En un flashback bizarro a 2010-2015, esta semana clavé tres posts en tres días seguidos. ¿Está mal? Quiero llegar a los 100 este año, tengo un rato libre para escribir y los dos últimos libros que agarré para leer eran cortitos, de menos de 64 páginas, con lo cual me los bajé en menos de un viaje en bondi.
Arranco con Tintín: El Templo del Sol, continuación del álbum que reseñé el 13/09 de este año. Y me llama la atención lo mismo que en la primera parte: la brutal decompresión de la trama, los esfuerzos desmedidos de Hergé por estirar el relato para que dure 62 páginas, cuando lo que tiene para contar podría resumirse en… 24 páginas, a lo sumo. Si dejamos de lado el dibujo (que es perfecto de punta a punta), lo más atractivo que tiene El Templo del Sol es que te hace comer el amague de que los aborígenes peruanos van a ser los villanos, y al final Hergé te la da vuelta y los pone en otro rol. Lo cual deja a la historia sin villanos y le resta fuerza al conflicto, pero bueno… peor hubiese sido si los malos eran los indios.
Si el conflicto se resuelve charlando civilizadamente y sin que los buenos se peleen con nadie, ¿con qué llenamos tooodas esas páginas? Pericipecias en la jungla, con serpientes y cocodrilos a los que Tintín y Haddock masacran sin piedad, accidentes en la alta montaña, chistes de Hernández y Fernández, pantomimas risueñas de Milú… Páginas y páginas desperdiciadas en este tipo de secuencias que podrían tranquilamente no estar… y que son muy lindas de mirar, porque la narrativa de Hergé te atrapa quieras o no, y el dibujo (como ya dije) es una maravilla. La verdad es que con Las Siete Bolas… y El Templo… se podía haber armado un muy buen álbum con 62 páginas de palo y palo, con más ritmo, menos chistes y menos peripecias anodinas de las que no le aportan nada a la trama excepto la erosión del verosímil. Pero bueno, esto se escribió para serializar en una revista que leían los chicos de 1950, a los que por ahí les divertía muchísimo ver a los héroes zafar de uno y mil peligros imposibles, durante días y días en los que apenas duermen y no sabemos si comen…
¿Te acordás de las Tragedias del Rock, esos álbumes dedicados a contar las vidas de grandes estrellas de la música que se fueron al descenso relativamente pronto? Por el blog pasaron las tres que salieron en Argentina: John Lennon (03/09/11), Michael Jackson (08/09/11) y Bob Marley (13/09/12). Pero se llegaron a producir algunos álbumes más que acá no se editaron y hace poco conseguí el de Jim Morrison, escrito por Luciano Saracino y dibujado por Quique Alcatena (realizado en paralelo a aquella gema bizarra de la misma dupla que fue Ricardito MiniPYME).
El guión de Saracino logra con creces su principal cometido: contarnos la vida del Rey Lagarto. Pero además logra (también holgadamente) generar intriga acerca de su personalidad excéntrica, caótica, turbulenta, y acercarnos a su poesía, esa que -50 años después- conserva intacto su fulgor incandescente. Como se supone que esto lo van a leer adolescentes, Saracino nos mezquina un poco el sexo y las drogas, tan importantes como el rockanrol para entender la figura de Morrison. Pero fuera de eso, el guión no condesciende en absoluto para con el lector, sino que lo desafía a explorar con bastante profundidad a un personaje realmente complejo.
El dibujo de Alcatena al principio puede resultar medio alienígena, porque estamos acostumbrados a verlo dibujar epopeyas protagonizadas por guerreros y hechiceros de mundos fantásticos, en libros de 15 x 22 cm., y en blanco y negro. Acá nos cuenta la historia real de un tipo que existió en el mismo mundo que el nuestro, en un libro de 29.5 x 21 cm., y a todo color. Entonces los ases que Quique saca de abajo de la manga pasan a ser otros: la recreación perfectamente documentada de esos años alucinógenos (fines de los ´60 y principios de los ´70), las ilustraciones zarpadas con las que abre cada capítulo o con las que acompaña fragmentos de las letras de Morrison, los experimentos en la puesta en página y el uso del color para enfantizar los climas por los que transita la historia. Lo único que no me cierra es el tamaño de los globos y los bloques de texto, muy grandes en proporción al tamaño de la página, como si uno fuera a leer la historieta parado a 20 metros del libro. Con globos y captions más pequeños, la magia pictórica de Alcatena se luciría aún más.
Esto está editado en Brasil (acá nomás), así que si sos un Alcatenófilo perdido en el laberinto de este genio del Noveno Arte, o si seguís a Saracino hasta el fin del mundo, o sos hardcore fan de The Doors, seguramente con un pequeño esfuerzo podrás sumar este tomo a tu colección.
Prometo no postear mañana… y volver ni bien tenga un par de libros leídos.
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miércoles, 25 de octubre de 2017
miércoles, 13 de septiembre de 2017
QUE NO DECAIGA
Vengo con un buen ritmo de lecturas, que espero no decaiga en la recta final rumbo a mis vacaciones.
Me pintó redescubrir algún clásico y caí en Las Siete Bolas de Cristal, un álbum de Tintin que Hergé dio a luz allá por 1948, cuando ya tenía el estilo de dibujo perfectamente depurado y el elenco de la serie ya establecido en su totalidad. Me pregunto en qué momento de la realización de este álbum Hergé habrá decidido convertirlo en la primera mitad de un díptico, y liberarse de la obligación de cerrar en la página 62 todas las puntas que empieza a desarrollar en la página 1. Me imagino que la respuesta debe ser “antes de llegar a la página 10”, porque para ese momento ya se nota que la trama avanza demasiado lento, que da muchas vueltas, que las escenas se estiran innecesariamente, no sólo para incluir las típicas secuencias humorísticas de golpes, tropezones y juegos de palabras, sino para irse por las ramas con boludeces como el cilindro mágico que convierte el agua en vino, o la aparición de Bianca Castafiore, que no aporta nada al desarrollo argumental. Tintin y Haddock están todo el álbum un par de pasos atrás de los villanos, y recién sobre el final parecen tomar la iniciativa. Pero todavía no llegaron ni a verse cara a cara. Eso sucederá en El Templo del Sol, la segunda mitad del díptico, que prometo leer pronto.
Liberado, entonces, de cerrar la trama al final de estas 62 páginas, Hergé se esfuerza por hacer de Las Siete Bolas… un álbum muy entretenido, lleno de peripecias, chistes y excusas para que aparezcan muchos personajes. El que tendrá más desarrollo será Haddock, mientras que otros cumplirán roles meramente decorativos. Como suele suceder en las aventuras de Tintin, lo que parece un misterio sobrenatural, seguramente se va a resolver de un modo racional, al estilo Scooby-Doo. Mientras tanto, Hergé busca perturbarnos con la maldición ancestral liberada por unos exploradores inescrupulosos que viajaron a Perú y profanaron las tumbas de los antiguos reyes incas. Y hacia allá iremos en El Templo del Sol, a prestarle mucha atención a cómo nos muestra Hergé este país y esta gente.
Hora de volver a la Argentina de 2016, cuando Marcelo Pulido y José Massaroli realizan El Manuscrito, una breve novela gráfica integrada al “universo expandido” de El Eternauta. En una secuencia de El Eternauta: El Regreso, Solano López y Pol nos mostraban que un Favalli ya anciano tenía en sus manos el manuscrito del guión de una historieta en la que se narraba la invasión antes que sucediera. Pero estaba oculto en una casa del Tigre y nunca se había llegado a publicar. Sin embargo, al final de la primera saga de El Eternauta, el guionista que escucha el extenso relato de Juan Salvo se propone alertar al mundo sobre la inminente invasión a través de una historieta. ¿Qué pasó ahí? ¿Cómo es que Germán, el guionista, llega a escribir ese guión pero nunca a verlo dibujado y editado?
Ese es el hueco que se plantea cubrir Pulido con esta historia. Una historia chiquita, lineal, que tiene por objeto unir el punto A con el punto B, no mucho más. Y que se podría haber contado en 16 páginas en vez de 46. El hallazgo de Pulido consiste en mostrarnos a Germán haciendo en la ficción lo que le tocó hacer en el mundo real a Héctor Germán Oesterheld, en la época en la que operaba en la clandestinidad, perseguido por la dictadura cívico-militar. Lo vemos abandonar su casa y su vida familiar, transitar por las calles disfrazado para que no lo reconozcan, escribir sus guiones escondido, refugiarse en una isla del Tigre… todas cosas que el verdadero HGO vivió en carne propia, replicadas con buen tino en la ficción. Al final, Germán no publicará nunca esa historieta, porque vencerán las fuerzas de la represión, las que siempre están ahí, al acecho, para callar, para desaparecer, ayer a Oesterheld, hoy a Santiago Maldonado, mañana capaz que a mí o a vos.
El dibujo de Massaroli es interesante, por momentos con algún guiño al trazo de Solano López, pero en general mucho más jugado al claroscuro que en otros trabajos suyos, con fuertes contrastes entre masas negras y espacios blancos que por momentos me recordaron al querido Walther Taborda, quien también dejara su huella en la mitología de El Eternauta.
Si sos muy fan de la saga de Juan Salvo, o si te copa esa época en la que Oesterheld se jugaba la vida a cada paso por su militancia política pero seguía escribiendo historietas, no tengo dudas de que el clima opresivo y conspiranoico de El Manuscrito te va a atrapar.
Volvemos pronto con nuevas reseñas y… nos vemos el finde en Sismicomix. ¡Hasta entonces!
Me pintó redescubrir algún clásico y caí en Las Siete Bolas de Cristal, un álbum de Tintin que Hergé dio a luz allá por 1948, cuando ya tenía el estilo de dibujo perfectamente depurado y el elenco de la serie ya establecido en su totalidad. Me pregunto en qué momento de la realización de este álbum Hergé habrá decidido convertirlo en la primera mitad de un díptico, y liberarse de la obligación de cerrar en la página 62 todas las puntas que empieza a desarrollar en la página 1. Me imagino que la respuesta debe ser “antes de llegar a la página 10”, porque para ese momento ya se nota que la trama avanza demasiado lento, que da muchas vueltas, que las escenas se estiran innecesariamente, no sólo para incluir las típicas secuencias humorísticas de golpes, tropezones y juegos de palabras, sino para irse por las ramas con boludeces como el cilindro mágico que convierte el agua en vino, o la aparición de Bianca Castafiore, que no aporta nada al desarrollo argumental. Tintin y Haddock están todo el álbum un par de pasos atrás de los villanos, y recién sobre el final parecen tomar la iniciativa. Pero todavía no llegaron ni a verse cara a cara. Eso sucederá en El Templo del Sol, la segunda mitad del díptico, que prometo leer pronto.
Liberado, entonces, de cerrar la trama al final de estas 62 páginas, Hergé se esfuerza por hacer de Las Siete Bolas… un álbum muy entretenido, lleno de peripecias, chistes y excusas para que aparezcan muchos personajes. El que tendrá más desarrollo será Haddock, mientras que otros cumplirán roles meramente decorativos. Como suele suceder en las aventuras de Tintin, lo que parece un misterio sobrenatural, seguramente se va a resolver de un modo racional, al estilo Scooby-Doo. Mientras tanto, Hergé busca perturbarnos con la maldición ancestral liberada por unos exploradores inescrupulosos que viajaron a Perú y profanaron las tumbas de los antiguos reyes incas. Y hacia allá iremos en El Templo del Sol, a prestarle mucha atención a cómo nos muestra Hergé este país y esta gente.
Hora de volver a la Argentina de 2016, cuando Marcelo Pulido y José Massaroli realizan El Manuscrito, una breve novela gráfica integrada al “universo expandido” de El Eternauta. En una secuencia de El Eternauta: El Regreso, Solano López y Pol nos mostraban que un Favalli ya anciano tenía en sus manos el manuscrito del guión de una historieta en la que se narraba la invasión antes que sucediera. Pero estaba oculto en una casa del Tigre y nunca se había llegado a publicar. Sin embargo, al final de la primera saga de El Eternauta, el guionista que escucha el extenso relato de Juan Salvo se propone alertar al mundo sobre la inminente invasión a través de una historieta. ¿Qué pasó ahí? ¿Cómo es que Germán, el guionista, llega a escribir ese guión pero nunca a verlo dibujado y editado?
Ese es el hueco que se plantea cubrir Pulido con esta historia. Una historia chiquita, lineal, que tiene por objeto unir el punto A con el punto B, no mucho más. Y que se podría haber contado en 16 páginas en vez de 46. El hallazgo de Pulido consiste en mostrarnos a Germán haciendo en la ficción lo que le tocó hacer en el mundo real a Héctor Germán Oesterheld, en la época en la que operaba en la clandestinidad, perseguido por la dictadura cívico-militar. Lo vemos abandonar su casa y su vida familiar, transitar por las calles disfrazado para que no lo reconozcan, escribir sus guiones escondido, refugiarse en una isla del Tigre… todas cosas que el verdadero HGO vivió en carne propia, replicadas con buen tino en la ficción. Al final, Germán no publicará nunca esa historieta, porque vencerán las fuerzas de la represión, las que siempre están ahí, al acecho, para callar, para desaparecer, ayer a Oesterheld, hoy a Santiago Maldonado, mañana capaz que a mí o a vos.
El dibujo de Massaroli es interesante, por momentos con algún guiño al trazo de Solano López, pero en general mucho más jugado al claroscuro que en otros trabajos suyos, con fuertes contrastes entre masas negras y espacios blancos que por momentos me recordaron al querido Walther Taborda, quien también dejara su huella en la mitología de El Eternauta.
Si sos muy fan de la saga de Juan Salvo, o si te copa esa época en la que Oesterheld se jugaba la vida a cada paso por su militancia política pero seguía escribiendo historietas, no tengo dudas de que el clima opresivo y conspiranoico de El Manuscrito te va a atrapar.
Volvemos pronto con nuevas reseñas y… nos vemos el finde en Sismicomix. ¡Hasta entonces!
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martes, 27 de enero de 2015
27/ 01: EL TESORO DE RACKHAM EL ROJO
Este álbum de Tintín, originalmente creado por Hergé en 1943, resultó ser desde su aparición en álbum (1944) en uno de los episodios más exitosos de toda la serie del aventurero del jopito. Y desde que la película de 2012 tomó buena parte de su argumento, se convirtió en uno de los álbumes de lectura obligatoria para las nuevas generaciones de fans de Tintín.
Yo, que me jacto de llevar siempre la contra de lo que opinan las mayorías, me atrevo a decir que es el que tiene el guión más choto. Te resumo el argumento: Tintín y Haddock van a buscar un tesoro y lo encuentran. Fin. No hay conflicto, no hay villanos, hay apenas peligros mínimos, fácilmente sorteables por los héroes. Recién cuando faltan cinco páginas para el final, hay un giro interesante en la trama, que tampoco involucra peligros ni enemigos. Simplemente les cae la ficha de que estaban buscando el tesoro en el lugar equivocado. Esas últimas cinco páginas tienen una inconsistencia mayúscula (Hergé resuelve en una viñeta el problema de cómo puede conseguir Haddock la guita para comprar el castillo de Moulinsart) pero son las más atrapantes, las menos predecibles y las que cierran de modo satisfactorio una saga (iniciada en el álbum anterior, que vimos el 03/12/12) que en este álbum se va a pique muchas veces.
A la falta de un conflicto fuerte hay que sumarle otro elemento que opaca muchísimo al guión: acá hace su primera aparición el Profesor Tornasol, quien tiene un rol muy destacado en esta historia. La “gracia” de este personaje es que es más sordo que una tapia y entiende lo que se le canta. Cada diálogo es un juego de palabras absurdo, en el que le dicen una cosa y él responde otra que no tiene nada que ver, porque oye para el orto. Eso puede ser gracioso una vez, o dos si tenés menos de 10 años. No 15 veces. Hergé debe haberse convencido de que esto era realmente muy cómico, y así es como todo lo que suman Haddock o Hernández y Fernández, lo resta Tornasol, a quien yo quería ver muerto para la página 12, más o menos. Sin esa pelotudez de la sordera, Tornasol sería un golazo, porque evidentemente su inventiva abre un montón de posibilidades en materia de aventuras, y Hergé las va a aprovechar al mango. Pero cada vez que aparece en escena, te dan ganas de dejar de leer los globos de diálogo.
Al no haber peligros grossos ni villanos que intenten interponerse entre los héroes y su objetivo, las peripecias tienen que ver con tropiezos, accidentes, boludeces que casi siempre van para el lado de la joda. La más graciosa, lejos, es la del principio, cuando una legión de avechuchos invade el departamento de Haddock para exigir su parte del tesoro de Rackham el Rojo. El resto es, básicamente, más de lo mismo: slapstick efectiva, amenazas low-fi y un arsenal inagotable de pretextos medio frutihortícolas para que Tintín zafe de todo.
Al igual que El Secreto del Unicornio, El Tesoro… se editó originalmente en un diario, a razón de una página por día, con lo cual Hergé no tenía tiempo de romperse tanto el culo en los fondos como en otros álbumes. Acá el nivel del dibujo es excelente, pero no está todo ese festival del detalle en los fondos, que era un rubro en el que Tintín le sacaba mucha diferencia a otras historietas de esa época. Lo que sí está y se disfruta muchísimo es la narrativa, siempre eficaz, por momentos hipnótica, que caracterizaba al Hergé de esta época.
Cierro con un detalle menor: una viñeta de la página 58 nos da la pauta de que esta aventura transcurre en el verano boreal de 1941. Sin embargo, no se hace la más mínima mención a que, para esa fecha, Bélgica había sido ocupada por el Tercer Reich. Obviamente, hacerse cargo de una cosa así hubiese restado verosimilitud al hecho de que un barco belga como el Sirius pudiera navegar libremente con rumbo a América, que es donde las coordenadas que maneja Haddock parecen situar al Unicornio. Y además, si Hergé mostraba a los nazis, o los tenía que pintar como villanos, o como una fuerza de ocupación pacífica y copada. Claramente, ni una cosa ni la otra convenían a sus intereses.
Si te enganchaste mucho con El Secreto del Unicornio, seguro vas a querer leer El Tesoro… Si venís siguiendo la serie, también es relevante, porque acá están la primera aparición de Tornasol y la llegada de Haddock y Tintín a Moulinsart. Pero la verdad es que no estamos frente a una gran historia y todo lo bueno que pasa en la historieta, pasa mejor y más flashero en la película.
Yo, que me jacto de llevar siempre la contra de lo que opinan las mayorías, me atrevo a decir que es el que tiene el guión más choto. Te resumo el argumento: Tintín y Haddock van a buscar un tesoro y lo encuentran. Fin. No hay conflicto, no hay villanos, hay apenas peligros mínimos, fácilmente sorteables por los héroes. Recién cuando faltan cinco páginas para el final, hay un giro interesante en la trama, que tampoco involucra peligros ni enemigos. Simplemente les cae la ficha de que estaban buscando el tesoro en el lugar equivocado. Esas últimas cinco páginas tienen una inconsistencia mayúscula (Hergé resuelve en una viñeta el problema de cómo puede conseguir Haddock la guita para comprar el castillo de Moulinsart) pero son las más atrapantes, las menos predecibles y las que cierran de modo satisfactorio una saga (iniciada en el álbum anterior, que vimos el 03/12/12) que en este álbum se va a pique muchas veces.
A la falta de un conflicto fuerte hay que sumarle otro elemento que opaca muchísimo al guión: acá hace su primera aparición el Profesor Tornasol, quien tiene un rol muy destacado en esta historia. La “gracia” de este personaje es que es más sordo que una tapia y entiende lo que se le canta. Cada diálogo es un juego de palabras absurdo, en el que le dicen una cosa y él responde otra que no tiene nada que ver, porque oye para el orto. Eso puede ser gracioso una vez, o dos si tenés menos de 10 años. No 15 veces. Hergé debe haberse convencido de que esto era realmente muy cómico, y así es como todo lo que suman Haddock o Hernández y Fernández, lo resta Tornasol, a quien yo quería ver muerto para la página 12, más o menos. Sin esa pelotudez de la sordera, Tornasol sería un golazo, porque evidentemente su inventiva abre un montón de posibilidades en materia de aventuras, y Hergé las va a aprovechar al mango. Pero cada vez que aparece en escena, te dan ganas de dejar de leer los globos de diálogo.
Al no haber peligros grossos ni villanos que intenten interponerse entre los héroes y su objetivo, las peripecias tienen que ver con tropiezos, accidentes, boludeces que casi siempre van para el lado de la joda. La más graciosa, lejos, es la del principio, cuando una legión de avechuchos invade el departamento de Haddock para exigir su parte del tesoro de Rackham el Rojo. El resto es, básicamente, más de lo mismo: slapstick efectiva, amenazas low-fi y un arsenal inagotable de pretextos medio frutihortícolas para que Tintín zafe de todo.
Al igual que El Secreto del Unicornio, El Tesoro… se editó originalmente en un diario, a razón de una página por día, con lo cual Hergé no tenía tiempo de romperse tanto el culo en los fondos como en otros álbumes. Acá el nivel del dibujo es excelente, pero no está todo ese festival del detalle en los fondos, que era un rubro en el que Tintín le sacaba mucha diferencia a otras historietas de esa época. Lo que sí está y se disfruta muchísimo es la narrativa, siempre eficaz, por momentos hipnótica, que caracterizaba al Hergé de esta época.
Cierro con un detalle menor: una viñeta de la página 58 nos da la pauta de que esta aventura transcurre en el verano boreal de 1941. Sin embargo, no se hace la más mínima mención a que, para esa fecha, Bélgica había sido ocupada por el Tercer Reich. Obviamente, hacerse cargo de una cosa así hubiese restado verosimilitud al hecho de que un barco belga como el Sirius pudiera navegar libremente con rumbo a América, que es donde las coordenadas que maneja Haddock parecen situar al Unicornio. Y además, si Hergé mostraba a los nazis, o los tenía que pintar como villanos, o como una fuerza de ocupación pacífica y copada. Claramente, ni una cosa ni la otra convenían a sus intereses.
Si te enganchaste mucho con El Secreto del Unicornio, seguro vas a querer leer El Tesoro… Si venís siguiendo la serie, también es relevante, porque acá están la primera aparición de Tornasol y la llegada de Haddock y Tintín a Moulinsart. Pero la verdad es que no estamos frente a una gran historia y todo lo bueno que pasa en la historieta, pasa mejor y más flashero en la película.
miércoles, 21 de enero de 2015
21/ 01: TINTIN EN EL PAIS DEL ORO NEGRO
Este es uno de los libros de Tintín que Hergé hizo dos veces. La primera vez, entre 1939 y 1940, salió por entregas semanales en Le Petit Vingtiéme y en Coeurs Vaillantes, combinando páginas a color con páginas en blanco y negro. Una vez liberada Bélgica de la ocupación nazi y después de una temporada de perfil muy bajo debido a su (bastante evidente) simpatía por el régimen instaurado por los invasores, Hergé vuelve a la carga con una segunda versión de esta aventura, que se publica entre septiembre de 1948 y Febrero de 1950 en la revista Tintin, también mezclando páginas en blanco y negro con páginas a color. En 1950 se edita el álbum a todo color, que es el que todos conocemos, no? No. En 1971, el creador vuelve a meter mano en la obra y cambia los diálogos para inventar un país ficticio de Medio Oriente y eliminar todas las referencias a la Palestina ocupada por el Reino Unido, que era la ambientación originalmente elegida para la historia. La versión que nos llegó a nosotros, traducida al castellano, es la que sitúa la aventura en el país ficticio de Khemed.
Ya te nombré a Medio Oriente y el título hace clara referencia al petróleo, con lo cual ya te imaginarás para dónde va la cosa. Hay un villano que sabotea los oleoductos para adulterar el petróleo, una epidemia de accidentes generados por este combustible adulterado, jeques y presidentes de los países petroleros acorralados por la caída en las ventas y –lógicamente- un avechucho que intentará sacar provecho de la situación. ¿Qué hace Tintín en medio de esa runfla? No se entiende bien. Movido puramente por la curiosidad (porque el caso no involucra a ningún amigo suyo, ni lo convoca oficialmente ningún gobierno, ni cae en Khemed por accidente), el pibe del jopito se va a embarcar rumbo al país del oro negro, va a meter la nariz donde nadie lo llamó y, como siempre, va a terminar por desenmascarar a los villanos.
En el medio, también como siempre, va a vivir peripecias increíbles, peleas, persecuciones, tiroteos, capturas a manos de distintas facciones y demás peligros de los que es muy difícil salir vivo si sos un pibe de 16 años y te toca protagonizar una historieta con ciertas pretensiones de realismo. El verosímil se termina de hacer añicos nueve páginas antes del final, cuando irrumpe en Khemed a rescatar a Tintín nada menos que el Capitán Haddock, que no había aparecido ni una sóla viñeta en las 53 páginas previas. ¿Quién le avisó? ¿Cómo llegó? Hergé no dedica ni un globo de diálogo (y eso que hay muchos) a explicarlo.
El resto de los elementos inverosímiles son mucho más tolerables, porque tienen que ver con la comedia, con las secuencias netamente humorísticas que mecha Hergé para diluir un poco el espesor de una trama compleja, y que casi siempre pasan por la formidable dupla Hernández-Fernández (Dupond-Dupont en francés). Acá los ineptísimos gemelos tienen escenas realmente brillantes y son, durante un buen tramo de la obra, el hilo conductor de la aventura. Por supuesto no estoy contando entre los elementos fantásticos o inverosímiles a las casualidades, que son moneda corriente en los argumentos de Hergé. Y entre los elementos cómicos hay que mencionar también a Abdallah, el indómito hijo del Emir, un borrego insufrible, que llegó a ponerme muy nervioso.
En ese equilibrio finito pero muy logrado entre la aventura intensa y ambiciosa y la comedia muchas veces virada al slapstick, El País del Oro Negro sale bastante bien parada, sobre todo gracias al ritmo. Una vez que pasamos esas primeras 8 ó 10 páginas en las que se habla demasiado, la historia agarra un ritmo muy entretenido, con mucha acción. Para cuando arranca la segunda mitad, vuelven los gigantescos globos de diálogo, pero con un agregado interesante: acá ya queda clarísimo el conflicto, de qué juega cada uno de los involucrados, y ya está operando a full el principal villano, que tiene la chapa de haber enfrentado a Tintín en una aventura anterior. La acción recobra protagonismo en las páginas siguientes y ya sobre el final, cuando llega el epílogo, de nuevo Hergé nos ametralla con monólogos infinitos en los que los personajes pasan en limpio lo sucedido.
Del dibujo ni pienso hablar, porque ya reseñé varios álbumes de Tintín y no me quiero repetir como un nabo. Creo que lo mejor del libro es cómo Hergé aborda el tema de los conflictos que estallan en Medio Oriente como consecuencia del gigantesco negocio del petróleo. Y obviamente el hecho de que el belga hablara de este tema (candente aún hoy) en 1939, en una historieta infanto-juvenil. Como me pasó el 09/11/12 con La Oreja Rota, sentí que Hergé estaba escribiendo hace 75 años acerca del mundo de hoy. Un auténtico preclaro.
Ya te nombré a Medio Oriente y el título hace clara referencia al petróleo, con lo cual ya te imaginarás para dónde va la cosa. Hay un villano que sabotea los oleoductos para adulterar el petróleo, una epidemia de accidentes generados por este combustible adulterado, jeques y presidentes de los países petroleros acorralados por la caída en las ventas y –lógicamente- un avechucho que intentará sacar provecho de la situación. ¿Qué hace Tintín en medio de esa runfla? No se entiende bien. Movido puramente por la curiosidad (porque el caso no involucra a ningún amigo suyo, ni lo convoca oficialmente ningún gobierno, ni cae en Khemed por accidente), el pibe del jopito se va a embarcar rumbo al país del oro negro, va a meter la nariz donde nadie lo llamó y, como siempre, va a terminar por desenmascarar a los villanos.
En el medio, también como siempre, va a vivir peripecias increíbles, peleas, persecuciones, tiroteos, capturas a manos de distintas facciones y demás peligros de los que es muy difícil salir vivo si sos un pibe de 16 años y te toca protagonizar una historieta con ciertas pretensiones de realismo. El verosímil se termina de hacer añicos nueve páginas antes del final, cuando irrumpe en Khemed a rescatar a Tintín nada menos que el Capitán Haddock, que no había aparecido ni una sóla viñeta en las 53 páginas previas. ¿Quién le avisó? ¿Cómo llegó? Hergé no dedica ni un globo de diálogo (y eso que hay muchos) a explicarlo.
El resto de los elementos inverosímiles son mucho más tolerables, porque tienen que ver con la comedia, con las secuencias netamente humorísticas que mecha Hergé para diluir un poco el espesor de una trama compleja, y que casi siempre pasan por la formidable dupla Hernández-Fernández (Dupond-Dupont en francés). Acá los ineptísimos gemelos tienen escenas realmente brillantes y son, durante un buen tramo de la obra, el hilo conductor de la aventura. Por supuesto no estoy contando entre los elementos fantásticos o inverosímiles a las casualidades, que son moneda corriente en los argumentos de Hergé. Y entre los elementos cómicos hay que mencionar también a Abdallah, el indómito hijo del Emir, un borrego insufrible, que llegó a ponerme muy nervioso.
En ese equilibrio finito pero muy logrado entre la aventura intensa y ambiciosa y la comedia muchas veces virada al slapstick, El País del Oro Negro sale bastante bien parada, sobre todo gracias al ritmo. Una vez que pasamos esas primeras 8 ó 10 páginas en las que se habla demasiado, la historia agarra un ritmo muy entretenido, con mucha acción. Para cuando arranca la segunda mitad, vuelven los gigantescos globos de diálogo, pero con un agregado interesante: acá ya queda clarísimo el conflicto, de qué juega cada uno de los involucrados, y ya está operando a full el principal villano, que tiene la chapa de haber enfrentado a Tintín en una aventura anterior. La acción recobra protagonismo en las páginas siguientes y ya sobre el final, cuando llega el epílogo, de nuevo Hergé nos ametralla con monólogos infinitos en los que los personajes pasan en limpio lo sucedido.
Del dibujo ni pienso hablar, porque ya reseñé varios álbumes de Tintín y no me quiero repetir como un nabo. Creo que lo mejor del libro es cómo Hergé aborda el tema de los conflictos que estallan en Medio Oriente como consecuencia del gigantesco negocio del petróleo. Y obviamente el hecho de que el belga hablara de este tema (candente aún hoy) en 1939, en una historieta infanto-juvenil. Como me pasó el 09/11/12 con La Oreja Rota, sentí que Hergé estaba escribiendo hace 75 años acerca del mundo de hoy. Un auténtico preclaro.
domingo, 16 de diciembre de 2012
16/ 12: LAS JOYAS DE LA CASTAFIORE
Ah, si todos los álbumes de Tintín fueran como este... A veces los grandes aventureros viven sus mejores aventuras sin moverse de su casa. Le pasó a Astérix, también, en la segunda mitad de la época clásica (1968-1977), cuando empezó a protagonizar álbumes que transcurrían de punta a punta en la aldea, con resultados gloriosos. Unos años antes, Hergé serializa (entre 1961 y 1962) esta saga, luego compilada en álbum en 1963. En la cronología de Tintín, Las Joyas de la Castafiore viene justo después de Tintín en el Tibet, ampliamente considerado el mejor álbum de la serie. ¿Cómo superamos a una aventura insuperable? Y, con una no-aventura.
Lo mejor que tiene Las Joyas... es que acá Hergé prueba algo nuevo y le sale perfecto. Son 62 páginas en las que Tintín y Haddock no viajan, no pegan una sola trompada, nadie los captura ni los ata, no hay tiros, y lo más importante: práticamente nunca se rompe el verosímil. El... 90% de lo que sucede en Las Joyas... podría suceder en la realidad. Pero hay muchos más hallazgos.
Otra cosa que a mí me gustó mucho es la línea que baja la historia: por un lado, los palos a las revistas faranduleras, con los que uno coincide a pleno. Por el otro, desaparece una joya y al toque todos desconfían de una tribu de gitanos que acampan cerca de Moulinsart. Finalmente, y contra el prejuicio facilista de los acomodados, resulta que estos cuasi-indigentes no tenían nada que ver con el supuesto hurto.
Y así como Hergé monta este malentendido en clave más o menos dramática, apoya el resto de la trama en toda otra serie de malentendidos definitivamente en joda. Las Joyas... es, a todas luces, una comedia de enredos, donde Hergé despliega un asombroso talento para el humor basado en situaciones y en la exageración de los rasgos de personalidad de los personajes. Si hasta ahora lo habíamos visto lucirse en los gags, ahora el belga nos muestra un arsenal de recursos humorísticos muchísimo más vasto y más efectivo.
Ayuda mucho, por supuesto, el hecho de tener ya consolidado al elenco: Tintín, Milú, Haddock, Hernández y Fernández, el Profesor Tornasol, Néstor, Bianca Castafiore y hasta el marmolero chanta que no viene a reparar el escalón roto, tienen roles decisivos, no sólo en la trama central, sino en toda la sensación de festivo desconcierto que reina en estas páginas. Con los policías gemelos y la Castafiore, Hergé se puede ir al carajo tranquilo. Se nota desde el primer momento que están pensados como “comic relief”. Con Tintín, Haddock y Tornasol, protagonistas de muchas aventuras muy tensas, un exceso de joda podría jugarle en contra, y sin embargo en Las Joyas... no se priva de nada. Excepto Tintín, que se mantiene siempre careta, el resto entra a este festival de situaciones desopilantes con pitos, matracas, collares de guirnaldas y haciendo un trencito al ritmo del Carnaval Carioca.
El dibujo tiene un solo problema: hay algunas páginas con tanto texto, que este se ve eclipsado. Lo cual se compensa con dos picos, dos momentos altísimos: la secuencia de las páginas 49 y 50 (en la que la trama no avanza en lo más mínimo) con el televisor experimental de Tornasol, que le permite a Hergé jugar al pop art y al surrealismo en viñetas memorables; y la secuencia de las páginas 40 y 41 en las que Tintín se interna en el bosque de noche y –por primera vez en toda la serie- vemos un trabajo zarpadísimo de sombras. Sí, sombras! Durante 11 viñetas, Hergé traiciona a la línea clara y se juega a un claroscuro denso, ominoso, con enorme protagonismo de las masas negras. El resto del álbum muestra la elegancia y la solvencia de siempre, las que uno asocia al Hergé ya afianzado, ya muy canchero en ese estilo tan marcado, tan propio y que en este libro se revela como ideal para este tipo de historias más livianas, más de entrecasa.
Desde hace muchos años, Las Joyas de la Castafiore es mi álbum de Tintín preferido. Hoy, al releerlo, me quedó clarísimo por qué: es un comic tan redondo, tan efectivo, tan exquisitamente extraño, que te puede gustar aunque odies a Tintín.
Lo mejor que tiene Las Joyas... es que acá Hergé prueba algo nuevo y le sale perfecto. Son 62 páginas en las que Tintín y Haddock no viajan, no pegan una sola trompada, nadie los captura ni los ata, no hay tiros, y lo más importante: práticamente nunca se rompe el verosímil. El... 90% de lo que sucede en Las Joyas... podría suceder en la realidad. Pero hay muchos más hallazgos.
Otra cosa que a mí me gustó mucho es la línea que baja la historia: por un lado, los palos a las revistas faranduleras, con los que uno coincide a pleno. Por el otro, desaparece una joya y al toque todos desconfían de una tribu de gitanos que acampan cerca de Moulinsart. Finalmente, y contra el prejuicio facilista de los acomodados, resulta que estos cuasi-indigentes no tenían nada que ver con el supuesto hurto.
Y así como Hergé monta este malentendido en clave más o menos dramática, apoya el resto de la trama en toda otra serie de malentendidos definitivamente en joda. Las Joyas... es, a todas luces, una comedia de enredos, donde Hergé despliega un asombroso talento para el humor basado en situaciones y en la exageración de los rasgos de personalidad de los personajes. Si hasta ahora lo habíamos visto lucirse en los gags, ahora el belga nos muestra un arsenal de recursos humorísticos muchísimo más vasto y más efectivo.
Ayuda mucho, por supuesto, el hecho de tener ya consolidado al elenco: Tintín, Milú, Haddock, Hernández y Fernández, el Profesor Tornasol, Néstor, Bianca Castafiore y hasta el marmolero chanta que no viene a reparar el escalón roto, tienen roles decisivos, no sólo en la trama central, sino en toda la sensación de festivo desconcierto que reina en estas páginas. Con los policías gemelos y la Castafiore, Hergé se puede ir al carajo tranquilo. Se nota desde el primer momento que están pensados como “comic relief”. Con Tintín, Haddock y Tornasol, protagonistas de muchas aventuras muy tensas, un exceso de joda podría jugarle en contra, y sin embargo en Las Joyas... no se priva de nada. Excepto Tintín, que se mantiene siempre careta, el resto entra a este festival de situaciones desopilantes con pitos, matracas, collares de guirnaldas y haciendo un trencito al ritmo del Carnaval Carioca.
El dibujo tiene un solo problema: hay algunas páginas con tanto texto, que este se ve eclipsado. Lo cual se compensa con dos picos, dos momentos altísimos: la secuencia de las páginas 49 y 50 (en la que la trama no avanza en lo más mínimo) con el televisor experimental de Tornasol, que le permite a Hergé jugar al pop art y al surrealismo en viñetas memorables; y la secuencia de las páginas 40 y 41 en las que Tintín se interna en el bosque de noche y –por primera vez en toda la serie- vemos un trabajo zarpadísimo de sombras. Sí, sombras! Durante 11 viñetas, Hergé traiciona a la línea clara y se juega a un claroscuro denso, ominoso, con enorme protagonismo de las masas negras. El resto del álbum muestra la elegancia y la solvencia de siempre, las que uno asocia al Hergé ya afianzado, ya muy canchero en ese estilo tan marcado, tan propio y que en este libro se revela como ideal para este tipo de historias más livianas, más de entrecasa.
Desde hace muchos años, Las Joyas de la Castafiore es mi álbum de Tintín preferido. Hoy, al releerlo, me quedó clarísimo por qué: es un comic tan redondo, tan efectivo, tan exquisitamente extraño, que te puede gustar aunque odies a Tintín.
lunes, 3 de diciembre de 2012
03/ 12: EL SECRETO DEL UNICORNIO
Difícil releer esta historieta después de haber visto la peli de Tintín de Steven Spielberg, pero bueno, vamos a intentarlo.
Esta es una historia rara. Se trata del undécimo álbum de la serie, originalmente publicado entre 1942 y 1943 en un diario, a razón de una página por día y en blanco y negro. Hergé coloreó la historieta para la edición en libro (también del ´43) pero se resistió a modificar los dibujos, que tienen una diferencia importante con otros tomos de Tintín. Al estar hecha de a una página por día, El Secreto del Unicornio es una historieta bastante mezquina en uno de los aspectos más notorios del estilo de Hergé, que son esos fondos laburadísimos. Acá, en cambio, los fondos escasean como los artistas en los eventos que organiza Muñones. Bueno, no tanto. Hay algunos, que están muy bien, y se hace bastante conspicua la ausencia de otros.
También llaman la atención algunos globos de diálogo inmensos, interminables, en los que los personajes se mandan unos monólogos larguísimos mientras sus cabecitas aparecen chiquititas, en el rinconcito de la viñeta que no está ocupado por el texto. Esto es raro en Hergé, no se ve en los otros álbumes. Acá sospecho que tuvo algún problema con la planificación de la obra, porque sobre las últimas páginas empiezan a proliferar estos choclos de texto en los que –sin motivo aparente- el señor Pájaro (Loiseau, en el original) le explica minuciosamente a Tintín miles de cosas importantes (y no tanto) para la trama que ni el protagonista ni los lectores tenían forma de deducir. Pájaro es lo más parecido a un villano que tiene la historia y cuando llega esta escena ya está arrestado y bajo custodia (de dos ineptos como Hernández y Fernández, pero bueno, es lo que hay). ¿Qué lo motiva a explicar todo eso? ¿Qué gana avivando a Tintín de cómo viene la mano con los barcos, los pergaminos y demás? No tiene lógica. Se nota demasiado que Pájaro no le está hablando a Tintín, sino a los lectores que seguían (seguíamos) perplejos una trama por momentos un poquito rebuscada.
Por suerte, eso es lo único que no tiene lógica. Acá Tintín no cambia de país ni de idioma, no vence él sólo a una banda de matones armados, no se enfrenta a animales salvajes (le sueltan un gran danés, pero corre)... Zafa, por supuesto, de varios peligros, pero dentro de un contexto más o menos verosímil. En ese mismo contexto, no hacen demasiado ruido los gags (generalmente a cargo de Milú o de los gemelos detectives), creo que porque están bien intercalados. A diferencia de los álbumes anteriores, este tiene el protagonismo mucho más repartido entre Tintín y el Capitán Haddock, que se come entre 16 y 17 páginas con la historia de su antepasado, que resulta clave para entender el misterio del Unicornio y además le permite a Hergé dibujar las mejores escenas de acción que tiene el tomo. Y hablando de secundarios, es importante mencionar que acá hacen su primera aparición el mayordomo Néstor y la mansión de Moulinsart.
Si bien no está exenta de algunos problemas, El Secreto del Unicornio tiene méritos para ser el álbum más vendido de la historia de Tintín. Acá el maestro Hergé muestra ambición, hambre de gloria, ganas de ampliar el espectro de la serie. Mucho de lo más importante se resolverá en el álbum siguiente (El Tesoro de Rackham el Rojo, que no se entiende una chota sin haber leído antes El Secreto...) y aún así, el final de este álbum resulta plenamente satisfactorio. La versión fílmica se parece bastante poco a la historieta: toma la base del argumento y algunos elementos puntuales, pero los mezcla a piaccere con material de otros álbumes. Los puristas se desgarrarán las vestiduras y a otros nos reconfortará pensar que la peli seguramente servirá para que mucha gente entre por ese lado a las aventuras de Tintín, y a este álbum en particular. El sólo hecho de que una historieta escrita hace 70 años conserve algún tipo de atractivo para los lectores de hoy, habla con elocuencia de la chapa y la vigencia de esta obra.
Esta es una historia rara. Se trata del undécimo álbum de la serie, originalmente publicado entre 1942 y 1943 en un diario, a razón de una página por día y en blanco y negro. Hergé coloreó la historieta para la edición en libro (también del ´43) pero se resistió a modificar los dibujos, que tienen una diferencia importante con otros tomos de Tintín. Al estar hecha de a una página por día, El Secreto del Unicornio es una historieta bastante mezquina en uno de los aspectos más notorios del estilo de Hergé, que son esos fondos laburadísimos. Acá, en cambio, los fondos escasean como los artistas en los eventos que organiza Muñones. Bueno, no tanto. Hay algunos, que están muy bien, y se hace bastante conspicua la ausencia de otros.
También llaman la atención algunos globos de diálogo inmensos, interminables, en los que los personajes se mandan unos monólogos larguísimos mientras sus cabecitas aparecen chiquititas, en el rinconcito de la viñeta que no está ocupado por el texto. Esto es raro en Hergé, no se ve en los otros álbumes. Acá sospecho que tuvo algún problema con la planificación de la obra, porque sobre las últimas páginas empiezan a proliferar estos choclos de texto en los que –sin motivo aparente- el señor Pájaro (Loiseau, en el original) le explica minuciosamente a Tintín miles de cosas importantes (y no tanto) para la trama que ni el protagonista ni los lectores tenían forma de deducir. Pájaro es lo más parecido a un villano que tiene la historia y cuando llega esta escena ya está arrestado y bajo custodia (de dos ineptos como Hernández y Fernández, pero bueno, es lo que hay). ¿Qué lo motiva a explicar todo eso? ¿Qué gana avivando a Tintín de cómo viene la mano con los barcos, los pergaminos y demás? No tiene lógica. Se nota demasiado que Pájaro no le está hablando a Tintín, sino a los lectores que seguían (seguíamos) perplejos una trama por momentos un poquito rebuscada.
Por suerte, eso es lo único que no tiene lógica. Acá Tintín no cambia de país ni de idioma, no vence él sólo a una banda de matones armados, no se enfrenta a animales salvajes (le sueltan un gran danés, pero corre)... Zafa, por supuesto, de varios peligros, pero dentro de un contexto más o menos verosímil. En ese mismo contexto, no hacen demasiado ruido los gags (generalmente a cargo de Milú o de los gemelos detectives), creo que porque están bien intercalados. A diferencia de los álbumes anteriores, este tiene el protagonismo mucho más repartido entre Tintín y el Capitán Haddock, que se come entre 16 y 17 páginas con la historia de su antepasado, que resulta clave para entender el misterio del Unicornio y además le permite a Hergé dibujar las mejores escenas de acción que tiene el tomo. Y hablando de secundarios, es importante mencionar que acá hacen su primera aparición el mayordomo Néstor y la mansión de Moulinsart.
Si bien no está exenta de algunos problemas, El Secreto del Unicornio tiene méritos para ser el álbum más vendido de la historia de Tintín. Acá el maestro Hergé muestra ambición, hambre de gloria, ganas de ampliar el espectro de la serie. Mucho de lo más importante se resolverá en el álbum siguiente (El Tesoro de Rackham el Rojo, que no se entiende una chota sin haber leído antes El Secreto...) y aún así, el final de este álbum resulta plenamente satisfactorio. La versión fílmica se parece bastante poco a la historieta: toma la base del argumento y algunos elementos puntuales, pero los mezcla a piaccere con material de otros álbumes. Los puristas se desgarrarán las vestiduras y a otros nos reconfortará pensar que la peli seguramente servirá para que mucha gente entre por ese lado a las aventuras de Tintín, y a este álbum en particular. El sólo hecho de que una historieta escrita hace 70 años conserve algún tipo de atractivo para los lectores de hoy, habla con elocuencia de la chapa y la vigencia de esta obra.
martes, 20 de noviembre de 2012
20/ 11: LA ISLA NEGRA
Tintín es un fenómeno. Sin visa, sin pasaporte, sin 18 años cumplidos, sin siquiera un apellido, cruza como Pancho por su casa de un país a otro, incluso portando armas de fuego. No tiene ningún drama: habla y entiende todos los idiomas y si la cosa se complica, pela dinero en efectivo de todos los países. Además sabe manejar autos, lanchas, motos y aviones, algo ideal para un adicto a las travesías. Con estos superpoderes, más su astucia, su coraje y un perrito tan superdotado como él, Tintín se va a enfrentar él solito a una banda de falsificadores de billetes y –obviamente- les va a ganar. No va ser fácil: primero va a tener que sobrevivir a varios disparos (por suerte, todos los malos tienen pésima puntería), varios garrotazos, un incendio, un choque a bordo de una casa rodante, la caída de una avioneta y un par de rounds contra un gorila salvaje. Nada que cualquier pibe de 16 años no haga día por medio...
Apoyado en ese mullido colchón de premisas inverosímiles, La Isla Negra es un álbum entretenido, ágil, mucho más sólido que el anterior (La Oreja Rota). La versión original fue realizada entre 1937 y 1938 y era más extensa. Años más tarde, Hergé la redujo a 62 páginas y finalmente (ya en los ´60) la redibujó por completo, con la excusa de corregirle algunos errores detectados por su editor británico. Eso explica que La Isla esté tanto mejor dibujada que La Oreja, cuyo dibujo nos remite más al Hergé antiguo que al moderno. No es que las diferencias entre uno y otro sean abismales, pero se perciben. Y a mí me gusta más cómo dibuja el Hergé moderno, el que vuelve con todo en los años ´50.
Leído con mentalidad de chico de 9 ó 10 años, La Isla Negra debe ser un álbum muy flashero. Hay muchísima acción, a Tintín le pasa de todo, lo capturan y lo cagan a palos veinte veces, hay muchos chistes (Hernández y Fernández se esmeran, pero los más hilarantes los genera Milú) y aún así, todo el tiempo el clima es tenso, dramático, un thriller al límite. Por supuesto, uno no tiene 10 años y por eso se sobresalta y/o indigna con las inconsistencias del guión, con las formas ridículas en las que los buenos zafan de uno y mil peligros jodidísimos y sobre todo con el capricho de Hergé por no explicar cómo carajo Tintín logra hacer todo eso que un pibe común y corriente no puede hacer jamás... por lo menos en el marco de una historieta que –aunque el dibujo nos sugiera otra cosa- tiene altas pretensiones de realismo.
Esa es –me parece- la principal contradicción de Hergé. Vos ves la historieta y se nota cómo hace gala de una documentación increíblemente precisa: los uniformes de los canas y los milicos son exactos, el tren que va de Bruselas a Londres ES el tren que va de Bruselas a Londres, los barcos, los autos, hasta ese precario televisor, todo está perfectamente tomado de la realidad. Ahí, el margen para el chamuyo es cero. ¿Entonces? ¿No te hace ruido que Tintín viaje sin documentos (ni adultos), con un perro, a veces con armas, que hable todos los idiomas y tenga efectivo de todos los países? Ponele que esté re-entrenado para deshacer nudos, destrabar candados, sobrevivir a caídas, esquivar balazos y luchar con y sin armas. Pero ¿y lo otro? ¿Cómo lo explicamos? Ponele que pasa por las aduanas y las fronteras coimeando gendarmes. ¿Y la guita? ¿Quién lo financia? El gobierno de Bélgica, seguro que no. De hecho en un momento, los policías belgas (Hernández y Fernández) lo intentan arrestar. ¿Cómo puede operar con tanta autonomía un pibe solo, sin banca ni “licencia para matar” emitida por nadie? Ahí, maestro, es donde todo el realismo que propone Hergé se cae a pedazos.
Si esto no te calienta, o te parece un detalle menor, acá tenés una muy linda aventura de Tintín, clásica hasta la médula, repleta de peripecias emocionantes y dibujada obscenamente bien. No es poco.
Apoyado en ese mullido colchón de premisas inverosímiles, La Isla Negra es un álbum entretenido, ágil, mucho más sólido que el anterior (La Oreja Rota). La versión original fue realizada entre 1937 y 1938 y era más extensa. Años más tarde, Hergé la redujo a 62 páginas y finalmente (ya en los ´60) la redibujó por completo, con la excusa de corregirle algunos errores detectados por su editor británico. Eso explica que La Isla esté tanto mejor dibujada que La Oreja, cuyo dibujo nos remite más al Hergé antiguo que al moderno. No es que las diferencias entre uno y otro sean abismales, pero se perciben. Y a mí me gusta más cómo dibuja el Hergé moderno, el que vuelve con todo en los años ´50.
Leído con mentalidad de chico de 9 ó 10 años, La Isla Negra debe ser un álbum muy flashero. Hay muchísima acción, a Tintín le pasa de todo, lo capturan y lo cagan a palos veinte veces, hay muchos chistes (Hernández y Fernández se esmeran, pero los más hilarantes los genera Milú) y aún así, todo el tiempo el clima es tenso, dramático, un thriller al límite. Por supuesto, uno no tiene 10 años y por eso se sobresalta y/o indigna con las inconsistencias del guión, con las formas ridículas en las que los buenos zafan de uno y mil peligros jodidísimos y sobre todo con el capricho de Hergé por no explicar cómo carajo Tintín logra hacer todo eso que un pibe común y corriente no puede hacer jamás... por lo menos en el marco de una historieta que –aunque el dibujo nos sugiera otra cosa- tiene altas pretensiones de realismo.
Esa es –me parece- la principal contradicción de Hergé. Vos ves la historieta y se nota cómo hace gala de una documentación increíblemente precisa: los uniformes de los canas y los milicos son exactos, el tren que va de Bruselas a Londres ES el tren que va de Bruselas a Londres, los barcos, los autos, hasta ese precario televisor, todo está perfectamente tomado de la realidad. Ahí, el margen para el chamuyo es cero. ¿Entonces? ¿No te hace ruido que Tintín viaje sin documentos (ni adultos), con un perro, a veces con armas, que hable todos los idiomas y tenga efectivo de todos los países? Ponele que esté re-entrenado para deshacer nudos, destrabar candados, sobrevivir a caídas, esquivar balazos y luchar con y sin armas. Pero ¿y lo otro? ¿Cómo lo explicamos? Ponele que pasa por las aduanas y las fronteras coimeando gendarmes. ¿Y la guita? ¿Quién lo financia? El gobierno de Bélgica, seguro que no. De hecho en un momento, los policías belgas (Hernández y Fernández) lo intentan arrestar. ¿Cómo puede operar con tanta autonomía un pibe solo, sin banca ni “licencia para matar” emitida por nadie? Ahí, maestro, es donde todo el realismo que propone Hergé se cae a pedazos.
Si esto no te calienta, o te parece un detalle menor, acá tenés una muy linda aventura de Tintín, clásica hasta la médula, repleta de peripecias emocionantes y dibujada obscenamente bien. No es poco.
viernes, 9 de noviembre de 2012
09/ 11: LA OREJA ROTA
La última vez que me quise hacer el ecléctico entrándole a un comic anterior a 1960 me fue bastante mal: fue con el Tarzan de Hogarth, que recién ahora, cuando me llevo fumados como ocho tomos, me empieza a resultar tolerable. Esta vez repetí el experimento con un álbum de Tintín originalmente escrito y dibujado por Hergé en 1937. La verdad, no me fue mucho mejor.
La Oreja Rota es el sexto álbum de las aventuras del joven Tintín. No está el Capitán Haddock, no está el Profesor Tornasol y apenas hay una brevísima secuencia con Hernández y Fernández. El resto gira todo en torno al aventurero del jopito, personaje de escasa onda si los hay. No sé si eso es lo peor que tiene este álbum, porque hay varias cosas imperdonables. La primera (la segunda, en realidad) es que Hergé pone en marcha una trama, la desarrolla con bastante buen ritmo a lo largo de 16 páginas y la desactiva casi por completo entre las páginas 17 y 48. Todo lo importante, lo que resuelve el núcleo argumental con el que arranca La Oreja Rota, sucede cuando el belga se digna a retomar la trama desactivada, en las páginas 48 a 62. Eso me permite inferir, entre otras cosas, que el argumento de “alguien se afanó un antiguo fetiche de la tribu de los Arumbaya y urge recuperarlo” no se bancaba 62 páginas de desarrollo. El propio Hergé lo demuestra al resolverlo en 32.
¿Y en las 30 páginas restantes, qué carajo pasa? Tintín viaja a un país de Sudamérica en busca del fetiche robado y se encuentra con una caricatura bastante grosera de la típica republiqueta: hombres vagos y desaliñados que escabian a toda hora, milicos corruptos que se derrocan los unos a los otros en una incansable sucesión de tiranos y un clima de inestabilidad política que hace que Tintín, un pendejo que no tiene idea de nada, ni siquiera tiene 18 años y –aún más heavy- ni siquiera tiene apellido, llegue a ocupar el cargo de Coronel y mano derecha de uno de los milicos que se alza con el gobierno de San Teodoro. Hergé claramente se pasa de listo en su caricatura y se nota todo el tiempo que las atrocidades que narra le causan más gracia que escozor. Dentro de ese clima mucho más festivo que trágico, tira una grossa: se viene una guerra entre San Teodoro y el país vecino, instigada por los yankis, que se quieren quedar con el petróleo de ambas naciones. Impresionante. Uno juraría que Hergé leía los diarios del 2012, pero no, leía los de 1937. Ahí ya estaba presente el negocio de agitar a los milicos para que declararan guerras absurdas y gastaran fortunas en armas, para después rosquear con la multinacional de turno que se quedaba –por chaucha y palito- con los recursos naturales del sufrido país tercermundista. Había que saber verlo, nomás, y Hergé lo vio con toda claridad.
En todo el álbum, pero en especial en estas 30 páginas en las que Tintín queda varado en San Teodoro, Hergé mecha una buena cantidad de gags bastante graciosos, que son los que lo salvan del embole definitivo. La aventura en sí no está para nada bien llevada, porque se basa en una acumulación ridícula de casualidades. Tintín zafa tantas veces de tantos peligros tan extremos, y encima con excusas tan chotas, que el verosímil se erosiona hasta desaparecer. Si te hace un poquito de ruido ver a un adolescente portar armas de fuego, manejar autos y disponer de la guita que hace falta para viajar de un continente a otro, el ruido que te hacen las peripecias de Tintín en San Teodoro es atronador. Es casi una carcajada burlona que se te ríe en la cara por haber perdido tu tiempo leyendo semejante sarta de pelotudeces. Tal vez eso sea lo peor de La Oreja Rota.
El dibujo es de 1937, o sea, todavía falta para que Hergé entregue sus mejores páginas. Acá el estilo del maestro todavía está un poquito crudo, aunque ya se le nota su principal virtud: resolver todo con un trazo simplísimo. Sin sombras, reservando el realismo sólo para fondos y vehículos, Hergé se las ingeniaba para plasmar en sus páginas absolutamente todo lo que hacía falta para narrar estas aventuras con toques de comedia de un modo sólido y eficaz. No sé si la grilla de cuatro tiras por página (algunas de las tiras llegan a incluir cinco viñetitas) lo ayuda o le juega en contra. Me cuesta imaginarme las aventuras de Tintín con una puesta en página distinta, más moderna, menos tributaria de las tiras de prensa clásicas. Así, en ese mosaico de cuadritos mínimos, formas muy definidas y colores planos, la historia parece funcionar. Con todas las limitaciones propias de guiones escritos para chicos hace 75 años, obviamente; pero en ese aspecto, el de la narrativa, me parece que es donde Hergé menos atrasa.
Tengo más álbumes de Tintín sin leer, así que volveremos a visitarlo a la brevedad.
La Oreja Rota es el sexto álbum de las aventuras del joven Tintín. No está el Capitán Haddock, no está el Profesor Tornasol y apenas hay una brevísima secuencia con Hernández y Fernández. El resto gira todo en torno al aventurero del jopito, personaje de escasa onda si los hay. No sé si eso es lo peor que tiene este álbum, porque hay varias cosas imperdonables. La primera (la segunda, en realidad) es que Hergé pone en marcha una trama, la desarrolla con bastante buen ritmo a lo largo de 16 páginas y la desactiva casi por completo entre las páginas 17 y 48. Todo lo importante, lo que resuelve el núcleo argumental con el que arranca La Oreja Rota, sucede cuando el belga se digna a retomar la trama desactivada, en las páginas 48 a 62. Eso me permite inferir, entre otras cosas, que el argumento de “alguien se afanó un antiguo fetiche de la tribu de los Arumbaya y urge recuperarlo” no se bancaba 62 páginas de desarrollo. El propio Hergé lo demuestra al resolverlo en 32.
¿Y en las 30 páginas restantes, qué carajo pasa? Tintín viaja a un país de Sudamérica en busca del fetiche robado y se encuentra con una caricatura bastante grosera de la típica republiqueta: hombres vagos y desaliñados que escabian a toda hora, milicos corruptos que se derrocan los unos a los otros en una incansable sucesión de tiranos y un clima de inestabilidad política que hace que Tintín, un pendejo que no tiene idea de nada, ni siquiera tiene 18 años y –aún más heavy- ni siquiera tiene apellido, llegue a ocupar el cargo de Coronel y mano derecha de uno de los milicos que se alza con el gobierno de San Teodoro. Hergé claramente se pasa de listo en su caricatura y se nota todo el tiempo que las atrocidades que narra le causan más gracia que escozor. Dentro de ese clima mucho más festivo que trágico, tira una grossa: se viene una guerra entre San Teodoro y el país vecino, instigada por los yankis, que se quieren quedar con el petróleo de ambas naciones. Impresionante. Uno juraría que Hergé leía los diarios del 2012, pero no, leía los de 1937. Ahí ya estaba presente el negocio de agitar a los milicos para que declararan guerras absurdas y gastaran fortunas en armas, para después rosquear con la multinacional de turno que se quedaba –por chaucha y palito- con los recursos naturales del sufrido país tercermundista. Había que saber verlo, nomás, y Hergé lo vio con toda claridad.
En todo el álbum, pero en especial en estas 30 páginas en las que Tintín queda varado en San Teodoro, Hergé mecha una buena cantidad de gags bastante graciosos, que son los que lo salvan del embole definitivo. La aventura en sí no está para nada bien llevada, porque se basa en una acumulación ridícula de casualidades. Tintín zafa tantas veces de tantos peligros tan extremos, y encima con excusas tan chotas, que el verosímil se erosiona hasta desaparecer. Si te hace un poquito de ruido ver a un adolescente portar armas de fuego, manejar autos y disponer de la guita que hace falta para viajar de un continente a otro, el ruido que te hacen las peripecias de Tintín en San Teodoro es atronador. Es casi una carcajada burlona que se te ríe en la cara por haber perdido tu tiempo leyendo semejante sarta de pelotudeces. Tal vez eso sea lo peor de La Oreja Rota.
El dibujo es de 1937, o sea, todavía falta para que Hergé entregue sus mejores páginas. Acá el estilo del maestro todavía está un poquito crudo, aunque ya se le nota su principal virtud: resolver todo con un trazo simplísimo. Sin sombras, reservando el realismo sólo para fondos y vehículos, Hergé se las ingeniaba para plasmar en sus páginas absolutamente todo lo que hacía falta para narrar estas aventuras con toques de comedia de un modo sólido y eficaz. No sé si la grilla de cuatro tiras por página (algunas de las tiras llegan a incluir cinco viñetitas) lo ayuda o le juega en contra. Me cuesta imaginarme las aventuras de Tintín con una puesta en página distinta, más moderna, menos tributaria de las tiras de prensa clásicas. Así, en ese mosaico de cuadritos mínimos, formas muy definidas y colores planos, la historia parece funcionar. Con todas las limitaciones propias de guiones escritos para chicos hace 75 años, obviamente; pero en ese aspecto, el de la narrativa, me parece que es donde Hergé menos atrasa.
Tengo más álbumes de Tintín sin leer, así que volveremos a visitarlo a la brevedad.
miércoles, 16 de mayo de 2012
16/ 05: LAS AVENTURAS DE HERGE
Hace un tiempito apareció este libro ofrecido en el Previews, obviamente en edición yanki, y yo, tras derramar hectolitros de baba, decidí que no me cerraba pagarlo u$ 20, por eso no me lo pedí. Ahora lo vi en una comiquería amiga a menos de $90 (no muuucho menos) y al hojearlo, no me pude resistir.
Esta novela gráfica es absolutamente indispensable. No sólo para los fans de Hergé (1907-1983), o de la línea clara franco-belga. Cualquiera al que le interese mínimamente la historia del comic europeo tiene que tenerlo, o por lo menos leerlo un par de veces. Los guionistas José Luis Bocquet y Jean-Luc Fromental hicieron los deberes. En menos de 70 páginas, nos cuentan con lujo de detalles toda la vida del célebre Georges Rémi, infinitamente más conocido como Hergé, sin esquivar ninguna de las preguntas que cualquier lector se puede hacer sobre su vida y su obra. ¿De dónde viene su espíritu aventurero? ¿De dónde salieron el pibe con jopito, los hermanos gemelos y el irascible compañero siempre al borde de estallar en una catarata de improperios? ¿Cuál era su verdadera relación con su esposa Germaine, con la que nunca tuvo hijos? ¿Cuánto hay de cierto en los relatos que lo pintan como un jefe despótico, que terminó para el orto con casi todos sus asistentes? ¿Qué tan real es el mito que lo pinta como un chupacirios, amigo de los nazis y ferviente anti-comunista?
De humilde hijo de un empleado textil a celebridad mundial, globalmente famoso por sus historietas, la novela nos invita a redescubrir al Hergé público (se murió hace casi 30 años, con lo cual muchos de sus lectores no compartieron planeta con él) y a descubrir al Hergé privado, al que puertas adentro, con éxitos y desgracias, se forjó una carrera como historietista con la que, desde entonces, soñaron muchos. La verdad es que el guión es muy ecuánime: ni derrapa hacia la hagiografía ni se regodea en el escrache. Hergé sale parado como un tipo ni bueno ni malo, al que le sobraron huevos para un montón de cosas y le faltaron huevos para otras tantas. Ni es el empresario garca que se llenó de plata a costillas del trabajo de otros, ni el artista hippie que mantuvo intactos los ideales de sus inicios aunque se cagara de hambre. Igual se nota que los autores tienen claro que a Hergé lo sigue a full un público bastante conservador, que no quiere descubrir que su ídolo era un zarpado. Todo su affaire con la colorista Fanny Vlamynck está contado del modo más sutil posible y la escena en la que descubre la marihuana en un viaje a los EEUU dura una sóla viñeta.
La vida de Hergé es tan rica, que hasta tiene lugar para una trama de intriga internacional, que es la que gira en torno a Chang Chong-Jen, a quien el dibujante conoce en 1932 y logra sacar de China casi 50 años después. La relación fraterna entre Hergé y Chang es uno de los puntos más altos del libro, y además algo que yo desconocía absolutamente.
El dibujo, a cargo de Stanislas, obviamente se inscribe dentro de la línea clara, pero con la astucia necesaria como para que esto no parezca en ningún momento una historieta dibujada por Hergé. Stanislas es –no puede evitarlo- mucho más moderno, porque es evidente que leyó a Ever Meulen, Daniel Torres y Joost Swarte, entre otros renovadores de la estética creada por Hergé. Para que lo ubiques más fácil, Stanislas dibuja igual a Pablo Zweig. No al Zweig historietista, sino al Zweig ilustrador. Pero igual, eh? Si viene Pablo y te dice “Mirá mi nuevo libro”, le creés y lo felicitás. La narrativa es muy clásica y la puesta en página se diferencia de la de Hergé porque cada tanto Stanislas mete viñetas más chiquitas, ya sea cuadros partidos en dos, o cuadros horizontales (widescreen) muy finitos. El color es re-Hergé excepto por las manchas rojizas en los cachetes de los personajes (otro detalle típico de Zweig) y la tipografía no se parece a la de Tintín, pero se le acerca bastante.
Ahora que la peli de Spielberg y Jackson reavivó el interés por la obra de Hergé, es un gran momento para conocer su vida. Y la verdad es que Bocquet, Fromental y Stanislas nos la presentan como una sucesión de eventos muy, muy interesantes, que además vienen bárbaro para recorrer más de 75 años del Siglo XX en los que pasó absolutamente de todo, no sólo en la historia de Hergé, ni en la de la historieta, sino en la del mundo en general. Seas fan o detractor del creador de Tintín, esta obra te va a pegar fuerte y te va a cambiar la forma de leer las aventuras del chico del jopito.
Esta novela gráfica es absolutamente indispensable. No sólo para los fans de Hergé (1907-1983), o de la línea clara franco-belga. Cualquiera al que le interese mínimamente la historia del comic europeo tiene que tenerlo, o por lo menos leerlo un par de veces. Los guionistas José Luis Bocquet y Jean-Luc Fromental hicieron los deberes. En menos de 70 páginas, nos cuentan con lujo de detalles toda la vida del célebre Georges Rémi, infinitamente más conocido como Hergé, sin esquivar ninguna de las preguntas que cualquier lector se puede hacer sobre su vida y su obra. ¿De dónde viene su espíritu aventurero? ¿De dónde salieron el pibe con jopito, los hermanos gemelos y el irascible compañero siempre al borde de estallar en una catarata de improperios? ¿Cuál era su verdadera relación con su esposa Germaine, con la que nunca tuvo hijos? ¿Cuánto hay de cierto en los relatos que lo pintan como un jefe despótico, que terminó para el orto con casi todos sus asistentes? ¿Qué tan real es el mito que lo pinta como un chupacirios, amigo de los nazis y ferviente anti-comunista?
De humilde hijo de un empleado textil a celebridad mundial, globalmente famoso por sus historietas, la novela nos invita a redescubrir al Hergé público (se murió hace casi 30 años, con lo cual muchos de sus lectores no compartieron planeta con él) y a descubrir al Hergé privado, al que puertas adentro, con éxitos y desgracias, se forjó una carrera como historietista con la que, desde entonces, soñaron muchos. La verdad es que el guión es muy ecuánime: ni derrapa hacia la hagiografía ni se regodea en el escrache. Hergé sale parado como un tipo ni bueno ni malo, al que le sobraron huevos para un montón de cosas y le faltaron huevos para otras tantas. Ni es el empresario garca que se llenó de plata a costillas del trabajo de otros, ni el artista hippie que mantuvo intactos los ideales de sus inicios aunque se cagara de hambre. Igual se nota que los autores tienen claro que a Hergé lo sigue a full un público bastante conservador, que no quiere descubrir que su ídolo era un zarpado. Todo su affaire con la colorista Fanny Vlamynck está contado del modo más sutil posible y la escena en la que descubre la marihuana en un viaje a los EEUU dura una sóla viñeta.
La vida de Hergé es tan rica, que hasta tiene lugar para una trama de intriga internacional, que es la que gira en torno a Chang Chong-Jen, a quien el dibujante conoce en 1932 y logra sacar de China casi 50 años después. La relación fraterna entre Hergé y Chang es uno de los puntos más altos del libro, y además algo que yo desconocía absolutamente.
El dibujo, a cargo de Stanislas, obviamente se inscribe dentro de la línea clara, pero con la astucia necesaria como para que esto no parezca en ningún momento una historieta dibujada por Hergé. Stanislas es –no puede evitarlo- mucho más moderno, porque es evidente que leyó a Ever Meulen, Daniel Torres y Joost Swarte, entre otros renovadores de la estética creada por Hergé. Para que lo ubiques más fácil, Stanislas dibuja igual a Pablo Zweig. No al Zweig historietista, sino al Zweig ilustrador. Pero igual, eh? Si viene Pablo y te dice “Mirá mi nuevo libro”, le creés y lo felicitás. La narrativa es muy clásica y la puesta en página se diferencia de la de Hergé porque cada tanto Stanislas mete viñetas más chiquitas, ya sea cuadros partidos en dos, o cuadros horizontales (widescreen) muy finitos. El color es re-Hergé excepto por las manchas rojizas en los cachetes de los personajes (otro detalle típico de Zweig) y la tipografía no se parece a la de Tintín, pero se le acerca bastante.
Ahora que la peli de Spielberg y Jackson reavivó el interés por la obra de Hergé, es un gran momento para conocer su vida. Y la verdad es que Bocquet, Fromental y Stanislas nos la presentan como una sucesión de eventos muy, muy interesantes, que además vienen bárbaro para recorrer más de 75 años del Siglo XX en los que pasó absolutamente de todo, no sólo en la historia de Hergé, ni en la de la historieta, sino en la del mundo en general. Seas fan o detractor del creador de Tintín, esta obra te va a pegar fuerte y te va a cambiar la forma de leer las aventuras del chico del jopito.
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