de 700 viñetitas microscópicas en las que el dibujo de Zaffino no se luce casi en absoluto. En tercer lugar, esta es la historieta en la que Zaffino le pone a los aliados de Nippur los rostros de Robin, de Villagrán, el suyo propio y hasta el de empleados de distintas áreas de la editorial Columba. Y entre los enemigos (a los que Nippur y su tropa hacen pedazos) hay guerreros con los rasgos de Horacio Altuna y Alberto Breccia, dos próceres de la historieta argentina que ya en los ´70 hablaban pestes de la editorial de la palomita y sus abyectas prácticas en materia de reconocimiento de los derechos de autor a los dibujantes y guionistas.
La segunda historia del tomo marca la despedida de Zaffino, y tiene un guion mucho más livianito, casi en joda, que no está mal. Después viene ese bache de seis meses y al regreso, tenemos un equipo (equipazo) integrado por Robin Wood como único guionista y Carlos Leopardi como único dibujante. Desde la primera página de “Llegar a Akad” hasta el final del tomo, Leopardi sale a matar, con el cuchillo entre los dientes. Su dibujo agreste, desangelado, por momentos brutal, combina cosas de Lucho Olivera, Carlos Casalla y hasta el propio Alberto Breccia, pero además tiene una narrativa más estridente, más ampulosa, más cercana al comic de superhéroes de EEUU. En las páginas en las que Leopardi puede dibujar menos de 10 viñetas, aparece un ritmo narrativo, una intensidad, que hasta acá no habíamos visto en las aventuras de Nippur. Lástima que los coloristas (que se esforzaban bastante por no estropear los virtuosos trazos de Zaffino) le entran a las páginas de Leopardi con odio, con saña, como si el dibujante hubiese abusado sexualmente de sus madres, hijas y mascotas. Juro que por momentos me costó leer las historietas de lo espantoso que es el color, sentía que me estaba lastimando los ojos. Hijos de mil putas, ojalá mueran en cana. Y ojalá alguna vez toda esta etapa de Nippur dibujado por Leopardi se reedite en blanco y negro.
En cuanto a estos cuatro guiones que ofrece Robin en su regreso tras el parate, el primero es previsible pero muy lindo, muy emotivo. El segundo está absolutamente virado al terror sobrenatural, algo que ya vimos que no funciona muy bien en el contexto de Nippur. El tercero es la enésima vuelta de tuerca al tema de los abusos de los poderosos y cómo un cuatro de copas se puede convertir en as de espadas con solo juntar los huevos para plantarse frente a la injusticia y la arbitraredad. Nippur está de adorno, pero bue. Y el cuarto y último va para el mismo lado: Nippur pintado al óleo en medio de una trama de lucha, dignidad, códigos, respeto, letaltad y amor.
El balance general de estas seis historietas es muy decoroso. Muy por encima de lo que veníamos padeciendo en entregas anteriores. Ojalá sigamos así en los tres o cuatro tomos que me quedan por delante.
Y nada más, por hoy. Ya estoy leyendo un libro extra-large, para reseñarlo ni bien lo termine, acá en el blog.
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miércoles, 30 de septiembre de 2020
NIPPUR DE LAGASH Vol.24
Me tocó un tomo raro de Nippur, porque tiene siete historietas a cargo de un mismo equipo creativo, algo que hacía mucho que no pasaba. Es todo material de 1976 y 1977, cuando Nippur aparecía una sola vez por mes, siempre en la revista D´Artagnan, a veces a todo color y a veces en blanco y negro. Todos los guiones están a cargo de Robin Wood y Ricardo Ferrari, mientras que el único dibujante es Jorge Zaffino, a quien vemos crecer enormemente a lo largo del tomo. Ya vimos que en sus inicios Jorge era una especie de versión agreste, desangelada, cruda de Ricardo Villagrán. Acá sigue en esa tónica, todavía muy lejos del Zaffino icónico, de ese estilo personal, reconocible, tan imitado por las hordas de dibujantes a las que influenció esta bestia del claroscuro. En estas historias se da una constante rara: las que son a todo color tienen menos viñetas por página que las que son en blanco y negro. La última historia a color (La Serpiente de la Vida y la Muerte) es la que menos cuadros tiene, y donde el trazo de Zaffino más se acerca al de Villagrán, donde mejor le sale la mímesis de la impronta gráfica de su maestro. Y última historia en blanco y negro (La Puerta) tiene una página de 13 cuadros, seguida de una de 16 y seguida de una de ¡17 cuadros! Bah, más estampillas que cuadros. Son viñetas microscópicas, repletas de texto, en las que Zaffino apenas logra meter un mínimo dibujito para rellenar los milímetros que no ocupan las letras. Un disparate absoluto, luego compensado por un par de páginas de acción, con muchos menos cuadros y menos texto, en las que Zaffino hace gala de un dinamismo, una fuerza y un nivel de salvajada que el elegante trazo de Villagrán nunca tuvo. Esas dos páginas de La Puerta son las mejor dibujadas de todo un tomo donde el nivel es alto y asciende mucho entre la primera página y la última.
¿Y qué onda los guiones? El primero es predecible, pero no está mal. Tiene su ingenio. El segundo es un embole, sin el menor atractivo. El tercero es la clásica fórmula de Nippur, respetada a rajatabla: o sea, una aventura correcta, sin sobresaltos, por momentos excedida en cantidad de texto. El cuarto también es bien tradicional, la enésima confrontación entre el errante y un monarca soberbio, despiadado y demasiado confiado en su propia chapa. Y para cerrar el tomo, tenemos tres aventuras en las que entran en juego elementos sobrenaturales. Wood y Ferrari dejan de lado el realismo y el cuidado por la ambientación histórica para meter a Nippur en historias en las que tendría más sentido un personaje de perfil ocultista, tipo Martin Hel. En la primera aparece un guerrero inmortal, que busca infructuosamente la muerte. En la segunda el sumerio se mete en un templo prohibido donde los esqueletos cobran vida y pasan todo tipo de cosas inexplicables. Y finalmente en La Puerta los guionistas narran una especie de thriller psicológico en el que una violencia sobrenatural enloquece a los personajes. O no, es ese episodio de las tres páginas llenas de cuadritos ínfimos que explotan de texto, así que en un punto fui expulsado de la lectura y por ahí hay otra explicación para lo que sucede, en alguna de las viñetas a las que no pude entrar.
A todo esto, en estas siete entregas no se menciona nada de la misión original de Nippur, ni a su Lagash natal, ni a ninguno de los personajes aparecidos en las historias anteriores. Son simplemente aventuras autoconclusivas que aparecieron en este orden como podrían haber aparecido en cualquier otro. No horribles ni infumables, pero sí bastante intrascendentes. Ojalá en el próximo tomo me encuentre con mejores guiones.
Nada más, por hoy. Cerramos otro mes de reseñas y nos reencontramos pronto, acá en el blog.
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sábado, 12 de septiembre de 2020
NIPPUR DE LAGASH Vol.23
Otro tomo del coleccionable de Nippur, esta vez con sólo seis historietas y con bastantes novedades en materia del elenco de autores. Vamos a ver con qué nos encontramos.
La primera historieta, con dibujos de Sergio Milko en blanco y negro, es bien de fórmula, bien inscripta en el “más de lo mismo”. Millones de viñetas por página, textos kilométricos y un argumento que no suma ni resta. En la segunda historia, Robin Wood trae de regreso a Aneleh y Oiram, para una aventura flojita, muy predecible, a la que le falta fuerza, a tal punto que Nippur podría tranquilamente no estar y la trama sería prácticamente la misma. Dibuja una vez más Mulko, de nuevo con pocas ganas, ahora masacrado por unos coloristas que merecen morir en un penal de máxima seguridad.
La tercera historia es rara: tarda en arrancar, pero una vez que lo hace se pone MUY buena. Acá Robin presenta una nueva locación, repleta de posibilidades para un montón de nuevas aventuras, y a todo un grupo de personajes secundarios con muchísimo potencial. Te imaginarás qué pasó con todo ese potencial: jamás nadie lo aprovechó. Acá pasan un montón de cosas que para el siguiente episodio (y todos los que vendrán después) no se vuelven a nombrar, como si nunca hubieran sucedido. Un disparate. Esta aventura tiene el atractivo de estar muy bien dibujada por Ricardo Villagrán, que regresa después de un paréntesis en el que su estilo se soltó un poco más de la referencia fotográfica y ganó en plasticidad y dinamismo. Las splash pages son alucinantes, ricas en detalles y con unas composiciones magníficas.Y el resto de la historieta está muy bien, no padece la pandemia de páginas con 12 ó 13 viñetas microscópicas. Una pena que la serie no haya continuado en esta línea.
El siguiente episodio tampoco tiene páginas llenas de cuadritos ínfimos en los que los textos sepultan a los dibujos, pero ya no está Ricardo Villagrán, sino su hermano Enrique, que firmaba como “Gómez Sierra”. Obviamente está muy lejos del nivel de Ricardo, aunque sin errores groseros. El guión de Wood, de nuevo muy predecible, sin ninguna sorpresa ni giros interesantes. Seguimos con “Gómez Sierra” también en la cuarta historia, que presenta otra novedad: Ricardo Ferrari (quien compartía estudio con los hermanos Villagrán) aparece como co-guionista. ¿Qué supongo yo que sucedió? Que Robin no llegaba a mandar guiones completos y le dictaba a Ferrari (sospecho que por teléfono) un argumento muy básico para que el hoy encumbrado profesor de zoología lo desarrollara y le diera forma de guion. La verdad que la primera colaboración entre estos dos grossos no arroja resultados demasiado convincentes, y el dibujo tampoco ayuda.
Y en la sexta y última historia, también tenemos una novedad: el guion de Ferrari y Wood no lo dibuja ninguno de los hermanos Villagrán, sino un adolescente que los asistía en el estudio. Un pibe muy jovencito destinado a ser un capo: nada menos que Jorge Zaffino, en su debut como profesional que firmaba con su nombre. No es un gran debut, porque Zaffino tiene muchos problemas con la narrativa, arma las secuencias de un modo medio confuso, repite mucho algunos enfoques y dibuja tratando de imitar al Ricardo Villagrán de principios de los ´70, lo cual consigue sólo parcialmente. La historieta está en blanco y negro, y no, acá no se ve ninguna de las técnicas con las que Zaffino se va a convertir (años más tarde) en un monstruo sagrado del blanco y negro. La trama no es tan obvia como otras, pero tampoco es nada del otro mundo. Una vez más, hay que conformarse con la altísima calidad de la prosa que aparece en los bloques de texto, porque desarrollo de personajes, subtextos interesantes o construcción de plots a futuro sigue sin haber.
Muchas novedades en apenas seis historietas, pero sin un correlato real a nivel artístico. Veremos con qué me encuentro en el siguiente tomo. Mientras tanto, a seguir atentos, que en cualquier momento nos reencontramos con nuevas reseñas, acá en el blog. Gracias totales.
lunes, 31 de agosto de 2020
NIPPUR DE LAGASH Vol.22
Hoy muy cortito, porque no me quiero amargar la vida yo, ni amargársela a ustedes.
Este es, por afano, el tomo de Nippur más flojo de todos los que leí hasta ahora. No sólo los guiones son intrascendentes: también están llenos de ideas (y creo que hasta de diálogos) que ya leí en episodios anteriores. Parecieran ser refritos de historias viejas, a las que alguien (no sé si el propio Robin Wood o algún sicario) les cambió un par de nombres y alguna boludez más para venderlas como episodios inéditos. El tomo trae sólo seis historietas y no hay una sola para rescatar. Realmente, si te salteás este libro hacés mierda el dibujo que se forma con los lomos, pero te hacés un favor, porque esto sólo te puede aportar desgracias.
Cuatro de los seis episodios están dibujados por Sergio Mulko, así nomás, sin demasiado entusiasmo, como si se quisiera sacar el trabajo de encima lo más rápido posible. En algunos episodios lo colorean los criminales de lesa humanidad a los que Columba empleaba para que destruyeran la labor de los dibujantes, y en otros lo vemos en ese blanco y negro siempre igual, sin nuevas ideas hace ya varios tomos. En los episodios a color aparecen varias splash-pages, que parecen viñetas comunes ampliadas. No se nota (como se notaba en las splash-pages de Lucho Olivera o de Ricardo Villagrán) la intención de aprovechar para meterle a esa única imagen un grado mayor de detalles, de cuidado en la composición, o de equilibrio entre masas negras y espacios blancos. Yo creo que Mulko se dio cuenta de que esos dibujos iban a ocupar una página entera recién cuando los vio publicados. Y quizás ni le llamó la atención, porque el color de la primera página lo dejó ciego y ya no pudo ver las siguientes.
Los dos episodios que dibuja Carlos Leopardi aparecen publicados a color, y con mucho menos abuso de la splash-page. Cuando le dan a Leopardi la posibilidad de romperse el alma para que esa única imagen sea memorable, no la desaprovecha. De hecho, en la aventura que cierra el tomo (Primero el Vuelo del Pinzón) tiene apenas tres páginas con más de nueve cuadros (algo infrecuente para esta época de Nippur) y en la mayoría de las páginas de nueve viñetas o menos, vemos un equilibrio muy logrado entre texto e imagen. Más allá del guion formulaico y aburrido, la forma en que Leopardi plantea las secuencias hace que ese último episodio se pueda leer sin sufrir. Y los malignos coloristas lo tratan un poco mejor que a Mulko. Por lo menos no colorean a Nippur con todo el cuerpo violeta y las pupilas rojo sangre, lo cual es un avance.
Nada más. No me quiero seguir flagelando a mí mismo con un comic de tan improbable redención. Ojalá haya más suerte en el próximo tomo. Tampoco me quedan tantos por delante porque –creo que ya lo conté- mi hermano los dejó de comprar cuando pasaron de quincenales a semanales.
Es lo que hay. Gracias y hasta el mes que viene.
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domingo, 16 de agosto de 2020
NIPPUR DE LAGASH Vol.21
Sigo adelante con mi descubrimiento de una época de las aventuras de Nippur que nunca había leído, porque se publicaron en la revista D´Artagnan en 1975 (cuando yo era muy chico) y nunca se habían reeditado hasta que salió este coleccionable. Una vez más, el tomo ofrece siete episodios, que procedo a recorrer.
El primero es el único dibujado por Lucho Olivera, en un muy buen nivel, siempre con ese desequilibrio extraño entre páginas con 12 ó 13 viñetas microscópicas, mezcladas con seis splash-pages, que para una historieta de 15 páginas son un montón. Por ahí sacrificando tres o cuatro splash-pages, se podrían evitar las páginas de 12 cuadritos minúsculos y lograr un resultado más parejo. El guión de esta primera aventura es bastante bueno, empieza con un repaso muy agudo (aunque excesivamente verborrágico) por todos los personajes a los que conoció Nippur y ostentan una corona, y después deriva hacia un canto a la amistad, a la joda, a la falta de ataduras y responsabilidades que el permite al errante ir de acá para allá a su antojo sin pedir permiso ni darle explicaciones a nadie. Es un discurso bastante coherente con lo que era la vida de Robin Wood en esta primera mitad de los ´70, plasmado en textos de hermoso vuelo literario.
En este tomo tenemos cuatro episodios dibujados por Sergio Mulko y, si bien no aparecen los cuatro seguidos, los voy a reseñar en ese orden. El primero es una aventura muy menor, con un rol mínimo para Nippur, que podría tranquilamente no estar. El dibujo, muy desparejo, con alguna secuencia muda en la que Mulko trata de sacar chapa de buen narrador, pero en general muy opacado por la sobredosis de textos. La segunda nos muestra por primera vez a Mulko a todo color, pero le tocan unos coloristas criminales que lo masacran, de modo que el resultado se ve opaco, tosco, precario. Hay un par de viñetas muy bien logradas, pero en general es poco lo que se puede rescatar. El guion es realmente muy bueno, con un buen giro en el final y –de nuevo- un rol muy chiquito para Nippur, que es más testigo que héroe.
En su segunda historieta a color, Mulko sufre aún más el flagelo de estos malvivientes que se hacían pasar por coloristas y el dibujo se ve aún peor que en el capítulo anterior. De nuevo la faz gráfica le baja el precio a un buen guion de Robin, que habla de modo explícito (y muy interesante) sobre la grieta entre ricos y pobres y lo que les pasa a los pobres cuando empiezan a pensar con mentalidad de ricos. Acá también, Nippur está prácticamente como figura decorativa. Y queda un cuarto y último episodio dibujado por Mulko, de nuevo sin participación de Nippur en la trama (se limita a narrar una historia vivida por su amigo Teseo), pero esta vez con un argumento endeble, poco atractivo. La clásica verborragia de Wood se impone por sobre los dibujos de Mulko (acá de regreso al blanco y negro) que no aportan nada que no hayamos visto ya en otros episodios dibujados por este artista.
Y me quedan dos historietas, en las que aparece un nuevo dibujante, el glorioso Carlos Leopardi. En su primera historieta (en blanco y negro) Leopardi parece un correcto imitador de Lucho Olivera, más parejo, sin tanto péndulo brutal entre las viñetas en las que se dibuja todo y las viñetas resueltas en tiempo record, sin el menor esfuerzo. Es un muy buen debut, acompañado por un guion atractivo, también con un gran giro final, con bastante protagonismo para Nippur. Y en la historia que cierra el tomo, vemos a Leopardi por primera vez a todo color, y descubrimos que su trazo agreste, oscuro, áspero, soporta mejor que el de Mulko y el de Lucho el constante sabotaje por parte de los coloristas. Acá la influencia de Olivera sobre Leopardi se hace menos evidente, excepto en las caras del personaje femenino que protagoniza la historieta (sí, de nuevo Nippur tiene un rol mínimo en la trama). Es una buena historia, un toque predecible pero con buenos momentos de tensión y violencia.
Me encantó ver a Leopardi desembarcar en la antigua Mesopotamia y dejar desde temprano su marca en esta serie, que es ideal para un dibujante de su estilo y de sus condiciones. Además me encontré con varios guiones de Robin realmente satisfactorios, así que me voy contento. Veremos con qué me encuentro en el próximo tomo. Spoiler alert: ya me quedan pocos sin leer.
Y ya está. Nada más por hoy, gracias por el aguante y será hasta la próxima.
sábado, 1 de agosto de 2020
NIPPUR DE LAGASH Vol.20
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lunes, 20 de julio de 2020
NIPPUR DE LAGASH Vol.19
¿Hoy es lunes, no? ya ni
me acuerdo en qué día estamos.
Bueno, tengo para comentar
otro tomo del coleccionable de Nippur de Lagash, con otras siete historietas de
fines de 1974 y principios de 1975. A ver qué hay ahí adentro.
La primera historieta
tiene un guión aceptable, porque en algún momento genera algo así como una
tensión. No es uno de esos conflictos light que Nippur va a resolver de
taquito. Una vez más, Robin Wood comete su pecado favorito: presentarnos a un
personaje secundario de inmenso potencial y no usarlo nunca más. El dibujo de
Sergio Mulko no sólo no brilla, sino que además se mete solito en unos bretes
narrativos complicadísimos, que requieren a veces de flechitas y a veces de una
cuota de imaginación por parte del lector para deducir en qué orden hay que
leer las viñetas. Imperdonable por completo.
La segunda historia tiene
un guión choto, predecible, con menos emoción que esos torneos de España en los
que Barcelona o Real Madrid le llevan 14 puntos al que va segundo. El dibujo de
Ricardo Villagrán no está mal, tiene momentos muy buenos, pero entre tantas
páginas de 12 viñetas iguales y chiquititas, parece que uno está leyendo un
álbum de estampillas.
La tercera es una aventura
decididamente liviana, incluso con varios momentos en los que la comedia le
gana al tono solemne que prevalece en la serie. El argumento es uno más del
montón, no se destaca demasiado. Y el dibujo de Mulko es flojo, muy eclipsado
por las montañas de texto y por el hecho de tener que armar páginas con 13
viñetas microscópicas.
La cuarta historia es
rara. El guión es clásico pero correcto, también con algún momento en el que
sentís algo así como un peligro real para Nippur. El villano es interesante
(aunque, por supuesto) no llega vivo al final del episodio, y en todo caso lo
más problemático es cómo está plasmada la narración gráfica. Sobre quince
páginas, tres tienen una sóla viñeta, dos tienen una viñeta que ocupa casi toda
la página con un cuadrito microscópico en uno de los vértices y claro, casi
todas las páginas restantes están hasta las pelotas de cuadritos minúsculos y
masacotes de texto interminables. Esto mismo, mejor equilibrado, seguramente
quedaba mejor. En las páginas con una o dos viñetas, explota como pocas veces
el virtuosismo de un Lucho Olivera muy comprometido. En las páginas de 12
viñetas chiquitas, lógicamente no. Cerca del final, encontré una página
alucinante, por lo bien dibujada y por lo infrecuente que era esto en la
producción de Columba: cuatro viñetas widescreen, sin bloques de texto y con
apenas cinco globos de diálogo, todos muy escuetos. Me hubiese encantado leer
una historieta toda así, en vez de pendular entre las splash-pages y las
páginas de 12 micro-cuadritos.
La quinta historia es,
lejos, la peor. El argumento es choto, la cantidad de texto es grotesca, el
dibujo de Mulko es flojísimo, los bloques de texto empiezan relatados por una anciana
(personaje secundario con bastante peso en la trama) y a las pocas páginas
pasan a ser relatados por un narrador omnisciente que habla de la anciana en
tercera persona… Nada para rescatar.
La sexta levanta apenitas
la puntería, dento de un nivel de mediocridad ya preocupante. Por lo menos hay
menos bloques de texto, están todos muy bien escritos, y hay un sólo narrador
en off (Nippur). El dibujo de Mulko, muy desparejo, con algunas viñetas
realmente inadmisibles.
Y el tomo cierra con otra
aventura menor, en la que Nippur se limita a relatar sucesos que protagoniza
otro personaje (bien desarrollado y mejor aniquilado por Robin Wood), y que
–lógicamente- nos importan menos que las cosas que le pasan al sumerio. Dentro
de todo, es una historia llevadera, que incorpora un recurso no muy logrado,
pero que por lo menos rompe con lo habitual: el relato de Nippur es leído en el
presente por un sumerólogo a cuyas manos llegan tablillas antiquísimas,
escritas por el propio héroe de Lagash muchos siglos atrás. Así, Lucho Olivera
demuestra que además de dibujar bien la antigüedad clásica, puede dibujar bien
el último tercio del Siglo XX, aunque no sean más que un par de secuencias sin
acción y sin mucha variedad de locaciones o personajes. Acá hay otra página con
poco texto resuelta en cinco viñetas widescreen (dibujadas como los dioses) y
una página de 14 viñetas que explotan de texto y reducen al dibujo de Lucho a
su mínima expresión.
Bueno, es lo que hay. “Ya vendrán
tiempos mejores”, decía una vieja zurciendo un forro… Gracias por el aguante y
nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.
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sábado, 11 de julio de 2020
NIPPUR DE LAGASH Vol.18
Sigo adelante con la
lectura del coleccionable de Nippur de Lagash y esta vez me toca abordar el
vol.18, donde por primera vez en mucho tiempo volvemos a tener siete
historietas en vez de seis y unas ilustraciones de relleno. No es que las
historietas sean muy buenas, pero siempre es mejor que haya más páginas de
historieta y menos de pelotudeces varias. Vamos a repasar, a ver qué se puede
rescatar.
La primera es la nada
misma, un argumento poco interesante, una resolución blandita, y por supuesto
unos bloques de texto hermosos. La segunda es de esas que te dan bronca: Robin
Wood presenta un nuevo personaje, ambiguo, complejo, con matices interesantes,
que podría ser un enemigo recurrente para Nippur, o incluso el protagonista de
otra serie ambientada en este mismo universo. ¿Y qué sucede? Lo que te
imaginás: muere en la anteúltima página. Una garcha. La tercera aventura
también, sumamente olvidable, no tiene ningún mérito. Y la cuarta, que es la
última aventura a todo color, tiene la novedad de que aparecen dos personajes
secundarios (Aneleh, o sea Helena, y Oiram, o sea Mario) que no mueren, sino
que van a reaparecer poco después. El rol de Aneleh en la historia es muy
interesante, más allá de que el argumento en sí no sea brillante.
La quinta historia es muy
rara, porque está narrada en primera persona (con unos textos preciosos) no por
Nippur, sino por una chica que está de novia con el Errante. ¿Quién es? ¿De
dónde salió? No se explica. Al final terminan juntos, abrazados, pero a ella
nunca la volvimos a ver. Me parece que era una aventura que Robin escribió para
otro personaje y a último momento alguien la modificó para que fuera una de
Nippur, porque no encaja para nada con lo que veníamos leyendo hasta acá. La
sexta historia tampoco tiene sorpresas, ni elementos novedosos, ni una trama
emocionante, pero por lo menos está narrada por Nippur y tiene un tono más afín
a la onda de la serie. Y la séptima y última del tomo es la mejor de esta
tanda, con los regresos de Aneleh, Oiram y, por si faltara algo, Karien, la
amazona, lo más parecido a una novia posta que tiene el héroe sumerio, por lo
menos en esta etapa. Esta es una historia que no descolla por el lado del
argumento, pero en la que Robin trabaja muy bien la dinámica entre los personajes.
Ojalá hubiera más de este tipo de guiones a lo largo de la serie.
En cuanto a los dibujos,
en la segunda historia me encuentro con algo que no quería ver: páginas
firmadas por Ricardo Villagrán en las que no se ve ni por asomo la calidad
habitual del maestro. Hasta la mitad del episodio el dibujo es excelente; pero
en la segunda mitad decae muchísimo, como si Villagrán se hubiera sacado las
páginas de encima muy rápido, o como si las hubiese puesto en manos de
asistentes menos capaces. Las cinco historietas en blanco y negro están
dibujadas (como ya es costumbre) por Sergio Mulko, también en un nivel bastante
precario. Pobre tipo, cuando puede trata de meter poses dinámicas, busca
enfoques que puedan impactar, tira de vez en cuando un primer plano copado, o
un efecto medio brecciano en un fondo… Pero se nota la incomodidad, se nota que
es un dibujante con recursos limitados, una especie de Herb Trimpe, o de Sal
Buscema, encima muy encorsteado en esas páginas que casi siempre tienen 12
viñetas muy chiquitas, donde el dibujo no se luce, sino que está ahí para
rellenar el pedacito que está ocupado por los masacotes de texto.
Y en la cuarta aventura,
segunda y última a todo color, tenemos el regreso del maestro Lucho Olivera, el
primer dibujante de Nippur. Este es un Lucho muy superior al de los primeros
episodios, más sólido, más suelto, más salvaje, que además tiene a su disposición
16 páginas de las cuales cuatro tienen una sola viñeta. Lucho arrastra el problema
de que le cambia la cara a las mujeres de una viñeta a la otra, pero todo lo
demás es sumamente atractivo. El dinamismo de los cuerpos, los enfoques para
las escenas de acción, los detalles en armas, vestimenta y fondos, algunas
expresiones faciales… Lástima esas páginas en las que sólo vemos cabecitas
hablando. Ahí el texto opaca mucho al dibujo y Lucho se calienta poco y nada
por ponerle un poco de onda a esas escenas desde lo visual. Pero está buenísimo
tenerlo de vuelta, no sé si sólo por esta vez, o de forma habitual a partir de
los próximos tomos. Ah, el color columbero (y generalmente horroroso) se sufre
más en la historieta de Lucho que en la de Villagrán. No sabría explicar bien
por qué, pero eso fue lo que me pasó al leerlas.
Nada más por hoy, sepan
disculpar. Gracias por el aguante y la seguimos pronto.
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domingo, 5 de julio de 2020
ABURRIDOMINGO
Otro domingo eterno, sin
futbol, sin nada mínimamente interesante para entretenerse que no sea leer
comics. Aprovecho para ponerme al día con las reseñas (escritas así nomás, sin
demasiado entusiasmo) de un par de libritos que tengo leídos.
Ya vot por el Vol.17 del
coleccionable de Nippur y estoy en una meseta que se estira hasta el infinito,
como la cuareterna. Otra vez un montón de episodios autoconclusivos en los que
la saga del personaje no avanza hacia ningún lado, con Robin Wood clavando unos
bloques de texto hermosos en aventuras muy cercanas a la Nada Misma, siempre
con Sergio Mulko a cargo de las historietas en blanco y negro, y Ricardo
Villagrán a cargo de las historietas a todo color.
Entre los seis episodios
de este tomo, encontré un sólo guion brillante, con un planteo y un desarrollo
realmente gancheros, con sorpresa (de hecho Robin tira el as de espadas en la
última frase del último bloque de texto), con un cierto vuelo, con una ironía
fina, resuelta con mucha clase. El resto, más de lo mismo. Hay una que es
básicamente un paso de comedia, un relato que se podría haber publicado en la
serie Mi Novia y Yo, cuyo efecto humorístico se disuelve cuando Wood y Mulko
se proponen contarla en diez páginas en vez de... cuatro. Y después está “El
Gran Torneo”, una historia muy bien dibujada por Villagrán, que arranca muy
arriba, sigue muy arriba y al final termina por defraudar, porque el argumento
resulta ser apenas una excusa para contarnos por enésima vez lo grosso que es
Nippur, y lo imposible que es vencerlo en combate, sea contra quien sea, y
aunque vengan de a cuatro. Las otras tres historias no tienen mérito ni para
justificar una mención, más allá de mi constante admiración por la elegancia y
la jerarquía que le pone Villagrán a la faz gráfica. Te querés matar cuando lo
vez dibujar esas páginas con 12 viñetas microscópicas, pero cada tanto te clava
una de esas splash-pages realmente fastuosas, como para ponerles un marquito y
exhibirlas en cualquier museo como las altas obras de arte que son.
Sigo adelante, a ver si la
cosa en algún momento cambia y si Wood encuentra la forma de volver a
engancharme con una serie que –como ya dije alguna vez- tenía todo para ser
gloriosa y en la práctica resulta entre predecible y embolante.
Salto a EEUU, año 2016,
cuando Becky Cloonan, la gran dibujante italiana, se pone la pilcha de
guionista para escribir nada menos que una nueva serie del inagotable Punisher,
un personaje que acumula números 1 como Brasil acumula enfermos de coronavirus.
En este primer TPB, Cloonan se toma seis episodios para contar una historia que
en los ´80 era una novela gráfica de 60 páginas (como mucho) y que, sin ser
brillante, tiene algunos puntos a favor. Por un lado, la intención de
desarrollar nuevos enemigos para Punisher (en general, le han durado muy poco),
por el otro el énfasis en un personaje secundario bastante interesante (la
agente Ortiz), y por el otro la posibilidad de encarar la aventura desde una
óptica “adulta”, en el sentido de que las puteadas son muchas y están
mínimamente camufladas y la violencia es MUCHISIMA y está absolutamente
enfatizada, a niveles muy escabrosos, sin nada que envidiarle a las sagas de
Punisher en el sello MAX (que creo que no existe max). Mucha acción, muchos
tiros, muchos cuchillazos, muchas explosiones, mutilaciones, sangre, drogas,
que no alcanzan para ocultar que la trama se podría haber contado en muchas
menos páginas. Y ese último flashback a una operación militar yanki en Medio
Oriente está totalmente de más.
Lo lindo es que todo el
tomo está dibujado por un mismo artista, en este caso a cargo de lápices y
tintas, como era su costumbre. Me refiero al recordado maestro Steve Dillon,
que va a tener la mala idea de morirse muy poco después, sin completar el
segundo arco argumental de esta serie. Si leíste Preacher, o el Punisher de
Garth Ennis, ya sabés que a Dillon le gusta la violencia a quemarropa, bien
extrema, con gente que explota en mil pedazos, tiros en la jeta, estallidos de
sangre y esas cosas tan hermosas, tan agradables de ver. Su Punisher es un tipo
jodido de verdad, que mete temor sólo con verle la cara, y la acción por ahí no
es lo que mejor le sale, pero en general la resuelve con oficio, sin pifias.
Acá además se lo ve muy compenetrado con el tema fondos, armas y vehículos, sin
hacer copy-paste de fotos. El color en general se acopla bastante bien a los
trazos de este prolífico dibujante británico que –sin saberlo- nos estaba
obsequiando las últimas páginas de su ilustre carrera.
No la pasé mal, para nada,
me entretuve un lindo rato, pero esperaba una vuelta de tuerca más. Otro
enfoque, otra sensibilidad, algún giro menos obvio, menos tradicional. Me
encontré con una más de tiros, mala leche, sangre y machaca, como tantas otras aventuras
de Punisher, que pierden impacto y emoción a medida que te vas convenciendo de
que siempre, corra los riesgos que corra, se enfrente a lo que se enfrente,
Frank Castle va a salir entero y va a volver a embestir contra el crimen
organizado sin importar los costos. El hecho de que queden para el Vol.2 muy pocas
páginas de Dillon tampoco me da mucho estímulo para leer los dos TPBs que le
siguen a este, y que no tengo.
Suficiente por hoy. Buena
semana y nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.
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jueves, 25 de junio de 2020
JUEVES GÉLIDO
Primer día de frío posta,
acá en Buenos Aires. Y bueno, además de cagarme de frío leí historietas, como
para tener qué corno reseñar en este espacio.
Como ya es costumbre, me
clavé un tomito del coleccionable de Nippur, con otras seis historietas
escritas por Robin Wood y publicadas entre fines de 1973 y principios de 1974.
Acá está la resolución de la búsqueda de Teseo, esa saga que amagaba con ser
muy extensa y termina por durar… siete u ocho episodios, no mucho más. El final
está muy bien y el epílogo quizás sea lo mejor del tomo. Las peripecias del
camino (las dos primeras historias de este tomo son apenas eso), la verdad que
no, que me aburrieron bastante. Y lo más bizarro: como Columba había publicado
episodios de esta saga tanto en la revista D´Artagnan (donde aparecían las
aventuras de Nippur dibujadas por Sergio Milko) como en el comic-book del
personaje (donde dibujaba Ricardo Villagrán), se les ocurrió la brillante idea
de que AMBAS publicaciones mostraran el final de la saga de Teseo EL MISMO MES.
Alucinante, no? Incluso hay dos o tres páginas de cada historieta en las que
los textos COINCIDEN MILIMETRICAMENTE. Las palabras de Robin son LAS MISMAS, en
dos historietas dibujadas en estilos totalmente distintos, y en las que –luego
de esas páginas de convergencia- los argumentos siguen en direcciones
distintas.
De pronto pareciera que
alguien en Columba se esforzó por coordinar los contenidos de dos publicaciones
distintas… hasta que ves los dibujos. Mulko dibuja a Teseo y a Pylenor en su
estilo, Villagrán en el suyo -lo cual es lógico-pero además... cada uno les pone los rasgos que se
les canta la chota. Teseo tiene barba y pelo corto cuando lo dibuja Mulko, y
pelo largo sin barba cuando lo dibuja Villagrán. Lo cual es muy raro cuando lo
vemos decir (como ya subrayé) exactamente los mismo textos. O sea que el
esfuerzo de coordinar las dos publicaciones se hizo a medias, porque nadie se
calentó por mostrarle a Villagrán cómo dibujaba Mulko a los personajes, o
viceversa. Pero bueno, estamos hablando de personajes secundarios en una serie
donde normalmente los personajes secundarios duraban 10 o 12 páginas. Ah, otra
cosa que no se entiende de la saga de Teseo: ¿para qué lo llevan a Ur-El? El
gigante no hace NADA, no tiene peso en ninguna de las tramas y prácticamente no
habla.
Terminada la saga, con
Nippur y sus amigos todavía en Atenas, Robin y Mulko nos ofrecen la historia
más floja del tomo, como siempre salvada –apenas- por la jerarquía que
demuestra el guionista a la hora de redactar bloques de texto. En cuanto a los
dibujos, lo de siempre: poco para rescatar por el lado de Mulko (que empezó
siendo una versión caricaturesca de Lucho Olivera y ahora es una versión
caricaturesca del Mulko de cuatro o cinco tomos atrás) y varias imágenes
realmente maravillosas en las historietas de un Ricardo Villagrán muy pegado a Hal
Foster, al que uno quisiera ver dibujar menos viñetas por páginas y soltarse un
poco más a la hora de dibujar cuerpos en acción. Por momentos el trazo de
Villagrán es tan perfecto, tan cautivante, que hasta te olvidás de que las
páginas están coloreadas para el infra-ojete por un criminal de lesa humanidad
que merece morir en cana. De todos modos, hay un laburo notable por parte de la
edición de Planeta para que el color no se sufra a los niveles que se sufría
cuando esto lo publicaba Columba. No lo hace bueno, pero sí menos dañino.
Y me fui al carajo
hablando del errante, Teseo, sus amigos y el cuasi-crossover entre D´Artagnan y
la revistita de Nippur, con lo cual si intento meter acá la reseña del otro
libro que leí, la tengo que comprimir en un párrafo y moneditas. Eso sería muy
injusto, porque es un comic muy interesante, con bastantes páginas y unas
cuantas aristas para explorar. Así que nada, lo guardo para reseñarlo muy
pronto, junto a alguna otra cosa que lea en los próximos días.
Gracias por el aguante y
la seguimos pronto.
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viernes, 19 de junio de 2020
LECTURAS DE VIERNES
Otra vez es viernes, y
otra vez tengo un par de libritos leídos como para reseñar en este espacio.
Empiezo con el Vol.15 del
coleccionable de Nippur de Lagash, que nos lleva una vez más a 1973 para leer
“nuevas” aventuras del héroe creado por Robin Wood y Lucho Olivera, en la época
en que aparecía tanto en la revista D´Artagnan como en su propio comic-book a
todo color. La primera mitad de este tomo es absolutamente olvidable: historias
bien de fórmula, en las que Wood no transpira para nada la camiseta y si tira
algún caño para ganarse el aplauso de la tribuna, es en los bloques de texto.
Pero en la segunda mitad del tomo, pasa lo que yo quería que pasara: arranca
una saga, que le da dirección a la serie y al incesante vagabundeo de Nippur
por el mundo antiguo. Una saga que avanza muy lentamente, para la cual Wood
hace lo que yo estaba esperando que hiciera: reúne a varios personajes
secundarios que juntaron chapa en los episodios anteriores y tuvieron el
infrecuente ojete como para no morir, los nuclea a todos (mediante un deus ex
machina inexplicable, pero bueno…), y de pronto convierte a Nippur en un héroe
grupal, al estilo del que pregonaba Héctor G. Oesterheld.
Nunca había leído la saga
de la búsqueda de Teseo, no sé cuánto la va a estirar Robin, no sé si el final
va a estar a la altura de las expectativas que generan estos primeros tres
episodios, pero el hecho de que exista, de que el guionista se haya animado a
romper la rutina de los episodios autoconclusivos sin ninguna consecuencia, me
parece alucinante. Incluso acá por primera vez se ve una coordinación entre los
episodios en blanco y negro (dibujados por Sergio Mulko) y los episodios a todo
color (dibujados por Ricardo
Villagrán), porque ahora sí, es importante leerlos en un orden predeterminado
para que la saga tenga sentido.
Los dos episodios
dibujados por Villagrán tienen momentos visualmente muy impactantes, resueltos
con belleza y elegancia por el prócer nacido en Corrientes, y los cuatro
dibujados por Mulko te hacen mirar la hora y preguntar “che, ¿falta mucho para
que venga otro dibujante?”. Fuera de las poco frecuentes secuencias donde el
texto “se calla la boca” y deja narrar al dibujo, los hallazgos de Mulko son
muy, muy pocos. Y con tantos episodios a cuestas ya se complica digerir ese
nivel tan chato. Pero espero con altísima manija el próximo tomo, para ver cómo
sigue el arco argumental de Nippur y su grupete en busca de Teseo.
Salto a Francia, año 2017,
cuando se publica Gérard, un álbum en el que el historietista Mathieu Sapin
cuenta los mejores momentos de los cinco años en los que mantuvo un vínculo muy
estrecho nada menos que con Gérard Depardieu, el actor francés más famoso de
los últimos… 35 años. Depardieu es una leyenda viviente, un monstruo del cine
con más de 250 películas filmadas en todo el mundo, y además –me entero leyendo
este libro- una personalidad de un magnetismo casi digno de Diego Maradona.
Imaginate un tanque de 140
kilos, que morfa como una bestia, eructa, gruñe y emite todo tipo de sonidos
extraños, con un carácter histriónico, que pendula entre reflexiones profundas
y rabietas totalmente irracionales, un hiper-millonario amante del arte, de la
política, de la filosofía, que vive solo, pero necesita estar siempre
acompañado, siempre involucrado con otros en negocios y proyectos artísticos
que a veces salen muy mal. Así es como Sapin me pintó a Depardieu, a mí, que
hace… 30 años que no veo una película en la que participe este ícono del
Séptimo Arte. Me resultó una mirada honesta, no es una hagiografía, no son 150
páginas de chuparle las medias al ídolo. Lo único que me extrañó es que no hay
una sola situación que hable de la vida sexual de Depardieu: no lo vemos
emprender ninguna aventura de índole sexual ni con mujeres ni con varones, y ni
siquiera se habla del tema. Si comparte escenas íntimas con mujeres, es siempre
en el contexto de una filmación donde ambos están actuando. Y también falta la
pata escatológica. Si bien Sapin enfatiza la relación desmesurada que tiene
el astro con la comida, no explora sus consecuencias, no hay flatulencias
letales, ni holocaustos fecales en los que Depardieu pose su gigantesca
humanidad sobre inodoros a los que reduce a escombros.
Sapin le busca el costado humorístico
a casi todas estas secuencias, se regodea con las rispideces entre Depardieu y
el presidente de Francia (en este momento era François Hollande) y cuestiona la
amistad del ídolo con presidentes como Vladimir Putin o Ramzán Kadyrov, polémico
jefe de estado de Chechenia. Pero sale mejor parado cuando trata de entender a
Gérard que cuando trata de confrontarlo.
El trazo de Sapin tiene
carisma, soltura y chispa para retratar la comedia cuasi-autobiográfica (porque
él se convierte en inseparable compañero de su “objeto de estudio”) y el rigor
documental para plasmar con jerarquía escenarios y paisajes majestuosos. Lo que
le falta es un poco de originalidad, como para que uno sienta que está leyendo
a un autor con un sello único, y no al enésimo “Joann Sfar de la B”. Sólo le
puedo criticar ese detalle y quizás el hecho de que esto mismo se podría contar
en menos de 150 páginas, en una de esas con más potencia. Si sos fan de Gérard
Depardieu, o si alguna vez soñaste cómo sería convivir semanas enteras con uno
de los tipos más famosos del mundo, este libro te va a enganchar, a full. Y si
no, igual es entretenido, tiene secuencias muy bien narradas, diálogos muy
copados y dibujos no muy originales, pero sí muy lindos de apreciar.
Gracias por todo, buen
finde y hasta la próxima.
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Robin Wood
sábado, 13 de junio de 2020
SABADO DE SECUELAS
El post de hoy es una secuela al del viernes 5, en el cual retomo las
lecturas de ese día, pero con nuevos tomos.
Arranco, entonces, por el Vol.14 del coleccionable de Nippur de
Lagash. Acá el maestro Robin Wood nos ofrece en primer lugar un guión
interesante, en el que el rol de Nippur es muy menor, pero está bastante bien.
La segunda historia es un toque predecible, pero también me gustó, sobre todo
por la calidad de los bloques de texto. La tercera es desastrosa, no hay cómo
salvarla. Encima es la peor dibujada, lejos. Sergio Mulko narra del modo más
confuso posible, cambia de estilo de una viñeta a otra, todo un kilombo visual
que hace MUY cuesta arriba la lectura. En la anteúltima página se redime con
una secuencia muda (la de los flechazos) de una belleza gráfica memorable, pero
en general, son 12 páginas difíciles de tragar.
Al igual que la segunda historia, las tres que vienen a continuación
están dibujadas por Ricardo Villagrán, con esa estética sutil, elegante,
repleta de detalles, donde los personajes ostentan nobleza y majestad, y donde
el maestro no mezquina nada, ni siquiera en las páginas de 12 viñetas
chiquititas. En cuanto a los guiones, “El Hombre de Guerra” es una frustración
similar a la del pobre laburante que votó a Macri en 2015. Wood arma con la
efectividad de sus mejores guiones a un personaje fuerte, muy atractivo, que
tenía todo para convertirse en un villano central para la saga de Nippur. Y en
la anteúltima página, cuelga la pelota en la tribuna y lo mata. Pero Robin
también va por la redención, y la encuentra en las dos últimas de este tomo:
“Rimas el general” es un gran relato, con más de un giro impredecible, y “El
Padre de Siros” es directamente una gema, una historieta excelente, dura,
emotiva, hermosa por donde se la mire.
O sea que, dentro de todo, me tocó una buena entrega del
coleccionable. Y me quedo con una reflexión, que es la siguiente: estas son
historietas de 1973, publicadas en los primeros meses del gobierno democrático
de Héctor Cámpora, pero que muy probablemente se hayan escrito cuando Argentina
todavía estaba gobernada por la dictadura militar que encabezó Agustín Lanusse.
En ese contexto, me sorprende el escaso respeto que muestra Robin Wood hacia la
autoridad establecida, especialmente a los militares, pero también a reyes,
caudillos y demás figuras de poder. Momento raro para bajar esa línea, que es
parte de lo que hace que Nippur sea atractivo aún hoy.
Y me leí también el segundo y último tomo de Gyo, el manga de Junji
Ito que es simplemente genial. Divertido, extremo, intenso, grandilocuente,
exagerado… Todo lo que está bueno de leer un comic de aventuras, está en Gyo.
Vueltas de tuerca que te descolocan, misterios, peligros, momentos shockeantes.
No falta nada, por suerte.
Hay secuencias que me recordaron a lo que estamos viviendo con el tema
de la pandemia del Covid-19, y el final me parece que conecta muy bien con el
clima de El Eternauta. Lo único que por ahí no me pareció brillante es Tadeshi,
el protagonista. Es un pibe sin demasiada personalidad, y además prácticamente
nada de lo que hace cambia el rumbo de la historia. Está ahí para vivir
peripecias y que nosotros los lectores suframos con él, pero cada una de esas
peripecias podrían estar protagonizadas por un personaje distinto, y la trama
sería exactamente igual, y además más verosímil, porque a Tadeshi lo vemos
zafar muchas veces de muchas situaciones muy jodidas.
Fuera de ese detalle muy menor, Gyo me pareció una gran obra de ciencia-ficción
al límite, que hasta se da el lujo de mostrar cómo toda esta fumanchereada que
inventa Ito afecta a la gente común, a la vida diaria en las grandes ciudades.
En ese contraste entre lo cotidiano y lo fantástico, cualquier buen guionista
encuentra tesoros, y acá Ito encuentra poco menos que la cueva de Alí Babá. Muy,
pero muy recomendable y muy buena la edición de Ivrea, con una gran traducción,
un par de extras copados (sueño con una antología mensual con mangas de
distintos autores donde estas historias cortas puedan aparecer antes o después
de entrar como relleno de los tomos), texturas locas en las portadas y un
diseño impecable. Tengo otro libro de Junji Ito en el pilón de las lecturas
pendientes, así que este año habrá más bizarreadas de este capo absoluto del
terror pasado de rosca.
No mucho más, por hoy. Me quedo satisfecho con la calidad de lo que leí.
Ni bien tenga un par de libritos más listos para reseñar, nos reencontramos en
este espacio. Gracias y que la pasen bomba.
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