¡Qué lo parió, qué fresquete! Y bue, es invierno. Si no hace frío ahora, ¿cuándo carajo va a hacer? Y sí, ya sé que ayer hubo posteo, pero fue la reseña de una película. Acá estoy de vuelta, esta vez con reseñas de un par de libros que me bajé en estos días.
Arranco en EEUU en 2007, cuando el sello Desperado recopila en TPB la miniserie Common Foe, originalmente aparecida en Image. Es un TPB medio ladri, con 20 páginas de pin-ups y carátulas al pedo, que bien podrían no estar.
Lo mejor que tiene Common Foe es el planteo argumental: Keith Giffen y Shannon Eric Denton (guionista grosso en el campo de la animación) tiran una idea que no sólo no puede fallar, sino que no se explica cómo no se le ocurrió antes a nadie y cómo nadie se las compró para convertir este comic en un largometraje. Diciembre de 1944, plena Segunda Guerra Mundial, un invierno áspero en un pueblito de Francia ya deshabitado, pero que –por cuestiones estratégicas- todavía se disputan un escuadrón de soldados yankis y un pelotón de infantería alemán. Tiros van, granadas vienen, hasta que de un antiguo aljibe salen unos monstruos antropófagos que se empiezan a manducar a los soldados como si fueran bizcochitos Don Satur. ¿Qué hacen los sobrevivientes de ambos bandos? Una tregua, para combatir al enemigo común.
O sea que, con un sólo pase de magia, Giffen y Denton te combinan el género bélico con el género de terror y enriquecen la trama con los conflictos que aparecen cuando estas dos facciones, que hasta ayer se mataban encarnizadamente entre sí, se ven obligadas a trabajar mancomunadamente. Para que nazis y yankis se decidan a hacer un team-up la amenaza tiene que ser realmente escalofriante: Giffen y Denton no se guardan nada a la hora de mostrar la voracidad y la crueldad de estos bichos, en escenas donde el gore tiene un protagonismo infrecuente en el comic yanki. Los diálogos son muy reales, los cuatro o cinco personajes que llegan vivos hasta el final están muy bien trabajados y la verdad es que el desarrollo me puso bastante nervioso. El final, más o menos. Me lo imaginaba más épico, y me resultó un poquito anticlimático. Pero el ancho de espadas es la premisa, poderosa y asombrosa por donde se la mire.
El dibujo arranca a cargo del francés Jean-Jacques Dzialowski, a quien se le nota poco la identidad francesa: dibuja y narra en un estilo típicamente norteamericano, sabe apostar fuerte al impacto visual, maneja bien los primeros planos y planos detalle y se da cuenta de cuándo bajar un cambio en los fondos para no saturar las viñetas con información y que, de paso, se luzca un poco el colorista. A la mitad del tomo, Dzialowski se suma a los caídos en combate y toma la posta un argentino, el notable Federico Dallocchio, en uno de sus primeros trabajos para EEUU en los que apareció su firma (tenía un montón previos, pero siempre asistiendo a Leo Manco). A Dallocchio le tocan menos escenas de acción, pero igual se pone al hombro el relato y lo saca adelante con fuerza, sobriedad y mucha atención por los detalles. La verdad que, sin tirar magia ni inventar nada nuevo, los dos dibujantes respaldan muy bien (cada uno en su estilo) el trabajo de Giffen y Denton. Que obviamente recomiendo, porque vale la pena descubrirlo.
Me vengo al Río de la Plata, para leer una obra realizada y hasta editada en equipo por el uruguayo Rodolfo Santullo y el argentino Marcos Vergara, una dupla que ya nos ha regalado unas cuantas gemas. Debajo de esa tapa tristísima, más insulsa y pecho frío que la selección de Sampaoli, Animales ofrece ocho historietas de ocho páginas donde conocemos a los habitantes de un complejo de departamentos de Montevideo y a sus mascotas. Y ya está, eso es todo.
Santullo incursiona en el slice of life, en tono de comedia costumbrista con mucho de autobiografía (Roberto en realidad es Rodolfo; su esposa María en realidad es Victoria, la esposa de Rodolfo en la vida real; Felipe es Bruno, el hijo del guionista, y así). Hasta aparece ese tipo bizarro con la pelada pintada al que solemos ver con asombro en cada edición de Montevideo Comics. ¿Y qué onda, cómo se mueve en este terreno un guionista especializado en thrillers, en obras de géneros bien de ficción, bien de aventura? Bastante bien. Los disparadores de las historias son –básicamente- boludeces de la vida cotidiana, pero Santullo les saca el jugo necesario como para sostener estos breves relatos a lo largo de ocho páginas. Algunos personajes le interesan como para indagar un poco más a fondo (Iris), otros menos (Andrés), pero en el contexto de la comedia suburbana, tranqui, distendida, todos le aportan su cuota de realismo, de verosimilitud, a estos micro-conflictos.
Lo que ya no es verosímil es el nivel al que está dibujando y coloreando Marcos Vergara. En estas páginas, el historietista oriundo de San Nicolás se vuelve a superar a sí mismo como si todos los límites estuvieran ahí para ser traspasados. No hay ningún aspecto de la faz gráfica que no me haya entusiasmado, pero lo que más quiero subrayar es la expresividad de los personajes, lo bien que actúan. Visualmente, esto está muy por encima de lo que se espera de un autor que (misteriosamente) todavía no está consagrado a nivel global, facturando fortunas con trabajos para las editoriales más grossas de los mercados más grandes. Pero no me quejo, eh? Ojalá los rioplatenses podamos seguir disfrutando con asiduidad del derroche de talento que nos regala Vergara cada vez que se sienta a dibujar una historieta.
Y ojalá que en Santiago del Estero haga menos frío que en Buenos Aires, porque para allá voy este finde. El sábado 7 estoy en Invencible, un evento comiquero que la va a romper. Quizás posteo antes de viajar y si no, nos reencontramos el lunes o el martes, con nuevas reseñas, acá en el blog.
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miércoles, 4 de julio de 2018
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