Entre el ´99 y el 2000, el maestro Hiroaki Samura se mandó un experimento muy limado: inventó una identidad ficticia, de un mangaka que no existe, llamado Teashi Takei. Con ese nombre hizo tres historietas que se parecen poco a su hitazo (La Espada del Inmortal, obvio) porque: a) son comedias románticas (o algo así) ambientadas en el presente y con chicos jóvenes como protagonistas y b) hay fondos realizados por un equipo de asistentes, cosa que Samura no permite jamás en las obras que llevan su firma. Este librito reúne las tres historietas de “Teashi Takei”, aunque sólo un ciego no reconocería -con ver apenas una viñeta- que se trata del inimitable Hiroaki Samura oculto bajo un nombre falso.
La primera historia tiene apenas ocho paginitas. Es un relato autobiográfico, que narra un viaje “de placer” a Kyoto en el que nada sale según lo esperado. Una boludez muy menor y rápidamente olvidable. La consigna para la segunda historia era “manga estúpido dibujado con toda el alma” y el resultado son 58 páginas magistrales: un rollercoaster en el que a la protagonista (una joven y virginal autora de shojo) le pasa absolutamente de todo, en el que el verosímil se rompe cada 10 páginas, en el que Samura se caga de risa cambiando de género de una secuencia a otra, y en el que el dibujo, efectivamente, no deja ninguna duda de que el autor puso el alma en cada viñeta. Esta es una bizarreada perfecta, que sólo puede salir de la mente de alguien que leyó demasiado manga y además tiene demasiado talento.
Y nos queda la historieta principal, la más extensa, que está –esta sí- claramente enmarcada en el género de comedia romántica, con sutiles toques del subgénero “jóvenes a la deriva”. Acá también Samura rompe la cuarta pared, ironiza acerca de las convenciones del manga romántico y hasta baja línea acerca de aspectos jodidos de la sociedad japonesa. De hecho, los protagonistas están todo el tiempo puteando porque no tienen un mango y pensando cuánta guita van a gastar antes de pedirse un trago en un bar, tomarse un taxi, invitar a una chica al telo, etc. Como en los típicos shojo, hay un personaje insoportable, estridente, que se la pasa exclamando pelotudeces, todo el tiempo con los nervios alterados, como un hamster violado por un rottweiler. Acá, lo loco es que es un varón, el violero de una banda que se las da de heavy y darkie, pero es un llorón y un pecho frío.
Lo lindo de Ohikkoshi es que se caga bastante en el shojo, y no sólo porque está bien dibujado. Hay conflictos sentimentales (el típico salame que está enamorado de una minita pero no se anima a decírselo, la minita que espera el regreso de su novio que se fue a otro país y cuando vuelve, vuelve con otra, etc.) pero también hay –metida medio a presión- una historia más jodida, de venganza y rencor, que incluye un par de corchazos. Y muchas escenas más graciosas, de amigos chupando cerveza y hablando gansadas, e incluso poesía, porque Samura nos muestra las letras que compone una de las chicas para la banda en la que canta y que muchas veces reflejan lo que le pasa a ella, a su amiga o al pibe que le gusta.
Esto vale la pena por donde lo mires, sobre todo porque el dibujo de Samura es –en todos los géneros donde moja- demasiado bueno para ser real. Todos los personajes tiene rasgos que los diferencian, te vuelve loco con los detalles en la ropa, el pelo, hasta en los instrumentos musicales, maneja como los dioses los climas, el balance entre blanco, negro y grises, las expresiones faciales... todo está demasiado cuidado. Y por si faltara algo, mete bizarreadas, cosas extrañas que no tienen mayor explicación como la cara del editor de manga de la segunda historia, o esa viñeta rarísima que ocupa media página cerca del final de la historia principal.
Hiroaki Samura vuelve a sorprender y yo vuelvo a recomendarlo enfáticamente tanto a los fans del manga como a los que simplemente quieren disfrutar del trabajo de un tipo tan loco y tan raro que se va un poquito a la mierda, pero no deja ni un segundo de demostrar su genialidad.
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domingo, 25 de marzo de 2012
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