Como aquel 07/07/15, la historieta me transporta al México de Pancho Villa, pero esta vez visto desde los ojos de un autor estadounidense. Poca gente lo sabe, pero Joe Kubert llegó a realizar dos álbumes de Abraham Stone: el que tiene todo el mundo, y este, que fue publicado por Marvel en 1995, cuando agonizaba el sello Epic y ya más que un sello era una palabrita abajo del logo de Marvel.
En su segunda aventura, Abraham Stone va a ir a parar a México, y a involucrarse con Francisco Villa y su ejército revolucionario, para participar de un hecho ampliamente registrado en la historia yanki, como fue la invasión por parte de Villa al pueblo de Columbus, New Mexico, hace 100 años y monedas, el 9 de Marzo de 1916. Como le suele pasar a Dago en sus aventuras de mayor raigambre histórica, Abraham está medio de adorno. El esfuerzo de Kubert no pasa por orquestar un conflicto creíble (porque lo toma de la realidad) sino por explicar qué catzo hace su héroe ahí metido y cómo lograr que lo que hace este Juan Carlos Nadie de pronto tenga peso en el desenlace de un hecho de esta magnitud. Y –forzando un toque el verosímil- el viejo maestro lo consigue.
De todos modos, lo más atractivo no pasa tanto por la trama, sino por la forma en que Kubert trabaja al personaje de Pancho Villa. Dónde se para, cuánta distancia toma, hasta qué punto nos invita a ver la situación desde el punto de vista de este hombre iracundo, despiadado, que tenía todas las fichas para convertirse en el villano grosso de la historia y sin embargo… Kubert le reserva otro rol. El dibujo, majestuoso, sin palabras. Está coloreado medio al voleo por el estudio del manager del Viejo Joe (su eterno amigo Ervin Rustemagic, protagonista de Fax From Sarajevo), pero se ve bastante bien. Igual, el día que alguien edite esto en blanco y negro, me vuelve a esquilmar. Abraham Stone: The Revolution puede no ser la joya más brillante en la corona de Joe Kubert, pero sí una de las que pasó más desapercibidas, y bueno, desde acá, cuando se puede, tratamos de hacer justicia.
También en Julio de 2015 (más precisamente el día 20), veíamos en el blog el primer tomo de La Senda del Errante, la creación del guionista chileno Germán Valenzuela, acompañado por varios dibujantes. Ahora le entré al segundo tomo, donde el rubro gráfico se ve mucho mejor. Arrancamos con un dibujante flojito, Fabián Sáez, pero en el segundo tramo tenemos a un inspirado Luis Inzunza apoyado por las tintas de Danny Jiménez. Le sigue el correcto Sebastián Lizana, y sobre el final regresa Inunza, ahora un poco más apurado, con menos tiempo o menos pilas para dedicarle a cada viñeta, especialmente a los fondos, pero sin derrapar.
El guión de Valenzuela tiene una única falla: explicita poco lo sucedido en el tomo anterior, como si todos los lectores de Pecados conocieran de memoria los sucesos del Vol.1. El resto está muy bien, es una continuación muy sólida de la historia original, apoyada en una venganza que tiene que ver con la búsqueda de verdad, memoria y justicia, que además aprovecha muy bien la época en la que está ambientada (mediados de los años ´50) y se toma su tiempo para desplazar el foco del Errante y desarrollar de modo muy consistente a Margarita Cárdenas, la verdadera protagonista de esta segunda entrega. Hay más hijos de puta a los que boletear, así que espero el tercer libro.
Y cierro con una fugaz mención al Vol.4 de Lucha Peluche, la gloriosa tira de El Niño Rodríguez (quizás lo mejor que dio Argentina en materia de tiras cómicas en lo que va del siglo), que por suerte Ediciones De la Flor sigue recopilando aunque ya no se publique en ningún lado y no tenga hordas de fans. En Lucha Peluche, el Niño destripa una a una todas las miserias de la vida contemporánea, desde cosas obvias como la desigualdad entre ricos y pobres hasta sutilezas como el culto a la belleza, la superficialidad, los freeganos, los emos, los adictos a los celulares, la inseguridad, el erotismo, la falsa sensación de libertad y la feroz manipulación que hacen los medios de comunicación de lo que sucede en la realidad. Y todo eso con reflexiones humorísticas, o chistes “de los de antes”, de esos que van a un remate que te hace explotar de la risa. Sumale un dibujo originalísimo y brillante y tenés una tira absolutamente fundamental, a la que (lamentablemente) no se le da la bola que se merece.
Nos vemos este finde en la San Luis Comic Con y volvemos la semana que viene con más reseñas.
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viernes, 11 de noviembre de 2016
lunes, 20 de julio de 2015
20/ 07: LA SENDA DEL ERRANTE
Este año estuve de nuevo por tierras chilenas, así que una vez más me traje unas cuantas historietas oriundas del país vecino para leer y reseñar.
La Senda del Errante tiene la estructura de una historia que leimos 150.000 veces: un justiciero oscuro aparece para boletear de a uno a los autores de un crimen espantoso que nunca había sido castigado. Sobre esa base se puede hacer una boludez sangrienta al pedo, o se puede construir un relato más complejo, con más matices y más sustancia. Felizmente, el guión de Germán Valenzuela apuesta a esto último, a adornar la trama bastante obvia de la venganza con elementos más atractivos. Y el quiebre, el hallazgo realmente notable de esta novela gráfica llega cuando Valenzuela se decide a anclar la historia a un hecho real, una mancha trágica y aberrante en la historia chilena, que yo por supuesto desconocía.
Seguro te suena “la Patagonia rebelde”, aquel suceso nefasto de nuestra historia, allá por 1920-21, cuando el ejército argentino (presionado por empresas británicas) reprimió una huelga de obreros que pedían mejores condiciones de trabajo. Ese bochorno nos dejó cerca de 1500 trabajadores fusilados sin piedad. Del otro lado de la cordillera pasó algo MUY similar. Fue en 1907 y en un sólo día, las fuerzas armadas chilenas mataron a casi 3600 personas, entre ellas mujeres y niños, que sólo querían trabajar en condiciones un poco más dignas en el salitre. Sí, leiste bien: 3600 personas en un sólo día. Casi un genocidio. Y sin embargo, nunca se juzgó ni se condenó a nadie por semejante atrocidad.
El vengador oscuro de La Senda del Errante se dedica a buscar a los que perpetraron esa masacre y a liquidarlos uno por uno, sin piedad. De a poco, Valenzuela nos da pistas de quién es este tipo y por qué sale a matar gente vestido como un verdugo, con un manejo muy efectivo de los flashbacks. La secuencia del presente (en realidad de 1950) es la que menos sorpresas ofrece: todos leimos más de una vez una historia en la que un tipo le confiesa a un cura que es un asesino y termina por matar al propio cura. Acá pasa exactamente eso, que es lo que uno supone desde la primera página que va a pasar. En todo caso, lo que no resulta tan obvio es cómo se relaciona este sacerdote de 1950 con los asesinos impunes de 1907.
La historieta tiene apenas 38 páginas, con pocos cuadros por página y el texto muy bien distribuído. El ritmo es ágil, no se queda en la intención de shockearnos o conmovernos con los sucesos de 1907, no hay una sobrecarga de data histórica, y cada uno de los crímenes que el vengador le confiesa al cura son bastante distintos entre sí, como para que la secuencia no se haga reiterativa. Así que podemos hablar de unos cuantos méritos en el guión, como para compensar lo trillado del argumento.
Con el dibujo tengo un problema serio, que es que para dibujar 38 páginas hicieron falta cuatro personas. Las escenas ambientadas en 1950 las dibuja Danny Jiménez, a quien ya nos habíamos cruzado en uno de los libros de Mortis. Jiménez no te mete un fondo ni por accidente y los poco que mete son fotos choreadas sin el menor prurito, apenas retocadas. Su fuerte son las expresiones faciales, realzadas por una técnica muy interesante (por momentos brecciana) para meter texturas. Y en esas viñetas de 1907 que le toca intercalar sobre el final, nos muestra otra técnica de gran belleza plástica, más cercana al realismo tradicional. El primer flashback está a cargo de un correcto Javier Bahamonde, bastante influenciado por el mainstream norteamericano y con un buen manejo del claroscuro. El segundo nos brinda la posibilidad de descubrir a Cristian Pérez Bolton, un dibujante exquisito, dinámico, expresivo, con un gran manejo de las tramas y los grises. Y para el tercer y último flashback no quedaban más dibujantes buenos y terminó metiendo mano Alonso Molina, un artista muy por debajo del nivel que veníamos viendo hasta ese punto. Una lástima.
Obviamente, este comic con un sólo dibujante sería mucho mejor, más homogéneo, más compacto. Así como está, no está mal, tiene unos cuantos puntos a favor como para darle una oportunidad. O como para recomendárselo a un amigo sin tener que ir a la iglesia a confesarse.
La Senda del Errante tiene la estructura de una historia que leimos 150.000 veces: un justiciero oscuro aparece para boletear de a uno a los autores de un crimen espantoso que nunca había sido castigado. Sobre esa base se puede hacer una boludez sangrienta al pedo, o se puede construir un relato más complejo, con más matices y más sustancia. Felizmente, el guión de Germán Valenzuela apuesta a esto último, a adornar la trama bastante obvia de la venganza con elementos más atractivos. Y el quiebre, el hallazgo realmente notable de esta novela gráfica llega cuando Valenzuela se decide a anclar la historia a un hecho real, una mancha trágica y aberrante en la historia chilena, que yo por supuesto desconocía.
Seguro te suena “la Patagonia rebelde”, aquel suceso nefasto de nuestra historia, allá por 1920-21, cuando el ejército argentino (presionado por empresas británicas) reprimió una huelga de obreros que pedían mejores condiciones de trabajo. Ese bochorno nos dejó cerca de 1500 trabajadores fusilados sin piedad. Del otro lado de la cordillera pasó algo MUY similar. Fue en 1907 y en un sólo día, las fuerzas armadas chilenas mataron a casi 3600 personas, entre ellas mujeres y niños, que sólo querían trabajar en condiciones un poco más dignas en el salitre. Sí, leiste bien: 3600 personas en un sólo día. Casi un genocidio. Y sin embargo, nunca se juzgó ni se condenó a nadie por semejante atrocidad.
El vengador oscuro de La Senda del Errante se dedica a buscar a los que perpetraron esa masacre y a liquidarlos uno por uno, sin piedad. De a poco, Valenzuela nos da pistas de quién es este tipo y por qué sale a matar gente vestido como un verdugo, con un manejo muy efectivo de los flashbacks. La secuencia del presente (en realidad de 1950) es la que menos sorpresas ofrece: todos leimos más de una vez una historia en la que un tipo le confiesa a un cura que es un asesino y termina por matar al propio cura. Acá pasa exactamente eso, que es lo que uno supone desde la primera página que va a pasar. En todo caso, lo que no resulta tan obvio es cómo se relaciona este sacerdote de 1950 con los asesinos impunes de 1907.
La historieta tiene apenas 38 páginas, con pocos cuadros por página y el texto muy bien distribuído. El ritmo es ágil, no se queda en la intención de shockearnos o conmovernos con los sucesos de 1907, no hay una sobrecarga de data histórica, y cada uno de los crímenes que el vengador le confiesa al cura son bastante distintos entre sí, como para que la secuencia no se haga reiterativa. Así que podemos hablar de unos cuantos méritos en el guión, como para compensar lo trillado del argumento.
Con el dibujo tengo un problema serio, que es que para dibujar 38 páginas hicieron falta cuatro personas. Las escenas ambientadas en 1950 las dibuja Danny Jiménez, a quien ya nos habíamos cruzado en uno de los libros de Mortis. Jiménez no te mete un fondo ni por accidente y los poco que mete son fotos choreadas sin el menor prurito, apenas retocadas. Su fuerte son las expresiones faciales, realzadas por una técnica muy interesante (por momentos brecciana) para meter texturas. Y en esas viñetas de 1907 que le toca intercalar sobre el final, nos muestra otra técnica de gran belleza plástica, más cercana al realismo tradicional. El primer flashback está a cargo de un correcto Javier Bahamonde, bastante influenciado por el mainstream norteamericano y con un buen manejo del claroscuro. El segundo nos brinda la posibilidad de descubrir a Cristian Pérez Bolton, un dibujante exquisito, dinámico, expresivo, con un gran manejo de las tramas y los grises. Y para el tercer y último flashback no quedaban más dibujantes buenos y terminó metiendo mano Alonso Molina, un artista muy por debajo del nivel que veníamos viendo hasta ese punto. Una lástima.
Obviamente, este comic con un sólo dibujante sería mucho mejor, más homogéneo, más compacto. Así como está, no está mal, tiene unos cuantos puntos a favor como para darle una oportunidad. O como para recomendárselo a un amigo sin tener que ir a la iglesia a confesarse.
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