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lunes, 1 de abril de 2024
LUNES FERIADÍSIMO
Por fin encontré un ratito para redactar las reseñas de los dos últimos libros que leí...
Había prometido volver pronto al extraño mundo de El Minúsculo Mosquetero, y acá estoy con el Vol.2 de esta serie creada por Joann Sfar en los albores de este milenio. Este tomo se podría sintetizar en dos palabras: sexo y delirio. Acá se coge mucho más que en el Vol.1, hay larguísimas secuencias en las que Sfar exhibe los genitales de sus personajes y los enreda en todo tipo de posiciones amatorias. Son secuencias entretenidas, sostenidas en diálogos muy ingeniosos, a veces muy agudos, en un libro muy hablado, con mucho texto en casi todas las páginas.
Y por el otro lado, el delirio. Acá el autor ni se gasta en pensar una excusa para que sucedan las cosas que tiene ganas de dibujar. Le pinta crear un mundo subacuático, y ya fue, el mosquetero se mete en la bañadera, y se hunde hasta llegar a este mundo, en el que puede respirar bajo el agua, hablar y hasta fumar. Cuando se aburre de las criaturas submarinas, se copa con la figura de la esfinge egipcia, que también tiene una escena muy copada, y después se le ocurre dibujar personajes de la mitología griega: minotauros, gorgonas, ejércitos onda Esparta... Unas páginas después, volvemos a una especie Europa medieval, y mientras el mosquetero se revuelca con una señora muy atractiva, la acción nos lleva de nuevo a una Grecia mitológica, con un fauno, para desembocar en una batalla espectacular entre cosacos rusos, soldados griegos y un dragón impresionante. En esta batalla el mosquetero conoce a Taras Bulba, una hermosa mujer, y se enamora de ella... pero sus intentos por intimar con ella van a fracasar rotundamente. Y así volvemos a "la realidad/ el presente", donde todavía nos quedan varias escenas de sexo y diálogos por delante.
Como hilo conductor de todo este incordio (en el que, por ejemplo, no se menciona más el hecho de que el mosquetero ahora es chiquitito y habita en un mundo en miniatura) tenemos al dibujo de Sfar en un nivel sencillamente glorioso. En la secuencia con Taras Bulba, además, el autor cambia la forma de colorear, para introducir unas aguadas que hacen más oscuro y más etéreo a su trazo preciso, nervioso, lleno de matices. La lucha contra el dragón ofrece viñetas más grandes, más estridentes, y en la página en la que el mosquetero debe huir de las Euménides, la puesta es una maravilla, una belleza experimental, ornamentada a todo culo, como lo haría Quique Alcatena. El único problema que tiene la faz visual de este álbum es que esas páginas repletas de globos de diálogo lo obligan a Sfar a acomodar como puede un montón de viñetas muy chiquitas, en las que el dibujo no se luce tanto. Pero ni bien afloja con la cantidad de texto, la magia de su plumín cobra protagonismo y brilla en todo su esplendor.
Hasta acá, El Minúsculo Mosquetero es una serie tan rara que puede terminar en cualquier cosa. Me voy a enterar pronto, cuando le entre al Vol.3. Por ahora, es una bizarreada entretenida, con un voltaje erótico más alto que las obras promedio de Sfar, y con un despliegue fascinante en materia de dibujo. Argumentalmente es poco lo que tiene la obra para atraparnos, pero como rareza está muy bien.
Los amigos franceses de Glénat armaron un libro muy cheto de unas 300 páginas, en el que se recopilan los primeros trabajos de Gou Tanabe, antes de que fuera el monstruo sagrado que es hoy. Son todas historietas realizadas entre 2002 y 2005, en las que cuesta un poco ver el estilo que más tarde va a caracterizar al ídolo y lo va a poner en el Olimpo del manga contemporáneo. El tomo se llama "The Outsider" y arranca con la adaptación del cuento homónimo de H.P. Lovecraft ("El extraño", en las traducciones al castellano), muy lograda, sin estirar al pedo y sin casarse innecesariamente con el texto original. Las caras de los seres humanos todavía no están muy logradas, pero el resto está muy bien.
Después aparecen las dos obras más antiguas de Tanabe: una adaptación de un relato de Anton Chejov y una de Máximo Gorki. Acá vemos a un autor muy primerizo, que maneja bien el claroscuro pero pifia en la figura humana. En los rostros muestra unas dudas bárbaras, como si no se decidiera entre un estilo más elegante, tipo Hirohiko Araki, o uno más potente y más crudo, más del palo alternativo, tipo un Taiyo Matsumoto de la primera época. El resultado es visualmente pobre, si bien la narrativa fluye de manera natural. Las historias en sí se hacen bastante embolantes, en parte porque Tanabe elige relatos que carecen totalmente de acción y se sostienen sobre todo en los diálogos.
Y el tomo ciera con Ju-Ga, una serie breve, de apenas cinco episodios, en la que Tanabe crea la historia desde cero y nos lleva a la Era Kyoho, donde vamos a conocer a Gibon Gensho, un monje que además es maestro en la disciplina que da nombre a la serie. Acá tenemos relatos muy basados en la acción, con monstruos, villanos y un sano despliegue de poderes sobrenaturales. Los dos últimos episodios son los más atractivos, los que logran una mayor tensión dramática, y los otros tres... también son un poco aburridos, pero sirven para conocer al protagonista, sus poderes y algo del contexto histórico. A lo largo de los cinco episodios de Ju-Ga (realizados entre 2004 y 2005) el dibujo de Tanabe mejora ostensiblemente y si bien para el final no está ni cerca de su mejor nivel, tenemos páginas realmente impactantes, donde no hay que ser Nostradamus para vaticinar que ese pibe iba a llegar a ser una estrella. Acá vemos más yeites tomados de autores como Hiroshi Hirata y Ryochi Ikegami, que también aportan su influencia a un Tanabe que todavía buscaba un estilo... en las fuentes correctas.
La verdad que no la pasé tan bien como suponía con The Outsider. Me sirvió para descubrir en plan arqueológico el "secret origin" de Gou Tanabe, y no mucho más. Menos mal que lo pagué muy barato. Y menos mal que tengo otros libros del ídolo en el pilón de los pendientes, como para tener la merecida revancha en un futuro no muy lejano.
Nada más, por hoy. Gracias por el aguante y nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.
martes, 11 de abril de 2023
ACÁ ESTAMOS DE NUEVO
Bueno, por fin tengo un ratito para escribir las reseñas de los últimos libros que leí...
Empiezo en 2015, en Japón, cuando el maestro Gou Tanabe presenta su adaptación al manga de El Color que Cayó del Cielo, el famoso relato de Howard P. Lovecraft. No es la primera vez que me toca leer un manga de Tanabe que adapta una obra de Lovecraft (ver reseña del 16/11/18), así que corro el riesgo de repetir algunos conceptos. Esta vez, lamentablemente, en vez de estar editado en tapa blanda por Ivrea, El Color que Cayó del Cielo está editado en tapa dura por Planeta. O sea que es un libro innecesariamente lujoso y caro, fruto del capricho de la misma editorial que te publica esos masacotes de 1000 páginas con las obras de Osamu Tezuka en un formato pensado para destruirte la biblioteca y el bolsillo. Menos mal que en Argentina (todavía) no caímos en esta pelotudez de editar cualquier cosa en tapa dura. Se publica mucho menos que en España, pero por lo menos se eligen formatos que llegan a las bateas a un precio no tan disparatado.
Pero vamos a la historia: Tanabe está enrolado en la corriente de las adaptaciones muy respetuosas al texto original, al igual que nuestro abanderado en materia de adaptaciones de clásicos del terror, el maestro Horacio Lalia. El talentoso mangaka conserva la ambientación espacio-temporal, el elenco, la atmósfera, el orden de los sucesos y hasta muchísimos textos de la narración original, y lo único que agrega es el dibujo. Digo "lo único" y suena a poco, pero realmente es muchísimo. Ese trazo prolijo y sobrecargado de Tanabe (que por momentos me remite a Salvador Sanz) le suma un montón al clima que propone Lovecraft. Le da vida a los horrores que describe el escritor norteamericano, y enfatiza desde el ritmo que elige para el relato esa sensación de extrañeza, de tensión que crece hasta hacerse asfixiante. El trabajo de Tanabe es tan bueno, está tan afilado, que logra que te imagines ese color imposible incluso en un comic realizado en blanco, negro y grises.
A esta altura, ya no me queda duda alguna: el mejor historietista para una adaptación de Lovecraft hoy es Gou Tanabe. El que mejor entiende los climas, los ritmos, el que mejor dibuja, el que más se rompe el culo en los detalles, el que te hace sentir el horror más cerca, más palpable. El único handicap de Tanabe es que no le pone mucha expresividad a los personajes. No te tira esas caras de "estoy totalmente loco, trastornado por los horrores que me toca presenciar" que te ponían Lalia, Alberto Breccia o Berni Wrightson cuando te adaptaban a Lovecraft. Los tipos tienen el marulo detonado, pero el dibujo no lo enfatiza con la misma polenta que en los autores mencionados (y otros más). En todo lo demás, Tanabe saca mucha diferencia y te hace vivir una Experiencia Lovecraft que no te olvidás nunca más.
Voy por los libros que me faltan del ídolo, pero con la mira puesta en las ediciones yankis de Dark Horse, que son más baratas y más cómodas para manipular y guardar que las españolas.
Me voy a Francia, año 2021, cuando Lucas Varela forma equipo con el guionista galo Hervé Bourhis para ofrecernos Le Labo, una interesantísima novela gráfica de 100 páginas a todo color que ya tuvo edición en nuestro idioma por parte de La Cúpula.
Le Labo parte de un hecho real, pero lo distorsiona un poco para contar la historia de un modo más divertido. Se trata de un experimento loco de mediados de los ´70, cuando una poderosa empresa francesa que se había expandido a raíz del éxito de las fotocopiadoras que fabricaba, le pone un montón de plata a un laboratorio donde el hijo del dueño reúne a los más capos en informática de ese país para empezar a desarrollar la computadora personal... y más tarde la internet y la telefonía celular. El comic recorre toda esa segunda mitad de los ´70, donde Jean-Yves y su equipo trabajan a puro ensayo y error, hasta que llegan los yankis con su voracidad comercial y se quedan con todo.
Por delante de este contexto histórico tan interesante (y poco explorado), Bourhis acierta al alejarse del relato documental para poner el foco en los personajes y sus vínculos. De ahí salen algunas escenas dramáticas y otras realmente muy cómicas. También ensaya un truco que no es nuevo, pero que está buenísimo: en un momento, un personaje secundario, marginado y ninguneado, se pierde entre los pliegues de la trama para reaparecer sobre el final transformado en un personaje absolutamente central. Ese es el arco de Nicole, la hermana menor de Jean-Yves, quien resulta ser la narradora de todo lo que sucede en Le Labo. La relación entre los franceses y los californianos también está muy bien aprovechada y plasmada de modo muy gracioso. Bourhis está tan canchero en el manejo de la época y la temática, que hasta tira magia con injertos de retro-continuidad, en los que Jean-Yves y su equipo flashean (a veces bajo los efectos del faso) con avances tecnológicos que llegarían varias décadas después y que, si bien en 1977 parecían delirios de fumones o de fans de la ciencia ficción, hoy son parte de nuestra vida cotidiana.
El dibujo y el color, ambos a cargo de Varela, son alucinantes. Nuestro compatriota capta sin el menor problema todos esos detalles de la ambientación setentosa que tienen que ver con ropa, peinados, artefactos que hoy parecen prehistóricos, el chiste (ya visto en series y películas) de que todo el mundo fumaba en todas partes... Toda esa carga de "mostremos la vida cotidiana de estos tipos y minas" que propone el guion de Bourhis está llevada al papel por Varela con verdadera maestría, y aporta también a generar ese clima de comedia costumbrista en la que podrían aparecer tranquilamente Alberto Olmedo o el Gordo Porcel sin que a nadie le resulte raro. El creador de Paolo Pinocchio te hace entretenidas las escenas donde solo hay talking heads, y deja la vida en esas doble splash-pages en las que Jean-Yves tiene esas visiones proféticas que cambian el rumbo de la novela gráfica (y de la historia del desarrollo de la informática en dos continentes).
Si sos fan de Lucas Varela, de la computación, de la historia de los avances tecnológicos del Siglo XX, o si te copa leer una historia muy divertida y descontracturada acerca de los años "de incubación" de Apple, la internet, los celulares y los videojuegos, seguro vas a pasar un buen rato con Le Labo.
Y hasta acá llegamos. Tengo avanzada la lectura de un librito más, que seguramente comentaremos (junto a algún otro) en el próximo post que aparezca acá en el blog. Gracias y hasta entonces.
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viernes, 16 de noviembre de 2018
DOS DE VIERNES
En un rato explota el finde largo, pero antes, un par de reseñas.
Arranco en 2014, con El Sabueso y Otras Historias, un librito editado por Ivrea (España) que reúne tres adaptaciones al comic de cuentos de H.P. Lovecraft realizadas por el mangaka Gou Tanabe. A esta altura, es difícil que un historietista nos sorprenda con una versión gráfica de un cuento de Lovecraft, porque es algo que ya se hizo demasiadas veces. De hecho, me sumergí en el libro de Tanabe con imágenes muy potentes en la cabeza, que provenían de la versión de El Sabueso que hizo hace como 20 años el maestro Horacio Lalia. Pero acá hay dos elementos muy atractivos: 1) nunca había visto a un mangaka adaptar a Lovecraft, y 2) Gou Tanabe es un dibujante prodigioso, algo así como el Salvador Sanz japonés, un grosso absoluto en el manejo de los climas oscuros, los detalles demenciales en los fondos, el trabajo con los grises… Visualmente estas versiones son realmente alucinantes, sin nada que envidiarle a las mejores adaptaciones del gran H.P. a la historieta.
Tan bien dibuja Tanabe que no me irritó en lo más mínimo que estirara El Sabueso a lo largo de 60 páginas (Lalia la despachó en 14), ni que moviera la ambientación de El Templo de la Primera Guerra Mundial (la que recién había terminado cuando Lovecraft inicia su etapa más prolífica en materia de relatos de terror) a la Segunda Guerra Mundial. El Templo, contada en 62 páginas con poquísimo texto, sí se me hizo un poco pesada, aunque lo interesante es dejarse subyugar, o incluso asfixiar, por el clima que Tanabe va conjurando a través de todas esas secuencias mudas.
El tercer relato, La Ciudad sin Nombre, se desarrolla en sólo 32 páginas y acá Tanabe no tiene mucho margen para tirar magia y probar cosas raras. Es una historia casi sin conflicto, donde el atractivo es cómo exploramos (a través de los ojos del protagonista) un lugar que se va tornando cada vez más imposible, más extraño, más ominoso. Y Tanabe no escatima absolutamente nada a la hora de dibujar decorados complejísimos, paisajes surreales y criaturas asombrosas, siempre a tono con la oscuridad del cuento de Lovecraft. Creo que es la adaptación que más me cerró de las tres.
Recomiendo mucho El Sabueso y Otras Historias a los fans de Lovecraft, y anoto a Gou Tanabe en la lista de los mangakas a seguir hasta el fondo la cripta más nauseabunda.
Salto a Argentina, año 2018, cuando se publica Dora: Malenki Sukole, tercer libro protagonizado por esta heroína creada por Ignacio Minaverry (las reseñas de los Vol.1 y 2, haciendo click en la etiqueta de Dora). Ambientado en Europa entre 1963 y 1964, este es el tomo de Dora en el que pasan menos cosas. No hay tramas románticas, casi no hay momentos de comedia y no avanza en absoluto la cacería de nazis que Dora había iniciado en los tomos anteriores. ¿Qué nos cuenta Minaverry en estas 120 páginas? Básicamente una historia de verdad, memoria y justicia en la que Dora asume (15 años antes de que existieran en la realidad) el rol de las gloriosas Abuelas de Plaza de Mayo.
Minaverry nos cuenta que (al igual que los genocidas del Proceso) los nazis robaron bebés polacos de las familias judías a las que mandaron a los campos de concentración y los “germanizaron”. Los entregaron a familias alemanas que los criaron como si fueran sus propios hijos, por supuesto ocultándoles su verdadera identidad. Dora descubre que su amiga Lotte es una de estas hijas “germanizadas”, decide contarle la verdad, y le ofrece encontrarse con su verdadera familia (o lo que quedó de ella tras el holocausto). El conflicto es ese, el que conocemos los que seguimos el trabajo de las Abuelas: devolverle la identidad a una chica después de más de 20 años no es algo sencillo, hay un vínculo con sus apropiadores que no se puede soslayar y además insertar a una chica de veintipico en una familia que no la conoce tampoco es una boludez. Pero en Malenki Sukole todo esto se da de modo muy armónico, muy natural, sin que vuele una sola cachetada, sin tiros, ni persecuciones ni escenas más cercanas a una película de espías. Si no fuera porque está todo narrado de un modo muy efectivo, con Minaverry apostando fuerte a emocionar al lector (que puede o no captar la analogía con lo que pasó y pasa en nuestro país), la trama se puede hacer un poco aburrida, sobre todo porque el disparador de la misma aparece recién en la página 27.
Por suerte a Minaverry no se le escapa el hecho de que escribió una novela de 120 páginas de gente hablando (o viajando, o pensando) y se esmera como nunca en el dibujo, que alcanza un nivel realmente extraordinario. Excepto por Lotte (que parece Pepe Sánchez disfrazado de mujer) el resto de los personajes tienen un trabajo exquisito en las expresiones faciales y en el lenguaje corporal. Minaverry va hacia una línea más gruesa, con más presencia de la mancha negra (en parte, me imagino, para suplir la falta de color) y logra una estética que me remitió de inmediato a la de Jacques Tardi. Y claro, a Dora la dibuja mucho más linda que una “chica Tardi promedio”, como si los lápices del maestro francés fueran entintados por dibujantes yankis “de chicas lindas” tipo Terry Dodson, Adam Hughes o Frank Cho. Por supuesto los paisajes, vehículos, peinados y ropa que vemos en Malenki Sukole están milimétricamente tomados de la realidad de 1964, en un laburo de reconstrucción de época tan titánico como el que había mostrado Minaverry en los tomos anteriores. A un comic dibujado a este nivel, ya ni me caliento en pedirle conflictos más explosivos o escenas más impactantes.
¡Volvemos pronto con nuevas reseñas, y nos vemos el domingo y el lunes en Dibujados!
Arranco en 2014, con El Sabueso y Otras Historias, un librito editado por Ivrea (España) que reúne tres adaptaciones al comic de cuentos de H.P. Lovecraft realizadas por el mangaka Gou Tanabe. A esta altura, es difícil que un historietista nos sorprenda con una versión gráfica de un cuento de Lovecraft, porque es algo que ya se hizo demasiadas veces. De hecho, me sumergí en el libro de Tanabe con imágenes muy potentes en la cabeza, que provenían de la versión de El Sabueso que hizo hace como 20 años el maestro Horacio Lalia. Pero acá hay dos elementos muy atractivos: 1) nunca había visto a un mangaka adaptar a Lovecraft, y 2) Gou Tanabe es un dibujante prodigioso, algo así como el Salvador Sanz japonés, un grosso absoluto en el manejo de los climas oscuros, los detalles demenciales en los fondos, el trabajo con los grises… Visualmente estas versiones son realmente alucinantes, sin nada que envidiarle a las mejores adaptaciones del gran H.P. a la historieta.
Tan bien dibuja Tanabe que no me irritó en lo más mínimo que estirara El Sabueso a lo largo de 60 páginas (Lalia la despachó en 14), ni que moviera la ambientación de El Templo de la Primera Guerra Mundial (la que recién había terminado cuando Lovecraft inicia su etapa más prolífica en materia de relatos de terror) a la Segunda Guerra Mundial. El Templo, contada en 62 páginas con poquísimo texto, sí se me hizo un poco pesada, aunque lo interesante es dejarse subyugar, o incluso asfixiar, por el clima que Tanabe va conjurando a través de todas esas secuencias mudas.
El tercer relato, La Ciudad sin Nombre, se desarrolla en sólo 32 páginas y acá Tanabe no tiene mucho margen para tirar magia y probar cosas raras. Es una historia casi sin conflicto, donde el atractivo es cómo exploramos (a través de los ojos del protagonista) un lugar que se va tornando cada vez más imposible, más extraño, más ominoso. Y Tanabe no escatima absolutamente nada a la hora de dibujar decorados complejísimos, paisajes surreales y criaturas asombrosas, siempre a tono con la oscuridad del cuento de Lovecraft. Creo que es la adaptación que más me cerró de las tres.
Recomiendo mucho El Sabueso y Otras Historias a los fans de Lovecraft, y anoto a Gou Tanabe en la lista de los mangakas a seguir hasta el fondo la cripta más nauseabunda.
Salto a Argentina, año 2018, cuando se publica Dora: Malenki Sukole, tercer libro protagonizado por esta heroína creada por Ignacio Minaverry (las reseñas de los Vol.1 y 2, haciendo click en la etiqueta de Dora). Ambientado en Europa entre 1963 y 1964, este es el tomo de Dora en el que pasan menos cosas. No hay tramas románticas, casi no hay momentos de comedia y no avanza en absoluto la cacería de nazis que Dora había iniciado en los tomos anteriores. ¿Qué nos cuenta Minaverry en estas 120 páginas? Básicamente una historia de verdad, memoria y justicia en la que Dora asume (15 años antes de que existieran en la realidad) el rol de las gloriosas Abuelas de Plaza de Mayo.
Minaverry nos cuenta que (al igual que los genocidas del Proceso) los nazis robaron bebés polacos de las familias judías a las que mandaron a los campos de concentración y los “germanizaron”. Los entregaron a familias alemanas que los criaron como si fueran sus propios hijos, por supuesto ocultándoles su verdadera identidad. Dora descubre que su amiga Lotte es una de estas hijas “germanizadas”, decide contarle la verdad, y le ofrece encontrarse con su verdadera familia (o lo que quedó de ella tras el holocausto). El conflicto es ese, el que conocemos los que seguimos el trabajo de las Abuelas: devolverle la identidad a una chica después de más de 20 años no es algo sencillo, hay un vínculo con sus apropiadores que no se puede soslayar y además insertar a una chica de veintipico en una familia que no la conoce tampoco es una boludez. Pero en Malenki Sukole todo esto se da de modo muy armónico, muy natural, sin que vuele una sola cachetada, sin tiros, ni persecuciones ni escenas más cercanas a una película de espías. Si no fuera porque está todo narrado de un modo muy efectivo, con Minaverry apostando fuerte a emocionar al lector (que puede o no captar la analogía con lo que pasó y pasa en nuestro país), la trama se puede hacer un poco aburrida, sobre todo porque el disparador de la misma aparece recién en la página 27.
Por suerte a Minaverry no se le escapa el hecho de que escribió una novela de 120 páginas de gente hablando (o viajando, o pensando) y se esmera como nunca en el dibujo, que alcanza un nivel realmente extraordinario. Excepto por Lotte (que parece Pepe Sánchez disfrazado de mujer) el resto de los personajes tienen un trabajo exquisito en las expresiones faciales y en el lenguaje corporal. Minaverry va hacia una línea más gruesa, con más presencia de la mancha negra (en parte, me imagino, para suplir la falta de color) y logra una estética que me remitió de inmediato a la de Jacques Tardi. Y claro, a Dora la dibuja mucho más linda que una “chica Tardi promedio”, como si los lápices del maestro francés fueran entintados por dibujantes yankis “de chicas lindas” tipo Terry Dodson, Adam Hughes o Frank Cho. Por supuesto los paisajes, vehículos, peinados y ropa que vemos en Malenki Sukole están milimétricamente tomados de la realidad de 1964, en un laburo de reconstrucción de época tan titánico como el que había mostrado Minaverry en los tomos anteriores. A un comic dibujado a este nivel, ya ni me caliento en pedirle conflictos más explosivos o escenas más impactantes.
¡Volvemos pronto con nuevas reseñas, y nos vemos el domingo y el lunes en Dibujados!
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