el blog de reseñas de Andrés Accorsi
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viernes, 12 de diciembre de 2014

12/12: PERRAMUS Vol.3

Allá por el 2006, cuando De la Flor editó en Argentina el Vol.4 de Perramus, no sentí la necesidad de releerlo, porque hacía poco que lo había conseguido en francés y me lo re-acordaba. De hecho, cuando escribí la reseña (16/07/10) apenas si lo repasé. En 2013, cuando salió el tomo con las dos primeras aventuras, tampoco me dio para releerlo, porque la tenía bastante presente y me acordaba que era el tramo más denso, más bajonero de la saga. Y este año, cuando apareció el Vol.3, dije “este sí, me dan muchas ganas de releerlo”. Lo había leído una sóla vez, a principios de los ´90, cuando se conseguía con bastante facilidad la edición española, y me acordaba una sola cosa: que era una aventura con mucha rosca política y con un clima de sátira por momentos filosa y por momentos más grotesca.
Me encontré con una joya, mucho mejor de lo que yo recordaba. Realizada entre 1986 y 1987, esta aventura encuentra a la dupla integrada por los maestros Juan Sasturain y Alberto Breccia MUY afianzada, muy canchera. La Isla del Guano sorprende por muchos motivos, y creo que el más notorio es cómo los autores se animan a cambiar un poquito el registro y a jugar un poco más con la farsa, con la comedia llevada al extremo. El guión está lleno de frases magníficas, muchas calzadas con punzante ironía por el glorioso Jorge Luis Borges (personaje importantísimo en la saga de Perramus y acá justo ganador del Premio Nobel que los pecho frío de la Academia Sueca nunca le dieron en el mundo real), muchas directamente en joda, buscando la sonrisa cómplice del lector. El bajón, la onda ominosa y sombría de las dos primeras aventuras, afloja un poquito y persiste –por momentos- en el dibujo de Breccia. El guión de Sasturain, en cambio, está más suelto, más libre, más cercano al estilo que muestra el maestro en sus cuentos y novelas.
Básicamente, La Isla del Guano lleva a Perramus y sus amigos a un pequeño país periférico (clásico enclave cuya economía depende exclusivamente de la producción de UNA materia prima y del buen humor de los clientes del Primer Mundo) que se debate entre ser “un país cirquero o un país de mierda”. Hay un gobierno títere que responde a los intereses de las empresas yankis, un viejo caudillo casi en el exilio y –un elemento genial, del que me había olvidado por completo- una resistencia al régimen liderada por acróbatas, malabaristas y payasos, que quieren que la isla vuelva a ser un gran circo. Con esos elementos, Sasturain logra urdir una trama llena de acción, con intriga palaciega, un romance a contramano, tiros y piñas a rolete y una apoteótica lluvia de mierda, que no puede sino recordarnos a la de No Habrá Más Penas Ni Olvido, la cautivante novela de Osvaldo Soriano.
A mitad de camino entre la metáfora socio-política con cierto vuelo poético que desplagara Carlos Trillo a fines de los ´70 y principios de los ´80 y la militancia in-your-face, con ínfimo camuflaje, que se veía en las obras setentosas de Héctor Oesterheld, La Isla del Guano te invita a vibrar con una aventura clásica, a pensar en las turbias movidas políticas tan típicas del Tercer Mundo y a reirte un poco de estos estereotipos llevados al terreno de la caricatura por un Sasturain que, claramente, tenía más ganas de divertirse que de seguir penando por las atrocidades que le tocó presenciar durante la dictadura militar.
Y el dibujo del Viejo Breccia… la verdad que es indescriptible. El de los ´80 es el Breccia que a mí más me gusta, así que imaginate. Acá el genio de Mataderos se fuma páginas con muchas viñetas, en las que quizás su dibujo no se luce tanto, y deja la vida cada vez que le toca narrar una secuencia muda, como la que cierra el capítulo V. En las páginas de pocos cuadros, Breccia suelta las riendas y sale a impactar como sólo él podía hacerlo, con esos trazos blancos sobre fondo negro, esas texturas aplicadas con collage, esas aguadas, esas manchas, esas composiciones, esas onomatopeyas… Breccia ya había dibujado aventuras, historietas con fuerte contenido político y relatos satíricos, pero no todo junto en una misma historieta! Y acá logró acoplarse con maestría al viraje que le propuso Sasturain, aunque el guionista siempre recuerda que al Viejo no le causaba gracia este tono más “ligero” en las historias de Perramus. Como sea, estamos hablando de 104 páginas impresionantes, en la que se ve al maestro en pleno uso de sus facultades narrativas y expresivas, y que hasta se anima algo que escasea en su obra, que es un personaje femenino 100% sensual y atractivo. A diferencia de otras reediciones recientes de la obra de Breccia, esta conserva el rotulado original, a cargo del gran Héctor Formento, letrista “titular” de las obras del Viejo durante varias décadas.
Trato de ser objetivo, pero no me sale. Banco a muerte a Perramus, la considero una de las dos o tres mejores historietas argentinas de la gloriosa década del ´80 y me alegra infinitamente que estas hermosas ediciones que sacó De la Flor hayan vendido tan bien y ganado tantos premios. Si sos fan de la historieta argentina, o de la historieta para adultos en general, no hay forma de recomendarte lo suficiente esta saga.

viernes, 16 de julio de 2010

16/ 07: PERRAMUS Vol.4


En el Olimpo de la historieta argentina, alla donde reina hace más de 50 años el Eternauta, hasta el más bravo integrante de nuestro panteón comiquero tiembla cada vez que alguien se calza un Perramus. La obra magna de Juan Sasturain y Alberto Breccia es –entre otras cosas- la única historieta en ganar un premio de Amnesty International. Y también una de las dos o tres mejores historietas argentinas de la gloriosa década del ´80.
Desde sus orígenes en 1981, cuando Sasturain, hasta entonces con cero trayectoria como guionista, accede a escribir una historieta para que la dibujara el Viejo, Perramus recorrió un camino no muy largo (apenas ocho años) pero sí bastante sinuoso. Empezó a realizarse cuando la dictadura militar todavía estaba al frente del gobierno de nuestro país y así de dark resultó el primer libro (El Piloto del Olvido). En el segundo (El Alma de la Ciudad), ya escrito en democracia, asoma un rayito de esperanza. El tercer arco (La Isla del Guano) ya se va bastante al carajo: arranca cuando Borges recibe el Premio Nobel de Literatura y continúa en una seguidilla de peripecias ya cercanas al realismo mágico (una lluvia de mierda, por ejemplo). Los diálogos tienen más chistes (aunque no se trata de una obra liviana, ni mucho menos) y menos referencias culturales y abunda la chicana política.
Diente por Diente, el cuarto y último arco, es una aventura más convencional, o por lo menos menos heavy. Además, es la más argentina de todas: arranca 26 meses después de la saga anterior, en el bar La Academia, y contiene apariciones o menciones al diario Clarín, María Kodama, Osvaldo Pugliese, la Guerra de Malvinas y a muchísimos tangos de Gardel, ya que todo gira en torno a la sonrisa del Zorzal. Los Mariscales ya son un triste recuerdo y Santa María ahora se llama Buenos Aires. También aparecen Fidel Castro, Frank Sinatra y Gabriel García Márquez (envueltos en situaciones que muchas veces desembocan en el grotesco o en lo desopilante), pero esta vez, el grueso de la acción lo llevan adelante Perramus, Canelones, el Enemigo y Borges.
Finalizado en 1989, este es el tomo más raro. El guionista vivía en España y el dibujante en Haedo, y se nota una cierta desconexión. Hasta el propio Sasturain subraya la contradicción, el desfasaje entre una historia que tenía mucho de comedia, con notables hallazgos en el campo del humor (elemento siempre presente en las novelas y cuentos de Sasturain) y el dibujo de Breccia, siempre pesado y sombrío. El guión y el dibujo parecen querer proponernos climas distintos, algo potencialmente peligrosísimo en un comic, pero –no me pregunten cómo- acá la mezcla funciona. No me costaría nada imaginarme ese guión dibujado por Fontanarrosa, por ejemplo. Pero no quiero, porque lo que hace Breccia con las tintas, las aguadas, los collages y los recortes es sublime, más allá de que se ajuste más o menos a la onda del relato.
Y cuando se terminó Perramus (con esa última secuencia en la el protagonista intercambia con Borges diálogos ingeniosos, citas literarias y un guiño final al lector, como amagando con romper la cuarta pared e irse a través de ella), quedó un suculento caldo de metáforas y referencias a la política y la cultura argentina de los ‘80 (que es el que nutre a la gran mayoría de los estudios sobre esta serie, vengan de respetados especialistas o de trabajos prácticos para alguna materia de Ciencias de la Comunicación). Y además quedó la aventura, plasmada en una obra descomunalmente bella, con textos y dibujos que trascienden su contexto con obscena amplitud y cuya insoslayable “argentinidad” no pareció incomodar a los lectores del resto del mundo (digo, para los que se cuidan de ambientar sus historietas en Nueva York, Tokio o Júpiter, pero jamás en Rivadavia y San Pedrito). Algo similar pasó con El Eternauta, con la diferencia de que Perramus, además, cosechó una docena de premios internacionales.
No hace falta decir que el hueco que dejó Perramus es imposible de llenar. Ni tampoco que estamos frente a una obra imposible de olvidar, de esas que se dan muy de vez en cuando, cuando dos monstruos se dan la mano y deciden ponerse los impermeables largos...