Luego de un finde largo de alta intensidad, vuelvo a encontrar un ratito para sentarme a escribir reseñas. En el pilón de libros editados en Argentina en 2017, aparecieron otros dos de 2016, que se me habían mezclado meses atrás. Empiezo por ahí.
Zacarías (y otras porquerías) es el primer tomito recopilatorio de la notable tira cómica de Alejandro Farías y Leo Sandler, que se publica hace mucho tiempo en varios medios (estuvo algunos años en el sitio web de Comiqueando). Zacarías tiene un punto de partida similar al de Toy Story, ya que Farías y Sandler nos cuentan la vida de un grupo de juguetes que interactúan entre sí, charlan y se divierten, y no dejan de lado el hecho de que estos juguetes son propiedad de distintos chicos, que cada tanto también aparecen en las tiras.
Las similaridades se terminan ahí. Acá no hay aventuras en las que los juguetes están todo el tiempo a punto de morir, o de ser vendidos a coleccionistas avechuchescos, sino que todo pasa por el humor, entendido en un sentido saludablemente amplio. La tira ofrece muchos chistes basados en juegos de palabras, pero también humor físico, humor absurdo y hasta chistes pensados para un público que ya hace varios años que dejó los Playmobil y los ositos de peluche. Y casi siempre es un humor eficaz, que da en el blanco y logra arrancarnos una sonrisa.
El dibujo de Sandler también nos muestra a un artista versátil, que se anima a alejarse de lo que mostró en trabajos anteriores. Sandler elige dibujar fondos sólo cuando aparecen los chicos, y emplea una gran variedad de técnicas, que incluyen fotos, dibujos tridimensionales, garabatos que parecen hechos por un nene de 7 años, etc. Pero lo más lindo llega cuando nos regala esa línea clara, suelta, amistosa, con mucha gracia, engañosamente simple, y la pone a jugar en tiras donde el timing de la comedia está invariablemente bien logrado. Lindísimo material.
Caronte es una historia de 34 páginas (formato complicado si los hay) con la que el sello Salamanca armó un librito que se lee muy rápido. La idea que se le ocurrió a Valentín Lerena para esta historieta es muy buena y la línea que baja está genial. El tema es que se podría haber contado lo mismo en muchas menos páginas (16, ponele) y el mensaje se habría transmitido con mayor efectividad. Incluso convertida en una historia de 16 páginas se podría haber incluído en una antología, en vez de editarla así, solita, en un librito tan finito y tan efímero… pero bueno, son decisiones… y aún así el resultado es muy interesante.
Termino con el Vol.41 de Super López, publicado en 2003 y titulado “El patio de tu casa es particular”. Acá el maestro Jan orquesta una disparatada comedia de enredos en base a “pliegues temporales” que conectan a una casa (convertida en guarida de dos de los villanos habituales de la serie) con distintas épocas de la historia española. A lo largo de 46 páginas, los personajes se desplazan en el tiempo casi sin desplazarse en el espacio, a medida que los pliegues los hacen materializarse en otros períodos históricos, por supuesto en tiempo y forma para verse involucrados en situaciones cómicas… o en situaciones trágicas tomadas para la joda por Jan. De las Cruzadas a la Guerra Civil, no hay época de la historia española que no le sirva al autor para abastecerse de recursos humorísticos y hacer que esta historia resulte impredecible y sumamente disfrutable.
De la calidad del dibujo ni tiene sentido hablar, así que me quedo con un último detalle, bastante actual a pesar de que el comic tiene casi 15 años: la reivindicación constante que manda Jan (con distintos grados de sutileza) de la identidad irreductible de la nación catalana. El creador de Super López milita desde siempre por la independencia de Cataluña y en esta historia, supuestamente cómica y supuestamente apuntada al público infanto-juvenil, algo de esa militancia se deja entrever entre las jocosas peripecias de este atípico superhéroe.
Nos reencontramos pronto con nuevas reseñas. Si este finde estás en el Partido de La Costa, acercate a Santa Teresita, donde voy a estar junto a muchos autores grossísimos en La Costa Comic Con. ¡Nos vemos!
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martes, 21 de noviembre de 2017
OTRAS TRES CORTITAS
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lunes, 6 de noviembre de 2017
NOCHE DE LUNES
Bueno, ya tengo un par de libritos más leídos, así que vamos con nuevas reseñas.
House of Hem no es una parodia de la famosa saga de Marvel, sino un recopilatorio de varias historietas (claramente en joda) realizadas por el maestro Fred Hembeck en los ´80 y ´90. Ah, y una de 10 páginas de Spider-Man realizada en este siglo que sólo había aparecido en soporte digital. La de Spider-Man, la de Hulk y las que Hembeck hizo para la revista Marvel Age están bien, pero en este recopilatorio funcionan como relleno, como complemento a dos historias largas que en su momento se editaron como one-shots.
Fred Hembeck Destroys the Marvel Universe (de 1989) es una historia larga en la que el ídolo nos muestra cómo un avatar de la muerte hace boleta a todos los personajes de Marvel de esa época, desde ignotos justicieros como Texas Twister y Blue Shield a los héroes más taquilleros de aquel entonces, que eran Spider-Man, Wolverine y Punisher. Las situaciones se resuelven por la via del humor físico, o del humor verbal, casi siempre de modo original y efectivo. Y para el final, Hembeck pega un salto metatextual y cierra el one-shot con un paso de comedia entre él mismo y Stan Lee, otro habitante del mundo real frecuentemente convertido en personaje de historietas.
Pero la papa más fina es, sin dudas, el one-shot Fantastic Four Roast (de 1982), una historieta escrita y bocetada por Hembeck, pero dibujada por una plétora de artistas de los que trabajaban en esa época en Marvel. Todos los héroes se reúnen para celebrar los 20 años del primer grupo de la editorial, y además de chistes muy graciosos acerca de Ben, Reed, Johnny y Sue, está el increíble atractivo de descubrir que cuando aparece Daredevil lo dibuja Frank Miller, cuando aparece Dr. Strange lo dibuja Marshall Rogers, a Power Man y Iron Fist los dibuja Kerry Gammil, obviamente hay muchas viñetas en las que los FF y sus enemigos aparecen dibujados por John Byrne, y colaboran también Mike Zeck, John y Sal Buscema, Bill Sienkiewicz, Joe Sinnott, Walt Simonson, Michael Golden y varios más. Hacía muchos años que este one-shot era difícil de encontrar, así que fue una reedición más que bienvenida para los fans de Hembeck, de los Fantastic Four, o de la Segunda Era Dorada de Marvel (1980-85) capitaneada por Jim Shooter, quien supervisó muy de cerca la realización de este especial.
A nivel dibujo, está buenísimo ver cómo Hembeck mejora notablemente con el correr de los años. Sin dudas la historieta más reciente (la de Spider-Man) es la que muestra un mejor nivel en el dibujo y sobre todo en la puesta en página y el armado de las secuencias. Si -como yo- seguís a Hembeck desde los ´80, no te podés privar del lujo de sumar House of Hem a tu biblioteca.
En pilón de libros argentinos editados en 2017 se filtró uno que apareció en Diciembre de 2016… puede fallar. Se trata de una breve novela gráfica (36 páginas) en la que Valentín Lerena y Roberto Fontana adaptan un relato de Liliana Bodoc titulado El Cuarto Hijo, un fragmento del libro Oficio de Búhos, que forma parte de la famosa Saga de los Confines.
Lo bueno: el relato de Bodoc le provee a Lerena un elenco poblado de por lo menos dos personajes interesantísimos, y de situaciones jodidas, extremas de verdad. Fontana capta muy bien el clima sórdido de la trama y ofrece páginas muy bien dibujadas, con un ritmo que muchas veces las adaptaciones de obras literarias no tienen, porque quedan prisioneras de los textos de los que parten. Esto, en cambio, es historieta en estado puro, y si no te aclaran que la trama está tomada de un cuento, jamás te lo imaginás.
Lo malo: los yeites que Fontana “toma prestados” de Enrique Breccia a veces exceden el ámbito de la influencia y se acercan peligrosamente al latrocinio. Y lo más choto: no sólo la adaptación de El Cuarto Hijo es muy corta… además termina abruptamente, en un momento recontra-crucial para el desarrollo de la trama. Me imagino que eso no será un capricho de Lerena y Fontana, sino que la autora del cuento también decidió terminarlo ahí… pero –la puta que los parió a todos- hay que ser muy garca para poner el “fin” justo ahí, en la escena más fuerte del relato. En definitiva, entre el final que parece más un coitus interruptus que un final y las escasas 36 páginas de historieta, el librito me dejó gusto a poco. Lo recomiendo sólo a los completistas de Lerena y Fontana, o a los talibanes de Liliana Bodoc que quieran tener TODO lo relacionado con la Saga de los Confines.
El jueves a la noche me estoy yendo a San Luis, pero no está descartado que antes de eso clave otro posts con nuevas reseñas. Gracias y hasta pronto.
House of Hem no es una parodia de la famosa saga de Marvel, sino un recopilatorio de varias historietas (claramente en joda) realizadas por el maestro Fred Hembeck en los ´80 y ´90. Ah, y una de 10 páginas de Spider-Man realizada en este siglo que sólo había aparecido en soporte digital. La de Spider-Man, la de Hulk y las que Hembeck hizo para la revista Marvel Age están bien, pero en este recopilatorio funcionan como relleno, como complemento a dos historias largas que en su momento se editaron como one-shots.
Fred Hembeck Destroys the Marvel Universe (de 1989) es una historia larga en la que el ídolo nos muestra cómo un avatar de la muerte hace boleta a todos los personajes de Marvel de esa época, desde ignotos justicieros como Texas Twister y Blue Shield a los héroes más taquilleros de aquel entonces, que eran Spider-Man, Wolverine y Punisher. Las situaciones se resuelven por la via del humor físico, o del humor verbal, casi siempre de modo original y efectivo. Y para el final, Hembeck pega un salto metatextual y cierra el one-shot con un paso de comedia entre él mismo y Stan Lee, otro habitante del mundo real frecuentemente convertido en personaje de historietas.
Pero la papa más fina es, sin dudas, el one-shot Fantastic Four Roast (de 1982), una historieta escrita y bocetada por Hembeck, pero dibujada por una plétora de artistas de los que trabajaban en esa época en Marvel. Todos los héroes se reúnen para celebrar los 20 años del primer grupo de la editorial, y además de chistes muy graciosos acerca de Ben, Reed, Johnny y Sue, está el increíble atractivo de descubrir que cuando aparece Daredevil lo dibuja Frank Miller, cuando aparece Dr. Strange lo dibuja Marshall Rogers, a Power Man y Iron Fist los dibuja Kerry Gammil, obviamente hay muchas viñetas en las que los FF y sus enemigos aparecen dibujados por John Byrne, y colaboran también Mike Zeck, John y Sal Buscema, Bill Sienkiewicz, Joe Sinnott, Walt Simonson, Michael Golden y varios más. Hacía muchos años que este one-shot era difícil de encontrar, así que fue una reedición más que bienvenida para los fans de Hembeck, de los Fantastic Four, o de la Segunda Era Dorada de Marvel (1980-85) capitaneada por Jim Shooter, quien supervisó muy de cerca la realización de este especial.
A nivel dibujo, está buenísimo ver cómo Hembeck mejora notablemente con el correr de los años. Sin dudas la historieta más reciente (la de Spider-Man) es la que muestra un mejor nivel en el dibujo y sobre todo en la puesta en página y el armado de las secuencias. Si -como yo- seguís a Hembeck desde los ´80, no te podés privar del lujo de sumar House of Hem a tu biblioteca.
En pilón de libros argentinos editados en 2017 se filtró uno que apareció en Diciembre de 2016… puede fallar. Se trata de una breve novela gráfica (36 páginas) en la que Valentín Lerena y Roberto Fontana adaptan un relato de Liliana Bodoc titulado El Cuarto Hijo, un fragmento del libro Oficio de Búhos, que forma parte de la famosa Saga de los Confines.
Lo bueno: el relato de Bodoc le provee a Lerena un elenco poblado de por lo menos dos personajes interesantísimos, y de situaciones jodidas, extremas de verdad. Fontana capta muy bien el clima sórdido de la trama y ofrece páginas muy bien dibujadas, con un ritmo que muchas veces las adaptaciones de obras literarias no tienen, porque quedan prisioneras de los textos de los que parten. Esto, en cambio, es historieta en estado puro, y si no te aclaran que la trama está tomada de un cuento, jamás te lo imaginás.
Lo malo: los yeites que Fontana “toma prestados” de Enrique Breccia a veces exceden el ámbito de la influencia y se acercan peligrosamente al latrocinio. Y lo más choto: no sólo la adaptación de El Cuarto Hijo es muy corta… además termina abruptamente, en un momento recontra-crucial para el desarrollo de la trama. Me imagino que eso no será un capricho de Lerena y Fontana, sino que la autora del cuento también decidió terminarlo ahí… pero –la puta que los parió a todos- hay que ser muy garca para poner el “fin” justo ahí, en la escena más fuerte del relato. En definitiva, entre el final que parece más un coitus interruptus que un final y las escasas 36 páginas de historieta, el librito me dejó gusto a poco. Lo recomiendo sólo a los completistas de Lerena y Fontana, o a los talibanes de Liliana Bodoc que quieran tener TODO lo relacionado con la Saga de los Confines.
El jueves a la noche me estoy yendo a San Luis, pero no está descartado que antes de eso clave otro posts con nuevas reseñas. Gracias y hasta pronto.
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lunes, 9 de febrero de 2015
09/ 02: SALAMANCA: PROEZAS DEL RASTREADOR
Ultimo de los tres libritos que editó Salamanca a mediados del año pasado, y de nuevo, tengo que cuestionar la decisión de armar un libro de 68 páginas con sólo 48 páginas de historieta. Para la próxima, mi consejo es publicar un sólo libro, más voluminoso, con todas las historietas juntas y la menor cantidad posible de páginas dedicadas a carátulas, biografías, índice de historias, etc.
En cuanto a las historietas, este libro ofrece tres relatos protagonizados por Ceferino Robles, el Rastreador, ambientados a mediados del Siglo XIX, en una Argentina todavía semi-salvaje, repleta de confines a los que la civilización había llegado muy hasta por ahí nomás. Valentín Lerena elige hacer con el Rastreador algo que no hace con el Malevo que es introducir elementos fantásticos, por lo menos en la primera de las tres historias. Y no queda mal, es una buena forma de ampliar el espectro de lo que se puede contar con este personaje que, a priori, pareciera el menos atractivo de los tres.
A diferencia de los dos tomos anteriores, Proezas del Rastreador no tiene una historieta excelente, un guión de esos que decías “la puta que lo parió, qué bien escrito que está esto”. Las tres historias tienen sus méritos, pero ninguna roza la genialidad. La primera es intensa, tiene bastante sorpresa, pero está planteada en términos muy maniqueos y desde la segunda página sabés quién va a ser el verdadero villano. Como decía recién, el elemento fantástico está muy bien integrado a la trama. La segunda (la más breve, con 12 páginas) es ingeniosa y maneja buenos recursos para narrar un mismo hecho desde distintas perspectivas. Quizás sea la mejor de las tres.
Y la tercera es muy predecible, aborda un tema que ya dio origen a demasiadas historietas: la minita que rechaza al poderoso para irse con el tipo copado y termina asesinada por el poderoso, que además de poderoso (y cornudo) es muy garca. Hay que dejar de usar ese argumento por lo menos cinco años. Por suerte, Lerena adorna este argumento trillado con un vuelo poético muy interesante y con muchas escenas que propician el lucimiento del dibujante para que no se haga aburrida, aunque –si leíste bastantes historietas de Skorpio o Columba- en todo momento sabés lo que va a pasar.
Por suerte Roberto Fontana aprovecha esas oportunidades de lucimiento y urde unos climas muy atractivos, con ese estilo expresionista que coquetea con el realismo académico para luego traicionarlo sistemáticamente. Me encantaría analizar estas historietas cuadro por cuadro con Fontana, para que él mismo me blanquee cuando y por qué decide romper con la estética realista y mandarse esas anatomías raras, esas cabezas más grotescas, casi sin cuellos, que contrastan con algunas imágenes (de animales, de edificios, pero también de personas) que se ajustan mucho y muy bien al dibujo académico. Lo más interesante, me parece, está en el entintado, en las técnicas que despliega Fontana a la hora de equilibrar blancos y negros en la página. Ahí es donde más se luce, por lo menos para mi gusto.
En el contexto de la historieta argentina actual, lo que vienen haciendo Lerena y Fontana con estos personajes es bastante extraño. Sin embargo, no es tan distinto a lo que fuera mainstream hace 40 años. Que hoy Salamanca sea un proyecto autogestivo y chiquito, y que sus autores casi seguro vivan de otra cosa y generen estas historietas en los ratos libres, es un testimonio más que elocuente de lo mucho que cambiaron el mercado, la industria y el público de los ´70 para acá. Y de lo amplio, inclusivo y diverso que es el panorama actual, donde evidentemente hay cabida para historietas como estas, que comparadas con lo que se suele ver en la Fierro, la Términus o los blogs más populares, parecen hechas por marcianos exiliados en una luna de Saturno, daltónicos, esquizofrénicos, sodomitas e hinchas de Crucero del Norte.
En cuanto a las historietas, este libro ofrece tres relatos protagonizados por Ceferino Robles, el Rastreador, ambientados a mediados del Siglo XIX, en una Argentina todavía semi-salvaje, repleta de confines a los que la civilización había llegado muy hasta por ahí nomás. Valentín Lerena elige hacer con el Rastreador algo que no hace con el Malevo que es introducir elementos fantásticos, por lo menos en la primera de las tres historias. Y no queda mal, es una buena forma de ampliar el espectro de lo que se puede contar con este personaje que, a priori, pareciera el menos atractivo de los tres.
A diferencia de los dos tomos anteriores, Proezas del Rastreador no tiene una historieta excelente, un guión de esos que decías “la puta que lo parió, qué bien escrito que está esto”. Las tres historias tienen sus méritos, pero ninguna roza la genialidad. La primera es intensa, tiene bastante sorpresa, pero está planteada en términos muy maniqueos y desde la segunda página sabés quién va a ser el verdadero villano. Como decía recién, el elemento fantástico está muy bien integrado a la trama. La segunda (la más breve, con 12 páginas) es ingeniosa y maneja buenos recursos para narrar un mismo hecho desde distintas perspectivas. Quizás sea la mejor de las tres.
Y la tercera es muy predecible, aborda un tema que ya dio origen a demasiadas historietas: la minita que rechaza al poderoso para irse con el tipo copado y termina asesinada por el poderoso, que además de poderoso (y cornudo) es muy garca. Hay que dejar de usar ese argumento por lo menos cinco años. Por suerte, Lerena adorna este argumento trillado con un vuelo poético muy interesante y con muchas escenas que propician el lucimiento del dibujante para que no se haga aburrida, aunque –si leíste bastantes historietas de Skorpio o Columba- en todo momento sabés lo que va a pasar.
Por suerte Roberto Fontana aprovecha esas oportunidades de lucimiento y urde unos climas muy atractivos, con ese estilo expresionista que coquetea con el realismo académico para luego traicionarlo sistemáticamente. Me encantaría analizar estas historietas cuadro por cuadro con Fontana, para que él mismo me blanquee cuando y por qué decide romper con la estética realista y mandarse esas anatomías raras, esas cabezas más grotescas, casi sin cuellos, que contrastan con algunas imágenes (de animales, de edificios, pero también de personas) que se ajustan mucho y muy bien al dibujo académico. Lo más interesante, me parece, está en el entintado, en las técnicas que despliega Fontana a la hora de equilibrar blancos y negros en la página. Ahí es donde más se luce, por lo menos para mi gusto.
En el contexto de la historieta argentina actual, lo que vienen haciendo Lerena y Fontana con estos personajes es bastante extraño. Sin embargo, no es tan distinto a lo que fuera mainstream hace 40 años. Que hoy Salamanca sea un proyecto autogestivo y chiquito, y que sus autores casi seguro vivan de otra cosa y generen estas historietas en los ratos libres, es un testimonio más que elocuente de lo mucho que cambiaron el mercado, la industria y el público de los ´70 para acá. Y de lo amplio, inclusivo y diverso que es el panorama actual, donde evidentemente hay cabida para historietas como estas, que comparadas con lo que se suele ver en la Fierro, la Términus o los blogs más populares, parecen hechas por marcianos exiliados en una luna de Saturno, daltónicos, esquizofrénicos, sodomitas e hinchas de Crucero del Norte.
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jueves, 29 de enero de 2015
29/ 01: SALAMANCA: ANDANZAS DEL MALEVO
Otra vez empiezo la reseña sacando cuentas y otra vez no me gusta el resultado. Un libro de 76 páginas en las cuales sólo 56 son de historieta, me da un despropósito. ¿Hacen falta VEINTE páginas para que nos demos cuenta de que los cuatro relatos son autoconclusivos y tengamos una data básica acerca de la publicación y sus autores? Yo soy de los que creen que no, que eso se podía hacer en ocho páginas y redondear el librito en 64. O dejarlo en 76 y meter una quinta historieta de ocho o diez páginas. Por lo menos esta vez, cuando aparecen palabras del lunfardo antiguo, en vez de una página de glosario hay llamaditas dentro de los globos, con las explicaciones en la parte inferior de las viñetas. Es un avance, sin dudas.
Vamos a las historietas, sin más franeleo previo. La primera abre muy bien, con una muy buena secuencia muda, y después se pincha. Es que el argumento que propone Valentín Lerena ya lo leímos 15 mill veces. Hay que dejar de escribir historias de putas y proxenetas por lo menos cinco años. Lo más rescatable de esta es el clima, bien dark, bien sórdido.
La segunda me gustó mucho. Es una historia cortita, sencilla, que en sólo ocho páginas pega dos giros impredecibles. Me animo a decir que es un guión que le hubiese gustado escribir a Carlos Trillo. Y si bien en las cuatro historietas hay algún error ortográfico y varios problemas con los signos de puntuación (por no hablar de una tipografía con menos gracia que un desalojo), acá hay un vuelo lírico por parte de Lerena que se complementa muy bien con un planteo supuestamente de crimen, violencia y sangre.
A la tercera, o le sobran páginas, o llega muy tarde la explicación de por qué el Malevo hace lo que hace. Es una aventura intensa, con mucho ritmo, con lindas vueltas de tuerca y muchísimas excusas para mostrar corchazos, cuchillazos y trompadas, pero en la que el lector está en bolas hasta la página 15, y son 18.
Y como me pasó hace un par de semanas con el libro de la Hechicera, la mejor historia llegó al final. Las 20 páginas de El Puntero merecían convertirse en una novela gráfica, o por lo menos en un álbum de 46 páginas al estilo francés. Hay muchísimos momentos en los que se podría agregar contenido al guión para estirarla, y los personajes son tan ricos que se lo recontra-bancarían. Lo más interesante de esta historia (a la que, repito, le sobran los logros) es el trabajo de Lerena para recrear un aspecto poco explorado en las historias de orilleros de la Buenos Aires de hace 100 años: el socio-político. Acá, además de duelos de facones, piñas y tiros, hay una indagación muy interesante en tópicos como el fraude electoral, la incipiente organización sindical y el contraste obsceno entre la vida de la gente humilde y la de la oligarquía que tenía todo bajo control.
Esta historia, además, es la que transmite con más fuerza esa impronta trágica, fatídica, que impregna a todas las andanzas del Supay (que así se apoda el malevo) y que me hizo acordar bastante a los cuentos de Jorge Luis Borges que comparten esta misma ambientación. Cuando la tragedia está tan bien contada como acá, uno no extraña ese humor sarcástico tan atractivo que mostrara Lerena en Yuta Noir, y que acá no aparece ni por casualidad.
Del dibujo de Roberto Fontana no hay mucho para agregar respecto de lo señalado en otras oportunidades: muchas buenas ideas en la narrativa, un claroscuro fuerte, un expresionismo casi salvaje, una excelente integración de la referencia fotográfica, y algunas cosas raras en la anatomía, que lo alejan del estilo académico al que cada tanto se esfuerza por volver.
Me queda por reseñar un librito más de Salamanca, y me sigo preguntando si hay alguna conexión que yo (por boludo) no logro pescar entre el Malevo, la Hechicera y el Rastreador, que es el protagonista del tomo que queda pendiente para el mes que viene.
Vamos a las historietas, sin más franeleo previo. La primera abre muy bien, con una muy buena secuencia muda, y después se pincha. Es que el argumento que propone Valentín Lerena ya lo leímos 15 mill veces. Hay que dejar de escribir historias de putas y proxenetas por lo menos cinco años. Lo más rescatable de esta es el clima, bien dark, bien sórdido.
La segunda me gustó mucho. Es una historia cortita, sencilla, que en sólo ocho páginas pega dos giros impredecibles. Me animo a decir que es un guión que le hubiese gustado escribir a Carlos Trillo. Y si bien en las cuatro historietas hay algún error ortográfico y varios problemas con los signos de puntuación (por no hablar de una tipografía con menos gracia que un desalojo), acá hay un vuelo lírico por parte de Lerena que se complementa muy bien con un planteo supuestamente de crimen, violencia y sangre.
A la tercera, o le sobran páginas, o llega muy tarde la explicación de por qué el Malevo hace lo que hace. Es una aventura intensa, con mucho ritmo, con lindas vueltas de tuerca y muchísimas excusas para mostrar corchazos, cuchillazos y trompadas, pero en la que el lector está en bolas hasta la página 15, y son 18.
Y como me pasó hace un par de semanas con el libro de la Hechicera, la mejor historia llegó al final. Las 20 páginas de El Puntero merecían convertirse en una novela gráfica, o por lo menos en un álbum de 46 páginas al estilo francés. Hay muchísimos momentos en los que se podría agregar contenido al guión para estirarla, y los personajes son tan ricos que se lo recontra-bancarían. Lo más interesante de esta historia (a la que, repito, le sobran los logros) es el trabajo de Lerena para recrear un aspecto poco explorado en las historias de orilleros de la Buenos Aires de hace 100 años: el socio-político. Acá, además de duelos de facones, piñas y tiros, hay una indagación muy interesante en tópicos como el fraude electoral, la incipiente organización sindical y el contraste obsceno entre la vida de la gente humilde y la de la oligarquía que tenía todo bajo control.
Esta historia, además, es la que transmite con más fuerza esa impronta trágica, fatídica, que impregna a todas las andanzas del Supay (que así se apoda el malevo) y que me hizo acordar bastante a los cuentos de Jorge Luis Borges que comparten esta misma ambientación. Cuando la tragedia está tan bien contada como acá, uno no extraña ese humor sarcástico tan atractivo que mostrara Lerena en Yuta Noir, y que acá no aparece ni por casualidad.
Del dibujo de Roberto Fontana no hay mucho para agregar respecto de lo señalado en otras oportunidades: muchas buenas ideas en la narrativa, un claroscuro fuerte, un expresionismo casi salvaje, una excelente integración de la referencia fotográfica, y algunas cosas raras en la anatomía, que lo alejan del estilo académico al que cada tanto se esfuerza por volver.
Me queda por reseñar un librito más de Salamanca, y me sigo preguntando si hay alguna conexión que yo (por boludo) no logro pescar entre el Malevo, la Hechicera y el Rastreador, que es el protagonista del tomo que queda pendiente para el mes que viene.
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lunes, 19 de enero de 2015
19/ 01: SALAMANCA: TRABAJOS DE LA HECHICERA
En Agosto salieron tres libritos con los personajes de Salamanca y elegí primero el de la Hechicera, porque me acuerdo que me habían gustado bastante sus historias en el tomo reseñado el 12/10/13. Sin embargo, antes de empezar a leer la primera historieta ya estaba decepcionado: ¿Otra vez un libro de 68 páginas que sólo tiene 48 páginas de historieta? ¿No aprendemos más? ¿Por qué creen que el lector quiere pagar por carátulas y páginas en blanco? Para acompañar a 48 páginas de historieta hacen falta, como muchísimo, 8 páginas extra. No 20. 20 páginas (varias de ellas en blanco) es una grosería. Buscame un libro francés, de cualquier editorial, que tenga 68 páginas y sólo 48 sean de historieta. No existe. No puede existir nunca. Es un disparate sin pies ni cabeza que sólo beneficia al imprentero y que, como lector, me siento en la obligación de combatir.
Bue, ya está. Ya me descargué. Vamos con las tres historietas que integran este tomo, todas escritas por Valentín Lerena y dibujadas por Roberto Fontana. La primera es la más corta, tiene 10 páginas. Y para serte 100% sincero, no la entendí. Si me pedí que te cuente qué pasa, no puedo, porque realmente me dejó lleno de dudas. Sé que hay una mujer embarazada, que trata de parir pero el bebé no puede salir… y el resto no me quedó claro.
La segunda historia también adolesce de cierta ambigüedad, pero por lo menos hay un conflicto, una especie de confrontación más clara, más marcada, entre la Hechicera y algo así como un villano. En términos aventureros funciona dignamente porque tiene ese combate, persecuciones, un garche… una ambientación más exótica, por afuera de la casita en la que transcurren casi todas las historias de esta serie… No es una joya, ni mucho menos, pero no está mal.
Y la tercera historia, además de ser la más extensa (20 páginas), es la mejor, lejos. Ya desde el título (“Abuelas”), Lerena anuncia su intención de abordar el tema de los nietos recuperados, en una historia de identidades suprimidas perfectamente condimentada con el elemento natural que le da sentido a la intervención de la Hechicera. Además acá hay, por primera vez, una intención de profundizar un poquito más en los villanos, que no son simples demonios, o fantasmas, sino garcas de otra índole, más real, más poderosa y más peligrosa.
El dibujo de Fontana se ve bien, sólido, con espacio para lucirse, con buenos climas, buenas secuencias mudas, buen manejo de la referencia fotográfica y un amplio despliegue de efectos logrados con el pincel, el plumín y materiales menos ortodoxos. En general, yo no soy muy fan de combinar varias técnicas de entintado, ni mucho menos de mezclar en una misma viñeta distintos niveles de realismo, con personajes más “fotográficos” y personajes más “icónicos”. Sin embargo a Fontana esto le suma un montón, pareciera –mucho más que una limitación- un rasgo importante de su estilo.
Y no tengo mucho más para decir, porque no quiero ahondar en los argumentos de las historias. Seguramente se me ocurrirá algo más acerca de los guiones de Lerena y los dibujos de Fontana cuando lea los otros dos libritos, cosa que –prometo- sucederá pronto.
Bue, ya está. Ya me descargué. Vamos con las tres historietas que integran este tomo, todas escritas por Valentín Lerena y dibujadas por Roberto Fontana. La primera es la más corta, tiene 10 páginas. Y para serte 100% sincero, no la entendí. Si me pedí que te cuente qué pasa, no puedo, porque realmente me dejó lleno de dudas. Sé que hay una mujer embarazada, que trata de parir pero el bebé no puede salir… y el resto no me quedó claro.
La segunda historia también adolesce de cierta ambigüedad, pero por lo menos hay un conflicto, una especie de confrontación más clara, más marcada, entre la Hechicera y algo así como un villano. En términos aventureros funciona dignamente porque tiene ese combate, persecuciones, un garche… una ambientación más exótica, por afuera de la casita en la que transcurren casi todas las historias de esta serie… No es una joya, ni mucho menos, pero no está mal.
Y la tercera historia, además de ser la más extensa (20 páginas), es la mejor, lejos. Ya desde el título (“Abuelas”), Lerena anuncia su intención de abordar el tema de los nietos recuperados, en una historia de identidades suprimidas perfectamente condimentada con el elemento natural que le da sentido a la intervención de la Hechicera. Además acá hay, por primera vez, una intención de profundizar un poquito más en los villanos, que no son simples demonios, o fantasmas, sino garcas de otra índole, más real, más poderosa y más peligrosa.
El dibujo de Fontana se ve bien, sólido, con espacio para lucirse, con buenos climas, buenas secuencias mudas, buen manejo de la referencia fotográfica y un amplio despliegue de efectos logrados con el pincel, el plumín y materiales menos ortodoxos. En general, yo no soy muy fan de combinar varias técnicas de entintado, ni mucho menos de mezclar en una misma viñeta distintos niveles de realismo, con personajes más “fotográficos” y personajes más “icónicos”. Sin embargo a Fontana esto le suma un montón, pareciera –mucho más que una limitación- un rasgo importante de su estilo.
Y no tengo mucho más para decir, porque no quiero ahondar en los argumentos de las historias. Seguramente se me ocurrirá algo más acerca de los guiones de Lerena y los dibujos de Fontana cuando lea los otros dos libritos, cosa que –prometo- sucederá pronto.
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Salamanca,
Valentín Lerena
domingo, 26 de octubre de 2014
26/ 10: YUTA NOIR
Después de la experiencia de publicar sus historietas a través de la editorial LARP, Valentín Lerena y Roberto Fontana decidieron crear un sello independiente y publicar ellos mismos su nuevo material. Le pusieron al sello “Salamanca” (como su historieta más conocida) y su primer lanzamiento fue Yuta Noir, que –como se puede ver ya desde la portada- no tiene absolutamente nada que ver con las historietas que publicaban en LARP (ver reseña del 12/10/13).
Este librito se compone de 10 historias cortas autoconclusivas. Algunas tienen cuatro páginas, otras seis, y y los personajes de las distintas historias no interactúan entre sí, ni se cruzan al estilo Sin City. Lo que une a las historias es la ambientación y la temática. Las 10 historias están ambientadas en barrios marginales de grandes urbes argentinas: monoblocks, villas, suburbios medio “No Man´s Land”… terrenos fértiles para relatos sórdidos, manchados de violencia (física y verbal) y miseria (económica y moral). Dentro de este universo de pibes chorros, canas corruptos, transas y fiolos, Lerena crea pequeñas historias, generalmente trágicas, pero a veces barnizadas con un cierto humor negro, con una mala leche que, en una de esas, te arranca una sonrisa a pesar de lo heavy del contexto. Escondé la billetera y recorramos brevemente cada una de las 10 historias.
La primera es una clásica historia de venganza, casi sin sorpresas, ambientada en el mundo de las putas y los cafishos. La segunda es más un chiste que una aventura, una humorada que se revela a pocos cuadritos del final y está muy bien. La tercera es de las que menos me gustó, por varios motivos. La cuarta tiene un planteo muy atractivo pero me parece que necesitaba más páginas de desarrollo. Llega a un final fuerte y coherente, pero llega demasiado rápido, como un eyaculador precoz. Faltaba franela para que el conflicto ganara espesor. La quinta, en cambio, tiene seis páginas y las aprovecha a full para darle intensidad, dramatismo y crueldad a una historia excelente, en la que no se filtran ni cinco centavos de esperanza.
La sexta es otro “chiste largo”, de exquisita mala leche, protagonizado por una ancianita que vende falopa. La séptima también, tiene más estructura de chiste que de aventura, y un remate zarpado, que nunca te ves venir. La octava es quizás menos verosímil, se notan más las ganas de hinchar las pelotas y de divertirse por parte del guionista. No quedó entre mis favoritas. La novena es la más larga (la única de ocho páginas) y está muy bien. En un momento se da una de esas casualidades que sólo existen en la ficción, pero Lerena le saca un jugo muy atractivo, no la usa sólo como efecto para impactar al lector. Y la última también, va para el lado de la ironía y el sarcasmo, y me resultó muy graciosa.
Lo mejor: los diálogos, que revelan a un guionista con un oído muy fino para el habla de estos tipos y minas condenados a estas vidas siempre al límite. Lo peor: las páginas que se desperdician entre las carátulas y los glosarios, en los que el guionista explica los términos lunfardos y tumberos que usan los personajes. Por ahí hubiese estado buena UNA página de glosario al final del tomo, con las palabras de las 10 historias. Diez páginas para explicar los localismos es un delirio, incluso en el improbable caso de que este libro se distribuyera en países donde nadie sabe qué significa “chabón”, “zarpado” o “cana”.
El dibujo de Fontana se aleja del clasicismo de Salamandra y se hace mucho más expresionista, más sucio, más virado al feísmo. Mete collage, mancha a full, texturas, mugre, y en las carátulas directamente se va al carajo para crear imágenes experimentales, rarísimas, a veces sin siquiera la menor pretensión de realismo. Lo mejor: la narrativa, bien planificada, bien fluída. Lo peor: las tipografías y cómo están puestas las letras dentro de los globos.
Está claro que con Yuta Noir, Lerena y Fontana salieron a buscar a otro público, a lectores que capaz no se enganchan con las aventuras de un gaucho del Siglo XIX o un malevo de principios del Siglo XX. Acá van por un lector más contemporáneo, con historias más fuertes, más cínicas, pero sobre todo más cercanas. No sé si lo encontraron, pero me gusta ver en estos autores las ganas de hacer cosas distintas, de mostrar riesgo y sobre todo versatilidad, multiplicidad de recursos gráficos y narrativos para no estancarse en una sóla fórmula y volver a sorprender. Para la próxima, si el librito tiene 80 páginas, traten que sean 72 de historieta. 48 es muy poco.
Este librito se compone de 10 historias cortas autoconclusivas. Algunas tienen cuatro páginas, otras seis, y y los personajes de las distintas historias no interactúan entre sí, ni se cruzan al estilo Sin City. Lo que une a las historias es la ambientación y la temática. Las 10 historias están ambientadas en barrios marginales de grandes urbes argentinas: monoblocks, villas, suburbios medio “No Man´s Land”… terrenos fértiles para relatos sórdidos, manchados de violencia (física y verbal) y miseria (económica y moral). Dentro de este universo de pibes chorros, canas corruptos, transas y fiolos, Lerena crea pequeñas historias, generalmente trágicas, pero a veces barnizadas con un cierto humor negro, con una mala leche que, en una de esas, te arranca una sonrisa a pesar de lo heavy del contexto. Escondé la billetera y recorramos brevemente cada una de las 10 historias.
La primera es una clásica historia de venganza, casi sin sorpresas, ambientada en el mundo de las putas y los cafishos. La segunda es más un chiste que una aventura, una humorada que se revela a pocos cuadritos del final y está muy bien. La tercera es de las que menos me gustó, por varios motivos. La cuarta tiene un planteo muy atractivo pero me parece que necesitaba más páginas de desarrollo. Llega a un final fuerte y coherente, pero llega demasiado rápido, como un eyaculador precoz. Faltaba franela para que el conflicto ganara espesor. La quinta, en cambio, tiene seis páginas y las aprovecha a full para darle intensidad, dramatismo y crueldad a una historia excelente, en la que no se filtran ni cinco centavos de esperanza.
La sexta es otro “chiste largo”, de exquisita mala leche, protagonizado por una ancianita que vende falopa. La séptima también, tiene más estructura de chiste que de aventura, y un remate zarpado, que nunca te ves venir. La octava es quizás menos verosímil, se notan más las ganas de hinchar las pelotas y de divertirse por parte del guionista. No quedó entre mis favoritas. La novena es la más larga (la única de ocho páginas) y está muy bien. En un momento se da una de esas casualidades que sólo existen en la ficción, pero Lerena le saca un jugo muy atractivo, no la usa sólo como efecto para impactar al lector. Y la última también, va para el lado de la ironía y el sarcasmo, y me resultó muy graciosa.
Lo mejor: los diálogos, que revelan a un guionista con un oído muy fino para el habla de estos tipos y minas condenados a estas vidas siempre al límite. Lo peor: las páginas que se desperdician entre las carátulas y los glosarios, en los que el guionista explica los términos lunfardos y tumberos que usan los personajes. Por ahí hubiese estado buena UNA página de glosario al final del tomo, con las palabras de las 10 historias. Diez páginas para explicar los localismos es un delirio, incluso en el improbable caso de que este libro se distribuyera en países donde nadie sabe qué significa “chabón”, “zarpado” o “cana”.
El dibujo de Fontana se aleja del clasicismo de Salamandra y se hace mucho más expresionista, más sucio, más virado al feísmo. Mete collage, mancha a full, texturas, mugre, y en las carátulas directamente se va al carajo para crear imágenes experimentales, rarísimas, a veces sin siquiera la menor pretensión de realismo. Lo mejor: la narrativa, bien planificada, bien fluída. Lo peor: las tipografías y cómo están puestas las letras dentro de los globos.
Está claro que con Yuta Noir, Lerena y Fontana salieron a buscar a otro público, a lectores que capaz no se enganchan con las aventuras de un gaucho del Siglo XIX o un malevo de principios del Siglo XX. Acá van por un lector más contemporáneo, con historias más fuertes, más cínicas, pero sobre todo más cercanas. No sé si lo encontraron, pero me gusta ver en estos autores las ganas de hacer cosas distintas, de mostrar riesgo y sobre todo versatilidad, multiplicidad de recursos gráficos y narrativos para no estancarse en una sóla fórmula y volver a sorprender. Para la próxima, si el librito tiene 80 páginas, traten que sean 72 de historieta. 48 es muy poco.
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sábado, 12 de octubre de 2013
12/ 10: SALAMANCA
Hace un poco más de un año, el 14/09/12, me tocó leer una antología publicada por LARP en la que nos mostraban las historietas ganadoras de un concurso organizado por esa editorial. Ahí fuimos unos cuantos los que tomamos contacto con Salamanca, una historieta escrita por Valentín Lerena y dibujada por Roberto Fontana que -por estética y temática- se despegaba mucho de ese rejunte de pseudo-mangas que ocupaba casi todas las páginas de Ymir. Este año, LARP volvió a la carga con más Salamanca, en un libro de 100 páginas, de las que sólo 68 son de historieta y el resto se despilfarra en índices, prólogos y carátulas innecesarias. Sí, como lo leíste. 32 páginas de NADA, casi un tercio del libro completamente desaprovechado.
Tres de las breves historias del libro están centradas en Ceferino Robles, el Rastreador, el personaje al que conocimos en la antología. Es una especie de Alvar Mayor, pero que vive historias ambientadas alrededor de 1830-40 en las que invariablemente aparecen elementos sobrenaturales, a veces sutiles y a veces muy zarpados. No hay mucha indagación en la psiquis del personaje, Lerena no se propone contarnos por qué hace lo que hace, sino que todo está puesto en los argumentos y en los guiones, que se caracterizan por unos bloques de texto extensos, con una prosa florida, en un estilo cercano al de Robin Wood. Y le va bastante bien: la primera historia (la más extensa del tomo, con 12 páginas) está muy lograda y las otras dos clavan un poquito más abajo, pero bien.
Otras cuatro historias cortas están protagonizadas por el Malevo, y ambientadas casi 100 años después que las del Rastreador. Son relatos violentos, de facón y arrabal, de nuevo con un protagonista al que conocemos muy poco (no sabemos ni el nombre) y con mucho énfasis en los climas sórdidos y ominosos de una Buenos Aires manchada de sangre. Dos de las cuatro historias (la segunda y la cuarta) me parecieron atractivas y las otras dos, bastante flojas.
Y me quedan tres historias protagonizadas por María, la Hechicera, en las que se combinan el entorno agreste del Rastreador y la ambientación de principios del Siglo XX del Malevo. Acá vuelven con tutti los elementos sobrenaturales, claves en relatos extraños, en las que el misticismo lleva la batuta. Ya sin bloques de texto, Lerena encuentra su mejor forma en estas historias, donde por primera vez se anima a meterse en la psiquis de la protagonista y contar un poquito más sobre ella, sobre lo que le pasa y lo que la lleva a hacer lo que hace. ¿Y qué onda la Salamanca? Es raro... Pareciera ser una especie de sociedad secreta de raíces místicas, a la que se nombra en una aventura de la Hechicera, en una del Rastreador y en ninguna del Malevo.
Los dibujos de Roberto Fontana también alcanzan su pico en las historias de la Hechicera. Ahí es donde se lo ve más suelto, más expresivo, más arriesgado, más cerca de Sanyú que de José Massaroli, digamos. En las otras historias Fontana incursiona con poca suerte en recursos gráficos tomados de Gianni Dalfiume y Enrique Breccia (el pase a la línea clarísima en los flashbacks, por ejemplo), y no se decide nunca entre las texturitas y el cross-hatching enfermizo, o el claroscuro a todo o nada. Prueba con las dos cosas y en ninguna encuentra respuestas tan claras como en las historias de la Hechicera. El principal logro de este dibujante es bancar muy bien los trapos en la narrativa, fumarse muchas páginas de 9 viñetas (algunas con bastante texto), en las que el relato fluye sin inconvenientes. Tiene algunos problemas en la anatomía y en el entintado de las caras, y anda muy bien en los fondos y en la recreación de los distintos períodos históricos. Pareciera que las historietas de la Hechicera son las más recientes, y de ser así, me gustaría ver un próximo libro de Fontana dibujado todo en ese estilo.
Selvas cercanas y exóticas pobladas de indios, animales jodidos y espíritus aún más jodidos, gauchos, malevos... Hacía bastante que la historieta argentina no se metía con esos tópicos y eso hace que Salamanca sea una propuesta rara, inusual, casi alienígena. Lerena y Fontana rescatan la esencia de la aventura clásica con ambientación criolla pero sin olor a naftalina ni a refrito, y eso está muy bueno. Si logran ajustar algunos detalles de guiones y dibujos, Salamanca puede convertirse en una isla a la que cualquier fan de la historieta argentina querría visitar, aunque sea una vez por año.
Tres de las breves historias del libro están centradas en Ceferino Robles, el Rastreador, el personaje al que conocimos en la antología. Es una especie de Alvar Mayor, pero que vive historias ambientadas alrededor de 1830-40 en las que invariablemente aparecen elementos sobrenaturales, a veces sutiles y a veces muy zarpados. No hay mucha indagación en la psiquis del personaje, Lerena no se propone contarnos por qué hace lo que hace, sino que todo está puesto en los argumentos y en los guiones, que se caracterizan por unos bloques de texto extensos, con una prosa florida, en un estilo cercano al de Robin Wood. Y le va bastante bien: la primera historia (la más extensa del tomo, con 12 páginas) está muy lograda y las otras dos clavan un poquito más abajo, pero bien.
Otras cuatro historias cortas están protagonizadas por el Malevo, y ambientadas casi 100 años después que las del Rastreador. Son relatos violentos, de facón y arrabal, de nuevo con un protagonista al que conocemos muy poco (no sabemos ni el nombre) y con mucho énfasis en los climas sórdidos y ominosos de una Buenos Aires manchada de sangre. Dos de las cuatro historias (la segunda y la cuarta) me parecieron atractivas y las otras dos, bastante flojas.
Y me quedan tres historias protagonizadas por María, la Hechicera, en las que se combinan el entorno agreste del Rastreador y la ambientación de principios del Siglo XX del Malevo. Acá vuelven con tutti los elementos sobrenaturales, claves en relatos extraños, en las que el misticismo lleva la batuta. Ya sin bloques de texto, Lerena encuentra su mejor forma en estas historias, donde por primera vez se anima a meterse en la psiquis de la protagonista y contar un poquito más sobre ella, sobre lo que le pasa y lo que la lleva a hacer lo que hace. ¿Y qué onda la Salamanca? Es raro... Pareciera ser una especie de sociedad secreta de raíces místicas, a la que se nombra en una aventura de la Hechicera, en una del Rastreador y en ninguna del Malevo.
Los dibujos de Roberto Fontana también alcanzan su pico en las historias de la Hechicera. Ahí es donde se lo ve más suelto, más expresivo, más arriesgado, más cerca de Sanyú que de José Massaroli, digamos. En las otras historias Fontana incursiona con poca suerte en recursos gráficos tomados de Gianni Dalfiume y Enrique Breccia (el pase a la línea clarísima en los flashbacks, por ejemplo), y no se decide nunca entre las texturitas y el cross-hatching enfermizo, o el claroscuro a todo o nada. Prueba con las dos cosas y en ninguna encuentra respuestas tan claras como en las historias de la Hechicera. El principal logro de este dibujante es bancar muy bien los trapos en la narrativa, fumarse muchas páginas de 9 viñetas (algunas con bastante texto), en las que el relato fluye sin inconvenientes. Tiene algunos problemas en la anatomía y en el entintado de las caras, y anda muy bien en los fondos y en la recreación de los distintos períodos históricos. Pareciera que las historietas de la Hechicera son las más recientes, y de ser así, me gustaría ver un próximo libro de Fontana dibujado todo en ese estilo.
Selvas cercanas y exóticas pobladas de indios, animales jodidos y espíritus aún más jodidos, gauchos, malevos... Hacía bastante que la historieta argentina no se metía con esos tópicos y eso hace que Salamanca sea una propuesta rara, inusual, casi alienígena. Lerena y Fontana rescatan la esencia de la aventura clásica con ambientación criolla pero sin olor a naftalina ni a refrito, y eso está muy bueno. Si logran ajustar algunos detalles de guiones y dibujos, Salamanca puede convertirse en una isla a la que cualquier fan de la historieta argentina querría visitar, aunque sea una vez por año.
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