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jueves, 5 de enero de 2023
TARDE DE JUEVES
Estoy arrancando dos nuevos proyectos, y como típico ansioso/ culo inquieto, hasta que empiecen a avanzar a la velocidad que uno desearía, estoy medio que camino por las paredes. ¿Con qué me relajo? Leyendo comics. Así que ya tengo otros dos libritos para comentar.
Empezamos en 2017, cuando sale en Estados Unidos el Vol.3 de Paper Girls, la famosa serie de Brian K. Vaughan y Cliff Chiang. Lo primero que tengo para decir es ¡qué barbaridad el dibujo de Chiang!. El tipo encontró una síntesis, se despojó de un montón de detalles que metía en su época de "quiero ser Arthur Adams pero no me da el cuero" y ese aprender a dibujar menos potenció muchísimo su trazo, lo hizo más lindo, más expresivo y más funcional al rol narrativo del dibujo. Las páginas son equilibradas, transmiten una sensación de "está todo bajo control", hay una buena variedad de planos, la acción fluye de modo absolutamente natural, la puesta en página es clásica pero no aburrida, y por supuesto el color de Matt Wilson apuntala muchísimo la labor de Chiang. Por ahí sin ser tan flashera como la de Saga, la faz visual de Paper Girls tiene todo para seducir al lector que compra comics por los dibujos.
En la lectura del tomo, me pasa lo mismo que con Saga: no sé si lo que me está contando Vaughan va para algún lado o si es relleno. Me divierto, por momentos me emociono, me interesa lo que le pasa a los personajes, me copan los diálogos, logro vibrar al ritmo de las peripecias que movilizan la trama... pero desconfío un toque. ¿Todo esto tendrá un peso real en el contexto mayor de la obra? ¿O son simplemente ideas que se le ocurren al guionista para tener a las protagonistas en constante peligro, episodio tras episodio, sin más sentido que el de llenar un par de TPBs más y estirar la saga? Ya nos pasó con Y, The Last Man, donde hay arcos argumentales enteros que no aportan nada a la trama global de la obra, por eso uno duerme con un ojo abierto.
Pero lo importante es que, como decía recién, la lectura es ágil y ganchera y los personajes tienen un carisma innegable. Entonces, aunque nada de todo esto conduzca a ningún punto cercano a la resolución de los conflictos centrales, se disfruta un montón. Ya veremos, cuando llegue al final, cuánto de todo este tramo "del medio" era relleno y cuánto era un sembradío de elementos dramáticos que van a resultar importantes para darle un cierre a Paper Girls. Por ahora la onda es relajarse y gozar de las locas aventuras de Mac, KJ, Tiffany y Erin, verlas crecer, tomar decisiones jodidas, sufrir, ganar, perder y buscarle la vuelta a este extraño laberinto espacio-temporal en el que están atrapadas. Me falta leer toda la segunda mitad de la obra, así que tranqui, hay Paper Girls para rato y en los tres TPBs que se vienen me esperan otros 15 episodios dibujados como los dioses por Cliff Chiang. El único detalle es que no tengo los tres libros que me faltan y no sé cuándo los voy a comprar, pero eventualmente llegarán...
Me voy a Chile, al año 2018, cuando se publica 1959, la esperada secuela de 1899. Francisco Ortega y Nelson Dániel regresan al universo que imaginaron para aquella impactante novela gráfica (ver reseña del 19/12/12) y sí, con el correr de las páginas me di cuenta de que convenía tener fresca esa "primera parte" que yo había leído más de 10 años atrás... y de la que obviamente me acordaba muy poco.
De todos modos, 1959 explica bastante el contexto en el que transcurre la aventura, e incluso termina con un glosario en el que Ortega brinda muchísima información acerca de cada uno de los personajes y conceptos que aparecen en la obra. Al igual que 1899, esta secuela juega con personas que existieron en nuestra realidad, y les da nuevos roles en este universo imaginario. Esta vez los protagonistas son el Che Guevara, Salvador Allende y Augusto Pinochet, y en los roles secundarios tenemos a John F. Kennedy y a Eva Perón. Pero como esto no le alcanza, Ortega nutre a la trama con personajes y conceptos tomados de ficciones de Edgar Rice Burroughs, H.P. Lovecraft, H. Rider Haggard, e incluso de sus propias ficciones, porque tenemos varias citas a Mocha Dick (la famosa novela gráfica de Ortega y Gonzalo Martínez) y a Disfrazados, una de las tantas obras 100% literarias del autor.
El relato logra inquitar con su clima de permanente conspiración, donde nunca sabés quién dice la verdad y quién miente, donde todos pueden ser traidores o impostores, y eso, sumado a lo ambicioso de los conceptios fantacientíficos que pone en juego Ortega, hace que la tensión se mantenga hasta el final. Esta vez veo muy poco probable que se venga un tercer arco argumental ambientado en el "universo metahulla", porque el final de 1959 es bastante más definitivo que el de 1899. Pero cuando tenemos enfrente a un autor con la imaginación y la erudición de Ortega, es difícil descartar cualquie hipótesis.
El dibujo de Nelson Dániel, sin ser demasiado original, está muy bien. El guion le exige proezas inverosímiles, decorados, criaturas, armas, naves, razas enteras, páginas bastante cargadas de texto, y Dániel sale muy bien parado de cada uno de estos desafíos. La narrativa es clara (solo se enreda cuando arma esa doble página repleta de cuadritos en la que muere Evita), la aplicación de los grises es magnífica, la acción y las expresiones faciales están bien retratadas, los monstruos y los villanos logran meter miedo y la resemblanza con las personas reales está muy bien lograda en todos los casos salvo el de Kennedy, que podría ser tranquilamente... Mel Gibson. O Sam Neill. Recomiendo esta novela gráfica sobre todo a los que la pasaron bomba con 1899, pero también a quienes se interesen por una ucronía compleja y ambiciosa, narrada en clave de aventura extrema por dos autores chilenos de primera línea.
Nada más, por hoy. Muchas gracias a los que descargaron la nueva Comiqueando Digital en https://comiqueandoshop.blogspot.com/ y a quienes todavía no lo hicieron, les pido que se copen, porque con menos de lo que vale una docena de facturas, nos ayudan un montón y se llevan 212 páginas de material 100% inédito, y excelentes contenidos audiovisuales que no son los que están al alcance de todos en el sitio web o el canal de YouTube de Comiqueando. Será hasta muy pronto (creo).
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Brian Vaughan,
Cliff Chiang,
Francisco Ortega,
Nelson Daniel
miércoles, 23 de enero de 2019
UNA NOCHE MAS
Mientras el amigo Donald
Trump y sus esbirros aplauden el intento de golpe de estado en Venezuela, yo me
siento a escribir las reseñas de un par de libritos que me bajé en estos días.
Arranco con The Territory,
una obra que ya tiene 20 años encima y una dupla autoral con chapa de Dream
Team: nada menos que los británicos Jaime Delano y David Lloyd, los mismos de
The Horrorist y de la mejor época de Night Raven.
El trabajo de Lloyd es
alucinante. Acá el prócer abandona su estilo más formal, o más frío, como si de
pronto quisiera dejar de seguir las huellas de Frank Hampson y Solano López
para convertirse en un discípulo avanzado de Joe Kubert. Este es un Lloyd más
salvaje, que dibuja más suelto, que se va al carajo con la puesta en página, con
las líneas cinéticas, con los ángulos que elige. Un Lloyd vibrante, emotivo, al
que –como en casi todos sus trabajos- el color no le hace justicia. En The
Territory, Lloyd tiene la posibilidad de colorear sus propios dibujos y no, no
tengo dudas de que esto se vería aún mejor en blanco y negro.
En el guión también,
tenemos a un Delano extraño, casi frenético. La historia nos transporta a un
mundo extraño, repleto de elementos de ciencia-ficción, aventura clásica y
terror, todos mezclados. El guionista propone un ritmo muy intenso, muy
vertiginoso, que no da tiempo para explicar qué carajo está pasando, ni quién
es este personaje que dice no recordar nada de su pasado, ni cómo funciona este
mundo alucinante al que se traslada. La idea no es explicar, sino impactar al
lector con secuencias potentes, trepidantes, combates tremendos contra hombres,
monstruos y máquinas, traiciones, persecuciones…
Por momentos The Territory
parece uno de esos guiones raros que escribía Ricardo Barreiro para Skorpio o
Fierro en los ´80, esas aventuras enroscadas, explosivas, con más violencia que
profundidad. O sea que si lo que te gusta de Jamie Delano es esa capacidad de
abordar temas socialmente relevantes, o de meterse a full en la psiquis de los
personajes, la verdad que acá vas a encontrar algo muy distinto. Bien escrito,
muy ganchero, pero sin ese toque más jugado, o más corrosivo que suelen tener
los guiones de este ídolo.
Allá por el 22/10/13 me
tocó reseñar Mocha Dick, de la dupla integrada por el guionista Francisco Ortega
y el dibujante Gonzalo Martínez (no el Pity, otro Gonzalo Martínez), ambos
referentes de la historieta chilena actual. En 2017, la dupla lanzó una nueva
novela gráfica: Álex Nemo y la Hermandad del Nautilus, bastante emparentada con
la anterior en el sentido de que el protagonista es un adolescente chileno a
quien vamos a acompañar en una gran aventura que va a marcar también su
tránsito hacia la juventud.
Álex Nemo y la Hermandad
del Nautilus es el enésimo comic de aventuras ambientado en universo literario,
un recurso ya bastante utilizado, pero que acá funciona a la perfección. Buena
parte de la trama se motoriza con la interacción entre personajes de nuestra
realidad y de las novelas del glorioso Jules Verne, o sea que si tenés presente
(o más o menos) la obra del mítico escritor francés, vas a cazar y a disfrutar
toneladas de referencias. Y si no, igual la historia se hace muy llevadera, muy
entretenida.
Las peripecias son
gancheras, los personajes están bien trabajados, el ida y vuelta entre el mundo
real y los mundos ficticios está bien planteado, las escenas de acción y las
revelaciones impactantes están bien repartidas a lo largo de las 125 páginas
que dura la obra… La idea es que cualquier lector de 12 años en adelante se
sumerja en la novela y no la suelte hasta el final. Y eso fue exactamente lo
que me pasó a mí.
En la faz gráfica lo
tenemos a Martínez tan sólido como en Mocha Dick, con la misma soltura, la
misma magia a la hora de aplicar grisados y texturas, la misma versatilidad
para plasmar expresiones faciales de personajes muy distintos entre sí, y –me
parece- más logros en el armado de las secuencias. Como buen arquitecto,
Martínez le presta muchísima atención a los fondos, en los que nos ofrece un
laburo descomunal. Pero también la rompe cuando dibuja máquinas, trajes de
época, animales, paisajes exóticos… Hermoso trabajo de este inmenso narrador de
aventuras.
Y obviamente no puedo
dejar de señalar que, una vez terminada la historieta, el libro se pone la
capucha, empuña el chumbo y sale a robar con casi 40 páginas en las que tenemos
diagramas técnicos de los vehículos ficticios que aparecen en la obra, el
listado de las referencias a todas las obras literarias y autores a los que se
hace mención, y –lo más ladri- un glosario de personajes, locaciones, especies
animales y artefactos tecnológicos que aparecen en la historia. Todo esto es
absolutamente innecesario y no le agrega casi nada a la muy grata experiencia
de leer Álex Nemo y la Hermandad del Nautilus. Por supuesto, espero ansioso el
próximo trabajo de Ortega y Martínez.
Y esto es todo por hoy.
Pronto habrá más reseñas para compartir, como siempre, acá en el blog.
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David Lloyd,
Francisco Ortega,
Gonzalo Martínez,
Jamie Delano
martes, 22 de octubre de 2013
22/ 10: MOCHA DICK
Se me acaba el pilón de historietas chilenas que me traje en Abril de mi visita al país vecino. Me quedan un par de historietas dibujadas por autores chilenos para otros mercados, que ya leeré, pero en cuanto a la producción generada en Chile, hasta acá llegamos. Y me toca cerrar el recorrido con un éxito editorial resonante, una novela gráfica reciente a la que le fue tan bien, que hasta tuvo edición argentina. Mocha Dick reúne a Francisco Ortega (guionista de 1899) con Gonzalo Martínez (dibujante de Road Story), dos de los referentes centrales de toda esta interesante movida que experimenta el comic chileno en los últimos años.
La historia se centra en la cacería de un inmenso cachalote blanco conocido como Mocha Dick, que vivió en las costas del Pacífico, cerca de la isla Mocha (de ahí su nombre) a principios del Siglo XIX. Se supone que los relatos de esta cacería son los que inspiraron a Herman Melville para escribir la clásica novela Moby Dick, de ahí el interés por indagar un poco más en el mito que, hace casi 200 años, rodea a este cetáceo albino. Por supuesto, Ortega no se limita a recopilar los datos duros, o científicamente comprobables: también incorpora a la trama personajes 100% ficticios, pensados en función del carácter aventurero de la trama, y la faceta mitológica, la que vincula a la ballena con la religión y la cosmogonía de los indios mapuches.
La aventura, el viaje iniciático de un joven hijo de balleneros que tomará conciencia de lo aberrante que resulta la cacería y la matanza de los cetáceos, está muy bien llevada. Arranca un poco tarde, en una de esas. En las primeras... 45 páginas, pasan unas cuantas cosas, pero las realmente relevantes se podrían haber sintetizado en 20 páginas, 25 a lo sumo. Y después sí, quedan por delante otras 60 páginas muy intensas, en las que Ortega no para nunca de tirar data ni de usar cada escena, cada diálogo, para definir con más claridad y hasta con notable profundidad a los personajes centrales.
Tener un guionista que no deja nunca de mandar datos (arranca en la primera página y no termina en la última, sino que sigue brindando toneladas de información adicional en un extenso glosario que arranca cuando se acaba la historieta) puede ser un arma de doble filo. Está bueno, porque te vende –además de la peripecia- un contexto histórico, geográfico y hasta social que uno por ahí no tiene muy presente, y a menos que seas un wachiturro lobotomizado, aprendés cosas nuevas (yo aprendí, por ejemplo, qué catzo son los Fuegos de San Telmo, a los que había escuchado nombrar varias veces). Pero también puede ser un embole, una canalización de una obsesión por parte del autor que se quiere “sacar un 10” y demostrarnos que nadie conoce mejor que él el tema que toca, que nadie se deslomó tanto por obtener TODA la documentación habida y por haber, etc. Bah, si intentaste leer From Hell no hace falta que te explique hasta dónde se puede llegar en estos trips obsesivos. Por suerte, Ortega se luce, pero no se zarpa. La información que brinda (acerca de los balleneros, los aborígenes de la Patagonia, etc.) está muy bien dosificada y no se convierte nunca en obstáculo para el disfrute de la aventura. Que no es genial, ni monumental, pero funciona y atrapa sin ningún inconveniente.
Por el lado del dibujo lo tenemos a Gonzalo Martínez muy suelto, muy canchero, muy afianzado en su estilo que tanto le debe al mainstream yanki cool y simpático (no al grim ´n gritty, ni a los Juan Carlos Flicker, ni a los que se zarpan sobredibujando). Acá, además de una narrativa a prueba de balas, una anatomía sin fisuras, un vasto repertorio de expresiones faciales y un excelente laburo para integrar la documentación fotográfica al grafismo del autor, tenemos muchos, muchísimos hallazgos en la aplicación de tramas y grises con la computadora. De pronto, el blanco y negro sólido y bien equilibrado de Martínez se ve realzado por toda una gama de grises y texturas (la del mar, sobre todo, está logradísima) que le agregan relieve, fuerza y belleza a las imágenes. Con su estilo limpio, claro, amistoso, el dibujante logró algo muy infrecuente: que nos resulte casi imposible imaginarnos esta novela dibujada por algún otro colega suyo.
Mocha Dick no es la novela gráfica definitiva, la nueva cumbre de la narrativa gráfica chilena. Es una muy buena historia, muy bien condimentada con un montón de información muy bien investigada, con un hermoso mensaje de respeto por la naturaleza, con muy buenos dibujos y con un plus muy interesante: puede ser disfrutada por lectores de todas las edades. Un trabajo notable de Ortega y Martínez pensado para seducir a todos los amantes de la aventura.
La historia se centra en la cacería de un inmenso cachalote blanco conocido como Mocha Dick, que vivió en las costas del Pacífico, cerca de la isla Mocha (de ahí su nombre) a principios del Siglo XIX. Se supone que los relatos de esta cacería son los que inspiraron a Herman Melville para escribir la clásica novela Moby Dick, de ahí el interés por indagar un poco más en el mito que, hace casi 200 años, rodea a este cetáceo albino. Por supuesto, Ortega no se limita a recopilar los datos duros, o científicamente comprobables: también incorpora a la trama personajes 100% ficticios, pensados en función del carácter aventurero de la trama, y la faceta mitológica, la que vincula a la ballena con la religión y la cosmogonía de los indios mapuches.
La aventura, el viaje iniciático de un joven hijo de balleneros que tomará conciencia de lo aberrante que resulta la cacería y la matanza de los cetáceos, está muy bien llevada. Arranca un poco tarde, en una de esas. En las primeras... 45 páginas, pasan unas cuantas cosas, pero las realmente relevantes se podrían haber sintetizado en 20 páginas, 25 a lo sumo. Y después sí, quedan por delante otras 60 páginas muy intensas, en las que Ortega no para nunca de tirar data ni de usar cada escena, cada diálogo, para definir con más claridad y hasta con notable profundidad a los personajes centrales.
Tener un guionista que no deja nunca de mandar datos (arranca en la primera página y no termina en la última, sino que sigue brindando toneladas de información adicional en un extenso glosario que arranca cuando se acaba la historieta) puede ser un arma de doble filo. Está bueno, porque te vende –además de la peripecia- un contexto histórico, geográfico y hasta social que uno por ahí no tiene muy presente, y a menos que seas un wachiturro lobotomizado, aprendés cosas nuevas (yo aprendí, por ejemplo, qué catzo son los Fuegos de San Telmo, a los que había escuchado nombrar varias veces). Pero también puede ser un embole, una canalización de una obsesión por parte del autor que se quiere “sacar un 10” y demostrarnos que nadie conoce mejor que él el tema que toca, que nadie se deslomó tanto por obtener TODA la documentación habida y por haber, etc. Bah, si intentaste leer From Hell no hace falta que te explique hasta dónde se puede llegar en estos trips obsesivos. Por suerte, Ortega se luce, pero no se zarpa. La información que brinda (acerca de los balleneros, los aborígenes de la Patagonia, etc.) está muy bien dosificada y no se convierte nunca en obstáculo para el disfrute de la aventura. Que no es genial, ni monumental, pero funciona y atrapa sin ningún inconveniente.
Por el lado del dibujo lo tenemos a Gonzalo Martínez muy suelto, muy canchero, muy afianzado en su estilo que tanto le debe al mainstream yanki cool y simpático (no al grim ´n gritty, ni a los Juan Carlos Flicker, ni a los que se zarpan sobredibujando). Acá, además de una narrativa a prueba de balas, una anatomía sin fisuras, un vasto repertorio de expresiones faciales y un excelente laburo para integrar la documentación fotográfica al grafismo del autor, tenemos muchos, muchísimos hallazgos en la aplicación de tramas y grises con la computadora. De pronto, el blanco y negro sólido y bien equilibrado de Martínez se ve realzado por toda una gama de grises y texturas (la del mar, sobre todo, está logradísima) que le agregan relieve, fuerza y belleza a las imágenes. Con su estilo limpio, claro, amistoso, el dibujante logró algo muy infrecuente: que nos resulte casi imposible imaginarnos esta novela dibujada por algún otro colega suyo.
Mocha Dick no es la novela gráfica definitiva, la nueva cumbre de la narrativa gráfica chilena. Es una muy buena historia, muy bien condimentada con un montón de información muy bien investigada, con un hermoso mensaje de respeto por la naturaleza, con muy buenos dibujos y con un plus muy interesante: puede ser disfrutada por lectores de todas las edades. Un trabajo notable de Ortega y Martínez pensado para seducir a todos los amantes de la aventura.
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Francisco Ortega,
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Mocha Dick
miércoles, 19 de diciembre de 2012
19/ 12: 1899
Mi habitual recorrido por la historieta latinoamericana reciente me lleva esta vez a Chile, donde el guionista Francisco Ortega y el dibujante Nelson Daniel lograron un resonante éxito con la vieja e insumergible fórmula de la ucronía. Esta historia explora las consecuencias de un suceso trascendental, ocurrido en plena Guerra del Pacífico, aquella que enfrentó a Chile con Bolivia y Perú. En esta versión, la guerra duró poco: en el medio de la batalla naval de Iquique, cuando los buques chilenos del Almirante Arturo Prat enfrentaban a la armada peruana liderada por el Capitán Miguel Grau, nuestros vecinos pelaron buques voladores, armados hasta la chota y propulsados por una maravilla científica: la metahulla, un mineral parecido al carbón, pero azul y brillante, que se encontró en enormes cantidades bajo el suelo chileno.
Los de Prat ganan la guerra y, para hacerla completa, el propio almirante detona una mega-bomba de metahulla sobre la ciudad de Lima, que es completamente devastada. Este atroz genocidio marca el inicio de la hegemonía de Chile en Sudamérica y su ascenso hacia la elite de las naciones más poderosas del planeta. También marca el fin de la paz para Luis Uribe, un militar al que le toca sobrevolar Lima en la nave que la destruirá. Desde entonces, tendrá sueños cada vez más raros y dejará la milicia para trabajar como agente de los servicios de inteligencia.
La historia nos sitúa 20 años después de la guerra. Chile vive una etapa de esplendor científico, con trenes voladores y policías robóticos, pero social y éticamente las cosas están tan ásperas como siempre. Uribe debe investigar una seguidilla de misteriosas explosiones de metahulla, que lo llevarán a confrontar cara a cara con el héroe, el prócer ,el intachable Arturo Prat. Un epílogo nos llevará además a 1934 a Empire City (ex Nueva York) de la mano de un Uribe ya anciano. Y un segundo epílogo hará honor a la tradición steampunk para vincular a esta saga con la del amigo Vlad Tepes. Parece mentira, pero no. Ortega cuenta LA MISMA historia que vimos en 40 Cajones, la de la goleta Demeter, que acá llega con su capitán atado al timón, cajones con tierra y un perro/ lobo de aspecto satánico... a un puerto chileno.
Lo más raro de 1899 es que no banca la ucronía hasta las últimas consecuencias. 25 páginas antes del final, los personajes más importantes ya se hacen cargo de estar viviendo en una continuidad paralela, en una realidad que no es la única y que no es la correcta. Y sí, hay una forma de pasar de una realidad a otra, cosa que han hecho –entre otros- Aleister Crowley y Erich Weiss (más conocido como Harry Houdini). Esto ayuda a Ortega a llegar hacia un final bastante redondo y aún así no restarle espesor a los misterios que se seguirán desarrollando en un segundo tomo.
El dibujo de Daniel está muy bien. Es una especie de Phil Hester del Nacional B, apoyado en una narrativa muy sólida y un gran trabajo con las tramas mecánicas. Sin las tramas, esto se vería definitivamente chato, poco imaginativo, del montón. Con las tramas, se ve mil veces más atractivo.
De todos modos, lo interesante de 1899 es lo que propone el guión. Sobre todo la forma en que Ortega no cae en el patriotismo exacerbado y facilista de decir “ahora sí, los chilenos somos los más poronga y al que no le guste lo exterminamos”. El guionista le cobra caro a Prat haber detonado la mega-bomba sobre Lima y no confunde el avance científico con la felicidad de los chilenos. La sociedad post-metahulla también tiene injusticias, dilemas y conflictos y Ortega se hace cargo y nos los muestra a través de los ojos de Uribe. Un acierto, sin dudas, que se suma al hecho de que 1899 –sin ser demasiado original- es un comic muy bien escrito, con buenas ideas, buenos textos, buen desarrollo de personajes y muchísimos guiños a los conocedores de la ficción de fines del Siglo XIX. Le falta hectolitros de sopa para acercarse a The League of Extraordinary Gentlemen, pero la senda trazada por Ortega y Daniel es la correcta, a pesar de que generó bastante polémica, sobre todo en Perú, donde los putearon duro y parejo por el tratamiento que le dan al Capitán Grau.
Los de Prat ganan la guerra y, para hacerla completa, el propio almirante detona una mega-bomba de metahulla sobre la ciudad de Lima, que es completamente devastada. Este atroz genocidio marca el inicio de la hegemonía de Chile en Sudamérica y su ascenso hacia la elite de las naciones más poderosas del planeta. También marca el fin de la paz para Luis Uribe, un militar al que le toca sobrevolar Lima en la nave que la destruirá. Desde entonces, tendrá sueños cada vez más raros y dejará la milicia para trabajar como agente de los servicios de inteligencia.
La historia nos sitúa 20 años después de la guerra. Chile vive una etapa de esplendor científico, con trenes voladores y policías robóticos, pero social y éticamente las cosas están tan ásperas como siempre. Uribe debe investigar una seguidilla de misteriosas explosiones de metahulla, que lo llevarán a confrontar cara a cara con el héroe, el prócer ,el intachable Arturo Prat. Un epílogo nos llevará además a 1934 a Empire City (ex Nueva York) de la mano de un Uribe ya anciano. Y un segundo epílogo hará honor a la tradición steampunk para vincular a esta saga con la del amigo Vlad Tepes. Parece mentira, pero no. Ortega cuenta LA MISMA historia que vimos en 40 Cajones, la de la goleta Demeter, que acá llega con su capitán atado al timón, cajones con tierra y un perro/ lobo de aspecto satánico... a un puerto chileno.
Lo más raro de 1899 es que no banca la ucronía hasta las últimas consecuencias. 25 páginas antes del final, los personajes más importantes ya se hacen cargo de estar viviendo en una continuidad paralela, en una realidad que no es la única y que no es la correcta. Y sí, hay una forma de pasar de una realidad a otra, cosa que han hecho –entre otros- Aleister Crowley y Erich Weiss (más conocido como Harry Houdini). Esto ayuda a Ortega a llegar hacia un final bastante redondo y aún así no restarle espesor a los misterios que se seguirán desarrollando en un segundo tomo.
El dibujo de Daniel está muy bien. Es una especie de Phil Hester del Nacional B, apoyado en una narrativa muy sólida y un gran trabajo con las tramas mecánicas. Sin las tramas, esto se vería definitivamente chato, poco imaginativo, del montón. Con las tramas, se ve mil veces más atractivo.
De todos modos, lo interesante de 1899 es lo que propone el guión. Sobre todo la forma en que Ortega no cae en el patriotismo exacerbado y facilista de decir “ahora sí, los chilenos somos los más poronga y al que no le guste lo exterminamos”. El guionista le cobra caro a Prat haber detonado la mega-bomba sobre Lima y no confunde el avance científico con la felicidad de los chilenos. La sociedad post-metahulla también tiene injusticias, dilemas y conflictos y Ortega se hace cargo y nos los muestra a través de los ojos de Uribe. Un acierto, sin dudas, que se suma al hecho de que 1899 –sin ser demasiado original- es un comic muy bien escrito, con buenas ideas, buenos textos, buen desarrollo de personajes y muchísimos guiños a los conocedores de la ficción de fines del Siglo XIX. Le falta hectolitros de sopa para acercarse a The League of Extraordinary Gentlemen, pero la senda trazada por Ortega y Daniel es la correcta, a pesar de que generó bastante polémica, sobre todo en Perú, donde los putearon duro y parejo por el tratamiento que le dan al Capitán Grau.
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