Después de un paréntesis de nueve meses, retomo esta serie que pintaba muy bien. Esta vez sin Stephen King, le toca a Scott Snyder bancar los trapos él solito y a riesgo de parecer un hereje, lo hace tan bien que este tomo me gustó más que el anterior.
La historia salta 11 años para adelante: de 1925 nos vamos a 1936, siempre en la Costa Oeste de los EEUU. El primer arco nos lleva a Las Vegas, un pueblucho perdido en el medio del desierto que vive una súbita y brutal transformación: se está construyendo la monumental represa Hoover y eso significa que se empieza a mover una guita muy importante, con sus obvias consecuencias: corrupción, timba, prostitución, chupi y –lógicamente- un mayor índice de criminalidad. Snyder lo dice sin medias tintas: la relación entre el capitalismo y el delito es intrínseca e irrefutable. Si a esto le sumamos la presencia de un vampiro gaélico, de ancestral estirpe, que asesina a los capos de la empresa constructora, la cosa se pone bastante espesa. Y si además sumamos a Skinner Sweet, el vampiro americano al que conocimos en el primer tomo, está claro que la vida del pobre sheriff del pueblo se va a convertir en una pesadilla. Cash McCogan es el héroe, “el bueno”, en este truculento festival de muerte, sangre y corrupción sin límites.
Si hilamos más fino, la saga gira en torno a los vínculos familiares (“lazos de sangre”, dirían los vampiros, que algo de eso entienden): Snyder le da bastante protagonismo a la esposa y la hija de Jim Books, el pobre sheriff al que Sweet le dio para que tenga en el tomo anterior. Y por el otro lado, tanto el padre como el hijito que espera Cash McCogan tienen bastante peso en la trama. Realmente, todo lo que pasa acá es tremendo, desde la primera página hasta la última. No sólo la violencia, el gore y los corchazos. La mala leche, la crueldad, los giros que le pega Snyder a la trama, uno más sórdido y despiadado que el otro.
En los últimos dos episodios el protagonismo se lo lleva Pearl, la actriz vampirizada en el tomo anterior, que en el primer tramo de este tomo aparece sólo en un subplot, muy bien llevado. ¿Te querés enterar qué fue de la vida de esta chica que soñaba con triunfar en Hollywood? Las respuestas te van a shockear. ¿Y Hattie Hargrove, su amiga? ¿Qué onda? Mejor ni preguntar. La saguita de Pearl y Hattie no se resuelve en estos dos episodios, simplemente levanta temperatura para estallar (supongo) más adelante. De todos modos, las páginas protagonizadas por las chicas también tienen tiros, torturas, mutilaciones y atrocidades a granel.
En este último tramo del libro tenemos dibujante suplente: Mateus Santolouco se hace cargo de estos dos episodios y cambia muchísimo su estilo (que generalmente va más para el lado de Simon Bisley) para parecerse lo más posible a su amigo (y dibujante titular de American Vampire) Rafael Albuquerque. El resultado es muy, muy atractivo. Es como un Albuquerque más espeso, con más volumen, como mezclado con dibujantes bien dark, tipo Tom Mandrake o Steve Pugh.
Y la saga más larga, la de Las Vegas, está toda dibujada por Albuquerque en su estilo de siempre, bien power, bien expresivo, con unas manchas negras alucinantes, casi sin referencias fotográficas y muy volcado a la acción. Pareciera que los personajes están todo el tiempo agazapados, a la espera del momento en el que pueden pelar garras o chumbos y masacrarse unos a otros. Hay un problema y es que Albuquerque mezquina bastante los fondos. No son pocas las viñetas en la que estos deberían estar y no están. Tampoco es que Santolouco se mate en los fondos: en sus páginas también hay menos de los que debería haber. Pero bueno, si les perdonamos ese detalle, no van a quedar obstáculos para entregarnos al vértigo y al impacto permanente que proponen desde los dibujos los próceres de Porto Alegre.
American Vampire arrancó bien y en este tomo se puso mejor, más jodido, más intenso, más al límite. Veremos hasta dónde está dispuesto a llegar Scott Snyder en los tomos siguientes y esperemos que la serie se retome pronto, que se haga corto el paréntesis que impuso el guionista para poder dedicarse a otros proyectos. Ah, y quiero ver MORIR (de modo definitivo, categórico, sin chances de zafar ni de volver) al hijo de mil putas de Skinner Sweet. ¿Será posible?
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miércoles, 23 de enero de 2013
viernes, 15 de octubre de 2010
15/ 10: MONDO URBANO Vol.1
Ahora sí, no falta nada para el desembarco de un All-Star Squadron de autores en Rosario y con Jim Lee y todo, a mí los que más me ceban son los brazucas, a los que además no conozco personalmente. Además, este blog –si lo venís siguiendo ya la tenés clara- está bastante pendiente de las joyas que nos da día a día la historieta latinoamericana actual, y entonces todo deriva a reseñar otra obra de reciente producción en el coloso de Sudamérica, en la que por supuesto está involucrado el impresionante Rafael Albuquerque.
Mirá lo que son las cosas: leyendo este libro, me entero de que Crimeland (la novela gráfica que comentamos hace un par de semanas) fue el primer laburo profesional de Albuquerque. A lo que sólo puedo agregar: Ma-mita! ¿Ese fue su primer laburo? Era un comic brillantemente narrado y dibujado, que parecía fruto de un tipo con 25 años de profesión a sus espaldas! Y bue, la vanguardia es así.
Pero vamos a Mondo Urbano, donde el gran Albuquerque no está solo, sino que forma un power trío con Mateus Santolouco (un dibujante un poquito más realista que Rafael, con algún comic de Wolverine a sus espaldas) y con el impresionante Eduardo Medeiros, un genio de la historieta humorística, que mezcla hábilmente a Manel Fontdevilla, Max Aguirre y Manu Larcenet para pelar una línea absolutamente perfecta. Entre los tres crearon una historieta que se subió por entregas a un blog (una onda Historietas Reales, pero con tres autores trabajando sobre el mismo guión) y después –como no podía ser de otra manera- pasó al libro.
Este primer tomo de Mondo Urbano plantea cuatro puntas argumentales: la de Van Hudson y la guitarra satánica, la de los fans de De-Mo (la banda de Hudson) y sus vidas comunes y corrientes (o casi), la de Ed (el dealer de Hudson, al que se le muere un cliente por sobredosis) y la del chico de anteojos cuyo nombre no sabemos. En realidad casi no sabemos nada de él, porque es la punta argumental menos explorada por los autores. Por el contrario, al tema de Van Hudson, la guitarra y el pacto con las fuerzas demoníacas, se le da mucha más bola, se desarrolla y se explica mucho más. Veremos si en los próximos tomos el foco sigue ahí, o se desplaza hacia alguno de los otros protagonistas.
Pero lo más interesante es que estas cuatro tramas están entretejidas a lo largo de todo el tomo. La misma situación la vemos desde la óptica de distintos personajes, cuando estos se cruzan por casualidad (o no). Como si esto fuera poco, las líneas argumentales van para adelante y para atrás en el tiempo, y los personajes aparecen dibujados por tres dibujantes distintos, con estilos distintos! Igual tranqui, porque lo que a prori puede parecer un kilombo imposible de descifrar, no sólo se entiende perfectamente, sino que logra que a las pocas páginas te zambullas de lleno en la historia y quieras que no se termine nunca.
Mondo Urbano nos aclara ya desde la portada que es una historia de sexo, droga y rock’n roll. Y cumple con creces esta consigna. Se publicó en un blog, pero se podría haber publicado tranquilamente en la época más salvaje de El Víbora. Además de orgías, mega-conciertos y tráfico permanente de frula y la notable “fuckdrina” (más algún faso al que nadie que haya terminado la escuela primaria puede calificar de “droga”, porque es un producto de la naturaleza, como el té, el café o el mate), Mondo Urbano tiene un fuerte elemento paranormal (el pacto con el Diablo) y una muy buena dosis de sangre y trompadas. En conjunto, el combo suena bárbaro, estridente y adictivo como el buen rock’n roll. La comedia costumbrista funciona a la perfección, el poco espacio para el amor que deja el huracán de lujuria está muy bien aprovechado, y está claro que para el próximo tomo hay un montón de puntas sembradas que pueden dar excelentes frutos.
Se viene Brasil, aceptémoslo rápido. No sólo porque se vienen los autores a la convención de Rosario, sino porque Brasil ya tiene casi todo lo que hace falta para despegar como un país absolutamente protagónico en materia de comics, uno de los rubros en los que estuvo muchos años a la sombra de EEUU (y en menor medida, de Argentina) y en los que ahora, si no pasa nada raro, no los para nadie. En Mondo Urbano tenés la chance de encontrarte con tres autores brazucas en un nivel muy cercano al de los mais grandes du mundo.
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