Difícil imaginarse una novela como Crimen y Castigo (la obra maestra de Fiodor Dostoievski) reversionada por el maestro Osamu Tezuka. Son esas cosas que hasta que no las tenés en las manos, no podés creer que existen. Esta historieta existe, fue realizada en 1953 por el Manga no Kamisama y, como apenas llega a las 130 páginas, la extinta editorial Otakuland la publicó junto con Lemon Kid, otra historieta de Tezuka de ese mismo año.
Estamos hablando de un Tezuka tempranero, de aquel autor que pensaba básicamente en los chicos como público de su obra, lo cual explica por un lado cierta precariedad en el grafismo del maestro, y por otro esa impronta tan cercana a la de los dibujos animados clásicos de la Warner y los hermanos Fleischer, con esos movimientos ampulosos y esos gags en los que los personajes se golpean y tropiezan cada dos escenas. Sin embargo, Tezuka hace pocas concesiones a la hora de bajarle la truculencia o el morbo al clásico de la literatura rusa: los hechos de la novela no están demasiado suavizados, ni trivializados. A pesar de los chistes pavotes, sigue siendo una historia sórdida, de asesinatos, mentiras, miserias, traiciones, obsesiones y grieta social entre ricos y pobres, con la revolución de 1917 como marco histórico. Tezuka resume, simplifica y sobre todo narra en otro idioma (el de las imágenes secuenciales) la historia original. Así es como Crimen y Castigo pasa a ser un relato dinámico, intenso, con mucha indagación en la psiquis de los personajes (principalmente Raskolnikov) pero también con mucha acción.
Y la otra historieta, el western Lemon Kid, es brillante. Creada 100% por el maestro, es una cátedra de revisionismo en la que Tezuka le da carnadura humana a los típicos héroes y forajidos del Lejano Oeste, como para demostrar que ese género también lo tenía perfectamente estudiado. Es un historia realmente bellísima, redonda, atrapante, a la que no le falta ni le sobra nada.
Sin sacarme el kimono me vengo a Argentina, al 2016, cuando se publica Bushido, la primera novela gráfica del cordobés Hernán González. En realidad, el término “novela gráfica” le queda un poco grande a Bushido, dada su breve extensión (49 páginas con pocas viñetas en cada una), pero bueno, ya le encontraremos el término cool y comercialmente viable a este tipo de relatos. ¿Qué más le falta a Bushido? Creo que dos cosas: en primer lugar, más espacio para desarrollar al personaje principal y que nos importe un poco más lo que le sucede. Y en segundo, más claridad en la narrativa, ser menos críptica en la forma en que se muestran los sucesos. A uno, como difusor de este medio, le gusta que cada historieta pueda ser disfrutada por un público amplio; y la verdad es que Bushido parece pensada para ser decodificada por un lector que se bajó toneladas de historieta experimental y rara. Una pena, porque la idea es buenísima, y porque el dibujo de Hernán González estalla con una magia única, original, de una potencia expresiva que por momentos nos hace preguntarnos si no estaremos viendo el nacimiento de un nuevo José Muñoz.
Me siento un hijo de un tren cargado con siete millones de putas y manejado por el ministro Aranguren por dedicarle apenas un parrafito a las casi 120 páginas de historieta que ofrece Mister X: Eviction, pero lo que tengo para decir sobre este material (originalmente serializado en 2013) es muy simple: me parece lo mejor en los 30 años de trayectoria del personaje. Sí, mejor que la saga que dibuja Jaime Hernández. Acá el maestro Dean Motter está recontra-afianzado en su estilo, el timing de los guiones es perfecto, la combinación entre novela negra, cine expresionista alemán de los años ´30 y ciencia-ficción limada funciona como un relojito y el laburo que hay en el desarrollo de los personajes es encomiable. Además dibuja, colorea y rotula todo el propio Motter, en una línea estéticamente impecable, con trucos narrativos heredados de Will Eisner, diseños de autos, trajes y edificios que lo emparentan con Daniel Torres y un manejo de la composición y de la mancha negra más cercanos a un Darwyn Cooke. Si nunca leíste Mister X, no empieces por acá. Pero empezá rápido, así llegás a este libro donde –repito- me encontré con las historias más sólidas de este personaje que milita desde 1984 en las márgenes del mainstream norteamericano.
Gracias por estar ahí y la seguimos en cualquier momento.
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lunes, 19 de septiembre de 2016
domingo, 8 de noviembre de 2015
08/11: MISTER X Vol.2
Mister X fue un fenomenito menor dentro de lo que fue el boom del comic independiente en los ´80. Nunca tuvo el impacto de American Flagg, ni de Nexus, ni de Love & Rockets, pero igual la creación de Dean Motter (con apenas 14 números publicados en la cuasi-ignota editorial Vortex) se las ingenió para armar un lindo kilombito, al punto de tener fans en Argentina. En 2005, la intermitente editorial iBooks reunió la serie original (más un epílogo) en dos tomos y yo hace poco capturé el segundo. El primero no me lo compré porque coincide a grandes rasgos con el TPB llamado The Return of Mister X, que tengo y leí hace décadas.
Y claro, al leer el segundo me doy cuenta de que muchísimo de lo que pasa acá deriva directamente de aquel primer arco del que (lógicamente) no me acordaba una chota. Tenía todavía frescas en las retinas las maravillosas imágenes de Jaime Hernandez (dibujante de los primeros episodios de la serie) y el resto lo fui recomponiendo a los ponchazos a medida que avanzaba en la lectura de este extenso Vol.2. Por eso si nunca leiste Mister X, no se te ocurra empezar por el Vol.2: sí o sí hay que arrancar por el Vol.1, que trae la saga dibujada por Jaime y co-escrita por Motter y los otros dos Bros. Hernandez, más dos unitarios en los que también pasan cosas importantes.
El argumento es realmente complejo. Hay una ciudad futurista que es producto de los sueños y pesadillas de un grupo de arquitectos, entre los que no sólo hubo feroces internas, sino incluso cambios de identidad. Con el correr de las páginas, Motter revela que de los… 25 personajes que aparecen o se mencionan en la serie, por lo menos 10 eran una misma persona, un hiper-impostor que asumió distintas identidades y fingió las muertes de aquellos personajes que ya no le servían más. A esto hay que sumarle drogas re-heavies que producen insomnio, o pesadillas tremendas, o que te permiten morir y resucitar tipo zombie, y otras que te ayudan a alterar tu apariencia para asumir más fácilmente identidades falsas. Entre flashbacks, secuencias oníricas y varios personajes que resultan ser uno sólo, no es difícil perderse en los laberintos del guión.
Por suerte está ese último episodio en el que Motter pasa en limpio algunos puntos oscuros de la serie. Y por suerte también a lo largo de todo el tomo hay buenos diálogos, personajes bien trabajados y un criterio excelente para dosificar la acción y la información. Incluso para decidir dónde termina cada escena, dónde clavar cliffhangers para acentuar el suspenso… También se nota que esto está pensado como serie regular que iba a durar años o décadas, por eso hay mucho subplot, mucha secuencia breve en la que cada 60 ó 70 páginas reaparecen personajes que no llegan a conectar nunca con la trama central, a los que Motter desarrollaba sin apuro, convencido de que ya tendrían su oportunidad de brillar.
El que no se pierde la oportunidad y brilla a full es Seth, por entonces un autor joven y promisorio, con la responsabilidad de reemplazar nada menos que a Jamie Hernandez. El dibujo de Seth se parece poco a lo que veríamos más tarde en sus obras más personales, pero igual es hermoso. En vez de mirar a Jaime, Seth mira a los autores de la línea clara posmoderna: Daniel Torres, Sento, Michael Cherkas, Serge Clerc, y sobre todo Rian Hughes, todos capos a la hora de imaginar el futuro en una clave estética aferrada a los años ´40 y ´50. Con el correr de las páginas Seth va soltando cada vez más el trazo, dejando que sea el pincel el que defina los contornos, y así gana en plasticidad. Por otro lado, la ambientación casi siempre nocturna en una ciudad repleta de edificios monumentales le permite a Seth jugar a pleno con las sombras, que tienen un peso gráfico enorme en la composición de las viñetas e incluso de las páginas, además de las inevitables reminiscencias al cine expresionista alemán. Y en el episodio final, Motter renuncia a su estilo para imitar el de Seth y lo simplifica mucho, pero –dentro de todo- le sale bastante bien.
En fin, cada tanto Dean Motter retoma a Mister X y las secuelas ya abarcan casi 30 años y unas cuantas editoriales. Sin dudas el concepto básico es tan bueno, que da para seguir explorándolo. Y si encima tenés dibujantes como Jaime Hernandez, Paul Rivoche o Seth, la intrincada saga retro-futurista se convierte en un tour-de-force.
Y claro, al leer el segundo me doy cuenta de que muchísimo de lo que pasa acá deriva directamente de aquel primer arco del que (lógicamente) no me acordaba una chota. Tenía todavía frescas en las retinas las maravillosas imágenes de Jaime Hernandez (dibujante de los primeros episodios de la serie) y el resto lo fui recomponiendo a los ponchazos a medida que avanzaba en la lectura de este extenso Vol.2. Por eso si nunca leiste Mister X, no se te ocurra empezar por el Vol.2: sí o sí hay que arrancar por el Vol.1, que trae la saga dibujada por Jaime y co-escrita por Motter y los otros dos Bros. Hernandez, más dos unitarios en los que también pasan cosas importantes.
El argumento es realmente complejo. Hay una ciudad futurista que es producto de los sueños y pesadillas de un grupo de arquitectos, entre los que no sólo hubo feroces internas, sino incluso cambios de identidad. Con el correr de las páginas, Motter revela que de los… 25 personajes que aparecen o se mencionan en la serie, por lo menos 10 eran una misma persona, un hiper-impostor que asumió distintas identidades y fingió las muertes de aquellos personajes que ya no le servían más. A esto hay que sumarle drogas re-heavies que producen insomnio, o pesadillas tremendas, o que te permiten morir y resucitar tipo zombie, y otras que te ayudan a alterar tu apariencia para asumir más fácilmente identidades falsas. Entre flashbacks, secuencias oníricas y varios personajes que resultan ser uno sólo, no es difícil perderse en los laberintos del guión.
Por suerte está ese último episodio en el que Motter pasa en limpio algunos puntos oscuros de la serie. Y por suerte también a lo largo de todo el tomo hay buenos diálogos, personajes bien trabajados y un criterio excelente para dosificar la acción y la información. Incluso para decidir dónde termina cada escena, dónde clavar cliffhangers para acentuar el suspenso… También se nota que esto está pensado como serie regular que iba a durar años o décadas, por eso hay mucho subplot, mucha secuencia breve en la que cada 60 ó 70 páginas reaparecen personajes que no llegan a conectar nunca con la trama central, a los que Motter desarrollaba sin apuro, convencido de que ya tendrían su oportunidad de brillar.
El que no se pierde la oportunidad y brilla a full es Seth, por entonces un autor joven y promisorio, con la responsabilidad de reemplazar nada menos que a Jamie Hernandez. El dibujo de Seth se parece poco a lo que veríamos más tarde en sus obras más personales, pero igual es hermoso. En vez de mirar a Jaime, Seth mira a los autores de la línea clara posmoderna: Daniel Torres, Sento, Michael Cherkas, Serge Clerc, y sobre todo Rian Hughes, todos capos a la hora de imaginar el futuro en una clave estética aferrada a los años ´40 y ´50. Con el correr de las páginas Seth va soltando cada vez más el trazo, dejando que sea el pincel el que defina los contornos, y así gana en plasticidad. Por otro lado, la ambientación casi siempre nocturna en una ciudad repleta de edificios monumentales le permite a Seth jugar a pleno con las sombras, que tienen un peso gráfico enorme en la composición de las viñetas e incluso de las páginas, además de las inevitables reminiscencias al cine expresionista alemán. Y en el episodio final, Motter renuncia a su estilo para imitar el de Seth y lo simplifica mucho, pero –dentro de todo- le sale bastante bien.
En fin, cada tanto Dean Motter retoma a Mister X y las secuelas ya abarcan casi 30 años y unas cuantas editoriales. Sin dudas el concepto básico es tan bueno, que da para seguir explorándolo. Y si encima tenés dibujantes como Jaime Hernandez, Paul Rivoche o Seth, la intrincada saga retro-futurista se convierte en un tour-de-force.
martes, 5 de marzo de 2013
05/ 03: THE HEART OF THE BEAST
Esta es una de las primeras novelas gráficas de Vertigo, publicada allá por 1994, cuando era un sello joven, pujante y todavía bastante anclado a ciertas raíces que tenían que ver con el terror y lo sobrenatural. En ese contexto, el maestro Dean Motter se manda este ambicioso guión, en el que se propone recrear el mito de Frankenstein en clave noventosa, y para el cual recluta a Judith Dupré, una escritora especializada en el peculiar mundillo de las galerías de arte, que es el marco en el que va a transcurrir casi toda la historia.
La verdad que el hallazgo de repensar a Frankenstein en el mundo de los yuppies merqueros, las cirugías plásticas innecesarias, los vernisages caretas y la frivolización del arte, justifica de por sí solo la lectura del libro. La historia de amor entre Sandra y Victor te puede atrapar más o menos, pero el recurso de un hombre artificial, pergeñado, animado y controlado por un cirujano plástico con varios negocios turbios y vinculado al mundo de las artes, es una genialidad indiscutible. Entre tanta careteada, entre tanto ser humano hueco, entre tanto impostor, entre tantas supuestas genialidades del arte armadas con cachos de obras previas (llamala intertextualidad o choreo, como más te guste) Victor encaja demasiado bien.
También el tema de los negocios turbios del Doctor Wright da pie a una trama más cercana al thriller, con desapariciones misteriosas y muertes siniestras, que Motter aprovecha para mostrar algo más que cabecitas que hablan. Se nota un poco que las secuencias de acción no le interesan demasiado, que están ahí para condimentar, para salpimentar a la trama romántica y para forzar a Victor a hacer las cosas que se supone que Sandra no debe ver. En ese sentido tiene una onda Resistiré: al principio parece una telenovela normal con algún misterio medio extraño y para el final la historia de amor queda necesariamente eclipsada por la magnitud de esa power-bola armada con elementos de thriller y de ciencia-ficción. Sumemos los muy buenos diálogos, la picardía de Dupré para satirizar al mundillo de las galerías, los pintores y los críticos de arte, y nos queda una obra muy completa, con muchas puntas interesantes para atrapar a distintos tipos de lectores.
Lo que menos me cerró de todo son esos fragmentos de la novela original, del Frankenstein de Mary Shelley, que están mechados en los momentos justos, en los que el texto del Siglo XIX refleja (con lógica distorsión) lo que le está sucediendo a Victor en el presente. Eso está muy piola, pero 1) da demasiadas pistas acerca del misterio de Victor, y 2) le complica la narrativa a un Sean Phillips que todavía estaba a años luz del narrador sólido e infalible que es hoy. Phillips labura a color directo, con unas hermosas pinceladas de acuarelas que lo acercan al estilo pictórico (tan de moda en esa época) y que anticipan cosas que veríamos años más tarde en los trabajos de David Mack, entre otros. Lamentablemente opta por un estilo demasiado pendiente del realismo fotográfico y desperdicia su talento copiando fotos (por suerte no las chorea para retocarlas mínimamente como los Juan Carlos Flicker del Siglo XXI). Tan pegado está a la foto, que cuando aparecen imágenes de la tele, para diferenciarlas de las otras, Phillips arma una fotonovela! Con fotos posta, con un mínimo filtro aplicado, para que se note que se trata de una pantalla. Y lo más lindo: como la historia está ambientada en el mundo de las artes plásticas, Phillips mete cada vez que puede homenajes a los grandes maestros, al darle a los personajes de la novela poses y expresiones que toma prestadas de cuadros famosos. Sus paisajes de New York son hermosos (por supuesto, un fan del hard boiled como Phillips se luce cuando el guión lo lleva por los sórdidos senderos del thriller) y en casi todas las páginas en las que no le meten los fragmentos de Frankenstein, la narrativa fluye lo más bien.
The Heart of the Beast retrata a su época con ácida mala leche y se disfruta aún hoy, quizás porque no hemos bajado lo suficiente nuestros niveles de frivolidad y superficialidad. Ni el consumo de frula, ni las muertes a causa del SIDA, ni la alienación que produce la vida en las grandes urbes, ni la generación de monstruos que parecen seres humanos. Ni mucho menos la glorificación (efímera y marketinera) de artistas pedorros con ínfulas de vanguardistas. O sea que leída hoy, esta novela gráfica es, además de osada, cautivante y entretenida, bastante actual. Ojalá se reedite, así los nuevos lectores pueden disfrutarla.
La verdad que el hallazgo de repensar a Frankenstein en el mundo de los yuppies merqueros, las cirugías plásticas innecesarias, los vernisages caretas y la frivolización del arte, justifica de por sí solo la lectura del libro. La historia de amor entre Sandra y Victor te puede atrapar más o menos, pero el recurso de un hombre artificial, pergeñado, animado y controlado por un cirujano plástico con varios negocios turbios y vinculado al mundo de las artes, es una genialidad indiscutible. Entre tanta careteada, entre tanto ser humano hueco, entre tanto impostor, entre tantas supuestas genialidades del arte armadas con cachos de obras previas (llamala intertextualidad o choreo, como más te guste) Victor encaja demasiado bien.
También el tema de los negocios turbios del Doctor Wright da pie a una trama más cercana al thriller, con desapariciones misteriosas y muertes siniestras, que Motter aprovecha para mostrar algo más que cabecitas que hablan. Se nota un poco que las secuencias de acción no le interesan demasiado, que están ahí para condimentar, para salpimentar a la trama romántica y para forzar a Victor a hacer las cosas que se supone que Sandra no debe ver. En ese sentido tiene una onda Resistiré: al principio parece una telenovela normal con algún misterio medio extraño y para el final la historia de amor queda necesariamente eclipsada por la magnitud de esa power-bola armada con elementos de thriller y de ciencia-ficción. Sumemos los muy buenos diálogos, la picardía de Dupré para satirizar al mundillo de las galerías, los pintores y los críticos de arte, y nos queda una obra muy completa, con muchas puntas interesantes para atrapar a distintos tipos de lectores.
Lo que menos me cerró de todo son esos fragmentos de la novela original, del Frankenstein de Mary Shelley, que están mechados en los momentos justos, en los que el texto del Siglo XIX refleja (con lógica distorsión) lo que le está sucediendo a Victor en el presente. Eso está muy piola, pero 1) da demasiadas pistas acerca del misterio de Victor, y 2) le complica la narrativa a un Sean Phillips que todavía estaba a años luz del narrador sólido e infalible que es hoy. Phillips labura a color directo, con unas hermosas pinceladas de acuarelas que lo acercan al estilo pictórico (tan de moda en esa época) y que anticipan cosas que veríamos años más tarde en los trabajos de David Mack, entre otros. Lamentablemente opta por un estilo demasiado pendiente del realismo fotográfico y desperdicia su talento copiando fotos (por suerte no las chorea para retocarlas mínimamente como los Juan Carlos Flicker del Siglo XXI). Tan pegado está a la foto, que cuando aparecen imágenes de la tele, para diferenciarlas de las otras, Phillips arma una fotonovela! Con fotos posta, con un mínimo filtro aplicado, para que se note que se trata de una pantalla. Y lo más lindo: como la historia está ambientada en el mundo de las artes plásticas, Phillips mete cada vez que puede homenajes a los grandes maestros, al darle a los personajes de la novela poses y expresiones que toma prestadas de cuadros famosos. Sus paisajes de New York son hermosos (por supuesto, un fan del hard boiled como Phillips se luce cuando el guión lo lleva por los sórdidos senderos del thriller) y en casi todas las páginas en las que no le meten los fragmentos de Frankenstein, la narrativa fluye lo más bien.
The Heart of the Beast retrata a su época con ácida mala leche y se disfruta aún hoy, quizás porque no hemos bajado lo suficiente nuestros niveles de frivolidad y superficialidad. Ni el consumo de frula, ni las muertes a causa del SIDA, ni la alienación que produce la vida en las grandes urbes, ni la generación de monstruos que parecen seres humanos. Ni mucho menos la glorificación (efímera y marketinera) de artistas pedorros con ínfulas de vanguardistas. O sea que leída hoy, esta novela gráfica es, además de osada, cautivante y entretenida, bastante actual. Ojalá se reedite, así los nuevos lectores pueden disfrutarla.
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