Hoy tenemos otro comic bravo, no apto para quienes buscan una lectura pasatista. El género en el que incursiona el guión de Horacio Bevaqua podría definirse como “ violencia urbana”, pero está un poquito al límite, hay algunos coqueteos con el realismo mágico, con cosas que no tienen una explicación demasiado racional. Se trata de una historia sórdida, truculenta, regada generosamente con sangre de buenos y malos, de vivos y de boludos.
El truco más ingenioso –y Bevaqua emplea varios- es el del protagonista cambiante. Al principio, te comés el amague de que el protagonista es el policía. Y no. Después, suponés que es el jefe de la banda de chorros. Tampoco. Para la segunda mitad, le ponés fichas al novio de Viviana. Menos que menos. Una y otra vez, Bevaqua te hace entrar, te muestra a un personaje, se mete a fondo en su psiquis y cuando vos te empezás a identificar con él, o a ver la historia desde su óptica y a entenderla como él la entiende, pasa algo (casi siempre funesto) y el relato agarra para otro lado, le entrega la posta a otro miembro de este extraño elenco. Un elenco que incluye –mirá qué lindo detalle- a los Breccia Quiroga, cinco oligofrénicos que hablan y se mueven como los de aquella inolvidable adaptación de La Gallina Degollada realizada por Carlos Trillo y Alberto Breccia sobre el cuento de Horacio Quiroga.
Al final, buena parte del protagonismo se lo lleva Pacha, el payasito, que hasta la página 46-47 es un personaje de relleno. Pero, por suerte, al elenco de Doble V le sobran los personajes atractivos. Otra cosa que le sobran son buenos diálogos. Claramente ese es el rubro en el que más brilla el guión de Bevaqua. Los diálogos son filosos, creíbles, mucho más dinámicos y gancheros que los bloques de texto o los soliloquios que transcurren en la mente de los personajes. Como los que veíamos la otra vez en la Lule le Lele, se disfrutarían más si Bevaqua usara como corresponde los signos de puntuación (¿será tan jodido cuidar mínimamente ese detalle?), pero así como están, también la rompen.
Y lo otro que sobra, que es excesivo, es la extensión de la obra. Doble V es un relato muy descomprimido, que se cuelga muchas veces en la contemplación, en la creación de climas, en charlas que no conducen a nada ni enganchan con el accionar de los personajes. Eso hace –por un lado- que la trama avance a un ritmo medio pachorro y -por el otro- que haya mucho, mucho espacio para el lucimiento de Lucas Aguirre, el dibujante.
Lo de Aguirre es muy raro y también muy notable. El tipo pasa –según lo requiera la secuencia- de los palotes de un nene de escuela primaria a las composiciones de luces, sombras y volúmenes de la mejor época de Simon Bisley. Arriesga en la narrativa, pelas unos ángulos rarísimos, se zarpa en la planificación de algunas páginas medio al límite del mamarracho, pero lo más interesante es la técnica. Su manejo de la tinta, de los esfumados, cepillados, grisados, aguadas, toda esa inagotable gama de texturas con las que refuerza una iluminación siempre impactante hablan de la increíble versatilidad de Aguirre. Posta, si hizo esto en blanco y negro (y –si no estoy muy loco- hace más de 10 años) no me quiero imaginar lo que puede llegar a hacer si le dan la posibilidad de laburar a color.
Lo cierto es que a Bevaqua y a Aguirre les sobran los recursos para hacer algo fuerte, sólido, competente. Y aún así, prefieren timbear, apostar a algo más extraño, más complejo, menos obvio. Para mi gusto, aciertan más de lo que pifian, pero también habrá quien diga “dejame de joder con estos fumancheros del under que se las quieren dar de vanguardistas”. Si te bancás una historieta en la que cada dos por tres los autores saltan al vacío, Doble V te va a cebar, sin dudas.
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jueves, 16 de febrero de 2012
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